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«Dejemos a un lado tanta hipocresía; no

somos los buenos de la película»

Maillard acaba de publicar 'Medea'. / Lisbeth Salas

Chantal Maillard publica 'Medea', donde bucea en la


compasión y la culpa: «Todos somos en parte verdugos
y en parte víctimas»

ALBERTO GÓMEZ Miércoles, 19 febrero 2020, 12:33

Chantal Maillard ha tirado de los hilos que cosían 'La compasión difícil', su anterior libro, para ponerse en
la piel de Medea, mito que da nombre a su nuevo poemario, que acaba de publicar Tusquets. Aquel
personaje, capaz de dinamitar el prototipo de mujer ideal, mató a sus dos hijos como venganza por la
traición asestada por Jasón, su marido. La autora malagueña rescata a una Medea ya anciana, «de espaldas
al mar y a todo lo que una vez fue su destino», para cuestionar el clásico reparto de roles entre víctimas y
verdugos: «Desde el territorio iluminado en el que os acomodáis / ¿cómo comprenderéis al que habita las
tinieblas?». Maillard, Premio Nacional de Poesía por 'Matar a Platón', una de las voces más radicales y
deslumbrantes de la poesía europea, presenta este miércoles a las 19.30 horas esta reflexión sobre la
empatía y la culpa, cuya escritura califica de «curativa», en el Centro Andaluz de las Letras junto a la
también profesora y poeta Aurora Luque.

–En su anterior libro hablaba de «la compasión difícil». Ya entonces asomaba el mito de Medea, en
cuya piel se pone ahora. ¿Necesitamos compadecernos también de los verdugos?

–Todos somos en parte verdugos y en parte víctimas. Esto es lo que me parece que deberíamos
comprender. Si la compasión es cosa difícil es sobre todo por eso. Todos matamos para sobrevivir. Todos
dañamos y lastimamos a otros. Todos tenemos hambre. Y, tarde o temprano, todos padecemos.

–Imagino que habla de cómo devoramos los recursos naturales, también a otros animales.

–Hablo de esto, por supuesto, pero hablo también del daño innecesario. La existencia se sostiene sobre el
hambre y esto hace que la violencia sea inevitable. Pero la nuestra es una violencia añadida, gratuita.
Dañamos por codicia, por poder, e incluso por placer. Violentamos, lastimamos, expoliamos,
exterminamos por ello.

–¿Por qué el deseo por acumular parece ilimitado, incluso cuando el hambre está satisfecha?

–La acumulación es producto de la insatisfacción. En nuestras sociedades no se nos enseña simplemente a


sobrevivir con lo necesario, sino a querer más, a ser más, a tener más. No les enseñamos a nuestros hijos a
saber prescindir, sino a acaparar; de este modo alimentamos su insatisfacción. Y como ya no tienen que
enfrentarse al peligro para procurarse el alimento, el hambre se convierte en ansia, y la caza en guerra.

–«¿Cómo comprenderéis al que comete el crimen / si no os sentís capaz de cometerlo?», escribe en


'Medea'. ¿Es hora de bucear en lo más oscuro de cada uno?
–Es hora de dejar a un lado tanta hipocresía. No somos los buenos de la película. Todos los sentimientos y
los actos que de ellos derivan son respuestas a otros anteriores. La ética no es situarse en el corral de los
justos. Los cercos son defensivos, siempre. Fuera echamos a todo aquello que no se nos parece porque lo
diferente nos inquieta.

–«¿Qué vas a colgar de esa cuerda?». «Lo que amo». ¿Por qué eligió ese diálogo para abrir el libro?

–Es una cita de la Medea de Lars von Trier. Es lo que le pregunta a Medea el más joven de sus hijos
cuando la ve anudar la cuerda con la que habrá de colgarle muerto en un árbol. Es una escena clave en 'La
compasión difícil'. En esta Medea ya no hablo de ella, pero el libro abre esta cita como constancia de la
continuidad de ambos libros, y como recordatorio del sufrimiento que fue, para Medea, llevar a cabo su
acción.

–Medea tuvo que enfrentarse a la culpa, que es un sentimiento frecuente entre las madres. ¿Cómo
se digiere?

–Bueno... Depende de las consecuencias que hayan tenido nuestros actos...

–En Medea esa consecuencia es la muerte de los hijos. ¿Ha aprendido algo de ella?

–La Medea de la que hablo está de vuelta de su propia historia. Su barca está encallada en la arena, en una
orilla del Mar de Alborán. Es una anciana de siglos. Su historia termina aquí. En realidad, este libro es la
versión poética de 'Las conversaciones con Medea' que tienen lugar en la tercera parte de 'La compasión
difícil'. En aquel libro una mujer anciana le pide enseñanza a Medea. Aquí, las dos voces, la de quien pide
ayuda y la de quien la termina dando, aunque a regañadientes, se unen en una sola. Y sí, para mí ha sido
bastante curativo. Podemos aprender mucho de la voz anciana que llevamos en nuestro interior si
sabemos escucharla. ¿Aprender qué?... Mejor se leen el libro.

–¿Hemos educado una sensibilidad tramposa, fácil, más cercana al sentimentalismo?

–El sentimentalismo es una degradación de la capacidad de empatía. El romanticismo en su última etapa


degeneró en sentimentalismo; es una variante kitsch de la emoción trágica que se quiso dulce. La
compasión es cualquier cosa menos sentimentalismo; es ser capaz de padecer con otro. Sin hacer
distinciones: al fin y al cabo todos actuamos a ciegas.

–Sus últimos libros se han dedicado también a cuestionar la espectacularización de las emociones.
¿Por qué lloramos ante una película y no cuando abrimos un periódico? Como si doliera más la
ficción.

–Porque la ficción, incluso cuando es dolorosa, es placentera. La realidad no lo es. Vamos al cine a llorar
no porque nos guste llorar, sino porque lo hacemos con placer. Y esto ocurre porque ante un espectáculo
nos distanciamos de nuestra vida cotidiana, de ese yo del día a día que siempre nos ocupa. Cuanto más
capaces somos de desprendernos de nosotros mismos, mayor es nuestra capacidad de empatía.

–Medea continúa llenando teatros. ¿No es también la representación del mito una forma de
espectacularización?

–Por supuesto. ¿De qué otro modo podríamos mostrar y comprender el tormento del verdugo?

–¿Cuál es ese tormento? ¿Por qué nos sentimos, o fingimos sentirnos, tan cerca de la víctima pero
tan lejos del verdugo? Usted plantea que estamos a la misma distancia de ambos.

–Es fácil compadecer a la víctima. Nos hace sentir bien. Nos sitúa del lado de los buenos. Y la buena
conciencia es excluyente. La moral no tiene medianías: positivo y negativo, el bien y el mal, el inocente y
el culpable, la vida y la muerte. La naturaleza no se sitúa nunca en uno de los polos, la naturaleza es un
proceso, siempre en devenir, no se detiene. Sólo para la mente racional hay esto o aquello. Para emitir un
juicio hemos de detener el proceso en uno u otro punto. Pero si queremos comprendernos sin falsas
atribuciones habremos de contemplar el proceso todo entero, más allá de los códigos establecidos. Sólo
así la compasión, la auténtica compasión, será posible.

–¿Está de acuerdo con Camus en que el suicidio es el único problema filosófico verdaderamente
serio? ¿Requiere el perdón de quienes se quedan?

–El de Camus es el problema de la libertad. Ante la constatación del sinsentido de la existencia, podemos
decidir aceptarla o no. Vivir o dejar de hacerlo es una opción personal. Claro que esto se plantea cuando
nos enfrentamos al absurdo y la extrañeza. Por eso la libertad, esa libertad, es un problema filosófico.
Pero no parece que estemos preparados para ello. Existir nos parece normal. El problema, entonces, se
desplaza al orden práctico. El problema práctico verdaderamente serio, en estos momentos, es dejar de
procrear. No hacerlo es, a todas luces, imperdonable.

–¿Algún día será posible naturalizar la muerte, despojarla de ceremonias y dolor?

–Es triste, siempre, separarse de aquellos a los que amamos, tanto si ellos nos dejan como si somos
nosotros los que hemos de dejarles. Pero la tristeza es memoria. Y la memoria forma parte de una historia
personal. Lo que sí podemos hacer es tratar de contemplar la vida sin tenernos tanto en cuenta. La vida es
pérdida. Si la aceptamos hemos de aceptar el lote entero. La vida en este planeta no se sostendría sin la
muerte. Y la verdad es que, para él, no somos importantes.
ENTREVISTA

Chantal Maillard: “El ansia es la gran perversión contemporánea”

La pensadora y poeta, experta en la cultura de la India, reflexiona


sobre la globalización, que vende falso progreso material y compra
falsa espiritualidad

Javier Rodríguez Marcos


20 FEB 2020 - 09:00 CET
La filó sofa y poeta Chantal Maillard. Consuelo Bautista

La palabra inclasificable se inventó para alguien como Chantal Maillard. Nació en Bruselas hace 69 años
y escribe en castellano desde que, en la adolescencia, se trasladó a vivir con sus padres a la Costa del Sol.
Ha sido profesora de estética en la Universidad de Málaga y se especializó en filosofía y religiones de la
India en la de Benarés. Ha ganado el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica de poesía y es
también es uno de los nombres de referencia en el pensamiento español actual. Con los hilos que
quedaron sueltos en sus ensayos más recientes —¿Es posible un mundo sin violencia? (Vaso Roto) y La
compasión difícil (Galaxia Gutenberg)— ha tejido el libro de poemas que acaba de publicar: Medea
(Tusquets), una reflexión sobre el dolor y la culpa.

Pregunta. ¿Cuándo se decidió por el castellano como lengua de escritura?

Respuesta. Cuando me di cuenta de que no me entendían.

P. ¿Y cuándo optó por la filosofía?

R. Con 13 años, cuando llegué a España, por el libro de texto del colegio. Me fascinó el razonamiento
lógico de Platón. Luego me impresionó todavía más Aristóteles. Si se enseñara lógica en las escuelas nos
ahorraríamos muchas opiniones vacías.

P. ¿Por qué?

R. Porque hemos confundido la opinión con el razonamiento. Que es la gran diferencia que establece
Platón entre episteme y doxa. Ahora estamos comidos por la doxa, algo que no tiene que ver
necesariamente con el desarrollo racional porque no necesariamente produce conocimiento.

P. ¿Por qué le interesó más Aristóteles?

R. Porque los de Platón son falsos diálogos. Sócrates siempre sabe a dónde va.

"Usamos las doctrinas orientales para reeducar a los descarriados del sistema y que sigan produciendo"

P. Zizek sostiene que son monólogos porque el interlocutor se limita a decir: “Por Zeus, tienes
razón”.

R. Pues sí. Las conclusiones están allí de antemano. Aristóteles es más interesante por cuanto que inicia
lo que ahora llamamos ciencia. Su lógica es la lógica del lenguaje, del logos, el razonamiento lingüístico
que da lugar a un procedimiento racional y que solo sirve para eso, para el discurso racional. El gran error
es que hemos hecho de ese discurso el único, dejando de lado otras formas de conocimiento.

P. ¿Otras culturas conservan esas otras formas? Usted conoce bien la India.
R. El discurso occidental ha engullido esa sabiduría. La India es también una cultura muy lingüística
porque el sánscrito está muy unido a su metafísica, pero no había una división tan drástica entre materia y
espíritu. La India ha fascinado desde siempre a los occidentales porque pensábamos que ellos conocían
los secretos de los mundos del espíritu. Eso se ha terminado. ¿Por qué? Porque mientras nosotros
envidiábamos su paz interior ellos envidiaban nuestros “avances”. Ahora les compramos su pensamiento
pero folklorizado. Y les vendemos nuestra forma de vida. No han resistido.

P. ¿Podían resistir?

R. La globalización tiene algo que no tienen las guerras tradicionales: que el conquistado accede a ser
conquistado.

P. ¿Y qué arma es más poderosa que un ejército?

R. La publicidad, es decir, el consumo, es decir, el deseo. Antes que productos la sociedad de mercado
vende deseos. Es una violencia más sutil. La sangre es cosa del pasado. Lo paradójico es que el deseo era
la base del hinduismo como causa del sufrimiento: elimina el deseo y dejaras de padecer. Pero sin deseo
el mercado no funciona. Por eso lo alimenta sin descanso. Tanto que lo convierte en ansia asociado al
mito del progreso y de la felicidad. Nadie puede resistirse a eso.

P. ¿El progreso es un mito?

"No aceptamos la muerte porque es algo que contradice la razón. No cabe en ella. Y como hemos
enaltecido la razón, tenemos esa consecuencia perversa"

R. Para una parte del mundo empieza a dejar de serlo. Para otra, todavía lo es porque aún no están de
vuelta. ¿Y quién les va a negar un teléfono móvil ? No solo no se lo vamos a negar sino que se les vamos
a vender los que ya no queremos. Tendrán que hacer todo el proceso. Mientras, el planeta se nos habrá
ido.

P. Antes dijo que también las otras culturas han vendido lo suyo a Occidente.

R. Sí, folclore. Las doctrinas hindúes no responden a las necesidades del mercado. ¿Qué hacer con ellas?
Convertirlas en productos de consumo. Es cierto que la demanda de doctrinas espirituales siempre ha sido
grande en Occidente. Lo que pasa es que las hemos usado desvirtuadas, como gimnasia terapéutica.

P. ¿Y eso es malo?

R. Lo es porque no se usa para mejorar la vida sino para devolver al redil a los descarriados, es decir, a
los individuos improductivos. Para reeducarlos y que sigan produciendo. No para detener el sistema sino
para engrasarlo.

P. ¿Se puede detener?

R. Cada vez es más difícil y queda menos tiempo porque la naturaleza es finita. ¿El suicidio? No. Todos
queremos pervivir. ¿Limitar la procreación? Indudablemente. Pero también poniendo freno a ese
movimiento que trata de hacernos perdurar muchos más años de los que ahora son naturales por ese afán
nuestro supervivencia infinita. No aceptamos la muerte. Todo radica ahí. No aceptamos la finitud, la
impermanencia en un mundo que es impermanente por naturaleza.

P. ¿Por qué no la aceptamos?

R. Porque la muerte es algo que contradice la razón. No cabe en ella. Y como hemos enaltecido la razón,
tenemos esa consecuencia perversa. La permanencia es una noción perversa. Como el ansia, que es la
gran perversión contemporánea porque se lo lleva todo por delante. Occidente ya no tiene hambre, ahora
tiene ansia.
P. ¿Por eso habla de compasión difícil?

"El ser humano ya solo es depredador y ni siquiera tiene que matar a su presa porque le llega envuelta en
plástico"

R. Hay que tomar conciencia de la violencia añadida que hay en el ser humano, que ha perdido el miedo
porque ya no es presa, solo depredador. Hemos perdido incluso el respeto a la presa porque ya no la
tenemos ni que matar: nos llega a la mesa envuelta en plástico.

P. ¿Los animales tienen derechos?

R. Esa misma idea tiene trampa. Nos consideramos una especie tan superior que pensamos en otorgar
derechos solo a los animales que se parecen a nosotros, los grandes simios, etcétera. Debemos pasar de
una ecología a una ecosofía. Dejar de pensar que la naturaleza nos pertenece a pensar que pertenecemos a
la naturaleza. Reconozco que algo está cambiando en las nuevas generaciones, pero no soy optimista. El
ansia de consumo no se limita a la comida. La violencia tiene muchas formas y muchas de esas formas ni
las vemos. La propia violencia contra los seres humanos, por ejemplo.

P. ¿No hemos vuelto insensibles?

R. Sí. Insisto, privilegiando la razón hemos privilegiado los conceptos sobre los acontecimientos. La
muerte de los demás es una estadística. Solo nos emociona cuando la vemos como ficción. La realidad no
nos conmueve porque, en el fondo, no nos produce ningún placer. Nos gusta el sufrimiento cuando lo
estetizamos.

P. ¿Nos gusta?

R. Es el placer del espectáculo. Una película como Funny Games, de Haneke, es una reflexión sobre esa
estetización de la violencia. En un momento dado, el protagonista guiña el ojo al espectador. Es como si
te dijera: “Lo ves porque te gusta. Si no, qué haces ahí sentado. Si no te gusta lo que ves, ¿por qué no te
levantas y te vas?”.

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