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Esta fluctuación responde, de modo complejo, a todo un difícil proceso que el adolescente debe
vivir, a través del cual busca una nueva identidad.
Es que al principio, él vive los cambios corporales y los imperativos del mundo como una invasión.
El duelo por el cuerpo (caracteres sexuales secundarios, pérdida del cuerpo de niño y
responsabilidad por la definición sexual y rol en la pareja y procreación): sólo cuando acepta
simultáneamente sus aspectos de niño y de adulto puede empezar a aceptar su cuerpo y comienza
a surgir una nueva identidad. Mientras tanto, hay fluctuaciones de identidad: cambios bruscos,
variaciones, etc. Es que el implica ensayos y pruebas de pérdida y recuperación de ambas edades,
y de ahí la inevitable fluctuación.
En el proceso de entrar en el mundo de los adultos y elaborar los duelos, el adolescente necesita
adquirir una ideología que le permita su adaptación al mundo o su acción sobre él para cambiarlo.
Hasta desarrollar esa ideología (madurez biológica + madurez efectiva e intelectual, sistema de
valores, etc.), tendrá multiplicidad de identificaciones contradictorias (varios personajes al mismo
tiempo).
Tratará de adaptar el mundo externo a sus necesidades imperiosas: por eso su deseo de reformas
(que queda en intelectualización, porque todavía es incapaz de realizarlas y porque se lo reprime
en el plano de la acción).
Al mismo tiempo de tener que formarse un sistema de valores éticos, intelectuales y afectivos,
debe abandonar la solución del “como si” del juego y el aprendizaje. Urgido por esta exigencia,
tiende a acentuar el distanciamiento del presente y la fantasía de proyección en el futuro,
independiente de los padres (no ser con ellos ni como ellos).
El adolescente tiene tres exigencias de libertad: salidas y horarios, defender una ideología y vivir
un amor y un trabajo. Cuando los padres lo único que pueden hacer es restringir las salidas y
“cortarle lo víveres” (dinero), es porque que algo ya vino mal desde antes. Los chicos se dan
cuenta de que al controlar el tiempo les están controlando su mundo interno, su crecimiento y
desprendimiento. Es preciso que se haya instaurado un espacio de diálogo que ayude al
adolescente a lograr sus conquistas en los planos de la ideología y del amor. Otorgar libertad no
significa dejar de lado todos los límites (=abandono). Libertad con límites = cuidado, cautela,
diálogo.
En el tema del amor, deben poder realizar sus experiencias, sin la contrapartida de tener que
informar de todo lo que hacen: “exigir información es tan patológico como prohibir y es muy
diferente a escuchar”.
Debe estudiarse la adolescencia como un fenómeno específico dentro de toda la historia del
desarrollo del ser humano y, por otra parte, estudiar su expresión circunstancial de tipo geográfico
y temporal histórico-social. Es decir, detrás de toda expresión sociocultural existe un basamento
psicobiológico que le da características universales.
DEFINICIÓN:
“es la etapa de la vida... Durante la cual el individuo busca establecer su identidad adulta,
Apoyándose en las primeras relaciones objétales-parentales internalizadas... Y verificando la
realidad que el medio social le ofrece, Mediante el uso de los elementos biofísicos en desarrollo a
su disposición y que a su vez tienden a la estabilidad de la personalidad en un plano genital, Lo que
sólo se hace posible si se hace el duelo por la identidad infantil”. (p. 40)
El adolescente se ubica entre las llamadas personalidades “marginales”. Es muy difícil señalar el
límite entre lo normal y lo patológico (A. Freud). Toda la conmoción (actuaciones de características
defensivas) en este período es normal. Por lo cual se puede hablar de una “patología normal” del
adolescente que debe admitirse y comprenderse para ubicar sus desviaciones en el contexto de
las realidad humana que nos rodea. La mayor o menor anormalidad de este síndrome normal se
deberá, en gran parte, a los procesos de identificación y de duelo que haya podido realizar el
adolescente.
¿Por qué “Síndrome”?: desde el mundo de los adultos, parece una configuración semipatológica,
pero desde el punto de vista de la psicología evolutiva y la psicopatología, aparece como algo
coherente, lógico y normal). Desarrollamos aquí 10 características o “síntomas” que definen este
“síndrome”.
En el plano sexual, se atraviesa por lo que Erikson llama “moratoria psicosexual”: no se requieren
roles específicos y se experimenta con lo que la sociedad tiene para ofrecer. El adolescente recurre
a lo que encuentra más favorable en el momento: p. ej. La uniformidad (brinda seguridad y estima
personal): todos se identifican con cada uno. También identificaciones “negativas” (es mejor tener
una identidad “negativa”, perversa, que ninguna), pseudoidentidad que oculta la identidad latente
o verdadera, identificación con el agresor, etc. Por todo ello, el adolescente puede verse llevado a
adoptar distintas identidades, transitorias (“bebé”, “demasiado serio, adulto”, “histeroide” Lolita,
etc.); ocasionales (frente a situaciones nuevas); circunstanciales (identificaciones parciales). Todas
ellas, adoptadas sucesiva o simultáneamente, aspectos de la identidad adolescente.
Los cambios físicos pueden ser vividos, en un primer momento, como muy perturbadores.
Sentimientos de extrañeza e insatisfacción, que contribuye al sentimiento de
“despersonalización”. La integración del yo se produce por la elaboración del duelo por partes de
sí mismo y por sus objetos, y un buen mundo interno (que surge de la relación satisfactoria con los
padres internalizados) posibilita una buena conexión interior, una buena huida defensiva que
facilita el reajuste emocional y el establecimiento de la identidad adolescente.
Esta identidad adolescente se caracteriza por un cambio de relación con los padres (reales e
internalizados). Los elementos biológicos introducen una modificación irreversible: ahora, la
separación ya no sólo es posible sino necesaria. Las figuras parentales están incorporadas a la
personalidad del sujeto y este puede iniciar el proceso de individuación. Si todo se dio
correctamente en los períodos anteriores, el adolescente contará así con un yo enriquecido,
dotado de mecanismos defensivos útiles, y un Superyo que lo ayudará a encauzar la vida sexual
que empieza a poder exteriorizarse en la satisfacción genital, ahora biológicamente posible.
2) La tendencia grupal.
El grupo facilita la conducta psicopática normal. Se trata de un acting out motor (por descontrol
provocado por la pérdida del cuerpo infantil) y afectivo (producto del descontrol del rol infantil
que está perdiendo): desafecto, crueldad, indiferencia. (En el adolescente normal, esta conducta
es transitoria y rectificable, a diferencia del psicópata). En este último, el conflicto de identidad se
procesa mediante la crueldad y la desafección, como mecanismos de defensa frente a la culpa y el
duelo de la infancia perdida, que no puede ser elaborada debido a la eliminación del pensamiento.
Se trata de un refugio interior contra la angustia. Una especie de autismo positivo que tiene por
objeto el reajuste emocional, y que se expresa en teorizaciones éticas, filosóficas, sociales, a través
del pensamiento y la producción literaria, artística, etc. Una vez más, hay que señalar que sólo
teniendo una relación adecuada con objetos internos buenos y también con experiencias externas
no demasiado negativas, podrá el adolescente llegara cristalizar una personalidad satisfactoria.
El adolescente puede manifestarse como un ateo o un místico, a veces el mismo individuo pasa
por todo tipo de períodos mutuamente contradictorios. Las frecuentes crisis religiosas son
intentos de solución de la angustia que vive el yo en su búsqueda de identificaciones positivas y
del enfrentamiento con la muerte definitiva de parte de su yo corporal, así como de su separación
de los padres. Las figuras de divinidades pueden representar para él idealizaciones que le aseguren
la continuidad de la existencia de sí mismo y de los padres infantiles. Del mismo modo, una actitud
nihilista puede ser también defensiva. En ambos casos, se trata de un desplazamiento a lo
intelectual religioso de cambios concretos que ocurren en el nivel corporal y en el plano de la
actuación familiar social.
5) La desubicación temporal
El adolescente vive con una cierta desubicación temporal; convierte el tiempo en presente y activo
como un intento de manejarlo (tipo proceso primario...) De ahí las postergaciones y urgencias
inexplicables que sorprenden al adulto en el comportamiento adolescente.
Parecería que al romperse el equilibrio de la latencia, según Bleger y Bion, por momentos
predomina la parte psicótica de la personalidad. Así la adolescencia se caracterizaría por la
irrupción de partes indiscriminadas, fusionadas, de la personalidad: las modificaciones corporales,
incontrolables, son vividas como un fenómeno psicótico y psicotizante en el cuerpo. Lo cual es
aumentado por la posibilidad real de llevar a cabo fantasías edípicas de procreación con el
progenitor del sexo opuesto.
Mientras tanto, el adolescente se rige por el tiempo corporal o rítmico (comer, defecar, jugar,
dormir, estudiar, etc.). Tiempo vivencial o experiencial. Luego vendrá la conceptualización del
tiempo, con la discriminación de pasado-presente-futuro y la aceptación de la muerte de los
padres y la propia. Sin embargo, en determinados momentos puede haber regresiones,
“La percepción y la discriminación de lo temporal sería una de las tareas más importantes de la
adolescencia, vinculada con la elaboración de los duelos típicos de esa edad. Esto es lo que
permite salir de la modalidad de relación narcisista del adolescente y de la ambigüedad que
caracterizan su conducta. Cuando éste puede reconocer un pasado y formular proyectos de
futuro, con capacidad de espera y elaboración en el presente, supera gran parte de la
problemática de la adolescencia”.
Hay en el adolescente un oscilar permanente entre la actividad masturbatoria y los comienzos del
ejercicio genital.
Según Freud, son los cambios biológicos de la pubertad los que imponen la madurez sexual: rol de
la procreación y definición sexual correspondiente.
Al ir elaborando el complejo de Edipo, el varón idealiza al padre, se identifica con sus aspectos
positivos, supera el temor a la castración por medio de realizaciones y logros diversos que le
muestran que también él tiene potencia y capacidad creativa. También la niña acepta la belleza de
sus atributos femeninos, reconociendo que su cuerpo no ha sido destruido ni vaciado, y logrará
identificarse con los aspectos positivos de la madre.
En el adolescente, tiene que ver con fantasías edípicas de la escena primaria, aceptando la
condición de tercero excluido. También es un intento maníaco de negar la pérdida de la
bisexualidad, parte del proceso de duelo. A poseer ya los instrumentos efectores de la genitalidad
pero no poder usarlos (por restricciones socioculturales), se incrementan las fantasías incestuosas
y la frustración. Por eso, la masturbación es vivida más destructivamente y con culpa que en la
infancia. Pero también tendrá una función exploratoria y preparatoria.
Muchos padres se angustian y atemorizan ante al crecimiento de sus hijos, reviviendo sus propios
conflictos edípicos. Stone y Church señalan que así como los hijos presentan una situación
ambivalente al separarse de los padres, lo mismo sucede con éstos, y llaman a esto “ambivalencia
dual”. Por otra parte, es toda la sociedad la que interviene en la situación conflictiva del
adolescente. El medio en que vive, además, determina nuevas posibilidades de identificación e
incorporación de pautas socioculturales y económicas. Es preciso reconocer un condicionamiento
entre individuo y medio en la constitución y aceptación de la identidad.
Este sentido tienen los ritos de iniciación presentes en todas las culturas: expresar la rivalidad que
los padres del mismo sexo sienten al tener que aceptar a sus hijos como sus iguales (y
posteriormente incluso admitir las posibilidad de ser reemplazados por ellos).
La actitud social reivindicatoria del adolescente es prácticamente imprescindible. Por otra parte,
gran parte de la frustración que significa hacer el duelo por la pérdida de los padres de la infancia
se proyecta en el mundo externo: los padres y la sociedad pasan a ser los que se niegan a seguir
funcionando como padres infantiles con actitudes de cuidado y protección ilimitados. Así, el
adolescente desarrolla contra ellos actitudes destructivas. Sólo si logra elaborar bien los duelos
correspondientes y reconocer la sensación de fracaso, podrá introducirse en el mundo de los
adultos con ideas reconstructivas.
El adolescente no puede mantener una línea de conducta rígida, permanente y absoluta, aunque
muchas veces la intenta y la busca. Es una personalidad permeable, en la cual los procesos de
introyección y proyección son frecuentes, intensos y variables. Esto hace que no pueda haber una
línea de conducta determinada, que ya indicaría una alteración de la personalidad. Por eso
hablamos de “normal anormalidad”. Sólo el adolescente mentalmente enfermo mostrará una
conducta rígida. La labilidad de su organización defensiva es, en al adolescente, un signo de
normalidad.
Todo esto también es percibido por los padres e incide grandemente en ellos. Reiteramos el
concepto de ambivalencia dual, como un factor muy importante en la forma en que se logre
realizar la separación. La presencia internalizada de buenas imágenes parentales, con roles bien
definidos, y una escena primaria amorosa y creativa, permitirá una buena separación de los
padres, un desprendimiento útil, y facilitará al adolescente el pasaje a la madurez, para el ejercicio
de la genitalidad en un plano adulto.
Por la necesidad de negar las fantasías genitales y la posibilidad de realización edípica, los
mecanismos esquizoparanoides pueden ser muy intensos, lo cual es normal y natural. Los padres
pueden ser vividos disociadamente, como muy buenos o muy malos. Las identificaciones se hacen
entonces con sustitutos parentales en los cuales pueden proyectarse cargas libidinales (maestros,
héroes reales o imaginarios, compañeros mayores).
Los cambios de humor son típicos de la adolescencia y es preciso entenderlos sobre la base de los
mecanismos de proyección y de duelo por la pérdida de los objetos; al fallar estos intentos de
elaboración, tales cambios de humor pueden aparecer como microcrisis maníaco depresivas.
Capítulo 3: Adolescencia y Psicopatía. Duelo por el cuerpo, la identidad y los padres infantiles
Tanto las modificaciones corporales incontrolables como los imperativos del mundo externo, que
exigen del adolescente nuevas pautas e convivencia, son vividos al principio como una invasión.
Como defensa, va a retener muchos de su logros infantiles o a refugiarse en el mundo interno.
Todo esto implica una búsqueda de una nueva identidad que se va construyendo en un plano
consciente e inconsciente. Para ello, contará con el mundo interno construido por las imagos
paternas, a través del cual elegirá y recibirá los estímulos para la nueva identidad.
Como vimos, el duelo por el cuerpo supone elaborar una doble pérdida: la de su cuerpo de niño
(caracteres sexuales secundarios) y la de la bisexualidad (menstruación y semen, definiéndose en
la pareja y la procreación).
Es en esta búsqueda de identidad cuando aparecen patologías que pueden llevar a confundir
habitualmente una crisis con un cuadro psicopático (o también psicótico o neurótico, según), en
especial cuando surgen determinadas defensas como ser la mala fe, la impostura, las
identificaciones proyectivas masivas, la doble personalidad y la crisis de despersonalización. Todo
esto se supera al elaborar los duelos, elaboración que incluye diversos procesos:
a) algunas técnicas defensivas como la desvalorización de los objetos para eludir el dolor
de la pérdida;
El psicópata no puede elaborar sus duelos y mantiene estos síntomas inmodificados. No puede
asumir la existencia de un solo sexo en su cuerpo, ni de fusionar la imagen de los padres
adquiriendo una nueva forma de relación con ellos (el adolescente tiene que dejar de ser a través
de los padres para llegar a ser él mismo).
Adolescencia normal
psicopatía
No comprende mucho lo que pasa a su alrededor: está más ocupado consigo mismo.
Tiene un insight defensivo sobre lo que el otro necesita y lo utiliza para su manejo.
Piensa y habla mucho más de lo que actúa, confía en la comunicación verbal y sólo cuando se
siente frustrado en ésta actúa compulsivamente.
La aceptación de la vida y de la muerte lo lleva a una mayor capacidad de amor y de goce y a una
mayor estabilidad en los logros.
Niega los sentimientos de pérdida, descuida así el objeto y a sí mismo, niega el afecto y disminuye
capacidad de goce.
Elabora los duelos del cuerpo y la bisexualidad, y accede a la pareja y la creatividad, identidad e
independencia, integrándose en el mundo adulto.
No elabora los duelos y no alcanza la verdadera identidad e ideología que le permitan un nivel de
adaptación creativa.
Las defensas en la psicopatía son técnicas para eludir la depresión, la culpa y la criminalidad. Por
medio de ellas, el psicópata logra un aparente equilibrio. El mismo objetivo tienen las defensas en
el adolescente normal, sólo que ese aparente equilibrio sólo se logra transitoria y parcialmente, y
en determinadas ocasiones.
El psicópata ha perdido el valor del lenguaje como medio de comunicación, sustituyéndolo por la
acción. Se da una compulsión a actuar que puede invadir el campo del trabajo y el aprendizaje, a
fin de dominar la angustia de la espera.
Al estar las defensas ocupadas en la búsqueda de un aparente equilibrio (muy relacionado con la
impostura, la mentira y la mala fe, modalidades del fracaso de la consecución de la identidad),
fracasan en su función de dominar la ansiedad. Por eso el psicópata es incapaz de tolerar las
tensiones.
Como el pensamiento impone una demora y el yo del psicópata es incapaz de esperar, ignora los
límites de la acción y sus consecuencias y se produce un trastorno en el pasaje del pensamiento a
la acción. (Para el adolescente normal, en cambio, el pensamiento es una preparación para el
actuar. Cada acción le deja como residuo una experiencia que enriquece el aprendizaje y de la que
se siente responsable).
¿Cuál es el origen de esta configuración psicopática? Melanie Klein dice que el pensamiento es el
hijo espiritual tenido con los padres en el comienzo de la situación edípica. El psicópata tiene una
fijación en la imagen de los padres en coito y una dificultad para alcanzar la identidad sexual, con
lo cual el inicio del Edipo y del pensamiento están ya condicionados desde un principio. Es decir, se
da un déficit ya en el primer año de vida, respecto del duelo por el pecho y pasó al padre.
El psicópata no ha elaborado el duelo por el otro sexo. Por eso la escena primaria sigue teniendo
tanta importancia. Al llegar la pubertad, se da una negación defensiva de la diferenciación. La
defensa contra la intimidad sexual lleva a comportamientos de evitación fóbica, y esto tanto en
psicópatas como en normales (que, a diferencia de los primeros, van a ir logrando elaborar el
duelo por la bisexualidad perdida y manejando ese distanciamiento del otro sexo). En el
adolescente normal, eso puede darse también a través de la “omnipotencia de las ideas”, la
compulsión a devorar novelas o películas (aprendiendo a través de los personajes lo que no logra
realizar en la vida real), el estudio como defensa, etc.
El dejarse morir como deseo de una parte del yo puede llevar al psicópata, que no se detiene en el
pensamiento sino que actúa, al suicidio real. Puede darse incluso la búsqueda de la identidad a
través del suicidio, “ser” un suicida.
El individuo asiste pasivamente a la mutación de su cuerpo. La rebeldía ante esto que no puede
manejar la desplaza hacia la esfera del pensamiento: tendencia al manejo omnipotente de las
ideas frente al fracaso en e manejo de la realidad externa. Con un cuerpo que se va haciendo
adulto, mantiene su mente en el cuerpo infantil. Se da así una despersonalización en el
pensamiento, típica de la edad: el manejo de símbolos intelectualizados de omnipotencia,
reformas sociales y políticas, filosofía, religiosidad, en las cuales él no está directamente
comprometido como persona física sino como entidad pensante.
Por exageración en su intensidad o por fijación evolutiva, esto puede adquirir características
observadas en la psicopatía: la simbolización fracasa, el símbolo y lo simbolizado se confunden y
las ideas tienden a realizarse en “acción en cortocircuito”, actuación motora.
El continuo comprobar y experimentar con objetos del mundo real y de la fantasía que se
confunden, apoyado en el pensamiento grupal (que permite mayor estabilidad protegiendo a su
vez de la responsabilidad personal), despersonaliza a los seres humanos y desresponsabiliza al
sujeto, que usará a las personas la satisfacción de sus necesidades (lo cual explica que sus
relaciones objetales sean lábiles y fugaces, inestabilidad adolescente).
En el psicópata, las conductas de crueldad y desafecto, el manejo de las personas como objetos, se
dan sin culpa y sin capacidad de rectificación. Al faltar el paso por el pensamiento, la culpa no se
puede elaborar y el yo se empobrece en su situación ficticia de irresponsabilidad infantil con
aparente independencia. Finalmente, lo que en el adolescente normal es conflicto de identidad,
en el psicópata es mala fe consciente que lleva a expresiones de pensamiento cruel, ridiculizante
de los demás, desafectivo, como mecanismo d e defensa ante la culpa y el duelo por la infancia
perdida.
Los cambios operan también sobre la imagen de los padres y de su rol, y también sobre los padres
reales (interacción de un doble duelo). Se dan así las contradicciones de una demanda de
suministro continuo (dependencia) para lograr aparentemente la independencia
(seudoindependencia). Estas contradicciones desubican tanto las imágenes internalizadas como a
los padres reales, y surgen las figuras sustituivas y a la introversión que facilita el contacto con las
imágenes internas, que terminan enriqueciendo el yo.
El psicópata no tolera la pérdida del suministro continuo, vivenciando la frustración como una
amenaza de muerte y respondiendo en cortocircuito (percepción distorsionada que desencadena
un efecto avasallador). Percepción-acción, sin proceso de pensamiento. Evita la soledad que le
permitiría la elaboración de la pérdida de los padres. Percibe el mundo externo como amenazador
y frustrante, y en su respuesta apresurada y angustiosa utiliza su caudal intelectual para prescindir
de la confrontación crítica y emplea una racionalización más o menos coherente parta explicar su
conducta desaprensiva y cruel: está permanentemente en la actitud de recibir el suministro
continuo que el adolescente normal sólo desea momentánea y periódicamente.
Sexo en el psicópata: permanece en una bisexualidad fantaseada que tiene para él todo el
significado de la realidad psíquica y que le impide relaciones amorosas de objeto y el logro de la
pareja