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Arminda Aberastury y Mauricio Knobel

La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico

Capítulo 1: El adolescente y la libertad

El adolescente vive una permanente fluctuación entre diversos pares de situaciones:

a) entre una dependencia y una independencia extremas;

b) entre el refugio en la fantasía y el afán de crecimiento;

c) entre la afirmación de sus logros adultos y el refugio en los logros infantiles.

Esta fluctuación responde, de modo complejo, a todo un difícil proceso que el adolescente debe
vivir, a través del cual busca una nueva identidad.

Es que al principio, él vive los cambios corporales y los imperativos del mundo como una invasión.
El duelo por el cuerpo (caracteres sexuales secundarios, pérdida del cuerpo de niño y
responsabilidad por la definición sexual y rol en la pareja y procreación): sólo cuando acepta
simultáneamente sus aspectos de niño y de adulto puede empezar a aceptar su cuerpo y comienza
a surgir una nueva identidad. Mientras tanto, hay fluctuaciones de identidad: cambios bruscos,
variaciones, etc. Es que el implica ensayos y pruebas de pérdida y recuperación de ambas edades,
y de ahí la inevitable fluctuación.

En el proceso de entrar en el mundo de los adultos y elaborar los duelos, el adolescente necesita
adquirir una ideología que le permita su adaptación al mundo o su acción sobre él para cambiarlo.
Hasta desarrollar esa ideología (madurez biológica + madurez efectiva e intelectual, sistema de
valores, etc.), tendrá multiplicidad de identificaciones contradictorias (varios personajes al mismo
tiempo).

Tratará de adaptar el mundo externo a sus necesidades imperiosas: por eso su deseo de reformas
(que queda en intelectualización, porque todavía es incapaz de realizarlas y porque se lo reprime
en el plano de la acción).

Al mismo tiempo de tener que formarse un sistema de valores éticos, intelectuales y afectivos,
debe abandonar la solución del “como si” del juego y el aprendizaje. Urgido por esta exigencia,
tiende a acentuar el distanciamiento del presente y la fantasía de proyección en el futuro,
independiente de los padres (no ser con ellos ni como ellos).

Y ahí se da el conflicto por ambivalencia entre desprendimiento y permanecer ligado. Al mismo


tiempo que se manifiesta en é una necesidad de acompañamiento, vigilancia, límites y
dependencia, siente rechazo y búsqueda de independencia. ¿Cómo manejarse con esa
ambivalencia, con esas tendencias tan contradictorias? Una solución transitoria: refugiarse en la
fantasía (lo que supone un incremento de la omnipotencia narcisista y prescindencia de lo
externo). Lo que tiene como efecto, muchas veces, un crecimiento de la hostilidad hacia los padres
y el mundo de los adultos.
Los autores insisten en que no se puede acceder a la problemática del adolescente sólo desde él
mismo. Por eso, introducen la problemática de los padres y de la relación entre padres e hijos.
Básicamente, afirman que también los padres deben hacer el duelo por el cuerpo del hijo
pequeño, su identidad de niño y su dependencia infantil. La confrontación se hace dolorosa si el
adulto no es consciente de sus problemas ante el adolescente. También lo padres tienen
dificultades para aceptar el crecimiento del chico: éste los enfrenta con sus propios conflictos
respecto de la genitalidad, con la necesidad de aceptación del envejecimiento (y, en última
instancia, de la muerte), con la pérdida de su imagen ante el hijo: ya no es ídolo, sino criticado. Los
logros del chico lo ponen frente a la necesidad de evaluar sus propias realizaciones y fracasos, y la
necesidad de identificarse con la fuerza creativa del hijo. Pero por lo general, dicen los autores, el
adulto se ve desafiado y agredido y tiende a reaccionar sólo con un refuerzo de la autoridad.

El adolescente tiene tres exigencias de libertad: salidas y horarios, defender una ideología y vivir
un amor y un trabajo. Cuando los padres lo único que pueden hacer es restringir las salidas y
“cortarle lo víveres” (dinero), es porque que algo ya vino mal desde antes. Los chicos se dan
cuenta de que al controlar el tiempo les están controlando su mundo interno, su crecimiento y
desprendimiento. Es preciso que se haya instaurado un espacio de diálogo que ayude al
adolescente a lograr sus conquistas en los planos de la ideología y del amor. Otorgar libertad no
significa dejar de lado todos los límites (=abandono). Libertad con límites = cuidado, cautela,
diálogo.

En el tema del amor, deben poder realizar sus experiencias, sin la contrapartida de tener que
informar de todo lo que hacen: “exigir información es tan patológico como prohibir y es muy
diferente a escuchar”.

Capítulo 2: El síndrome de la adolescencia

Normalidad y patología en la adolescencia

Debe estudiarse la adolescencia como un fenómeno específico dentro de toda la historia del
desarrollo del ser humano y, por otra parte, estudiar su expresión circunstancial de tipo geográfico
y temporal histórico-social. Es decir, detrás de toda expresión sociocultural existe un basamento
psicobiológico que le da características universales.

La adolescencia está caracterizada fundamentalmente por ser un período de transición entre la


pubertad y el estadio adulto del desarrollo (variable en las diferentes sociedades). Lo básico es que
se trata de una situación en la cual el individuo se ve obligado a reformularse los conceptos que
tiene acerca de sí mismo y debe abandonar su autoimagen infantil y proyectarse sobre el mundo
de la adultez.

DEFINICIÓN:

“es la etapa de la vida... Durante la cual el individuo busca establecer su identidad adulta,
Apoyándose en las primeras relaciones objétales-parentales internalizadas... Y verificando la
realidad que el medio social le ofrece, Mediante el uso de los elementos biofísicos en desarrollo a
su disposición y que a su vez tienden a la estabilidad de la personalidad en un plano genital, Lo que
sólo se hace posible si se hace el duelo por la identidad infantil”. (p. 40)

CONCEPTO DE NORMALIDAD: adaptación al medio (no es sometimiento al medio: es capacidad de


utilizar los dispositivos existentes para el logro de las satisfacciones básicas del individuo en una
interacción permanente que busca modificar lo displacentero o lo inútil a través del logro de
sustituciones para el individuo o la comunidad.

El adolescente se ubica entre las llamadas personalidades “marginales”. Es muy difícil señalar el
límite entre lo normal y lo patológico (A. Freud). Toda la conmoción (actuaciones de características
defensivas) en este período es normal. Por lo cual se puede hablar de una “patología normal” del
adolescente que debe admitirse y comprenderse para ubicar sus desviaciones en el contexto de
las realidad humana que nos rodea. La mayor o menor anormalidad de este síndrome normal se
deberá, en gran parte, a los procesos de identificación y de duelo que haya podido realizar el
adolescente.

El síndrome normal de la adolescencia

¿Por qué “Síndrome”?: desde el mundo de los adultos, parece una configuración semipatológica,
pero desde el punto de vista de la psicología evolutiva y la psicopatología, aparece como algo
coherente, lógico y normal). Desarrollamos aquí 10 características o “síntomas” que definen este
“síndrome”.

1) Búsqueda de sí mismo y de la identidad

El poder llegar a utilizar la genitalidad en la procreación es un hecho biopsicosomático que


determina una modificación esencial en el proceso del logro de la identidad adulta y que
caracteriza la turbulencia e inestabilidad de la identidad adolescente.

La maduración genital se suma a la reactivación de las etapas previas de la evolución libidinal y a


procesos psicológicos básicos de disociación, introyección e identificación para establecer la
personalidad más o menos definida (individuación, Erickson = entidad yoica; Nixon =
autocognición: conocimiento del sí mismo o self, el cuerpo y el esquema corporal).

En la pubertad ocurren cambios físicos en 3 niveles: 1) hormonal (gonadotrofina), para la


modificación sexual; 2) producción de óvulos y espermatozoides maduros; 3) desarrollo de las
características sexuales primarias y secundarias, sumadas a modificaciones fisiológicas del
crecimiento en general. Se produce entonces un duelo del cuerpo infantil perdido, que obliga a
una modificación del esquema corporal y del conocimiento físico de sí mismo. Y se establece una
búsqueda de un nuevo sentimiento de continuidad y mismidad.

En el plano sexual, se atraviesa por lo que Erikson llama “moratoria psicosexual”: no se requieren
roles específicos y se experimenta con lo que la sociedad tiene para ofrecer. El adolescente recurre
a lo que encuentra más favorable en el momento: p. ej. La uniformidad (brinda seguridad y estima
personal): todos se identifican con cada uno. También identificaciones “negativas” (es mejor tener
una identidad “negativa”, perversa, que ninguna), pseudoidentidad que oculta la identidad latente
o verdadera, identificación con el agresor, etc. Por todo ello, el adolescente puede verse llevado a
adoptar distintas identidades, transitorias (“bebé”, “demasiado serio, adulto”, “histeroide” Lolita,
etc.); ocasionales (frente a situaciones nuevas); circunstanciales (identificaciones parciales). Todas
ellas, adoptadas sucesiva o simultáneamente, aspectos de la identidad adolescente.

Los cambios físicos pueden ser vividos, en un primer momento, como muy perturbadores.
Sentimientos de extrañeza e insatisfacción, que contribuye al sentimiento de
“despersonalización”. La integración del yo se produce por la elaboración del duelo por partes de
sí mismo y por sus objetos, y un buen mundo interno (que surge de la relación satisfactoria con los
padres internalizados) posibilita una buena conexión interior, una buena huida defensiva que
facilita el reajuste emocional y el establecimiento de la identidad adolescente.

Esta identidad adolescente se caracteriza por un cambio de relación con los padres (reales e
internalizados). Los elementos biológicos introducen una modificación irreversible: ahora, la
separación ya no sólo es posible sino necesaria. Las figuras parentales están incorporadas a la
personalidad del sujeto y este puede iniciar el proceso de individuación. Si todo se dio
correctamente en los períodos anteriores, el adolescente contará así con un yo enriquecido,
dotado de mecanismos defensivos útiles, y un Superyo que lo ayudará a encauzar la vida sexual
que empieza a poder exteriorizarse en la satisfacción genital, ahora biológicamente posible.

2) La tendencia grupal.

De la búsqueda de uniformidad surge el espíritu de grupo: un proceso de sobreidentificación


masiva, en donde todos se identifican con cada uno. El adolescente, frecuentemente, pertenece
más al grupo que al núcleo familiar. También representa la oposición a las figuras parentales y una
manera activa de determinar una identidad distinta. Se transfiere al grupo gran parte de la
dependencia que antes se tenía respecto de la familia y los padres. Constituye así una transición
necesaria en el mundo externo para lograr la individuación adulta.

El adolescente recurre al grupo para reforzar su identidad, ante la dificultad de asumir


obligaciones para las cuales todavía no está preparado. También para lograr su independencia de
los padres, para lo cual busca un líder al cual someterse o se erige él mismo en líder para ejercer el
poder de la madre o el padre. Pero todo ello, sin que se sienta demasiado responsable de lo que
ocurre a su alrededor: su propia personalidad suele quedar afuera del proceso.

El grupo facilita la conducta psicopática normal. Se trata de un acting out motor (por descontrol
provocado por la pérdida del cuerpo infantil) y afectivo (producto del descontrol del rol infantil
que está perdiendo): desafecto, crueldad, indiferencia. (En el adolescente normal, esta conducta
es transitoria y rectificable, a diferencia del psicópata). En este último, el conflicto de identidad se
procesa mediante la crueldad y la desafección, como mecanismos de defensa frente a la culpa y el
duelo de la infancia perdida, que no puede ser elaborada debido a la eliminación del pensamiento.

3) Necesidad de intelectualizar y fantasear


Una de las formas típicas del pensamiento del adolescente es el intelectualizar y fantasear
despierto. Como mecanismo defensivo: a través del pensamiento, compensa las pérdidas que
ocurren dentro de sí mismo y no puede evitar.

Se trata de un refugio interior contra la angustia. Una especie de autismo positivo que tiene por
objeto el reajuste emocional, y que se expresa en teorizaciones éticas, filosóficas, sociales, a través
del pensamiento y la producción literaria, artística, etc. Una vez más, hay que señalar que sólo
teniendo una relación adecuada con objetos internos buenos y también con experiencias externas
no demasiado negativas, podrá el adolescente llegara cristalizar una personalidad satisfactoria.

4) Las crisis religiosas

El adolescente puede manifestarse como un ateo o un místico, a veces el mismo individuo pasa
por todo tipo de períodos mutuamente contradictorios. Las frecuentes crisis religiosas son
intentos de solución de la angustia que vive el yo en su búsqueda de identificaciones positivas y
del enfrentamiento con la muerte definitiva de parte de su yo corporal, así como de su separación
de los padres. Las figuras de divinidades pueden representar para él idealizaciones que le aseguren
la continuidad de la existencia de sí mismo y de los padres infantiles. Del mismo modo, una actitud
nihilista puede ser también defensiva. En ambos casos, se trata de un desplazamiento a lo
intelectual religioso de cambios concretos que ocurren en el nivel corporal y en el plano de la
actuación familiar social.

5) La desubicación temporal

El adolescente vive con una cierta desubicación temporal; convierte el tiempo en presente y activo
como un intento de manejarlo (tipo proceso primario...) De ahí las postergaciones y urgencias
inexplicables que sorprenden al adulto en el comportamiento adolescente.

Parecería que al romperse el equilibrio de la latencia, según Bleger y Bion, por momentos
predomina la parte psicótica de la personalidad. Así la adolescencia se caracterizaría por la
irrupción de partes indiscriminadas, fusionadas, de la personalidad: las modificaciones corporales,
incontrolables, son vividas como un fenómeno psicótico y psicotizante en el cuerpo. Lo cual es
aumentado por la posibilidad real de llevar a cabo fantasías edípicas de procreación con el
progenitor del sexo opuesto.

Es durante la adolescencia que el tiempo va adquiriendo lentamente características


discriminativas. Mientras tanto, existe la dificultad para distinguir pasado-presente-futuro. Como
defensa (contra la angustia generada por la pérdida de la niñez: muerte de partes del yo y de sus
objetos), el adolescente espacializa el tiempo para poder manejarlo relacionándose con él como
con un objeto. Este “tiempo-espacio-objeto” da lugar al sentimiento de soledad y al aislamiento
del chico en el cuarto. En esos períodos, el tiempo queda “afuera”, convertidos el pasado,
presente y futuro en objetos manejables.

Mientras tanto, el adolescente se rige por el tiempo corporal o rítmico (comer, defecar, jugar,
dormir, estudiar, etc.). Tiempo vivencial o experiencial. Luego vendrá la conceptualización del
tiempo, con la discriminación de pasado-presente-futuro y la aceptación de la muerte de los
padres y la propia. Sin embargo, en determinados momentos puede haber regresiones,

“La percepción y la discriminación de lo temporal sería una de las tareas más importantes de la
adolescencia, vinculada con la elaboración de los duelos típicos de esa edad. Esto es lo que
permite salir de la modalidad de relación narcisista del adolescente y de la ambigüedad que
caracterizan su conducta. Cuando éste puede reconocer un pasado y formular proyectos de
futuro, con capacidad de espera y elaboración en el presente, supera gran parte de la
problemática de la adolescencia”.

6) La evolución sexual desde el autoerotismo hasta la heterosexualidad

Hay en el adolescente un oscilar permanente entre la actividad masturbatoria y los comienzos del
ejercicio genital.

Al ir aceptando su genitalidad, comienza la búsqueda de la pareja, aparece el enamoramiento


apasionado (el primero, de gran intensidad, a veces ignorado por la “pareja”, que frecuentemente
es una figura idealizada sustituto parental al que el adolescente vincula con fantasías edípicas).
Luego la relación genital completa, más bien de carácter exploratorio y en la adolescencia tardía.

Según Freud, son los cambios biológicos de la pubertad los que imponen la madurez sexual: rol de
la procreación y definición sexual correspondiente.

Aquí se reagudiza la fantasía y la experiencia pasada hasta entonces, repitiendo el camino de la


fase genital previa (en la masturbación), la actividad lúdica de aprendizaje (toqueteo, bailes,
juegos, etc.). También en esta etapa se da la curiosidad sexual, exhibicionismo, voyeurismo, etc.

Se reactiva el conflicto edípico con toda intensidad, debido a la posibilidad física de su


consumación. Si esto sucediera, el individuo se vería sujeto a una relación genital temprana, sin
poder definirse sexualmente de un modo real. Una relación simbiótica que según Aberastury
estaría en la base de la homosexualidad tanto masculina como femenina.

Al ir elaborando el complejo de Edipo, el varón idealiza al padre, se identifica con sus aspectos
positivos, supera el temor a la castración por medio de realizaciones y logros diversos que le
muestran que también él tiene potencia y capacidad creativa. También la niña acepta la belleza de
sus atributos femeninos, reconociendo que su cuerpo no ha sido destruido ni vaciado, y logrará
identificarse con los aspectos positivos de la madre.

En la adolescencia se da también cierto mantenimiento de la bisexualidad, sobre todo a través de


la actividad masturbatoria. Algunas manifestaciones o períodos de homosexualidad pueden ser la
expresión de la bisexualidad perdida y anhelada, en otro individuo del mismo sexo. No deben
preocupar. El problema se da cuando falta la imagen paterna, con lo cual el varón buscará
eternamente el pene que da potencia y masculinidad, y la niña quedará fijada en un relación oral
con la madre, reprimiendo y negando la posibilidad de contacto con un pene por la inexistencia
del mismo en sus tempranas relaciones objetales.
Con respecto a la actividad masturbatoria, en la primera infancia tenía una finalidad exploratoria y
preparatoria. Así va configurando en el esquema corporal la imagen del aparato genital. El bebé
llega al juicio de realidad de que tiene uno solo de los órganos, el otro lo reconstruye con una
parte de su propio cuerpo. Al llegar a la bipedestación, se amplían las relaciones con el mundo y
las fuentes de satisfacción, y disminuye la actividad masturbatoria en favor de la lúdica. A lo largo
de los distintos períodos, la masturbación se mantendrá con las características de negación
maníaca.

En el adolescente, tiene que ver con fantasías edípicas de la escena primaria, aceptando la
condición de tercero excluido. También es un intento maníaco de negar la pérdida de la
bisexualidad, parte del proceso de duelo. A poseer ya los instrumentos efectores de la genitalidad
pero no poder usarlos (por restricciones socioculturales), se incrementan las fantasías incestuosas
y la frustración. Por eso, la masturbación es vivida más destructivamente y con culpa que en la
infancia. Pero también tendrá una función exploratoria y preparatoria.

7) Actitud social reivindicatoria

Muchos padres se angustian y atemorizan ante al crecimiento de sus hijos, reviviendo sus propios
conflictos edípicos. Stone y Church señalan que así como los hijos presentan una situación
ambivalente al separarse de los padres, lo mismo sucede con éstos, y llaman a esto “ambivalencia
dual”. Por otra parte, es toda la sociedad la que interviene en la situación conflictiva del
adolescente. El medio en que vive, además, determina nuevas posibilidades de identificación e
incorporación de pautas socioculturales y económicas. Es preciso reconocer un condicionamiento
entre individuo y medio en la constitución y aceptación de la identidad.

La adolescencia es recibida predominantemente en forma hostil por el mundo de los adultos en


virtud de las situaciones conflictivas edípicas. Se crean “estereotipos” con los que se trata de
definir y caracterizar, aunque en realidad lo que se hace es aislarlos fóbicamente, o se crea un
malestar de tipo paranoide en el mundo adulto que entonces los desplaza reactivamente.

Este sentido tienen los ritos de iniciación presentes en todas las culturas: expresar la rivalidad que
los padres del mismo sexo sienten al tener que aceptar a sus hijos como sus iguales (y
posteriormente incluso admitir las posibilidad de ser reemplazados por ellos).

La actitud social reivindicatoria del adolescente es prácticamente imprescindible. Por otra parte,
gran parte de la frustración que significa hacer el duelo por la pérdida de los padres de la infancia
se proyecta en el mundo externo: los padres y la sociedad pasan a ser los que se niegan a seguir
funcionando como padres infantiles con actitudes de cuidado y protección ilimitados. Así, el
adolescente desarrolla contra ellos actitudes destructivas. Sólo si logra elaborar bien los duelos
correspondientes y reconocer la sensación de fracaso, podrá introducirse en el mundo de los
adultos con ideas reconstructivas.

8) Contradicciones sucesivas en todas las manifestaciones de la conducta

El adolescente no puede mantener una línea de conducta rígida, permanente y absoluta, aunque
muchas veces la intenta y la busca. Es una personalidad permeable, en la cual los procesos de
introyección y proyección son frecuentes, intensos y variables. Esto hace que no pueda haber una
línea de conducta determinada, que ya indicaría una alteración de la personalidad. Por eso
hablamos de “normal anormalidad”. Sólo el adolescente mentalmente enfermo mostrará una
conducta rígida. La labilidad de su organización defensiva es, en al adolescente, un signo de
normalidad.

9) Separación progresiva de los padres

La aparición de la capacidad efectora de la genitalidad impone la separación de los padres y


reactiva lo aspectos genitales que se había iniciado en la fase genital previa. La forma en que se
haya realizado y elaborado esa fase determina la intensidad y calidad de la angustia con que
maneja la relación con los padres y la separación de éstos.

Todo esto también es percibido por los padres e incide grandemente en ellos. Reiteramos el
concepto de ambivalencia dual, como un factor muy importante en la forma en que se logre
realizar la separación. La presencia internalizada de buenas imágenes parentales, con roles bien
definidos, y una escena primaria amorosa y creativa, permitirá una buena separación de los
padres, un desprendimiento útil, y facilitará al adolescente el pasaje a la madurez, para el ejercicio
de la genitalidad en un plano adulto.

Por la necesidad de negar las fantasías genitales y la posibilidad de realización edípica, los
mecanismos esquizoparanoides pueden ser muy intensos, lo cual es normal y natural. Los padres
pueden ser vividos disociadamente, como muy buenos o muy malos. Las identificaciones se hacen
entonces con sustitutos parentales en los cuales pueden proyectarse cargas libidinales (maestros,
héroes reales o imaginarios, compañeros mayores).

10) Constantes fluctuaciones del humor y del estado de ánimo

Un sentimiento básico de ansiedad y depresión acompañarán permanentemente como sustrato a


la adolescencia.

El yo intenta conectarse con el mundo placenteramente, y al no lograrlo siempre, la sensación de


fracaso puede ser muy intensa y obligar al individuo a refugiarse en sí mismo (“repliegue autista”,
aburrimiento, desaliento). A diferencia del psicópata (que actúa directamente por lo penoso que
se le hace enfrentar las situaciones de su mundo interno), el adolescente normal elabora y
reconsidera constantemente sus vivencias y sus fracasos.

Los cambios de humor son típicos de la adolescencia y es preciso entenderlos sobre la base de los
mecanismos de proyección y de duelo por la pérdida de los objetos; al fallar estos intentos de
elaboración, tales cambios de humor pueden aparecer como microcrisis maníaco depresivas.

Capítulo 3: Adolescencia y Psicopatía. Duelo por el cuerpo, la identidad y los padres infantiles

Tanto las modificaciones corporales incontrolables como los imperativos del mundo externo, que
exigen del adolescente nuevas pautas e convivencia, son vividos al principio como una invasión.
Como defensa, va a retener muchos de su logros infantiles o a refugiarse en el mundo interno.
Todo esto implica una búsqueda de una nueva identidad que se va construyendo en un plano
consciente e inconsciente. Para ello, contará con el mundo interno construido por las imagos
paternas, a través del cual elegirá y recibirá los estímulos para la nueva identidad.

Como vimos, el duelo por el cuerpo supone elaborar una doble pérdida: la de su cuerpo de niño
(caracteres sexuales secundarios) y la de la bisexualidad (menstruación y semen, definiéndose en
la pareja y la procreación).

Es en esta búsqueda de identidad cuando aparecen patologías que pueden llevar a confundir
habitualmente una crisis con un cuadro psicopático (o también psicótico o neurótico, según), en
especial cuando surgen determinadas defensas como ser la mala fe, la impostura, las
identificaciones proyectivas masivas, la doble personalidad y la crisis de despersonalización. Todo
esto se supera al elaborar los duelos, elaboración que incluye diversos procesos:

a) algunas técnicas defensivas como la desvalorización de los objetos para eludir el dolor
de la pérdida;

b) la búsqueda de figuras sustitutivas de los padres, a fin de ir elaborando el retiro de


cargas. Se fragmentan las figuras parentales y se disocia la actitud respecto a los padres y a los
sustitutos (y allí surgen fluctuaciones de personalidad).

c) La planificación y verbalización tanto de lo más genérico (ej. la ubicación del hombre en


el mundo ) como de lo mas cotidiano, como método defensivo ante la acción que siente imposible
desde dentro o desde fuera (sea en el plano genital como en otras capacidades que todavía no
puede poner en práctica). Es que la comunicación verbal tiene el significado de una preparación
para la acción. El hablar equivale casi a la acción misma (susceptibilidad cuando no se lo escucha).
La palabra y el pensamiento ocupan en el adolescente la misma función que el juego en el niño:
permitir la elaboración de la realidad y adaptación a ella.

El psicópata no puede elaborar sus duelos y mantiene estos síntomas inmodificados. No puede
asumir la existencia de un solo sexo en su cuerpo, ni de fusionar la imagen de los padres
adquiriendo una nueva forma de relación con ellos (el adolescente tiene que dejar de ser a través
de los padres para llegar a ser él mismo).

Algunos puntos de comparación entre psicopatía y adolescencia normal

Adolescencia normal

psicopatía

Necesita estar solo y relegarse en el mundo interno.

necesita estar con gente

No comprende mucho lo que pasa a su alrededor: está más ocupado consigo mismo.

Tiene un insight defensivo sobre lo que el otro necesita y lo utiliza para su manejo.
Piensa y habla mucho más de lo que actúa, confía en la comunicación verbal y sólo cuando se
siente frustrado en ésta actúa compulsivamente.

La acción es su forma de comunicación. Tiene compulsión a actuar y dificultad para pensar. La


acción no le sirve para adquirir experiencia.

La aceptación de la vida y de la muerte lo lleva a una mayor capacidad de amor y de goce y a una
mayor estabilidad en los logros.

Niega los sentimientos de pérdida, descuida así el objeto y a sí mismo, niega el afecto y disminuye
capacidad de goce.

Elabora los duelos del cuerpo y la bisexualidad, y accede a la pareja y la creatividad, identidad e
independencia, integrándose en el mundo adulto.

No elabora los duelos y no alcanza la verdadera identidad e ideología que le permitan un nivel de
adaptación creativa.

Capítulo 4: Adolescencia y Psicopatía. Con especial referencia a las defensas

Las defensas en la psicopatía son técnicas para eludir la depresión, la culpa y la criminalidad. Por
medio de ellas, el psicópata logra un aparente equilibrio. El mismo objetivo tienen las defensas en
el adolescente normal, sólo que ese aparente equilibrio sólo se logra transitoria y parcialmente, y
en determinadas ocasiones.

El psicópata ha perdido el valor del lenguaje como medio de comunicación, sustituyéndolo por la
acción. Se da una compulsión a actuar que puede invadir el campo del trabajo y el aprendizaje, a
fin de dominar la angustia de la espera.

En el psicópata, a diferencia del adolescente, el aprendizaje no se logra a través de la acción


porque ésta es utilizada como defensa. Mecanismos de proyección, negación y represión
condicionan trastornos en la memoria y en la relación con los objetos: una verdadera locura de la
percepción. Es que al negar la culpa, se niega también el vínculo con el objeto. Con lo cual, no se
puede rehacer el objeto en la memoria, lo que trae un déficit en la acumulación de experiencias.
Al borrarse la experiencia se niega también toda responsabilidad por el acto y este no puede
vincularse con hechos nuevos. Por lo tanto, el psicópata no puede prever.

Al estar las defensas ocupadas en la búsqueda de un aparente equilibrio (muy relacionado con la
impostura, la mentira y la mala fe, modalidades del fracaso de la consecución de la identidad),
fracasan en su función de dominar la ansiedad. Por eso el psicópata es incapaz de tolerar las
tensiones.

Como el pensamiento impone una demora y el yo del psicópata es incapaz de esperar, ignora los
límites de la acción y sus consecuencias y se produce un trastorno en el pasaje del pensamiento a
la acción. (Para el adolescente normal, en cambio, el pensamiento es una preparación para el
actuar. Cada acción le deja como residuo una experiencia que enriquece el aprendizaje y de la que
se siente responsable).
¿Cuál es el origen de esta configuración psicopática? Melanie Klein dice que el pensamiento es el
hijo espiritual tenido con los padres en el comienzo de la situación edípica. El psicópata tiene una
fijación en la imagen de los padres en coito y una dificultad para alcanzar la identidad sexual, con
lo cual el inicio del Edipo y del pensamiento están ya condicionados desde un principio. Es decir, se
da un déficit ya en el primer año de vida, respecto del duelo por el pecho y pasó al padre.

El psicópata no ha elaborado el duelo por el otro sexo. Por eso la escena primaria sigue teniendo
tanta importancia. Al llegar la pubertad, se da una negación defensiva de la diferenciación. La
defensa contra la intimidad sexual lleva a comportamientos de evitación fóbica, y esto tanto en
psicópatas como en normales (que, a diferencia de los primeros, van a ir logrando elaborar el
duelo por la bisexualidad perdida y manejando ese distanciamiento del otro sexo). En el
adolescente normal, eso puede darse también a través de la “omnipotencia de las ideas”, la
compulsión a devorar novelas o películas (aprendiendo a través de los personajes lo que no logra
realizar en la vida real), el estudio como defensa, etc.

El dejarse morir como deseo de una parte del yo puede llevar al psicópata, que no se detiene en el
pensamiento sino que actúa, al suicidio real. Puede darse incluso la búsqueda de la identidad a
través del suicidio, “ser” un suicida.

En lo que hace a la adquisición de ideologías, que se configuran plenamente recién al alcanzar la


identidad adulta, el adolescente puede adelantar su adquisición en forma defensiva, hasta que va
elaborando los duelos y disminuyendo la intensidad de las defensas... En el psicópata, el fracaso
de la elaboración del duelo de la infancia le impide el logro de identidad e ideología, lo que le
impide incluirse en el mundo y actuar en él adecuadamente.

Capítulo 5: El pensamiento en el adolescente y en el adolescente psicopático

Veremos cómo los duelos de la adolescencia repercuten en la esfera del pensamiento.

Duelo por el cuerpo infantil

El individuo asiste pasivamente a la mutación de su cuerpo. La rebeldía ante esto que no puede
manejar la desplaza hacia la esfera del pensamiento: tendencia al manejo omnipotente de las
ideas frente al fracaso en e manejo de la realidad externa. Con un cuerpo que se va haciendo
adulto, mantiene su mente en el cuerpo infantil. Se da así una despersonalización en el
pensamiento, típica de la edad: el manejo de símbolos intelectualizados de omnipotencia,
reformas sociales y políticas, filosofía, religiosidad, en las cuales él no está directamente
comprometido como persona física sino como entidad pensante.

Por exageración en su intensidad o por fijación evolutiva, esto puede adquirir características
observadas en la psicopatía: la simbolización fracasa, el símbolo y lo simbolizado se confunden y
las ideas tienden a realizarse en “acción en cortocircuito”, actuación motora.

Duelo por la identidad y por el rol infantil

Al no poder mantener la personalidad infantil y no lograr aún la adulta, el adolescente vive un


fracaso en la personificación, y entonces delega en el grupo gran parte de sus atributos y en los
padres sus obligaciones y responsabilidades (mecanismo esquizoide: su personalidad queda
afuera, típica irresponsabilidad adolescente, los otros se hacen cargo del principio de realidad).

El continuo comprobar y experimentar con objetos del mundo real y de la fantasía que se
confunden, apoyado en el pensamiento grupal (que permite mayor estabilidad protegiendo a su
vez de la responsabilidad personal), despersonaliza a los seres humanos y desresponsabiliza al
sujeto, que usará a las personas la satisfacción de sus necesidades (lo cual explica que sus
relaciones objetales sean lábiles y fugaces, inestabilidad adolescente).

En el psicópata, las conductas de crueldad y desafecto, el manejo de las personas como objetos, se
dan sin culpa y sin capacidad de rectificación. Al faltar el paso por el pensamiento, la culpa no se
puede elaborar y el yo se empobrece en su situación ficticia de irresponsabilidad infantil con
aparente independencia. Finalmente, lo que en el adolescente normal es conflicto de identidad,
en el psicópata es mala fe consciente que lleva a expresiones de pensamiento cruel, ridiculizante
de los demás, desafectivo, como mecanismo d e defensa ante la culpa y el duelo por la infancia
perdida.

Duelo por los padres de la infancia

Los cambios operan también sobre la imagen de los padres y de su rol, y también sobre los padres
reales (interacción de un doble duelo). Se dan así las contradicciones de una demanda de
suministro continuo (dependencia) para lograr aparentemente la independencia
(seudoindependencia). Estas contradicciones desubican tanto las imágenes internalizadas como a
los padres reales, y surgen las figuras sustituivas y a la introversión que facilita el contacto con las
imágenes internas, que terminan enriqueciendo el yo.

El psicópata no tolera la pérdida del suministro continuo, vivenciando la frustración como una
amenaza de muerte y respondiendo en cortocircuito (percepción distorsionada que desencadena
un efecto avasallador). Percepción-acción, sin proceso de pensamiento. Evita la soledad que le
permitiría la elaboración de la pérdida de los padres. Percibe el mundo externo como amenazador
y frustrante, y en su respuesta apresurada y angustiosa utiliza su caudal intelectual para prescindir
de la confrontación crítica y emplea una racionalización más o menos coherente parta explicar su
conducta desaprensiva y cruel: está permanentemente en la actitud de recibir el suministro
continuo que el adolescente normal sólo desea momentánea y periódicamente.

Temporalidad en el psicópata: la atemporalidad se establece rígidamente en su pensamiento:


posterga y exige sin discriminación frente a la realidad, y actúa sin esta noción limitante, que
permite la ubicación del individuo en el mundo.

Sexo en el psicópata: permanece en una bisexualidad fantaseada que tiene para él todo el
significado de la realidad psíquica y que le impide relaciones amorosas de objeto y el logro de la
pareja

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