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Los héroes que, para serlo, matan, son asesinos con excusa. Sin paliativos ni
justificación. A la gente se la ayuda con alimentos, trasvase de conocimientos,
ingenieros, médicos, no con bombas y militares. Cuando consideramos los muertos
de Argelia, Bosnia, Palestina, Nueva York, Afganistán, Irak,...estamos hablando de la
misma guerra.: La de los intolerantes fanáticos, que se arrogan el derecho divino a
matar. Quienes no tengan sus mismas convicciones, deben morir. Por mirar a la
misma cara de Dios, desde un ángulo diferente.
Los militares son una clase humana, por sí. ¿Por qué se parecerán, tanto, entre sí,
numerosos generales del mundo? Aplicando la democracia que ellos mejor conocen:
A mayor número de soldados, superior imposición de criterios. La ley de la fuerza,
pura y dura.
Las guerras santas, o sea, aquellas guerras libradas a favor de la religión propia,
sea ésta cual fuere, lo justifican todo. Los jefes religiosos bendicen a sus tropas,
como representantes del Bien absoluto. Las contrarias, son las Fuerzas del Mal. A
mí, que me conquisten con charlas de Gandhi, o las obras de la Madre Teresa de
Calcuta. Ellos sí fueron luchadores por la paz. Hay formas de aportar justicia, sin
matar. El mundo de las creencias, si es dirigido por personas excluyentes, fanáticas,
puede ser el arma más destructiva de que jamás disponga la Humanidad. No se
mata con bombas, sino con ideas. Las ideas ponen a la Muerte en movimiento. Si
algo hay que pedir, a los políticos sensatos que aún nos queden, es que sean
respetuosos con el ser humano, primero. Y, luego, con las ideas. La felicidad
humana tendrá que ser más valorada que el sacrificio de los pueblos, en el altar de
las ideas inconmovibles. Falsamente inamovibles. Hasta que se hacen prescindibles.