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Fama
1. Definición y significado
La dignidad original del hombre no puede ser dañada, más aún debe ser
reconocida y honrada; es decir, ha de recibir el honor debido. La "fama" es la buena
opinión que se tiene de una persona; es la estima de la excelencia de alguien
exteriormente manifestada, y por eso merece admiración y elogio. El "honor" se define
clásicamente como testificación y reconocimiento de la excelencia de una persona.
Fama y honor son términos correlativos y reflejan la estima y el buen nombre que
merece y que se testifica de determinada la persona (* dignidad humana).
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2. Sentido de la fama
A pesar del valor de la fama y del buen nombre que éste comporta, el cristiano
también debe estar dispuesto a ser calumniado por el reino de Dios: "Bienaventurados
seréis cuando os injurien y persigan y digan mal de vosotros, mintiendo por causa mía.
Alegraos y regocijaos porque es grande vuestra recompensa en el cielo" (Mt 5,11-12).
La misma doctrina enseña san Pedro (1 Ped 4,14-15). Y es que el discípulo debe estar
dispuesto a perder su fama por Jesucristo, tal como afirma san Pablo: "En cuanto a mí,
jamás me glorié sino en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo (Gál 6,14).
Si la fama es "la buena opinión que los demás tienen de una persona" (DRAE), y esa
fama brota de la dignidad que el hombre ha recibido de Dios, parece lógico que toda
persona deba defender su fama, dado que con ello defiende el buen nombre de Dios.
En el AT el libro de los Proverbios profesa que "vale más el buen nombre que muchas
riquezas y es mejor que la plata y el oro" (Prov 22,1). El Eclesiastés afirma que la fama
"vale más que el óleo perfumado" (Ecl 7,1). Y el Eclesiástico advierte: "Preocúpate de tu
nombre, que eso te queda, vale más que mil grandes tesoros de oro. La vida buena
tiene un límite de días, pero el buen nombre permanece para siempre" (Eclo 41, 12-13).
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Asimismo, el Apóstol san Pedro aconseja velar por la fama: "Estad siempre
dispuestos a defenderos frente a cualquiera que os exija razón de vuestra esperanza,
mas con dulzura y respeto, en posesión de una buena conciencia para que se
avergüencen por su misma calumnia los que difaman vuestro buen comportamiento en
Cristo" (1 Ped 3,15-16).
El mismo Jesús se defendió ante las calumnias de los fariseos: "Yo no soy
endemoniado, sino que honro a mi padre; pero vosotros me deshonráis a mí. Mas yo no
busco mi gloria; hay quien la busca y juzga" (Jn 8,49-50). Y en momentos de especial
solemnidad, Jesucristo se defiende del injusto trato que recibe del siervo del sumo
sacerdote: "Si hablé mal, demuéstralo; y si bien, ¿por qué me pegas?" (Jn 18,23).
Siguiendo el ejemplo de Jesús, san Pablo defiende su buena fama ante la crítica que
le hacen algunos fieles de Corinto (1 Cor 9, 1-23). Asimismo, reclama su condición de
ministro del Evangelio (2 Cor 2,4-12) y a los cristianos de Galacia les asegura que tiene
derecho a su fama, pero que está dispuesto a renunciar a ella (Gál 1,8-10), si bien
algunos se edificaron con sus buenas obras (Gál 1,23-24).
Por su parte, Santo Tomás enseña que se debe procurar tener buena fama por tres
razones: 1. por nosotros mismos, dado que es el mayor bien externo que poseemos. 2.
porque nos libra de los pecados y nos facilita ser elegidos para desempeñar cargos
humanos. 3. porque sirve de buen ejemplo para los demás (Sum. Teológ. II-II, q. 73, aa.
2-3). Y el Aquinate se detiene en explicar los pecados que cometen quienes lesionan la
fama del prójimo. Seguidamente, santo Tomás enseña que la fama es el mejor bien
externo del que disponemos y la alaba en otros numerosos textos (Sum. Teológ. I-II, q.
2, a. 2 ad 1; II-II, q. 102, a. 1 ad 3; q. 129, a. 1; q. 131, a. 1 ad 2). Pero apetecer la fama
puede ser pecado por tres razones: si es desproporcionada, si no es para utilidad y si no
es referida a Dios (ibid. II-II, q. 131, a. 1).
Los pecados más graves contra la fama del prójimo son la difamación (* difamación)
y la calumnia (* calumnia). En ambos casos hay obligación de reparar, incluso con la
restitución (* restitución).
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BIBLIOGRAFÍA: P. LUMBRERAS, De iure ad famam, "Angel" 15 (1938) 88-91. P. PALAZZINI, Onore e
contumelia, en AA.VV., "Enciclopedia Cattólica". Città del Vaticano, 1949-1954, IX, 135-138. I. FARRAHER,
Detratio et ius in famam, "PerMorCanLit" 51 (1952) 6-35. A. Van KOL, Teología Moralis. Herder. Barcelona
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713-715. L. BABBINI, Honor, en AA.VV., "DETM". Paulinas. Madrid 1986, 461-465.
Calumnia
- acusación falsa
- hecha con malicia
- para hacer daño
En todo caso, las dificultades del "cómo", no eximen del "qué"; es decir, la
obligación de restituir está incluida en el perdón, pues, como escribió san Agustín: "No
se perdona el pecado sin restituir lo robado" (Epistula CLIII, VI, 20, 662. PL 33,662).
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Restitución
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Esta enseñanza bíblica fue asumida por la tradición, de forma que los Santos
Padres son pródigos en exigir la restitución cuando se han conculcado los deberes de la
justicia. San Agustín lo expresa en estos términos: "El que pudiendo no restituye lo robado,
su penitencia es un simulacro. Pues no se perdona el pecado a quien parece que se
arrepiente de su robo, pero, pudiendo, no devuelve lo robado" (Epístola 153, VI, 2º. PL 33,
662).
Y san Pedro Crisólogo adoctrinaba así a los fieles: "Hermanos, demos lo nuestro si
es nuestro (...) huyamos de lo ajeno, desistamos de lo de los extraños; si algo hemos
quitado a alguien, se lo devolvamos con toda rapidez para que, aunque tengamos todas
las cosas, no sigamos el mismo camino que el rico Epulón, pobres en la hacienda del cielo,
ricos en culpa" (Sermón 123. PL 52, 537).
Esta doctrina se formula con más rigor en Santo Tomás, que dedica la q. 62 de la II-
II de la Suma Teológica a este tema. Pero el planteamiento del Aquinate es riguroso, pues
no se mueve en un plano casuístico, sino que va a la raíz del sentido de la restitución: no se
trata sólo de "devolver" lo robado, esto es imprescindible, pero la raíz última de la
restitución es "restaurar" la justicia violada, puesto que, mientras no se restituya, persiste
la herida. Así lo comenta J. Pieper: "¿Qué sentido tiene "re" de la restitutio? En mi opinión
se mataría la intuición que va aquí entrañada si se pretendiera reducir esta palabra a la
significación que le otorga el lenguaje común de nuestros días, el cual entiende por
restitutio la devolución de una propiedad ajena y la reparación de un perjuicio causado en
contra del derecho. Más bien parece tratarse en este caso de una de esas `admirables'
fórmulas de Tomás que apuntan a una idea tácita evidente para él, mas no para nosotros.
No obstante, esa idea continúa latiendo en el fondo de expresiones que nos son tan
familiares como estas dos de `la prestación debida' o el `dar lo suyo' (...). La justicia da por
supuesto el hecho, en verdad extraño, y de ello da testimonio el concepto mismo de
`debido', de que no tenga uno lo que pese a todo es `suyo' (...). Esto no vale sólo para el
caso del latrocinio, el engaño o el bandidaje (...) no solamente aquí puede hablarse con
plenitud de sentido de restitución o restitutio, sino que allí donde se dé el caso de que
deba un hombre algo a otro, aunque ello acontezca dentro del campo de los acuerdos
libremente establecidos, cuales son los que nacen del acto de comprar, alquilar o prestar
(...) en cualquiera de estos casos el dar lo que se debe es invariablemente un 'restituir'"
(Las virtudes fundamentales. Rialp. Madrid 1980, 132-133).
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Pero es un imperativo ético volver sobre el tema, no sólo porque pertenece a la
doctrina moral, sino porque parece que en el ambiente general se da una sensibilidad
común de no devolver lo robado y no reparar los daños que se han cometido mediante
las injusticias.
BIBLIOGRAFÍA: J. M. ABAD VICENTE, El poseedor de buena fe y la restitución de los frutos según los
moralistas clásicos. Fax. Madrid 1965. A. FERNÁNDEZ, Moral social, económica y política. Fac.Teol. Burgos
2001, 485-523.
Dignidad humana
1. Definición
Esta cualidad superior se hace patente cuando se admira a este ser singular que
llamamos "hombre". En efecto, si se contempla su realidad física, destaca la
singularidad, belleza y nobleza de sus gestos y, cuando se considera su condición
psíquica, sobresale la capacidad inventiva de su inteligencia, la fuerza creadora de su
voluntad, la riqueza de su vida afectivo-sentimental, sus actuaciones de entrega, de
sacrificio y de solidaridad con las causas nobles, etc., también su impotente poder y
malicia para el mal. Por todo ello, se llega a la conclusión de que, efectivamente, existe
en él esa "cualidad superior" que denota la raíz semántica de "dignidad".
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Pues bien, a partir del principio de la íntima relación que existe entre antropología y
moral, sobre esta dignidad antropológica se fundamentan las exigencias de la moral
cristiana (* antropología).
2. El animal y el hombre
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crear un artilugio de trabajo, ni escribir un poema (ni siquiera un pareado), ni crear arte,
ni pactar una Constitución, ni tampoco... levantar un campo de concentración o idear
un elemento físico o químico de exterminio. La genialidad de algunas ideas del ser
humano, la capacidad creadora en el arte que se agolpa en la historia de la cultura, los
avances técnicos llevados a cabo, ¡las bibliotecas y los laboratorios!, etc. obliga a pensar
que el punto de referencia del hombre no sea "hacia abajo", hacia los seres inferiores a
los que supera infinitamente, sino "hacia arriba": será preciso buscar un ser superior al
que el hombre hace referencia y ante el cual, en verdad, sea inferior a él, pero que dé
razón de esa dignidad que les es común, pues de él la participa.
Esas "cosas semejantes" son las relativas al conjunto de la conducta ética de los
humanos. El hombre debe conducirse de modo que su actuar no desdiga de su
condición de persona: tiene que comportarse de un modo adecuado a su ser específico.
Por el contrario, el hombre es peor que un animal, cuando usa la razón y la libertad para
hacer el mal: "Pues así como el hombre, cuando llega a la perfección, es el mejor de los
animales, así también es el peor de todos cuando está divorciado de la ley y de la
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justicia. La justicia más aborrecida es la que tiene armas que ha de emplear en favor de
la sabiduría y de la virtud, y puede usarlas precisamente para lo contrario. Por eso es el
hombre sin virtud el más impío y salvaje de los animales, y el peor en lo que respecta a
los placeres sexuales y a la gula" (Política I, 1, 1253b). Y en otro lugar, Aristóteles añade:
"Los animales no son viciosos ni virtuosos, porque no tienen facultad de elegir ni de
razonar. Por eso, ser animal no es tan malo como ser vicioso. En el animal no se da
corrupción de la facultad superior, pues carece de ella. Es menos dañina la maldad del que
tiene menos capacidad de obrar. Y como la inteligencia confiere al hombre una enorme
capacidad de acción, un hombre malo puede hacer mil veces más mal que un animal"
(Étic. Nic. VII, 6, 1150a). En consecuencia, dado que el animal es irracional e instintivo, no
cabe hablar de conducta "digna" o "indigna" del animal, pero sí del hombre. Pero, como
anota Millán-Puelles, "mientras el animal irracional no puede comportarse como un
hombre, acontece, por el contrario, que un hombre tiene la posibilidad de conducirse
como un animal" (La libre afirmación de nuestro ser. Una fundamentación de la ética
realista. Rialp. Madrid 1994, 449).
La dignidad del hombre tiene dos aspectos. Primero, el personal, o sea que la misma
persona se considere "digna": cada uno debe reconocer su propia dignidad y como tal
ha de conducirse. Ello justifica un amplio campo en el que debe manifestar esa
condición óptima de su persona. No es fácil fijar en detalle esas acciones, pero sí tienen
un marco que no debe superarse, tanto en el modo de vestir, de composturas, de
hablar y relacionarse con los demás, de conducirse en la sociedad y, naturalmente, de
actuar éticamente.
Segundo, esa "dignidad" debe ser reconocida socialmente: los demás tienen que
considerar esa dignidad de que están dotados todos y cada uno de los hombres, lo cual,
en consecuencia, debe ser reconocido jurídicamente. De ahí la necesidad de un régimen
legal justo que garantice todos los derechos de la persona, al mismo tiempo que exija el
cumplimiento de los respectivos deberes. Este postulado se cumple en la medida en
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que el individuo encuentra protección social y jurídica con los denominados "derechos
fundamentales del hombre", que en la Declaración Universal de la ONU y en la
Constitución Española del año 1978 se fundamentan en la "dignidad humana" (*
derechos humanos).
Las actuales discusiones entre mente y cerebro, que comienzan con una inicial
simpatía a identificarlos, desde ciertas teorías "emergentistas", van dando razón a la
doctrina que muestra que la denominada "mente" tiene más en común con el
tradicional concepto de "alma", que con el cerebro como punto material de energía.
Cosa bien distinta es reconocer que, a partir de la unidad radical del ser humano, el
ejercicio del alma esté condicionado a las funciones del cuerpo. Lo que explica algunas
disminuciones psíquicas e incluso ciertas patologías de la mente.
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6. El hombre, "imagen y semejanza de Dios"
Es claro que la dignidad tan cualificada del hombre se deja ver en la primera
descripción que hace la Revelación respecto al origen del hombre y de la mujer,
creados, ambos a la vez y los dos "a imagen y semejanza de Dios" (Gén 1, 26-27). En
efecto, esa novedad radical frente a los demás seres de la creación viene dada por ese
"aliento vital" (ruach) que Dios comunica al hombre en el momento de su creación; es
decir, Dios introduce en el ser humano una comunicación con su ser espiritual: eso es,
precisamente, el alma humana (* antropología).
Pero la verdadera grandeza del hombre se destaca en la antropología del NT, según
la cual, el cristiano, por el bautismo (* bautismo), se introduce en un nuevo ámbito de
ser y de existencia: su ser-en-Cristo, por el cual participa de la naturaleza divina (2 Ped
1,4) y se le comunica la misma vida de Cristo, muestran hasta qué cima se eleva la
dignidad del bautizado, de modo que pueda llegar a decir como san Pablo: "No soy yo,
sino que es Cristo quien vive en mí" (Gál 2,20) (* antropología sobrenatural).
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es que el cristianismo recuerda las palabras de Jesús que enseña que Él está presente
en todos los hombres, sobre todo en los más débiles y necesitados, tal como relata san
Mateo el juicio final de la historia (Mt 25,31-46).
BIBLIOGRAFÍA: V. RODRÍGUEZ, La dignidad del hombre como persona, en AA.VV., "La dignidad de la
persona y derechos humanos". Inst. Pont. Fil. Madrid 1982, 8-27. C. FABRO, Introducción al problema del
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