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El cristiano por lo tanto se debe de distinguir por sus obras y la bondad de ellas
ayuda a sensibilizar el corazón. Un corazón bondadoso es fruto de un corazón alegre, dicha
alegría surge el ser amados por Cristo el cual debe ser reflejo inmediato para
Evangelización. Urge testificar con nuestra alegría el anuncio de salvación.
La dinámica de extender el Reino de Cristo no se basa en un falso proselitismo y
antagonismo, sino por “atracción”, término innovador que enuncia el documento. Que
nuestra vida de fe testifique hacia lo demás y los atraiga hacia la salvación y el amor de
Dios.
En el primer capítulo deja claro que el perfil de la Iglesia no está basada en un
estancamiento, debe de ser una Iglesia en salida, salir al encuentro del otro y no tener miedo
a volver convocar a los alejados, llegar a los cruces de caminos para invitar a los excluidos.
Se trata también a no temer a ser Misericordiosa, es momento de transformar todo, desde el
amor de Dios. Una Iglesia en salida es una Iglesia que se va actualizando en espacio y
tiempo, que aprende de sus accidentes y se fortalece en su misión.
En el siguiente capítulo el Papa Francisco alerta la fe del proceso de secularización,
extirpa la visión del exclusivismo, donde el poderoso se come al más débil, juego de
competitividad de la que el mundo se hace esclavo. El enriquecimiento por lo tanto pondera
una economía injusta donde el pobre sigue esperando, mientras el rico sigue imperando.
Fruto del individualismo moderno y globalizado que superar.
Se valora también el arduo trabajo de los que son fieles a su ministerio y que en
compañía del espíritu laical se han comprometido en las labores de caridad cristiana. No es
justo menospreciar el esfuerzo que varios bautizados realizan, a causa de los escándalos
provocados de los mismos miembros de la Iglesia. El trabajo laical forma parte importante
de la Evangelización y se debe de promover los distintos ministerios que sin dificultad se
pueden realizar, no buscando el bien personal, ni mucho menos el protagonismo que tanto
daño hace a la Iglesia.
También se resalta el valor de la identidad sacerdotal que reside desde el varón y el
espíritu laical se deben a ambos: varón y mujer. Esto se debe de comprender desde en
función de servicio y no desde la exclusión, la dignidad de los bautizados se manifiesta
desde la vocación.
Ser Iglesia significa ser fermento de Dios en medio de la humanidad, mensaje que
podemos descubrir en el tercer capítulo. La Iglesia debe de transmitir el aliento de la
Esperanza en medio de situaciones frenéticas, asimismo el mundo debe de descubrir en la
Iglesia un lugar de perdón, de amor, de paz, alentando al hombre a vivir según el
Evangelio. De esta manera todos podemos aportar algo en la Evangelización, superando la
pedagogía de la recepción e incorporar la visión inclusiva de todo el pueblo.
En cuanto a la predica, nunca se debe de excluir su valor sacro, ni mucho menos
reducir a un mero acto de entretenimiento. Si bien el arte de la predicación es un recurso
mediático, debe de incitar a los fieles su profunda comunión con lo sagrado. Uno de los
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aportes del Concilio Vaticano II fue precisamente dar valor a la Sagrada Escritura en la
vida del bautizado, cuanto más darle valor en el culto. La visión homilètica supera la queja,
reproche, remordimiento, lamento, o prohibiciones; se introduce un lenguaje positivo,
superando la negatividad.
En la cuestión catequética y su relación con el kerigma debe estar a la par, ya que es
el primer anuncio de nuestra Salvación. El pape del Catequista debe de resonar convencido,
la salvación por medio de Cristo, quien nos ama, dio su vida para salvarnos y que está
presente en nuestra vida para fortalecernos, iluminarnos y salvarnos.
Con base al cuarto capítulo señalando la dimensión social de la evangelización. La
fe no puede estar puesta en solo cuatro paredes, es el impulso hacia el exterior superando el
individualismo, fanatismo religioso o sociedades secretas. Una verdadera fe no es cómoda
ante las injusticias, por lo tanto se proyecta hacia la vida social con el profundo
compromiso de cambiar el mundo, no podemos pasar desapercibidos sin dar lo mejor de
nosotros. Se trata sanar las enfermedades sociales producto muchas veces de la indiferencia
y del silencio. No se trata de mantenernos en plan de asistencia sin resolver el mal, de ser
así solo se prolonga los sufrimientos de los más vulnerables: los pobres y marginados. La
inequidad es la razón de los males sociales.
Hoy en día la Política ha perdido Autoridad porque no ha cumplido con su deber y
su conciencia la ha vendido al mejor postor de la corrupción y la globalización. Cuando la
verdadera Política tiene su vocación a la caridad y al bien común. Salvaguardando también
a los más indefensos y por indefensos entiéndase también a los niños. Hasta hoy la vida es
un derecho que muchas creaturas se le ha privado derogando la dignidad humana en pos a
nuevas legislaciones que cosifican al ser humano. Por defender la vida desde su concepción
a la Iglesia la han ridiculizado tachándola de retrograda, oscurantista y conservadora.
Toda vida humana es sagrada e inviolable, se concibe a la persona no como un
medio de dignidad sino como un fin en sí misma desde su concepción. Por tanto la Iglesia
no es sujeta a modas de pensamiento, su doctrina es firme y misericordiosa en su práctica
acompañando y discerniendo en cada situación. Por otro lado, la Iglesia laudita el progreso
de las ciencias porque en ella se reconoce el enorme potencial que Dios ha dado a la mente
humana. Sin embargo, la razón tiene un límite y es injusto que cuando se encuentre una
respuesta a tantas interrogantes se interponga ciertas ideologías menguando la apertura y el
diálogo.
Un sano pluralismo no implica la privatización de las religiones, en el intento de
silenciar las conciencias se demuestra un nuevo autoritarismo y una nueva forma de
discriminación. A lo que en otro tiempo se criticó, se vuelve ahora el vicio tras vicio. En
cuanto al respeto a las minorías de agnósticos o no creyentes, es momento de valorar la
unidad en la pluralidad cuyo pendón radicaría en la paz y la tolerancia.
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Con respecto al último capítulo nos ofrece una nueva visión, superar las tareas de
obligación y optar por una Evangelización con Espíritu, donde el fervor se palpe, la alegría
se trasmita y la generosidad de muestre. Ninguna motivación será suficiente sino arde el
Fuego del Espíritu y redescubrir nuestra misión en esta tierra, ser con los demás para los
demás.
Clave para invocar el Espíritu Santo es la persona de María y ella aprendemos su fortaleza
desde la humildad y la ternura, que no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no
necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. En ella se redescubre una Madre de la
Nueva Evangelización.
A modo de conclusión en esta exhortación redescubrimos la identidad de la Iglesia, no
sometida al tiempo y al espacio, sino servidora en tiempo y espacio manteniendo firme sus
convicciones desde el Reinado de Cristo. Por eso el anuncio del Reino se debe de actualizar
en tiempo y forma, valorando todo lo que esté a favor de la dignidad humana y aprender a
denunciar lo que imposibilita. Desde la virtud de la esperanza todos los bautizados estamos
llamados a transformar al mundo desde nuestro ser y que hacer de hijos de Dios. Siendo
sacramento para los demás, damos gloria aquel quien nos ha creado.