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Tratado de Mariología

-1° Parte: Constitución Dogmática Lumen Gentium

P. Ignacio Garro, S.J.


SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

1. INTRODUCCIÓN GENERAL
      

Para un estudio profundo de la Mariología tenemos la obligación académica de


profundizar el Capítulo VIII de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia,
"Lumen Gentium", en la que nos habla explícita y expresamente de la
Santísima Virgen María, Madre de Dios en la participación en el misterio de
Cristo y de la Iglesia. Es obligatorio leer y estudiar estos 17 números para
entender bien todo el tratado de Mariología. Con esta breve orientación y con
la lectura profunda de este Capítulo VIII comenzamos nuestro estudio de la
Mariología.

2. LUMEN GENTIUM - Capítulo VIII (Nº 52 - 69)

La Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de


Cristo y de la Iglesia.

I. Introducción
52. La Bienaventurada Virgen María en el misterio de Cristo
El benignísimo y sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la
redención del mundo:  "Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su
Hijo hecho de Mujer... para que recibiésemos la adopción de hijos" Gal 4, 4. "El
cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos,
y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen". Este misterio divino
de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó
como su Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión
con todos sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de
la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo."

53. La Bienaventurada Virgen y la Iglesia


En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al
Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y trajo la Vida al mundo, es
reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de
un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida
con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con la suma prerrogativa y
dignidad de ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre
y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede,
con mucho, a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo está
unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que necesitan ser salvados;
más aún: es verdaderamente madre de los miembros (de Cristo)... por haber
cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son
miembros de aquella Cabeza". Por eso también es saludada como miembro
sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo
eminentísimos en la fe y caridad y a quien la Iglesia Católica, enseñada por el
Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.

54. Intención del Concilio


Por eso, el Sacrosanto Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la
cual el Divino Redentor realiza la salvación, quiere explicar cuidadosamente
tanto la función de la Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo
Encarnado y del Cuerpo Místico, como los deberes de los hombres redimidos
hacia la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial
de los fieles, sin que tenga la intención de proponer una completa doctrina de
María, ni tampoco dirimir las cuestiones no aclaradas totalmente por el estudio
de los teólogos. Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen
libremente en las escuelas católicas sobre Aquella que en la Santa Iglesia
ocupa después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros.

II. Oficio de la Bienaventurada Virgen en la economía de la Salvación

55. La Madre del Mesías en el Antiguo Testamento


La Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable
Tradición, muestran en forma cada vez más clara el oficio de la Madre del
Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los
ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en
la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos
primeros documentos, tal como son leídos en la Iglesia y son entendidos a la
luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad
iluminan la figura de la mujer Madre del Redentor. Ella misma, es esbozada
bajo esta luz proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada
a nuestros primeros padres, caídos en pecado (cfr. Gen., 3, 15). Así también,
ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será
Emmanuel (Cf. Is., 7, 14; Miq., 5, 2-3; Mt., 1, 22-23). Ella misma sobresale
entre los humildes y pobres del Señor, que de El con confianza esperan y
reciben la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de
la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva
Economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para
librar al hombre del pecado mediante los misterios de su carne.

56. María en la Anunciación


El Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la
aceptación de parte de la madre predestinada, para que así como la mujer
contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Lo cual vale en
forma eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la Vida misma que
renueva todas las cosas, y que fue enriquecida por Dios con dones
correspondientes a tan gran oficio. Por eso no es extraño que entre los Santos
Padres fuera común llamar a la Madre de Dios la toda santa e inmune de toda
mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva
criatura. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con
esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por
el ángel por mandato de Dios como "llena de gracia" (cfr. Lc., 1, 28), y ella
responde al enviado celestial: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra" (Lc., 1, 38). Así María, hija de Adán, aceptando la palabra
divina, fue hecha Madre de Jesús y abrazando la voluntad salvífica de Dios, con
generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró
totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su
Hijo, sirviendo bajo El y con El, por la gracia de Dios omnipotente, al misterio
de la Redención. Con razón, pues, los Santos Padres consideran a María, no
como un mero instrumento pasivo en las manos de Dios, sino como
cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Porque ella,
como dice San Ireneo, "obedeciendo fue causa de su salvación propia y de la
de todo el género humano". Por eso no pocos Padres antiguos en su
predicación, gustosamente afirman con él: "El nudo de la desobediencia de Eva
fue desatado por la obediencia de María: lo que ató la virgen Eva por la
incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe"; y comparándola con Eva,
llaman a María "Madre de los vivientes", y afirman con mucha frecuencia: "la
muerte vino por Eva, por María la vida". 

57. La Bienaventurada Virgen y el Niño Jesús


La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta
desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en
primer término, cuando María se dirige presurosa a visitar a Isabel, es
saludada por ella como bienaventurada a causa de su fe en la salvación
prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc 1, 41-43) en el seno de su
madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría muestra a
los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir
consagró su integridad virginal. Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo
presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo
sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre,
para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cfr. Lc 2,
34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el
templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su
respuesta. Pero su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas
cosas (cfr. Lc 2, 41-51).

58. La Bienaventurada Virgen en el Ministerio público de Jesús


En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al
principio durante las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia,
consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cfr.
Jn 2, 1-11). En el decurso de la predicación de su Hijo acogió las palabras con
las que (cfr. Lc 2, 19 y 51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y
vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y
observaban la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cfr. Mc 3, 35 par.;
Lc 11, 27-28). Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la
peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz,
en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cfr. Jn 19, 25), sufrió
profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su
sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima concebida por
Ella misma, y finalmente, fue dada como Madre al discípulo por el mismo
Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: "Mujer, he ahí a tu
hijo!" (cfr. Jn 19, 26-27).

59. La Bienaventurada Virgen después de la Ascensión


Queriendo Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la
salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a
los Apóstoles antes del día de Pentecostés "perseverar unánimemente en la
oración, con las mujeres y María, la Madre de Jesús, y los hermanos de
El" (Hech 1, 14), y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu
Santo, el cual ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación.
Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de
culpa original, terminado el curso de su vida terrena, en alma y en cuerpo fue
asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo,
para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan
(Apoc 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte.

III. La Bienaventurada Virgen y la Iglesia


60. María, esclava del Señor, en la obra de la Redención y de la santificación.
Uno solo es nuestro Mediador según la palabra del Apóstol: "Porque uno
es Dios y uno el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús,
que se entregó a Sí mismo como precio de rescate por todos" (1 Tim 2, 5-6).
Pero la función maternal de María hacia los hombres de ninguna manera
oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra
su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en
favor de los hombres, no nace de ninguna necesidad, sino del divino
beneplácito y brota de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya
en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su
eficacia, y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con
Cristo.

61. Maternidad espiritual


La Bienaventurada Virgen, predestinada desde toda la eternidad como
Madre de Dios junto con la Encarnación del Verbo divino por designio de la
Divina Providencia, fue en la tierra la benéfica Madre del Divino Redentor y en
forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde
esclava del Señor.
Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en
el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz,
cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la
encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por
tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.

62. Mediadora
Y esta maternidad de María perdura si cesar en la economía de la gracia,
desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo
mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de
todos los elegidos. Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador,
sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la
eterna salvación. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que
peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado
hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en
la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro,
Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni
agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.
Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo
Encarnado, nuestro Redentor; pero así como del sacerdocio de Cristo
participan de varias maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así
como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las
criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que
suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente
única.
La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo
experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los fieles, para que,
apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y
Salvador.
63. María, como Virgen y Madre, tipo de Iglesia
La Bienaventurada Virgen, por el don y el oficio de la maternidad divina,
con que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está
unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia,
como ya enseñaba San Ambrosio; a saber: en el orden de la fe, de la caridad y
de la perfecta unión con Cristo. Porque en el misterio de la Iglesia, que con
razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la
precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de
la madre; pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo
del Padre, y esto sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo, como una
nueva Eva, prestando fe sin sombra de duda, no a la antigua serpiente, sino al
mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito
entre muchos hermanos (Rom 8, 29); a saber: los fieles, a cuya generación y
educación coopera con materno amor.

64. Fecundidad de la Virgen y de la Iglesia


Ahora bien: la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su
caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es madre,
por la palabra de Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el
bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el
Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e
íntegramente la fidelidad prometida al Esposo e imitando a la Madre de su
Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la
sólida esperanza, la sincera caridad.

65. Virtudes de María que han de ser imitadas por la Iglesia


          Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección,
por la que se presenta sin mancha ni arruga, (cfr. Ef 5, 27), los fieles, en
cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado: y por
eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los
elegidos como modelo de virtudes. La Iglesia, reflexionando piadosamente
sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de
veneración entra más profundamente en el altísimo misterio de la Encarnación
y se asemeja más y más a su Esposo. Porque María, que habiendo participado
íntimamente en la historia de la Salvación, en cierta manera une en sí y refleja
las más grandes verdades de la fe, al ser predicada y honrada, atrae a los
creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre. La
Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su
excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad,
buscando y siguiendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual,
también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que
engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen
precisamente, para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones
de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el
que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la
Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.
IV. Culto de la Bienaventurada Virgen María en la Iglesia

66. Naturaleza y fundamento del culto


María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por
encima de todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima
Madre de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, con razón es
honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más
antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de "Madre de Dios",
a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus
súplicas. Especialmente desde el Concilio de Efeso, el culto del pueblo de Dios
hacia María creció admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación
e imitación, según las palabras proféticas de ella misma: "Me llamarán
bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el
Poderoso" (Lc 1, 48). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia aunque
es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración, que se da al
Verbo Encarnado lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo promueve
poderosamente. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios,
que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa,
según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser
de los fieles, hacen que mientras se honra a la Madre, el Hijo, “en quien fueron
creadas todas las cosas” (cfr. Col 1, 15-16) y en quien "tuvo a bien el Padre
que morase toda la plenitud" (Col., 1, 19), sea debidamente conocido, amado,
glorificado y sean cumplidos sus mandamientos.

67. Espíritu de la predicación y del culto


El Sacrosanto Sínodo enseña deliberadamente esta doctrina católica y exhorta
al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente
el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también
estimen mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella, recomendados
en el curso de los siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente
aquellas cosas que en los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto
de las imágenes de Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los santos.
Asimismo exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la
divina palabra que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración
como también de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular
dignidad de la Madre de Dios. Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de
los Santos Padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección
del Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada
Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y
piedad. Aparten con diligencia todo aquello que, sea de palabra, sea de obra,
pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca
de la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden, por su parte, los fieles que
la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en
vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos lleva a
reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos excita a un amor filial hacia
nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.
V. María, signo de esperanza cierta y consuelo para el pueblo de Dios
peregrinante

68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en


los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser
consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del
Señor (cfr. 2 Ptr 3, 10), brilla ante el pueblo de Dios peregrinante, como signo
de esperanza segura y de consuelo.

69. Ofrece gran gozo y consuelo a este Sacrosanto Sínodo el hecho de que


tampoco falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a
la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los Orientales, que van a
una con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la
siempre Virgen Madre de Dios[195]. Ofrezcan todos los fieles súplicas
insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que
estuvo presente a las primeras oraciones de la Iglesia, ensalzada ahora en el
cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos
los santos, interceda también ante su Hijo para que las familias de todos los
pueblos, tanto los que se honran con el nombre cristiano, como los que aún
ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un
solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad.

Todas y cada una de las cosas establecidas en esta Constitución


dogmática fueron del agrado de los Padres. Y Nos, con la potestad Apostólica
conferida por Cristo, juntamente con los Venerables Padres, en el Espíritu
Santo, las aprobamos, decretamos y establecemos y mandamos que,
decretadas sinodalmente, sean promulgados para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, día 21 de Noviembre de 1964.

Yo PAULO VI, Obispo de la Iglesia Católica.


- 2° Parte: Problemática

P. Ignacio Garro, S.J.


SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

3. EXCESOS Y DEFECTOS. POSTURA MEDIA

A través de la investigación teológica, acerca del misterio de la Virgen María, puede


presentarse bajo aspectos diversos y complementarios.

Hay teólogos quienes describen la figura de María proyectando inmediatamente sobre


ella la luz que procede de Cristo. Estos teólogos construyen una "mariología
cristológica", cuyo principio fundamental es la maternidad divina de María. Unida a
Cristo indisolublemente en el acto divino que la eligió para ser Madre de Dios, queda
integrada en el orden hipostático y, por lo mismo, en posesión de todos los privilegios
que de él se derivan: concepción inmaculada de María, virginidad perpetua,
cooperación activa en la obra de la salvación, Asunción en cuerpo y alma a los cielos,
mediación universal de todas las gracias. En esta mariología cristológica es María, en
cierto modo, trascendente a la Iglesia y se comprende fácilmente que pueda llamarse
con justo título madre nuestra; no sólo de todos y cada uno de los creyentes, sino de
la Iglesia misma.
         
Otro grupo de teólogos organizan la reflexión teológica sobre María tomando como
principio fundamental el hecho de que María es el tipo y el modelo ejemplar de la
Iglesia, es la llamada "mariología eclesiológica". En esta mariología, en la que
María sería totalmente inmanente a la Iglesia, ella es el prototipo de la Iglesia (nueva
humanidad), que acepta la encarnación del Verbo y le presta su carne para hacerse
hombre (maternidad divina).

A semejanza de María, la Iglesia, es Madre-Virgen; es inmaculada, "sin mancha ni


arruga", Efes 5, 7, libre de todo pecado, incluso del original; como la Iglesia es
concebida sin pecado en el bautismo; en su asunción a los cielos, es decir, es el
prototipo de la plenitud escatológica de la Iglesia, Finalmente con su libre aceptación
de la encarnación y de la cruz, es la que recibe en sí los frutos de la redención de su
Hijo divino, no sólo a nivel individual sino también colectivo, pues con su "sí" se hace
se hacía como depositaria de todas las gracias salvíficas de la redención que habían de
depositarse en la Iglesia.

Estas dos tendencia mariológicas: la cristológica y la eclesiológica se enfrentaron en


ocasiones en las asambleas de las sesiones del Concilio Vaticano II. Sin embargo el
Vaticano II no quiso  pronunciarse por ninguna de ellas en exclusiva, pues ambas
cuentan con una larga tradición en la Teología Católica. Al final del Concilio Vaticano II
se demostró que más que un enfrentamiento entre ambas posturas lo que había que
procurar era integrar los valores positivos de una y otra tendencia para así hallar una
mariología más completa.
Por el lado contrario, y por ser una realidad teológica tenemos que conocer qué dice la
crítica dura y fuerte de los teólogos Reformadores protestantes. Según ellos la
Mariología católica está sobredimensionada, no tiene justificación suficiente en la
revelación bíblica (palabra de Dios) y ellos afirman que: "se tiene la impresión de que
la mariología se sale de la religión bíblica y de la religión cristiana para entrar en el
mundo de la especulación, de las analogías o alegorías de todo tipo, como si la
mariología se dirigiera hacia una especie de cristianismo muy apoyado en
supersticiones populares: apariciones, milagros, etc, que hunden sus raíces en el suelo
de las creencias paganas". Y finalizan: "Nosotros estamos convencidos de que esta
forma de mariología constituye una trampa mortal para la fe evangélica". R. Mehl, en
"Le Catholicisme romain", Neuhatel, 1958. Aquí tenemos una serie de opiniones de los
Reformadores que en nuestra opinión acusan poca estima por el papel principal de la
Virgen María.
Una vez más la solución está en un término medio y es en el acontecimiento eclesial
del Concilio Vaticano II (1962-1965), donde se dan las bases para una nueva
investigación de la mariología, en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia: "Lumen
Gentium" en el Capítulo VIII, dedicado exclusivamente a la Bienaventurada Virgen
María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, números 52 al 69 (ver y
leer el texto); en ellos se estudian los textos bíblicos sobre ella y nos dan la base para
conocerla mejor y fomentar la piedad del pueblo cristiano. También "presenta una
amplia síntesis de la doctrina católica sobre el puesto de María en el misterio de Cristo
y de la Iglesia", porque adopta una postura nueva en el campo de la investigación
mariológica y del culto a la Virgen María. Teniendo en cuenta la investigaciones más
equilibradas de los teólogos católicos y sin ignorar las críticas de los teólogos y
reformadores protestantes, el Concilio presta particular atención a las aportaciones
positivas de los movimientos más vitales de la Iglesia Católica, en ese momento
(movimiento bíblico, patrístico, litúrgico, eclesiológico, ecuménico) y opta por una
profundización de los datos de la fe acerca de la Virgen María y lo hace por medio de
una exposición positiva sin afán de intención polémica.
Así tras una laborioso trabajo, los padres conciliares ofrecieron a los fieles y, sobre
todo, a los teólogos y a los pastores, una base segura para una recta comprensión y
presentación del misterio de Maria. En este Capítulo VIII de la "Lumen Gentium", se
permite precisar las dimensiones esenciales de la mariología conciliar. Posteriormente
el Papa Pablo VI, en su Exhortación Apostólica: "Marialis Cultus", (2 de Febrero
1974), en la Parte Segunda, en la Sección 2ª, expone cuatro orientaciones para el
culto a la Virgen María ha de tener una fundamentación: bíblica, litúrgica, ecuménica y
antropológica. Y dice así:

"A las anteriores indicaciones, que surgen de considerar las relaciones de la Virgen
María con Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- y con la Iglesia, queremos añadir,
siguiendo la línea trazada por las enseñanzas conciliares, algunas orientaciones -de
carácter bíblico, litúrgico, ecuménico, antropológico- a tener en cuenta a la hora de
revisar o crear ejercicios y prácticas de piedad, con el fin de hacer más vivo y más
sentido el lazo que nos une a la Madre de Cristo y Madre nuestro en la Comunión de
los Santos.

La necesidad de una impronta bíblica en toda forma de culto es sentida hoy día como
un postulado general de la piedad cristiana. El progreso de los estudios bíblicos, la
creciente difusión de la Sagrada Escritura y, sobre todo, el ejemplo de la tradición y la
moción íntima del Espíritu orientan a los cristianos de nuestro tiempo a servirse cada
vez más de la Biblia como del libro fundamental de oración y a buscar en ella
inspiración genuina y modelos insuperables. El culto a la Santísima Virgen no puede
quedar fuera de esta dirección tomada por la piedad cristiana; al contrario debe
inspirarse particularmente en ella para lograr nuevo vigor y ayuda segura. La Biblia, al
proponer de modo admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres, está
toda ella impregnada del misterio del Salvador, y contiene además, desde el Génesis
hasta el Apocalipsis, referencias indudables a Aquella que fue Madre y Asociada del
Salvador. Pero no quisiéramos que la impronta bíblica se limitase a un diligente uso de
textos y símbolos sabiamente sacados de las Sagradas Escrituras; comporta mucho
más; requiere, en efecto, que de la Biblia tomen sus términos y su inspiración las
fórmulas de oración y las composiciones destinadas al canto; y exige, sobre todo, que
el culto a la Virgen esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin
de que, al mismo tiempo que los fieles veneran la Sede de la Sabiduría sean también
iluminados por la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los dictados de la
Sabiduría encarnada.

Ya hemos hablado de la veneración que la Iglesia siente por la Madre de Dios en la


celebración de la sagrada Liturgia. Ahora, tratando de las demás formas de culto y de
los criterios en que se deben inspirar, no podemos menos de recordar la norma de la
Constitución Sacrosanctum Concilium, la cual, al recomendar vivamente los piadosos
ejercicios del pueblo cristiano, añade: «…es necesario que tales ejercicios, teniendo en
cuenta los tiempos litúrgicos, se ordenen de manera que estén en armonía con la
sagrada Liturgia; se inspiren de algún modo en ella, y, dada su naturaleza superior,
conduzcan a ella al pueblo cristiano». Norma sabia, norma clara, cuya aplicación, sin
embargo, no se presenta fácil, sobre todo en el campo del culto a la Virgen, tan
variado en sus expresiones formales: requiere, efectivamente, por parte de los
responsables de las comunidades locales, esfuerzo, tacto pastoral, constancia; y por
parte de los fieles, prontitud en acoger orientaciones y propuestas que, emanando de
la genuina naturaleza del culto cristiano, comportan a veces el cambio de usos
inveterados, en los que de algún modo se había oscurecido aquella naturaleza.

A este respecto queremos aludir a dos actitudes que podrían hacer vana, en la práctica
pastoral, la norma del Concilio Vaticano II: en primer lugar, la actitud de algunos que
tienen cura de almas y que despreciando a priori los ejercicios piadosos, que en las
formas debidas son recomendados por el Magisterio, los abandonan y crean un vacío
que no prevén colmar; olvidan que el Concilio ha dicho que hay que armonizar los
ejercicios piadosos con la liturgia, no suprimirlos. En segundo lugar, la actitud de otros
que, al margen de un sano criterio litúrgico y pastoral, unen al mismo tiempo ejercicios
piadosos y actos litúrgicos en celebraciones híbridas. A veces ocurre que dentro de la
misma celebración del sacrifico Eucarístico se introducen elementos propios de
novenas u otras prácticas piadosas, con el peligro de que el Memorial del Señor no
constituya el momento culminante del encuentro de la comunidad cristiana, sino como
una ocasión para cualquier práctica devocional. A cuantos obran así quisiéramos
recordar que la norma conciliar prescribe armonizar los ejercicios piadoso con la
Liturgia, no confundirlos con ella. Una clara acción pastoral debe, por una parte,
distinguir y subrayar la naturaleza propia de los actos litúrgicos; por otra, valorar los
ejercicios piadosos para adaptarlos a las necesidades de cada comunidad eclesial y
hacerlos auxiliares válidos de la Liturgia.

Por su carácter eclesial, en el culto a la Virgen se reflejan las preocupaciones de la


Iglesia misma, entre las cuales sobresale en nuestros días el anhelo por el
restablecimiento de la unidad de los cristianos. La piedad hacia la Madre del Señor se
hace así sensible a las inquietudes y a las finalidades del movimiento ecuménico, es
decir, adquiere ella misma una impronta ecuménica. Y esto por varios motivos.

En primer lugar porque los fieles católicos se unen a los hermanos de las Iglesias
ortodoxas, entre las cuales la devoción a la Virgen reviste formas de alto lirismo y de
profunda doctrina al venerar con particular amor a la gloriosa Theotokos y al aclamarla
«Esperanza de los cristianos»; se unen a los anglicanos, cuyos teólogos clásicos
pusieron ya de relieve la sólida base escriturística del culto a la Madre de nuestro
Señor, y cuyos teólogos contemporáneos subrayan mayormente la importancia del
puesto que ocupa María en la vida cristiana; se unen también a los hermanos de las
Iglesias de la Reforma, dentro de las cuales florece vigorosamente el amor por las
Sagradas Escrituras, glorificando a Dios con las mismas palabras de la Virgen, Lc 1,
46-55.

En segundo lugar, porque la piedad hacia la Madre de Cristo y de los cristianos es para
los católicos ocasión natural y frecuente para pedirle que interceda ante su Hijo por la
unión de todos los bautizados en un solo pueblo de Dios. Más aún, porque es voluntad
de la Iglesia católica que en dicho culto, sin que por ello sea atenuado su carácter
singular, se evite con cuidado toda clase de exageraciones que puedan inducir a error
a los demás hermanos cristianos acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia católica
y se haga desaparecer toda manifestación cultual contraria a la recta práctica católica.

Finalmente, siendo connatural al genuino culto a la Virgen el que «mientras es honrada


la Madre (…), el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado», este culto se
convierte en camino a Cristo, fuente y centro de la comunión eclesiástica, en la cual
cuantos confiesan abiertamente que Él es Dios y Señor, Salvador y único Mediador, 1
Tim 2, 5, están llamados a ser una sola cosa entre sí, con El y con el Padre en la
unidad del Espíritu Santo.

Somos conscientes de que existen no leves discordias entre el pensamiento de muchos


hermanos de otras Iglesias y comunidades eclesiales y la doctrina católica «en torno a
la función de María en la obra de la salvación» y, por tanto, sobre el culto que le es
debido. Sin embargo, como el mismo poder del Altísimo que cubrió con su sombra a la
Virgen de Nazaret, Lc 1, 35, actúa en el actual movimiento ecuménico y lo fecunda,
deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración a la humilde Esclava del
Señor, en la que el Omnipotente obró maravillas, Lc 1, 49, será, aunque lentamente,
no obstáculo sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en
Cristo. Nos alegramos, en efecto, de comprobar que una mejor comprensión del
puesto de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, por parte también de los
hermanos separados, hace más fácil el camino hacia el encuentro. Así como en Caná la
Virgen, con su intervención, obtuvo que Jesús hiciese el primero de sus milagros, Jn 2,
1-12, así en nuestro tiempo podrá Ella hacer propicio, con su intercesión, el
advenimiento de la hora en que los discípulos de Cristo volverán a encontrar la plena
comunión en la fe. Y esta nueva esperanza halla consuelo en la observación de nuestro
predecesor León XIII: la causa de la unión de los cristianos «pertenece
específicamente al oficio de la maternidad espiritual de María. Pues los que son de
Cristo no fueron engendrados ni podían serlo sino en una única fe y un único amor:
porque, « ¿está acaso dividido Cristo? », 1 Cor 1, 13; y debemos vivir todos juntos la
vida de Cristo, para poder fructificar en un solo y mismo cuerpo, Rom 7, 14».

En el culto a la Virgen merecen también atenta consideración las adquisiciones seguras


y comprobadas de las ciencias humanas; esto ayudará efectivamente a eliminar una de
las causas de la inquietud que se advierte en el campo del culto a la Madre del Señor:
es decir, la diversidad entre algunas cosas de su contenido y las actuales concepciones
antropológicas y la realidad psicosociológica, profundamente cambiada, en que viven y
actúan los hombres de nuestro tiempo. Se observa, en efecto, que es difícil encuadrar
la imagen de la Virgen, tal como es presentada por cierta literatura devocional, en las
condiciones de vida de la sociedad contemporánea y en particular de las condiciones
de la mujer, bien sea en el ambiente doméstico, donde las leyes y la evolución de las
costumbres tienden justamente a reconocerle la igualdad y la corresponsabilidad con el
hombre en la dirección de la vida familiar; bien sea en el campo político, donde ella ha
conquistado en muchos países un poder de intervención en la sociedad igual al
hombre; bien sea en el campo social, donde desarrolla su actividad en los más
distintos sectores operativos, dejando cada día más el estrecho ambiente del hogar; lo
mismo que en el campo cultural, donde se le ofrecen nuevas posibilidades de
investigación científica y de éxito intelectual.

Deriva de ahí para algunos una cierta falta de afecto hacia el culto a la Virgen y una
cierta dificultad en tomar a María como modelo, porque los horizontes de su vida -se
dice- resultan estrechos en comparación con las amplias zonas de actividad en que el
hombre contemporáneo está llamado a actuar. En este sentido, mientras exhortamos a
los teólogos, a los responsables de las comunidades cristianas y a los mismos fieles a
dedicar la debida atención a tales problemas, nos parece útil ofrecer Nos mismo una
contribución a su solución, haciendo algunas observaciones.

Ante todo, la Virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los
fieles no precisamente por el tipo de vida que ella llevó y, tanto menos, por el
ambiente socio-cultural en que se desarrolló, hoy día superado casi en todas partes,
sino porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y
responsablemente a la voluntad de Dios, Lc 1, 38; porque acogió la palabra y la puso
en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de
servicio: porque, es decir, fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual
tiene valor universal y permanente.

En segundo lugar quisiéramos notar que las dificultades a que hemos aludido están en
estrecha conexión con algunas connotaciones de la imagen popular y literaria de María,
no con su imagen evangélica ni con los datos doctrinales determinados en el lento y
serio trabajo de hacer explícita la palabra revelada; al contrario, se debe considerar
normal que las generaciones cristianas que se han ido sucediendo en marcos socio-
culturales diversos, al contemplar la figura y la misión de María -como Mujer nueva y
perfecta cristiana que resume en sí misma las situaciones más características de la
vida femenina porque es Virgen, Esposa, Madre-, hayan considerado a la Madre de
Jesús como «modelo eximio» de la condición femenina y ejemplar «limpidísimo» de
vida evangélica, y hayan plasmado estos sentimientos según las categorías y los
modos expresivos propios de la época. La Iglesia, cuando considera la larga historia de
la piedad mariana, se alegra comprobando la continuidad del hecho cultual, pero no se
vincula a los esquemas representativos de las varias épocas culturales ni a las
particulares concepciones antropológicas subyacentes, y comprende como algunas
expresiones de culto, perfectamente válidas en sí mismas, son menos aptas para los
hombres pertenecientes a épocas y civilizaciones distintas.
Deseamos en fin, subrayar que nuestra época, como las precedentes, está llamada a
verificar su propio conocimiento de la realidad con la palabra de Dios y, para limitarnos
al caso que nos ocupa, a confrontar sus concepciones antropológicas y los problemas
que derivan de ellas con la figura de la Virgen tal cual nos es presentada por el
Evangelio. La lectura de las Sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu
Santo y teniendo presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas
situaciones del mundo contemporáneo, llevará a descubrir como María puede ser
tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo. De este
modo, por poner algún ejemplo, la mujer contemporánea, deseosa de participar con
poder de decisión en las elecciones de la comunidad, contemplará con íntima alegría a
María que, puesta a diálogo con Dios, da su consentimiento activo y responsable no a
la solución de un problema contingente sino a la «obra de los siglos» como se ha
llamado justamente a la Encarnación del Verbo; se dará cuenta de que la opción del
estado virginal por parte de María, que en el designio de Dios la disponía al misterio de
la Encarnación, no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado
matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse
totalmente al amor de Dios; comprobará con gozosa sorpresa que María de Nazaret,
aún habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo del todo distinto de una
mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante, antes bien fue mujer que no
dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y derriba
sus tronos a los poderosos del mundo, Lc 1, 51-53; reconocerá en María, que
«sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, una mujer fuerte que conoció la
pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio, Mt 2, 13-23: situaciones todas estas que
no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las
energías liberadoras del hombre y de la sociedad; y no se le presentará María como
una madre celosamente replegada sobre su propio Hijo divino, sino como mujer que
con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo, Jn 2, 1-12, y cuya
función maternal se dilató, asumiendo sobre el calvario dimensiones universales. Son
ejemplos. Sin embargo, aparece claro en ellos cómo la figura de la Virgen no defrauda
esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece el modelo
perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero
peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al
oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del
amor que edifica a Cristo en los corazones.

Después de haber ofrecido estas directrices, ordenadas a favorecer el desarrollo


armónico del culto a la Madre del Señor, creemos oportuno llamar la atención sobre
algunas actitudes cultuales erróneas. El Concilio Vaticano II ha denunciado ya de
manera autorizada, sea la exageración de contenidos o de formas que llegan a falsear
la doctrina, sea la estrechez de mente que oscurece la figura y la misión de María; ha
denunciado también algunas devociones cultuales: la vana credulidad que sustituye el
empeño serio con la fácil aplicación a prácticas externas solamente; el estéril y
pasajero movimiento del sentimiento, tan ajeno al estilo del Evangelio que exige obras
perseverantes y activas. Nos renovamos esta deploración: no están en armonía con la
fe católica y por consiguiente no deben subsistir en el culto católico. La defensa
vigilante contra estos errores y desviaciones hará más vigoroso y genuino el culto a la
Virgen: sólido en su fundamento, por el cual el estudio de las fuentes reveladas y la
atención a los documentos del Magisterio prevalecerán sobre la desmedida búsqueda
de novedades o de hechos extraordinarios; objetivo en el encuadramiento histórico,
por lo cual deberá ser eliminado todo aquello que es manifiestamente legendario o
falso; adaptado al contenido doctrinal, de ahí la necesidad de evitar presentaciones
unilaterales de la figura de María que insistiendo excesivamente sobre un elemento
comprometen el conjunto de la imagen evangélica, límpido en sus motivaciones, por lo
cual se tendrá cuidadosamente lejos del santuario todo mezquino interés.

Finalmente, por si fuese necesario, quisiéramos recalcar que la finalidad última del
culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos
en un vida absolutamente conforme a su voluntad. Los hijos de la Iglesia, en efecto,
cuando uniendo sus voces a la voz de la mujer anónima del Evangelio, glorifican a la
Madre de Jesús, exclamando, vueltos hacia El: «Dichoso el vientre que te llevó y los
pechos que te crearon», Lc 11, 27, se verán inducidos a considerar la grave respuesta
del divino Maestro: «Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen», Lc 11, 28. Esta misma respuesta, si es una viva alabanza para la Virgen,
como interpretaron algunos Santos Padres y como lo ha confirmado el Concilio
Vaticano II, suena también para nosotros como una admonición a vivir según los
mandamientos de Dios y es como un eco de otras llamadas del divino Maestro: «No
todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los Cielos; sino el que
hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos», Mt 7, 21, y «Vosotros sois
amigos míos, si hacéis cuanto os mando», Jn 15, 14".

San Juan Pablo II aprobó una carta Apostólica de la Congregación para la Educación
Católica en el 1988, en la que se dan instrucciones acerca de: "La Viren María en la
formación intelectual y espiritual", de todo cristiano, y de una manera especial en los
futuros sacerdotes, en la que se propone otra vez que se estudie en los Seminarios
Diocesanos y en las facultades de Teología la Mariología con fundamentos bíblicos,
eclesiológicos, litúrgicos y antropológicos con las siguientes recomendaciones:   

I. La Virgen María en la formación intelectual y espiritual. La Investigación


mariológica

De los datos expuestos en la primera parte de esta Carta se ve que la mariología está
hoy viva y comprometida en cuestiones importantes en el campo de la doctrina y de la
pastoral. Por eso es necesario que ella, además de atender a los problemas pastorales
que vayan surgiendo, cuide sobre todo el rigor de la investigación, llevada a cabo con
criterios científicos.

También para la mariología sirve la palabra del Concilio: "La sagrada teología se
apoya, como en cimiento perenne, en la Palabra de Dios escrita, junto con la Sagrada
Tradición, y en aquélla se consolida firmemente y se rejuvenece sin cesar, penetrando
a la luz de la fe toda la verdad escondida en el misterio de Cristo" (Dei Verbum, 24). El
estudio de la Sagrada Escritura debe ser, por tanto, como el alma de la mariología (cf.
lb., 24; Optatam totius, 16)

Además es imprescindible para la investigación mariológica el estudio de la Tradición,


ya que, como enseña el Vaticano II, "la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura
forman un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia" (Dei
Verbum, 10). El estudio de la Tradición se manifiesta, por lo demás, particularmente
fecundo por la cualidad y cantidad del patrimonio mariano de los Padres de la Iglesia y
de las diversas liturgias.

La investigación sobre la Sagrada Escritura y sobre la Tradición, llevada a cabo


conforme a las metodologías más fecundas y con los instrumentos más válidos de la
crítica, debe ser guiada por el Magisterio, porque a él se le ha encomendado el
depósito de la Palabra de Dios para su custodia y su auténtica interpretación (cf. ib.,
10); y deberá ser confortada y completada, si es el caso, con las adquisiciones más
seguras de la antropología y de las ciencias humanas.

II. La enseñanza de la mariología

Considerada la importancia de la figura de la Virgen en la historia de la salvación y en


la vida del Pueblo de Dios, y después de las indicaciones del Vaticano II y de los
Sumos Pontífices, no puede pensarse en descuidar hoy la enseñanza de la mariología:
es preciso por tanto darle a esta enseñanza el puesto justo en los seminarios y en las
facultades teológicas. Esta enseñanza, consistente en un "tratamiento sistemático",
será:

a) orgánica, es decir, inserta en el plan de estudios del curso teológico;


b) completa, de manera que la persona de la Virgen sea considerada en la historia
íntegra de la salvación, es decir, en su relación con Dios; con Cristo, Verbo encarnado,
salvador y mediador; con el Espíritu Santo, santificador y dador de vida; con la Iglesia,
sacramento de salvación; con el hombre -sus orígenes y su desarrollo en la vida de la
gracia, su destino de gloria-;
c) respondiendo a los varios tipos de formación (centros de cultura religiosa,
seminarios, facultades teológicas...) y al nivel de los estudiantes: futuros sacerdotes y
maestros de mariología, animadores de la piedad mariana en las diócesis, formadores
de vida religiosa, catequistas, conferenciantes y cuantos tienen el deseo de profundizar
en los conocimientos marianos.

Una enseñanza ordenada de esa forma evitará presentaciones unilaterales de la figura


y de la misión de María, con detrimento de la visión de conjunto de su misterio, y
constituirá un estímulo para investigaciones profundas -por medio de seminarios y
redacción de tesis de licencia o doctorado- sobre las fuentes de la Revelación y sobre
los documentos del Magisterio. Además los distintos profesores, con una oportuna y
fecunda visión interdisciplinar, podrán realizar, en el desarrollo de su enseñanza, los
posibles datos referidos a la Virgen.

Es por tanto necesario que cada uno de los centros de estudios teológicos -según la
propia fisonomía- prevea en la "Ratio studiorum" la enseñanza de la mariología en una
forma definida y con las características indicadas más arriba; y que, en consecuencia,
los profesores de mariología tengan una preparación adecuada.

En este sentido es oportuno recordar que las normas para la aplicación de la


Constitución Apostólica "Sapientia christiana" prevén la licenciatura y el doctorado en
teología con especialización en mariología.

Por eso, el Capítulo VIII de la Lumen Gentium sobre la Virgen María en la Iglesia es
fruto de dos tendencias que existían acerca del papel de la Virgen María. Los
"maximalistas" exaltados que querían para la Virgen María un palacio, al margen del
tratado de la Iglesia, y los "minimalistas" del lado contrario que querían para ella sólo
una habitación dentro del palacio de la Iglesia. Los que se fijaban más en la tradición y
la suponían por encima de la Iglesia, y los que se esforzaban por comprender a la
Virgen desde la Biblia (revelación), colocándola dentro del Misterio de la Iglesia.
Por ello, en dos partes iguales, se dividió el tema de la Virgen en la asamblea conciliar,
dando como fruto de las dos tendencias, una presentación de la Virgen María que
positiva, bella, equilibrada, bíblica, ecuménica y eclesial.

Verdaderamente es difícil escribir con mayor fundamento escriturístico, con más


solidez teológica y con una más devota unción que como se redactó este capítulo VIII
de la Lumen Gentium. En él se pone de relieve el papel incomparable de María en la
historia de la salvación, pero siempre con relación a Jesucristo y a la Iglesia. Nunca al
margen, pues la Virgen María ocupa un puesto central en la historia de la salvación, no
ya en cuanto que es la madre del Señor, sino en cuanto que, con su acción libre, se
hace efectivamente su madre al dar su asentimiento al acto decisivo redentor de Dios.

Hoy día se considera que la mariología ha de tener su punto de arranque en la Historia


de la Salvación y de la Cristología La mariología será cristocéntrica y ha de estar al
servicio de la cristología, pero evitando forzar analogías de María con Cristo para no
convertirse en un duplicado de la cristología. Esto significa un cambio de ruta para
pasar del método deductivo de las tesis que hay que demostrar a un "contacto más
vivo con el Misterio de Cristo y con la historia de la salvación", (Optatam totius, nº 16).
Se trata de poner como fundamento y norma toda la construcción mariológica no en
proposiciones abstractas, sino partiendo de la figura bíblica y concreta de María en su
función y en orden a la salvación y sobre todo su relación con Cristo, centro de toda la
historia y del anuncio del Evangelio.

Desde el punto de vista eclesiológico es preciso insertar a María en la comunidad de los


creyentes que se salvan, teniendo en cuenta no sólo su unión con Cristo, sino también
su diferencia cualitativa y funcional respecto a Cristo. Así al restituir a María a la
comunidad de la Iglesia y a la humanidad se comprenderá mejor su función de madre,
tipo del creyente, modelo del discipulado, en cuanto ella es también miembro de la
comunidad creyente protocristiana y pospascual

Así el Concilio Vat. II al poner a María dentro de la Iglesia, contribuyó a una profunda
renovación de la mariología respecto a los últimos siglos. Ya San Agustín afirma que la
Virgen María no está fuera de la Iglesia, ni sobre la Iglesia, sino como un miembro de
los misma Iglesia, aunque es el más excelente: "Santa es María, bienaventurada es
María, pero es más importante la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María
es una parte de la Iglesia, un miembro santo, excelente, superior a los demás, pero un
miembro de todo el cuerpo. Si es un miembro del cuerpo, sin duda, más importante es
el cuerpo que un miembro del cuerpo".

También para hablar de María, el Conc. Vat. II, tomó una expresión de San Ambrosio,
Obispo de Milán en el Siglo IV, que decía: "María es la figura de la Iglesia". De este
modo se situaba a la Virgen María en el corazón de la Iglesia; María no era un misterio
en sí, aislado del único "misterio de Cristo", sino colocándola como tipo y figura de la
Iglesia confirmaba el lugar que desde hacía siglos le había reconocido la tradición
cristiana y se daban pasos para comprender el papel de María junto a su Hijo
Jesucristo y a la Iglesia que él fundó, así a la vez ayudaba a penetrar más en la
misterio y realidad de la Iglesia.

La reflexión teológica que precedió al Conc. Vat. II insistió en las relaciones de


solidaridad entra la Virgen María y la Iglesia, viendo en María la realización más
perfecta de lo que el cristiano ha de realizar en su existencia. Ello contribuyó a que los
Padres conciliares se decidieran exponer la doctrina mariológica no en un documento
aparte, sino en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia: "Lumen Gentium", en su
capítulo final, el VIII. Así la Virgen María aparece trascendente: es madre de la Iglesia
y a la vez, inmanente: es hermana nuestra, es la sierva humilde y fiel del Señor.

Sin olvidar su superioridad y singularidad, aunque evitando excesos y exageraciones


doctrinales, el Concilio Vaticano II insiste en presentar a María como modelo. Y dice:
"Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción (a María), no consiste en un
sentimentalismo estéril y transitorio, ni en una vana credulidad, sino que procede de la
fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos
impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes". Lumen
Gentium, nº 67.

- 3° Parte: María en la historia de la Salvación

P. Ignacio Garro, S.J.


SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

4. MARÍA EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

 Tras las discusiones sobre el esquema inicial, el Concilio optó por el método de
la Historia de la salvación. De hecho el Capítulo VIII de la Lumen Gentium se
abre con una alusión explícita al plan salvífico de Dios, que se realiza
históricamente en el misterio de la Encarnación redentora de Cristo y en la
Iglesia como sacramento universal de salvación; María se halla inserta en este
misterio divino de Cristo y de la Iglesia y en el nº 52, dice: "El benignísimo y
sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo: "Pero al
llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo nacido de Mujer... para que
recibiésemos la adopción de hijos" (Gal 4, 4-5). "El cual por nosotros, los
hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por
obra del Espíritu Santo de María Virgen". Este misterio divino de salvación se
nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su
Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos
sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la gloriosa
siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo."
         
Así, pues, el Concilio sitúa sus declaraciones sobre la Virgen María en un
contexto histórico-salvífico y, con ello, elimina la posibilidad de un tratamiento
autónomo y evita la impresión de que María sea una pieza suelta y aislada en
el concierto de la creación y de la gracia, impresión que un cierto tipo de
mariología, se venía cultivando últimamente. La inserción orgánica y armónica
de María en el conjunto de la revelación no sólo se opone al aislacionismo
mariológico, sino que determina la función primaria de la persona de la Virgen
María, de su acción y de sus dones y privilegios, pues: su presencia en el
proceso de salvación constituye un servicio a la redención (Nº 56) y contribuye
a la glorificación de la Trinidad (Nº 69).
         
El enfoque histórico-salvífico aparece explícitamente en la primera parte del
Capítulo VIII, titulada acertadamente: "Función de la bienaventurada Virgen
María en la economía de la salvación", y preside todo el tratamiento, que
describe la presencia de María en las diversas fases del misterio salvífico:

a. En la antigua alianza: María parece prefigurada proféticamente en la


Sagrada Escritura como "Madre del Redentor" y como personificación del
verdadero Israel, heredero de las promesas: ella es la "excelsa hija de Sión" y
"sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que de él esperan y
reciben con confianza la salvación", L.G. Nº 55.
b. En la plenitud de los tiempos: “La madre de Jesús aparece en una
perspectiva funcional: da al mundo la vida que renueva todas las cosas y
coopera al misterio de la redención, consagrándose totalmente como esclava
del señor a la persona y la obra de su Hijo", L.G. Nº 56. El Concilio recoge los
datos bíblico-tradicionales sobre la santidad de María y sobre su virginidad, así
como los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción a los cielos, pero
evita presentarlos como mero ornamento o don personal y tienen más bien "un
significado salvífico y una función en orden al misterio de la Redención".
c. En el tiempo de la Iglesia: la Virgen María desempeña una función materna
y ejemplar en el servicio de la única mediación de Cristo, (L.G. Nº 60-65). El
culto a la Virgen María no se detiene en ella, sino que tiende a promover el
culto trinitario y a fomentar la configuración de la Iglesia con Cristo, (L.G. Nº
65-66), pues, "María por haber entrado íntimamente en la historia de la
salvación, reúne y refleja, por así decirlo, los datos principales de la fe" de
suerte que, "cuando es objeto de la predicación y veneración, atrae a los
creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre" (L.G. Nº
65). En particular la Virgen María revela a la Iglesia su destino final: es "la
imagen y el principio de la Iglesia que ha de ser consumada con el siglo futuro"
y constituye "un signo de segura esperanza y de consuelo" para el pueblo de
Dios en peregrinación (L.G. Nº 68).
         
Así recuperando la mariología su dimensión histórico-salvífica, el Concilio libera
a  María de una teología abstracta y atemporal y de la tendencia a constituir un
simple catálogo de verdades marianas. De esta manera la Virgen María
pertenece a la historia de la salvación y no puede ser separada de ella sin
perder su función y su significado.

1.1. MARÍA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

El  Concilio  Vaticano  II  en la Constitución  Dogmática sobre la Iglesia, Nº 


55, enumera tres pasajes del Antiguo Testamento que en sentido
verdaderamente hablan de María: Gen 3, 15; Is 7, 14; Miq 5, 2, s.s. Según el
mismo Concilio, en estos textos se descubre la figura de María si se los
entiende "tal como se leen en la Iglesia y tal como se interpretan a la luz de
una revelación ulterior plena".
         
Con ello se indica que la plena certeza del sentido mariológico de esos pasajes
sólo se obtiene iluminándolos con el doble criterio extrínseco indicado por el
texto del concilio: el modo cómo la Tradición los ha interpretado en la Iglesia y
la ulterior aclaración que no pocos pasajes bíblicos van recibiendo por la
revelación posterior, contenida frecuentemente en libros bíblicos más
recientes. Sin embargo, a un nivel meramente científico, se puede mostrar la
exégesis mariológica de estos pasajes como científicamente razonable. Si la
exégesis mariológica se ilumina con el doble criterio extrínseco indicado por el
texto del concilio, es porque previamente existía en los textos. Y, si existía, se
puede descubrir con una suficiente racionabilidad científica.
        
Estudiaremos a continuación los pasajes del Antiguo Testamento a los que
tanta importancia concede el Concilio Vat. II. No nos detendremos, en otros
textos, nuestro interés se centrará en el análisis de dos citas: Gen 3, 15, y de
Is 7, 14.

a). El Proto-Evangelio: Gen 3, 15: 

"Establezco enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te


pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar". Según parece, el primero en
haber utilizado esta denominación fue el teólogo protestante Lorenz Rhetius,
1638, quien escribe: "Pues merece el nombre de Protoevangelio, porque es el
primer evangelio, esta buena noticia que alentó al género humano privado de
la gracia de Dios", (a causa del pecado original originado). En el siglo siguiente
comienzan a usarlo los teólogos católicos.
         
En este versículo, después del pecado original originante de nuestros primeros
padres Adán y Eva, y antes de ser expulsados del paraíso, Dios maldice a la
serpiente y le habla así: "Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu
linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar". Un
breve análisis de las palabras que aparecen en este versículo nos permitirá
determinar a continuación el sentido completo de él:
     
- "Establezco": Ante todo, es importante que el verbo se encuentra en primera
persona del singular y referido a Dios que habla. Es Dios quien establece la
enemistad, de la que se habla enseguida. Una vez rota por el pecado original la
amistad con Dios, sólo Dios puede restablecerla poniendo una enemistad
contraria, una enemistad con el demonio. La salvación viene de Dios, no del
demonio.
     
- "Enemistad": La palabra hebrea implica una mayor radicalidad de enemistad
en singular que si estuviera en plural. Sólo puede emplearse cuando se trata
de enemistad entre personas. Ulteriormente, la palabra hebrea aquí empleada
significa una enemistad  habitual, implacable y profunda, de aquellas que no se
satisfacen sino con derramamiento de sangre.
     
- "Entre ti", (la serpiente): La serpiente era una divinidad pagana a la que se
daba culto en no pocas religiones de los pueblos vecinos de Palestina. Ahora
bien, una idea habitual que aparece en A.T. es que los dioses paganos son
demonios u obra de los demonios: Deut 32, 17; Lev 17, 17,7. El autor
sagrado, al introducir en el relato, primero como tentador y después como
sujeto al que se dirige, por parte de Dios, una profecía de castigo, una
serpiente, es decir, una divinidad pagana, está presentándonos, de modo
simbólico, al demonio como tentador y como sujeto sobre el que recae el
anuncio de Dios acerca de un castigo que culmina en la destrucción de su
poder.
     
- "y la mujer”: La expresión es sumamente concreta a Eva, pero existe por
línea de descendencia se refiere a la Virgen María.
     
- "y entre tu linaje y su linaje": En el caso de: "tu linaje" (el linaje de la
serpiente, Satanás), es un término colectivo, y no puede ser descendencia
física sino moral, incluye a todos los hombres que siguen a Satanás.
Refiriéndose a "su linaje" el de la mujer se ha de entender en sentido colectivo,
es la descendencia física de Eva, aquí entra la Virgen María. Es obvio, en todo
caso, la enemistad individual entre la mujer Eva (y su descendiente, María) y
la serpiente y su sentido colectivo, se prolonga en una enemistad colectiva
entre los respectivos linajes.
     
- "él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar": De nuevo se insiste
en la enemistad y la lucha se individualizan. Sin duda "él te pisará la
cabezal" hace referencia al linaje de la mujer (María y por lo tanto a su hijo
Jesucristo). Teniendo en cuenta la concatenación simbólica del versículo,
parece claro que el único descendiente de Eva que en el futuro destruirá el
poder de Satanás es el Mesías, concretamente el Cristo; "mientras acechas tú
su calcañar": Satanás intentará siempre desviar a los seres humanos de la
salvación, por eso intentará "acechar el calcañar" de los seres humanos y por
un tiempo lo conseguirá, pero será Cristo el que le pisará la cabeza y evitará la
perdición eterna de todo el género humano. La victoria de Cristo sobre Satanás
será total. Frente al poder del Mesías salvador, satanás no podrá hacer nada
eficaz.
         
En todo caso, en la culminación del versículo quedan identificados los
personajes que intervienen en la lucha decisiva: Cristo y Satanás. En el caso
de María, es descendiente de Eva, pero en un sentido más profundo María es la
"nueva Eva" en la que la enemistad con la serpiente tendría pleno
cumplimiento. Históricamente la única mujer descendiente de Eva que ha
tenido las enemistades plenas con Satanás es María, la Madre del Mesías,
Cristo. De ella, pues, habrá de entenderse la frase como "la mujer" en el nivel
más profundo del texto.
         
Este pasaje de Gen 3, 15, nos da a conocer dos rasgos fundamentales de
María. Ella tuvo enemistades totales con satanás, lo que es tanto como hablar
de la completa santidad de María, la nueva Eva que no acepta las tentaciones
del maligno. Por otra parte, María aparece singularmente conectada y asociada
a Cristo en la lucha contra satanás, que constituye, a lo largo de los siglos, el
entramado de la historia de la salvación.

b). Señal de salvación de parte de Dios. Is, 7, 14: 

"Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella
está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, (Dios
con nosotros)". Las circunstancias históricas de este texto se dan en el Reino
del Sur (Judá) siendo rey Ajaz (735-715, antes de Cristo). Este rey fomentó la
idolatría y el culto pagano. Tanto el profeta Isaías, Is 3, 3-15 como Miqueas 3,
1-4, describen las injusticias sociales cometidas durante su reinado; El rey Ajaz
acabó siendo vasallo del monarca asirio, este texto hay que situarlo dentro del
contexto de las alianzas políticas que hacían los países del Oriente Medio para
luchar contra el gran imperio de Asiria. Países pequeños contrarios a los
asirios, como Siria pidieron al rey Ajaz hacer una alianza, junto con otros
países más chicos, para atacar al Imperio de  Asiria. El rey Ajaz fue invitado
por el rey de Siria, Rasón y de Pecaj, rey del Norte de Israel, Samaria.
         
Ajaz no aceptó esta alianza con Siria y el Reino del Norte e hizo alianza con
Asiria. Esto provocó la ira del rey de Siria Rasón, y de Pecaj. Ante esta
negativa de realizar una alianza contra Asiria, ambos reyes invaden Judá, y
Ajaz tiene que refugiarse en Jerusalén y prepararse para el asedio que se
prevé difícil y desesperado. En este ambiente se comprenden los temores del
rey Ajaz.
         
Ajaz sabía que era el sucesor legítimo de la dinastía del rey David en el reino
de Judá y si él moría, la profecía de Dios: que de su casa saldría el Mesías
salvador, no se cumpliría. En esta actitud hay una falta grave de fe. La profecía
de Natán, 2 Sam 7, 12-16, tiene un solemne eco bíblico, y Ajaz debía tener fe
y creer en la pervivencia de la dinastía davídica, de la que habría de nacer el
Mesías, tenía una promesa absoluta de parte de Dios, no debía, pues, haber
desconfiado de Dios. Por su falta de fe, en vez de confiar en la promesa
profética de Natán sabiendo que Dios cumpliría la promesa, el rey Ajaz acude a
aliarse con Asiria y se hace vasallo suyo, para lo cual tuvo que entregar gran
parte de los tesoros guardados en el Templo de Jerusalén, cayendo en grave
sacrilegio, sin percatarse de los peligros que suponían vivir en vasallaje de los
asirios.
         
En este contexto histórico, Isaías es enviado por Dios para reprender al rey
Ajaz, por haber hecho una mala alianza con Asiria. El profeta Isaías le exhorta
a confiar en Dios en vez de confiar en el rey de Asiria,  Is 7, 3-6. El rey Ajaz
desconfía de Dios y rechaza el milagro que el profeta Isaías le ofrece en
nombre de Yahveh y le dice: "Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios..." Dijo
Ajaz:"No la pediré, no le tentaré a Yahveh", Is 7, 10-13.
         
A continuación, y vista la desconfianza y terquedad del rey Ajaz, que no quiere
pedir un signo de poder del Dios todopoderoso, el profeta Isaías lleno de
indignación le reprende por su hipocresía, con la que intenta ocultar, bajo un
velo piadoso, su falta de fe en Yahveh, entonces Yahveh habla por le profeta
Isaías y dice: "Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que
una doncella está en cinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel".
         
Los exegetas han visto en esta profecía un texto mesiánico. El Emmanuel (Dios
con nosotros) es el Mesías salvador. Si el Emmanuel es el Mesías,  la doncella
que va a dar a luz un hijo es la Virgen María.  En este pasaje: "doncella"
significa mujer joven, virgen. Estos dos motivos: una doncella virgen va a dar
luz un hijo; y el nombre de Emmanuel (Dios con nosotros) obligan a tomar el
signo de Dios como un verdadero signo de poder. No será una profecía vacía,
sino un verdadero milagro del poder de Dios, es decir, la concepción de un hijo
por parte de una virgen, sin dejar de ser virgen.
         
La revelación posterior de la historia de la salvación confirma que en Is 7, 14
se trata de la concepción virginal del Mesías. Así han entendido este versículo
tanto el evangelista Mateo, 1, 22: "Todo esto sucedió para que se cumpliese el
oráculo del Señor por medio del profeta (Isaías): "Ved que la virgen concebirá
y dará a luz un hijo, y le podrá por nombre Emmanuel, que traducido significa
"Dios con nosotros".  E igualmente en Lc 1, 31: "vas a concebir en el seno y
vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús". Mateo dice
expresamente que en la concepción virginal de Jesús se cumplió lo anunciado
en Is 7, 14. Lucas construye el núcleo central del anuncio del ángel a María
calcándolo literariamente sobre Is 7, 14. También la Tradición Patrística es
unánime en el modo de interpretar este pasaje.
c. Otra señal de Dios: Miq 5, 2,s.s: 

"Por eso él los abandonará hasta el momento en que la parturienta dé a luz


y el resto de sus hermanos vuelva con los hijos de Israel. Pastoreará firme
con la fuerza de Yahvé, con la majestad del nombre de Yahvé su Dios". Este
pasaje es significativo por las alusiones concretas que hace a María como
Madre y al mesianismo de Cristo. El Concilio Vaticano II, en la Const.
dogmática sobre la Iglesia, L.G. nº 55, enseña que María es la Virgen que
concibe y da a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel, según el pasaje
estudiado en Is 7, 14. Y en Miqueas 5, 2, vemos la misma alusión a la
maternidad y al mesianismo de Cristo como buen pastor. María aparece
como la Madre virginal del Mesías salvador.

- 4° Parte: María en el Nuevo Testamento

P. Ignacio Garro, S.J.


SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
1.2. MARÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO

Con lo estudiado anteriormente, pasamos de la figura de María profetizada


anticipadamente en el A.T. a su figura testificada en el N.T. Ello tiene la
ventaja de que los rasgos, dotados siempre de cierta oscuridad en los anuncios
proféticos del A.T. acentúan en los hechos narrados en el Nuevo Testamento
su claridad y nitidez.

a). Plenitud de los tiempos

San Pablo en Gal 4, 4: "Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a
su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley". Este es el texto más antiguo del
N.T. (año 54 después de Cristo) referido a María, en su versión escrita.    
         
- "pero al llegar la plenitud de los tiempos":  expresión que emplea S. Pablo
para dar a entender que se ha cumplido el tiempo de la salvación; ésta es la
voluntad de Dios: salvar a todo el género humano, es decir, ha llegado la hora
en que se realicen las promesas y las profecías de la salvación. El tiempo de
salvación da comienzo. 
         
- "envió Dios a su Hijo": Es el Hijo que pre-existe junto al Padre y esa pre-
existencia hace posible que el Padre lo envíe del cielo a la tierra. La realización
de este acto salvador se realiza por medio del misterio de la Encarnación, en la
que el Hijo, el Verbo, asume naturaleza humana de la Virgen María en unidad
de Persona.
         
Es notable que la construcción del texto menciona exclusivamente al Padre
celeste de Jesús (es el Padre el que envía al Hijo) y a su madre
terrena: "nacido de mujer". La estructura sugiere la no existencia de un padre
terreno, es decir, es una concepción virginal la de Jesús. Por último, Maria
interviene en una generación de Jesús que tiene como fin redimir a los que
estaban bajo la ley y hacer que  recibamos la adopción de hijos de Dios, por lo
tanto, la obra en que María interviene tiene un sentido salvador. María coopera
en nuestra salvación, con su humildad, su obediencia en la fe.
        

b). Los evangelios de la Infancia

La Anunciación: Lc 1, 26-38: "Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel
Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con
un varón llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Y entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se
conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel
le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su
reino no tendrá fin”. María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que
no conozco varón?”. El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha
concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que
llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios”. Dijo María: “He
aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel,
dejándola, se fue".
         
- "Al sexto mes": La narración comienza con un dato cronológico, ello sitúa la
anunciación de María en una fecha aproximadamente seis meses posterior al
anuncio hecho a Zacarías en el Templo de Jerusalén, Lc 1, 8-22.
         
- "fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret":  Es Dios Padre el que envió a su Hijo. Este dato es muy importante.
Es Dios Padre el que toma la iniciativa de la salvación y pone los medios
adecuados para que ésta se lleve a cabo. Elige a un ángel "Gabriel" = (Dios se
ha mostrado fuerte), para que comunique la buena nueva de la salvación.
         
- "a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David": El
destinatario del anuncio del ángel Gabriel es "una virgen desposada con un
varón llamado José, de la casa de David". Virgen y desposada, no casada, es
decir, estaba comprometida para matrimonio con José, no habían tenido
relación sexual.
         
- "Y entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo":  Es un
saludo de alegría, de bendición celestial. La expresión más llamativa es que
María sea llamada "llena de gracia" =  en griego: ": "", se trata del
participio pasivo de pretérito de la palabra griega: "" = gracia de
Dios; "" " = en la traducción de la Vulgata de S. Jerónimo quedó
traducido por "gratia plena" = "llena de gracia". No olvidemos la importancia
de los nombres  en la cultura judía. Más aún, cuando Dios confiere una misión
a una persona, suele ponerle un nombre que la signifique con toda exactitud.
Esta plenitud de gracia supone varias cosas: ausencia de pecado original,
(dogma de la Inmaculada Concepción), ausencia de pecado personal.
         
- "el Señor está contigo": Después de la invitación a la alegría ""; María es
la hija de Sión por excelencia, ella, ha sido hecha objeto de la gracia de Dios,
de su bendición de su poder creador, y se da como razón de esta alegría que
va concebir al Emmanuel el "Dios con nosotros", que va a ser de un modo
especial, un Dios con Maria = "el Señor está contigo".
         
- "He aquí que concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús". María es la doncella virgen de Is 7, 14 en la que se va a dar
cumplimiento la profecía de Isaías sobre el milagro de la concepción y el parto
de una virgen, gracias a la cual se nos dará el "Emmanuel". Le pondrá por
nombre Jesús = Yahvé  salva. Es decir el Mesías será = "el Dios con nosotros
que nos salva".
         
- "¿Cómo será eso, pues no conozco varón?". La respuesta de la Virgen María
obedece al propósito de conservar su virginidad. En el mundo semita "conocer"
a una mujer, o un esposo a su esposa, es tener relación sexual íntima, con
deseos de procreación. No olvidemos que María estaba desposada, no casada,
con José, es decir, no había tenido aún relaciones sexuales. Este propósito de
mantener su virginidad es de vital importancia teológica para afirmar la
virginidad posterior al parto de la Virgen María. Si María tiene un propósito de
virginidad al que incluso apela como una dificultad ante un anuncio tan
hermoso como el de el ángel Gabriel, de ser Madre del Salvador, no es
pensable que este propósito de virginidad haya sido abandonado más tarde; Si
Dios mismo ha respetado el propósito de María recurriendo al milagro de la
concepción virginal, es el mismo Dios quien se constituye en el garante del
mantenimiento del propósito virginal.
         
- "El ángel le respondió: El ángel de Dios responde a la pregunta de María con
la actuación milagrosa con la que va a proceder Dios para que sea Madre del
Salvador: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de
Dios". "El Espíritu Santo vendrá sobre ti", es una referencia a Gen 1,2, cuando
dice "El Espíritu de Dios se cernía sobre la haz de las aguas", tema alusivo a la
creación: Dios, que creó al principio todo de la nada, puede hace con su fuerza
creadora que en tu seno se conciba un niño sin el concurso de un varón; en
estas palabras se contendría la respuesta a la dificultad de María expresada en
el versículo anterior. "  y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra". Este
pasaje es una alusión a Ex 40, 34: "La nube cubrió la tienda de reunión, y la
gloria de Yahvé  llenó el tabernáculo". La gloria de Yahvé es sinónimo del
poder de Yahvé mismo. Si Dios como nube, cubre a María, quiere decir que
Dios se hace presente en su interior, en su seno virginal, para tomar carne de
sus purísimas entrañas. María será así nuevo tabernáculo de Dios, el Arca de la
nueva Alianza. En ella, en su interior, va a habitar Dios durante nueve meses,
tomando de ella nuestra naturaleza humana.
         
- "Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" . Esta es
una respuesta  a la dificultad expresada por María, a saber: El que ha de nacer
será el Verbo de Dios que toma carne de la naturaleza humana de María, y
durante nueve meses recibirá la vida humana y lo que saldrá de su seno, es
Dios mismo, el Verbo divino encarnado, la segunda Persona de la santísima
Trinidad: "Por eso el que ha de nacer será llamado Hijo de Dios". Lucas
proclama el misterio de la encarnación del Hijo eterno de Dios (El Verbo);
llevado en el seno materno, es Él quien nace de María. En el fondo Lucas está
proclamando la esencia más íntima del dogma de la maternidad divina de
María.
         
- "Dijo María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra”. Con la señal que le da el ángel de que su pariente Isabel ya está de
seis meses la que antes llamaban estéril, la Virgen María da su respuesta
última, llena de humildad y de fe: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra". Así María, proclamándose "esclava del Señor" entra en la
obra de la redención con sentimientos de disponibilidad total, son los
sentimientos espirituales que más tarde desarrollará y expresará de manera
profética y jubilosa en el Magnificat. En el "sí" de María hay una cooperación
positiva e inmediata a la Encarnación redentora, en el sentido de que su "sí" va
a permitir su realización. Pablo VI en su Alocución del 30 de mayo de 1973
decía: "En efecto la cooperación de María no fue puramente instrumental y
física, sino como factor predestinado, pero libre y perfectamente dócil". En
este "sí" de la Virgen María deberá centrarse toda la teología de la cooperación
de María en la obra de la salvación,
         
María aceptando ser Madre de Jesús, se une indisolublemente a la vida de
salvación de su Hijo. A lo largo de toda su vida mantuvo el "si" de la
Anunciación hasta el pie de la cruz. El Concilio Vaticano II L.G. nº 57: "Esta
unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el
momento de la concepción hasta su muerte".

     
c. El "Magnificat"

Lc 1, 46-55: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu


en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde
ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho
obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los
soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como lo
había prometido a nuestros padres - en favor de Abrahán y su descendencia
por siempre».
         
La Virgen María una vez que en la Anunciación acepta ser la Madre del
Salvador y ante la señal que le dio el Arcángel Gabriel que su pariente Isabel
ya estaba encinta desde hace seis meses, decide ir a visitarla desde Nazaret
hasta la aldea de Ain Karim al sur de Jerusalén que dista unos 120 Kms, para
ayudarla en el parto. El encuentro entre ambas mujeres: María y su pariente
Isabel, produce la reacción humana, afectiva, espiritual de María que movida e
inspirada por el Espíritu Santo, expresa en el cántico del Magnificat su corazón
de elegida de Dios y nos dejó este hermosísimo himno lleno de fe, esperanza y
expresión de la misericordia amorosa de Dios con Israel y con todo el género
humano.

Los cánticos de la protohistoria cristiana (Magnificat, Benedictus, Nunc dimitis)


tienen la finalidad de ilustrar en sentido histórico - espiritual el acontecimiento
de la Encarnación del Verbo. Así, María en el Magnificat es la "esclava" del
Señor, la elegida del acontecimiento escatológico, que ahora experimenta y
vive junto al pueblo de Dios. No solamente canta por ella, sino también por el
pueblo mesiánico: Israel.
         
Los himnos de acción de gracias son un prototipo que hay que tener en cuenta
por su expresión salvífica, ya sea a nivel individual o colectiva. El esquema es
muy simple: breve introducción que contiene el deseo de alabar y dar gracias
Dios por un favor concedido, sigue la motivación y el cuerpo doctrinal del
cántico, que desarrolla tres puntos: el fiel agraciado, se dirigió a Dios y fue
escuchado.
         
En el caso de la Virgen María el Magnificat recoge y expresa la riqueza interior
de María, que después de la Resurrección profundizó mejor el misterio de Dios
manifestado en su Hijo Jesucristo y también su función de madre de una nueva
familia. La Iglesia naciente en Pentecostés. También en su formulación
teológica, el Magnificat se presenta como la relectura meditada del diálogo de
la Anunciación, que a su vez es puntualización del pasado de Israel y
anticipación de nuevos y futuros desarrollos imprevistos de la sabiduría y
omnipotencia de Dios.
         
Visto el texto del cántico más en concreto, se pueden descubrir en él
afirmaciones teológicas muy importantes. Ante todo, María, invitada por el
ángel, ya en la primera palabra de la anunciación, a la alegría mesiánica, es
declarada invadida por esa alegría con estas palabras: "Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador". Fuente de esa
alegría es el hecho de que Dios ha elegido a María. Pero esa elección recae
sobre una cualidad espiritual de María: su pobreza, en el sentido religiosos de
la palabra, en hebreo "anawim" = significa los pobres que lo esperan todo de
Dios, son profundamente religiosos, piadosos, viven poniendo su fe y
esperanza sólo en Dios, buscan en todo la voluntad de Dios, son fieles a la ley
y son transparentes y ponen su confianza sólo en Dios, porque no tienen nada
en que poder confiar: "porque ha mirado la humillación (pobreza) de su
esclava".
         
La elección que Dios ha hecho de María es la causa de su grandeza. Ello hará
que a lo largo de los siglos se tribute a María homenaje en la Iglesia; así lo
profetiza ella misma de modo explícito: "Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones".
         
Como consecuencia de la elección, Dios ha hecho en María cosas maravillosas.
En su vivencia personal tiene que pesar, en primer término, su experiencia
mística del "fiat" de la anunciación y la encarnación del Hijo de Dios que ha
tenido ligar en ella."porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí".
         
El Magnificat es el cántico del alma llena de agradecimiento que, en la
austeridad de una vida sencilla, pone su dicha en sentirse predilecta de Dios. El
Magnificat celebra la pobreza de María, la predilección de Dios por los
hambrientos, los humildes, los pobres y destaca la fidelidad de Dios para con
ellos.
         
Con el Magnificat la Virgen María nos abre caminos de esperanza, que
culminan en la mayor vivencia de fe. Hay una semejanza tipológica entre María
y Abraham: "para Dios nada hay imposible", Lc 1, 37 y Gen 18,
14; "Bienaventurada tú que has creído" Lc 1, 45 y Gen 15, 6; "Has hallado
gracia ente Dios", Lc 1, 30 y Gen 15, 1.
         
En esta comparación y similitud entre Abraham y María, hay un título que se
merece la Virgen María - el amor de Dios para con ella, la hace su amiga - y
esta amistad también se da entre Dios y el patriarca Abraham, éste es amigo
por antonomasia de Dios, como lo llama el mismo Yahvé, Is 41, 8: "Y tú Israel,
siervo mío, Jacob, a quien elegí descendencia de mi amigo Abraham".   Y en
Sant 2,23: "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia y fue
llamado amigo de Dios".  María es la amiga de Dios transformada por su gracia,
Lc 1, 28 y por eso la Liturgia de la Iglesia le aplica las palabras del Cantar de
los Cantares, 4,1: "¡Qué bella eres amiga  mía, qué bella eres!".
         
A continuación vamos a escoger algunos textos del Antiguo Testamento en la
que la Virgen María inició su piedad, y en los que se inspiró en el Magnificat:
         
- "Proclama mi alma la grandeza del Señor": Salm 16, 9: "Por eso se me
alegra el corazón, mis entrañas se alegran"; Salm 33, 21: "En Él se alegra
nuestro corazón"; Salm 34, 4: "Engrandeced conmigo a Yahvé, ensalcemos su
nombre todos juntos".
         
- Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador": "Sal 35, 9-10: "Y mi alma exulta
en Yahvé, en su salvación se gozará ... Yahvé ¿quién como Tú para librar al
débil del más fuerte, al pobre de su expoliador?; 1 Sam 2,1: "Mi alma salta de
júbilo en Yahvé"
         
- "Porque ha mirado la humillación de su esclava": Salm 31, 8: "¡Exulte yo y
en tu amor me regocije! Tú que has visto  mi miseria y has conocido las
angustias de mi alma"; 1 Sam 1, 11: "¡Oh Yahvé Sebaot! Si te dignas mirar la
aflicción de tu sierva y acordarte de mí ...": Salm 102, 18: "Volverá su rostro a
la oración del despojado, su oración nos despreciará"; Salm 138, 6: "Yahvé
atiende al humilde".
         
- Desde ahora me felicitarán todas las generaciones": Malaq 3, 12: "Todas las
naciones os felicitarán porque seréis una tierra de delicias, dice Yahvé Sebaot".
         
- "Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí": Deut 10, 21: "Él, tu
Dios, que ha hecho por ti esas cosas grandes maravillosas que tus ojos han
visto"; Salm 98, 1: "Cantad a Yahvé un cantar nuevo, porque ha hecho
maravillas. La victoria se la ha dado su diestra y su santo brazo".
         
- "Su nombre es santo": Salm 111, 9: "Santo y temible es su nombre"; 1 Sam
2, 2: "No hay santo como Yahvé".
         
- "Su misericordia llega de generación en generación: "Salm 103, 1. 7:
"Bendice a Yahvé, alma mía. El amor de Yahvé desde siempre hasta siempre
para los que le temen"
         
- "Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón": Salm
89, 11: "A tus enemigos dispersaste con tu potente brazo".
         
- "Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes: Salm 147, 6:
"Yahvé sostiene a los humildes, hasta la tierra abate a los impíos"; 1 Sam 2, 7:
"Yahvé enriquece y despoja, abate y ensalza".
         
- "A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió
vacíos": Salm 34, 11: "Los ricos quedan pobres y hambrientos, mas los que
buscan a Yahvé de ningún bien carecen"; 1 Sam 2, 5: "Los hartos se contratan
por pan y se holgaron los hambrientos".
         
- "Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia:. Salm 98, 3: "Se
ha acordado de su amor y lealtad para con la casa de Israel. Todos los confines
de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios".
         
- "Como había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y
su descendencia por siempre": Salm 71, 19: "Y tu justicia, Oh Dios, hasta los
cielos"; Sal 118, 15-16: "Clamor de júbilo y salvación en las tiendas de los
justos: "La diestra de Yahvé hace proezas, excelsa la diestra de Yahvé, la
diestra de Yahvé hace proezas".
         
Meditando el Magnificat, el cántico de los cánticos del Nuevo Testamento,
María bajo la inspiración del Espíritu Santo, formula la ley misteriosa que rige
la historia de la salvación: la elección de lo más bajo y pobre para cumplir sus
planes más sublimes; 1 Cor 1, 26-29: "Mirad hermanos, quiénes habéis sido
llamados. No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni
muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para
confundir a los sabios. Y ha escogido Dios los débil del mundo para confundir
alo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no
es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la
presencia de Dios".
         
Así el texto del Magnificat es como un bello mosaico de citas y alusiones al
Antiguo Testamento que María ha escuchado muchas veces en la sinagoga de
Nazaret y que ha meditado frecuentemente en su corazón hasta asimilar el
sentido profundo que expresa, y que ahora se reproducen con una fuerza
inusitada ante el inesperado anuncio del ángel. Las palabras de acogida y
saludo de su pariente Isabel le acaban de emocionar de tal manera que se
abren sus labios para proclamar las grandezas del Señor. María es el prodigio
máximo de las divinas misericordias que, después de volcarse sobre ella,
llegan hasta nosotros de generación en  generación.
Con el Magnificat, María expresa la grandeza de Dios y su presencia real y
activa en  la historia humana. Ningún himno podrá decir más de Dios. El Dios
de María es el más cercano; está ahora con ella como estuvo cerca de
Abraham, de Moisés y de todos los profetas. La presencia de Yahvé nunca se
apartó de su pueblo, ni de día ni de noche, Ex 13, 22. Pero ahora, en la
plenitud de los tiempos, Gal 4,4, la Palabra se ha hecho carne y puso su
morada entre nosotros, Jn 1, 14, en el vientre de la Virgen María,  y hace de
ella el arca de la Nueva Alianza, éste es el poder de Dios

d. Profecía de Simeón

Profecía de la "Mater dolorosa": Lc 2, 34-35: "Simeón les bendijo y dijo a


María su Madre: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel y
para ser señal de contradicción; - ¡y a ti misma una espada te atravesará el
alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos
corazones". El misterio de la participación de la Virgen María como madre
dolorosa en la pasión y muerte de su Hijo es probablemente el acontecimiento
evangélico que ha encontrado más eco más amplio e intenso en la religiosidad
popular, y también en la Liturgia cristiana.

En general, se suele considerar el dolor de la Virgen María en la infancia de


Jesús y no sólo en su Pasión. Este pasaje de Lc 2, 34-35, es uno delos más
significativos en cuanto anuncio profético de lo que luego iba a realizarse en la
vida de la infancia de Jesús y por lo tanto de su madre. La frase: "¡Y a ti
misma una espada te atravesará el alma!" , es el anuncio de la progresiva
revelación que Dios le hace de la suerte de su Hijo; espada que penetrando en
María  le hará sufrir; esa espada es símbolo del camino doloroso de la Virgen
María, que en la tradición posterior será asumida como signo de los dolores
sufridos por la Madre del Redentor y será representada en los siete puñales en
el corazón de María.

Ya en la infancia de Jesús, María sufre por el aviso del ángel en el que le avisa
que Herodes quiere matar a su Hijo. La huída a Egipto. La pérdida por tres días
del niño Jesús en el Templo de Jerusalén, son realidades que la Virgen María
llevó con verdadero dolor santificador y redentor. 

El versículo de: "una espada te atravesará el alma", es conocido


teológicamente como el de la "transfixión" del Mesías que había profetizado el
Antiguo Testamento en los cánticos del Siervo de Yahvé, en Is 53, 5: "fue
traspasado por nuestros pecados", unido al Salmo 22, 17: "han traspasado mis
manos y mis pies"; y en el Salmo 22, 21: "Libra mi alma de la espada"; y en
Zac 12, 10: "En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él
como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora a
un primogénito".

En estos anuncios proféticos, lo importante es que el tema de


la "transfixión" se refiere a los sufrimientos futuros del Mesías en su pasión Las
palabras de Simeón, al usar incluso la misma terminología, aplicándola a
María, profetiza la participación de ésta en la pasión de Jesús. Ya Gen 3, 15,
había hablado de asociación de María al Mesías en su lucha contra Satanás. En
Lc 2, 35, nos descubre la prolongación de esa asociación hasta una comunidad
de dolores en la pasión y el Calvario. Por eso, María no es sólo la Madre de
Jesús, sino la "Madre dolorosa" que acompaña a su Hijo, participando de sus
sufrimientos, de pie junto a la Cruz, Jn, 19, 25.

e. La Mariología de San Juan

Las bodas de Caná: Jn 2, 1-11: "Tres días después se celebraba una boda en


Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda
Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino
de la boda, le dice a Jesús su madre: "No tienen vino". Jesús respondió:
"Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?. Todavía no ha llegado mi hora". Dice su
madre a los sirvientes: "Haced lo que él os diga". Había allí seis tinajas de
piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas
cada una. Les dice Jesús: "Llenad las tinajas de agua" Y las llenaron hasta
arriba. "Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala". Ellos lo llevaron.
Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de
dónde era (los sirvientes los que habían sacado el agua, sí que lo sabían),
llama el maestresala al novio y le dice: "Todos sirven primero el vino bueno y
cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta
ahora". Así, en Caná de Galilea dio Jesús comienzo  a sus señales. Y manifestó
su gloria, creyeron en él sus discípulos".

El episodio de las bodas de Caná es de todos conocido.  Caná de Galilea estaba


muy cerca de Nazaret, como a una hora y media de camino. Sin duda, los
esposos que celebraban su boda conocían a María y a Jesús, puesto que les
invitaron al banquete. Hacía muy poco que Jesús había comenzado su vida
pública apostólica y le acompañaban ya sus primeros discípulos: Pedro,
Andrés, Santiago y Juan, Natanael y algunos más. Era costumbre que los
nuevos esposos invitaran a comer y beber a todos los huéspedes que iban
llegando durante una semana que duraban las fiesta de la boda. 

No sabemos si ser por ser pobres o porque habían llegado más invitados de los
previstos, las reserva de vino destinada a los huéspedes se había terminado
antes de tiempo. Si esto se hubiera descubierto, habría ocasionado una gran
humillación a los esposos y sus familiares, puesto que el vino era un elemento
indispensable en las fiestas de los judíos.

María que probablemente había estado ayudando a las demás mujeres en los
preparativos del banquete, se dio cuenta de la situación: faltaba vino.
Entonces, María llevada de su exquisita delicadeza y de la bondad de su
corazón, acudió con tacto y prudencia a su Hijo Jesús para que interviniera en
ayuda de los esposos. Podemos afirmar que María tenía plena confianza en los
recursos y poderes que tenía su Hijo, porque se limitó decirle
confidencialmente a decirle lo que pasaba, sin añadir ninguna petición explícita
solamente: "No tienen vino". Jesús respondió: "Mujer, ¿qué nos va a mí y a
ti?. No es llegada aún mi hora". 

Las palabras: "Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?. No es llegada aún mi hora",


tienen el significado, no despectivo, o de despreocupación de las necesidades
ajenas, significan sencillamente que ellos no tienen nada que ver con la falta
de vino. Y en cuanto a que todavía:  "No es llegada aún mi hora", parece una
franca negativa a realizar en aquel trance un milagro. Pero debió decirlo Jesús
en un tono tan cordial y lleno de mansedumbre que María vio con toda claridad
en la aparente negativa de su Hijo la concesión de la gracia que ella le pedía.
María que conocía tan bien a su Hijo, leyó la respuesta afirmativa en algún
gesto, en la expresión de su cara, en la luz de sus ojos, en su sonrisa y quizás
también por inspiración del Espíritu Santo. Lo cierto es que María dijo con
plena seguridad y delicadeza dijo a los servidores: "Haced lo que él os
diga". Consigna preciosa que los santos han celebrado como una actitud dentro
del camino espiritual del seguimiento de Cristo.

Este fue el primer milagro que nos narra San Juan, que pone de manifiesto su
poder sobrehumano y la delicadeza exquisita del corazón de María, siempre
atenta a las necesidades de los demás, empleando su poder de intercesión
ante su Hijo para sacar de una situación a una familia amiga y a la que
amaban.

Ante las palabras: "No es llegada aún mi hora", María estará también presente
con su Hijo en la "hora de Jesús" Jn 19, 25, en el Calvario cuando Jesús
entrega su vida al Padre por amor a los hombres. A partir de ese momento
María volverá a tener un puesto preeminente junto a Jesús en la obra de la
salvación universal y en la Iglesia que es la continuadora dela obra de Cristo.
Se comprende así la reaparición de María junto a la cruz del Señor, lo mismo
que está junto a los apóstoles en el día de Pentecostés a la espera del Espíritu
Santo, Hech 1, 14. Es decir, la presencia  de María en la Iglesia naciente, como
presencia que se prolongará en la Iglesia a lo largo de la Historia.

f. María: "Mater dolorosa", junto a Jesús en la Cruz

Jn 19, 25, s.s.: "Junto a la cruz estaban su madre y la hermana de su madre,


María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús viendo a su madre y junto
a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu
hijo". Luego dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora el
discípulo la acogió en su casa". En el Evangelio de San Juan ya no se vuelve a
hablar de María de manera explícita hasta que la encontramos al pie de la cruz
acompañada de su hermana, María Magdalena y el discípulo Juan. En este
pasaje se cumple la profecía del anciano Simeón en el Templo al comienzo de
la vida de Jesús. Ha llegado el momento de la "Mater dolorosa". La "hora de
Jesús" ha llegado, es el momento de la entrega total en sacrificio "hasta la
muerte y muerte de cruz", Filp 2, 8. Allí está su madre acompañándolo en el
dolor, en el sufrimiento redentor, fiel, obediente, a su misión de madre, junto a
su Hijo en la hora más difícil, obediencia, fidelidad, llena de amor, no de
desesperación, ira u odio. María también escucho: "Padre, perdónales porque
no saben lo que hacen", y ella también perdonó.

En las palabras de Jesús dirigidas a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu


hijo". "Luego dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora el
discípulo la acogió en su casa". Es el propio San Juan, el discípulo amado de
Jesús, quien nos refiere en su evangelio la emocionante escena que se le
quedó grabada en el alma. Jesús le acababa de confiar el cuidado de su madre,
ahora que iba Él a morir y a dejarla sola en el mundo. Era el encargo de Jesús
como buen Hijo, que cumple con el cuarto mandamiento de la Ley de Dios, que
nos manda honrar al padre y a la madre y preocuparnos por el porvenir de sus
vidas. Este es el sentido primario de las palabras de Jesús.

Pero todos los Santos Padres y expositores sagrados están de acuerdo en decir
que San Juan era en aquel momento el representante de toda la humanidad
creyente y redimida, Juan nos estaba representando a todos y cada uno de
nosotros. Poro eso las palabras dirigidas a San Juan iban también dirigidas a
cada uno de nosotros en particular. Por eso podemos decir con toda verdad
que María es nuestra Madre en el orden espiritual, porque es la Madre de
Cristo, y Cristo es la Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia.

La tradición de la Iglesia ha visto en estas palabras a Jesús entregando a su


madre, María de Nazaret,  a la Iglesia, pues Juan, representa a todos los
miembros creyentes de la Iglesia. Y en las palabras dirigidas al discípulo Juan:
Ello implica que María es Madre espiritual de todos los fieles, pues todos los
bautizados en el nombre de Cristo son hijos de Dios en el único Hijo Jesucristo.
Si María fue madre de Cristo también lo es nuestra, pues todos los bautizados
somos hermanos de Cristo y por lo tanto en Cristo tenemos la misma madre.
De ahí la verdad teológica que todos los fieles debemos venerar a la Virgen
María como verdadera madre espiritual.
- 5° Parte: María Madre de Dios

P. Ignacio Garro, S.J.


SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

Al haber expuesto en las publicaciones anteriores  la doctrina bíblica sobre María tanto
en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, hemos dado cima al proyecto que señala
el Concilio Vaticano II: que la Mariología primera y principalmente debe tener un
fundamento bíblico. Por ellos podemos pasar ahora al estudio de la figura de María
vivida en la fe de la Iglesia. Ello nos ocupará los capítulos siguientes. Los rasgos
principales y fundamentales de esa figura se concretizan en los cuatro dogmas
marianos. Como dogmas de fe sobre María suelen enumerarse en el siguiente orden:
La maternidad divina de María; su virginidad perpetua; su inmaculada concepción; y la
asunción en cuerpo y alma a los cielos.

2.1. LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA

El dogma de Maternidad divina es el dogma principal y significa que la acción


generativa de María tiene, como término, la Persona divina del Verbo. El término de la
generación humana es siempre una persona; no habiendo en Cristo más persona que
la Persona divina del Verbo, se sigue que María es Madre de Dios, no es madre de una
persona humana, ya que Cristo no es persona humana sino Persona divina que asume
una naturaleza humana en el seno virginal de María. Esto lo explicamos en la
Cristología Fundamental al hablar del misterio de la Encarnación. Y explicábamos este
misterio de la Encarnación por medio de la gracia de "unión hipostática".
La fe de la Iglesia en la maternidad divina de María está expresada de un modo
equivalente, aunque bien claro, ya desde los comienzos del Siglo II, en San Ignacio de
Antioquía; más tarde en San Justino, San Ireneo de Lyon y los grandes autores del
Siglo III. En cuanto al título mismo de "Madre de Dios", es muy probable que lo usara
Hipólito de Roma y Orígenes. De todas formas, debía de ser un título normal en la
Iglesia de Alejandría antes del Siglo IV, a juzgar por la antiquísima oración Ya en el
Siglo IV era habitual llamar a María, Madre de Dios ="Theotokos". = Dios;  =
parir. Título que había pasado a las fórmulas de plegaria litúrgica: "Bajo tu
misericordia nos refugiamos, ¡Oh Madre de Dios!; no desprecies nuestras súplicas en
la necesidad, sino líbranos del peligro, sola pura, sola bendita" conservada en un
papiro (Papyrus, nº 470, Library Manchester), anterior al Concilio de Efeso, año 431,
d.d. Xto, en el que tuvo la solemne proclamación de la maternidad divina de María en
el que se definió contra Nestorio la unicidad de Persona divina en Cristo. Por
consiguiente si María es madre de Cristo y Cristo es verdadero Dios, María es madre de
Dios.

2.2. LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA Y LA SAGRADA ESCRITURA

a. Según Gal 4,4 nos dice: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su
Hijo, nacido de mujer". La fórmula teológica "envió Dios a su Hijo" alude a la
preexistencia del Hijo que es enviado al mundo por el Padre; la fórmula considera, por
tanto, al Hijo en su existencia divina. Ese Dios - Hijo es el término de la acción
generativa de la mujer "nacido de mujer".

b. En Rom 9, 5 se dice: "de los cuales (los israelitas), procede) Cristo según la carne,
que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos". Si, como casi todos los
autores católicos sostienen, hay que referir esta afirmación a Cristo; el texto afirma:
Cristo, que es Dios, procede de los israelitas según la carne; con otras palabras: el
mismo Cristo, que es Dios, es engendrado según la carne, de los israelitas, lo que
históricamente es decir de María; Cristo - Dios es engendrado de María

c. En Lc 1 35: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con
su sombra. Por eso, lo que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios". No hay la menor
duda de que el Verbo será llamado Hijo de Dios. Y cuando anuncia que el Espíritu
Santo vendrá sobre ti alude a la fuerza divina que va a realizar la concepción
milagrosa, y también alude a que el seno de María se va a convertir en tabernáculo de
Dios por la presencia misma del mismo Dios, de la que el signo de nube que cubre, por
eso lo que nacerá de María será el Hijo de Dios en sentido estricto.

d.- San Juan nos dice en su prólogo del Evangelio, Jn 1,14 que: "El Verbo se hizo
carne y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que
recibe del Padre como Hijo Único". No nombra a la virgen María, pero dados los otros
datos revelados de Lucas y de S. Pablo se sabe que fue María la que concibió en su
seno al Verbo, este se hizo hombre y puso su Morada entre nosotros. Y en Jn 3, 16-17,
dice: "Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo
al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él".
2.3. DOCTRINA DE LA TRADICIÓN. LA CRISIS DEL NESTORIANISMO

Nestorio enseña: El Hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de Dios, admitiendo que
así como en Cristo hay dos naturalezas, hay que admitir que existen en El dos
personas. Estas dos personas están vinculadas entre sí por una simple unión accidental
o moral. Las propiedades divinas: creación, eternidad, se enuncian del Logos divino.
No es posible dar a María el titulo de Madre de Dios.
         
Herejía de Nestorio del S. V, concerniente a la relación entre la divinidad y la
humanidad en Jesucristo. Nestorio en vez de atribuir a la única persona del Verbo
hecho carne las dos naturalezas, la divina y la humana, y por  lo tanto las  propiedades
y las acciones de una y otra,  afirmaba que Cristo estaba constituido por dos personas,
una persona divina, el Logos, y una persona humana, Jesús.

Nestorio, era un monje cristiano nacido en Siria, que bajo la apariencia de hombre


modesto y mortificado, ocultaba una gran ambición. Fueran cuales fueren sus virtudes
y limitaciones humanas en el año 428 accede es nombrado Patriarca de la sede de
Constantinopla, la "nueva Roma", sede en prestigio detrás de Roma y delante de
Alejandría. Influido por los escritos de Teodoro de Mopsuestia había extraído de
fuentes dudosas una doctrina errónea acerca del misterio de la Encarnación.  

El 23 de diciembre de ese año predicaba en su presencia, en la catedral de Santa


Sofía, el famoso orador (y posteriormente Patriarca) Proclo. Hacia el final de su
discurso litúrgico después de citar a Ez 44, 1 y s.s.:"Esta puerta permanecerá cerrada;
no se abrirá y nadie ha de penetrar por ella, porque Yahvé, Dios de Israel, por ella
entró, y cerrada ha de permanecer", y Proclo concluía: "he aquí una presentación
elocuente de la Santa Madre de Dios, María". (Proclo de Constantinopla, Oratio I, nº 9.
    
El Patriarca Nestorio consideró errónea e intolerable esta frase. Por ello, apenas
concluyó Proclo su sermón subió Nestorio mismo al púlpito para rechazar enérgica y
públicamente el título de "Madre de Dios" a la Virgen María; y comenzó a explicar su
propia concepción del misterio de la Encarnación. Sus ideas se pueden resumir en
estos términos: María sólo ha engendrado el templo; es decir, la naturaleza humana
en que Dios habitó; pero Dios, el Verbo de Dios, la segunda persona de la Santísima
Trinidad, que habitó en ese templo, no había podido ser engendrada por María. En
otras palabras, Dios, que existe desde la eternidad, anteriormente a la acción
generativa de María, no puede haber sido engendrado por ella, no puede deberle la
existencia, ser su Hijo. Por eso, se puede llamar a María: Madre de Cristo, pero no
Madre de Dios = "Theotokos".

Ante las palabras de Nestorio en contra de Proclo se produjo un gran estupor en el


pueblo creyente que estaba acostumbrado a dar el título a María de Madre de Dios.
Incluso se oyeron voces contestatarias dentro de la catedral de Santa Sofía. Un seglar,
que era un conocido abogado de Constantinopla, llamado Eusebio, gritó de un modo
fuertemente perceptible: "El Verbo eterno por segunda vez nació en el cuerpo y de la
Virgen María". Eusebio publicó un manifiesto contra Nestorio, comparándolo con el
hereje Pablo de Samosata y condenado por la Iglesia siglo y medio antes, (Concilio de
Nicea, Denz, nº 138). El rechazo popular era completo contra Nestorio, y se traducía
en el hecho de que incluso en los templos comenzaron a quedar vacíos en cuanto que
se los consideraba en conexión y dependencia del Patriarca Nestorio. Los fieles
acuñaron una de esas frases que terminan repitiéndose por todas partes: "Tenemos al
Emperador, pero no tenemos al Obispo".
         
La doctrina de nestorianismo, procede de la escuela de teología de Alejandría que
habían concebido la distinción de las dos naturalezas en Cristo como distinción de dos
personas, y Nestorio quiere mantener a toda costa la distinción y perfección de las dos
naturalezas de Cristo en dos personas.  Su doctrina es la siguiente:
         
a. "El hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de Dios. Análogamente a como hay
dos naturalezas en Cristo, es menester admitir también que existen en El dos sujetos o
personas distintas".
         
b. Estas dos personas están vinculadas entre sí por una simple unidad accidental o
moral.  El hombre Cristo no es Dios, sino portador de Dios. "Por la encarnación el
Logos divino no se ha hecho propiamente hombre sino que ha pasado a morar en el
hombre Jesucristo de manera parecida a como Dios habita en los justos". Nestorio
mismo nos dice: "Es recto y conforme a la tradición evangélica confesar que el cuerpo
es el templo de la divinidad del Hijo; templo unido por una divina y suprema unión, de
modo que la naturaleza de la divinidad se apropia lo que pertenece a este templo.  Por
tanto esta unión no es necesaria, sino voluntaria".
         
c. "Las propiedades humanas de Jesús (nacimiento, pasión y muerte) sólo se pueden
predicar del hombre-Cristo. Las propiedades divinas (creación, omnipotencia etc)
únicamente se pueden enunciar del Logos-Dios". Negaba así la comunicación de
idiomas.
         
d.- En consecuencia, no es posible dar a María el titulo de Madre de Dios, que se le
venía concediendo.  Ella sólo merece ser madre del hombre Jesús, o Madre de Cristo
pero no puede ser llamada Madre de Dios (Theotokos).  Habría que llamarle Madre de
Cristo (Cristotokos).
         
En resumen: Nestorio, enseña que en Cristo hay dos naturalezas, la divina y la
humana y por lo tanto son dos personas. Estas dos personas están vinculadas entre sí
por una simple unión accidental o moral. Las propiedades divinas: creación, eternidad,
etc, se predican solamente del Verbo divino; las propiedades de la naturaleza humana,
nacimiento, pasión y muerte, del hombre Jesús. La Virgen María no es madre del
Verbo divino, por lo tanto no es "Theotokos", sino madre del hombre Jesús y se le
debe llamar Cristotokos.
        
- Concilio de Efeso, (431). Afirma: "La naturaleza divina y la naturaleza humana se
hallan en Cristo unidas hipostáticamente, es decir, en unidad de Persona", (de fe).
Denz 113 y 124, 250. 253.
         
Nestorio halló su más resuelto adversario en S. Cirilo, Obispo de Alejandría. El dogma
fue definido en el Concilio Ecuménico de Efeso, que reconoció oficialmente, en su
primera sesión, la segunda carta dirigida por S. Cirilo a Nestorio como fórmula
ortodoxa del dogma de la Iglesia sobre la Encarnación del Verbo divino en el seno de la
Virgen María. S. Cirilo había presentado al Concilio una tercera carta que contiene sus
doce "anatematismos" contra Nestorio. Fue ciertamente leída ante el Concilio, pero sin
duda no fue oficialmente aprobada. Cierto número de sus fórmulas son aún imprecisas
y no pueden ser consideradas como definiciones infalibles, sin embargo, en más de
una ocasión, estos anatematismos fueron reconocidos como expresión de la verdadera
doctrina católica. Los anatematismos se pueden reducir de la manera siguiente:
         
a. En el hombre-Dios no hay más que una persona: El Verbo encarnado
         
b. Las dos naturalezas están unidas, no moral o accidentalmente sino físicamente y
substancialmente en la Persona del Verbo. Por lo que la fórmula: "Una sola naturaleza
del Verbo encarnado", significa que tal sujeto posee la naturaleza divina y la humana.
         
c. Rechaza el apolinarismo y atribuye a Cristo un alma humana verdadera: racional,
inteligente y libre.
         
d. Antes como después de la unión hay una distinción perfecta de los dos principios de
acción en la unidad de una misma Persona. De aquí se sigue que a este único sujeto
hay que atribuir las acciones que proceden tanto de la humanidad como de la
divinidad. Es el Verbo de Dios el que se encarnó y por lo tanto el que nació, sufrió, oró
y murió por nosotros.
         
e. Dado que la filiación cae sobre la persona y no sobre la humanidad o la divinidad,
Jesús debe ser llamado Hijo de Dios por naturaleza,
         
f. La Santísima Virgen María es Madre de Dios porque dio a luz carnalmente al Verbo
de Dios hecho hombre.
         
- El Concilio de Efeso (III Concilio Universal o Ecuménico), (431): Confirmó los
doce anatematismos de S. Cirilo de Alejandría, pero sin definirlos formalmente. Denz
113-124. Más tarde fueron reconocidos por los papas y los concilios como expresión de
la genuina doctrina de la Iglesia. He aquí, condensados, sus puntos principales:
         
a. Cristo con su propia carne es un ser único, es decir, una sola Persona. Jesucristo es
verdadero Dios y verdadero hombre al mismo tiempo.
         
b. El Logos-Dios está unido a la carne (naturaleza humana) con una unión intrínseca,
física o sustancial. Cristo no es portador de Dios, sino Dios verdaderamente.
         
c. Las propiedades humanas y divinas de que nos hablan las Sagradas Escrituras y los
Santos Padres no deben repartirse entre dos personas o hipóstasis (el hombre Cristo y
el Logos Dios), sino que deben de referirse al único Cristo, el Logos encarnado. El
Logos divino fue quien padeció "en la carne" y fue crucificado, muerto y resucitado.
         
d. La Santísima Virgen María es Madre de Dios (Theotokos) porque parió según la
carne al Logos-Dios encarnado. (El Concilio de Calcedonia, 451), definió que las dos
naturalezas de Cristo se unen "en una sola persona y una sola hipóstasis".
         
El Concilio de Efeso definió: "La unión del Verbo divino con la naturaleza humana de
Cristo no se realizó fundiéndose las dos naturalezas en una sola, sino que, después de
la unión, las dos naturalezas   (la divina y la humana) permanecieron perfectamente
íntegras, inconfusas, sin cambio sin división y sin separación, en la unidad de la
Persona divina del Verbo". Denz 148
         
Es imposible entender el verdadero alcance del dogma católico si no se tienen es
cuenta estas nociones elementales. La fe nos enseña que en Cristo hay dos
naturalezas perfectamente distintas, la divina y la humana: es verdadero Dios y
verdadero hombre. Pero no hay en El más que una sola Persona, uno solo yo, a saber:
la Persona divina del Verbo, el yo divino del Hijo de Dios.
2.4. MARÍA EN EL ORDEN DE LA SALVACIÓN. MARÍA ES
COLABORADORA EN LA OBRA DE LA REDENCIÓN

Ya el Apóstol Pablo escribiendo a los Corintios les decía: "ya que somos colaboradores
de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios", 1 Cor, 3,9. Es evidente que
esta colaboración en la obra de la redención no es causa principal por parte del Apóstol
Pablo sino participación instrumental de la única redención realizada por Cristo.

En el caso de la Virgen María la colaboración o cooperación a la obra de la redención se


manifiesta de una manera importante y ser excepcional:

a.  En su aceptación en Madre del Redentor, con todo lo que esto lleva consigo, fe,
obediencia, y fidelidad.

b. Por la compasión y sufrimientos que compartió con su Hijo Jesucristo al pie de la


cruz, participando de los méritos del sacrificio expiatorio de su hijo.

Los dos aspectos son necesarios y esenciales; pero el que constituye la base y
fundamento de la corredención mariana es su maternidad divina sobre Cristo
Redentor y su maternidad espiritual sobre nosotros según la voluntad de su Hijo cristo
en a cruz.

Anteriormente se le denominaba a la Virgen María "Corredentora" de la obra de la


redención. El Concilio Vaticano II, evitó la palabra "corredentora" -que podía herir los
oídos de los hermanos separados- expuso de manera clara e inequívoca la doctrina de
la corredención tal como la entiende la Iglesia Católica: He aquí algunos textos dela
Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen gentium" especialmente significativos.

"Es verdadera madre de los miembros (de Cristo) ... por haber cooperado con su amor
a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza" (nº 53)

"Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y
abrazando la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin el impedimento de
pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la
Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo El y con El, por la gracia de Dios
omnipotente, al misterio de la Redención. Con razón, pues, los Santos Padres
consideran a María, no como un mero instrumento pasivo en las manos de Dios, sino
como cooperadora a la salvación de los hombres por la libre fe y obediencia. Porque
ella, como dice San Ireneo, "obedeciendo fue causa de su salvación propia y de la de
todo el género humano". Por eso no pocos Padres antiguos en su predicación,
gustosamente afirman con él: "El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la
obediencia de María: lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo
desató por la fe"; y comparándola con Eva, llaman a María "Madre de los vivientes", y
afirman con mucha frecuencia: "la muerte vino por Eva, por María la vida". (nº 56).

"Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el


momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte". (nº 57)

"Mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio
divino, se mantuvo de pie (cfr. Jn., 19, 25), sufrió profundamente con su Unigénito y
asociándose con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la
inmolación de la Víctima, que ella misma había engendrado y finalmente, fue dada
como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas
palabras: "Mujer, he ahí a tu hijo!" (cfr. Jn., 19, 26-27).

Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al


Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo
singular a la obra del Salvador, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida
caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es
nuestra Madre en el orden de la gracia, (nº 61).

Por lo tanto la razón última y el fundamento más profundo de la colaboración en la


obra de la salvación hay que buscarlo en la maternidad divina de María, íntimamente
asociada por voluntad de Dios a la obra salvadora de Cristo.

2.5. MARÍA MEDIADORA Y DISPENSADORA UNIVERSAL DE LAS


GRACIAS

Dada la vinculación esencial de la mediación de María a la mediación de Cristo, sin la


cual la mediación de María no tiene sentido, hay que aclarar que la mediación de Cristo
es universal, primera y principal , es decir, entre Dios y los hombres no hay más que
un único mediador Jesucristo, 1 Tim 2, 5, y la mediación de María es universal y
secundaria por vía de participación por las razones anteriormente citadas en  el
apartado de la maternidad espiritual.

La Virgen María en cuanto "dispensadora" universal de las gracias es una consecuencia


lógica de su cooperación en la obra de la redención, y de su maternidad espiritual
sobre todos los redimidos. Según las enseñanzas de la mayoría de los teólogos,
siguiendo las directrices de la magisterio ordinario de la Iglesia, la Virgen María
coopera dependientemente de Cristo en la distribución de todas y cada una de las
gracias que Dios concede a todos y cada uno de los hombres (cristianos o paganos),
de suerte que se la puede llamar con toda propiedad y exactitud "dispensadora
universal" de todas las gracias que Dios concede a la humanidad entera.

Así en Lumen gentium, el Concilio Vaticano II enseña:

"Y esta maternidad de María perdura si cesar en la economía de la gracia, desde el


momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin
vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues
una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa
alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Por su
amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre
peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria
feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de
Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de
manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.
La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta
continuamente y lo recomienda al amor de los fieles, para que, apoyados en esta
protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador, (nº 62).

2.6. LA CONEXIÓN ENTRE LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA Y SU


MATERNIDAD ESPIRITUAL CON RESPECTO A LOS FIELES
         

Vimos al principio del tratado cómo la Virgen María es Madre y tipo de la Iglesia, es
decir, de todos los fieles creyentes.  

2.6.1. María, como Virgen y Madre, tipo de Iglesia

La Bienaventurada Virgen, por el don y el oficio de la maternidad divina, con que está
unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también
íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San
Ambrosio; a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo.
Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen,
la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el
modelo de la virgen y de la madre; pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra
al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo, como
una nueva Eva, prestando fe sin sombra de duda, no a la antigua serpiente, sino al
mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre
muchos hermanos (Rom., 8, 29); a saber: los fieles, a cuya generación y educación
coopera con materno amor.

2.6.2. Fecundidad de la Virgen y de la Iglesia

Ahora bien: la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y


cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es madre, por la palabra de
Dios fielmente recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la
vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y
también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fidelidad prometida al
Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva
virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad.

2.6.3. Virtudes de María que han de ser imitadas por la Iglesia

Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se


presenta sin mancha ni arruga, (cfr. Ef., 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan
en crecer en la santidad venciendo el pecado: y por eso levantan sus ojos hacia María,
que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes. La Iglesia,
reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho
hombre, llena de veneración entra más profundamente en el altísimo misterio de la
Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo. Porque María, que habiendo
participado íntimamente en la historia de la Salvación, en cierta manera une en sí y
refleja las más grandes verdades de la fe, al ser predicada y honrada, atrae a los
creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre. La Iglesia, a su
vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo,
progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y siguiendo
en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica con
razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu
Santo y nacido de la Virgen precisamente, para que por la Iglesia nazca y crezca
también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel
afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión
apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.

Finalmente, en el discurso de clausura de la 3ª etapa del Concilio Vat. II, el papa Paulo
VI proclamó a María "Madre de la Iglesia", y dice: "La divina maternidad es el
fundamento de su especial relación de (María) con Cristo y de su presencia en la
economía de la salvación operada por Cristo, y también constituye el fundamento
principal de las relaciones de María con la Iglesia, por ser Madre de Aquel que desde el
primer instante de la encarnación en sus seno virginal se constituyó en cabeza d su
Cuerpo místico, que es la Iglesia. María, pues, como Madre de Cristo, es Madre
también de los fieles y de los pastores; es decir, de la Iglesia".

Porque fue y es Madre de Cristo, el Dios hecho hombre, María es nuestra Madre. Se
comprende por ello que ya en la más antigua oración mariana, evocada más arriba, los
cristianos, cuando acudían con confianza filial a María, la invocaran como la Madre de
Dios; en ese título se encuentra el fundamento de su maternidad  con respecto a
nosotros y de nuestra filiación con respecto a ella. Con las palabras de esta plegaria
venerable en su forma actual, que es la forma romana del antifonario de Compiègne
(Siglos IX-X) podemos cerrar este capítulo: "Bajo tu amparo nos acogemos, Santa
Madre de Dios; no deseches nuestras súplicas en las necesidades, sino líbranos de
todos los peligros siempre, Virgen gloriosa y bendita".
- 6° Parte: La Virginidad Perpetua de María

P. Ignacio Garro, S.J.


SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

INTRODUCCIÓN HISTÓRICA

El privilegio que hemos de examinar con relación a María, la Madre de Jesús,


es su perpetua virginidad. Como veremos enseguida, es dogma de fe que la
Madre de Dios fue perpetuamente virgen, es decir, fue virgen antes del parto,
en el nacimiento de Jesús y después del nacimiento.

Puesto que la virginidad de María está afirmada claramente en los escritos


evangélicos, no es de extrañar que ya los Padres apostólicos como San Ignacio
de Antioquia; los apologistas (defensores de la fe) como San Justino, y los
controversistas como San Ireneo de Lyon dejen constancia de que esta verdad
pertenece a la fe de la Iglesia y la defiendan como verdad revelada.

Desde finales del Siglo IV se originó una triple afirmación: virginidad en la


concepción de Jesús (fue concebido por obra del Espíritu Santo) y parto
virginal o virginidad de María en el parto (y nació de María virgen). Y virginidad
después del parto, en tiempos del papa Sixto IV (1471 - 1484) en el que se
enseña lo siguiente: "Tomando de ella, (La virgen María) la carne de nuestra
mortalidad para la redención del pueblo y permaneciendo ella, no obstante,
después del parto, virgen, sin mancha", Nuevo Denz 1400.

La profesión de fe de que María fue siempre virgen, aparece por primera vez
en la forma amplia del símbolo de San Epifanio (374), que afirma: "fue
perfectamente engendrado de Santa María siempre virgen por obra del Espíritu
Santo". María es, por tanto "" = siempre virgen. La explicación del
dogma de la virginidad de María se va haciendo mayor a medida que surgen
las controversias contra los herejes.

La virginidad perpetua de María se entendía como virginidad antes del parto,


en el parto y después del parto, esta fórmula fue empleada por el papa Paulo
IV, en su bula "Cum quorumdam" en 1555, y que hizo suya, en la enumeración
que contiene los fundamentos de la fe, a la vez que condena a aquellos herejes
que dicen que: "la misma beatísima Virgen María no es verdadera Madre de
Dios ni permaneció siempre en la integridad de la virginidad, a saber, antes del
parto, en el parto, y después del parto". Denz 1880

3.1. LA VIRGINIDAD DE MARÍA Y LA SAGRADA ESCRITURA

A. Virginidad antes del parto

Cristo fue concebido virginalmente, es decir, por obra del Espíritu Santo. Así se
contiene en la Anunciación que el ángel Gabriel hace a María: el ángel es
enviado a una virgen, Lc 1, 27; María. Le anuncia la concepción de un hijo, Lc
1, 31. A la objeción de María, Lc, 1, 34, el ángel le da una explicación que
indica el modo virginal de la concepción: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, lo que nacerá será
llamado santo, Hijo de Dios".

En Mt 1,20, el ángel de Yahvé testifica a José que la concepción de Cristo ha


sido hecha virginalmente: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a
María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo". También
en Mateo 1, 25, se afirma expresamente que no hubo ningún comercio carnal
antes del nacimiento de Jesús: "Sin que él (José) la hubiese conocido. (María)
dio a luz un hijo, al que él puso por nombre Jesús".

- Magisterio de la Iglesia: "La Santísima Virgen María concibió milagrosamen-


te a Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo, conservando intacta su
virginidad". (de fe divina expresamente definida).
                
En el pontificado de San León III (795-816) proclamó lo siguiente: "De esta
inefable Trinidad sólo la persona del  Verbo, es decir, el Hijo ... bajó de los
cielos del cual no se había alejado jamás. Se encarnó del Espíritu Santo y se
hizo verdadero hombre de la siempre virgen María, y permanece verdadero
Dios..." Nuevo Denz 619

B. La virginidad en el parto
Son muchos los autores que piensan que la profecía de Is, 7, 14: "He aquí que
una doncella (virgen) está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por
nombre "Emmanuel"; contiene ya la afirmación no sólo la concepción, sino
también del parto virginal. Así según muchos autores, en el texto se afirmaría
un parto milagroso de modo que al dar a luz sea a la vez virgen.

- Magisterio de la Iglesia: El Magisterio de la Iglesia dice: "La Santísima Virgen


María permaneció virgen intacta en el nacimiento de su divino Hijo Jesús" (De
fe divina expresamente definida).

Las investigaciones históricas más recientes como las de R. Laurentin 1960,


como fruto del estudio de la tradición sobre la virginidad durante el parto,
coloca la afirmación de la permanencia integral corporal de María como
proposición que se encuentra en el interior de la fe; dato, por tanto, de fe y no
mera teoría extrínseca. Sin duda, el milagro de la verdadera integridad
corporal, no obstante el parto, puede parecer difícil, por no decir imposible,  a
la razón humana, pero esto es común a las realidades misteriosas.

Por lo demás no puede decirse que tal milagro carecía de sentido. Ha sido un
mérito muy grande de R. Laurentin haber mostrado que para los Santos Padres
la permanencia de la integridad corporal de María no era algo meramente
anatómico o fisiológico, sino que lo consideraban como algo que tenía
verdadero sentido de signo de realidades sobrenaturales; precisamente por ese
carácter de signo, Dios pudo querer ese milagro. Naturalmente puede
preguntarse qué valor de signo puede tener una realidad oculta y desconocida
a todos con la excepción de María. La respuesta podría ser que María llevaba
en su seno un motivo de credibilidad, dado por Dios, para fortaleza de su fe en
la hora difícil de la prueba, sobre todo en el momento decisivo en que estuvo
junto a la cruz del Señor.

Finalmente podemos decir de la virginidad de María en el parto que así como


en la concepción de Cristo (por obra del Espíritu Santo) también en el
nacimiento de Cristo, todo fue milagroso y sobrenatural. El teólogo Contenson,
Paris, 1875, intenta explicar de qué modo maravilloso pudo ser el parto
virginal de María: "Así como la luz del sol baña el cristal sin romperlo y con
impalpable sutileza atraviesa su solidez y no lo rompe cuando entra, ni cuando
sale lo destruye, así el Verbo de Dios, esplendor del Padre, entró en la virginal
morada y de allí salió, cerrado el claustro virginal; porque la pureza de María
es un espejo limpísimo, que ni se rompe por el reflejo de la luz ni es herido por
sus rayos".

C. Virginidad después del parto

Al anuncio del ángel, María opuso  una dificultad:"¿Cómo será eso, pues no
conozco varón?."
Según los  expertos en exégesis del evangelio, "conocer varón" en el lenguaje
semítico significa tener relaciones sexuales íntimas procreativas. La Virgen
María no tuvo relaciones con S. José ni antes de su concepción, porque fue por
obra y gracia del  Espíritu Santo, ni después del parto.

- Magisterio de la Iglesia: En tiempos del papa Sixto IV (1471 - 1484) en la


Constitución "Cum praeexcelsa" del 27 de febrero de 1477 se enseña lo
siguiente: "Tomando de ella, (La virgen María) la carne de nuestra mortalidad
para la redención del pueblo y permaneciendo ella, no obstante, después del
parto, virgen, sin mancha", Nuevo Denz 1400.

Santo Tomás expone las razones por las que la Santísima Virgen María debió
conservar perpetuamente la virginidad y la conservó de hecho. He aquí las
razones.

1. Porque sería ofensivo para Cristo, que por la naturaleza divina es el Hijo
unigénito y absolutamente perfecto del Padre, Jn 1,14; Hebr 7, 28. Convenía
por lo mismo, que fuese también hijo unigénito de su madre, como fruto único
y perfectísimo.

2. Porque sería ofensivo para el Espíritu Santo, cuyo sagrario, fue el seno
virginal de María, en el que formó la carne de Cristo, y no era decente que
fuese profanado por ningún varón.

3. Porque ofendería la dignidad y santidad de la Madre de Dios, que resultaría


ingratísima si no se contentara con tal Hijo y consintiera perder por el
concúbito su virginidad, que tan milagrosamente había conservado.

4. Al mismo San José, finalmente, habría que imputar una gravísima temeridad
si hubiera intentado manchar a aquella de quien había sabido por revelación
del ángel que había concebido a Dios por obra del Espíritu Santo.

Por todas estas razones hemos de afirmar que la Madre de Dios, así como
concibió y dio a luz a Jesús siendo virgen, así también permaneció siempre
virgen después del parto.
- 7° Parte: La Inmaculada Concepción

P. Ignacio Garro, S.J.


SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

El dogma de la Inmaculada Concepción de la virgen María, significa que María


fue liberada del pecado original. Es decir, que María fue concebida en el seno
de su madre (Santa Ana) y con la colaboración de su esposo (San Joaquín),
que nació según la carne y sin pecado original. Pecado original originado al que
están sometidas todas las criaturas humanas desde el pecado de Adán y Eva
en el paraíso.

En el orden cronológico de la vida de la Santísima Virgen María, el primero de


los grandes privilegios concedidos por Dios fue en atención a su futura
maternidad divina, por tanto la Inmaculada Concepción de la Virgen María en
el seno de su madre fue quedar inmune del pecado original.

INTRODUCCIÓN

Para ambientar un poco este gran privilegio y todos los demás relativos a la
Santísima Virgen María, es conveniente recordar la grandeza inmarcesible a la
que la eleva su "maternidad divina". Todos los títulos y grandezas de María
arrancan del hecho único de su maternidad divina. María es Inmaculada (sin
mácula, sin mancha de pecado), llena de gracia, colaboradora en la obra de la
redención, subió en cuerpo y alma a los cielos para ser desde allí Reina de
cielos y tierra, mediadora universal de todas las gracias, y demás dones
atributos, todo ello, porque es la Madre de Dios. La maternidad divina la coloca
a tal altura, que Sto. Tomás de Aquino, no duda en calificar su dignidad por
encima de todas las demás criaturas.

Y es porque María, en virtud de su maternidad divina, y por su participación en


el misterio de la Encarnación, entra a formar parte del orden hipostático, pues
su maternidad es un elemento indispensable para la encarnación del Verbo de
Dios, de su seno virginal nace Jesús, que es enviado por el Padre para realizar
la redención del género humano, reconciliando a todo el género humano con
su Padre. La maternidad divina de María establece un parentesco de
naturaleza, una relación de consaguinidad con Jesucristo y una, por decirlo así,
una especie de afinidad con toda la santísima Trinidad (la piedad popular
proclama: María, hija de Dios Padre; Madre de Dios Hijo; esposa del Espíritu
Santo).

La maternidad divina, que termina en la Persona increada del Verbo hecho


carne (misterio de la encarnación), supera, pues, por su fin, de una manera
infinita, a la gracia y la gloria de todos los elegidos y a la plenitud de gracia y
de gloria recibida por la misma Virgen María. De este hecho real, María como
Madre del Redentor, arranca el llamado " principio del consorcio", en virtud del
cual Jesucristo asocia íntimamente a su divina Madre a toda su misión
redentora y santificadora.

Siendo esto así, nada debe de sorprendernos ni extrañarnos en torno a las


gracias y privilegios de María, por grandes y extraordinarios que sean. Y que
como hemos dicho anteriormente, en el orden cronológico, es el privilegio
singularísimo de su concepción inmaculada en el seno de su madre, y de la
plenitud de gracia con que fue enriquecida su alma desde el primer instante de
su ser natural.

4.1. DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Podemos afirmar el siguiente enunciado que: "Por gracia y privilegio


singularísimo de Dios omnipotente, en atención a los méritos previstos de
Jesucristo Redentor, la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda
mancha de culpa original en el primer instante de su concepción". (Dogma de
fe, definido por la Iglesia).

Sagrada Escritura: No hay en ella ningún texto explícito sobre este misterio,
pero sí hay algunas insinuaciones que, elaboradas por la tradición cristiana y
puestas del todo en claro por el Magisterio de la Iglesia, ofrecen algún
fundamento escriturístico para la definición del dogma.

Gen, 3, 15: Dijo Dios a la serpiente: "Pongo perpetua enemistad entre ti (la


serpiente) y la mujer (María) y entre tu linaje (de la serpiente, son los hijos de
las tinieblas) y el suyo (los hijos espirituales de María, que son hijos de la luz).
Lc 1, 35: El ángel le saludó diciendo: "Dios te salve, llena de gracia, el Señor
es contigo".
Lc 1, 42: Su pariente Isabel con gran gozo lo dijo a María: "¡Bendita tú entre
las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!".
Lc 1, 49: La Virgen María llena de gozo proclamó: "Porque ha hecho en mí
maravillas el Todopoderoso, cuyo nombre es santo".

No bastan estos textos para probar por sí mismos el privilegio de la


Inmaculada Concepción de María. Pero la Bula "Ineffabilis Deus", por la que
el papa Pío IX definió el 8 de diciembre de 1854, el dogma de la Inmaculada
Concepción de la Santísima Virgen María, los cita como remota alusión
escriturística al singular privilegio de María Inmaculada. El papa Pío IX
pronuncia la fórmula dogmática afirmando: "Declaramos, afirmamos y
definimos que ha sido revelado por Dios, y, de consiguiente, que debe ser
creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que
la santísima virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa
original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio
de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del
género humano".

4.2. LOS SANTOS PADRES

Estos santos varones, representantes auténticos de la tradición cristiana fueron


elaborando poco a poco la doctrina de la Inmaculada Concepción de María, que
no siempre brilló en la Iglesia con la misma claridad. En la historia y evolución
de este dogma pueden distinguirse los siguientes principales períodos:

a. Período de creencia implícita y tranquila

Se extiende hasta el Concilio de Efeso, 431. Los Santos Padres aplican a María
los mismos calificativos de "santa", "inocente", "purísima", "intacta", "
incorruptible", "inmaculada",  etc. En esta época sobresalen en sus alabanzas a
María, San Justino, San Ireneo, San Efrén, San Ambrosio y San Agustín.

b. Período inicial de la proclamación explícita

Se extiende hasta el Siglo XI. La fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción


comienza a celebrarse en algunas iglesias de Oriente desde el Siglo VIII, en
Irlanda desde el Siglo IX, y en Inglaterra desde el Siglo XI. Después se
propaga a España, Italia y Alemania.
c. Período de las controversias o discusiones

Siglos xII al XIV. Nada menos que San Bernardo, San Anselmo y grandes
teólogos escolásticos del siglo XIII y siguientes, entre los que se encuentran
Alejandro de Hales, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás de
Aquino, Enrique de Gante y Egidio Romano, negaron o pusieron en duda el
privilegio de la Inmaculada Concepción de María por no hallar la manera de
armonizarlo intelectualmente con el dogma de la Redención Universal de
Cristo, que no admite una sola excepción entre los nacidos de mujer.

Todos estos autores y otros muchos más, a pesar de su devoción y piedad 


mariana, intensísima en la mayor parte de ellos, tropezaron con ese obstáculo
dogmático, que no supieron resolver teológicamente, y, muy a pesar suyo,
negaron o pusieron en duda el singular privilegio de María. Sin duda alguna,
todos ellos lo hubieran proclamado alborozadamente si hubieran sabido
resolver ese aparente conflicto en la forma tan que se resolvió después.

d. Período de reacción y de triunfo del dogma de la Inmaculada Concepción

Siglos XIV a XIX. Iniciado por Guillermo de Ware y por Escoto, se abre un
período de reacción contra la doctrina que negaba o ponía en duda el privilegio
de María de su Inmaculada Concepción, hasta ponerlo del todo en claro y
armonizarlo  perfectamente con el dogma de la Redención Universal de Cristo.
Con algunas alternativas, la doctrina inmaculista se va imponiendo cada vez
más, hasta su proclamación dogmática por el papa Pío IX el 8 de diciembre de
1854.

e. El Magisterio de la Iglesia

He aquí el texto emocionante de la declaración dogmática de la Inmaculada


Concepción de María desde el instante mismo de su concepción

"Después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con
humildad y penitencia, nuestra privadas oraciones y súplicas de la Iglesia, para
que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo,
implorando el auxilio de toda la corte celestial e invocando con gemidos el
Espíritu paráclito e inspirándonoslo él mismo:
Para honor de la santa e individua Trinidad, para gloria y ornamento de la
Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la
cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los
bienaventurados Pedro y Pablo y con la nuestra propia, declaramos,
pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen
María, en el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio singular
de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del
género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original,
ha sido revelado por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y constantemente
por todos los fieles.

Por lo cual, si algunos fieles - lo que Dios no permita - presumieren sentir en


su corazón de modo distinto a como por Nos ha sido definido, sepan y tengan
por cierto que están condenados por su propio juicio, que han naufragado en
la fe, y que  se han separado de la unidad de la Iglesia", Denz 1641.

f. La razón teológica

Siglos enteros necesitó la pobre razón humana para hallar el modo de


concordar la concepción Inmaculada de María con el dogma de la Redención
Universal de Cristo para salvar a todo el género humano, que afecta a todos
los descendientes de Adán, sin excepción alguna para nadie, ni siquiera para la
Madre de Dios. Pero por fin, se hizo la luz, y la armonía entre los dos dogmas
apareció con claridad.

De dos maneras, en efecto, se puede redimir a un cautivo: 

a). Pagando el precio de su rescate para sacarlo del cautiverio en el que haya
incurrido (Redención liberativa) 
b). Pagándolo anticipadamente, impidiéndole con ello caer en el cautiverio
(Redención preventiva).

Esta última es una "verdadera y propia redención", más auténtica y profunda


todavía que la primera, y ésta es las que se aplicó a la Santísima Virgen María.
Dios omnipotente y sabio, previendo desde toda la eternidad los méritos
infinitos de su Hijo Jesucristo Redentor rescatando al género humano con su
sangre preciosísima, derramada en la cruz, "aceptó anticipadamente el precio
de ese rescate" y lo aplicó a la Virgen María en forma de "redención
preventiva", impidiéndola contraer el pecado original, que, como criatura
humana descendiente de Adán por vía generación natural, "debía contraer" y
hubiese contraído de hecho sin ese privilegio preventivo. Con lo cual la Virgen
María recibió de lleno la Redención de Cristo anticipadamente y fue a la vez,
concebida en gracia, sin la menor sombra del pecado original.

Este es el argumento teológico fundamental, recogido en el texto de la


declaración dogmática del papa Pío IX.
Nota. Uno se puede preguntar ¿cómo es posible que Santo Tomás de Aquino,
el doctor angélico, no haya podido resolver esta aparente contradicción de los
dos dogmas?. Como hemos indicado más arriba, Santo Tomás de Aquino está
en la lista de los que negaron el privilegio de la Virgen María por no saber
armonizar el dogma de universal Redención de Cristo con el dogma de la
Inmaculada Concepción. Quizá Dios lo permitió así para recordar al mundo
entero que, en materia de fe y de costumbres, la luz definitiva no la pueden
dar los teólogos - aunque se trate del más docto de ellos - sino que ha de venir
la claridad de la luz del Magisterio de la Iglesia de Cristo, asistida directamente
por el Espíritu Santo, con el carisma maravilloso de la infalibilidad.

Con todo, el error de Santo Tomás es más aparente que real. Por de pronto, la
Inmaculada que él rechazó - una Inmaculada no redimida - no es la
Inmaculada definida por la Iglesia. La Bula de Pío IX definió una Inmaculada
"redimida", que hubiera sido aceptada inmediatamente por Santo Tomás si
hubiera vislumbrado esta solución teológica. El fallo de Santo Tomás está en
no haber encontrado esta salida; pero la Inmaculada no redimida que él
rechazó, hay que seguir rechazándola todavía, hoy más que entonces, a causa
de la definición dogmática que ya ha dado el Magisterio "ex cathedra" de la
Iglesia.

- 8° Parte: La Asunción de María en cuerpo y alma a


los cielos

P. Ignacio Garro, S.J.


SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
HISTORIA

Casi un siglo después de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción


de María, su Santidad Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, definía el dogma de
la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos. Así dice la
Constitución Apostólica "Munificentessimus Deus" en su forma dogmática:
"Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la
Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida
terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial", Denz 2333. El
dogma de la Asunción de la Virgen María, en cuerpo y alma, a los cielos,
significa la glorificación corporal anticipada de la Santísima Virgen, es decir,
que María, después de su vida terrestre, se encuentra en el cielo en aquel
estado en el que se hallarán los justos después de la resurrección final.

A diferencia de los doctrina del dogma de la Inmaculada Concepción de la


Virgen María, este dogma de la Asunción a los cielos se encuentra de manera
más explícita en la tradición antigua de la Iglesia.

Hay que advertir que no hay que buscar en la Sagrada Escritura ningún dato
explícito acerca de este dogma. Pero tal vez en el Siglo IV encontramos
testimonios explícitos en el apócrifo de Melitón al que Gregorio de Tours dio
una gran difusión en Occidente. Pero ya mucho antes, es decir, a partir del
Siglo II encontramos en la Padres de la Iglesia el tema de la asociación de
María como nueva-Eva, con Cristo nuevo-Adán, en la lucha con el diablo. Lucha
que termina con la victoria total sobre el demonio de Cristo en la cruz. Victoria
que es ante todo sobre el pecado y la muerte, Rom 5 y 6; 1 Cor 15, 21-26;
54-57.

Muerte y pecado que en Cristo fueron vencidos totalmente con su admirable


resurrección y de la que participamos los creyentes desde el día del Bautismo
muriendo con Cristo al pecado y participando de su resurrección renaciendo a
una nueva vida, la vida de los hijos de Dios en la caridad fraterna, 1 Cor 15,
54. Ahora bien, María asociada a la obra de Cristo, que venció al pecado por
los méritos de su Hijo Jesucristo, no quedaría totalmente asociada a su victoria
completa sin la glorificación corporal. Esto es lo que ha intuido el pueblo
cristiano en la Liturgia más antigua  con la fiesta de la "dormición", celebrada
en Jerusalén desde el Siglo VI y que en el siglo VII se establece en Roma con
la fiesta de la "Asunción de la Virgen María a los cielos".
Por eso, cuando Pío XII consultó a los Obispos de la Iglesia Católica si se
podría definir la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos
como dogma de fe, la unanimidad del Pueblo de Dios se manifestó (ciñéndose
sólo a los Obispos), en que de las 1.181 respuestas, sólo 6 "dudaban" de si esa
verdad estaba o no revelada. Hubo otras 22 respuestas negativas, pero no por
una cuestión de fondo, sino porque no estimaban oportuno una nueva
definición. Las 1.169 respuestas restantes fueron plenamente afirmativas

El objeto primario de la definición es la glorificación corporal de María - y no


sólo glorificación de su alma - una vez "cumplido el curso de la vida terrestre";
esta fórmula puede resultar un poco rebuscada, pero fue necesario utilizarla
una vez que se determinó no definir explícitamente si la Virgen María había
muerto realmente, es decir, cuando se separa el alma del cuerpo (y en ese
caso, la Asunción habría que interpretarla como una resurrección glorificada
anticipada), o si había sido tomada y glorificada por Dios en toda su realidad
existencial humana sin pasar por la muerte, de modo parecido a lo que
sucederá con los justos a los que la "parusía" (o segunda venida gloriosa del
Señor) encuentre vivos al final de la historia, basándonos en 1 Cor, 51 que
dice: "No todos moriremos, pero todos seremos transformados".

Por lo demás, el hecho que Pío XII no definiera dogmáticamente que María
murió previamente a su Asunción a los cielos, no quiere decir que este punto
de la muerte, o no muerte de la Virgen María, sea teológicamente libre.
Creemos sinceramente que el verdadero estado de la cuestión es este: Pío XII
no quiso intencionadamente pronunciarse, al menos en la fórmula dogmática,
sobre:

 La muerte o no muerte de María, o sea sobre si fue asunta al cielo después de


morir y resucitar
 Si fue trasladada en cuerpo y alma al cielo sin pasar por el trance de la muerte
como todos los demás mortales (e incluso el mismo Cristo).

Ahora bien, ¿Cuál de las dos posiciones es la correcta?

Los argumentos que se aducen en uno y otro lado no son tan decisivos como
para llevar a una certeza absoluta cualquiera de las dos opiniones teológicas.
Sin embargo, la opinión que sostiene con firmeza la Asunción gloriosa de María
después de su muerte y resurrección, no solamente reúne los sufragios de la
inmensa mayoría de los teólogos especialistas en mariología, sino que nos
parece objetivamente mucho más probable que la opinión teológica que
defiende la Asunción de María a los cielos sin la muerte previa de la Virgen. Por
eso la opinión, o doctrina, más probable y común dice: "La Virgen María murió
realmente para resucitar gloriosa, en cuerpo y alma, poco tiempo después de su
muerte".
5.1. FUNDAMENTOS EN LA TRADICIÓN CRISTIANA

El testimonio de la Tradición es abrumador a favor de la muerte de María. En la


misma Constitución Apostólica  "Munificentessimus Deus" de Pío XII, se leen
estas palabras, cuya importancia excepcional nadie puede ignorar: "Los fieles,
siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores, aprendieron también de la
Sagrada Escritura que la Virgen María, durante su peregrinación terrena, llevó
una vida llena de ocupaciones, angustias y dolores, y que se verificó lo que el
santo viejo Simeón había profetizado: que una agudísima espada le traspasaría
el corazón a los pies de la cruz de su divino Hijo, nuestro Redentor. Igualmente
no encontraron dificultad en admitir que María hubiese muerto del mismo
modo que su Unigénito. Pero esto no les impidió creer y profesar abiertamente
que su sagrado cuerpo no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro y que no
fue reducido a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo divino".

Nótese la singular importancia de este texto reciente. En la misma Bula en la


que Pío XII define la Asunción de María, enseña que los fieles, es decir, el
pueblo cristiano, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores, no han
tenido dificultad en admitir la muerte de María, con tal de preservarla de la
corrupción del cuerpo. Se trata, pues, del sentir de la Iglesia - pastores y fieles
-, que constituye un argumento de mucho peso, que algunos teólogos no
dudan en afirmar argumento de fe, porque es imposible que pastores y fieles
se equivoquen conjuntamente en una doctrina universalmente profesada por
todos.

5.2. LA SAGRADA LITURGIA

Desde la antigüedad, la liturgia oficial de la Iglesia recogió la doctrina de la


muerte de María. Dichas oraciones litúrgicas recogen expresamente la muerte
de María al celebrar la fiesta de su gloriosa Asunción a los cielos. La nueva
oración de la fiesta del 15 de agosto no alude a la muerte por no ir más lejos
de lo que el papa Pío XII proclamó como dogmático en la Constitución
Apostólica de la Asunción y esto se explica perfectamente. Ahora bien, el
argumento litúrgico tiene  un gran valor, según el aforismo: "Lex orandi
statuat lex credendi", tiene que haber una perfecta armonía entre lo que la
Iglesia ora y la Iglesia cree, puesto que en la aprobación oficial de los libros
litúrgicos está empeñada la autoridad de la Iglesia, que, regida y gobernada
por el Espíritu Santo, no puede proponer a los fieles fórmulas falsas o
erróneas.
5.3. MAGISTERIO DE LA IGLESIA

El papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950 en la Constitución apostólica


“Munificentessimus Deus” declara: “… Por eso … para gloria de Dios
omnipotente que otorgó su particular benevolencia a la Virgen María, para
honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la
muerte, para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y
regocijo de la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los
bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y nuestra:.- proclamamos,
declaramos y definimos ser dogma de fe divinamente revelado: Que la
Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida
terrestre, fue asumida en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Denz 3903.

5.4. RAZÓN TEOLÓGICA

La muerte corporal de María parece exigida por múltiples razones. He aquí las
principales:

 Por haber recibido la naturaleza caída de Adán. Es cierto que María no contrajo
el pecado original, pero tuvo el débito del mismo, recibió por tanto, la naturaleza caída
de Adán, si bien con los privilegios ya conocidos: Inmaculada concepción, etc. Ahora
bien, la naturaleza caída de Adán estaba sujeta a la muerte. Luego para decir que
María no murió habría que demostrar la existencia de ese privilegio especial para ella,
lo que no consta en ninguna parte, puesto que María padeció muchos dolores a lo largo
de su vida, especialmente en la pasión y muerte de Xto, en la cruz. Si no se le
concedió ese privilegio, precisamente por ser corredentora, ¿por qué se le iba a
conceder el de la inmortalidad corporal tan íntimamente ligado al dolor de la muerte?.
 Por exigencias de su maternidad divino - corredentora: Si dio al Redentor carne
pasible y mortal, debió tenerla también ella. Si nos corredimió con su Hijo, debió
participar de sus dolores y de su muerte.
 Cristo murió en la cruz, ¿y María sería superior a Él al menos en este aspecto
relativo a la muerte corporal?. Suponiendo, que María tenía derecho a no morir, sin
duda alguna hubiera María renunciado de hecho a ese privilegio para parecerse más en
todo, hasta la muerte y resurrección, a su divino Hijo Jesucristo.
 Para ejemplo y consuelo nuestro: María debió morir para enseñarnos a bien
morir aceptando la muerte. María recibió la muerte con serenidad, con gozo,
mostrándonos que no tiene nada de terrible para aquel creyente que ha vivido
piadosamente y mereciéndonos la gracia de recibir la muerte con santa disposición.
 Posible explicación de cómo se realizó la Asunción de la Virgen María en cuerpo
y alma a los cielos: La Virgen María murió como todo ser mortal, en el momento
mismo de su muerte se separó su alma de su cuerpo. En el mismo momento en que su
alma santísima se separó del cuerpo, entró inmediatamente en el cielo y quedó, por
decirlo así, glorificada o llena de gloria, como correspondía a la Madre de Dios. Su
cuerpo santísimo, mientras tanto, fue llevado al sepulcro por los discípulos y amigos
del Señor y de ella.

Poco tiempo después, el cuerpo de María resucitó. La resurrección realizó la


unión del alma a informar el cuerpo, del que se había separado por la muerte.
Pero como el alma de María, al informar el cuerpo virginal, no venía en el
mismo estado que salió, sino glorificada y llena de gloria, comunicó al
cuerpo su propia glorificación, poniéndole en estado de glorificación
inigualable. Y eso es todo. Teológicamente hablando, la Asunción de María
consiste en la resurrección gloriosa de su cuerpo, en virtud de cuya
resurrección comenzó a estar en cuerpo y alma glorificados en el cielo.

- 9° Parte: El culto a la Virgen María

P. Ignacio Garro, S.J.


SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA

6. CULTO A LA VIRGEN

Después de haber estudiado los grandes dogmas y título de la Virgen María, vamos a
examinar ahora cuál  debe ser la actitud fundamental que hemos de adoptar nosotros
con relación a Ella. Puede sintetizarse en una doble Palabra: Culto Litúrgico y Devoción
a María. Para desarrollar bien este tema hemos de tener en cuenta la Exhortación
Apostólica "Marialis Cultus" del Papa Paulo VI del 2 de febrero de 1974 (lea el texto
íntegro). Documento realmente post-conciliar que centra debidamente el culto recto y
ordenado que ha de tener digna y devotamente la Santísima Virgen María.

La legitimidad de un culto especial a la Madre del Señor ha sido solemnemente


reafirmada por el Concilio Vaticano II. Este culto se coloca por encima del que se le
rinde a cualquier otra criatura, ya que María: "fue exaltada, por gracia de Dios,
después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y hombres" L.G. nº 66; pero al
mismo tiempo: "difiere esencialmente del culto de adoración que se presta al Verbo
encarnado, así como al Padre y al Espíritu Santo", L.G. nº 66.
Este culto especial a María nació espontáneamente de la fe y del amor filial del pueblo
de Dios y se ha convertido en un "elemento intrínseco del culto cristiano", MC, 56,
formando "parte integrante" del mismo, MC 58. Así pues, su sujeto y su autor es el
pueblo cristiano, que actúa bajo el impulso misterioso y eficaz del Espíritu Santo, causa
última de todo acto sobrenatural. Pero también al Magisterio eclesial y a la teología
corresponden competencias propias en este terreno. La Iglesia tiene la misión de
regular, guiar y estimular la piedad de los fieles; los teólogos pueden profundizarla y
justificarla y asentar sus bases bíblicas y científicas.

El objetivo de la reflexión bíblico-teológica sobre la piedad mariana consiste en ayudar


a los creyentes a captar en la persona de la Virgen María la presencia de una relación
maravillosa entre la realidad terrena y la fuerza sobrenatural; a ver actuada en su
maternidad una de las más hermosas potencialidades humanas, es decir, la
disponibilidad a la acción del Espíritu Santo; a admirar y adorar en la concepción
virginal del Verbo encarnado la intervención extraordinaria e inefable de aquel Dios
que, haciéndose hijo suyo, quiso establecer una relación totalmente privilegiada con la
madre. En cierto sentido la Virgen María comparte la función del Padre celestial,
engendrando ella sola, temporalmente, a aquel Hijo que en la eternidad es engendrado
sólo por el Padre. Con el Verbo hecho hombre la Virgen María contrae un vínculo
indisoluble que le compromete de manera única en la economía de la salvación y que
sitúa, en términos de universalidad, sus intervenciones en la vida del pueblo cristiano
de todos los tiempos.

La Virgen María se convirtió en el dócil instrumento del Espíritu Santo tanto para la
generación carnal del cuerpo físico de Jesús como para la regeneración espiritual del
cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Por eso los fieles la reconocen y la veneran
como verdadera madre de Dios y madre de los hombres. Estas nociones, que el pueblo
cristiano llega a comprender más a nivel intuitivo que racional y bajo la luz de la fe ,
pueden ser formuladas por la teología y la exégesis bíblica en términos de argumentos
capaces de manifestar el sólido fundamento sobre el que reposa el culto especial que
rinde la Iglesia a la Virgen María.

6.1. LA ENSEÑANZA DE LA REVELACIÓN

La Sagrada Escritura nos ofrece pocas pero significativas afirmaciones que sitúan a la
Virgen María en una luz de excepcional grandeza y dignidad. El Evangelio nos dice que
el ángel Gabriel no se limita a referir a la Virgen María la propuesta divina de ser
madre de Dios de la que es legado, sino que le dirige unas breves y desconcertantes
palabras de admiración y belleza y alabanza: "Dios te salve María, el Señor está
contigo ... No temas, María, porque has encontrado gracia ente Dios ... El Espíritu
Santo bajará sobre ti, te cubrirá con su sombra la fuerza del Altísimo", Lc 1, 28-35.

En labios de su pariente Isabel es el mismo Espíritu el que exalta la persona y la


conducta de María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿A
qué debo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó a mis oídos la voz de tu
saludo, el niño saltó de gozo en mi seno. ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirán
las palabras del Señor", Lc 1, 42-45. En estas palabras de Isabel, el papa Paulo VI ve
también una anticipación de la futura veneración de la Iglesia, MC, 56.
Tenemos también el testimonio profético de la misma Virgen María, muy consciente de
las grandiosas consecuencias que se derivarían de la intervención de Dios en su
humilde existencia: "En adelante me llamarán bienaventurada todas las
generaciones", Lc 1, 48. También el concilio Vaticano II cita este texto para justificar el
culto a la Virgen María, L.G. nº 66.

En los Evangelios encontramos dos afirmaciones que refuerzan más todavía la validez
y la legitimidad del culto mariano:

 El evangelio de Mateo nos presenta a la Virgen María como la virgen madre del
"Emmanuel" de Is 7, 14, que ha venido a salvar a los hombres de su pecado, Mt 1, 21-
23. Como madre del Dios Salvador tiene, derecho a una alabanza y veneración
especial (culto de hiperdulía).
 El evangelio de S. Juan refiere el episodio de la Virgen María al pie de la cruz,
cuando Jesús la confió como madre al apóstol Juan, Jn 19, 25-27. La  tradición
cristiana ha vislumbrado en las palabras del Redentor moribundo su voluntad de
confiarle, en la persona de Juan, a todos los creyentes como hijos suyos espirituales.
Por consiguiente en atención a la voluntad de Jesús es como el cristiano ha de sentirse
estimulado a establecer una relación cada vez más profunda de devoción y de amor
filial a la santísima Virgen María.

6.2. LOS ARGUMENTOS TEOLÓGICOS

El Magisterio eclesial y reflexión teológica han proclamado siempre el principio que


entre la "lex orandi" y la "lex credendi" tiene que haber una completa y perfecta
armonía. Este principio ha sido aplicado íntegramente a la devoción mariana en los
últimos documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia. Paulo VI insistía
explícitamente el axioma de que el culto singular que se rinde a la Madre de Dios
corresponde al puesto singular que ella ocupa en el plano de la redención, MC,
introducción.

Citando la Lumen Gentium, el papa expone algunos "sólidos fundamentos dogmáticos"


del culto a la Virgen María, MC 56, y los podemos resumir de la siguiente manera:

 María posee la singular dignidad de Madre del Hijo de Dios y es por tanto hija
predilecta del Padre y Templo privilegiado del Espíritu Santo. En virtud de este don
extraordinario de gracia, precede en mucho a todas las demás criaturas celestiales y
terrenas, L.G. nº 66-
 Su cooperación en los momentos decisivos de la obra de la salvación realizada
por su Hijo es de carácter único y no encuentra comparación en la de las demás
criaturas. L.G. nº 66. Sólo ella es la Madre del Redentor, la segunda Eva, la verdadera
Madre de los vivientes.
 Su incomparable santidad se revela ya como plenitud en el misterio de su
concepción inmaculada. Pues bien, esta santidad iba creciendo a medida que ella se
adhería durante su existencia a la voluntad del Padre y recorría el camino del
sufrimiento, de la obediencia y de la abnegación de sí misma, progresando
constantemente en la fe, en la esperanza, y en la caridad.
 Su condición y su misión dentro del pueblo de Dios aparece absolutamente
única. Ella es ciertamente miembro excelentísimo de la Iglesia, pero al mismo tiempo
es "su más preciado modelo y su amorosísima Madre".
 María ejerce una intercesión incesante en la Iglesia por lo que, a pesar de haber
sido asunta al cielo, está muy cerca de los fieles que la suplican e incluso de aquellos
que no saben que son hijos suyos, L.G. nº 69.
 Su gloria personal ennoblece a todo el género humano, ya que es una
verdadera hija de Adán como todos los hombres; es miembro de nuestra raza,
verdadera hermana nuestra, que comparte plenamente la condición humana.
 El culto a la Virgen María tiene su razón última en la voluntad de Dios, libre e
inescrutable. Siendo el Señor caridad eterna e infinita, decide todas las cosas según un
proyecto inefable de amor. "(Él) La amó y obró en ella maravillas", Lc 1, 49; la amó
por sí mismo, la amó por nosotros, se la dio a sí mismo y la dio a nosotros". MC 56.

6.3. LA RENOVACIÓN DEL CULTO A MARÍA SEGÚN "MARIALIS


CULTUS"

El Concilio Vaticano II asentó las bases firmes para una amplia reforma litúrgica, que
se introdujo en los años posteriores al concilio por obra de Paulo VI. En el ámbito de
esta reforma también  se ha visto directamente afectado el culto a la Virgen María. En
el nuevo calendario litúrgico se han dispuesto fiestas marianas de tal manera que
contribuyen a poner de relieve las etapas más significativas de la historia de la
salvación, en donde la figura central de Cristo se impone como el eje de la existencia
cristiana. De este modo la celebración de la persona de la Virgen María se revela como 
reflejo del culto que se le debe rendir al Salvador Cristo, con el que su Madre está
estrechísimamente ligada y asociada.
Pero es sobre todo con la Exhortación Apostólica: "Marialis cultus" como Paulo VI se
enfrenta expresamente con la cuestión del culto mariano en su conjunto. Su
renovación constituye el tema de la segunda parte del documento pontificio, que
comienza precisamente con un claro planteamiento de los términos del problema. "Sin
embargo, como es bien sabido, la veneración de los fieles hacia la madre de Dios ha
tomado formas diversas, según las circunstancias de lugar y de tiempo, la distinta
sensibilidad de los pueblos y su diferente tradición cultural y religiosa. Así resulta que
las formas en que se ha manifestado dicha piedad, sujetas al desgaste del tiempo,
parecen necesitar una renovación que permita sustituir en ellas los elementos caducos,
dar valor a los perennes e incorporar los nuevos datos doctrinales adquiridos por la
reflexión teológica y propuestos por el magisterio eclesiástico. Esto muestra la
necesidad de que las Conferencias Episcopales, las Iglesias locales, las familias
religiosas y las comunidades de fieles favorezcan una genuina actividad creadora y, al
mismo tiempo, procedan a una diligente revisión de los ejercicios de piedad a la
Virgen; revisión que queríamos fuese respetuosa para con la sana tradición y estuviera
abierta a recoger las legítimas aspiraciones de los hombres de nuestro tiempo. Por
tanto nos parece oportuno, venerables hermanos, indicaros algunos principios que
sirvan de base al trabajo en este campo".MC 24.

Como todo fenómeno humano, el culto a María consta de expresiones dictadas por las
circunstancias históricas, por la sensibilidad y la psicología específica de los creyentes,
por las diferentes tradiciones culturales de los pueblos. Estos elementos pueden variar
con el cambio de los tiempos, y a veces es necesario que sea así por diversas razones.
Ante todo porque el culto puede caer en algunas de estas desviaciones: la vana
credulidad, el sentimentalismo estéril, la manía por curiosas novedades, la búsqueda
de efectos milagreros, la mezcla de intereses personales, de aspectos comerciales y/o
beneficios económicos, MC 38; L.G. nº 67. En estos casos se hace urgente la
renovación a fin de conseguir que las formas de piedad respondan a la verdadera
naturaleza y a la auténtica finalidad del culto cristiano.

Y para que se cumpla el aforismo: "ad Jesum per Mariam". A Jesús por María. Hay que
desterrar las devociones egoístas interesadas a la Virgen María que sólo persiguen
favores económicos y egoístas y nunca llevan a Cristo. Por ejemplo: tener mucha
devoción a la Viren María y no ir casi nunca a Misa, no comulgar casi nunca, vivir una
vida en pecado, pero me refugio en que soy muy devoto de la Virgen María, de tal
santuario o región. Esto es una contradicción. La verdadera devoción a María lleva
indefectiblemente a Cristo, a la fe, a la esperanza y a la caridad, a un gran amor a la
Iglesia y a cumplir con los 10 mandamientos y las obligaciones de estado de vida, ya
sea casado, soltero, etc. Es decir, la devoción auténtica a la Virgen María SIEMPRE
lleva a Cristo y exige de autenticidad de vida cristiana y sobre todo a una vida
profunda fe y de caridad. Quien desconoce esto está fuera del ámbito de la auténtica
devoción a la Virgen María.

6.4. ORIENTACIONES TEOLÓGICAS DE "MARIALIS CULTUS"

Para introducir y reforzar las mencionadas notas características del culto mariano, la
exhortación expone algunas orientaciones que debe seguir la renovación de la Iglesia
en la cuestión del culto mariano.

A. Orientación bíblica

La renovación bíblica es un fenómeno que interesa a casi todos los sectores de la vida
cristiana y de la teología y, en el caso específico de la piedad, la biblia se ha convertido
por así decirlo en un "libro fundamental de oración", MC 30. Esta situación es el
resultado de un importante progreso de la exégesis y de la teología bíblica, de la
difusión de la biblia entre el pueblo cristiano y seguramente de una misteriosa
intervención del Espíritu Santo. De esta renovación bíblica el culto a la Virgen María no
podrá menos de sacar profundas y auténticas ventajas. Efectivamente: "La biblia, al
proponer de modo admirable el designio para la salvación de los hombres, está toda
ella impregnada del misterio del  Salvador y contiene, además, desde el Génesis hasta
el Apocalipsis, referencias indudables a aquella que fue Madre y asociada al Salvador".
MC, 30.

Esta orientación no debe llevar solamente a una utilización literal de los textos, de los
símbolos y de las imágenes de la Escritura, sino que debe conducir a sacar de los libros
revelados  la inspiración necesaria para componer las oraciones, cánticos y textos que
sirvan para la liturgia y para la devoción mariana. Pero es preciso, sobre todo, que el
culto mariano "esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano" que
encuentran en la biblia su inspirada elaboración. Los frutos de la aplicación de esta
orientación son evidentes: los fieles, al rezar a María, se sentirán iluminados por la luz
de la palabra divina y estimulados a comportarse según las enseñanzas de la Sabiduría
divina, encarnada en el seno de la Virgen María, abandonando elementos puramente
anecdóticos y numinosos en la piedad mariana, para afirmar los contenidos centrales y
poner su vida cristiana en relación con ellos.
B. Orientación litúrgica

Después que el Concilio Vaticano II reafirmara la posición e importancia de la liturgia


en la vida orante de la Iglesia. Paulo VI volvió sobre el mismo principio para remachar
que "la liturgia por su preeminente calor cultual, constituye una norma de oro para la
piedad cristiana". MC 23. Por eso hoy la Iglesia, aunque estimula las prácticas marinas
de piedad, recomienda que éstas "se organicen de acuerdo con la sagrada liturgia, en
cierta manera deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo cristiano, ya que la liturgia,
dada su naturaleza está muy por encima de ellos" Sacrosanctum Concilium, nº 13.

Por ello, la oración litúrgica debe cumplir una función educativa de la devoción popular.
Hay dos prácticas marianas populares que se prestan mejor a dejarse impregnarse del
espíritu litúrgico: se trata del "Angelus" y del rezo del Santo Rosario, MC 40-45. Las
dos prácticas marianas se muestran eficaces y saludables también la actualidad por su
inspiración cristológica y bíblica.

C. Orientación Ecuménica

Si ya en Concilio Vaticano II aconseja a los fieles que en el culto a María eviten todo lo
que pueda crear malentendidos con los hermanos separados, L.G. nº 67, la
exhortación de Paulo VI, después de inculcar este consejo: "Por su carácter eclesial, en
el culto a la Virgen se reflejan las preocupaciones de la Iglesia misma, entre las cuales
sobresale en nuestros días el anhelo por el restablecimiento de la unidad de los
cristianos. La piedad hacia la Madre del Señor se hace así sensible a las inquietudes y a
las finalidades del movimiento ecuménico, es decir, adquiere ella misma una impronta
ecuménica. Y esto por varios motivos.

En primer lugar porque los fieles católicos se unen a los hermanos de las Iglesias
ortodoxas, entre las cuales la devoción a la Virgen reviste formas de alto lirismo y de
profunda doctrina al venerar con particular amor a la gloriosa Theotokos y al aclamarla
«Esperanza de los cristianos»; se unen a los anglicanos, cuyos teólogos clásicos
pusieron ya de relieve la sólida base escriturística del culto a la Madre de nuestro
Señor, y cuyos teólogos contemporáneos subrayan mayormente la importancia del
puesto que ocupa María en la vida cristiana; se unen también a los hermanos de las
Iglesias de la Reforma, dentro de las cuales florece vigorosamente el amor por las
Sagradas Escrituras, glorificando a Dios con las mismas palabras de la Virgen, Lc 1,
46-55.

En segundo lugar, porque la piedad hacia la Madre de Cristo y de los cristianos es para
los católicos ocasión natural y frecuente para pedirle que interceda ante su Hijo por la
unión de todos los bautizados en un solo pueblo de Dios. Más aún, porque es voluntad
de la Iglesia católica que en dicho culto, sin que por ello sea atenuado su carácter
singular, se evite con cuidado toda clase de exageraciones que puedan inducir a error
a los demás hermanos cristianos acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia católica
y se haga desaparecer toda manifestación cultual contraria a la recta práctica católica.

Finalmente, siendo connatural al genuino culto a la Virgen el que «mientras es honrada


la Madre (…), el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado», este culto se
convierte en camino a Cristo, fuente y centro de la comunión eclesiástica, en la cual
cuantos confiesan abiertamente que Él es Dios y Señor, Salvador y único Mediador, 1
Tim 2, 5, están llamados a ser una sola cosa entre sí, con El y con el Padre en la
unidad del Espíritu Santo.

Reconocer estos puntos positivos no supone que haya que cerrar los ojos a las
divergencias que todavía nos separan, especialmente en lo que atañe a "la función de
María en la obra de la salvación", en el Decreto sobre el Ecumenismo,"Unitatis
Redintegratio", nº 20. Sin embargo, la MC de Paulo VI confía que estos obstáculos no
sean insuperables: "como el mismo poder del Altísimo que cubrió con su sombra a la
Virgen de Nazaret, Lc 1, 35, actúa en el actual movimiento ecuménico y lo fecunda,
deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración a la humilde Esclava del
Señor, en la que el Omnipotente obró maravillas, Lc 1, 49, será, aunque lentamente,
no obstáculo sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en
Cristo" MC 33.

D. Orientación antropológica

Una renovación eficaz del culto mariano no puede prescindir de las adquisiciones
seguras y comprobadas de las ciencias humanas. En particular, ha de tomar en
consideración la difusa mentalidad moderna que pone al hombre y a la mujer en el
mismo plano de la vida familiar, en la acción política y en el campo social y cultural. Un
cierto tipo de devoción se limitaba a presentar a María como modelo  sólo por su vida
retiro, oración, otro cierto tipo de devoción se limitaba a presentar  a María como
modelo sólo por su humildad y pobreza. Paulo VI en MC hace observar que María es
modelo no ya por el tipo de vida que llevó, sino porque en su situación concreta "se
adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios", MC 35.

Es normal que los creyentes hayan expresado siempre sus sentimientos de devoción a
la Virgen María "según las categorías y los modos expresivos de su época" MC 36. Pero
la devoción no está, de suyo, ligada a los pequeños esquemas representativos y a las
concepciones antropológicas de una determinada época cultural; por eso sus
expresiones concretas tienen que estar sometidas a una iluminada evolución. Si se
compara la imagen de la Virgen María con las concepciones antropológicas y los
contenidos culturales que condicionan a la mentalidad religiosa de hoy, será fácil ver, a
la luz del Espíritu, cómo María se presenta verdaderamente como "espejo de esperanza
de los hombres de nuestro tiempo" MC, 37.

En este orden de ideas, el papa cita como particularmente actual y significativo el


comportamiento de María en el misterio de la Anunciación, en donde da un ejemplo
admirable de consentimiento activo y responsable a la encarnación del Hijo de Dios y
de elección valiente del estado virginal como consagración total al amor de Dios. En el
Magnificat se manifiesta como mujer que no tiene nada de "aceptación pasiva o de
religiosidad alienante", sino que se muestra valiente a la hora de proclamar las
preferencias de Dios por los pequeños, los oprimidos y los humildes. Igualmente la
Virgen María en el Calvario se presenta como la mujer fuerte en las pruebas duras y
difíciles de la vida; una madre que no tiene nada de posesiva, abierta a una dimensión
maternal universal.
Por encima de todas estas orientaciones, Paulo VI vuelve a confirmar la validez de un
principio que ya había formulado el Concilio Vaticano II en L.G., nº 67, hay que evitar
"tanto la exageración de contenidos y de formas que llega a falsear la doctrina como la
estrechez mental que oscurece la figura y la misión de María, MC, 38. Un sabio
equilibrio entre estos dos extremos negativos: la exageración y la estrechez, hará que
el culto a la Virgen María sea cada vez más genuino, más sólido y vigorosamente
dirigido a su meta final que es "glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en una vida
absolutamente conforme a su voluntad" MC, 39. Así pues, el culto mariano, cuando es
entendido y practicado rectamente, se convierte en un itinerario de gran crecimiento
espiritual para los creyentes. No puede haber vida cristiana auténtica que no sea
también mariana, ésta e suna regla que vale para todos los tiempos.

6.5. LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN MARÍA

"Devoción" en sentido teológico estricto, consiste en "una voluntad pronta para


entregarse con fervor a las cosas que pertenecen al servicio de Dios". Son, pues,
devotos los que se entregan o consagran por completo a Dios y le permanecen
totalmente sumisos. Los verdaderos devotos están siempre disponibles para todo
cuanto se refiera al culto o servicio de Dios.
Sto. Tomás advierte que la devoción, como acto de religión que es, recae propiamente
en Dios, no en sus criaturas. De donde se sigue que la devoción a los santos no debe
terminar en ellos mismos, sino en Dios a través de ellos.

a. El culto debido a la Virgen María

Como hemos explicado anteriormente la auténtica devoción se refiere directamente a


Dios y sólo indirectamente a los santos, por lo que tienen de Dios. La Virgen María
ocupa un lugar intermedio entre Dios y los santos.
 El culto de "adoración", dado solamente a Dios, se llama culto de "Latría", del
griego "latreia" = adoración a Dios. Así lo enseña Jesús en Mt, 4,10: "Al Señor tu Dios
adorarás, y sólo a él darás culto".
 El culto de "veneración", como intercesores, dado a los santos, es llamado culto
de "dulia" del griego "doulos" = siervo. Los santos son siervos de Dios.
 El culto de super-veneración, dado a la Virgen María, es culto de "Hiperdulía" =
Hiper = por encima de ... los "doulos" = los siervos, es decir, los santos. La santísima
Virgen María está por encima de todos los santos.

Por tanto a la Virgen María, como a los santos, no se les adora, sino que se les venera
con santa y sana devoción.

El culto a la Virgen María es especial por la significación y relación que tiene como
Madre de Dios con su Hijo Jesucristo. Ella es la intercesora más cercana y principal
ante su Hijo Redentor y ante Dios Padre, en orden a nuestra redención y salvación. La
fórmula ideal que resume y condensa el pensamiento católico sobre la devoción a la
Virgen María es ésta: "A Jesús por María". O sea, María es el camino recto y seguro
para llegar a Jesús, así como Jesús es el camino único que nos lleva a Dios Padre, Jn
14, 6. Por eso la devoción a María no aparta ni debe de apartar a nadie de la adoración
que todos debemos a sólo Dios, ni disminuye ni amortigua nuestros sentimientos hacia
Dios, antes al contrario los purifica y los endereza al verdadero Dios porque después
de Jesús nadie ha amado tan profunda y santamente a Dios como la santísima Virgen
María.

b. La verdadera devoción a María

Ha de incluir, a la vez, la veneración, el amor intensísimo, el amor de gratitud, la


confiada invocación, y la imitación de sus virtudes cristianas.
- Veneración: Porque es la Madre de Dios
- Amor intensísimo: Porque es nuestra Madre amantísima
- Amor de gratitud: Porque es nuestra corredentora
- Confiada invocación: Porque es la dispensadora de todas las gracias
- Imitación de sus virtudes cristianas: Porque es modelo perfecto de todas las virtudes.

c. Prácticas piadosas a la Virgen María

La Iglesia en su misión pastoral anima y exhorta al pueblo de Dios las prácticas


devocionales que habitualmente ha desarrollado a través de los tiempos y que son de
arraigo universal, como son:
- El rezo el Angelus
- El rezo del Santo Rosario
- Salve Regina
- Letanías Lauretanas
- Otras oraciones y devociones aprobadas por la Iglesia

d. Conveniencia de la devoción a la Virgen María

- Necesidad para la salvación


- Necesidad para la santificación
- Consagración a María
- La devoción a María y su perseverancia como signo de predestinación.

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