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El Secreto De La Caverna

Informe de Lectura “El secreto de la caverna” Datos del Libro


Titulo:”El secreto de la caverna” Autor: Arthur S. Maxwell Edición: New Life
Lugar: Argentina Año: 1998 Análisis del Texto Resumen Capitulo nº 1:
“¿Contrabandistas o espías?” Sucede que se encontraba el viejo Peter
Macdonald de regreso a su hogar, cuando al pasar bajo la entrada de la
antigua caverna, se dio el susto de su vida al escuchar sonidos extraños
que...
Capítulo 1— Amor supremo
La Naturaleza y la revelación a una dan testimonio del amor de Dios.
Nuestro Padre Celestial es la fuente de vida, sabiduría y gozo. Mirad las
maravillas y bellezas de la naturaleza. Pensad en su prodigiosa adaptación a
las necesidades y a la felicidad, no solamente del hombre, sino de todos los
seres vivientes. El sol y la lluvia que alegran y refrescan la tierra; los montes,
los mares y los valles, todos nos hablan del amor del Creador. Dios es el que
suple las necesidades diarias de todas sus criaturas. Ya el salmista lo dijo en
las bellas palabras siguientes: CC 9.1
“Los ojos de todos miran a ti,
Y tú les das su alimento a su tiempo.
Abres tu mano,
Y satisfaces el deseo de todo ser viviente.” 1 CC 9.2
Dios hizo al hombre perfectamente santo y feliz; y la hermosa tierra no
tenía, al salir de la mano del Creador, mancha de decadencia, ni sombra de
maldición. La transgresión de la ley de Dios, de la ley de amor, fué lo que
trajo consigo dolor y muerte. Sin embargo, en medio del sufrimiento
resultante del pecado se manifiesta el amor de Dios. Está escrito que Dios
maldijo la tierra por causa del hombre. 2 Los cardos y espinas, * las
dificultades y pruebas que colman su vida de afán y cuidado, le fueron
asignados para su bien, como parte de la preparación necesaria, según el
plan de Dios, para levantarle de la ruina y degradación que el pecado había
causado. El mundo, aunque caído, no es todo tristeza y miseria. En la
naturaleza misma hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los
cardos, y las espinas están cubiertas de rosas. CC 9.3
“Dios es amor” está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada
tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que con sus preciosos
cantos llenan el aire de melodías, las flores exquisitamente matizadas que en
su perfección lo perfuman, los elevados árboles del bosque con su rico
follaje de viviente verdor, todos
Jesús vivió, sufrió y murió para redimirnos. Se hizo “Varón de dolores”
para que nosotros fuésemos hechos participantes del gozo eterno. Dios
permitió que su Hijo amado, lleno de gracia y de verdad, viniese de un
mundo de indescriptible gloria a esta tierra corrompida y manchada por el
pecado, obscurecida por la sombra de muerte y maldición. Permitió que
dejase el seno de su amor, la adoración de los ángeles, para sufrir
vergüenza, insultos, humillación, odio y muerte. “El castigo de nuestra paz
cayó sobre él, y por sus llagas nosotros sanamos.” 12 ¡Miradlo en el
desierto, en el Getsemaní, sobre la cruz! El Hijo inmaculado de Dios tomó
sobre sí la carga del pecado. El que había sido uno con Dios sintió en su
alma la terrible separación que el pecado crea entre Dios y el hombre. Esto
arrancó de sus labios el angustioso clamor: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué
me has desamparado?” 13 Fué la carga del pecado, el reconocimiento de
su terrible enormidad y de la separación que causa entre el alma y Dios, lo
que quebrantó el corazón del Hijo de Dios. CC 13.1
Pero este gran sacrificio no fué hecho para crear amor en el corazón del
Padre hacia el hombre, ni para moverle a salvarnos. ¡No! ¡No! “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que dió a su Hijo unigénito.” 14 Si el Padre nos
ama no es a causa de la gran propiciación, sino que El proveyó la
propiciación porque nos ama. Cristo fué el medio por el cual el Padre pudo
derramar su amor infinito sobre un mundo caído. “Dios estaba en Cristo,
reconciliando consigo mismo al mundo.” 15 Dios sufrió con su Hijo. En la
agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario, el corazón del Amor infinito
pagó el precio de nuestra redención. CC 13.2
Jesús declaró: “Por esto el Padre me ama, por cuanto yo pongo mi vida
para volverla a tomar.” 16 Es decir: “De tal manera os amaba mi Padre, que
me

Capítulo 2—La más urgente necesidad del hombre


El hombre estaba dotado originalmente de facultades nobles y de un
entendimiento bien equilibrado. Era perfecto y estaba en armonía con Dios.
Sus pensamientos eran puros, sus designios santos. Pero por la
desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo reemplazó el
amor. Su naturaleza quedó tan debilitada por la transgresión que ya no pudo,
por su propia fuerza, resistir el poder del mal. Fué hecho cautivo por
Satanás, y hubiera permanecido así para siempre si Dios no hubiese
intervenido de una manera especial. El tentador quería desbaratar el
propósito que Dios había tenido cuando creó al hombre. Así llenaría la tierra
de sufrimiento y desolación y luego señalaría todo ese mal como resultado
de la obra de Dios al crear al hombre. CC 17.1
En su estado de inocencia, el hombre gozaba de completa comunión con
Aquel “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia.” 1 Pero después de su caída no pudo encontrar gozo en la
santidad y procuró ocultarse de la presencia de Dios. Tal es aún la condición
del corazón que no ha sido regenerado. No está en armonía con Dios ni
encuentra gozo en la comunión con El. El pecador no podría ser feliz en la
presencia de Dios; le desagradaría la compañía de los seres santos. Y si se
le pudiese admitir en el cielo, no hallaría placer allí. El espíritu de amor
abnegado que reina allí, donde todo corazón corresponde al Corazón del
amor infinito, no haría vibrar en su alma cuerda alguna de simpatía. Sus
pensamientos, sus intereses y móviles serían distintos de los que mueven a
los moradores celestiales. Sería una nota discordante en la melodía del cielo.
Este sería para él un lugar de tortura. Ansiaría esconderse de la presencia de
Aquel que es su luz y el centro de su gozo. No es un decreto arbitrario de
parte de Dios el que excluye del cielo a los impíos. Ellos mismos se han
cerrado las puertas por su propia ineptitud para el compañerismo que allí
reina. La gloria de Dios sería para ellos un fuego consumidor. Desearían ser
destruídos a fin de ocultarse del rostro de Aquel que murió para

Capítulo 3—Un poder misterioso que convence


¿Como se justificará el hombre con Dios? ¿Cómo se hará justo el
pecador? Sólo por intermedio de Cristo podemos ser puestos en armonía
con Dios y con la santidad; pero ¿cómo debemos ir a Cristo? Muchos
formulan hoy la misma pregunta que hizo la multitud el día de Pentecostés,
cuando, convencida de pecado, exclamó: “¿Qué haremos?” La primera
palabra de la contestación del apóstol Pedro fué: “Arrepentíos.” Poco
después, en otra ocasión, dijo: “Arrepentíos pues, y volveos a Dios; para
que sean borrados vuestros pecados.” 1 CC 23.1
El arrepentimiento comprende tristeza por el pecado y abandono del
mismo. No renunciamos al pecado a menos que veamos su pecaminosidad.
Mientras no lo repudiemos de corazón, no habrá cambio real en nuestra
vida. CC 23.2
Muchos no entienden la naturaleza verdadera del arrepentimiento. Muchas
personas se entristecen por haber pecado, y aun se reforman exteriormente,
porque temen que su mala vida les acarree sufrimientos. Pero esto no es
arrepentimiento en el sentido bíblico. Lamentan el dolor más bien que el
pecado. Tal fué el pesar de Esaú cuando vió que había perdido su
primogenitura para siempre. Balaam, aterrorizado por el ángel que estaba en
su camino con la espada desenvainada, reconoció su culpa porque temía
perder la vida, mas no experimentó un sincero arrepentimiento del pecado;
no cambió de propósito ni aborreció el mal. Judas Iscariote, después de
traicionar a su Señor, exclamó: “¡He pecado entregando la sangre
inocente!” 2 CC 23.3
Esta confesión fué arrancada a su alma culpable por un tremendo
sentimiento de condenación y una pavorosa expectación de juicio. Las
consecuencias que habría de cosechar le llenaban de terror, pero no
experimentó profundo quebrantamiento de corazón ni dolor en su alma por
haber traicionado al Hijo inmaculado de Dios y negado al Santo de Israel.
Cuando el faraón de Egipto sufría bajo los juicios de Dios, reconocía su
pecado a fin de escapar al castigo, pero volvía a desafiar al Cielo t

Un rayo de la gloria de Dios, una vislumbre de la pureza de Cristo, que


penetre en el alma, hace dolorosamente visible toda mancha de pecado, y
descubre la deformidad y los defectos del carácter humano. Hace patentes
los deseos profanos, la incredulidad del corazón y la impureza de los labios.
Los actos de deslealtad por los cuales el pecador anula la ley de Dios
quedan expuestos a su vista, y su espíritu se aflige y se oprime bajo la
influencia escrutadora del Espíritu de Dios. En presencia del carácter puro y
sin mancha de Cristo, el transgresor se aborrece a sí mismo. CC 29.1
Cuando el profeta Daniel contempló la gloria que rodeaba al mensajero
celestial que se le había enviado, se sintió abrumado por su propia debilidad
e imperfección. Describiendo el efecto de la maravillosa escena, relató: “No
quedó en mí esfuerzo, y mi lozanía se me demudó en palidez de muerte, y no
retuve fuerza alguna.” 10 El alma así conmovida odiará su egoísmo y amor
propio, y mediante la justicia de Cristo buscará la pureza de corazón que
armoniza con la ley de Dios y con el carácter de Cristo. CC 29.2
El apóstol Pablo dice que “en cuanto a justicia que haya en la ley,” es
decir, en lo referente a las obras externas, era “irreprensible,” 11 pero
cuando discernió el carácter espiritual de la ley, se reconoció pecador.
Juzgado por la letra de la ley como los hombres la aplican a la vida externa,
él se había abstenido de pecar; pero cuando miró en la profundidad de los
santos preceptos, y se vió como Dios le veía, se humilló profundamente y
confesó así su culpabilidad: “Y yo aparte de la ley vivía en un tiempo: mas
cuando vino el mandamiento, revivió el pecado, y yo morí.” 12 Cuando vió
la naturaleza espiritual de la ley, se le mostró el pecado en todo su horror, y
su estimación propia se desvaneció. CC 29.3
No todos los pecados son de igual magnitud delante de Dios; hay
diferencia de pecados a su juicio, como la hay a juicio de los hombres. Sin
embargo, aunque este o aquel acto malo pueda parecer trivial a los ojos de
los hombres, ningún pecado es pequeño a la vista de Dios. El juicio de los
hombres es parcial e imperfecto; mas Dios ve todas las cosas como son
realmente. Al borracho se le desprecia y se le dice que su pecado le excluirá
del cielo, mientras que demasiado a menudo el orgullo, el egoísmo y la
codicia no son reprendidos. Sin embargo, son pecados que ofenden en
forma especial a Dios, porque contrarían la benevolencia de su carácter, ese
amor abnegado

Capítulo 4—Para obtener la paz interior


“El que encubre sus transgresiones, no prosperará; mas quien las
confiese y las abandone, alcanzará misericordia.” 1 Las condiciones
indicadas para obtener la misericordia de Dios son sencillas, justas y
razonables. El Señor no nos exige que hagamos alguna cosa penosa para
obtener el perdón de nuestros pecados. No necesitamos hacer largas y
cansadoras peregrinaciones, ni ejecutar duras penitencias, para encomendar
nuestras almas al Dios de los cielos o para expiar nuestras transgresiones,
sino que todo aquel que confiese su pecado y se aparte de él alcanzará
misericordia. CC 37.1
El apóstol dice: “Confesad pues vuestros pecados los unos a los otros, y
orad los unos por los otros, para que seáis sanados.” 2 Confesad vuestros
pecados a Dios, el único que puede perdonarlos, y vuestras faltas unos a
otros. Si has dado motivo de ofensa a tu amigo o vecino, debes reconocer tu
falta, y es su deber perdonarte con buena voluntad. Debes entonces buscar
el perdón de Dios, porque el hermano a quien ofendiste pertenece a Dios, y
al perjudicarle pecaste contra su Creador y Redentor. El caso es presentado
al único y verdadero Mediador, nuestro gran Sumo Sacerdote, que “ha sido
tentado en todo punto, así como nosotros, mas sin pecado,” quien puede
“compadecerse de nuestras flaquezas” 3 y limpiarnos de toda mancha de
pecado.

Capítulo 5—La consagración


La promesa de Dios es: “Me buscaréis y me hallaréis cuando me
buscareis de todo vuestro corazón.” 1 CC 43.1
Debemos dar a Dios todo el corazón, o no se realizará el cambio que se ha
de efectuar en nosotros, por el cual hemos de ser transformados conforme a
la semejanza divina. Por naturaleza estamos enemistados con Dios. El
Espíritu Santo describe nuestra condición en palabras como éstas: “Muertos
en las transgresiones y los pecados,” 2 “la cabeza toda está ya enferma, el

corazón todo desfallecido,” “no queda ya en él cosa sana.” 3 Nos sujetan


firmemente los lazos de Satanás, “por el cual” hemos “sido apresados, para
hacer su voluntad.” 4 Dios quiere sanarnos y libertarnos. Pero como esto
exige una transformación completa y la renovación de toda nuestra
naturaleza, debemos entregarnos a El completamente. CC 43.2
La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se
haya reñido. El rendirse a sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios,
requiere una lucha; mas para que el alma sea renovada en santidad, debe
someterse antes a Dios.

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