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1. INTRODUCCIÓN GENERAL
I. Introducción
52. La Bienaventurada Virgen María en el misterio de Cristo
El benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la
redención del mundo: "Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su
Hijo hecho de Mujer... para que recibiésemos la adopción de hijos" Gal 4, 4. "El
cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos,
y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen". Este misterio divino
de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó
como su Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión
con todos sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de
la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo."
62. Mediadora
Y esta maternidad de María perdura si cesar en la economía de la gracia,
desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo
mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de
todos los elegidos. Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador,
sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la
eterna salvación. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que
peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado
hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en
la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro,
Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni
agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.
Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo
Encarnado, nuestro Redentor; pero así como del sacerdocio de Cristo
participan de varias maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así
como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las
criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que
suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente
única.
La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo
experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los fieles, para que,
apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y
Salvador.
63. María, como Virgen y Madre, tipo de Iglesia
La Bienaventurada Virgen, por el don y el oficio de la maternidad divina,
con que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está
unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia,
como ya enseñaba San Ambrosio; a saber: en el orden de la fe, de la caridad y
de la perfecta unión con Cristo. Porque en el misterio de la Iglesia, que con
razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la
precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de
la madre; pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo
del Padre, y esto sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo, como una
nueva Eva, prestando fe sin sombra de duda, no a la antigua serpiente, sino al
mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito
entre muchos hermanos (Rom 8, 29); a saber: los fieles, a cuya generación y
educación coopera con materno amor.
"A las anteriores indicaciones, que surgen de considerar las relaciones de la Virgen
María con Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- y con la Iglesia, queremos añadir,
siguiendo la línea trazada por las enseñanzas conciliares, algunas orientaciones -de
carácter bíblico, litúrgico, ecuménico, antropológico- a tener en cuenta a la hora de
revisar o crear ejercicios y prácticas de piedad, con el fin de hacer más vivo y más
sentido el lazo que nos une a la Madre de Cristo y Madre nuestro en la Comunión de
los Santos.
La necesidad de una impronta bíblica en toda forma de culto es sentida hoy día como
un postulado general de la piedad cristiana. El progreso de los estudios bíblicos, la
creciente difusión de la Sagrada Escritura y, sobre todo, el ejemplo de la tradición y la
moción íntima del Espíritu orientan a los cristianos de nuestro tiempo a servirse cada
vez más de la Biblia como del libro fundamental de oración y a buscar en ella
inspiración genuina y modelos insuperables. El culto a la Santísima Virgen no puede
quedar fuera de esta dirección tomada por la piedad cristiana; al contrario debe
inspirarse particularmente en ella para lograr nuevo vigor y ayuda segura. La Biblia, al
proponer de modo admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres, está
toda ella impregnada del misterio del Salvador, y contiene además, desde el Génesis
hasta el Apocalipsis, referencias indudables a Aquella que fue Madre y Asociada del
Salvador. Pero no quisiéramos que la impronta bíblica se limitase a un diligente uso de
textos y símbolos sabiamente sacados de las Sagradas Escrituras; comporta mucho
más; requiere, en efecto, que de la Biblia tomen sus términos y su inspiración las
fórmulas de oración y las composiciones destinadas al canto; y exige, sobre todo, que
el culto a la Virgen esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin
de que, al mismo tiempo que los fieles veneran la Sede de la Sabiduría sean también
iluminados por la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los dictados de la
Sabiduría encarnada.
A este respecto queremos aludir a dos actitudes que podrían hacer vana, en la práctica
pastoral, la norma del Concilio Vaticano II: en primer lugar, la actitud de algunos que
tienen cura de almas y que despreciando a priori los ejercicios piadosos, que en las
formas debidas son recomendados por el Magisterio, los abandonan y crean un vacío
que no prevén colmar; olvidan que el Concilio ha dicho que hay que armonizar los
ejercicios piadosos con la liturgia, no suprimirlos. En segundo lugar, la actitud de otros
que, al margen de un sano criterio litúrgico y pastoral, unen al mismo tiempo ejercicios
piadosos y actos litúrgicos en celebraciones híbridas. A veces ocurre que dentro de la
misma celebración del sacrifico Eucarístico se introducen elementos propios de
novenas u otras prácticas piadosas, con el peligro de que el Memorial del Señor no
constituya el momento culminante del encuentro de la comunidad cristiana, sino como
una ocasión para cualquier práctica devocional. A cuantos obran así quisiéramos
recordar que la norma conciliar prescribe armonizar los ejercicios piadoso con la
Liturgia, no confundirlos con ella. Una clara acción pastoral debe, por una parte,
distinguir y subrayar la naturaleza propia de los actos litúrgicos; por otra, valorar los
ejercicios piadosos para adaptarlos a las necesidades de cada comunidad eclesial y
hacerlos auxiliares válidos de la Liturgia.
En primer lugar porque los fieles católicos se unen a los hermanos de las Iglesias
ortodoxas, entre las cuales la devoción a la Virgen reviste formas de alto lirismo y de
profunda doctrina al venerar con particular amor a la gloriosa Theotokos y al aclamarla
«Esperanza de los cristianos»; se unen a los anglicanos, cuyos teólogos clásicos
pusieron ya de relieve la sólida base escriturística del culto a la Madre de nuestro
Señor, y cuyos teólogos contemporáneos subrayan mayormente la importancia del
puesto que ocupa María en la vida cristiana; se unen también a los hermanos de las
Iglesias de la Reforma, dentro de las cuales florece vigorosamente el amor por las
Sagradas Escrituras, glorificando a Dios con las mismas palabras de la Virgen, Lc 1,
46-55.
En segundo lugar, porque la piedad hacia la Madre de Cristo y de los cristianos es para
los católicos ocasión natural y frecuente para pedirle que interceda ante su Hijo por la
unión de todos los bautizados en un solo pueblo de Dios. Más aún, porque es voluntad
de la Iglesia católica que en dicho culto, sin que por ello sea atenuado su carácter
singular, se evite con cuidado toda clase de exageraciones que puedan inducir a error
a los demás hermanos cristianos acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia católica
y se haga desaparecer toda manifestación cultual contraria a la recta práctica católica.
Deriva de ahí para algunos una cierta falta de afecto hacia el culto a la Virgen y una
cierta dificultad en tomar a María como modelo, porque los horizontes de su vida -se
dice- resultan estrechos en comparación con las amplias zonas de actividad en que el
hombre contemporáneo está llamado a actuar. En este sentido, mientras exhortamos a
los teólogos, a los responsables de las comunidades cristianas y a los mismos fieles a
dedicar la debida atención a tales problemas, nos parece útil ofrecer Nos mismo una
contribución a su solución, haciendo algunas observaciones.
Ante todo, la Virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los
fieles no precisamente por el tipo de vida que ella llevó y, tanto menos, por el
ambiente socio-cultural en que se desarrolló, hoy día superado casi en todas partes,
sino porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y
responsablemente a la voluntad de Dios, Lc 1, 38; porque acogió la palabra y la puso
en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de
servicio: porque, es decir, fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual
tiene valor universal y permanente.
En segundo lugar quisiéramos notar que las dificultades a que hemos aludido están en
estrecha conexión con algunas connotaciones de la imagen popular y literaria de María,
no con su imagen evangélica ni con los datos doctrinales determinados en el lento y
serio trabajo de hacer explícita la palabra revelada; al contrario, se debe considerar
normal que las generaciones cristianas que se han ido sucediendo en marcos socio-
culturales diversos, al contemplar la figura y la misión de María -como Mujer nueva y
perfecta cristiana que resume en sí misma las situaciones más características de la
vida femenina porque es Virgen, Esposa, Madre-, hayan considerado a la Madre de
Jesús como «modelo eximio» de la condición femenina y ejemplar «limpidísimo» de
vida evangélica, y hayan plasmado estos sentimientos según las categorías y los
modos expresivos propios de la época. La Iglesia, cuando considera la larga historia de
la piedad mariana, se alegra comprobando la continuidad del hecho cultual, pero no se
vincula a los esquemas representativos de las varias épocas culturales ni a las
particulares concepciones antropológicas subyacentes, y comprende como algunas
expresiones de culto, perfectamente válidas en sí mismas, son menos aptas para los
hombres pertenecientes a épocas y civilizaciones distintas.
Deseamos en fin, subrayar que nuestra época, como las precedentes, está llamada a
verificar su propio conocimiento de la realidad con la palabra de Dios y, para limitarnos
al caso que nos ocupa, a confrontar sus concepciones antropológicas y los problemas
que derivan de ellas con la figura de la Virgen tal cual nos es presentada por el
Evangelio. La lectura de las Sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu
Santo y teniendo presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas
situaciones del mundo contemporáneo, llevará a descubrir como María puede ser
tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo. De este
modo, por poner algún ejemplo, la mujer contemporánea, deseosa de participar con
poder de decisión en las elecciones de la comunidad, contemplará con íntima alegría a
María que, puesta a diálogo con Dios, da su consentimiento activo y responsable no a
la solución de un problema contingente sino a la «obra de los siglos» como se ha
llamado justamente a la Encarnación del Verbo; se dará cuenta de que la opción del
estado virginal por parte de María, que en el designio de Dios la disponía al misterio de
la Encarnación, no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado
matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse
totalmente al amor de Dios; comprobará con gozosa sorpresa que María de Nazaret,
aún habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo del todo distinto de una
mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante, antes bien fue mujer que no
dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y derriba
sus tronos a los poderosos del mundo, Lc 1, 51-53; reconocerá en María, que
«sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, una mujer fuerte que conoció la
pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio, Mt 2, 13-23: situaciones todas estas que
no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las
energías liberadoras del hombre y de la sociedad; y no se le presentará María como
una madre celosamente replegada sobre su propio Hijo divino, sino como mujer que
con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo, Jn 2, 1-12, y cuya
función maternal se dilató, asumiendo sobre el calvario dimensiones universales. Son
ejemplos. Sin embargo, aparece claro en ellos cómo la figura de la Virgen no defrauda
esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece el modelo
perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero
peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al
oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del
amor que edifica a Cristo en los corazones.
Finalmente, por si fuese necesario, quisiéramos recalcar que la finalidad última del
culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos
en un vida absolutamente conforme a su voluntad. Los hijos de la Iglesia, en efecto,
cuando uniendo sus voces a la voz de la mujer anónima del Evangelio, glorifican a la
Madre de Jesús, exclamando, vueltos hacia El: «Dichoso el vientre que te llevó y los
pechos que te crearon», Lc 11, 27, se verán inducidos a considerar la grave respuesta
del divino Maestro: «Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen», Lc 11, 28. Esta misma respuesta, si es una viva alabanza para la Virgen,
como interpretaron algunos Santos Padres y como lo ha confirmado el Concilio
Vaticano II, suena también para nosotros como una admonición a vivir según los
mandamientos de Dios y es como un eco de otras llamadas del divino Maestro: «No
todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los Cielos; sino el que
hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos», Mt 7, 21, y «Vosotros sois
amigos míos, si hacéis cuanto os mando», Jn 15, 14".
San Juan Pablo II aprobó una carta Apostólica de la Congregación para la Educación
Católica en el 1988, en la que se dan instrucciones acerca de: "La Viren María en la
formación intelectual y espiritual", de todo cristiano, y de una manera especial en los
futuros sacerdotes, en la que se propone otra vez que se estudie en los Seminarios
Diocesanos y en las facultades de Teología la Mariología con fundamentos bíblicos,
eclesiológicos, litúrgicos y antropológicos con las siguientes recomendaciones:
De los datos expuestos en la primera parte de esta Carta se ve que la mariología está
hoy viva y comprometida en cuestiones importantes en el campo de la doctrina y de la
pastoral. Por eso es necesario que ella, además de atender a los problemas pastorales
que vayan surgiendo, cuide sobre todo el rigor de la investigación, llevada a cabo con
criterios científicos.
También para la mariología sirve la palabra del Concilio: "La sagrada teología se
apoya, como en cimiento perenne, en la Palabra de Dios escrita, junto con la Sagrada
Tradición, y en aquélla se consolida firmemente y se rejuvenece sin cesar, penetrando
a la luz de la fe toda la verdad escondida en el misterio de Cristo" (Dei Verbum, 24). El
estudio de la Sagrada Escritura debe ser, por tanto, como el alma de la mariología (cf.
lb., 24; Optatam totius, 16)
Es por tanto necesario que cada uno de los centros de estudios teológicos -según la
propia fisonomía- prevea en la "Ratio studiorum" la enseñanza de la mariología en una
forma definida y con las características indicadas más arriba; y que, en consecuencia,
los profesores de mariología tengan una preparación adecuada.
Por eso, el Capítulo VIII de la Lumen Gentium sobre la Virgen María en la Iglesia es
fruto de dos tendencias que existían acerca del papel de la Virgen María. Los
"maximalistas" exaltados que querían para la Virgen María un palacio, al margen del
tratado de la Iglesia, y los "minimalistas" del lado contrario que querían para ella sólo
una habitación dentro del palacio de la Iglesia. Los que se fijaban más en la tradición y
la suponían por encima de la Iglesia, y los que se esforzaban por comprender a la
Virgen desde la Biblia (revelación), colocándola dentro del Misterio de la Iglesia.
Por ello, en dos partes iguales, se dividió el tema de la Virgen en la asamblea conciliar,
dando como fruto de las dos tendencias, una presentación de la Virgen María que
positiva, bella, equilibrada, bíblica, ecuménica y eclesial.
Así el Concilio Vat. II al poner a María dentro de la Iglesia, contribuyó a una profunda
renovación de la mariología respecto a los últimos siglos. Ya San Agustín afirma que la
Virgen María no está fuera de la Iglesia, ni sobre la Iglesia, sino como un miembro de
los misma Iglesia, aunque es el más excelente: "Santa es María, bienaventurada es
María, pero es más importante la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María
es una parte de la Iglesia, un miembro santo, excelente, superior a los demás, pero un
miembro de todo el cuerpo. Si es un miembro del cuerpo, sin duda, más importante es
el cuerpo que un miembro del cuerpo".
También para hablar de María, el Conc. Vat. II, tomó una expresión de San Ambrosio,
Obispo de Milán en el Siglo IV, que decía: "María es la figura de la Iglesia". De este
modo se situaba a la Virgen María en el corazón de la Iglesia; María no era un misterio
en sí, aislado del único "misterio de Cristo", sino colocándola como tipo y figura de la
Iglesia confirmaba el lugar que desde hacía siglos le había reconocido la tradición
cristiana y se daban pasos para comprender el papel de María junto a su Hijo
Jesucristo y a la Iglesia que él fundó, así a la vez ayudaba a penetrar más en la
misterio y realidad de la Iglesia.
Tras las discusiones sobre el esquema inicial, el Concilio optó por el método de
la Historia de la salvación. De hecho el Capítulo VIII de la Lumen Gentium se
abre con una alusión explícita al plan salvífico de Dios, que se realiza
históricamente en el misterio de la Encarnación redentora de Cristo y en la
Iglesia como sacramento universal de salvación; María se halla inserta en este
misterio divino de Cristo y de la Iglesia y en el nº 52, dice: "El benignísimo y
sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo: "Pero al
llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo nacido de Mujer... para que
recibiésemos la adopción de hijos" (Gal 4, 4-5). "El cual por nosotros, los
hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por
obra del Espíritu Santo de María Virgen". Este misterio divino de salvación se
nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su
Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos
sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la gloriosa
siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo."
Así, pues, el Concilio sitúa sus declaraciones sobre la Virgen María en un
contexto histórico-salvífico y, con ello, elimina la posibilidad de un tratamiento
autónomo y evita la impresión de que María sea una pieza suelta y aislada en
el concierto de la creación y de la gracia, impresión que un cierto tipo de
mariología, se venía cultivando últimamente. La inserción orgánica y armónica
de María en el conjunto de la revelación no sólo se opone al aislacionismo
mariológico, sino que determina la función primaria de la persona de la Virgen
María, de su acción y de sus dones y privilegios, pues: su presencia en el
proceso de salvación constituye un servicio a la redención (Nº 56) y contribuye
a la glorificación de la Trinidad (Nº 69).
El enfoque histórico-salvífico aparece explícitamente en la primera parte del
Capítulo VIII, titulada acertadamente: "Función de la bienaventurada Virgen
María en la economía de la salvación", y preside todo el tratamiento, que
describe la presencia de María en las diversas fases del misterio salvífico:
"Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella
está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, (Dios
con nosotros)". Las circunstancias históricas de este texto se dan en el Reino
del Sur (Judá) siendo rey Ajaz (735-715, antes de Cristo). Este rey fomentó la
idolatría y el culto pagano. Tanto el profeta Isaías, Is 3, 3-15 como Miqueas 3,
1-4, describen las injusticias sociales cometidas durante su reinado; El rey Ajaz
acabó siendo vasallo del monarca asirio, este texto hay que situarlo dentro del
contexto de las alianzas políticas que hacían los países del Oriente Medio para
luchar contra el gran imperio de Asiria. Países pequeños contrarios a los
asirios, como Siria pidieron al rey Ajaz hacer una alianza, junto con otros
países más chicos, para atacar al Imperio de Asiria. El rey Ajaz fue invitado
por el rey de Siria, Rasón y de Pecaj, rey del Norte de Israel, Samaria.
Ajaz no aceptó esta alianza con Siria y el Reino del Norte e hizo alianza con
Asiria. Esto provocó la ira del rey de Siria Rasón, y de Pecaj. Ante esta
negativa de realizar una alianza contra Asiria, ambos reyes invaden Judá, y
Ajaz tiene que refugiarse en Jerusalén y prepararse para el asedio que se
prevé difícil y desesperado. En este ambiente se comprenden los temores del
rey Ajaz.
Ajaz sabía que era el sucesor legítimo de la dinastía del rey David en el reino
de Judá y si él moría, la profecía de Dios: que de su casa saldría el Mesías
salvador, no se cumpliría. En esta actitud hay una falta grave de fe. La profecía
de Natán, 2 Sam 7, 12-16, tiene un solemne eco bíblico, y Ajaz debía tener fe
y creer en la pervivencia de la dinastía davídica, de la que habría de nacer el
Mesías, tenía una promesa absoluta de parte de Dios, no debía, pues, haber
desconfiado de Dios. Por su falta de fe, en vez de confiar en la promesa
profética de Natán sabiendo que Dios cumpliría la promesa, el rey Ajaz acude a
aliarse con Asiria y se hace vasallo suyo, para lo cual tuvo que entregar gran
parte de los tesoros guardados en el Templo de Jerusalén, cayendo en grave
sacrilegio, sin percatarse de los peligros que suponían vivir en vasallaje de los
asirios.
En este contexto histórico, Isaías es enviado por Dios para reprender al rey
Ajaz, por haber hecho una mala alianza con Asiria. El profeta Isaías le exhorta
a confiar en Dios en vez de confiar en el rey de Asiria, Is 7, 3-6. El rey Ajaz
desconfía de Dios y rechaza el milagro que el profeta Isaías le ofrece en
nombre de Yahveh y le dice: "Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios..." Dijo
Ajaz:"No la pediré, no le tentaré a Yahveh", Is 7, 10-13.
A continuación, y vista la desconfianza y terquedad del rey Ajaz, que no quiere
pedir un signo de poder del Dios todopoderoso, el profeta Isaías lleno de
indignación le reprende por su hipocresía, con la que intenta ocultar, bajo un
velo piadoso, su falta de fe en Yahveh, entonces Yahveh habla por le profeta
Isaías y dice: "Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que
una doncella está en cinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel".
Los exegetas han visto en esta profecía un texto mesiánico. El Emmanuel (Dios
con nosotros) es el Mesías salvador. Si el Emmanuel es el Mesías, la doncella
que va a dar a luz un hijo es la Virgen María. En este pasaje: "doncella"
significa mujer joven, virgen. Estos dos motivos: una doncella virgen va a dar
luz un hijo; y el nombre de Emmanuel (Dios con nosotros) obligan a tomar el
signo de Dios como un verdadero signo de poder. No será una profecía vacía,
sino un verdadero milagro del poder de Dios, es decir, la concepción de un hijo
por parte de una virgen, sin dejar de ser virgen.
La revelación posterior de la historia de la salvación confirma que en Is 7, 14
se trata de la concepción virginal del Mesías. Así han entendido este versículo
tanto el evangelista Mateo, 1, 22: "Todo esto sucedió para que se cumpliese el
oráculo del Señor por medio del profeta (Isaías): "Ved que la virgen concebirá
y dará a luz un hijo, y le podrá por nombre Emmanuel, que traducido significa
"Dios con nosotros". E igualmente en Lc 1, 31: "vas a concebir en el seno y
vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús". Mateo dice
expresamente que en la concepción virginal de Jesús se cumplió lo anunciado
en Is 7, 14. Lucas construye el núcleo central del anuncio del ángel a María
calcándolo literariamente sobre Is 7, 14. También la Tradición Patrística es
unánime en el modo de interpretar este pasaje.
c. Otra señal de Dios: Miq 5, 2,s.s:
San Pablo en Gal 4, 4: "Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a
su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley". Este es el texto más antiguo del
N.T. (año 54 después de Cristo) referido a María, en su versión escrita.
- "pero al llegar la plenitud de los tiempos": expresión que emplea S. Pablo
para dar a entender que se ha cumplido el tiempo de la salvación; ésta es la
voluntad de Dios: salvar a todo el género humano, es decir, ha llegado la hora
en que se realicen las promesas y las profecías de la salvación. El tiempo de
salvación da comienzo.
- "envió Dios a su Hijo": Es el Hijo que pre-existe junto al Padre y esa pre-
existencia hace posible que el Padre lo envíe del cielo a la tierra. La realización
de este acto salvador se realiza por medio del misterio de la Encarnación, en la
que el Hijo, el Verbo, asume naturaleza humana de la Virgen María en unidad
de Persona.
Es notable que la construcción del texto menciona exclusivamente al Padre
celeste de Jesús (es el Padre el que envía al Hijo) y a su madre
terrena: "nacido de mujer". La estructura sugiere la no existencia de un padre
terreno, es decir, es una concepción virginal la de Jesús. Por último, Maria
interviene en una generación de Jesús que tiene como fin redimir a los que
estaban bajo la ley y hacer que recibamos la adopción de hijos de Dios, por lo
tanto, la obra en que María interviene tiene un sentido salvador. María coopera
en nuestra salvación, con su humildad, su obediencia en la fe.
La Anunciación: Lc 1, 26-38: "Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel
Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un varón llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Y entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se
conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel
le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su
reino no tendrá fin”. María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que
no conozco varón?”. El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha
concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que
llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios”. Dijo María: “He
aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel,
dejándola, se fue".
- "Al sexto mes": La narración comienza con un dato cronológico, ello sitúa la
anunciación de María en una fecha aproximadamente seis meses posterior al
anuncio hecho a Zacarías en el Templo de Jerusalén, Lc 1, 8-22.
- "fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret": Es Dios Padre el que envió a su Hijo. Este dato es muy importante.
Es Dios Padre el que toma la iniciativa de la salvación y pone los medios
adecuados para que ésta se lleve a cabo. Elige a un ángel "Gabriel" = (Dios se
ha mostrado fuerte), para que comunique la buena nueva de la salvación.
- "a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David": El
destinatario del anuncio del ángel Gabriel es "una virgen desposada con un
varón llamado José, de la casa de David". Virgen y desposada, no casada, es
decir, estaba comprometida para matrimonio con José, no habían tenido
relación sexual.
- "Y entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo": Es un
saludo de alegría, de bendición celestial. La expresión más llamativa es que
María sea llamada "llena de gracia" = en griego: ": "", se trata del
participio pasivo de pretérito de la palabra griega: "" = gracia de
Dios; "" " = en la traducción de la Vulgata de S. Jerónimo quedó
traducido por "gratia plena" = "llena de gracia". No olvidemos la importancia
de los nombres en la cultura judía. Más aún, cuando Dios confiere una misión
a una persona, suele ponerle un nombre que la signifique con toda exactitud.
Esta plenitud de gracia supone varias cosas: ausencia de pecado original,
(dogma de la Inmaculada Concepción), ausencia de pecado personal.
- "el Señor está contigo": Después de la invitación a la alegría ""; María es
la hija de Sión por excelencia, ella, ha sido hecha objeto de la gracia de Dios,
de su bendición de su poder creador, y se da como razón de esta alegría que
va concebir al Emmanuel el "Dios con nosotros", que va a ser de un modo
especial, un Dios con Maria = "el Señor está contigo".
- "He aquí que concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús". María es la doncella virgen de Is 7, 14 en la que se va a dar
cumplimiento la profecía de Isaías sobre el milagro de la concepción y el parto
de una virgen, gracias a la cual se nos dará el "Emmanuel". Le pondrá por
nombre Jesús = Yahvé salva. Es decir el Mesías será = "el Dios con nosotros
que nos salva".
- "¿Cómo será eso, pues no conozco varón?". La respuesta de la Virgen María
obedece al propósito de conservar su virginidad. En el mundo semita "conocer"
a una mujer, o un esposo a su esposa, es tener relación sexual íntima, con
deseos de procreación. No olvidemos que María estaba desposada, no casada,
con José, es decir, no había tenido aún relaciones sexuales. Este propósito de
mantener su virginidad es de vital importancia teológica para afirmar la
virginidad posterior al parto de la Virgen María. Si María tiene un propósito de
virginidad al que incluso apela como una dificultad ante un anuncio tan
hermoso como el de el ángel Gabriel, de ser Madre del Salvador, no es
pensable que este propósito de virginidad haya sido abandonado más tarde; Si
Dios mismo ha respetado el propósito de María recurriendo al milagro de la
concepción virginal, es el mismo Dios quien se constituye en el garante del
mantenimiento del propósito virginal.
- "El ángel le respondió: El ángel de Dios responde a la pregunta de María con
la actuación milagrosa con la que va a proceder Dios para que sea Madre del
Salvador: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de
Dios". "El Espíritu Santo vendrá sobre ti", es una referencia a Gen 1,2, cuando
dice "El Espíritu de Dios se cernía sobre la haz de las aguas", tema alusivo a la
creación: Dios, que creó al principio todo de la nada, puede hace con su fuerza
creadora que en tu seno se conciba un niño sin el concurso de un varón; en
estas palabras se contendría la respuesta a la dificultad de María expresada en
el versículo anterior. " y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra". Este
pasaje es una alusión a Ex 40, 34: "La nube cubrió la tienda de reunión, y la
gloria de Yahvé llenó el tabernáculo". La gloria de Yahvé es sinónimo del
poder de Yahvé mismo. Si Dios como nube, cubre a María, quiere decir que
Dios se hace presente en su interior, en su seno virginal, para tomar carne de
sus purísimas entrañas. María será así nuevo tabernáculo de Dios, el Arca de la
nueva Alianza. En ella, en su interior, va a habitar Dios durante nueve meses,
tomando de ella nuestra naturaleza humana.
- "Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" . Esta es
una respuesta a la dificultad expresada por María, a saber: El que ha de nacer
será el Verbo de Dios que toma carne de la naturaleza humana de María, y
durante nueve meses recibirá la vida humana y lo que saldrá de su seno, es
Dios mismo, el Verbo divino encarnado, la segunda Persona de la santísima
Trinidad: "Por eso el que ha de nacer será llamado Hijo de Dios". Lucas
proclama el misterio de la encarnación del Hijo eterno de Dios (El Verbo);
llevado en el seno materno, es Él quien nace de María. En el fondo Lucas está
proclamando la esencia más íntima del dogma de la maternidad divina de
María.
- "Dijo María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra”. Con la señal que le da el ángel de que su pariente Isabel ya está de
seis meses la que antes llamaban estéril, la Virgen María da su respuesta
última, llena de humildad y de fe: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra". Así María, proclamándose "esclava del Señor" entra en la
obra de la redención con sentimientos de disponibilidad total, son los
sentimientos espirituales que más tarde desarrollará y expresará de manera
profética y jubilosa en el Magnificat. En el "sí" de María hay una cooperación
positiva e inmediata a la Encarnación redentora, en el sentido de que su "sí" va
a permitir su realización. Pablo VI en su Alocución del 30 de mayo de 1973
decía: "En efecto la cooperación de María no fue puramente instrumental y
física, sino como factor predestinado, pero libre y perfectamente dócil". En
este "sí" de la Virgen María deberá centrarse toda la teología de la cooperación
de María en la obra de la salvación,
María aceptando ser Madre de Jesús, se une indisolublemente a la vida de
salvación de su Hijo. A lo largo de toda su vida mantuvo el "si" de la
Anunciación hasta el pie de la cruz. El Concilio Vaticano II L.G. nº 57: "Esta
unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el
momento de la concepción hasta su muerte".
c. El "Magnificat"
d. Profecía de Simeón
Ya en la infancia de Jesús, María sufre por el aviso del ángel en el que le avisa
que Herodes quiere matar a su Hijo. La huída a Egipto. La pérdida por tres días
del niño Jesús en el Templo de Jerusalén, son realidades que la Virgen María
llevó con verdadero dolor santificador y redentor.
No sabemos si ser por ser pobres o porque habían llegado más invitados de los
previstos, las reserva de vino destinada a los huéspedes se había terminado
antes de tiempo. Si esto se hubiera descubierto, habría ocasionado una gran
humillación a los esposos y sus familiares, puesto que el vino era un elemento
indispensable en las fiestas de los judíos.
María que probablemente había estado ayudando a las demás mujeres en los
preparativos del banquete, se dio cuenta de la situación: faltaba vino.
Entonces, María llevada de su exquisita delicadeza y de la bondad de su
corazón, acudió con tacto y prudencia a su Hijo Jesús para que interviniera en
ayuda de los esposos. Podemos afirmar que María tenía plena confianza en los
recursos y poderes que tenía su Hijo, porque se limitó decirle
confidencialmente a decirle lo que pasaba, sin añadir ninguna petición explícita
solamente: "No tienen vino". Jesús respondió: "Mujer, ¿qué nos va a mí y a
ti?. No es llegada aún mi hora".
Este fue el primer milagro que nos narra San Juan, que pone de manifiesto su
poder sobrehumano y la delicadeza exquisita del corazón de María, siempre
atenta a las necesidades de los demás, empleando su poder de intercesión
ante su Hijo para sacar de una situación a una familia amiga y a la que
amaban.
Ante las palabras: "No es llegada aún mi hora", María estará también presente
con su Hijo en la "hora de Jesús" Jn 19, 25, en el Calvario cuando Jesús
entrega su vida al Padre por amor a los hombres. A partir de ese momento
María volverá a tener un puesto preeminente junto a Jesús en la obra de la
salvación universal y en la Iglesia que es la continuadora dela obra de Cristo.
Se comprende así la reaparición de María junto a la cruz del Señor, lo mismo
que está junto a los apóstoles en el día de Pentecostés a la espera del Espíritu
Santo, Hech 1, 14. Es decir, la presencia de María en la Iglesia naciente, como
presencia que se prolongará en la Iglesia a lo largo de la Historia.
Pero todos los Santos Padres y expositores sagrados están de acuerdo en decir
que San Juan era en aquel momento el representante de toda la humanidad
creyente y redimida, Juan nos estaba representando a todos y cada uno de
nosotros. Poro eso las palabras dirigidas a San Juan iban también dirigidas a
cada uno de nosotros en particular. Por eso podemos decir con toda verdad
que María es nuestra Madre en el orden espiritual, porque es la Madre de
Cristo, y Cristo es la Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia.
Al haber expuesto en las publicaciones anteriores la doctrina bíblica sobre María tanto
en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, hemos dado cima al proyecto que señala
el Concilio Vaticano II: que la Mariología primera y principalmente debe tener un
fundamento bíblico. Por ellos podemos pasar ahora al estudio de la figura de María
vivida en la fe de la Iglesia. Ello nos ocupará los capítulos siguientes. Los rasgos
principales y fundamentales de esa figura se concretizan en los cuatro dogmas
marianos. Como dogmas de fe sobre María suelen enumerarse en el siguiente orden:
La maternidad divina de María; su virginidad perpetua; su inmaculada concepción; y la
asunción en cuerpo y alma a los cielos.
a. Según Gal 4,4 nos dice: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su
Hijo, nacido de mujer". La fórmula teológica "envió Dios a su Hijo" alude a la
preexistencia del Hijo que es enviado al mundo por el Padre; la fórmula considera, por
tanto, al Hijo en su existencia divina. Ese Dios - Hijo es el término de la acción
generativa de la mujer "nacido de mujer".
b. En Rom 9, 5 se dice: "de los cuales (los israelitas), procede) Cristo según la carne,
que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos". Si, como casi todos los
autores católicos sostienen, hay que referir esta afirmación a Cristo; el texto afirma:
Cristo, que es Dios, procede de los israelitas según la carne; con otras palabras: el
mismo Cristo, que es Dios, es engendrado según la carne, de los israelitas, lo que
históricamente es decir de María; Cristo - Dios es engendrado de María
c. En Lc 1 35: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con
su sombra. Por eso, lo que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios". No hay la menor
duda de que el Verbo será llamado Hijo de Dios. Y cuando anuncia que el Espíritu
Santo vendrá sobre ti alude a la fuerza divina que va a realizar la concepción
milagrosa, y también alude a que el seno de María se va a convertir en tabernáculo de
Dios por la presencia misma del mismo Dios, de la que el signo de nube que cubre, por
eso lo que nacerá de María será el Hijo de Dios en sentido estricto.
d.- San Juan nos dice en su prólogo del Evangelio, Jn 1,14 que: "El Verbo se hizo
carne y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que
recibe del Padre como Hijo Único". No nombra a la virgen María, pero dados los otros
datos revelados de Lucas y de S. Pablo se sabe que fue María la que concibió en su
seno al Verbo, este se hizo hombre y puso su Morada entre nosotros. Y en Jn 3, 16-17,
dice: "Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo
al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él".
2.3. DOCTRINA DE LA TRADICIÓN. LA CRISIS DEL NESTORIANISMO
Nestorio enseña: El Hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de Dios, admitiendo que
así como en Cristo hay dos naturalezas, hay que admitir que existen en El dos
personas. Estas dos personas están vinculadas entre sí por una simple unión accidental
o moral. Las propiedades divinas: creación, eternidad, se enuncian del Logos divino.
No es posible dar a María el titulo de Madre de Dios.
Herejía de Nestorio del S. V, concerniente a la relación entre la divinidad y la
humanidad en Jesucristo. Nestorio en vez de atribuir a la única persona del Verbo
hecho carne las dos naturalezas, la divina y la humana, y por lo tanto las propiedades
y las acciones de una y otra, afirmaba que Cristo estaba constituido por dos personas,
una persona divina, el Logos, y una persona humana, Jesús.
Ya el Apóstol Pablo escribiendo a los Corintios les decía: "ya que somos colaboradores
de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios", 1 Cor, 3,9. Es evidente que
esta colaboración en la obra de la redención no es causa principal por parte del Apóstol
Pablo sino participación instrumental de la única redención realizada por Cristo.
a. En su aceptación en Madre del Redentor, con todo lo que esto lleva consigo, fe,
obediencia, y fidelidad.
Los dos aspectos son necesarios y esenciales; pero el que constituye la base y
fundamento de la corredención mariana es su maternidad divina sobre Cristo
Redentor y su maternidad espiritual sobre nosotros según la voluntad de su Hijo cristo
en a cruz.
"Es verdadera madre de los miembros (de Cristo) ... por haber cooperado con su amor
a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza" (nº 53)
"Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y
abrazando la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin el impedimento de
pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la
Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo El y con El, por la gracia de Dios
omnipotente, al misterio de la Redención. Con razón, pues, los Santos Padres
consideran a María, no como un mero instrumento pasivo en las manos de Dios, sino
como cooperadora a la salvación de los hombres por la libre fe y obediencia. Porque
ella, como dice San Ireneo, "obedeciendo fue causa de su salvación propia y de la de
todo el género humano". Por eso no pocos Padres antiguos en su predicación,
gustosamente afirman con él: "El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la
obediencia de María: lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo
desató por la fe"; y comparándola con Eva, llaman a María "Madre de los vivientes", y
afirman con mucha frecuencia: "la muerte vino por Eva, por María la vida". (nº 56).
"Mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio
divino, se mantuvo de pie (cfr. Jn., 19, 25), sufrió profundamente con su Unigénito y
asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la
inmolación de la Víctima, que ella misma había engendrado y finalmente, fue dada
como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas
palabras: "Mujer, he ahí a tu hijo!" (cfr. Jn., 19, 26-27).
Vimos al principio del tratado cómo la Virgen María es Madre y tipo de la Iglesia, es
decir, de todos los fieles creyentes.
La Bienaventurada Virgen, por el don y el oficio de la maternidad divina, con que está
unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también
íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San
Ambrosio; a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo.
Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen,
la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el
modelo de la virgen y de la madre; pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra
al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo, como
una nueva Eva, prestando fe sin sombra de duda, no a la antigua serpiente, sino al
mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre
muchos hermanos (Rom., 8, 29); a saber: los fieles, a cuya generación y educación
coopera con materno amor.
Finalmente, en el discurso de clausura de la 3ª etapa del Concilio Vat. II, el papa Paulo
VI proclamó a María "Madre de la Iglesia", y dice: "La divina maternidad es el
fundamento de su especial relación de (María) con Cristo y de su presencia en la
economía de la salvación operada por Cristo, y también constituye el fundamento
principal de las relaciones de María con la Iglesia, por ser Madre de Aquel que desde el
primer instante de la encarnación en sus seno virginal se constituyó en cabeza d su
Cuerpo místico, que es la Iglesia. María, pues, como Madre de Cristo, es Madre
también de los fieles y de los pastores; es decir, de la Iglesia".
Porque fue y es Madre de Cristo, el Dios hecho hombre, María es nuestra Madre. Se
comprende por ello que ya en la más antigua oración mariana, evocada más arriba, los
cristianos, cuando acudían con confianza filial a María, la invocaran como la Madre de
Dios; en ese título se encuentra el fundamento de su maternidad con respecto a
nosotros y de nuestra filiación con respecto a ella. Con las palabras de esta plegaria
venerable en su forma actual, que es la forma romana del antifonario de Compiègne
(Siglos IX-X) podemos cerrar este capítulo: "Bajo tu amparo nos acogemos, Santa
Madre de Dios; no deseches nuestras súplicas en las necesidades, sino líbranos de
todos los peligros siempre, Virgen gloriosa y bendita".
- 6° Parte: La Virginidad Perpetua de María
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
La profesión de fe de que María fue siempre virgen, aparece por primera vez
en la forma amplia del símbolo de San Epifanio (374), que afirma: "fue
perfectamente engendrado de Santa María siempre virgen por obra del Espíritu
Santo". María es, por tanto "" = siempre virgen. La explicación del
dogma de la virginidad de María se va haciendo mayor a medida que surgen
las controversias contra los herejes.
Cristo fue concebido virginalmente, es decir, por obra del Espíritu Santo. Así se
contiene en la Anunciación que el ángel Gabriel hace a María: el ángel es
enviado a una virgen, Lc 1, 27; María. Le anuncia la concepción de un hijo, Lc
1, 31. A la objeción de María, Lc, 1, 34, el ángel le da una explicación que
indica el modo virginal de la concepción: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, lo que nacerá será
llamado santo, Hijo de Dios".
B. La virginidad en el parto
Son muchos los autores que piensan que la profecía de Is, 7, 14: "He aquí que
una doncella (virgen) está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por
nombre "Emmanuel"; contiene ya la afirmación no sólo la concepción, sino
también del parto virginal. Así según muchos autores, en el texto se afirmaría
un parto milagroso de modo que al dar a luz sea a la vez virgen.
Por lo demás no puede decirse que tal milagro carecía de sentido. Ha sido un
mérito muy grande de R. Laurentin haber mostrado que para los Santos Padres
la permanencia de la integridad corporal de María no era algo meramente
anatómico o fisiológico, sino que lo consideraban como algo que tenía
verdadero sentido de signo de realidades sobrenaturales; precisamente por ese
carácter de signo, Dios pudo querer ese milagro. Naturalmente puede
preguntarse qué valor de signo puede tener una realidad oculta y desconocida
a todos con la excepción de María. La respuesta podría ser que María llevaba
en su seno un motivo de credibilidad, dado por Dios, para fortaleza de su fe en
la hora difícil de la prueba, sobre todo en el momento decisivo en que estuvo
junto a la cruz del Señor.
Al anuncio del ángel, María opuso una dificultad:"¿Cómo será eso, pues no
conozco varón?."
Según los expertos en exégesis del evangelio, "conocer varón" en el lenguaje
semítico significa tener relaciones sexuales íntimas procreativas. La Virgen
María no tuvo relaciones con S. José ni antes de su concepción, porque fue por
obra y gracia del Espíritu Santo, ni después del parto.
Santo Tomás expone las razones por las que la Santísima Virgen María debió
conservar perpetuamente la virginidad y la conservó de hecho. He aquí las
razones.
1. Porque sería ofensivo para Cristo, que por la naturaleza divina es el Hijo
unigénito y absolutamente perfecto del Padre, Jn 1,14; Hebr 7, 28. Convenía
por lo mismo, que fuese también hijo unigénito de su madre, como fruto único
y perfectísimo.
2. Porque sería ofensivo para el Espíritu Santo, cuyo sagrario, fue el seno
virginal de María, en el que formó la carne de Cristo, y no era decente que
fuese profanado por ningún varón.
4. Al mismo San José, finalmente, habría que imputar una gravísima temeridad
si hubiera intentado manchar a aquella de quien había sabido por revelación
del ángel que había concebido a Dios por obra del Espíritu Santo.
Por todas estas razones hemos de afirmar que la Madre de Dios, así como
concibió y dio a luz a Jesús siendo virgen, así también permaneció siempre
virgen después del parto.
- 7° Parte: La Inmaculada Concepción
INTRODUCCIÓN
Para ambientar un poco este gran privilegio y todos los demás relativos a la
Santísima Virgen María, es conveniente recordar la grandeza inmarcesible a la
que la eleva su "maternidad divina". Todos los títulos y grandezas de María
arrancan del hecho único de su maternidad divina. María es Inmaculada (sin
mácula, sin mancha de pecado), llena de gracia, colaboradora en la obra de la
redención, subió en cuerpo y alma a los cielos para ser desde allí Reina de
cielos y tierra, mediadora universal de todas las gracias, y demás dones
atributos, todo ello, porque es la Madre de Dios. La maternidad divina la coloca
a tal altura, que Sto. Tomás de Aquino, no duda en calificar su dignidad por
encima de todas las demás criaturas.
Sagrada Escritura: No hay en ella ningún texto explícito sobre este misterio,
pero sí hay algunas insinuaciones que, elaboradas por la tradición cristiana y
puestas del todo en claro por el Magisterio de la Iglesia, ofrecen algún
fundamento escriturístico para la definición del dogma.
Se extiende hasta el Concilio de Efeso, 431. Los Santos Padres aplican a María
los mismos calificativos de "santa", "inocente", "purísima", "intacta", "
incorruptible", "inmaculada", etc. En esta época sobresalen en sus alabanzas a
María, San Justino, San Ireneo, San Efrén, San Ambrosio y San Agustín.
Siglos xII al XIV. Nada menos que San Bernardo, San Anselmo y grandes
teólogos escolásticos del siglo XIII y siguientes, entre los que se encuentran
Alejandro de Hales, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás de
Aquino, Enrique de Gante y Egidio Romano, negaron o pusieron en duda el
privilegio de la Inmaculada Concepción de María por no hallar la manera de
armonizarlo intelectualmente con el dogma de la Redención Universal de
Cristo, que no admite una sola excepción entre los nacidos de mujer.
Siglos XIV a XIX. Iniciado por Guillermo de Ware y por Escoto, se abre un
período de reacción contra la doctrina que negaba o ponía en duda el privilegio
de María de su Inmaculada Concepción, hasta ponerlo del todo en claro y
armonizarlo perfectamente con el dogma de la Redención Universal de Cristo.
Con algunas alternativas, la doctrina inmaculista se va imponiendo cada vez
más, hasta su proclamación dogmática por el papa Pío IX el 8 de diciembre de
1854.
e. El Magisterio de la Iglesia
"Después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con
humildad y penitencia, nuestra privadas oraciones y súplicas de la Iglesia, para
que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo,
implorando el auxilio de toda la corte celestial e invocando con gemidos el
Espíritu paráclito e inspirándonoslo él mismo:
Para honor de la santa e individua Trinidad, para gloria y ornamento de la
Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la
cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los
bienaventurados Pedro y Pablo y con la nuestra propia, declaramos,
pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen
María, en el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio singular
de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del
género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original,
ha sido revelado por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y constantemente
por todos los fieles.
f. La razón teológica
a). Pagando el precio de su rescate para sacarlo del cautiverio en el que haya
incurrido (Redención liberativa)
b). Pagándolo anticipadamente, impidiéndole con ello caer en el cautiverio
(Redención preventiva).
Con todo, el error de Santo Tomás es más aparente que real. Por de pronto, la
Inmaculada que él rechazó - una Inmaculada no redimida - no es la
Inmaculada definida por la Iglesia. La Bula de Pío IX definió una Inmaculada
"redimida", que hubiera sido aceptada inmediatamente por Santo Tomás si
hubiera vislumbrado esta solución teológica. El fallo de Santo Tomás está en
no haber encontrado esta salida; pero la Inmaculada no redimida que él
rechazó, hay que seguir rechazándola todavía, hoy más que entonces, a causa
de la definición dogmática que ya ha dado el Magisterio "ex cathedra" de la
Iglesia.
Hay que advertir que no hay que buscar en la Sagrada Escritura ningún dato
explícito acerca de este dogma. Pero tal vez en el Siglo IV encontramos
testimonios explícitos en el apócrifo de Melitón al que Gregorio de Tours dio
una gran difusión en Occidente. Pero ya mucho antes, es decir, a partir del
Siglo II encontramos en la Padres de la Iglesia el tema de la asociación de
María como nueva-Eva, con Cristo nuevo-Adán, en la lucha con el diablo. Lucha
que termina con la victoria total sobre el demonio de Cristo en la cruz. Victoria
que es ante todo sobre el pecado y la muerte, Rom 5 y 6; 1 Cor 15, 21-26;
54-57.
Por lo demás, el hecho que Pío XII no definiera dogmáticamente que María
murió previamente a su Asunción a los cielos, no quiere decir que este punto
de la muerte, o no muerte de la Virgen María, sea teológicamente libre.
Creemos sinceramente que el verdadero estado de la cuestión es este: Pío XII
no quiso intencionadamente pronunciarse, al menos en la fórmula dogmática,
sobre:
Los argumentos que se aducen en uno y otro lado no son tan decisivos como
para llevar a una certeza absoluta cualquiera de las dos opiniones teológicas.
Sin embargo, la opinión que sostiene con firmeza la Asunción gloriosa de María
después de su muerte y resurrección, no solamente reúne los sufragios de la
inmensa mayoría de los teólogos especialistas en mariología, sino que nos
parece objetivamente mucho más probable que la opinión teológica que
defiende la Asunción de María a los cielos sin la muerte previa de la Virgen. Por
eso la opinión, o doctrina, más probable y común dice: "La Virgen María murió
realmente para resucitar gloriosa, en cuerpo y alma, poco tiempo después de su
muerte".
5.1. FUNDAMENTOS EN LA TRADICIÓN CRISTIANA
La muerte corporal de María parece exigida por múltiples razones. He aquí las
principales:
Por haber recibido la naturaleza caída de Adán. Es cierto que María no contrajo
el pecado original, pero tuvo el débito del mismo, recibió por tanto, la naturaleza caída
de Adán, si bien con los privilegios ya conocidos: Inmaculada concepción, etc. Ahora
bien, la naturaleza caída de Adán estaba sujeta a la muerte. Luego para decir que
María no murió habría que demostrar la existencia de ese privilegio especial para ella,
lo que no consta en ninguna parte, puesto que María padeció muchos dolores a lo largo
de su vida, especialmente en la pasión y muerte de Xto, en la cruz. Si no se le
concedió ese privilegio, precisamente por ser corredentora, ¿por qué se le iba a
conceder el de la inmortalidad corporal tan íntimamente ligado al dolor de la muerte?.
Por exigencias de su maternidad divino - corredentora: Si dio al Redentor carne
pasible y mortal, debió tenerla también ella. Si nos corredimió con su Hijo, debió
participar de sus dolores y de su muerte.
Cristo murió en la cruz, ¿y María sería superior a Él al menos en este aspecto
relativo a la muerte corporal?. Suponiendo, que María tenía derecho a no morir, sin
duda alguna hubiera María renunciado de hecho a ese privilegio para parecerse más en
todo, hasta la muerte y resurrección, a su divino Hijo Jesucristo.
Para ejemplo y consuelo nuestro: María debió morir para enseñarnos a bien
morir aceptando la muerte. María recibió la muerte con serenidad, con gozo,
mostrándonos que no tiene nada de terrible para aquel creyente que ha vivido
piadosamente y mereciéndonos la gracia de recibir la muerte con santa disposición.
Posible explicación de cómo se realizó la Asunción de la Virgen María en cuerpo
y alma a los cielos: La Virgen María murió como todo ser mortal, en el momento
mismo de su muerte se separó su alma de su cuerpo. En el mismo momento en que su
alma santísima se separó del cuerpo, entró inmediatamente en el cielo y quedó, por
decirlo así, glorificada o llena de gloria, como correspondía a la Madre de Dios. Su
cuerpo santísimo, mientras tanto, fue llevado al sepulcro por los discípulos y amigos
del Señor y de ella.
6. CULTO A LA VIRGEN
Después de haber estudiado los grandes dogmas y título de la Virgen María, vamos a
examinar ahora cuál debe ser la actitud fundamental que hemos de adoptar nosotros
con relación a Ella. Puede sintetizarse en una doble Palabra: Culto Litúrgico y Devoción
a María. Para desarrollar bien este tema hemos de tener en cuenta la Exhortación
Apostólica "Marialis Cultus" del Papa Paulo VI del 2 de febrero de 1974 (lea el texto
íntegro). Documento realmente post-conciliar que centra debidamente el culto recto y
ordenado que ha de tener digna y devotamente la Santísima Virgen María.
La Virgen María se convirtió en el dócil instrumento del Espíritu Santo tanto para la
generación carnal del cuerpo físico de Jesús como para la regeneración espiritual del
cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Por eso los fieles la reconocen y la veneran
como verdadera madre de Dios y madre de los hombres. Estas nociones, que el pueblo
cristiano llega a comprender más a nivel intuitivo que racional y bajo la luz de la fe ,
pueden ser formuladas por la teología y la exégesis bíblica en términos de argumentos
capaces de manifestar el sólido fundamento sobre el que reposa el culto especial que
rinde la Iglesia a la Virgen María.
La Sagrada Escritura nos ofrece pocas pero significativas afirmaciones que sitúan a la
Virgen María en una luz de excepcional grandeza y dignidad. El Evangelio nos dice que
el ángel Gabriel no se limita a referir a la Virgen María la propuesta divina de ser
madre de Dios de la que es legado, sino que le dirige unas breves y desconcertantes
palabras de admiración y belleza y alabanza: "Dios te salve María, el Señor está
contigo ... No temas, María, porque has encontrado gracia ente Dios ... El Espíritu
Santo bajará sobre ti, te cubrirá con su sombra la fuerza del Altísimo", Lc 1, 28-35.
En los Evangelios encontramos dos afirmaciones que refuerzan más todavía la validez
y la legitimidad del culto mariano:
El evangelio de Mateo nos presenta a la Virgen María como la virgen madre del
"Emmanuel" de Is 7, 14, que ha venido a salvar a los hombres de su pecado, Mt 1, 21-
23. Como madre del Dios Salvador tiene, derecho a una alabanza y veneración
especial (culto de hiperdulía).
El evangelio de S. Juan refiere el episodio de la Virgen María al pie de la cruz,
cuando Jesús la confió como madre al apóstol Juan, Jn 19, 25-27. La tradición
cristiana ha vislumbrado en las palabras del Redentor moribundo su voluntad de
confiarle, en la persona de Juan, a todos los creyentes como hijos suyos espirituales.
Por consiguiente en atención a la voluntad de Jesús es como el cristiano ha de sentirse
estimulado a establecer una relación cada vez más profunda de devoción y de amor
filial a la santísima Virgen María.
María posee la singular dignidad de Madre del Hijo de Dios y es por tanto hija
predilecta del Padre y Templo privilegiado del Espíritu Santo. En virtud de este don
extraordinario de gracia, precede en mucho a todas las demás criaturas celestiales y
terrenas, L.G. nº 66-
Su cooperación en los momentos decisivos de la obra de la salvación realizada
por su Hijo es de carácter único y no encuentra comparación en la de las demás
criaturas. L.G. nº 66. Sólo ella es la Madre del Redentor, la segunda Eva, la verdadera
Madre de los vivientes.
Su incomparable santidad se revela ya como plenitud en el misterio de su
concepción inmaculada. Pues bien, esta santidad iba creciendo a medida que ella se
adhería durante su existencia a la voluntad del Padre y recorría el camino del
sufrimiento, de la obediencia y de la abnegación de sí misma, progresando
constantemente en la fe, en la esperanza, y en la caridad.
Su condición y su misión dentro del pueblo de Dios aparece absolutamente
única. Ella es ciertamente miembro excelentísimo de la Iglesia, pero al mismo tiempo
es "su más preciado modelo y su amorosísima Madre".
María ejerce una intercesión incesante en la Iglesia por lo que, a pesar de haber
sido asunta al cielo, está muy cerca de los fieles que la suplican e incluso de aquellos
que no saben que son hijos suyos, L.G. nº 69.
Su gloria personal ennoblece a todo el género humano, ya que es una
verdadera hija de Adán como todos los hombres; es miembro de nuestra raza,
verdadera hermana nuestra, que comparte plenamente la condición humana.
El culto a la Virgen María tiene su razón última en la voluntad de Dios, libre e
inescrutable. Siendo el Señor caridad eterna e infinita, decide todas las cosas según un
proyecto inefable de amor. "(Él) La amó y obró en ella maravillas", Lc 1, 49; la amó
por sí mismo, la amó por nosotros, se la dio a sí mismo y la dio a nosotros". MC 56.
El Concilio Vaticano II asentó las bases firmes para una amplia reforma litúrgica, que
se introdujo en los años posteriores al concilio por obra de Paulo VI. En el ámbito de
esta reforma también se ha visto directamente afectado el culto a la Virgen María. En
el nuevo calendario litúrgico se han dispuesto fiestas marianas de tal manera que
contribuyen a poner de relieve las etapas más significativas de la historia de la
salvación, en donde la figura central de Cristo se impone como el eje de la existencia
cristiana. De este modo la celebración de la persona de la Virgen María se revela como
reflejo del culto que se le debe rendir al Salvador Cristo, con el que su Madre está
estrechísimamente ligada y asociada.
Pero es sobre todo con la Exhortación Apostólica: "Marialis cultus" como Paulo VI se
enfrenta expresamente con la cuestión del culto mariano en su conjunto. Su
renovación constituye el tema de la segunda parte del documento pontificio, que
comienza precisamente con un claro planteamiento de los términos del problema. "Sin
embargo, como es bien sabido, la veneración de los fieles hacia la madre de Dios ha
tomado formas diversas, según las circunstancias de lugar y de tiempo, la distinta
sensibilidad de los pueblos y su diferente tradición cultural y religiosa. Así resulta que
las formas en que se ha manifestado dicha piedad, sujetas al desgaste del tiempo,
parecen necesitar una renovación que permita sustituir en ellas los elementos caducos,
dar valor a los perennes e incorporar los nuevos datos doctrinales adquiridos por la
reflexión teológica y propuestos por el magisterio eclesiástico. Esto muestra la
necesidad de que las Conferencias Episcopales, las Iglesias locales, las familias
religiosas y las comunidades de fieles favorezcan una genuina actividad creadora y, al
mismo tiempo, procedan a una diligente revisión de los ejercicios de piedad a la
Virgen; revisión que queríamos fuese respetuosa para con la sana tradición y estuviera
abierta a recoger las legítimas aspiraciones de los hombres de nuestro tiempo. Por
tanto nos parece oportuno, venerables hermanos, indicaros algunos principios que
sirvan de base al trabajo en este campo".MC 24.
Como todo fenómeno humano, el culto a María consta de expresiones dictadas por las
circunstancias históricas, por la sensibilidad y la psicología específica de los creyentes,
por las diferentes tradiciones culturales de los pueblos. Estos elementos pueden variar
con el cambio de los tiempos, y a veces es necesario que sea así por diversas razones.
Ante todo porque el culto puede caer en algunas de estas desviaciones: la vana
credulidad, el sentimentalismo estéril, la manía por curiosas novedades, la búsqueda
de efectos milagreros, la mezcla de intereses personales, de aspectos comerciales y/o
beneficios económicos, MC 38; L.G. nº 67. En estos casos se hace urgente la
renovación a fin de conseguir que las formas de piedad respondan a la verdadera
naturaleza y a la auténtica finalidad del culto cristiano.
Y para que se cumpla el aforismo: "ad Jesum per Mariam". A Jesús por María. Hay que
desterrar las devociones egoístas interesadas a la Virgen María que sólo persiguen
favores económicos y egoístas y nunca llevan a Cristo. Por ejemplo: tener mucha
devoción a la Viren María y no ir casi nunca a Misa, no comulgar casi nunca, vivir una
vida en pecado, pero me refugio en que soy muy devoto de la Virgen María, de tal
santuario o región. Esto es una contradicción. La verdadera devoción a María lleva
indefectiblemente a Cristo, a la fe, a la esperanza y a la caridad, a un gran amor a la
Iglesia y a cumplir con los 10 mandamientos y las obligaciones de estado de vida, ya
sea casado, soltero, etc. Es decir, la devoción auténtica a la Virgen María SIEMPRE
lleva a Cristo y exige de autenticidad de vida cristiana y sobre todo a una vida
profunda fe y de caridad. Quien desconoce esto está fuera del ámbito de la auténtica
devoción a la Virgen María.
Para introducir y reforzar las mencionadas notas características del culto mariano, la
exhortación expone algunas orientaciones que debe seguir la renovación de la Iglesia
en la cuestión del culto mariano.
A. Orientación bíblica
La renovación bíblica es un fenómeno que interesa a casi todos los sectores de la vida
cristiana y de la teología y, en el caso específico de la piedad, la biblia se ha convertido
por así decirlo en un "libro fundamental de oración", MC 30. Esta situación es el
resultado de un importante progreso de la exégesis y de la teología bíblica, de la
difusión de la biblia entre el pueblo cristiano y seguramente de una misteriosa
intervención del Espíritu Santo. De esta renovación bíblica el culto a la Virgen María no
podrá menos de sacar profundas y auténticas ventajas. Efectivamente: "La biblia, al
proponer de modo admirable el designio para la salvación de los hombres, está toda
ella impregnada del misterio del Salvador y contiene, además, desde el Génesis hasta
el Apocalipsis, referencias indudables a aquella que fue Madre y asociada al Salvador".
MC, 30.
Esta orientación no debe llevar solamente a una utilización literal de los textos, de los
símbolos y de las imágenes de la Escritura, sino que debe conducir a sacar de los libros
revelados la inspiración necesaria para componer las oraciones, cánticos y textos que
sirvan para la liturgia y para la devoción mariana. Pero es preciso, sobre todo, que el
culto mariano "esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano" que
encuentran en la biblia su inspirada elaboración. Los frutos de la aplicación de esta
orientación son evidentes: los fieles, al rezar a María, se sentirán iluminados por la luz
de la palabra divina y estimulados a comportarse según las enseñanzas de la Sabiduría
divina, encarnada en el seno de la Virgen María, abandonando elementos puramente
anecdóticos y numinosos en la piedad mariana, para afirmar los contenidos centrales y
poner su vida cristiana en relación con ellos.
B. Orientación litúrgica
Por ello, la oración litúrgica debe cumplir una función educativa de la devoción popular.
Hay dos prácticas marianas populares que se prestan mejor a dejarse impregnarse del
espíritu litúrgico: se trata del "Angelus" y del rezo del Santo Rosario, MC 40-45. Las
dos prácticas marianas se muestran eficaces y saludables también la actualidad por su
inspiración cristológica y bíblica.
C. Orientación Ecuménica
Si ya en Concilio Vaticano II aconseja a los fieles que en el culto a María eviten todo lo
que pueda crear malentendidos con los hermanos separados, L.G. nº 67, la
exhortación de Paulo VI, después de inculcar este consejo: "Por su carácter eclesial, en
el culto a la Virgen se reflejan las preocupaciones de la Iglesia misma, entre las cuales
sobresale en nuestros días el anhelo por el restablecimiento de la unidad de los
cristianos. La piedad hacia la Madre del Señor se hace así sensible a las inquietudes y a
las finalidades del movimiento ecuménico, es decir, adquiere ella misma una impronta
ecuménica. Y esto por varios motivos.
En primer lugar porque los fieles católicos se unen a los hermanos de las Iglesias
ortodoxas, entre las cuales la devoción a la Virgen reviste formas de alto lirismo y de
profunda doctrina al venerar con particular amor a la gloriosa Theotokos y al aclamarla
«Esperanza de los cristianos»; se unen a los anglicanos, cuyos teólogos clásicos
pusieron ya de relieve la sólida base escriturística del culto a la Madre de nuestro
Señor, y cuyos teólogos contemporáneos subrayan mayormente la importancia del
puesto que ocupa María en la vida cristiana; se unen también a los hermanos de las
Iglesias de la Reforma, dentro de las cuales florece vigorosamente el amor por las
Sagradas Escrituras, glorificando a Dios con las mismas palabras de la Virgen, Lc 1,
46-55.
En segundo lugar, porque la piedad hacia la Madre de Cristo y de los cristianos es para
los católicos ocasión natural y frecuente para pedirle que interceda ante su Hijo por la
unión de todos los bautizados en un solo pueblo de Dios. Más aún, porque es voluntad
de la Iglesia católica que en dicho culto, sin que por ello sea atenuado su carácter
singular, se evite con cuidado toda clase de exageraciones que puedan inducir a error
a los demás hermanos cristianos acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia católica
y se haga desaparecer toda manifestación cultual contraria a la recta práctica católica.
Reconocer estos puntos positivos no supone que haya que cerrar los ojos a las
divergencias que todavía nos separan, especialmente en lo que atañe a "la función de
María en la obra de la salvación", en el Decreto sobre el Ecumenismo,"Unitatis
Redintegratio", nº 20. Sin embargo, la MC de Paulo VI confía que estos obstáculos no
sean insuperables: "como el mismo poder del Altísimo que cubrió con su sombra a la
Virgen de Nazaret, Lc 1, 35, actúa en el actual movimiento ecuménico y lo fecunda,
deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración a la humilde Esclava del
Señor, en la que el Omnipotente obró maravillas, Lc 1, 49, será, aunque lentamente,
no obstáculo sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en
Cristo" MC 33.
D. Orientación antropológica
Una renovación eficaz del culto mariano no puede prescindir de las adquisiciones
seguras y comprobadas de las ciencias humanas. En particular, ha de tomar en
consideración la difusa mentalidad moderna que pone al hombre y a la mujer en el
mismo plano de la vida familiar, en la acción política y en el campo social y cultural. Un
cierto tipo de devoción se limitaba a presentar a María como modelo sólo por su vida
retiro, oración, otro cierto tipo de devoción se limitaba a presentar a María como
modelo sólo por su humildad y pobreza. Paulo VI en MC hace observar que María es
modelo no ya por el tipo de vida que llevó, sino porque en su situación concreta "se
adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios", MC 35.
Es normal que los creyentes hayan expresado siempre sus sentimientos de devoción a
la Virgen María "según las categorías y los modos expresivos de su época" MC 36. Pero
la devoción no está, de suyo, ligada a los pequeños esquemas representativos y a las
concepciones antropológicas de una determinada época cultural; por eso sus
expresiones concretas tienen que estar sometidas a una iluminada evolución. Si se
compara la imagen de la Virgen María con las concepciones antropológicas y los
contenidos culturales que condicionan a la mentalidad religiosa de hoy, será fácil ver, a
la luz del Espíritu, cómo María se presenta verdaderamente como "espejo de esperanza
de los hombres de nuestro tiempo" MC, 37.
Por tanto a la Virgen María, como a los santos, no se les adora, sino que se les venera
con santa y sana devoción.
El culto a la Virgen María es especial por la significación y relación que tiene como
Madre de Dios con su Hijo Jesucristo. Ella es la intercesora más cercana y principal
ante su Hijo Redentor y ante Dios Padre, en orden a nuestra redención y salvación. La
fórmula ideal que resume y condensa el pensamiento católico sobre la devoción a la
Virgen María es ésta: "A Jesús por María". O sea, María es el camino recto y seguro
para llegar a Jesús, así como Jesús es el camino único que nos lleva a Dios Padre, Jn
14, 6. Por eso la devoción a María no aparta ni debe de apartar a nadie de la adoración
que todos debemos a sólo Dios, ni disminuye ni amortigua nuestros sentimientos hacia
Dios, antes al contrario los purifica y los endereza al verdadero Dios porque después
de Jesús nadie ha amado tan profunda y santamente a Dios como la santísima Virgen
María.