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Índice

Dossier: Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30


5 Introducción
ROSSANA CORTEZ Y DARÍO MARTINI

7 Los intelectuales norteamericanos y la crisis I (1936)


GEORGE NOVACK

15 Los intelectuales norteamericanos y la crisis II (1936)


GEORGE NOVACK

21 Los intelectuales norteamericanos y la Comisión Dewey


GÉRARD ROCHE

35 El combate oculto entre Trotsky y Dewey


FRÉDERIK DOUZET

53 La trampa de la supuesta imparcialidad (1937)


LEÓN TROTSKY

55 Inquietudes (1938)
LEÓN TROTSKY

56 Delimitarse de los liberales (1938)


LEÓN TROTSKY

57 Medios y fines (1938)


JOHN DEWEY

60 Defensa y Contraproceso en Francia


GÉRARD ROCHE

80 Llamado a los hombres (1936)

81 Carta de Pierre Naville a Herbert Solow (1937)


RESEÑA DE LIBROS
85 El caso León Trotsky
GABRIEL GARCÍA HIGUERAS

87 Campaña de Apoyo del CEIP

88 El caso León Trotsky y el 70 aniversario de su asesinato


ACTIVIDADES REALIZADAS Y REPERCUSIONES EN LA PRENSA

Últimas publicaciones y recomendados

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Introducción
Rossana Cortez y Dario Martini

Los siguientes artículos, traducidos del inglés y el francés especialmente para este boletín, son publicaciones origi-
nales de la revista trotskista norteamericana New International, e investigaciones históricas publicadas por los Cahiers
Léon Trotsky del Institut Léon Trotsky que dirigía Pierre Broué en Francia.
A 70 años del asesinato del gran revolucionario ruso a manos del estalinismo, el CEIP encaró la traducción y
publicación de El Caso León Trotsky1, que reúne las actas taquigráficas de las sesiones que se realizaron en México,
donde Trotsky tuvo la oportunidad de hablarles a los trabajadores del mundo entero. Se defendía de las acusaciones
hechas en su contra en los denominados “Procesos de Moscú”, que pusieron en el banquillo a la dirección del Partido
Bolchevique durante la Revolución Rusa de 1917 y a los principales generales del Ejército Rojo y de la Guerra Civil,
acusándolos de crímenes contrarrevolucionarios y fusilados tan sólo en base a confesiones y sin pruebas materiales.
El supuesto instigador y principal acusado era Trotsky, junto a su hijo, León Sedov. Trotsky era el único de estos
dirigentes que se encontraba forzadamente en el exilio.
Estos artículos arrojan luz sobre la lucha librada por Trotsky para poner en pie la Comisión de Investigación sobre
los Procesos de Moscú y reafirmar frente a un auditorio mundial sus posiciones políticas revolucionarias. Frente a la
enorme repercusión que tuvieron estos Procesos entre la intelectualidad mundial, y con el escenario de fondo de los
regímenes fascistas de Mussolini y Hitler afirmándose en el poder, la guerra civil española, el fenómeno del Frente
Popular en Francia y la lucha de clases recrudeciendo en Estados Unidos, estos acontecimientos impactaron en los
círculos intelectuales. Y por último, ante la disyuntiva de tener que apoyar a Stalin y sus crímenes para no debilitar
la “alianza antifascista” que montaron tras el Frente Popular, algunos intelectuales se radicalizaron y se acercaron a
la causa de Trotsky, cuyo prestigio intelectual e influencia permite comprender el apoyo que tuvieron los trotskistas.
Los artículos que ofrecemos dan cuenta de la efervescencia entre la intelectualidad norteamericana y francesa de
los años ´30, y nos ofrecen un retrato bastante completo del clima de las ideas de la época.
En Estados Unidos, luego del crack de 1929, un número cada vez mayor de intelectuales tomó posiciones re-
formistas, otros directamente se proclamaron anti capitalistas, y luego de una breve colaboración con el Partido
Comunista; anti estalinistas, pasando en muchos casos a formar parte de las filas del American Workers Party (AWP)
dirigido por A.J Muste, y de la trotskista Comunist League of America (CLA) de James P. Cannon. La CLA dirigió
las triunfantes huelgas de Minneapolis en 1934, que la pusieron en la escena política nacional e influyeron a los in-
telectuales del AWP a fusionar ambos grupos en diciembre de ese año.
En la serie de artículos “Los intelectuales y la crisis” publicados en The New International en febrero y abril de
1936, George Novack, un intelectual norteamericano que se une al trotskismo en 1933, hace una puesta a punto,
desde el punto de vista trotskista, de los debates en el seno de la intelectualidad norteamericana.
Esta muestra del ambiente intelectual norteamericano también se relata en el artículo “Los intelectuales norte-
americanos y la Comisión Dewey”, en el que Gérard Roche, investigador que ha colaborado con numerosos estudios
publicados en los Cahiers Léon Trotsky, hace un detalle pormenorizado de las distintas posiciones de los intelectuales
norteamericanos, sobre las actividades del Comité de Defensa de León Trotsky, la política del PC norteamericano
para boicotear la formación de la Comisión, las discusiones que mantuvieron con distintas figuras de la cultura y de
las ciencias para que integren la Comisión de Investigación sobre los Procesos de Moscú, hasta arribar a la creación
de la Comisión Dewey.
El artículo “El combate oculto entre Trotsky y Dewey”, además de describir la talla moral e intelectual de estos dos
personajes, narra las discusiones con los propios trotskistas norteamericanos sobre la presión que ejercían los liberals
en estos últimos para la formación de la Comisión -para ilustrar estas discusiones, hemos traducido algunas cartas de
Trotsky inéditas en español. Y en su parte final, desarrolla la idea de la desconfianza de Dewey contra el bolchevismo,
como resultado de la investigación, que lo lleva a la conclusión final de que el estalinismo es la consecuencia lógica
del bolchevismo. Dewey escribió “Means and Ends” (“Medios y Fines”, artículo que hemos traducido especialmente
para este boletín), en el que polemiza con el marxismo alrededor de los problemas de moral en torno a la cuestión del

1 El Caso León Trotsky. Informe de las audiencias sobre los cargos hechos en su contra en los procesos de Moscú. Por la comisión presidida por John
Dewey, Bs. As., Ediciones IPS, Colección Clásicos CEIP “León Trotsky”, 2010.
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fin y los medios. Y la respuesta a estos liberals explícitamente, y a Dewey de manera implícita, Trotsky la concretó en
la publicación de Su moral y la nuestra2.
Por último, publicamos “Defensa y Contraproceso en Francia”, otro estudio muy detallado de Gérard Roche
sobre la actividad del grupo trotskista francés y de León Sedov alrededor de la preparación de las pruebas de defensa
del Contraproceso, sobre la actuación de la Subcomisión francesa, así como sobre la intervención de destacados
intelectuales franceses, tanto a favor de Stalin y el Frente Popular francés, es decir, como defensores de los Procesos
de Moscú, como de otros encumbrados intelectuales que actuaron a favor del Contraproceso. Este trabajo cuenta,
además, con entrevistas a distintas personas que participaron en esta tarea durante esos años.
En todos estos artículos se respetó el trabajo de edición que ya tenían, pero cuando consideramos necesario, se
agregaron notas al pie y notas de traducción.

2 Se puede consultar en Trotsky, L., Escritos Filosóficos (compilación), Bs. As., CEIP “León Trotsky”, 2004.
Los intelectuales norteamericanos y la crisis I1
George Novack

The New International, nº 361, febrero de 1936.

La crisis tomó por sorpresa a los intelectuales norteamericanos. No tenían ni el más mínimo presentimiento de
la tormenta que se desataría sobre sus cabezas y que barrió con furia creciente a toda la nación. Durante todo el auge
previo, la ilusión de prosperidad permanente había deslumbrado, tanto a los intelectuales como a todo el mundo.
A pesar de que sus reacciones a este mito fueron bien diferentes a las del banquero, el comerciante, el agricultor o
el trabajador, los intelectuales descansaban sobre la premisa común de que la prosperidad eterna sería la condición
normal del estilo de vida norteamericano. La tremenda fuerza de la crisis mundial rompió esa ilusión, arrancando
a un grupo de intelectuales tras otro de su acostumbrado miasma, dispersándolos en todas direcciones. A partir de
1929, se vieron impulsados a tomar distancia de sus puntos de vista sociales e ideológicos.

Las tendencias reaccionarias


En su afán de aislarse del caos exterior, la dorada juventud de las grandes universidades del Este buscó refugio en las
viejas verdades. Las religiones ortodoxas de sus padres ya no podían satisfacer ni siquiera a los más conservadores. La
conversión de T.S Eliot2 al anglicanismo fue considerado como un paso admirable, pero no fue imitado. Infectados
por el venenoso individualismo al que creían estar combatiendo, estos intelectuales procedieron a fabricar filosofías
particulares dando vueltas alrededor de los límites de las enseñanzas clásicas.
Revisaron las culturas de la antigüedad y volvieron a Platón, Aristóteles, San Pablo, Santo Tomás de Aquino, e in-
cluso el Bhagavad-Gita, buscando revelaciones y autoridad. El espurio “humanismo” de Irving Babbitt3 y Paul Elmer
More4, (dos conservadores puritanos que habían desestimado las ataduras teológicas de sus antepasados calvinistas, pero
que conservaron el cadáver de su conservadurismo) se presentó como un punto de partida para estos embriones reaccio-
narios. Su tono atronador nos recuerda a los teólogos puritanos. Desde sus sillas en Harvard y Princeton, estos profesores
lanzaban anatemas contra la democracia, la igualdad, la libertad, el progreso, el individualismo y todos los espectros
herejes de las revoluciones francesas y americana. Sus propias filosofías eran amalgamas de curiosas ideas obsoletas,
recogidas durante una larga vida sacrificada a la lectura de libros escritos antes de la revolución francesa, o en su contra.
Por una breve temporada, intelectuales conservadores y liberales polemizaronsobre este “humanismo”, al que aban-
donaron rápidamente para luego olvidarlo. Tan estrecho y estéril conjunto de dogmas era evidentemente inadecuadopa-
ra poder interesar la creciente avidez intelectual o para proporcionar una respuesta a los problemas sociales y culturales
que clamaban por soluciones.
Los humanistas más moderados se quedaron en sus recintos académicos acechados por fantasmas de ideas ya
muertas. Sin embargo, algunos de los más consistentes discípulos de Babbitt, comenzaron a desarrollar posiciones
políticas, en particular Seward Collins5, editor de The Bookman, conocido ahora como la American Review6. Hasta
hace poco Collins abogó por una monarquía para Norteamérica, sin especificar la forma en que esta se produciría

1 Todas las notas al pie, salvo los (*) fueron hechas para esta traducción. Se respetan las itálicas y los entrecomillados del original, y se agregan
para los nombres de las publicaciones y obras de la época. Traducción y notas al pie a cargo de Darío Martini.
2 Thomas Stearns Eliot, conocido como T. S. Eliot (1888-1965) Poeta, dramaturgo y crítico anglo-estadounidense. En 1948 le fue concedido el Pre-
mio Nobel de Literatura. En 1927, Eliot da a su vida un giro muy llamativo, adoptando la nacionalidad británica y convirtiéndose al anglicanismo.
3Irving Babbitt (1865 – 1933) Académico estadounidense y crítico literario, fundó un movimiento conocido como el Nuevo Humanismo,
con una influencia significativa en la discusión literaria y el pensamiento conservador en el período que va desde 1910 hasta 1930. Fue crítico
y oponente de la cultura del romanticismo. Su humanismo suponía un amplio conocimiento de varias tradiciones religiosas.
4 Paul Elmer More (1864-1937) fue un periodista estadounidense, crítico, ensayista y apologista cristiano. Después de una corta carrera como
académico, trabajó como periodista en The Independent, el New York Evening Post y The Nation. Durante los últimos 10 años de su vida, escribió
varios libros más de apologética cristiana. Colaboró con Irving Babbitt desde antes de 1900 en el proyecto que más adelante sería conocido
como Nuevo Humanismo.
5 Seward Collins (1899-1952) Miembro de la alta sociedad neoyorquina y renombrado editor. A fines de la década de 1920, se refería a si
mismo como “fascista”.
6 The Bookman (fundado en 1895), reseñaba y publicaba obras literarias. Fue cerrado por su último editor; Seward Collins, para comenzar a
publicar The New American Review, órgano de ideas políticas conservadoras y reaccionarias.
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o quien podría ser elegible para el trono. Hoy está coqueteando con el fascismo bajo la apariencia de una vuelta ro-
mántica a la economía medieval con adelantos modernos.
Los pequeños círculos intelectuales que se ufanaban por racionalizar el curso de la reacción aún no estaban tan
bien organizados como en Europa, ni sus filosofías claramente formuladas. Los agraristas del Sur, que se alejaban
de los horrores de la esclavitud asalariada para abrazar el cadáver de la esclavitud lisa y llana; fascistas como Dennis
Lawrence7 y Seward Collins, y los discípulos de Pareto8 en las universidades no tienen casi ninguna influencia inte-
lectual opolítica.Este hecho por sí solo indica que el fascismo, que moviliza a sus intelectuales junto con otros secto-
res de las clases medias, no es un peligro inminente en este país, a pesar de los oráculos de las ligas estalinistas.
El estado de ánimo que prevalecía entre los intelectuales reaccionarios era más bien de gran confusión sobre la
confianza en sus creencias. Esto se puede observar, por ejemplo, en los giros intelectuales de Archibald MacLeish9, que
lucha tan valientemente frente a los problemas sociales y políticos que de repente le acosan hace unos años. Durante
este período tormentoso y de gran tensión, MacLeish exhortó a los jóvenes de Wall Street a levantarse para salvar a la
nación; convertido en un devoto del crédito social, escribió varios folletos polémicos en poética y prosa en contra de los
pseudo-marxistas.
En su poesía, en la que antiguamente se limitaba a cuestionar la naturaleza y su alma mortal sobre el sentido
último de la vida y la muerte, glorificaba la violencia heroica de los conquistadores como Cortés y se volvía hacia el
pasado pionero en busca de inspiración, un lodazal que confunde con una fuente de salud. Su última producción,
la obra poética Pánic, se ocupa de la crisis. Sean cuales fueran sus méritos tanto en el teatro como en la poesía (y es
dudoso que la poesía de MacLeish le ayude a ampliar sus intereses), Pánic es sin duda un espejo perfecto de la con-
fusión ideológica reinante.
Donde se encuentra hoy políticamente MacLeish o donde se levantará mañana, probablemente na-
die,  incluido él mismo, lo sepa.  Pero ¡hete aquí! Los literatos estalinistas, que ayer lo caracterizaban como a
un “fascista inconsciente” (presumiblemente en contraste con los estalinistas inconscientes), recientemen-
te ¡lo han admitido en la primera fila de la sección literaria del Frente Popular!  El caso de MacLeish debe-
ría servir como advertencia de que en el actual período de transición es sumamente peligroso considerar la
posición política de cualquier intelectual como estática, o para predecir la trayectoria de su desarrollo.  Los in-
telectuales no poseen anclaje social, sus ideas pueden cambiar de dirección con la velocidad del rayo.
Es frecuente que los intelectuales den un paso hacia atrás antes de dar dos pasos hacia adelante. Muchos intelectuales
radicales pueden verificar esta observación desde su propia experiencia.

Los liberals frente a la izquierda


A medida que la profundización de la crisis exponía la quiebra absoluta del régimen de Hoover, los liberals vol-
vieron sus rostros hacia la izquierda y miraron esperanzados en dirección al socialismo, en busca de orientación e
inspiración. El inicio del Plan Quinquenal, que coincidió con el estallido de la crisis, disparó su imaginación. La
creencia en la supremacía del capitalismo estadounidense, que había sido la fe principal entre los liberales y su princi-
pal argumento contra el socialismo, fue sacudida por el enérgico avance de la construcción soviética frente a la caída
igualmente rápida de la economía estadounidense.
 Los liberals se vieron obligados a reconsiderar su actitud hacia el capitalismo, la democracia y el reformismo. La di-
ferenciación que se llevó a cabo en el campo liberal, como resultado de este proceso, puede ser trazada claramente en la
evolución ideológica de los principales miembros del consejo de redacción de The New Republic10, el órgano liberal más
importante. A principios de 1931, los editores de The New Republic publicaron una serie de artículos que presentaban
una fiel imagen del estado de ánimo prevaleciente entre los liberals. Tras recordar “la apatía terrible, la inseguridad y el
desaliento que parece haber caído sobre nuestras vidas”, Edmund Wilson11 hizo un “llamamiento a los progresistas”, a aban-

7 Dennis Lawrence (1893-1977) Autor y diplomático estadounidense. Abogó por el fascismo en América después de la Gran Depresión, con
el argumento de que el capitalismo estaba condenado.
8 Vilfredo Pareto Federico Dámaso (1848-1923), fue un industrial italiano, sociólogo, economista y filósofo. Introdujo el concepto de eficien-
cia de Pareto y desarrolló el campo de la microeconomía.
9 Archibald MacLeish (1892-1982) fue un poeta, escritor y bibliotecario de la biblioteca del Congreso estadounidense. Está asociado con la
escuela modernista de la poesía.
10 La revista The New Republic fué fundada en 1914. Se publica ininterrumpidamente desde entonces, con dos salidas mensuales. Se la consi-
dera socialdemócrata y versa mayoritariamente sobre política y Arte. Su línea editorial introdujo el vocablo Liberal para referirse a las personas
de dicha orientación política en Estados Unidos. Contó con colaboraciones de John Dewey, W.E.B. Dubois, Othis Ferguson, Thomas Mann,
George Orwel y Virginia Woolf entre otros.
11 Edmund Wilson (1895-1972) fue un escritor y crítico literario y social. Es considerado por muchos como el hombre de letras por excelencia
de Norteamérica durante el siglo XX.
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donar sus esperanzas en “la salvación por la aproximación gradual y natural hacia el socialismo”, que había sido el credo
fundacional para The New Republic y el de su fundador, Herbert Croly12, e instó a que se convirtieran en una minoría
militante, que de forma activa enfrentara las dificultades para alcanzar el socialismo aquí y ahora. Mientras que Wilson
no era muy claro sobre el carácter de este socialismo y la forma de su realización, lo hizo oponiéndose al programa y
las tácticas del Partido Comunista en nombre del americanismo y la democracia, y proclamó la necesidad de “sacarle el
comunismo de las manos a los comunistas”.
Los errores y las limitaciones de las posiciones políticas de Wilson no fueron tan importantes sin embargo, como si lo
fue su intento por deshacerse de la inercia del reformismo y el hecho de que presentase sus dogmas a un examen crítico.
Los intelectuales liberales no se transforman en radicales en un día. Necesariamente deben someterse a un proceso de
desarrollo que los obliga a pasar a través de varias etapas críticas antes de alcanzar una posición revolucionaria. Los
consejos de Wilson para dejar de “apostar por el capitalismo”, indicaron que un sector de los liberales de izquierda
empezaba a romper con el reformismo y miraba hacia el socialismo. La gravedad de los propios esfuerzos de Wilson
para llegar a la clarificación política quedaron demostrados con su renuncia a The New Republic, cuando ya no pudo
sostener ningún acuerdo con su política; y por su gira por el país con el fin de ampliar sus conocimientos sobre la
vida estadounidense para poder profundizar así sus ideas políticas y, sobre todo, por la sinceridad de su autocrítica.
Wilson realizó un servicio indispensable para los intelectuales de avanzada mediante la realización de su forma-
ción política, por así decirlo; de forma “pública”. Los informes que en su peregrinar hacía sobre su progreso, los
guiaron en su desarrollo político, aunque arribaron a conclusiones y destinos diferentes.
El mismo Wilson, como parte de un grupo de intelectuales radicales, más tarde se sintió atraído a la órbi-
ta del Partido de los Trabajadores de América13, aunque nunca tomó parte activa en la vida política del mismo.
George Soule14 representaba a la opinión oficial de The New Republic y a los liberales de centro. Wilson era un crítico
literario en el que una llama de pasión por la justicia social se mantuvo viva durante los años del boom. Soule fue
un economista de la escuela institucional15; bajo la influencia de “la experiencia rusa”, él y sus colegas, Beard, Cha-
se, Dewey16 y otros, pusieron sus esperanzas de una regeneración del capitalismo norteamericano, en la idea de la
planificación nacional. Su argumentación razonaba más o menos así; los estadounidenses, con nuestra tecnología
avanzada, podemos hacer cien veces más lo que los rusos lograron con su tecnología atrasada. La planta productiva
ya se construyó, la tarea es ahora “crear un ‘cerebro’ para nuestra economía”.
Inmediatamente, John Dewey se adelantó a expresar la desilusión periódica de los liberals con los dos viejos partidos
del capitalismo, y a pedir por la formación de un tercero basado en el modelo La Follette17. Los programas y las filosofías

12 David Herbert Croly (1869-1930) fue un líder intelectual del Movimiento Progresista Norteamericano. Fue editor y filósofo político y
co-fundador de la revista The New Republic.
13 El American Worker Party, por sus siglas en inglés, surgió con la depresión, y era dirigido por A.J Muste (por eso se los conocía como de
“Musteistas” –En inglés: Musteists-). Muste era un pastor protestante que fue expulsado de su comunidad religiosa por oponerse a la entrada de
Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial y que participó activamente en la organización sindical de los Industrial Workers of the World
(IWW)a principios de la década del ‘20. A principios de los años ‘30, organizaba a los trabajadores desocupados al oeste del corredor industrial
de los Grandes Lagos. En 1935 se fusionaría con la Liga Comunista de Norteamerica (LCA por sus siglas en inglés) de los trotskistas, que
venían de dirigir la triunfantes huelgas de los transportistas (Teamsters) de Minneapolis del año previo.
14 George Soule (1888-1970) fue editor de The New Republic, durante la década de 1930.  En 1947 publicó un estudio de la economía estado-
unidense desde 1917 hasta 1929 titulado Prosperity decade, from War to Depression: 1917-1929. (Seg. Ed. Nueva York: Harper & Row 1968).
Soule demuestra que la crisis de 1929 era de esperarse dados los problemas en la economía estadounidense -no sólo en la burbuja del mercado
accionario-, sino en el exceso de capacidad en sectores clave como el de la industria automotriz, y en el aumento del desempleo.
15 Aunque excede la discusión abordada en este artículo, vale mencionar que Soule le va a escribir una carta a Novack aclarando su posición
sobre el New Deal. Novack la publicará en el siguiente número de The New International (Vol 3. Núm. 2) y le contestará a punto seguido
con el título de The Function of the New Deal. A Criticism and a Reply (“La función del New Deal. Una crítica y una respuesta”) Ver: http://
www.marxists.org/archive/novack/1936/04/soule.htm. Copia en PDF en: http://www.ceip.org.ar/Ni362.pdf
16 Charles Austin Beard (1874- 1948) Uno de los historiadores norteamericanos más influyentes de la primera mitad del siglo XX. Publicó cen-
tenares de monografías, libros de texto y ensayos historiográficos. Sus obras incluyen una reevaluación radical sobre los “padres fundadores” de los
Estados Unidos, demostrando que estaban más motivados por la economía que por sus principios filosóficos y morales. Stuart Chase (1888-1985)
Economista e ingeniero estadounidense.  Se lo suele señalar como al autor de la expresión “New Deal” ya que en 1932 escribió un artículo para la
portada de la revista The New Republic titulado, “Un nuevo trato para América”. John Dewey (1859-1952) Filósofo, psicólogo y pedagogo norte-
americano. Dewey, junto con Charles Sanders Peirce y William James, es reconocido como uno de los fundadores de la filosofía del pragmatismo
y de la psicología funcional. Fue un importante representante del movimiento populista y del progresismo en la educación. Aunque Dewey es
más conocido por sus publicaciones pedagógicas, también escribió sobre muchos temas, entre ellos la experiencia, la naturaleza, el arte, la lógica,
la investigación, la democracia y la ética. En su defensa de la democracia, Dewey considera dos elementos fundamentales-las escuelas y la sociedad
civil- como los principales temas que requieren una debida atención y una reconstrucción para que se pueda fomentar la inteligencia experimental
y la pluralidad. Dewey afirmaba que una democracia completa no se obtiene sólo mediante la ampliación de los derechos de voto, sino también ga-
rantizando que exista una opinión pública plenamente formada, para poder lograr una comunicación efectiva entre ciudadanos, expertos y políticos,
siendo este último responsable de las políticas que se adopten. En 1935 Dewey, junto con Albert Einstein, fundó la sección estadounidense de la
Liga Internacional por la Libertad Académica, que se proponía defender la independencia académica de los profesores y académicos. Dewey estuvo
involucrado en la organización que con el tiempo se convirtió en la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACP). Dirigió
la famosa Comisión que lleva su nombre celebrada en México en 1937, que exculpó a Trotsky de los cargos formulados en su contra por Stalin.
17 Marion Robert La Follette, Sr. (1855-1925) Senador republicano por Wisconsin (1906-1925). En 1924 se candidateó a Presidente de los
Estados Unidos con una coalición conocida como The Progresive Party, que obtuvo el 17% de los votos a nivel nacional. La Federación Ameri-
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de los dirigentes de los partidos Socialista y Comunista eran igualmente ajenos al peculiar espíritu progresista y demo-
crático del pueblo estadounidense, ya que dirigían la propaganda a la clase obrera y en contra de la clase media; “El
primer llamamiento de un nuevo partido debe ser hacia lo que se conoce como la clase media”, porque este es un país
burgués. Los trabajadores de la industria no pueden tomar la iniciativa en este movimiento, pero lo seguirán.
Tales eran las ideas que animaban a los liberales durante la campaña presidencial de 1932. Hicieron hincapié en la necesidad
de la planificación social y de un nuevo partido progresista, mientras que votaron a favor de Roosevelt o Norman Thomas18.
La recepción cordial concedida a la vívida historia del movimiento progresista de John Chamberlain19 titulado
Farewell to reform, fue otra señal del cambio de los liberals de izquierda en su alejamiento del reformismo. Sin em-
bargo, Chamberlain adelantó su “adiós a la reforma” demasiado pronto para la historia y para la mayoría de sus
compañeros de ideas. El gobierno demócrata entrante se embarcó de inmediato en tan colosal reorganización del
capitalismo norteamericano que los sicofantes del nuevo régimen lo definieron como “La Revolución Roosevelt”.
El advenimiento del New Deal desvió el movimiento a izquierda de los liberals hacia los canales gubernamentales. Su fe
inquebrantable en la vitalidad del capitalismo estadounidense fue reanimada cuando oyeron al escudero de Hyde Park20 afir-
mar que el corazón del Nuevo Trato latía por “el hombre olvidado”. ¿Los intelectuales no estaban también entre los “hombres
olvidados”? Sus esperanzas parecían confirmarse cuando supieron que Roosevelt, el jefe del New Deal, había reunido a su
alrededor a seres biempensantes. Comenzaron a pensar: “Tal vez fuimos demasiado precipitados en nuestra predicción sobre
la muerte del capitalismo”. Mientras hubiera vida en el capitalismo norteamericano, por lo menos había esperanza para ellos.
La buena noticia de que los servicios establecidos por el New Deal requerían cientos de ejecutivos se difundió en los
círculos intelectuales como reguero de pólvora. Por primera vez en la historia de Estados Unidos las puertas de la bu-
rocracia gubernamental se abrían para los intelectuales de clase media. Los profesores y sus protegidos, los abogados y
arquitectos sin clientes, los hombres de letras sin convicciones políticas y con conexiones, liberales y “radicales” intelec-
tuales por igual se apresuraron a aprovechar esta oportunidad única, para trabajar para Dios, para el país, y por cuatro
mil dólares al año. Para los idealistas era una invitación irresistible a participar en la reconfiguración de la sociedad esta-
dounidense; para los carreristas y arribistas no era una ocasión menor, ya que ahora estaban consiguiendo confortables
cubículos en el gobierno. La peregrinación a Washington se convirtió en una verdadera cruzada de niños ¡Y que rápido
que comenzó la masacre de los inocentes!
Incluso los liberals menos dóciles fueron seducidos, al menos por un tiempo, por el canto de sirena del New
Deal. George Soule y los miembros de The New Republic vieron en la cocina del nuevo gabinete profesional al nuevo
“cerebro” por el que habían estado pidiendo no mucho tiempo antes, y a la “fuerza revolucionaria” en el régimen de
Roosevelt. En un libro titulado The coming American Revolution21, publicado en junio de 1934, Soule dijo: “La teoría
del ‘cerebro’ se ve confirmada en la medida en que, en un esfuerzo por rescatar nuestra vida económica, el Presidente
vio la necesidad de alistar el asesoramiento de expertos. Los profesores de economía, ciencias políticas y de derecho,
las personas que han estudiado los problemas sociales con alguna aproximación académica*, deben ser llamados a
ubicar posiciones de responsabilidad, para poder dirigir la industria y las finanzas, en lugar de dejar en manos de
aquellos que sólo buscan el beneficio individual y la posibilidad de hacer exactamente lo que les plazca. Es por eso que,
en un sentido amplio, el New Deal nos da un anticipo de la llegada al poder de una nueva clase, y este anticipo tiene un
tinte claramente revolucionario, tan sólo porque indica un cambio de poder de clases. La vanguardia de los trabajadores
de cuello blanco, las profesiones productivas, están comenzando a asumir algunas de las prerrogativas políticas que
su lugar real en una sociedad altamente industrial y organizada garantizan, y a la que su competencia superior en
materia de (¡teoría social!) les da derecho.” (p. 207–Itálicas mías, G. N.)
La entrada de los intelectuales en la administración, que Soule considera como un revolucionario “cambio en el
poder de clases”, fue sólo un apresurado desembarco de los liberals a lugares seguros en el aparato del Estado, cuando
la administración Roosevelt requería agentes con una coloración socialdemócrata para llevar a cabo las operaciones
necesarias para restablecer un capitalismo estadounidense de salud decrépita. La estimación poco realista de Soule

cana del Trabajo (AFL), el Partido Socialista de América, la Conferencia de Acción Política para el Progreso y la mayoría de los progresistas
apoyaron su candidatura. Tras las elecciones de 1924, el Partido Progresista se disolvió.
18 Norman Thomas (1884-1968) Dirigente socialista estadounidense, fue seis veces candidato presidencial por el Partido Socialista.
19 John Chamberlain (1903-1995) Periodista norteamericano. Graduado de Yale en 1925, comenzó su carrera como periodista en el New York
Times en 1926 del que se convertiría en editor y crítico literario. En la década de 1930, trabajó en las revistas Scribner’s y Harper’s. También
trabajó en las redacciones de la revista Fortune (1936-1941) y Life (1941-1950). En 1938 Chamberlain colaboró con Not Guilty: the Report of
the Commission of Inquiry into the Charges Made Against Leon Trotsky in the Moscow Trials (Informe de la Comisión de Investigación sobre los
cargos hechos contra León Trotsky en los Juicios de Moscú, por John Dewey). Durante la mayoría de este período, Chamberlain fue, según
sus propias palabras, “un literato ‘liberal’ de Nueva York” involucrado en las causas políticas de la izquierda.
20 Franklin D Roosevelt(1882-1945), cuatro veces presidente de Estados Unidos(1933-1945), era originario de Hyde Park, New York, y se lo
conocía con el sobrenombre de “The squire of Hyde Park” (El escudero de Hyde Park).
21 “La próxima revolución norteamericana” (No hay traducción al castellano). New York, The Macmillan Company, 1934. 314 págs.
* El filósofo Hobbes dijo una vez: If I had read as much as some people, I’d have been as great a fool (Si hubiese leído tanto como algunas personas,
sería un gran tonto”).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 9

expresa simplemente el anhelo de la intelectualidad liberal por obtener puestos en la burocracia estatal, cosa con-
cedida hace ya mucho tiempo a sus primos ingleses, pero que hasta el momento se les había negado. Los sucesos
demostraron rápidamente la poca profundidad del análisis de Soule. “La Revolución Roosevelt” duró sólo el tiempo
suficiente para que el capitalismo norteamericano se pusiera de nuevo en pie.
Cuando Roosevelt anunció que el paciente se había recuperado, sino curado completamente, las medidas del New
Deal fueron abandonadas o directamente decapitadas por el Tribunal Supremo. Los ejecutores del “cerebro”, que habían
sido llamados a hacer el trabajo sucio durante la emergencia, fueron despedidos o relegados a cualquiera de los lugares
subordinados en la administración, donde se enfrentaron a la alternativa de renunciar frente a la desilusión, o asentarse
en sus puestos de trabajo con el cinismo alegre que distingue al hombre de carrera del curso ordinario de los mortales.
Tan pronto como Soule y sus colegas tomaron conciencia de que los beneficios principales del New Deal habían
redundado en beneficio del capital monopolista, se convirtieron en críticos severos de Roosevelt por su fracaso para
llevar a cabo los milagros que había prometido. Hoy, a medida que se aproximan las elecciones, están promoviendo
nuevamente la creación de un tercer partido Farmer-Labor22, “uniendo a todos los liberals, progresistas, y los ele-
mentos radicales”, listo para llevar a cabo reformas sociales y en camino a construir “una sociedad colectiva con una
economía planificada”.

Los radicales giran hacia el estalinismo


Cuando los intelectuales radicales giraron hacia la izquierda, lo hicieron sin deternerse en el campo socialista. No
tenía nada que ofrecerles. Desde la escisión de 1921, bajo el régimen de la vieja guardia, el socialismo americano
había sido completamente vaciado de toda vitalidad política e intelectual. Dotado de todos los defectos y ninguna de
las facultades de la socialdemocracia europea, había crecido senil antes de llegar a la madurez. Esta actitud negativa
de los intelectuales radicales hacia el Partido Socialista en general se mantiene hasta ahora. Sólo hace poco Norman
Thomas lamentó públicamente el hecho de que los estalinistas habían capturado por completo el “frente cultural”.
El movimiento comunista constituía el principal centro de atracción para los radicales. Siendo los voceros ofi-
ciales de la Unión Soviética, los estalinistas agitaron la bandera de la Revolución de Octubre, reclamaban a Lenin y
la Internacional como propia. Los más utópicos veían en el Plan Quinquenal al paraíso prometido, los más realistas
veían en los partidos de la Internacional Comunista el instrumento de la revolución mundial. Todavía no habían
explorado a fondo el sentido de la doctrina del “socialismo en un solo país”.
Muy pocos de estos intelectuales tenían algún conocimiento previo sobre el pensamiento marxista o la historia
del movimiento revolucionario. Esto, sin embargo, no los privó de convertirse de la noche a la mañana en revolu-
cionarios y autoridades del marxismo. Planearon grandiosos proyectos de críticas marxistas de la cultura americana,
que nunca fueron ejecutados, y se instalaron en las revistas liberales como expertos políticos. Equipados con muy
poco sentido común, desnatados en una lectura superficial de las enseñanzas de Marx complementada con algunas
perversiones estalinistas sobre política comunista, procedieron a aplicar sus herramientas intelectuales recién adqui-
ridas para todo lo que abrevara en su corral, desde la historia de la música a las fluctuaciones del mercado de valores.
Esta experimentación mecánica apresurada con las ideas de Marx era una etapa inevitable en la educación de los
intelectuales radicales en un país como Estados Unidos, sin tradiciones socialistas de raíces profundas.
Un auténtico partido revolucionario, esforzándose por continuar la herencia ideológica del marxismo, habría ayu-
dado a reducir y corregir esta fase. Pero los intelectuales radicales habían encontrado algo completamente diferente
en el Partido Comunista. A lo largo de este período, desde 1929 a 1934, los estalinistas estaban en pleno proceso de
las políticas ultra-izquierdistas del llamado “Tercer Período”. Estaban construyendo sindicatos rojos desde las bases
… de sus despachos; señalando a todos los otros partidos obreros como “social-fascistas”; buscando la unidad “sólo
desde abajo”, es decir, ningún tipo de unidad, por momentos esperando la insurrección revolucionaria en Alemania,
y la recolección de madera para las barricadas que aquí pronto iba a comenzar. Si bien sus ruidosas manifestaciones
asustaron a la pequeña burguesía, e incluso la impresionaron con su ardor revolucionario, no tenían ningún vínculo
real con el movimiento obrero organizado. Era un eco en un túnel vacío. El Partido Comunista era sólo una cáscara
burocrática, agrietado por la expulsión de sus alas derecha e izquierda, completamente aislado de las masas trabaja-
doras, y aplicando una política que era una caricatura del leninismo.
Sin embargo, la mayoría de los radicales confundieron esta actividad (y la teoría detrás de ella) con la reali-
dad. ¿Quién estaba allí para desilusionarlos? Todos, excepto los pocos que más tarde se interesaron en el Partido
de los Trabajadores de Norteamérica, sintieron la inutilidad de la consigna de Wilson: “sacarle el comunismo de las

22 Coaliciones poli-clasistas del tipo Farmer Labor Party dirigían la gobernación del Estado de Minnesota, además, a nivel nacional contaban
con cuatro senadores.
10 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

manos a los comunistas”. El mismo Wilson pasó a ser en ese momento un simpatizante estalinista. Mientras tanto, las
calumnias estalinistas en contra de los “contrarrevolucionarios” los mantuvo lejos (si es que eran conscientes de su
existencia o ideas) del grupo aislado de los trotskistas, que luchaban por arrebatar la bandera del comunismo de las
manos de los usurpadores.
Los dirigentes estalinistas saludaron el acercamiento de los intelectuales radicales con una actitud de alegría y
sospecha. Mientras que los nuevos reclutas atraían nuevas fuerzas y finanzas al partido, algunos de ellos se inclina-
ban también a ser inquisitivos y críticos. No se limitaron a dar la espalda al partido, al igual que los trabajadores,
cuando desconfiaban de sus políticas, sino que insistían en hacer preguntas y en exponer sus quejas. Como medida
de seguridad, los estalinistas trataron de mantener estos intelectuales al alcance, como ciudadanos de segunda clase
en la red de organizaciones que rodean al partido, impidiendo su penetración en los círculos internos del mismo.
Con gran recelo, los intelectuales se sumergieron en la actividad política. No sólo asumieron puestos de liderazgo en
la defensa del trabajo, la propaganda, y los campos de organización, sino que viajaron a Kentucky para solidarizarse
con los mineros del condado de Harlan23 y enviaron delegaciones a Washington para protestar por la represión a
los veteranos de guerra.  Acompañaron a los manifestantes por los bonos de la Primera Guerra24 y a los desemplea-
dos en sus excursiones a la capital y propagandizaban los conflictos y huelgas para la prensa liberal y comunista.
El pico de su actividad lo alcanzaron en la campaña presidencial de 1932. Los congresos y manifiestos de los intelec-
tuales más prominentes reunían más de lo que los estalinistas hacían con los trabajadores organizados. “La Liga de
los Grupos Profesionales de Foster y Ford”, organizada por medio centenar de escritores, artistas, profesores y pro-
fesionales, publicó un folleto titulado “La Cultura y la Crisis”, era un llamamiento a “todos los hombres y mujeres,
especialmente trabajadores de profesión y de las artes, a unirse en la lucha revolucionaria contra el capitalismo, bajo
la dirección del Partido Comunista”.
Este manifiesto se lee hoy como si hubiera sido escrito por un grupo diferente de personas en otra época (como de
hecho, desde un punto de vista político, lo era). Cada línea arde con el fuego revolucionario, irradiando confianza en el
Partido Comunista y desprecio por el moribundo Partido Socialista; “Los socialistas no creen que el derrocamiento del
capitalismo sea la esencia del asunto, para poder lograr así una planificación económica exitosa... El Partido Socialista
es un partido meramente reformista que ayuda a construir el capitalismo de Estado, y por lo tanto fortalece al Estado
capitalista y potencia al fascismo... No emprender una agresiva campaña contra la guerra... es fascista. Machacando con
la democracia colabora indirectamente con ella, al eludir las tareas de organización y la lucha militante...  insistir en la de-
mocracia como la respuesta al fascismo es como oponerle el aire a las balas; el fascismo rechaza la democracia y se desarrolla
a partir de la democracia burguesa... El Partido Socialista es el tercer partido del capitalismo...” y declaraciones similares.
Frente al Partido Socialista está “el Partido Comunista, francamente revolucionario; el partido de los trabajadores”,
que “representa al socialismo de los hechos, no de las palabras. Hace un llamamiento para el apoyo de las clases obre-
ras de Estados Unidos (sic) no como lo hace el Partido Socialista, con promesas rotas e incumplidas, sino con pruebas
concretas de progreso revolucionario en el país y en el extranjero... Propone como la verdadera solución de la crisis
actual, el derrocamiento del sistema, que es el responsable de todas las crisis. Esto sólo puede lograrse mediante la
conquista del poder político y el establecimiento de un gobierno de obreros y campesinos” que marcará el comienzo
de la república socialista. El Partido Comunista no se detiene sólo con la proclamación de su objetivo revolucio-
nario. Vincula a ese objetivo las batallas diarias de la clase obrera en sus puestos de trabajo, por el pan y la paz. Sus
acciones y sus logros son impresionantes pruebas de su sinceridad revolucionaria”.
¡Ninguno de los que escribió este folleto adhiere hoy al Partido Comunista!  Los tiempos cambian, y no
pocas veces, nuestra política cambia con ellos.  Cada palabra contra el Partido Socialista que pronunciaré a
continuación, puede aplicarse hoy en día con una precisión mortal a la política actual del Partido Comunis-
ta.  En el prólogo del folleto de estos “trabajadores intelectuales”, se jactaron de que “nuestro negocio es pen-
sar, y no permitiremos que los hombres de negocios nos enseñen a manejar nuestros asuntos”.  No obstante,
algunos de los firmantes (pero que no escribieron) –Malcolm Cowley, Kyle Crichton, Granville Hicks, Isador
Schneider y Ella Winter25, sin mencionar algún otro de su tipo-, se dieron cuenta de que es posible aceptar

23 El 5 de mayo de 1931, vigilantes contratados protagonizaron un cruento enfrentamiento armado contra una manifestación de mineros en el
condado de Harlan. El saldo de lo que se conoció como “Harlan sangriento” fue de tres vigilantes y un minero muertos, con muchos heridos.
Se llevó a juicio a 44 mineros, lo que dio lugar a una campaña nacional por su defensa.
24 A mediados de 1932, más de 20.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial exigieron el pago efectivo de sus pensiones de guerra
(bonos de guerra) y marcharon a Washington, acampando en Anacostia Flats, frente al Capitolio. Finalmente fueron reprimidos salvaje-
mente por el ejército, por orden del presidente Hoover. Las tropas eran comandadas por los generales Douglas MacArthur, con Dwight
Einsenhower (futuro presidente de los EE.UU. 1953-1961) como ayudante de campo. Uno de los oficiales era George S. Patton; “Cuando
acabó todo, habían matado a tiros a dos veteranos, había muerto un bebé de once semanas, un niño tenía ceguera parcial por el gas, dos policías
tenían fractura craneales y mil veteranos resultaron afectados por el gas”. Zinn, Horward, La otra historia de los Estados Unidos, Siglo Veintiuno
Editores, 1999. Pág.288.
25 Malcolm Cowley (1898-1989) Destacado novelista, poeta, crítico literario y periodista norteamericano. Dirigió The New Republic desde
1929 hasta 1944. Samuel Kyle Crichton (1896-1960). Escritor norteamericano. Militó en el Partido Comunista durante los años treinta
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con igual entusiasmo los dos programas de oposición irreconciliable,  el de la reforma y el de la revolución,
sin que aparentemente reconozcan alguna diferencia entre ellos.  ¿Son estos “intelectuales cuya misión es pen-
sar”?  ¿O son del tipo de los que dejan que otros piensen políticamente por ellos?  No es que, con el giro des-
de el reformismo hacia el comunismo, hayan logrado mantener su independencia intelectual, sino que sim-
plemente cambiaron y siguen siendo obedientes como siempre a la voz y a las enseñanzas de su nuevo amo.
Intelectuales críticos más estables, como Sidney Hook y James Rorty26, siguieron pensando y actuando por su
cuenta, y aun antes de que los estalinistas invirtieran sus políticas, se sintieron atraídos por el Partido del Traba-
jadores de Norteamérica.  Por criticar la política del “social-fascismo” y defender una verdadera política de Frente
Único con otras organizaciones de la clase obrera, y, sobre todo, por dudar de la infalibilidad del estalinismo,
fueron atacados de agentes del fascismo por los estalinistas. Pronto, los críticos literarios más antiguos, Anderson y
Dreiser27, que habían sido empujados hacia el movimiento revolucionario más por una ebullición emotiva que por
convicciones intelectuales, comenzaron a alejarse con igual naturalidad que como habían llegado, cuando el vigor
de su primera ráfaga revolucionaria se había gastado. Dreiser más tarde se reveló como un anti-semita. En estos
días en que los escribas estalinistas cantan himnos de alabanza a Heywood Broun28, cabe recordar que, en 1932,
fue llamado el más peligroso de los demagogos social-fascistas, y a alguien al que era mejor pegarle una patada.
A lo largo de este período, la mayoría de los intelectuales radicales conservaron una actitud reverente hacia el Par-
tido Comunista. Es fácil entender por qué. Las circunstancias descriptas anteriormente reforzaron ciertas debilidades
subjetivas que tendieron a reprimir sus facultades críticas. Se convirtieron en víctimas de su propia ignorancia, la
inexperiencia y la superstición. A falta de educación política, estaban dispuestos a conceder crédito casi ilimitado al
reconocido liderazgo revolucionario. Su respeto a la autoridad estalinista fue aumentando por el asombro con el que
consideraban a la Unión Soviética y al movimiento revolucionario del proletariado en su conjunto.
Inspirados por el gran ideal del comunismo, muchos de ellos entraron en el movimiento revolucionario con el mismo
espíritu de obediencia ciega con el que un converso católico entra en una orden religiosa. Temían que la más mínima ex-
presión de duda sobre la exactitud de la política del partido, o la admisión de cualquier imperfección en la Unión Soviética
daría ayuda y consuelo al enemigo. Este exceso de recelo los llevó a aceptar prácticas intelectuales y políticas que bien po-
drían haber rechazado de plano. Con el sagrado nombre de “la causa”, apañaban la tergiversación sistemática de los hechos
en la prensa estalinista. Como buenos soldados de la revolución, cedieron al hábito de formar opiniones independientes
sobre cuestiones políticas, o de luchar por las mismas, y aceptaron en silencio todas las órdenes dictadas desde arriba.
Se sintieron avergonzados de ser “intelectuales” o de tener orígenes de clase media y con el fin de librarse de su pecado
original, trataron de hacerse pasar por “trabajadores intelectuales”, como figura en el folleto antes citado, e incluso
inventaron fantásticas genealogías proletarias para sí mismos. Los intelectuales que abandonan sus esfuerzos críticos
en cualquier campo del intelecto, se desintegran rápidamente. 
Estos intelectuales que no fueron capaces de sostenerse sobre sí mismos para arribar al territorio más firme del
marxismo, sino que siguieron ciegamente las órdenes de Stalin, fracasaron completamente en desarrollar sus pro-
pias capacidades intelectuales marxistas. En vez de asimilar la herencia del pensamiento marxista, se contentaban
con alimentarse de las hojas secas de la teoría estalinista. Ni un sólo teórico de importancia surgió entre ellos,
ninguno de ellos supo añadir algo de valor al tesoro del marxismo. O mutilaron y depreciaron su talento intelec-
tual, ofreciéndolo en sacrificio al altar del estalinismo, o se sumieron en la rutina organizacional. Estos fenómenos

donde escribía para The Daily Worker y el New Masses bajo el pseudónimo de Robert Forsythe. Granville Hicks (1901-1982) Novelista, crítico
literario, educador y editor norteamericano. Militó en el PC desde 1934 hasta 1939, donde dirigía su órgano teórico The New Masses. Rompe
con el PC en 1939 tras el pacto Hitler-Stalin para abandonar rápidamente el comunismo. En los años ‘50 con las disposiciones macartistas
colaborará dos veces al testificar frente al Comité de Actividades Anti norteamericanas. Isador Schneider (1896-1975). Novelista norteame-
ricano. Militaba en el PC y colaboraba en la edición de The New Masses desde Francia. Ella Winter (1898-1982). Periodista. Militaba en el
Partido Comunista. Este grupo de autores era dirigido por Schneider, y sería relegado de sus funciones por la dirección del PC. Las discusiones
internas en el PC por aquellos años, versaban sobre como deberían posicionarse los intelectuales en el partido; si como escritores por sobre
trabajadores o viceversa. Ver: Aaron, Daniel. Writers on the Left: Episodes in American Literary Communism. (-1961-. Nueva York. Columbia
University Press. 1992, pág. 311, 286-90.
26 Sidney Hook (1902-1989) Destacado intelectual y filósofo norteamericano. Fue miembro del Partido de los Trabajadores de Nortea-
mérica, dirigido por A.J. Muste. Hook colaboró con la Comisión encabezada por Dewey que investigó los cargos estalinistas contra León
Trotsky durante los Juicios de Moscú. James Rorty (1890–1973) Escritor e intelectual norteamericano. Padre del filosofo Richard Rorty
(1931-2007).
27 Sherwood Anderson (1876-1941) Escritor estadounidense, maestro de la técnica del relato corto, y uno de los primeros en abordar los
problemas generados por la industrialización. Theodore Herman Albert Dreiser (1871-1945) novelista y periodista estadounidense. Ingresó
en el Partido Comunista de Estados Unidos cinco meses antes de fallecer. Dedicó sus últimos años a divulgar sus opiniones políticas. Visitó
la Unión Soviética y en Dreiser Looks at Russia -1928-, ofreció una visión apologética de la misma. Se involucró en causas como las huelgas
mineras de Harlan, el juicio de los Scottsboro boys, y colaboró con las víctimas republicanas de la Guerra Civil española. Defendió la libertad
literaria en los Estados Unidos y luchó personalmente por prohibir la censura impuesta a sus obras y a la de sus colegas.
28 Heywood Broun (1888-1939) Periodista estadounidense. Trabajó como periodista deportivo, columnista y editor en Nueva York. Fundó
la American Newspaper Guild, conocida en la actualidad como The Newspaper Guild. 
12 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

psicológicos son, en parte, enfermedades infantiles, a los que un partido atento puede ayudar a superar, junto con
los intelectos individuales. Pero en lugar de eliminar cualquiera de estas debilidades congénitas de los intelectua-
les, los estalinistas las acentuaron, ya que el Partido Comunista degeneró en una organización que, más que un
partido de trabajadores, es una secta religiosa con un Papa infalible, con dogmas irrefutables, y con creyentes de
mentes perezosas.
Los intelectuales norteamericanos y la crisis II1
George Novack

The New International, nº 363, abril de 1936.

Los acontecimientos desde la victoria de Hitler, que produjeron profundos cambios en la política mundial y, so-
bre todo, en los partidos obreros, tuvieron también su repercusión en las filas de los intelectuales norteamericanos. El
impacto de estos acontecimientos y las lecciones que se pueden sacar de ellos, impulsaron nuevas fracciones hacia la
izquierda y permitieron que otros encuentren su camino hacia una genuina posición revolucionaria. Por otro lado, el
avance del fascismo creó un resurgimiento de la fe en las virtudes de la democracia burguesa entre los liberals, y dio
lugar a enérgicos esfuerzos de su parte por descubrir nuevos métodos que los ayudaran a preservarse. Hitler y Musso-
lini tienen algunos de sus admiradores más fuertes en los círculos académicos conservadores, donde la vida intelectual
es más débil. Pero en los clubes de las facultades de las universidades, los defensores más descarados de los triunfos de
la reacción en Europa son difíciles de encontrar. Esto es, en sí mismo, un testimonio elocuente del carácter regresivo
y de la saña anti-intelectual del fascismo y sus fuentes de inspiración y apoyo estrictamente nacionalistas.

I
Luego de la conquista del poder por parte de Hitler, durante más de un año, la Internacional Comunista continuó
con la política que llevó a la ruina a los obreros alemanes. Su punto culminante en los Estados Unidos ocurrió en los
disturbios entre socialistas y comunistas en el Madison Square Garden, en febrero de 1934, cuando en una reunión
convocada en Nueva York por el Partido Socialista y los sindicatos para demostrar solidaridad con los heroicos socialis-
tas austríacos fue disuelta por los estalinistas, incitados por sus dirigentes para que lleven a cabo “el frente único desde
abajo”. En la reunión prevaleció la guerra entre facciones. Los oradores fueron abucheados, volaron trompadas, se arro-
jaron sillas y hubo muchos heridos, entre ellos Hathaway2, editor del Daily Worker. Al día siguiente, la pelea se difundió
por la radio y en la prensa burguesa. Para los estalinistas fue una actuación totalmente vergonzosa. Ellos, a pesar de las
provocaciones de los dirigentes socialistas de la vieja guardia, fueron directamente responsables de los acontecimientos.
Este vergonzante incidente sacó a la luz la creciente insatisfacción por parte de una serie de intelectuales radicales con las
políticas aventureras de los estalinistas. Veinticinco de ellos, incluidos John Dos Passos, Edmund Wilson, John Cham-
berlain, James Rorty, Meyer Schapiro, y Clifton Fadiman3, enviaron una carta abierta de protesta al Partido Comunista.
Anclados en premisas revolucionarias, distinguiéndose claramente de las victorias fascistas y la desunión de la clase
trabajadora, condenaron la conducta de los estalinistas y la política del “frente único desde abajo” que las provocaron, e
hicieron un llamado a la acción conjunta del proletariado en la lucha contra la reacción.
The New Masses tomó sobre sí la carga de la respuesta a estas críticas. En defensa del “frente único desde abajo”,
los editores afirmaron: “Si un liderazgo obstruye el natural movimiento de las masas hacia la unidad, parece que hay
una única solución: tratar de lanzar a las masas de conjunto, a pesar de los dirigentes saboteadores… Esto es lo que

1 Traducción y notas al pie a cargo de Darío Martini.


2 Clarence A. Hathaway (1892-1962). Era un tallador y dibujante. Miembro del Comité Central del Partido Comunista, a partir de 1934 se
hizo cargo de la edición del Daily Worker (principal periódico del PC norteamericano). Fue dado de baja de ese puesto por ser considerado
“blando” frente al pacto Hitler-Stalin en 1939.
3 John Dos Passos (1896-1970) Escritor estadounidense de renombre. PUblicó su primera novela en 1920.  Su novela de 1925 sobre la vida
en Nueva York, titulada Manhattan Transfer, fue un éxito comercial e introdujo técnicas experimentales (stream-of-consciousness). Ya en ese
entonces se consideraba como un revolucionario social. Escribió con admiración sobre los Wobblies (IWW) y la injusticia de las condenas
penales a Sacco y Vanzetti, y se unió a otras personalidades destacadas en Estados Unidos y Europa en una fallida campaña para revocar sus
sentencias de muerte. En 1928, Dos Passos pasó varios meses en Rusia. En 1935 rompió con la Liga de Escritores Norteamericanos, impulsada
por el PC. En 1937, regresó a España con Hemingway durante la Guerra Civil española. Dos Passos rompió con Hemingway por la actitud
displicente de este último hacia la propaganda estalinista, incluyendo el encubrimiento de la responsabilidad soviética en el asesinato de José
Robles, amigo de Dos Passos y traductor de sus obras al español. Entre sus principales obras figuran la mencionada Manhattan Transfer (1925)
Facing the Chair (1927) Orient Express (1927) La trilogía U.S.A (1938) incluye The 42nd Parallel (1930) Nineteen Nineteen (1932) The Big Mo-
ney (1936). Meyer Schapiro (1904-1996) Historiador estadounidense, conocido por forjar nuevas metodologías que incorporan un enfoque
interdisciplinario para el estudio de las obras de arte. Experto en el arte durante los períodos del cristianismo primitivo, medieval y moderno,
Schapiro exploró el arte desde una mirada materialista histórica. Clifton Fadiman (1904 -1999) Autor norteamericano, y personalidad de la
radio y la televisión.
14 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

el Partido Comunista trató de hacer en el Madison Square Garden”. Se ridiculizó el derecho de estos intelectuales
disidentes de criticar a los dirigentes estalinistas. “Comparen un John Chamberlain con un Bill Foster, un Clifton
Fadiman con un Earl Browder4, y podrán ver lo absurdo de estos literatos, analfabetos políticos convertidos en
pedagogos revolucionarios”. Llegaron a la conclusión de que se puede dividir a los disidentes en dos categorías; “el
honesto, pero equivocado” y “el escurridizo y estúpido” (es decir; el que todavía es rescatable políticamente y el que
es políticamente sospechoso), y exhortaron a Dos Passos en particular, a desvincularse de la “extraña compañía” de
estos generales deseosos de ejércitos, estos líderes sin experiencia, sin integridad, estas “mariposas revolucionarias”,
etc., etcétera.
Dos Passos dio por tierra con este intento de tratar de “separar las ovejas de entre las cabras”, al responder que no
sólo mantenía su protesta, sino que junto a los otros firmantes señaló que eran las mismas personas con quienes había
firmado un llamamiento unos meses antes para apoyar el candidato presidencial comunista. Este acto de protesta dio
lugar a la primera ruptura orgánica con el estalinismo sobre una base política entre los intelectuales radicales. Los anti
estalinistas que iniciaron la protesta se dividieron en dos grupos, uno ayudó en la formación del Partido de los Traba-
jadores de América, el otro fue hacia los trotskistas. Más tarde se unirían cuando las dos organizaciones se fusionaron
en el Partido de los Trabajadores (Workers Party). Por más que esta ruptura con el estalinismo fue muy importante,
las consecuencias resultaron ser un fenómeno aislado. La mayor parte de los intelectuales radicalizados mantuvo sus
simpatías con el Partido Comunista. Los éxitos de los estalinistas en la difusión de sus ideas entre los intelectuales
de clase media son tan visibles como su incapacidad de ganar el apoyo de ningún sector importante del movimiento
sindical. Las políticas de ultraizquierda, rechazadas por muchos trabajadores con conciencia de clase, fueron tragadas
con facilidad por estos intelectuales que estaban dispuestos a aceptar las conclusiones más radicales en la teoría, sobre
todo porque no tenían la obligación de poner a prueba sus intereses vitales.
El apoyo de muchos de estos compañeros de ruta, se obtuvo tanto sobre una base de carácter cultural como
política. Durante este período, los estalinistas reunieron en torno a sí a un movimiento cultural de impresionantes
proporciones. Una red nacional de órganos literarios, grupos de teatro y danza y asociaciones profesionales ofre-
cían a los intelectuales y profesionales simpatizantes la oportunidad de desplegar sus capacidades profesionales, y
al mismo tiempo, les daba la sensación de participar de un movimiento radical. En los últimos años, los estalinis-
tas tomaron posesión en puestos de mando en un área tras otra del frente cultural. Resultó ser más fácil asumir el
liderazgo en el mundo literario que en el ámbito de los trabajadores organizados. Aunque no es nuestro propósito
examinar el carácter de este movimiento y ver el grado de su influencia, es necesario hacer cuatro observaciones
sobre el mismo. En primer lugar, el movimiento fue concebido y permeado por el sectarismo más rígido, que no
sólo exigía que las obras de arte y sus autores deben ser políticamente ortodoxos, sino que debían ajustarse a las
especificaciones establecidas por los expertos oficiales del partido. La línea del partido había de reinar suprema en
las artes creativas no menos que en la política, y los voceros del partido exigieron la misma autoridad en ambas. Es
interesante observar que esta concepción falsa y antimarxista de la relación entre el partido revolucionario y el
movimiento cultural vivo, no fue liquidada junto con el resto de las políticas del Tercer Período. Simplemente
cambiaron su forma, conforme a las nuevas exigencias políticas. Mientras que ayer un novelista tenía que ser
150% revolucionario en su punto de vista y en la composición de sus personajes, bajo pena de ser rechazado de
plano o estigmatizado como social-fascista, hoy le alcanza con decir una palabra amable sobre la democracia bur-
guesa y palabras duras sobre los fascistas, para ganar elogios. Así, Sinclair Lewis fue transformado milagrosamente,
de un escritor liberal pequeño burgués que le dio la espalda a las luchas revolucionarias del proletariado, en un
héroe literario del Frente Popular.
En segundo lugar, la principal consecuencia de este sectarismo duro, fue el falso culto del proletariado. Si bien
es necesario llevar adelante las ideas del marxismo en oposición crítica a las de los ideólogos burgueses, en todas las
esferas de la actividad teórica, esto dista mucho de crear específicamente una nueva cultura de contenido proletario.
Las culturas, ricas y complejas, no se crean de un día para otro bajo el mando de ningún partido, son el producto de
muchas generaciones que experimentan en los diversos campos de la actividad cultural. A la cultura burguesa le tomó
varios siglos desarrollarse y florecer en las artes y las ciencias. Además, la burguesía poseía los medios y el tiempo para
crear o fomentar las artes, y tenía una necesidad urgente de que avancen las ciencias para poder utilizarlas.
Previo a la conquista del poder, el proletariado no tiene ni los recursos, ni el tiempo ni la oportunidad de crear
una cultura completa propia. No sólo debe tensarse al máximo en sus luchas económicas y políticas, sino que debe
enfrentarse a la tarea de asimilar todos los elementos de valor en la cultura de la sociedad burguesa. La idea de la
necesidad categórica de que el proletariado moldee su propia cultura para sustituir a la de sus amos, se basa en una
falsa analogía con la evolución histórica de la cultura burguesa. Pero hay un error aún más fundamental en la noción

4 William Z. Foster (1881-1961) Fue Secretario General del Partido Comunista de los EE.UU a comienzos de los años ´30. Comenzó su ca-
rrera política organizando sindicatos en la industria frigorífica. Pasó por el Partido Socialista de América y por los IWW, y dirigió una enorme
huelga del acero en 1919. Foster murió en Moscú en 1961. Earl Browder Russell (1891-1973) Comunista norteamericano y Secretario General
del Partido Comunista de los EE.UU. desde 1934 hasta 1945. 
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de “cultura proletaria”. La misión histórica de la clase obrera es la de establecer el socialismo y la sociedad sin clases,
y crear por primera vez en la historia una cultura sin clases, accesible a todos, una cultura verdaderamente humana,
que absorberá en sí misma toda la riqueza cultural del pasado. Por lo tanto, la noción de una cultura específicamen-
te proletaria es una contradicción en la teoría, y reaccionaria y utópica en la práctica.
Sus contradicciones se manifestaron en las interminables controversias mantenidas por los intelectuales radicales
entre sí y con críticos liberals como Henry Hazlitt y Joseph Wood Krutch5, sobre la interpretación que debe darse al
concepto de la literatura “proletaria”. ¿Significaba esto la literatura escrita por un proletario, sobre los proletarios, o
alrededor de los proletarios? ¿O significaba la literatura escrita en función del punto de vista revolucionario? En sus
debates, los estalinistas se movían incómodos desde un punto a otro, sin llegar a ninguna conclusión. En la práctica,
la utilizaban para adaptarla según los fines particulares del momento. El culto del proletariado no sólo era responsable
de la controversia estéril en los círculos literarios y de la avanzada confusión teórica en la mente de los intelectuales
radicales. También tuvo efectos desastrosos sobre el desarrollo artístico de muchos escritores y artistas nuevos en el
movimiento revolucionario. En lugar de ampliar sus simpatías e intereses con el fin de incluir las vidas y luchas de
la clase obrera, las redujo al exigir que su atención se concentre exclusivamente en ellos. Aún más, los sumos sacer-
dotes dieron instrucciones a sus acólitos sobre los temas a elegir, qué tipo de tratamiento se les debería dar, e incluso
qué tipo de final debían tener. Las obras que no se ajustaban a las especificaciones se pusieron como ejemplo de lo
considerado como horrible o simplemente se tiraron a la basura. Este reino del terror en el terreno cultural paralizó
a muchos talentos prometedores y los condujo a un callejón sin salida.
Aunque el culto del proletariado no ha sido rechazado oficialmente, fue forzado a un segundo plano. Es incom-
patible con la nueva línea que trata de ocultar todas las divisiones de clase y explota las tradiciones nacionales de
libertad, justicia, etc. etc. El simposio sobre “El marxismo y el americanismo” en el último número de la Partisan
Review y The Anvil6 (El yunque) es un indicativo de la nueva tendencia. Ninguno de los contribuyentes, que incluyen
algunos de los más prominentes intelectuales estalinistas, aborda la cuestión desde la clase o desde el marxismo. La
tendencia, tanto aquí como en el ámbito político, es a saltearse los antagonismos fundamentales de clase sumergien-
do el rojo en el azul, rojo y blanco7.
En tercer lugar, a pesar de la magnitud de este movimiento, hasta ahora ha sido restringido casi exclusivamente al
terreno de las artes. La esfera de las ciencias sociales, la filosofía, la historia, la economía política, etc., que deberían
ser el campo predilecto de los teóricos marxistas, no se tocó para nada. Esta es una manifestación del nivel teórico
extremadamente bajo en los que se viene desarrollando el movimiento. 
En cuarto lugar, el predominio estalinista en el terreno cultural es cuantitativo, apenas cualitativo. Muchos de
los pensadores más radicales que son figuras literarias, Dos Passos, Louis Adamic8, Anita Brenner9, etc., ya no son
títeres estalinistas. El historiador radical más capaz, Louis M. Hacker10, los filósofos marxistas más destacados, Sid-
ney Hook, James Burnham y Jerome Rosenthal11, son anti estalinistas. La nueva orientación que ahora tienen los
estalinistas, les permitió lograr mayores avances entre los intelectuales de izquierda y los profesionales. Pero se están
comenzando a observar los signos de rechazo más reflexivo y en mayor número entre los mismos.

5 Henry Hazlitt (1894 -1993) Economista y periodista norteamericano. Publicaba reseñas y artículos en The Wall Street Journal, The New
York Times, Newsweek y The American Mercury, entre otras publicaciones. Se le atribuye haber introducido la Escuela Austriaca de economía
norteamerica. Era amigo personal de Max Eastman. Joseph Wood Krutch (1893-1970) Fue un renombrado escritor, crítico estadounidense.
6 Partisan Review Era una publicación política y trimestral literaria publicada desde 1934 hasta el año 2003. De orientación social demócrata,
se presentaba como alternativa frente a New Masses, la publicación teórica del Partido Comunista de Estados Unidos. The Anvil (El yunque)
era una revista de “literatura proletaria” editada durante los años ´30 por Jack Conroy (1898-1990).
7 Del rojo del estandarte comunista a los colores de la bandera norteamericana. (N.deT.).
8 Louis Adamic (1899-1951) Autor esloveno-norteamericano y traductor. Todos los escritos de Adamic se basan en sus experiencias laborales
en Estados Unidos y su vida anterior en Eslovenia. Alcanzó reconocimiento nacional en Norteamérica en 1934 con su libro The Native’s return,
que fue un bestseller dirigido contra el régimen del rey Alejandro de Yugoslavia. Este libro les dio a muchos estadounidenses un conocimiento
de primera mano sobre la situación en los Balcanes. 
9 Anita Brenner (1905-1974) Autora de literatura infantil y de libros sobre arte e historia mexicana. Nació en Aguascalientes, México. Su
familia se trasladó a Texas durante la revolución mexicana.  Regresó a México a la edad de 18 años. Después de cuatro años en la Ciudad de
México, en 1927 marchó a la Universidad de Columbia. Se quedó en Nueva York durante 17 años, regresando a la ciudad de México en 1940,
donde viviría hasta su muerte.
10 Louis Morton Hacker (1899-1987) Historiador norteamericano. Charles A. Beard fue su mentor en la Universidad de Columbia. A prin-
cipios de la década de 1930, Hacker sobresalió como un erudito marxista, y sus contemporáneos en el mundo académico lo consideraban un
experto en historia norteamericana. Publicó críticas mordaces de Frederick Jackson Turner y la escuela turneriana, así como numerosas críticas
hacia el New Deal. Rechazó los esfuerzos de los estudiosos de finales del siglo XIX por descubrir una “objetividad” histórica y prefirió examinar
el pasado teniendo en cuenta las problemáticas actuales. Fue también un activista político. Luego de la Segunda Guerra Mundial, Hacker se
transformaría en conservador.
11 Burnham, James (1890-1974) Fue un activista radical y un importante propagandista de las luchas obreras en la década de 1930. Se con-
virtió en el dirigente de la fracción pequeño burguesa en el Socialist Workers Party, con el cual rompió en 1940. Luego de abandonar el SWP,
adoptó un curso a la derecha, convirtiéndose en un rabioso anticomunista y editor de la revista de derecha National Review. Jerome Rosenthal
(¿?) era discípulo de Sidney Hook.
16 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

II
Mientras los intelectuales radicales constituyen el elemento más activo en la vida intelectual contemporánea
norteamericana son, en el mejor de los casos, una minoría activa dentro de ella. La mayoría de los intelectuales esta-
dounidenses siguen siendo liberals por convicción, por más interesados que puedan estar en las ideas radicales. Los
importantes cambios que tuvieron lugar entre los intelectuales liberals, son por lo tanto de mucha mayor importancia
y relevancia que los ocurridos entre los intelectuales radicales.
El avance del fascismo y la amenaza de una nueva guerra mundial alteraron profundamente a los liberals nor-
teamericanos. Tienen pesadillas en las que ven un Führer fascista en cada demagogo que capta la atención de las
masas.  Con sólo echarle un vistazo a la última novela de Sinclair Lewis It Can’t Happen Here o las páginas del
New Masses, encontramos las fantasmagóricas reflexiones que el fascismo suscitó en la imaginación de esta gente.
La fe simplona que mantuvieron los liberals en el pasado sobre la omnipotencia de la democracia burguesa y su
gradual transformación en una sociedad perfecta, fue sacudida. A medida que la lucha de clases empieza a ejercer
presión sobre ellos, tanto desde la derecha como desde la izquierda, la vanguardia liberal despierta de su letargo.
El último libro de John Dewey, Liberalism and Social Action12, indica hasta qué punto algunos dirigentes del libe-
ralismo norteamericano fueron empujados por el miedo a la reacción. Dewey, en su santuario, todavía adora a la
democracia burguesa. Aún condena a los marxistas por su “dogmática” creencia en la función de la fuerza como un
instrumento de “cambio social”, y opone a la fuerza organizada de la clase obrera, la abstracción de la “inteligencia
socialmente organizada” presumiblemente materializada en un partido reformista de la clase media. Pero su fe en los
antiguos dioses está empezando a debilitarse. Reconoce explícitamente que la fuerza es uno de los pilares del orden
social existente, y entonces va a conceder, al menos, el derecho de “una mayoría organizada a emplear la fuerza para
someter y desarmar a una minoría recalcitrante”. “La única excepción -más aparente que real- de depender de la
inteligencia organizada como el método para dirigir el cambio social, se encuentra en que la sociedad organizada a
través de una mayoría entró en el camino de la experimentación social que conduce a un gran cambio social, y que
una minoría se niega a permitir, por la fuerza, que el método de la acción inteligente entre en vigor. Por eso, la fuerza
puede ser empleada de forma inteligente para desarmar y someter a la recalcitrante minoría” (Página 87).
El rechazo dogmático de la idea de que el uso de la fuerza nunca puede ser “inteligente” o progresivo, ha
sido hasta ahora el sello distintivo de los liberals norteamericanos.  Correctamente interpretadas, las observa-
ciones generales de Dewey contribuyen y mucho, al justificar la posición marxista de la función histórica de
la fuerza organizada.  El partido revolucionario, es “la inteligencia organizada” y la voluntad de la clase obre-
ra, no piden nada más que el derecho de emplear la fuerza de manera inteligente “para someter y desarmar a la
minoría recalcitrante” de los explotadores y sus agentes, que inevitablemente se oponen a  “la mayoría organiza-
da de las personas que entraron en el camino de la experimentación social que conduce a un gran cambio social”.
La historia política de Dewey, junto con su afirmación de que “la excepción es más aparente que real”, indican que en
la práctica, nunca va a avanzar más allá de la perspectiva liberal. Pero al admitir que la fuerza, en determinadas circuns-
tancias, puede desempeñar un papel progresivo, abre una brecha teórica en el liberalismo tradicional, a través de la cual
otros pueden hacer su camino hacia una posición revolucionaria. El fermento entre los liberals estadounidenses, creado
por el temor al fascismo, presenta a los revolucionarios estadounidenses la gran oportunidad de intervenir y atraer im-
portantes capas de las clases medias, y en especial, a las mejores mentes de formación profesional e intelectual, hacia el
movimiento revolucionario. Si Dewey, a sus setenta y tantos años puede abrir una brecha, ¡Cuánto podemos hacer con
las generaciones más jóvenes! El camino hacia el movimiento revolucionario por parte de estos elementos se ve impedi-
do, sin embargo, por dos tipos de intelectuales, animados asiduamente por el estalinismo. Estos son los “estalinista libe-
rals” y los partidarios del “Frente Popular”. El liberal “estalinista” puede ser caracterizado brevemente como alguien que
sostiene que, a pesar de que la dictadura del proletariado es excelente para los rusos ignorantes, la iluminada democracia
de Estados Unidos no necesita nada de eso. El Sr. y la Sra. Webb13, cuyo reciente tratado, Soviet Communism: A new
Civilization? es la sensación actual entre los liberals entendidos, son perfectos ejemplos de este tipo. Stalin mismo dio
su bendición a estas personas, en su declaración a Roy Howard14 sobre que: “la democracia norteamericana y el sistema
soviético pueden existir y competir con toda tranquilidad, pero uno nunca puede convertirse en el otro. La democracia
soviética nunca se convertirá en la democracia estadounidense, o viceversa”. Organizaciones como “Los Amigos de la
Unión Soviética” son reclutadas de las filas de estos liberals. Hoy sin duda es mucho más meritorio ser amigo del primer

12 Liberalismo y acción social. (N.deT.).


13 Sidney James Webb (1859–1947) Político socialista británico. Martha Beatrice Potter Webb (1858-1943) Socióloga y reformadora
social inglesa. Reformistas fabianos a lo largo de sus carreras políticas, durante sus últimos años los esposos Webb escribieron en defensa
de la Unión Soviética.
14 Roy Howard (1883-1964) Periodista y editor norteamericano. En 1936, Howard entrevistó a Stalin en el Kremlin, para darse cuenta de
que al día siguiente de que su historia había sido “editada” por las autoridades del Kremlin. Sin embargo, cuando Stalin vio el original, ordenó
restaurar la versión de Howard.
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 17

Estado obrero que de Hearst15. No obstante, hay que reconocer que hoy no es difícil ser un amigo de la Unión Soviética
en los Estados Unidos, especialmente para aquellos que no toman ninguna responsabilidad política por sus acciones. In-
cluso hasta el presidente Roosevelt, que tiene la responsabilidad de llevar a cabo las políticas del imperialismo norteame-
ricano, es hoy, a su manera, un declarado “amigo de la Unión Soviética” y envía saludos de cumpleaños de Kalinin16.
Nadie puede decir de antemano qué tan leales serán los amigos de la Unión Soviética en circunstancias más peligro-
sas. Pero sí sabemos esto: una cosa es ser un amigo de la burocracia estalinista y otra muy distinta ser un verdadero amigo
de la Unión Soviética; al igual que una cosa es admirar los logros de una revolución victoriosa desde una distancia segura,
y otra, muy distinta, es ser un activo revolucionario. Hay una gran diferencia entre aquellos que simplemente alaban a
la Revolución de Octubre de hace dieciocho años y los que saben que, para mantener estas conquistas, es absolutamen-
te necesario llevarlas adelante en todo el mundo. Sin embargo, los liberals estalinistas no hacen ninguna distinción entre
la defensa de la revolución soviética y la defensa de los explotadores estalinistas de esta revolución contra las críticas de
revolucionarios decididos. Se comprometen a defender no sólo a la Unión Soviética en contra de sus verdaderos ene-
migos en el campo reaccionario, sino también a la burocracia estalinista contra sus opositores políticos, los trotskistas.
Aleccionan a los trotskistas sobre la correcta actitud que deben tener hacia el actual régimen en la URSS; condenán-
dolos por ser “poco realistas”, “sectarios” y “agitadores”, y algunos incluso se hacen eco de la monstruosa acusación
estalinista de que los trotskistas son “la vanguardia contrarrevolucionaria de la burguesía”. Estos apologistas del estali-
nismo, afectos a desdeñar muy a menudo a la política como si se tratase de un negocio sucio, juegan, de hecho, la más
despreciable de todas las funciones políticas al consentir los crímenes cometidos por los estalinistas contra los intereses
del proletariado mundial.
Consideremos, por ejemplo, el papel que jugaron estas personas en el asesinato de Kirov.  El camarada Trotsky
dedicó un artículo en una reciente edición de esta revista a los débiles esfuerzos que en este sentido hiciera Romain
Rolland17 para encubrir los crímenes de los estalinistas. Podríamos intercambiar decenas de Olivers norteamericanos
por los Rollands de Francia. ¿Acaso The New Republic no publicó una editorial lavándole la cara a las represalias de la
burocracia contra los revolucionarios, el fusilamiento de decenas de trabajadores y los comunistas sin juicio, y el cas-
tigo a Zinoviev y Kamenev, basándose en que “los rusos” estaban acostumbrados a utilizar métodos violentos en esta
materia y que no debían ser juzgados de acuerdo a las ilustradas normas occidentales? El uso de esta doble moral es
característica de los métodos de los liberals estalinistas para encubrir a la burocracia soviética contra las críticas de los
marxistas, con la idea errónea de que así están protegiendo a la Unión Soviética contra sus enemigos. El “liberal esta-
linista” que solía ser el obstáculo más serio para el desarrollo revolucionario de los intelectuales liberals, está cediendo
paso a los que proponen el “Frente Popular”. El carácter pequeño-burgués y reformista de la nueva línea estalinista se
demuestra por la prontitud con que el órgano más avanzado de la opinión liberal se apoderó de ella. En el número
del 8 de enero de The New Republic aparece una ferviente súplica por “Un Frente Popular para Norteamerica”. La
editorial pide que socialistas y comunistas olviden sus diferencias políticas; curen sus viejos antagonismos y que se
unan con todos los hombres de buena voluntad para formar un frente anti fascista en este país basado en el modelo
francés. El simple requisito para obtener un lugar en este colectivo político, es profesar una oposición política contra
el fascismo.  “Nos parece que, bajo estas circunstancias, tan sólo un requisito es válido para los posibles adherentes
al frente único: ¿están a favor o en contra del fascismo? (ya sea con ese o algún otro nombre) Es suficiente con estar
en contra de mantener o subir los precios a expensas de los salarios, en contra de la supresión de los sindicatos, o en
contra del militarismo en las aulas. Es mejor ganar con la ayuda de algunas personas que no nos gustan, que perder
y estar todos bajo el férreo control de aquellos que nos desagradan muchísimo más. Cualesquiera que hayan sido los
motivos subyacentes del famoso discurso de Stalin en Moscú, lo que dijo es cierto si se aplica a Norteamérica hoy:
“contra un enemigo común, necesitamos un ejército común”. Este llamamiento a un Frente Popular se basa en tres
supuestos. En primer lugar, que el fascismo hoy es el principal peligro que amenaza al pueblo estadounidense. En se-
gundo lugar, que las naciones fascistas son belicosas, mientras que las naciones democráticas son pacíficas; y en tercer
lugar; que la manera de evitar el fascismo es mediante el alistamiento de todas las clases en un frente común contra la
reacción. Las tres proposiciones son falsas hasta la médula, pero son elementos esenciales del programa social-patriótico
del estalinismo que sólo sirven para vendarle los ojos al pueblo estadounidense sobre los peligros reales que le acechan.
No podemos entrar aquí en una prolongada discusión sobre el Frente Popular. Por más providenciales y plausibles que
puedan parecer y que sean sus pretensiones, todas las enseñanzas del marxismo nos demuestran que es una trampa y
un engaño. Tanto la guerra como el fascismo provienen de la crisis mundial del capitalismo, y la lucha contra ellos es
inseparable de la lucha revolucionaria por el derrocamiento del sistema social actual. La teoría del Frente Popular, sin

15 William Randolph Hearst (1863-1951) fue un periodista, magnate de la prensa estadounidense y además inventor y promotor de la llamada
prensa amarilla o sensacionalista. Su vida y su perfil personal fue reflejada (bajo un nombre ficticio) en la película Cityzen Kane (Ciudadano
Kane) de Orson Welles.
16 Mijaíl Ivánovich Kalinin (1875-1946) Bolchevique de la vieja guardia. Se desempeñó como presidente del Presidium del Soviet de la URSS
entre 1937 y 1946.
17 Romain Rolland (1866-1944). Escritor francés. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1915.
18 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

embargo, se basa en una negación de la lucha de clases y en la negación de la necesidad de la revolución proletaria. En
lugar de evitar al fascismo o la guerra, la política del Frente Popular sólo puede allanarle el camino para su avance. Toda
la experiencia histórica es testigo de este hecho.  Esta última panacea importada desde Moscú y presentada como una
garantía para alejar los males constitutivos del capitalismo, no es nada nueva. En la forma de una alianza con el Kuomin-
tang y Chiang Kai-shek, condujo a la decapitación de la revolución china y al triunfo de la reacción en ese país en 1927,
en la forma del Frente de Hierro contra Hitler, llevó al desastre a los  trabajadores alemanes en 1933. La misma suerte
le espera al proletariado francés y español, si los dirigentes socialistas y estalinistas siguen con el mismo y amargo juego
hasta el final. Los liberals estadounidenses utilizan hoy los mismos argumentos a favor del Frente Popular que ya utiliza-
ron a favor del New Deal. La división entre ellos y los estalinistas en la tarea de propagar estas doctrinas mortales, hacen
que hoy resulte más necesario que nunca dar a conocer su verdadera naturaleza y los peligros que de ellos se derivan.

III
Desde 1921, el Partido Socialista se mantiene en un estado de esterilidad intelectual. Con insignificantes excepcio-
nes, no ejerció mayor influencia sobre el activo movimiento cultural ni atrajo ningún grupo importante de intelectuales
radicales bajo su bandera. La vieja guardia, obsesionada por la sola idea de la lucha contra las ideas y la influencia de
los comunistas, dejó a un lado toda investigación teórica, y se contentó con auto-admirar su propia obra y a la propia
concepción socialdemócrata que había absorbido en su juventud. Las experiencias que agitaron al mundo con la revo-
lución rusa y los acontecimientos posteriores, no hicieron la menor mella en su conciencia. Los débiles parpadeos de
vida intelectual que aparecen aquí y allá, dentro de los círculos socialistas más allá de los recintos de la Rand School18
fueron alimentados por los doctrinarios como Laidler19, que simplemente regurgitaban para consumo estadounidense
los tópicos del fabianismo inglés. Con los cambios que tuvieron lugar recientemente en el Partido Socialista, sin duda
habrá una tendencia hacia la cual los intelectuales radicales se verán atraídos. Sin embargo, la debilidad teórica del Par-
tido Socialista, la ausencia de una pujante vida intelectual y la falta de un aparato cultural similar al de los estalinistas,
disminuye su poder de atracción definitivamente. Una de las principales tareas de la izquierda en el Partido Socialista
debe ser la promoción sistemática del trabajo teórico con el fin de elevar el nivel teórico del partido; acercar a los inte-
lectuales radicales que rompieron con el estalinismo, y que, por lo tanto, se preparan para luchar contra las falsas ideas
del estalinismo en lo cultural, como así también en el frente político.

18 La Escuela Rand de Ciencias Sociales (Rand School of Social Science) fue formada en 1906 en Nueva York por los adherentes del Partido
Socialista de América. La escuela tuvo como objetivo proporcionar una amplia formación a los trabajadores, impartiendo clases sobre política
y sobre conciencia de clase. Poseía un centro de estudios, una editorial, y coordinaba un campamento de verano para socialistas y activistas
sindicales. La escuela cambió su nombre por el Instituto y biblioteca “Tamiment”. Su colección se convirtió en un componente clave de la
biblioteca Tamiment y los Archivos Robert F. Wagner en la Biblioteca de la Universidad de Nueva York en 1963, siendo este desde entonces,
el principal archivo histórico de la izquierda norteamericana.
19 Harry Wellington Laidler (1884 - 1970) Socialista estadounidense, escritor, editor y político.
Los intelectuales norteamericanos y la Comisión Dewey1
Gérard Roche

Después del segundo Proceso de Moscú, Suzanne LaFollette2, una de las principales figuras de la Comisión
Dewey, escribía a Trotsky que desde la Primera Guerra Mundial “nada había agitado tanto al mundo intelectual
norteamericano como los Procesos de Moscú”3. Por su parte, el escritor James T. Farrell4 constataba en su periódico
que los Procesos de Moscú “habían tendido un rastro de sangre en medio de la década y en el seno de la izquierda
intelectual”5. Efectivamente, desde octubre de 1936, el movimiento obrero y los círculos intelectuales, tanto en Eu-
ropa como en Estados Unidos, estaban profundamente divididos ante el tema del derecho de asilo para Trotsky y la
campaña para constituir una comisión internacional de investigación, encargada de escucharlo sobre las acusaciones
dirigidas contra él y su hijo León Sedov. Las confesiones de los acusados, tan inverosímiles como frenéticas, que de-
claraban haber realizado conspiraciones en alianza con la Gestapo, por instigación de Trotsky, sembraban sospechas
y confusión. Sidney Hook6 recuerda en sus memorias que “la atmósfera de esta época en el ambiente liberal y los
círculos intelectuales estaba cargada de tensión, de odio y de miedo”7. Para un lector de hoy, testigo de la caída del
muro de las mentiras y de la opresión burocrática, sin dudas es difícil imaginar el enorme esfuerzo de un puñado de
intelectuales y militantes para establecer la verdad sobre los Procesos que entonces se creían de otra época. También es
difícil imaginar la violencia de los conflictos y los debates entre partidarios y adversarios de la Comisión Internacional
de Investigación que presidiría el filósofo John Dewey y que escucharía a Trotsky como testigo.
En Estados Unidos, desde 1935, la URSS goza de una creciente simpatía entre los círculos liberales. Esta simpa-
tía se basa esencialmente en los aparentes éxitos económicos de la URSS y su política exterior de paz. Propagandis-
tas fervientes como la periodista Anna Louise Strong8 o Corliss Lamont9, el dirigente de la Asociación de Amigos
de la URSS, no dejan pasar ninguna ocasión para alabar los prodigios del plan quinquenal. Liberales alejados del
Partido Comunista, como George Soule, uno de los principales redactores de The New Republic10, están fascinados

1 Traducido Cahiers Léon Trotsky nº 42, julio de 1990 por Rossana Cortez.
2 Suzanne LaFollette (1893-1983) fue una periodista libertaria, y escribió sobre la discriminación económica y legal de las mujeres. En Concer-
ning Women (1928) criticó la subordinación de las mujeres a través del matrimonio y otras instituciones del Estado. En 1932 fundó la revista
libertaria “The Freeman”.
3 Suzanne LaFollette, 5 de marzo de 1937, Houghton Library. (Nota de la edición en francés).
4 James Thomas Farrell (1904-1979) Novelista estadounidense. Una de sus obras más famosas fue la trilogía del personaje Studs Lonigan. Mi-
litó en el SWP hasta 1946.
5 Alan Wald, James T. Farrell. The Revolutionnary Socialist Years. Nueva York, New York University Press, 1978, p. 58. (Nota de la edición en
francés).
6 Sidney Hook (1902-1989) Destacado intelectual y filósofo norteamericano. Fue miembro del Partido de los Trabajadores de Norteamérica,
dirigido por A.J. Muste, para el que escribió su programa político.
7 Sidney Hook, Out of Steps. Harper and Row, 1987, p. 219. (Nota de la edición en francés.).
8 Anna Louise Strong (1885 -1970) Periodista y activista comunista estadounidense. En 1921 viajó a Polonia y Rusia en calidad de corres-
ponsal de la American Friends Service Committee. Un año después, fue nombrado corresponsal en Moscú para el Servicio Internacional de
Noticias. Algunas de sus obras incluyen The first time in History (con un prefacio de León Trotsky -1924- ), y Children of the Revolution (1925). 
En 1925, durante la época de la Nueva Política Económica en la URSS, volvió a los Estados Unidos para conseguir inversiones industriales
para el desarrollo en la Unión Soviética. En 1930 regresó a Moscú y ayudó a fundar el Moscow News, el primer periódico en idioma Inglés de
la ciudad.  En 1936 regresó una vez más a los Estados Unidos donde continuó escribiendo para los principales periódicos, como The Atlantic
Monthly, Harper’s, y The Nation entre otros. Estuvo en España en 1937, y durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el Ejército Rojo inició
su avance contra la Alemania nazi, Strong estuvo en la retaguardia cubriendo importantes batallas. Presenció la revolución China de 1949.
Debido a sus simpatías comunistas abiertamente pro-chinas, fue detenida en Moscú en 1949 y acusada por los soviéticos de espionaje. Más
tarde regresó a la URSS en 1959, pero se establecería en China hasta su muerte, donde se convertiría en amiga personal de Mao y en una gran
apologista del régimen.
9 Corliss Lamont (1902-1995), fue un filósofo socialista y defensor de libertades civiles. Lamont se matriculó en la Universidad de Columbia,
donde estudió con John Dewey. Junto con otros intelectuales de izquierda se negó a aceptar las conclusiones publicadas por la comisión in-
vestigadora independiente, y; bajo la influencia del Frente Popular, afirmó que las acciones de Stalin y que “la preservación de la democracia
progresista” exigían que las acciones de Stalin sean ratificadas. Continuó siendo un apologista del estalinismo hasta 1953, y con la revolución
cubana en 1959, se convertiría en un ferviente castrista. Dirigió la ACLU (American Civil Liberties Union) entre 1932 y 1954.
10 La revista The New Republic se fundó en 1914. Se publica ininterrumpidamente desde entonces, con dos salidas mensuales. Trata mayoritaria-
mente sobre política y Arte. Su línea editorial introdujo el vocablo Liberal para referirse a las personas de dicha orientación política en los Estados
Unidos. Contó con colaboraciones de John Dewey, W.E.B. Dubois, Othis Ferguson, Thomas Mann, George Orwel y Virginia Woolf, entre otros.
20 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

con la planificación soviética, que ven como un antídoto a la crisis económica que arrasa a la sociedad norteame-
ricana. James T. Farrell recuerda que ellos veían en la URSS “si bien no una economía planificada, al menos sus
inicios. En la Norteamérica capitalista, en lugar de un plan, había caos. Se pensaba que no había desocupación en
Rusia, mientras que millones de norteamericanos estaban sin trabajo”11.
En Soviet Russia Today12, los intelectuales compañeros de ruta, como Upton Sinclair13, Sherwood Eddy14, Mal-
colm Cowley15, Robert Morss Lowett16, saludan los esfuerzos de paz de la URSS y su defensa de la democracia. En
1936, en vísperas de los Procesos, Louis Fischer17 afirma en The Nation18 que la nueva Constitución soviética mos-
traba que la dictadura “abdicaba voluntariamente” a favor de la democracia.
En Estados Unidos, la política de Frente Popular del PC atrae a los intelectuales. Suzanne LaFollette, con una
pluma aguerrida y corrosiva, hace a Trotsky una feroz descripción del ambiente que simpatiza con el PC:

“Desde que la línea del Frente Popular y la revolución salvan a la democracia burguesa, han atraído hacia ellos
a toda una gentuza social e intelectual, a tal punto que el país está lleno de ‘bolcheviques de salón’, pequeñas
celebridades pagas que nunca hubieran llegado a ningún lado sin la enorme malversación del prestigio de la re-
volución de Octubre, pronunciando con solemnidad juicios de todo tipo desde el punto de vista del marxismo,
al que no entienden para nada. La otra tarde, un viejo socialista había captado muy bien esta moda cuando com-
paraba a estos fanáticos con esos ingenuos que, en 1928, se despertaban con la idea de que podían volverse ricos
comprando acciones baratas: ‘¡Compraron muy cara la revolución!’ –dice- y ‘¡ahora empiezan a darse cuenta que
el crack de 1929 los ha golpeado!’”19.

Los problemas provocados por los Procesos de Moscú y las sangrientas purgas cuestionaban al Frente Popular
de manera grave. Efectivamente, si Trotsky no era culpable, y si los Procesos no eran más que monstruosas im-
posturas, la URSS ya no era esa democracia alabada por algunos liberales, sino una sociedad privada de libertades
civiles y políticas, dominada por el terror de masas. En estas condiciones, no había ninguna razón para incluir a
la URSS en un frente antifascista para defender a la democracia: ¿se debía “apoyar a la URSS a cualquier precio
con el fin de realizar un frente único contra el fascismo?” Se debía “desenmascarar y denunciar el terrorismo ofi-
cial, incluso el del Kremlin o bien, ante la amenaza fascista era preferible aceptar la versión oficial de los Procesos
sin preguntarse demasiado?” Estas fueron las preguntas preliminares de un debate entre Upton Sinclair y Eugene
Lyon20 en 193821.
Si bien este estado de ánimo era dominante, una parte de los liberales y una minoría de intelectuales radicales se
negaba a dejarse encerrar en este dilema. Esto es lo que explicó, en gran parte, la virulencia pasional de los enfrenta-
mientos alrededor de la Comisión Dewey y de su veredicto.

11 James T. Farrell, “Dewey au Mexique”, Cahiers Léon Trotsky nº 19, septiembre de 1984, p. 785. (Nota de la edición en francés).
12 Publicación mensual de los “Amigos de la URSS”, organización colateral del Partido Comunista de EE.UU.
13 Upton Sinclair (1878-1968) Escritor estadounidense ganador del Premio Pulitzer, que escribió más de 90 libros en distintos géne-
ros. En 1904 Sinclair pasó siete semanas trabajando de incógnito en las plantas empacadoras de carne de Chicago para escribir su novela
The Jungle (1906), donde expuso las condiciones de trabajo, causando una conmoción pública que contribuyó en parte a que unos meses
más tarde se sancione la Ley de Inspección de Carnes y una nueva legislación sanitaria. Se postuló en las elecciones a gobernador de
California en 1934 bajo una coalición socialdemócrata con el nombre de Movimiento de California para el Fin de la Pobreza (EPIC, por
sus siglas en Inglés).
14 Sherwood Eddy (1871-1963) fue un misionero protestante estadounidense, y escritor. Era secretario nacional de la YMCA. Era reconocido
por su activismo pacifista.
15 Malcolm Cowley (1898-1989) Destacado novelista, poeta, crítico literario y periodista norteamericano. Dirigió The New Republic desde
1929 hasta 1944.
16 Robert Morss Lovett (1870-1956) fue un académico estadounidense, escritor, editor, activista político. Fue editor asociado de la revista
The New Republic desde 1921 hasta 1940.
17 Louis Fischer (1896-1970) fue un periodista norteamericano, apologista del estalinismo, en la década de 1950 termino convirtiéndose en
un acérrimo anticomunista.
18 Revista demócrata, se publicaba semanalmente desde 1865. Es la revista de circulación más antigua de EE.UU. Había tenido una posición
prudente respecto a la revolución rusa. Luego de la Gran Depresión reflejó la evolución de muchos intelectuales que se acercaban al comunis-
mo, sin comprometerse con él, y le daban una cobertura protectora al estalinismo.
19 Suzanne LaFollette a Trotsky, 5 de marzo de 1937, Houghton Library. (Nota de la edición en francés).
20 Eugene Lyon (1898-1985) Periodista y escritor estadounidense. Compañero de ruta del Partido Comunista en su juventud, Lyon se
convirtió en un crítico de la Unión Soviética después de haber vivido allí durante varios años como corresponsal de United Press Inter-
national.  Después de escribir dos gruesos libros sobre su experiencia en Moscú y una biografía de Stalin, se puso a trabajar en un sobre
la influencia del Partido Comunista en la vida cultural norteamericana durante la década de 1930, titulado The red decade (La Década
Roja). La fama del libro sobrevendría más tarde, durante la era del macartismo, cuando el título se convirtió en un sinónimo de la alian-
za del Frente Popular entre los comunistas y los liberales durante la década de 1930. Durante la posguerra se convirtió en un ferviente
anticomunista.
21 Eugene Lyon, Upton Sinclair, Terror in Russia, Richard R. Smith, 1938, p. 7. (Nota de la edición en francés).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 21

El Comité Norteamericano para la Defensa de León Trotsky


(The American Committee for the Defense of Leon Trotsky)
El primer Proceso de Moscú, en agosto de 1936, encontró a Trotsky en su asilo en Noruega que, pronto, iba
a cerrarse sobre él como una trampa y convertirse en una prisión. La primera ayuda seria y eficaz vino de Estados
Unidos, en octubre de 1936, con la formación de un Comité Provisorio para la Defensa de León Trotsky que hizo
un llamado firmado por John Dewey, los periodistas Freda Kirchwey22, Horace M. Kallen23, Joseph Wood Krutch24
y dos dirigentes del Partido Socialista norteamericano, Norman Thomas25 y Devere Allen26. Los objetivos del comité
eran “obtener derechos normales de asilo para Trotsky” y ayudar “a la formación de una Comisión Internacional
de Investigación, que examinará todos los testimonios útiles y hará pública sus conclusiones”. Apelaba a todos los
“amigos declarados de los derechos democráticos”a unirse a ella, destacando que “el apoyo a este llamado no implica
necesariamente ninguna afinidad con los pensamientos políticos de Trotsky”27.
El periodista Herbert Solow28 y el filósofo Sidney Hook tomaron parte activa en la recolección de las primeras
firmas. Herbert Solow era un brillante periodista que había colaborado con el Menorah Journal29 en los años ´20. Se
encontró con Trotsky en Prinkipo en 1932 y durante un tiempo se unió a la organización oposicionista, la Commu-
nist League of America (CLA). En 1935-36, dirigió el Non Partisan Labor Defence Committee (NPLD)30 cuyo sec-
retario era Felix Morrow31, un dirigente de la organización trotskista norteamericana. Profesaba gran admiración por
Trotsky, pero era un compañero de ruta crítico. Varios conflictos con los trotskistas –de quienes desconfía- le habían
dejado marcas perdurables y tendía a preservar celosamente su independencia. Será un tenaz trabajador del Comité
para la Defensa de León Trotsky desde las sombras 32. Sidney Hook también tenía reproches contra los trotskistas.
Nunca se encontró con Trotsky pero mantuvo correspondencia con él. Jugó un rol esencial en el acercamiento entre
la CLA y el American Workers Party, pero se mantuvo apartado de la fusión. También él fue quien organizó el en-
cuentro entre J.P. Cannon y Norman Thomas que debía permitir la entrada de los trotskistas en el Partido Socialista
norteamericano33. No dudó en comprometerse nuevamente con el comité de defensa. Él fue el que consiguió la firma
de Dewey, quien, para su sorpresa, no ofreció demasiada resistencia, contrariamente a Norman Thomas, irritado por
la lucha política con la fracción trotskista en el seno del partido.
Las firmas de Dewey, de Freda Kirchwey, redactora de The Nation, de Joseph Wood Krutch, otro colaborador de
The Nation, representaron un éxito para el comité. La reacción del Partido Comunista no se hizo esperar. Los firmantes

22 Freda Kirchwey (1893-1976) fue una periodista y editora norteamericana, firmemente comprometida a lo largo de su carrera con causas
liberales. Fue editora, desde 1933 a 1955, de la revista The Nation.
23 Horace Meyer Kallen (1882-1974) fue un filósofo norteamericano. Sostenía que la diversidad cultural y el orgullo nacional son compatibles
entre sí, y que la diversidad étnica y el respeto por las diferencias étnicas y raciales fortalecían a Estados Unidos como nación. Se le atribuye
haber acuñado el término pluralismo cultural.
24 Joseph Wood Krutch (1893-1970), trabajaba en The Nation desde 1924, sobre todo como crítico literario y dramático. Había visitado la
URSS en 1928.
25 Norman Thomas (1884-1968) Dirigente socialista estadounidense, fue seis veces candidato presidencial por el Partido Socialista.
26 Devere Allen (1891-1955), miembro de la dirección del Partido Socialista. Se destacaba como periodista, escritor, editor e historiador de los
movimientos pacifistas de entreguerras en Estados Unidos. En 1934 redactó la “declaración de principios” que sería votada en como plataforma
partidaria en el congreso de mayo de ese año.
27 Thomas R. Poole, Conter-Trial, Tesis dactilografiada, University of Massachussetts, 1974, p. 223-230. Sobre la génesis del comité, ver
Hook, op. cit. p. 224-225. (Nota de la edición en francés).
28 Herbert Solow (1903-1964) Periodista estadounidense. Compañero de ruta del Partido Comunista en la década de 1920, trotskista en la
década de 1930, abandonó a la izquierda en los años ´40 para trabajar como editor de la revista Fortune.
29 The Menorah Journal era una revista literaria de la intelectualidad de origen judío en la Nueva York de los años ´20, muy importante por el
papel que jugó en la fundación de una identidad judía moderna en Norteamérica. Muchos de sus miembros girarían a posiciones de izquierda
con el crack financiero.
30 NPLD (Non-Partisan Labor Defense Committe) era un organismo defensor de los derechos civiles, creado en 1934 por intelectuales cer-
canos al trotskismo en oposición al National Committee for Political Prisonners (NDCPP) de los comunistas.
31 Félix Morrow (1906 - 1988) Activista político comunista y editor estadounidense, durante muchos años fue una de las principales figuras
del trotskismo estadounidense, conocido por su libro “Revolución y Contra-Revolución en España” (1936). Proveniente de las filas del PC, se
unió a los trotskistas en 1933, y con la escisión de Max Shachtman en 1940, se desempeñó como editor de The Militant, periódico semanal del
SWP. Morrow fue uno de los 18 líderes del SWP, incluyendo el Secretario Nacional del partido, James P. Cannon, que fue encarcelado bajo la
Ley Smith durante la Segunda Guerra Mundial.  
32 Sobre el itinerario de Solow, ver el artículo de Alan Wald, “Herbert Solow, portrait d´un intellectuel new yorkais” (“Herbert Solow, retrato
de un intelectual neoyorkino”), Cahiers Léon Trotsky nº 19, septiembre de 1984, p. 41-67. (Nota de la edición en francés).
33 En EE. UU., el trotskismo nació en 1928, como fracción del Partido Comunista norteamericano. En 1935, los trotskistas se fusionaron con
el grupo de J. Muste (grupo esencialmente de desocupados con algunos sectores de trabajadores, y sectores medios, que estaba girando hacia la
izquierda), que venía de dirigir la segunda huelga más importante del país. En 1936, decidieron ingresar al Partido Socialista, previendo que un
avance en las luchas y en la organización de los trabajadores y una probable radicalización, impulsara la vanguardia juvenil y obrera a ingresar
en dicho partido. Finalmente en enero de 1938, fueron expulsados del PS y formaron el Socialist Workers Party, duplicando sus fuerzas, y
buscando elaborar nuevas políticas para seguir avanzando en su inserción en el movimiento obrero.
22 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

fueron acusados violentamente por New Masses34, la revista cultural del PC. Una prudente editorial de The Nation,
poniendo en duda la veracidad de las acusaciones contra Trotsky y destacando el misterio de las confesiones, provocó la
furia de New Masses para quien “esto está preparado deliberadamente para el comité”. N. Thomas era ahora el dirigente
de un Partido Socialista “podrido por el cáncer trotskista”.35 Joseph Wood Krutch era “notoriamente anticomunista” y
le había permitido escribir a los trotskistas reseñas de libros comunistas en The Nation. En cuanto a John Dewey, era
un caso particular, no se podía poner en duda su sinceridad, simplemente, “ha sido engañado por algunos discípulos
suyos”, alusión evidente a Sidney Hook y a Max Eastman36. No había ningún “misterio” en los Procesos: “la lógica de
los Procesos de Moscú, las confesiones de los acusados, los reportajes de los corresponsales extranjeros, todo refuta la
abyecta y peligrosa posición tomada por The Nation en su editorial del 10 de octubre”. Si la revista pretendía sostener
“las actividades criminales de Trotsky”, que ya no pretendiera ser “el órgano de la opinión liberal”, que “se declare abierta
y sinceramente un portavoz del trotskismo. Que el público sepa que es el órgano de una banda de conspiradores contrar-
revolucionarios y asesinos”37. La violencia del ataque y el tono amenazante de New Masses tendrá como efecto llevar a la
dimisión de Freda Kirchwey y, sobre todo, modificar la línea editorial de The Nation.
Los adversarios del comité o los que buscaban excusas, cuestionaban su título que, según ellos, muestra su carácter
partidario. Incluso dentro del comité, se elevaron voces y había objeciones. Solow lamentaba que el comité no tenga
un nombre más general porque, escribió a Trotsky: “nosotros no lo defendemos a usted, ni a la revolución, ni a
una vaga suerte de socialismo, sino algo mucho más elemental, estamos por defender, si usted quiere, el verdadero
sentimiento de que el progreso humano es posible”38. Pensaba que era demasiado tarde para cambiar el nombre del
comité porque “corremos el riesgo de que haya personas que no lo entiendan y esto podría parecer una retirada”.
Deseaba que Trotsky le escribiera a Shachtman y a sus camaradas de partido para pedirles “que pongan discretamente
el tono personal”39. De hecho, como recuerda Sidney Hook, el comité no hacía más que retomar la tradición liberal
norteamericana de la defensa de grandes causas judiciales que había dado nacimiento al Comité por la Defensa de
Sacco y Vanzetti, y al Comité por la Defensa de Tom Mooney40.
Sin embargo, el comité se ha consolidado y, un mes después del llamado de los seis, agrupó a unos cuarenta
miembros. Entre los fundadores confluyeron publicistas, universitarios, E. A. Ross41, Louis Hacker42, Paul F. Brissen-
den43, William Kilpatrick44; periodistas, Suzanne LaFollette, John Chamberlain45, Benjamin Stolberg, James Rorty46;
escritores, Edmund Wilson47, James T. Farrell, y un sindicalista Vincent R. Dunne48.

34 The New Masses (publicada desde 1926 hasta 1948) revista de crítica marxista, ligada al PC. Luego de la Gran Depresión de 1929 la revista
se convirtió en una publicación muy influyente y, a partir de la década de 1930 fue “el principal órgano de la izquierda cultural estadounidense
desde 1926 en adelante.” En la misma escribieron William C. Williams, Theodore Dreiser, John Dos Passos, Upton Sinclair, Richard Wright,
Ralph Ellison, Dorothy Parker, Dorothy Day, Langston Hughes, Eugene O’Neill, y Ernest Hemingway, entre otros.
35 Sidney Hook, op. cit. (Nota de la edición en francés).
36 Max Eastman Forrester (1883-1969) Escritor estadounidense. Estudió, junto con Sidney Hook, en la Universidad de Columbia, con John
Dewey como profesor. Comprometido desde su juventud con causas sociales como el sufragio de la mujer, Eastman se embarcó en 1923 en un
viaje de investigación a la Unión Soviética donde se quedó más de un año. Adhirió desde temprano a la Oposición de Izquierda. Sin embargo,
rompió en los ‘30, y a partir de 1941 trabajó como editor de la revista Reader’s Digest, una posición que ocupará durante el resto de su vida. En
la década de 1950 apoyó activamente el macartismo. 
37 The Nation and Trotsky, New Masses, 10 de noviembre de 1936. (Nota de la edición en francés).
38 Herbert Solow a Trotsky, 2 de febrero de 1937, H.L. (Nota de la edición en francés).
39 Ibid. (Nota de la edición en francés).
40 Sidney Hook, op. cit. (Nota de la edición en francés).
41 Edward Alsworth Ross (1866-1951) Sociólogo progresista estadounidense y figura importante de la temprana criminología.  Apoyó la
revolución bolchevique en Rusia.
42 Louis Morton Hacker (1899-1987) historiador norteamericano, cuyo mentor fue Charles A. Beard en la Universidad de Columbia. Hacker
publicó numerosas críticas hacia el New Deal. Rechazó los esfuerzos de los estudiosos de finales del siglo XIX por descubrir una “objetividad”
histórica y prefirió examinar el pasado teniendo en cuanta las problemáticas actuales. Fue también un activista político. Luego de la Segunda
Guerra Mundial, se volvió conservador.
43 Paul F. Brissenden (1885-1974). Historiador estadounidense, especialista en movimiento obrero.
44 William Heard Kilpatrick (1871-1965) Pedagogo. Alumno, colega y sucesor de John Dewey. Fue una figura importante en el movimiento
educativo progresista de principios del siglo XX.
45 John Chamberlain (1903-1995) Periodista norteamericano. Graduado de Yale en 1925, editor y crítico del New York Times. En la década
de 1930, trabajó en las revistas Scribner’s y Harper’s. También trabajó en las redacciones de la revista Fortune (1936-1941) y Life (1941-1950).
En 1938 Chamberlain colaboró con Not Guilty (Informe de la Comisión de Investigación sobre los cargos hechos contra León Trotsky en los
Procesos de Moscú, por John Dewey). Durante la mayoría de este período, Chamberlain fue, según sus propias palabras, “un literato ‘liberal’
de Nueva York” involucrado en las causas políticas de la izquierda.
46 James Rorty (1890–1973) Escritor e intelectual norteamericano. Militaba en el frente cultural del PC, donde dirigía la League of Profesio-
nal Groups. En 1932 rompe con el PC por su excesiva subordinación a Moscú. Se convirtió en militante del trotskismo durante el resto de la
década, al que abandonó junto con Sidney Hook. Padre del filosofo Richard Rorty (1931-2007).
47 Edmund Wilson (1895-1972) fue un escritor y crítico literario y social. Es considerado por muchos como el hombre de letras por excelencia
de Norteamerica durante el Siglo XX.
48 Vincent Ray Dunne (1889-1970) Dirigente sindical de la ciudad de Minneapolis, primero con los IWW y luego en el Partido Comunista, será
de los primeros en unirse al grupo trotskista de James Cannon. Fue el principal dirigente de las huelgas de esa ciudad en 1934. Fue encarcelado en
1941 junto con el resto de la dirección del SWP por su oposición a la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
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El buró ejecutivo del comité estaba compuesto por Suzanne LaFollette, Ben Stolberg, James Rorty, James Bur-
ham49, Sidney Hook y J. T. Farrell. George Novack50, un militante trotskista, fue nombrado secretario, asistido por
Felix Morrow. Este último fue descartado para el puesto de secretario por insistencia de Solow y de Elliot Cohen51,
que le reprochaban haber liquidado el NPLD en beneficio del Partido Socialista52. Las tareas administrativas estaban
aseguradas por dos militantes trotskistas: Pearl Kluger y Viola Robinson53. Sin embargo, la actividad cotidiana del
comité se basa en un equipo que trabaja en las sombras, Herbert Solow, Harold Isaacs54 y Elliot Cohen.
Los dos miembros principales del comité eran Ben Stolberg y Suzanne LaFollette. Ella era pariente del senador
Robert M. LaFollette. Era una periodista independiente y crítica de arte que había colaborado en The Freeman y The
New Freeman. Era autora de una obra: Art in America. No era marxista, pero sin embargo había apoyado la actividad
del National Defense Committee for Political Prisonners (NDCPP) hasta su renuncia en 1935. Tenía una sincera
admiración por Trotsky, con quien compartía algunas posiciones, pero estaba lejos de ser trotskista.
Stolberg era un periodista y escritor de origen alemán. Estudió en Harvard y obtuvo un diploma de Sociología en
la Universidad de Chicago. Se convirtió en un especialista del movimiento obrero. Erudito, “impulsivo” e “indisci-
plinado”, su amigo Louis Adamic55 lo describía como una mezcla de “Voltaire, Mencken y Marx”56.
James Rorty había sido uno de los fundadores de New Masses y, en 1932, había jugado un rol importante en el apoyo
de los intelectuales a la candidatura comunista de W. Z. Foster y James V. Ford, durante la campaña presidencial. Se ale-
jó del PC y adhirió al American Workers Party, pero no se unió a la nueva organización nacida de la fusión con la CLA.
Colaboraba en diferentes revistas y escribía artículos sobre la crisis económica en The Nation. New Masses lo denunció
como trotskista, pero estaba lejos de ser incondicional de Trotsky, por el que, no obstante, sentía una gran estima.
En noviembre de 1936, James T. Farrell se unió al comite. Era un escritor que gozaba de cierta notoriedad con su
trilogía novelística de Studs Lonigan. Había publicado una crítica de la política literaria del PC en A note on literary
criticism. Ligado a Novack desde 1934, tenía un profundo conocimiento del marxismo y de la obra de Trotsky, a la
que se acercó en las vísperas de los Procesos, sin declararse trotskista por esto. Incluso destacó en su periódico que se
había unido al comité ejecutivo “con el objetivo de proteger a Trotsky de los trotskistas”57. Se mostraba muy activo: en
el Socialist Call, hizo una reseña del folleto de Max Eastman, Behind de Moscow Trials. Participó con Novack en una
velada en honor al dibujante Art Young58, un veterano de la ex revista Masses. Durante la velada, recogió cinco firmas y
entabló una discusión con Max Lerner59, que se negaba a firmar a favor del derecho de asilo. En el curso de un debate un
poco animado, no dudó en darle una trompada en la cara a Alexandre Trachtenberg60, un miembro del PC. Mary Mc-
Carthy61 ha relatado, dieciséis años más tarde, esta velada memorable, describiendo a Farrell “con hoyuelos en su rostro
y su abundante cabellera” yendo “de una persona a otra, sondeándolos metódicamente”62. Cuando Farrell la abordó,

49 Burnham, James (1890-1974) fue un activista radical y un importante propagandista de las luchas obreras en la década de 1930. Se con-
virtió en el dirigente de la fracción pequeño burguesa en el Socialist Workers Party, con el cual rompió en 1940. Luego de abandonar el SWP,
adoptó un curso a la derecha, convirtiéndose en un rabioso anticomunista y editor de la revista de derecha National Review.
50 George Novack (Yasef Mendel Novogravelsky; 1905-1992) Intelectual marxista norteamericano. Se graduó en la Universidad de Harvard.
Fue un exitoso editorialista, hasta que se radicalizó políticamente con el comienzo de la Gran Depresión. Se incorporó a la Liga Comunista
de América, trotskista, en 1933 y desde 1940 hasta 1973 fue miembro del Comité Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores (SWP).
Entre 1937 y 1940, fue el secretario del Comité Norteamericano para la Defensa de León Trotsky. Fue uno de los 18 dirigentes del SWP
encarcelado durante la Segunda Guerra Mundial bajo la Ley Smith por oponerse a la entrada de Estados Unidos en la misma. Escribió una
serie de libros sobre diversos aspectos del marxismo: An Introduction to the Logic of Marxism, America’s Revolutionary Heritage, Democracy and
Revolution, Empiricism and Its Evolution, Humanism and Socialism, The Origins of Materialism, Polemics in Marxist Philosophy, Revolutionary
Dynamics of Women’s Liberation, and Understanding History, Marxist Essays.
51 Elliot E. Cohen (1899-1959) Profesor de literatura inglesa y filosofo, graduado en Yale. Escribía para The Menorah Journal, siendo uno de
sus personajes más influyentes. Escribió un artículo en 1934 en The Nation titulado; “Stalin Buries the Revolution … Prematurely” en donde
defendía a Trotsky diciendo que él había demostrado ser el máximo defensor de la URSS al luchar contra la dictadura de Stalin. Escribía en
New International bajo los pseudónimos de David Ernst y de Thomas Cotten.
52 Alan Wald, Herbert Solow, p. 58 y James T. Farrell, P. 62-63. (Nota de la edición en francés).
53 Pearl Kluger fue asistente de la comisión Dewey en Coyoacán. Rompió con el SWP de Cannon junto con James Burnham, luego fue su
secretario. Viola Robinson era la compañera de Harold Isaacs y uno de los pilares del Comité de Nueva York.
54 Harold R. Isaacs (1910-1986). Historiador norteamericano. Autor de La tragedia de la revolución china, que Trotsky prologó.
55 Louis Adamic (1899-1951), escritor y traductor esloveno, emigró a Estados Unidos y residió allí hasta su muerte.
56 Louis Adamic, My America, Harper and Brother, 1938, p. 75. (Nota de la edición en francés).
57 Alan Wald, James T. Farrell, p. 69. (Nota de la edición en francés).
58 Arthur “Art” Young (1866–1943). Dibujante y caricaturista estadounidense. Se hizo famoso por sus caricaturas de contenido social en la
revista The Masses, entre 1911 y 1917.
59 Maxwell “Max” Alan Lerner (1902-1992) Periodista estadounidense de tendencia socialdemócrata.
60 Alexander “Alex” Trachtenberg (1884-1966). Nació en Ucrania, y participó en la revolución de 1905. Arribó como inmigrante a Estados
Unidos, donde comenzó su carrera política siendo activista en el Partido Socialista Norteamericano y luego en el Partido Comunista de EE.UU.
Fundador y director de International Publishers de Nueva York, la editorial del Partido Comunista de Norteamérica durante más de ocho décadas.
61 Mary Therese McCarthy (1912–1989) Autora y crítica literaria estadounidense. Fue muy activa durante el movimiento contra la guerra
de Vietnam.
62 Mary McCarthy, A Contre-courant. Stock, 1965, p. 108-109. (Nota de la edición en francés).
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preguntándole abruptamente si Trotsky tenía derecho a ser escuchado, ella al principio se quedó estupefacta. Aunque
era simpatizante del PC, Mary McCarthy estaba poco informada. Espontáneamente le respondió que no veía “quién
podría pretender que Trotsky no tuviera el derecho de ser escuchado”. También pensaba que Trotsky debía beneficiarse
del derecho de asilo, persuadida de que Estados Unidos se sentiría honrado al acoger semejante huésped63.
Cuán grande es su sorpresa al recibir, poco tiempo después, un correo del Comité para la Defensa de León Trotsky
y descubrir su firma abajo del pedido. Su reacción inmediata fue escribir una carta de protesta pero, finalmente, la
dejó para más adelante. La presión que el PC y algunos de sus amigos ejercieron sobre ella la hizo cambiar de opinión:
“los acontecimientos me pusieron del lado del comité inmediatamente”, escribió en sus memorias. Con una ironía
mordaz, relató las reacciones de sus ex amigos políticos:

“Yo ignoraba todo sobre la causa que había abrazado. No había leído ni una sola palabra de Lenin o de Trotsky.
De Marx, no conocía nada por fuera del Manifiesto Comunista. No tenía la menor noción sobre la historia so-
viética, incluso los nombres de los viejos bolcheviques que habían confesado me sonaban de una manera ajena,
casi bárbara. En lo que concierne a Trotsky, la única prueba que yo tenía de su inocencia era el curioso compor-
tamiento de los comunistas y de los simpatizantes, a quienes la idea de una investigación libre los sacaba de las
casillas. En los círculos estalinistas que frecuentaba, yo era objeto de un discreto malestar y de una desaprobación
mal disimulada. Las mujeres escritoras llenas de diamantes palidecían al verme y entrechocaban rabiosamente
sus brazaletes cuando yo entraba; las jóvenes estrellas ascendentes del periodismo o de la publicidad se tocaban
nerviosamente sus corbatas cuando los presionaba a que se informen por sí mismos sobre el asunto. Durante los
bailes en los nigth clubs, jóvenes inexpertos recién reclutados por el PC me exhortaban: ‘No te hagas la estúpida,
mi querida’”64.

El 18 de diciembre, el día que expiraba la visa de Trotsky en Noruega, el comité de defensa hizo un mitin de masas
presidido por Suzanne LaFollette en el Center Hotel en Nueva York que reúne cerca de 4.000 personas. Durante tres
horas se sucedieron en la tribuna: Norman Thomas, James T. Farrell, Max Shachtman y Herbert Solow. Solamente
Max Eastman no recogió la unanimidad del auditorio, cuando identificó la actuación de la burocracia en URSS con
la de Hitler y la de Mussolini.
Al final de la reunión, el comité anunció que México le ha otorgado una visa a Trotsky. Este era un primer
éxito. Se votó una resolución final, felicitando al presidente Cárdenas: “Al defender el derecho de asilo para
Trotsky, ayudamos no solamente a un hombre, sino que defendemos los derechos democráticos para todos y en
todas partes del mundo”. Para Horace M. Kallen, Trotsky se ha convertido en el “símbolo de todos los refugiados
políticos contemporáneos”65.

“Diez días que conmovieron al comité”


Con libertad de movimiento en tierra mexicana, Trotsky pudo desplegar toda su energía a partir de ahora para
avanzar hacia la creación de una Comisión Internacional de Investigación, a la que aspiraba con todas sus fuerzas.
Disponía de apoyos sólidos, con el comité norteamericano y los comités que se han constituido en Europa. Moscú y
los partidos comunistas tenían plena conciencia de ello. Desestabilizar el dispositivo de defensa de Trotsky en Esta-
dos Unidos, que se había convertido en el centro de la actividad para la formación de la Comisión Internacional de
Investigación, se convirtió en el principal objetivo del Partido Comunista y de las organizaciones que él controlaba.
Soviet Russia Today, la revista de los Amigos de la URSS, dirigida por Corliss Lamont, se puso a tono con la campaña
que se preparaba: “Todos los liberales honestos se preguntan por qué el Comité para la Defensa de León Trotsky sigue
existiendo, ahora que ya se ha obtenido el derecho de asilo”66.
Desde fines de enero hasta mediados de febrero de 1937, el comité norteamericano iba a sufrir una serie de ata-
ques que, según la expresión de Georges Novack, tomaron la forma de una verdadera “guerra de cartas”. La campaña
lanzada por el PC se organizaba alrededor de cuatro acusaciones contra el comité:

estaba compuesto por trotskistas.


estaba compuesto por liberales que son marionetas manejadas por los trotskistas.
su objetivo era destruir a la Unión Soviética.

63 Ibid. (Nota de la edición en francés).


64 Ibid. (Nota de la edición en francés).
65 Thomas R. Poole, op. cit. (Nota de la edición en francés).
66 Soviet Russia Today, abril de 1937. (Nota de la edición en francés).
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bajo la cobertura de una agitación a favor de la justicia, apuntaba a ayudar objetivamente los planes antisoviéticos
de Hitler, Hearst67 y el Mikado68.

La obra maestra de este dispositivo era la carta de renuncia de Mauritz Hallgren69 dirigida al Comité y que pu-
blicó el Daily Workers, el órgano del PC. En este documento de 14 páginas, Hallgren afirmaba que, cuando se unió
al comité, “creía y creyó siempre en el derecho de asilo”, tarea que estimaba cumplida a partir de ahora. Después
de haber estudiado la documentación y los argumentos esgrimidos por las dos partes, sus dudas sobre la veracidad
del primer Proceso, luego del Proceso Pyatakov-Radek, dieron lugar a la certeza de que los acusados eran culpables.
Basándose en lo que él llamaba una deducción “lógica”, afirmaba que si los acusados del segundo Proceso, que no
podían tener ilusiones sobre su suerte futura, no podían esperar una promesa de salvar sus vidas, habían confesado,
fue porque eran culpables. El testimonio del abogado británico Pritt, presentado en el Proceso, para que los acusados
tuvieran un juicio equitativo, era digno de fe. Trotsky no había suministrado ninguna prueba de su inocencia. Si este
último era inocente y si disponía documentación que probaba su inocencia ¿por qué no la presentaba? En todos sus
escritos, en el transcurso de estos últimos años, Trotsky había sostenido que “para salvar la revolución, Stalin debía ser
removido”. Según la lógica particular de Hallgren, para alcanzar su objetivo, Trotsky, que no podía esperar “provocar
una insurrección popular”, sólo podía apoyarse en una “intervención extranjera”, o en una conspiración dentro del
gobierno soviético, o más aún, en una “combinación de ambas”. Accedió a reconocer que esto “no prueba en sí” que
Trotsky se había complotado con los acusados de Moscú, pero sin embargo:

“En este momento, la preponderancia de las pruebas está a favor del gobierno soviético y claramente contra
Trotsky”70.

La carta culminaba con un ataque contra el comité, que era una “maniobra trotskista contra la Unión Soviética
y contra el socialismo”71.
La carta de Hallgren se continúa con una segunda ofensiva llevada adelante por Corliss Lamont y apoyada por
una carta abierta a los liberales, firmada por 88 personas, publicada por el Daily Workers y el Soviet Russia Today. Entre
los firmantes, se destacan los nombres de: Malcolm Cowley, Theodore Dreiser72, Louis Fischer, Lillian Hellman73,
Granville Hicks74, Max Lerner, Robert Morss Lowett, Dorothy Parker75, Henry Roth76, Tess Slesinger77, Donald Og-
den Stewart78, Maxwell Stewart, Anna Louise Strong, Paul M. Sweezy79, Nathalie West, Arthur Young8081.
Acompañada por una introducción de Corliss Lamont, la carta abierta interpelaba a los liberales del comité nor-
teamericano, haciéndoles una serie de preguntas, que no hacían más que retomar, en una jerga mucho más fuerte, la
argumentación de Hallgren. Aliándose a los “trotskistas confesos”¿los liberales no habían tomado conciencia de las
consecuencias de las actividades del comité que aportaban un sostén a las fuerzas fascistas, que “atacan a la demo-
cracia en España y en todas partes del mundo”? Un país como la URSS “¿no tendría derecho a decidir por sí mismo
qué medidas de protección son necesarias contra las conspiraciones traidoras que tienen como objetivo asesinar a sus
dirigentes e implicarlos en una guerra con las potencias extranjeras?”82. En lenguaje claro, esto quería decir que los
liberales tenían que dejar que la GPU hiciera tranquilamente su trabajo.

67 William Randolph Hearst (1863-1951) era un propietario de toda una cadena de diarios: American de Chicago, Examiner de San Francisco,
Journal American, Daily Mirror, revistas, agencias de prensa, etc. con inspiración furiosamente nacionalista y racista (denunciaba el “peligro
amarillo”), además de ser sensasionalista.
68 News Bulletin nº 4, 19 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés).
69 Mauritz Alfred Hallgren (1899-1956) Periodista, editor y autor estadounidense, miembro del Partido Comunista. Escribía en The Nation.
70 Mauritz Halgren: “Why I Resigned from the Trotsky Defense Committee”. 27 de enero de 1937. La carta publicada por el Daily Workers y
New Masses también había sido publicada por International Publishers, las ediciones del PC. (Nota de la edición en francés).
71 Ibid. (Nota de la edición en francés).
72 Theodore Herman Albert Dreiser (1871- 1945) fue un famoso novelista y periodista estadounidense.
73 Lillian Florence “Lily” Hellman (1905-1984) Fue una dramaturga estadounidense. Tenía amistades con dirigentes del PC, si bien nunca
tuvo una militancia orgánica en ese partido.
74 Granville Hicks (1901-1982) Fue un influyente crítico literario marxista durante la década de 1930. En 1939 renunció al PC por la firma
del pacto Hitler-Stalin.
75 Dorothy Parker (1893-1967) fue una poetisa estadounidense.
76 Henry Roth (1906-1995) fue un novelista y cuentista estadounidense.
77 Theresa “Tess” Slesinger (1905-1945) Escritora y guionista estadounidense.
78 Donald Ogden Stewart (1894-1980) fue un escritor y guionista de películas estadounidense.
79 Paul Marlor Sweezy (1910-2004) fue un economista norteamericano, marxista y fundador de la influyente revista Monthly Review.
80 Arthur Middleton Young (1905-1995) fue un inventor estadounidense, pionero del helicóptero, cosmólogo, filósofo, astrólogo y autor.
81 “An Open letter to American Liberals”, Soviet Russia Today, marzo de 1937. (Nota de la edición en francés).
82 Ibid. (Nota de la edición en francés).
26 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

Esta campaña general se duplicó con una ofensiva furibunda a cada uno de los miembros del comité, tomados
individualmente, que se vieron atormentados por cartas, telegramas, llamados telefónicos, presionándolos para que
renunciaran. Mary McCarthy reprodujo la intensidad de la persecución:

“Detrás de estos llamados uno sentía que el Partido reunía sus fuerzas en formaciones disciplinadas, como una
flota o una armada que maniobra […] Se estaba ante la presencia de una campaña sistemática de llamados telefó-
nicos que apuntaban a obtener la renuncia de los miembros del comité. Todos esos llamados se hacían muy tarde
por la noche, a veces al alba, sobre todo si la persona era de edad avanzada. Los firmantes más destacados recibían
mensajes anónimos y amenazas”83.

Suzanne LaFollette escribió a Trotsky que Kenneth Durant84, el director de la agencia Tass, “ha sido el peor agresor”
en esta campaña y que había tenido “la audacia de amenazar a los miembros de nuestro comité insinuando sanciones de
parte de la Unión Soviética”85. Meyer Shapiro86 daba cuenta de un llamado del propio Kenneth Durant, que le había pre-
guntado si todavía era miembro del comité, informándole sobre varias renuncias y presionándolo “en tanto se sabe que es
Amigo de la URSS” para que también lo haga87. Louis Adamic, a quien su amigo Stolberg había enrolado en el comité sin
su acuerdo, se negó a enviar una carta solicitando que su nombre sea retirado, después de haber sufrido una gran presión
para renunciar al comité por parte de los estalinistas: “Si yo no renunciaba, eventualmente podría lamentarlo […] Me
dieron a entender que si yo quería ir a la URSS, no iba a poder obtener una visa. Mis libros no serían traducidos nunca
al ruso”88. James T. Farrell tuvo que dedicarse a sostener la moral vacilante de Ferdinand Lundberg89, el autor de America
Sixty Families, que fue objeto de una persecución permanente y de un chantaje con respecto a sus libros90.
New Masses, que hizo suya la carta de Hallgren, orquestó la campaña solicitando las renuncias a los liberales y a los
escritores. Publicó con prontitud la carta de tres renunciantes, Lewis Ganett, el crítico literario de New York Herald Tri-
bune, Sam Jaffee, un actor de la Broadway Production y Le Roy Rowman, un profesor de la Universidad de Columbia.
La revista anunció también que Jacob Billikopf91, un dirigente de la Amalgated Clothing Workers92, y Paul
Ward93, un colaborador de The Nation también han renunciado94. Las razones de los renunciantes eran diversas,
aunque todo parecía ser el resultado de la campaña de presión del PC.
El comité no se ha dejado impresionar y ha reaccionado vigorosamente con una serie de cartas y comunicados de
los que da cuenta el New York Times. Suzanne LaFollette respondió públicamente a Mauritz Hallgren: “El veredicto
de una corte no es necesariamente el veredicto de la historia, como lo demostró el ‘affaire Dreyfus’”. En las mentes de
muchas personas, los procesos y las ejecuciones “de viejos revolucionarios se han convertido en un sujeto de perturba-
ción y horror hasta que todos los hechos […] no sean esclarecidos y explicados de una forma aceptable para cualquier
inteligencia honesta”95. Demostrando la inconsistencia de la “lógica” de Hallgren, ella defendió la realización de una
Comisión Internacional de Investigación.
En una declaración pública, Horace M. Kallen y John Dewey reafirmaron los objetivos del comité. Esta decla-
ración, firmada por veintidós personas, fue reproducida en el New York Times y en el boletín del comité. La presión
que se ejerció sobre ellos para forzarlos a renunciar se basaba en una incomprensión de sus motivaciones: “No nos
ocupamos para nada de las opiniones de Trotsky […] nuestra única preocupación es garantizarle los derechos huma-
nos de manera íntegra ante la corte de la opinión pública”96.
En una carta a Trotsky, George Novack, el secretario del comité, realizó un balance de esta furiosa batalla que, al
fin de cuentas, fue un fracaso para el PC:

83 Mary McCarthy, op.cit. p. 111, 2628. (Nota de la edición en francés).


84 Kenneth Durant (1889-1972) era un periodista norteamericano, director de la rama estadounidense de la agencia de prensa soviética Tass
desde 1923 a 1944.
85 Suzanne LaFollette a Trotsky, 5 de marzo de 1937, H.L. (Nota de la edición en francés).
86 Meyer Schapiro (1904-1996) Historiador de Arte. Se dedicó al estudio del arte medieval y moderno.
87 Meyer Shapiro al comité, 8 de febrero de 1937, News Bulletin nº 4, 19 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés).
88 Louis Adamic, op. cit. p. 84. (Nota de la edición en francés).
89 Ferdinand Lundberg (1905-1995) fue un economista y periodista que estudió la historia de la riqueza y el poder en EE.UU.
90 Alan Wald, J.T. Farrell…, p. 67. (Nota de la edición en francés).
91 Jacob Billikopf (1882-1950) Nacido en Rusia, emigró a los Estados Unidos a los nueve años, donde fue una figura conocida a nivel nacional
como filántropo judío y en el campo del arbitraje laboral.
92 Amalgated Clothing Workers (Central Única de Trabajadores Textiles de Norteamérica), fue un sindicato conocido por su apoyo a un
“sindicalismo social” y a causas políticas. Dirigido por Sidney Hillman durante sus primeros treinta años, promovió la fundación del Congreso
de Organizaciones Industriales (CIO por sus siglas en inglés).
93 Paul Langdon Ward (1911 – 2005) Docente y académico estadounidense.
94 New Masses, 16 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés).
95 Suzanne LaFollette a los redactores del New York Times, febrero de 1937. New York. (Nota de la edición en francés).
96 New York Times, 8 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 27

“Quizás ya lo sepa, los estalinistas han organizado un contra-comité de intelectuales que han publicado una de-
claración en la prensa […] Este contra-comité no tiene un programa positivo suficiente como para ponerse un
nombre […] Su único objetivo es, por supuesto, desorganizar y destruir nuestro comité. En el transcurso de las
dos últimas semanas, han llevado adelante una increíble campaña de persecución contra nuestro comité, colec-
tivamente y contra cada uno de sus miembros. La fuerza y la extensión de esta campaña, de acuerdo a mi expe-
riencia, no tiene precedentes. El imprevisto ataque ha vuelto un poco incierto el resultado de la ‘guerra de cartas’.
Me gustaría tener talento literario para escribir una descripción completa de estos ‘Diez días que conmovieron
a nuestro comité’. Estoy contento de informarle que, después de dos semanas de violentos combates, nuestras
tropas han rechazado todos los ataques enemigos con pérdidas insignificantes y ahora retoman la ofensiva contra
los estalinistas, haciéndolos batir en retirada. Apenas nueve miembros han renunciado al comité, por diversas
razones, todas, por supuesto, instigados por los estalinistas. Hallgren, evidentemente, formaba parte de un golpe
deliberadamente montado por los estalinistas, para provocar una sangría en el comité. Los nueve miembros fue-
ron reemplazados por nuevos adherentes de mayor notoriedad”97.

Efectivamente, el comité salió fortalecido de la prueba: llegaron nuevas adhesiones y, en un mes, pasó de setenta
miembros a más de un centenar98. Se unieron al comité: Emmet E. Dorsey y Abraham Harris99, profesores en la Uni-
versidad de Howard, Franz Boas100, antropólogo de renombre mundial, Sidney Howard101, uno de los más famosos
dramaturgos del país, Suzanne LaFollette anunció a Trotsky la adhesión del pintor Joan Sloan102 que se consideraba
“particularmente calificado” para unirse al comité porque, escribió ella, “cuando usted estaba en Canadá en 1917, él
fue uno de los que escribieron al gobierno canadiense para que usted fuera autorizado a regresar a Rusia”103.
De hecho, lo que quebró notablemente la campaña de New Masses y el PC fue el considerable éxito del mitin del
9 de febrero en el Hipódromo de New York que reunió a más de 6.000 personas. Una enorme multitud se apretó
para escuchar a Trotsky, quien tenía que hablar por contacto telefónico desde México. ¿El principal acusado iba a
hacer oír su voz en plena Nueva York, en donde la tormenta arreciaba alrededor de su nombre? Se tomaron todas las
precauciones para que el texto del discurso llegara para el día del mitin, porque se temía lo peor. El suspenso duró
varias horas. Finalmente, el público no oirá la voz de Trotsky: una desconexión inexplicable, debida sin dudas a un
sabotaje, interrumpió la comunicación. El efecto fue dramático, y el auditorio escuchó en un silencio total, con el
aliento entrecortado, el magistral discurso de Trotsky leído por Max Shachtman. Los miembros del comité se infla-
maron con la fuerza del discurso de Trotsky, que lanzó un desafío al verdugo del Kremlin: “Yo declaro que si esta
comisión me declara culpable […] de antemano tomo el compromiso de entregarme a los verdugos de la GPU”104.
Herbert Solow calificó de “histórica” a esta reunión, que ha sido “la más emocionante, la más dramática y la más
sincera de toda una generación del movimiento obrero en Nueva York”105.

Liberales intimidados
Si bien la virulencia de los ataques de New Masses o de Soviet Russia Today casi no eran sorprendentes, se podría
esperar que revistas liberales tales como The Nation o The New Republic adoptaran una posición crítica respecto a los
Procesos de Moscú y dieran cuenta de las actividades del comité de manera más favorable.
Las primeras reacciones a los Procesos mostraban una orientación totalmente diferente. Después del segundo Pro-
ceso en enero de 1937, los redactores de The New Republic, Bruce Bliven106 y George Soule, no vieron ninguna razón

97 G. Novack a Trotsky, 15 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés).


98 News Bulletin nº4. (Nota de la edición en francés).
99 Emmett E. Dorsey (¿?) Politólogo. Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Howard. Abraham Lincoln Harris, Jr. (1899-1963),
fue el primer afroamericano en lograr fama como economista en los Estados Unidos. Su influencia se proyectó sobre campos tan dispares como
la antropología económica, los estudios afro americanos, la economía institucional, y la historia de las doctrinas económicas.
100 Franz Boas (1858-1942) Antropólogo de origen alemán. Docente de la Universidad de Columbia desde 1896 hasta su muerte, fue uno
de los principales organizadores de la profesión en los EE.UU. y el mentor de Margaret Mead, entre otros famosos antropólogos. Estableció
la antropología como disciplina académica en los EE.UU. Sus libros incluyen La mente del hombre primitivo (1911), Arte Primitivo (1927) y
Raza, Lengua y la Cultura (1940).
101 Sidney Howard (1891–1939) dramaturgo estadounidense.
102 John French Sloan (1871-1951) Pintor estadounidense. Era conocido por su pintura urbanista y la capacidad de capturar la esencia de
la vida barrial en Nueva York, a menudo a través de su ventana. Participó como dibujante en la prensa de los IWW y del Partido Socialista.
103 S. LaFollette a Trotsky, 5 de marzo de 1937, News Bulletin nº4. (Nota de la edición en francés.).
104 Trotsky, “Discours pour le meeting de New York” (“Discurso para el mitin de Nueva York”), Oeuvres, 12, p. 269. (Nota de la edición en francés).
105 H. Solow a Trotsky, 11 de febrero de 1937. H.L. (Nota de la edición en francés).
106 Bruce Bliven (1889-1977), editor de The New Republic entre 1930–1953.
28 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

para cuestionar las confesiones de los acusados. Si bien la culpabilidad de Trotsky no era concluyente, al contrario, no
quedaban dudas sobre la de los demás acusados. Aceptaron sin resistencia los artículos de Walter Duranty107, a quien le
abrieron las páginas de sus revistas. Malcolm Cowley, el crítico literario de The New Republic, que daba cuenta del infor-
me estenográfico del Proceso Pyatakov-Radek, mostró un cinismo particular al escribir que era el libro “más excitante”
que había leído en el año: “una mezcla de verdadera historia de detectives y de alta tragedia isabelina, con toques de co-
micidad”. También para él, las “confesiones eran totalmente sinceras, no hay dudas”108. Para los redactores de la revista,
“para cualquiera que viva en Nueva York, es imposible emitir un juicio de valor” sobre los Procesos. Afirmaban, muy
categóricamente, que la Comisión Internacional de Investigación reclamada por Trotsky no tenía ninguna posibilidad
de sesionar o de tener alguna utilidad, si nunca tuvo lugar. Los treinta y cuatro acusados del Proceso “ya estaban muertos
o en la sombra de la muerte”. Ante la comisión, Trotsky sería el único testigo y sus desmentidos, en esas condiciones, “no
serían más convincentes que los que ha publicado en la prensa”109. Los redactores liberales de The New Republic mostra-
ron sus verdaderas intenciones; eran muy sensibles al canto de sirena del Frente Popular, cuando escribían que “aquellos
que consagran su energía y su tiempo a criticar la política soviética” lo hacían en detrimento de la unidad necesaria en
Estados Unidos “para aportar las medidas” que impone la situación, “medidas” que no tienen “ninguna relación con la
culpabilidad o la inocencia de hombres condenados y ejecutados en Moscú”110.
Los miembros del comité reaccionaron y buscaron torcer la orientación de la revista, que estaba poco dispuesta
a recibir sus comunicados y sus artículos. James T. Farrell y John Chamberlain explicaron que su adhesión al comité
se basaba en una razón tan elemental como “que un hombre supuestamente es inocente hasta que se demuestre su
culpabilidad”111. Una decena de miembros del comité, todos colaboradores de The New Republic, se levantaron contra la
posición de la redacción que juzgaba “fútil” a la comisión de investigación. Se basaban en el ejemplo del contraproceso
que siguió al incendio del Reichstag. La comisión de investigación reunida en Londres era imparcial en la medida en que
“la aplastante mayoría de sus miembros no eran ni hitlerianos ni comunistas”. En el caso de los Procesos de Moscú, una
comisión encargada de “examinar las acusaciones, las pruebas y contra-pruebas es necesaria”112. En su respuesta, los re-
dactores de The New Republic persistían y afirmaban: una comisión de investigación sería parcial y generaría confusión.
Una comisión que tuviera algo de credibilidad debería tener el tiempo necesario para obtener pruebas y testimonios en
la propia URSS. Con una sola parte representada, el contraproceso “no serviría más que a la propaganda de Trotsky”113.
Por su parte, The Nation, después del primer Proceso de Moscú, planteó dudas: bajo “el guante de terciopelo” de
la nueva Constitución, era necesario “imaginar encontrarse con la mano de acero” del gobierno, lo que no impedía
que los redactores siguieran los pasos de Louis Fischer, quien afirmaba que en URSS “la dictadura está por morir
y una nueva democracia está por nacer”. En su editorial del 10 de octubre de 1936, la redacción reconocía que la
acusación contra Trotsky “de conspiración con la Gestapo” era “la más importante y la menos creíble”. Destacaba la
debilidad de las pruebas que descansaban únicamente en el testimonio de Olberg. Estas dudas tenían que desaparecer
luego de la renuncia al comité de Freda Kirchwey. En febrero de 1937, la redacción estimaba que se necesitará por
lo menos “un siglo para saber la verdad” sobre los Procesos de Moscú. Sobre la cuestión de la conspiración con los
países fascistas “no podemos más que esperar para poder formarnos una opinión”114.
La nueva orientación de The Nation estaba lejos de ser unánime en el seno de la redacción, que atravesaba una
crisis. Trotsky estaba muy bien informado de la situación por Suzanne LaFollette, quien había sido colaboradora de
la revista durante un tiempo. Ella dio a Trotsky un informe detallado sobre el estado de ánimo de la redacción y sobre
las posiciones de cada uno de sus miembros:

“El Partido Comunista tiene lacayos en todas partes –y a menudo en una posición que le permite causar destro-
zos. La situación en el seno del buró de The Nation es típica. Yo conozco muy bien a The Nation, ocupé un puesto
temporario el verano pasado. Freda Kirchwey, la redactora en jefe, es inteligente, pero está aterrorizada de tener
que enfrentar algún problema. Joseph Wood Krutch es inteligente y no tiene miedo, pero se interesa poco por
la línea política del periódico. Max Lerner está intimidado, no es inteligente y no está informado, un lamebotas

107 Walter Duranty (1884-1957) fue un periodista británico nacido en Liverpool, quien se desempeñó como jefe de la oficina en Moscú del
New York Times, desde 1922 a 1936. Ganó un Premio Pulitzer en 1932 por un conjunto de relatos escritos en 1931 en la Unión Soviética. Fue
duramente criticado por su negación de la hambruna en algunas partes de la Unión Soviética en la década de 1930.
108 Malcolm Cowley, “The Record of a trial”, The New Republic, 7 de abril de 1937. (Nota de la edición en francés).
109 “Another Russian trial”, The New Republic, 3 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés).
110 Ibid. (Nota de la edición en francés).
111 J.T. Farrell, J. Chamberlain, The New Republic, 24 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés.).
112 “Trotsky and the Russian trials”, The New Republic, 17 de marzo de 1937. La declaración fue firmada por: John Chamberlain, Eleanor
Clark, James T. Farrell, Marta Gruening, Louis Hacker, Suzanne LaFollette, Ludwig Lore, James Rorty, Clara Gruening-Stilman, Lionel Trill-
ing. (Nota de la edición en francés).
113 Ibid. (Nota de la edición en francés).
114 “Behind the Moscow trials”, The Nation, 6 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés).
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congénito que vive con el perpetuo terror de no lamer las botas adecuadas. Y en consecuencia, la fase actualmente
de moda del PC lo ha perturbado. Ha declarado que no podía tomar la responsabilidad de que Trotsky aparezca
como un colaborador regular de The Nation. Por supuesto, él pensaba en los estalinistas –porque nadie tenía
inconvenientes en esto […]
Maxwell Stewart, que ahora trabaja a tiempo parcial, es un hombre joven limitado y obstinado que hizo estudios
religiosos y nunca se arrepintió de ello. Habiendo reemplazado a Dios por el Partido Comunista, se traga toda la
teoría de la infalibilidad de Stalin[…]
Margaret Marshall quien es, de lejos, la persona más inteligente, más honesta y más valiente, lleva adelante una
lucha constante contra la influencia del estalinismo”115.

LaFollette informó a Trotsky sobre su experiencia en el seno del comité de redacción y le contó una anécdota
tan “divertida” como esclarecedora. Cuando Louis Fischer envió su artículo sobre la nueva Constitución soviética,
ella insistió porque se acompañe con una editorial crítica presentando una larga lista de preguntas que, según ella,
debían hacerse. Lerner y Stewart se opusieron a esto. Finalmente, la editorial fue confiada a Stewart quien “escribió
un artículo idiota que comprometía a The Nation, desde el punto de vista de que la nueva Constitución podía ser el
primer paso hacia ‘la extinción del estado’”.
Es Lerner quien escribe “el abyecto artículo sobre el segundo Proceso” que fue seguido por “un bombardeo de
cartas de colaboradores indignados”116.
Trotsky no quería prolongar por mucho tiempo sus relaciones con una revista que creía en la posibilidad de que él fue-
ra culpable. Por intermedio de la organización trotskista norteamericana, envió a The Nation una breve carta de ruptura:

“En el pasado, cada tanto, ustedes publicaban mis artículos. Incluso uno de ellos sirvió de pretexto para mi re-
clusión en Noruega. La editorial sobre la última falsificación de Moscú […] deshonra a vuestro periódico. Les ruego
que ya no me cuenten entre sus colaboradores”117.

Trotsky no dejará de condenar la actitud vergonzosa de The Nation y The New Republic, esos “santurrones” y
“lacayos” que “sirven de mediadores a los ejecutores de Stalin”. En marzo de 1938, se referirá ampliamente a esos
“predicadores de la verdad a medias” que no tenían ideas propias. La crisis de 1929 había sorprendido a esos “liberales
frívolos” obligándolos “a aferrarse a la URSS como a un salvavidas”, popularizando el principio de planificación “ma-
nipulando prudentemente ese contraveneno de la anarquía capitalista”. Sin programa de acción para Estados Unidos,
habían podido “cubrir su propio vacío por medio de una imagen idealizada de la URSS”118.
De hecho: “su ‘amistad’ con Moscú ha significado la reconciliación del liberalismo burgués con la burocracia que
había estrangulado la revolución de Octubre”119.

Plazos y vacilaciones
Trotsky estaba lejos de creer que su carta de ruptura a The Nation iba a ser la causa de un conflicto con sus propios
camaradas en el comité de defensa. El 11 de febrero, Solow le anunció que Freda Kirchwey llegó a México y tenía la
intención de visitarlo. Solow creía que sería bueno que Trotsky la recibiera, mencionando que en los últimos años,
ella estuvo mucho más ligada al lovestonismo que al estalinismo, pero que, en ese momento, sufría la presión de Lo-
uis Fischer y de Max Lerner, “un liberal que recientemente se ha convertido en un Amigo de la URSS”120. Pero lo que
más sorprendió a Trotsky es que Novack le escribió que sería “tácticamente inoportuno” enviar la carta de ruptura a
The Nation antes de haber hablado con Freda Kirchwey y que sería preferible escribir una carta más profunda, que la
revista se vería obligada a publicar121.
Harold Isaacs le informó que su carta fue “retenida” por las razones que explicó Novack pero, sobre todo, a causa
de la crisis interna que se desarrollaba en el comité de redacción, dividido, según él, en tres fracciones122.

115 S. LaFollette a Trotsky, 5 de marzo de 1937. (Nota de la edición en francés).


116 Ibid. (Nota de la edición en francés).
117 Trotsky, 10 de febrero de 1937, Oeuvres, 12, p. 289. (Nota de la edición en francés.).
118 Trotsky, “Les prêtres de la demie vérité” (“Los predicadores de la verdad a medias”), 19 de marzo de 1938, Oeuvres, 16, p. 340. (Nota de
la edición en francés).
119 Ibid. (Nota de la edición en francés).
120 H. Solow a Trotsky, 11 de febrero de 1937, H.L. (Nota de la edición en francés).
121 Novack a Trotsky, 15 de febrero de 1937, H.L. (Nota de la edición en francés).
122 H. Isaacs a Trotsky, 20 de febrero de 1937, H.L. (Nota de la edición en francés).
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Trotsky no tenía intenciones de recibir a la redactora en jefe de The Nation y le informó esto a Solow, un poco
fríamente:

“No deseo recibir a Freda Kirchwey. No puedo discutir personalmente con un hombre o una mujer que tiene dudas
sobre la cuestión de saber si yo soy aliado de Hitler o del Mikado. Le doy plena autorización para que mantenga esas
dudas con ella, no conmigo […] No puedo considerar a un burgués limitado como un super árbitro sobre mi trabajo
y mi vida. En el futuro, tomen en consideración estas cuestiones de antemano, se los ruego”123.

Trotsky se chocó contra la incomprensión de sus amigos políticos y de los miembros del comité. A Solow, que
se empecinaba y que lamentaba que él no quisiera discutir con “esas damas elegantes que se preguntan si él tiene
cuernos y una cola”, le contestó poniendo las cosas en su lugar:

“Vuestra actitud con respecto a mi carta a The Nation es falsa también. No soy un miembro del Comité para la
Defensa de León Trotsky, soy Trotsky. No es necesario que yo emplee ese lenguaje diplomático con la miserable
redacción de The Nation”124.

Con Harold Isaacs, se explicó a fondo, porque veía en este desacuerdo, como en otros puntos, una tendencia
peligrosa de adaptación al ánimo de los liberales:

“Vuestra carta de explicación con respecto a la cuestión de The Nation me demuestra que el desacuerdo es más
serio que el que creí. Usted cita la acción, o la preparación de la acción de los Krutch, Willard, etc. como prueba
que es necesario que nosotros permanezcamos tranquilos y prudentes para no perturbar su digestión. Si usted
no quiere seguir siendo empírico y elevar la cuestión a un plano general, usted estará obligado a decir: para no
molestar a los vacilantes y que sigan vacilando, los revolucionarios deben quedarse callados, o en términos más
sociológicos, se invita a los obreros revolucionarios a no luchar con energía para no perturbar a los burgueses libe-
rales. Usted es el único de mis corresponsales norteamericanos (y ese es vuestro mérito) que me da una explicación
política de la ‘confiscación’ de mi carta. Los demás se conforman con escribir: no es conveniente, poco prudente,
etc. Pero sus explicaciones, mi querido Isaacs, son oportunistas. Creo que nuestro deber elemental es decir lo que
es: el comité de redacción de The Nation es deshonesto, y no puedo permanecer ni un solo instante más en la lista
de colaboradores de este periódico. Al decir así lo que es, obligo a los liberales verdaderamente honestos de ese
equipo a acelerar su ‘autodeterminación’”125.

Waldo Frank126, un compañero de ruta del PC, conmovido por los Procesos, pero indeciso, tuvo la oportunidad de
ser recibido por Trotsky el 26 de febrero. Pero la entrevista se reveló poco fructífera e incluso francamente frustrante.
Luego de una segunda entrevista el 2 de marzo, Waldo Frank hizo una declaración preliminar a su entrevistado diciendo
que reconocía la necesidad de una Comisión de Investigación y comprometiéndose, a su regreso a Nueva York, a tomar
posición a favor de Trotsky públicamente. Después de una larga discusión referida a temas de la Comintern, del Frente
Popular, de la entrada de los trotskistas en el Partido Socialista y de la crítica de la prensa reaccionaria, Trotsky se mostró
más optimista. Presionó a los miembros del comité a tomar contacto con el escritor, porque le había parecido que el
resultado de esta discusión general era prometedor para el futuro. Pero sólo el futuro podía decidir127. Efectivamente, el
futuro decidirá. A su regreso, Waldo Frank declaró que Trotsky era un “loco” que creía detentar la verdad. Después de la
sesión de la Comisión Preliminar de Investigación presidida por Dewey, tomó posición en The New Republic a favor de
una comisión de investigación “imparcial” compuesta por representantes de la II y de la III Internacional128.

Movilización general: la formación de la Comisión Dewey


Todas estas discusiones hicieron perder un tiempo valioso. La preparación de la Comisión también estaba retra-
sada por la elaboración de estatutos, en la que participaba Solow, que buscaba una comisión ideal. Trotsky se intran-

123 Trotsky a H. Solow, 18 de febrero de 1937, Oeuvres, 12, p. 322-323. (Nota de la edición en francés).
124 Trotsky a H. Solow, 26 de febrero de 1937, Oeuvres, 12, p. 373. (Nota de la edición en francés).
125 Trotsky a H. Isaacs, 5 de marzo de 1937, Oeuvres, 13, p. 32-22(Nota de la edición en francés).
126 Waldo Frank (1889-1967) fue un prolífico novelista, historiador, crítico literario y social. Conocido por sus estudios sobre literatura
española y latinoamericana, Frank se desempeñó como presidente del primer Congreso de Escritores Norteamericanos (abril de 1935) y se
convirtió en el primer presidente de la Liga de Escritores Norteamericanos.
127 Trotsky, carta a Solow, Novack, Isaacs, Shachtman, 2 de marzo de 1937. (Nota de la edición en francés).
128 Waldo Frank, The New Republic, 12 de mayo de 1937. (Nota de la edición en francés).
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quilizó por el estado de ánimo que reinaba en el comité y sobre todo, entre los trotskistas de Nueva York. Criticó
el proyecto de estatutos elaborado por Solow que le parecía demasiado orientado “hacia los liberales vacilantes, que
estarían felices eternizando sus posiciones como super árbitros” y no hacia los trabajadores que deseaban una respues-
ta clara a la pregunta: “¿Trotsky es aliado del fascismo o Stalin es un crápula?”129
Trotsky se impacientó. Varias iniciativas, provenientes de organizaciones influenciadas o controladas por los partidos
comunistas, le hacían temer lo peor. Ellas indicaban que Moscú podía tener la intención de romper el comité. Este último
había abierto la puerta a una Comisión de Investigación ante la opinión mundial en la que los estalinistas se arriesgaban a
entrometerse, aprovechando el retraso ocurrido en New York y en Europa. Veía los síntomas en la iniciativa del Frente de
Abogados Socialistas que intentaba poner en marcha una comisión de investigación en México. Igualmente, interpretaba
el viaje de Malraux a Estados Unidos como una maniobra para desacreditar la comisión, quizás con la ayuda de The Nation
y The New Republic. El peligro era grande. Presionó a Suzanne LaFollette para que acelerara los preparativos de la comisión
y para dar un decisivo paso adelante. Es “utópico”, escribió, “imaginar una comisión ideal por encima de cualquier crítica
y de cualquier reproche”130. La comisión debía ganar autoridad por su trabajo, basándose en los hechos, la lógica y los
documentos que “están de su lado”. Esta tarea podía ser cumplida por una comisión modesta, al comienzo. Trotsky era
categórico: “hay que dar el primer paso en las dos próximas semanas”, el comité “no tiene derecho a perder ni una hora”131.
Al límite de su paciencia, Trotsky envió una copia de su carta a Suzanne LaFollette y a Shachtman y amenazó a
sus amigos políticos de romper toda colaboración con ellos.

“Debo decirles que la seriedad y la energía de los camaradas en esta cuestión en el curso de los próximos días, para
mí, son la condición sine qua non de nuestra colaboración ulterior”132.

La advertencia fue brutal y tuvo el efecto deseado. Suzanne LaFollette le escribió:

“Vuestra carta hizo el efecto de una descarga de dinamita y pienso que necesitábamos eso. Por supuesto, usted
tiene razón, no podemos esperar una comisión ideal”133.

Dos días después de la carta de Trotsky, el comité mantuvo una reunión para entrar en movimiento y adoptó un
plan de acción. Los miembros del comité se repartieron las personalidades a contactar. Suzanne LaFollette tuvo una
larga discusión con Oswald Garrisson Willard134, uno de los más viejos redactores de The Nation, pero él se excusó
por su edad, su debilidad y el terrible trabajo y se negó a participar en la comisión. También ella viajó a Washington
para encontrarse con el gran historiador Charles Beard135. Después de largas horas de discusión, este último también
se negó. Ni la intervención de Norman Thomas ni la de Dewey llegaron a hacerlo cambiar de decisión136. Esto fue,
por supuesto, muy decepcionante para los miembros del comité y para Trotsky, porque la presencia de Beard habría
realzado indiscutiblemente el prestigio y la autoridad de la Comisión.
Lo más importante era convencer a John Dewey. Sidney Hook, para gran decepción de Morrow y de Solow, tenía
dudas de convencerlo, porque, desde hace años, él lo apuraba para que termine su obra: Logic: The Theory of Inquiry.
Hook, finalmente, arregló una entrevista entre el filósofo y James P. Cannon, acompañado por Georges Novack. Al
principio, Dewey se negó categóricamente argumentando su avanzada edad –tenía 78 años, tenía que terminar su obra-
y también, las objeciones de su familia. Después de una hora de discusión, Cannon y Novack lo convencieron. Dewey
estaba muy impresionado por la carta de Trotsky a Suzanne LaFollette. Al final de la entrevista, declaró a sus visitantes:
“Ustedes han hecho posible lo que yo no creía antes de que llegaran. Han hecho que se vuelva imposible para mí no ir a
México”137. De hecho, la presión y el chantaje ejercido por el Partido Comunista sobre él y los miembros de su framilia,
pesaron en la balanza, sin dudas, tanto como los argumentos de Cannon138.
129 Trotsky a H. Solow, 26 de febrero de 1937, Oeuvres, 12, p. 373. (Nota de la edición en francés).
130 Trotsky a Suzanne LaFollette, 15 de marzo de 1937, Oeuvres, 13, p. 87. (Nota de la edición en francés).
131 Ibid, p. 89. Trotsky a Shachtman, 15 de marzo de 1937. (Nota de la edición en francés).
132 Ibid, p. 90. (Nota de la edición en francés).
133 S. LaFollette a Trotsky, 18 de marzo de 1937, H.L. (Nota de la edición en francés).
134 Oswald Garrinson Villard (1872-1949) fue un periodista estadounidense de renombre. Escribió en The Nation, que era propiedad de su
padre, un magnate ferroviario desde 1894 hasta 1935.
135 Charles Austin Beard (1874-1948) Fue no de los historiadores norteamericanos más influyentes de la primera mitad del siglo XX. Sus
obras incluyen una reevaluación radical de los “padres fundadores” de Estados Unidos, que afirmaba, estuvieron motivados por cuestiones
económicas más que por principios filosóficos.
136 Pierre Broué, « L´historien devant la vie: Charles Beard et l´enquête sur les procès de Moscou », (“El historiador frente a la vida : Charles
Beard y la investigación sobre los Procesos de Moscú”) Cahiers Léon Trotsky, nº 19, septiembre 1984. (Nota de la edición en francés).
137 G. Novack a Trotsky, 22 de marzo de 1937. H.L. (Nota de la edición en francés).
138 Hook da su versión de la entrevista. Ironiza al escribir que Dewey no se había dejado atrapar por el “encanto” de Cannon y se había
decepcionado por “la ultrajante adulación” de este último. Hook da cuenta de las presiones ejercidas sobre Dewey y su hijo. Hook, op. cit.,
p. 228-229. (Nota de la edición en francés).
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En un largo informe a Trotsky, Novack describió el balance de las gestiones y de la intensa actividad desplegada
por el comité. Se contactó a más de una veintena de personas, entre ellos, Frank P. Walsh139, el abogado de Tom
Mooney y Paul Hays140, profesor de derecho en la Universidad de Columbia.
Por su parte, Hook le pidió participación a Bertrand Russell141, quien había dado su firma para el derecho de asilo,
pero no quiso formar parte de la Comisión. Desde febrero de 1937, había mantenido una correspondencia con Albert
Einstein142, quien temía que una comisión unilateral sólo “sirva para la propaganda de la causa de Trotsky” sin la posibi-
lidad de “arribar a un veredicto correctamente fundamentado”. Lo visitó en Princeton, con Ben Stolberg, pero no logró
convencerlo. En un momento de la discusión, Einstein declaró que, desde su punto de vista, “Stalin y Trotsky eran dos
gángsteres políticos” lo que hizo sobresaltar al ardiente Stolberg. Según el historiador, el sabio eludía la cuestión. Solo, a
fin de cuentas, el filósofo había sabido vencer la edad y las presiones morales, incluidas las de su entorno.
James T. Farrell también había sido sondeado para servir en la comisión, pero Suzanne LaFollette y Stolberg se
opusieron, porque el escritor había dado demasiados testimonios sobre su acuerdo político con Trotsky. Finalmente,
en la comisión participan: John Dewey, Suzanne LaFollette, Ben Stolberg, Otto Ruehle, que vivía en México. Se
eligió un abogado, John Finerty, que había defendido a Sacco y Vanzetti. A último momento, Stolberg invitó a su
amigo Carleton Beals, ignorando visiblemente la relación de este último con Lombardo Toledano, el dirigente sindi-
cal mexicano. Beals era una bomba de tiempo que estallaría en México, sorprendiendo a todo el mundo. El comité
envió dos representantes al lugar: Charles Walker143 y Solow, encargados de la preparación técnica de la comisión.
El 2 de abril, en New York, John Dewey, James T. Farrell y un pequeño grupo de comisionados subieron a bordo
del tren que los llevará a México, vía Saint Louis. Para esos tiempos sombríos, en donde reinaban el terror y el asesi-
nato político, el tren llevaba un nombre irónico y predestinado a la vez: Sunshine Special.
Con la apertura de las sesiones de la comisión preliminar de investigación que interrogó a Trotsky del 10 al 17 de
abril de 1937, se abrió un nuevo capítulo de la historia de los intelectuales y de la Comisión Dewey144. El éxito ob-
tenido por la comisión preliminar y la publicación de The Case of Leon Trotsky, saludado por Edmund Wilson como
“uno de las más grandes reportajes históricos jamás realizadas” iba a suscitar muchas reacciones. El tercer proceso de
Moscú, en marzo de 1938, como el veredicto final de la comisión, volvían a lanzar la “guerra de cartas” pero, esta vez,
el ardor de los defensores de “la justicia de Moscú” se había debilitado notablemente. La convicción de The Nation,
que había calificado a la Comisión como una “pérdida de tiempo”, se debilitaba seriamente.
Pero el capítulo final de esta historia desembocó en una crisis general que afectó tanto a los partidarios como a los
adversarios de la Comisión Dewey. Muchos intelectuales, por no decir la aplastante mayoría, veían en los Procesos
de Moscú y en los crímenes del estalinismo una prolongación natural del bolchevismo, incluso para algunos como
Edmund Wilson, “un hundimiento del marxismo”. El pacto germano-soviético iba a arrojar un puñado de sal en las
llagas abiertas de la intelligentsia. El séquito de compañeros de ruta que se mantuvo detrás de Corliss Lamont iba a
desintegrarse. Pero, por otro lado, una buena parte de los intelectuales que habían apoyado el comité y la Comisión
de Investigación iban a reencontrarse en el Comité por la Libertad Cultural (The Committee for Cultural Freedom)
fundado por iniciativa de Hook y que identificaba el fascismo con el comunismo. Mientras que se acumulaban los
nubarrones de una Segunda Guerra Mundial, sólo una pequeña minoría conservaba una firme convicción en el fu-
turo del socialismo.

139 Patrick Francis “Frank” Walsh (1864 - 1939) fue un abogado estadounidense. Se destacó especialmente por su defensa de causas progre-
sistas, incluyendo condiciones de trabajo dignas, un salario digno para los trabajadores y la igualdad de oportunidades y de empleo para todos,
incluida las mujeres. Fue nombrado a varios comités de alto nivel para investigar e informar sobre las condiciones de trabajo. También fue
activo en la defensa de la causa independentista Irlandesa.
140 Paul Raymond Hays (1903-1980) fue un juez de la Corte de Apelaciones. Fue profesor de derecho en la Universidad de Columbia desde
1936 hasta 1961.
141 Bertrand Arthur William Russell (1872-1970) filósofo, matemático, historiador, pacifista, socialista y crítico social británico. Pasó la
mayor parte de su vida en Inglaterra.
142 Albert Einstein (1879-1955) Físico, filósofo y autor, considerado como uno de los científicos e intelectuales más influyentes y conocidos
de todos los tiempos. De origen alemán-suizo, es el padre de la física moderna. En 1921 recibió el Premio Nobel de Física. 
143 Charles R. Walker (1893-1974) Historiador estadounidense. Peleó en la Primera Guerra Mundial. Fue asistente y editor asociado de
la Atlantic Monthly (1922-1923), The Independent (1924-1925), y The Bookman (1928 - 1929) y director de investigación de una serie de
organizaciones. Sus propios escritos se ocupan de diversos aspectos de la automatización y la historia industrial. También tradujo una serie de
dramas de Sófocles, y escribió novelas y libros de investigación histórica, entre ellos American City, A Rank and File history of Minneapolis. Para
este último, el autor se traslado a Minneapolis para poder dar cuenta de el proceso de las huelgas de 1934 y la posterior radicalización obrera
en toda la región del Noroeste norteamericano. Walker se casó con Adelaida George Haley (que militaba en la corriente trotskista) en 1928.
144 Sobre las audiencias de la comisión preliminar, se puede leer el notable artículo de Alan Wald, “La commission Dewey, quarante ans
après”, Cahiers Léon Trotsky, nº 3, septiembre de 1979. (Nota de la edición en francés).
El combate oculto en Trotsky y Dewey1
Fréderik Douzet

Luego de los Procesos de Moscú, en la intelligentsia de New York flota un malestar, forjando divisiones por un lado,
y soldando solidaridades por otro, por una causa excepcional, el desmantelamiento de una de las mayores imposturas
de la historia. Estrellas entre los intelectuales prestigiosos, pensadores con aura internacional, dos de los más grandes se
unieron para luchar contra la mentira. Haciendo converger sus fuerzas, decididos a establecer la verdad, John Dewey y
León Trotsky se ligaron para siempre mediante la creación de la Comisión de Investigación sobre los Procesos de Moscú.
En el momento en que Stalin, durante los Procesos, inculpó a la casi totalidad de los dirigentes de la revolución
rusa, cuando éstos confesaban su culpabilidad, cuando Trotsky era acusado de todas las traiciones e infamias, aunque
él representaba la esperanza de una revolución internacional que los liberales no deseaban, el gran John Dewey, emi-
nente liberal norteamericano, encarnación de la integridad y la moral, descendió de las altas esferas de su reflexión
para entrar de lleno en la política y en el juego poco gratificante de la realidad política. ¿Por qué? ¿Por qué un hom-
bre como Dewey, al abrigo de las críticas y de las bajezas de la política, descendió de su pedestal para defender a su
principal adversario? ¿Por qué aceptó este rol agobiante del que no podía esperar nada?
No faltaron respuestas en ese momento. Sin embargo, un hombre de la dimensión intelectual del viejo liberal
no puede comprometerse por fuera de motivaciones profundas. Al estudiar el marco de estos Procesos y del Con-
traproceso ¿no se puede distinguir una voluntad que iba más lejos que la de establecer simplemente la verdad? ¿Qué
es lo que creyó correcto? Las respuestas se encuentran, aparentemente, en parte en el informe de las audiencias de
Coyoacán, así como en los textos escritos luego, en donde ambos expusieron sus conclusiones del proceso.

Hombres e ideas
El Contraproceso de Moscú puso frente a frente a dos gigantes del pensamiento político: Dewey y Trotsky. Antes de
entender cómo llegaron a estar reunidos estos dos hombres por un mismo objetivo, es necesario captar no sólo la realidad
de los Procesos de Moscú, sino el contexto de crisis y de confusión que generaron en la intelligentsia norteamericana.
El año 1936 fue rico en acontecimientos históricos. En los años precedentes, la conjunción entre el ascenso del
nazismo y la crisis económica que padecen los países capitalistas de conjunto, desorienta a muchos intelectuales.
Muchos recurren la URSS, en donde creen ver un modelo. La crisis de 1929 fue un catalizador a ese renovado in-
terés por la revolución rusa y una parte de los intelectuales giró a la izquierda. El modelo soviético con su economía
planificada, sin desempleo, se opone al caos que reina en EEUU. Moscú aparece como la nueva “tierra prometida”.
La intelligentsia obtiene cierto bienestar del desastre. Edmund Wilson escribe:

“Estos años no son deprimentes sino estimulantes [y] dan un nuevo sentido de la libertad”2.

T. R. Poole resumirá en una buena fórmula:

“La esperanza de un nuevo mundo surgido de las cenizas de la civilización-business calcinada”3.

Los intelectuales buscan “considerar el comunismo por los comunistas”. Arthur Koestler4 asegura: “Ellos son el
futuro, nosotros el pasado”. Piensan que los dirigentes soviéticos están dispuestos a sustituir la mentalidad individua-
lista de la era burguesa por una mentalidad social y colectiva.

1Traducido de Cahiers Léon Trotsky nº 42, julio de 1990 por Rossana Cortez.
2 Edmund Wilson, “The Literary Consequences of the Crash”, The Shores of Light, 1952, p. 207. (Nota de la edición en francés).
3 T. R. Poole, Counter-Trials: Leon Trotsky on the Soviet Purge, p. 206. (Nota de la edición en francés).
4 Arthur Koestler (1905-1983) Novelista, ensayista y periodista húngaro. Estudió en la Universidad de Viena. Durante los años 1920-30, tra-
bajó como corresponsal extranjero para diversos periódicos europeos. Se afilió al Partido Comunista en 1931 pero lo abandonó, profundamen-
te desilusionado, en 1937. Participó en la Segunda Guerra Mundial con el Ejército británico y más tarde se convirtió en ciudadano británico.
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También el ascenso de la Alemania hitleriana no hace más que profundizar la implicancia emocional en la URSS.
Los enemigos de la URSS en Norteamérica y en la escena internacional también eran los enemigos de los liberales.
Cuando, en 1936, estalla la guerra civil española, Norman Thomas y otros intelectuales aseguran que “ayudar a
la España republicana no es un acto de generosidad, es una deuda de honor”5. Conjugado con el primer Proceso de
Moscú, que se desarrolla del 19 al 24 de agosto de 1936, este hecho plantea una grave cuestión a los liberales.
La URSS de 1936 molesta: la hambruna de 1932-33, el internamiento en campos de trabajo, el “affaire” Kirov,
son hechos que les quedan atravesados en la garganta a los liberales. “Uno de los peores inconvenientes para ser
estalinista hoy, es que uno tiene que defender tantas mentiras” subraya E. Wilson6. Ahora bien, no todos quieren
defender estas mentiras. Aún cuando para muchos, en 1937, los Procesos no tenían gran importancia, aún cuando
las circunstancias hacían que la búsqueda de la verdad no fuera una causa popular del ambiente de los años ´30, se
entabló una batalla. Naturalmente, la solidaridad con la izquierda no fue destruida, pero los Procesos la sacudieron
fuertemente y la dividieron en campos opuestos. Los “progresistas” estaban forzados a honrar o a ignorar los princi-
pios liberales como el asilo político o el derecho de todo acusado a ser escuchado para defenderse. La complejidad
de la elección residía en ese dilema mortal expuesto por Waldo Frank7 a Trotsky: “Me entristece creer que usted esté
aliado a los fascistas, pero también me da tristeza entender que Stalin haya hecho una falsificación tan monstruosa”8.
A juzgar por el número de intelectuales que fueron concientes de este dilema, se puede pensar, junto con Philip
Rahv9, que el Proceso no era el que Stalin había hecho contra los revolucionarios, sino verdaderamente “el Proceso
de la mente y de la conciencia humana”10.
Los intelectuales que estaban comprometidos con la tradición y los principios liberales del derecho de asilo y de la
defensa de las libertades se dividieron en dos campos. Dentro de la prensa neoyorquina, las reacciones al Proceso de
Zinoviev y Kamenev fueron diversas, reveladoras del estado de los intelectuales. New Masses, ante los Procesos de Moscú
titula “La cloaca de Trotsky”11: Los crímenes de Stalin habrían sido la respuesta a una acción contrarrevolucionaria. El
periódico de los partidarios de Trotsky, Socialist Appeal, definió el objetivo de los Procesos como la voluntad de desacre-
ditar a Trotsky. En cuanto a los órganos liberales, The Nation y The New Republic, mostraban miedo y confusión. Louis
Fischer manifestó la esperanza de que la nueva constitución, “la más democrática del mundo”, inaugurara un período
de Ley. El desmentido no tardó en llegar y ya los liberales tenían dudas en cuanto a la integridad de los Procesos.
El Proceso Zinoviev-Kamenev provocó dudas y confusión dentro de la intelligentsia. Este invitó, más que a la
aspiración de examinar las acusaciones o de buscar explicaciones, a una nueva orientación sobre la posibilidad de
integrar a la URSS en el frente antifascista. Los órganos liberales, repartiendo equitativamente la culpa entre Stalin
y Trotsky, nunca superaron el estadio del justo medio que los preservaba del compromiso. Esta actitud, lejos de ser
constructiva, sólo tuvo por efecto socavar los esfuerzos de Dewey en su búsqueda de la verdad.
La intelligentsia se comprometió contra el fascismo, creando un momento de solidaridad sin críticas por la causa
sagrada. Por lo tanto, la importancia que podían tener los Procesos, sin duda, fue ampliamente subestimada.
Efectivamente, el conflicto Trotsky-Stalin ofrecía una verdadera elección política, incluso moral. Trotsky era a la
vez “la derrota política más impresionante de la época”, “el renegado caído”. Según Frederick Schuman12, “el Oc-
cidente democrático debía secar sus lágrimas por los héroes caídos y aceptar la mano tendida de Moscú”. Entonces
¿mártir o renegado?13. La reputación de Trotsky exacerbó las divisiones y New Republic se complació en recordar que
él era el hombre de la revolución comunista, en todos los países, tan pronto como fuera posible.
Pero Trotsky también era un intelectual brillante, reconocido internacionalmente y gozaba de un gran prestigio en el
ambiente intelectual norteamericano. A semejanza de John Reed antes de su prematura muerte, los Raymond Robins14,

5 Citado por Warren, Liberals and Communists, p. 142. (Nota de la edición en francés).
6 E. Wilson, “American Critics, Left and Right”, Shores of Light, p. 648. (Nota de la edición en francés).
7 Waldo Frank (1889-1967) fue un prolífico novelista, historiador, crítico literario y social, conocido por sus estudios sobre literatura española
y latinoamericana. Se desempeñó como presidente del primer Congreso de Escritores Norteamericanos (abril de 1935) y se convirtió en el
primer presidente de la Liga de Escritores Norteamericanos.
8 Citado por Georges Novack, “Radical Intellectuals in the 30´s”, International Socialist Review, marzo-abril de 1963, p. 29. (Nota de la edición
en francés).
9 Iván Greenberg apodado Philip Rahv (1908 - 1973) Crítico literario y ensayista. Nació en Ucrania, en una familia judía. Fue a Estados
Unidos a través de Palestina y trabajó como profesor de hebreo. Se unió al Partido Comunista de Estados Unidos en 1932. Fue fundador de
Partisan Review junto con William Phillips en 1933. La revista rompió con la línea soviética en 1937 a raíz de los Procesos de Moscú. y a partir
de entonces, mantuvo una disputa permanente con los estalinistas del Frente Popular. Como publicación independiente, Partisan Review se
convirtió en la revista literaria más influyente de la época.
10 P. Rahv, “Trials of the Mind”, Partisan Review, IV, abril de 1938, p. 4. (Nota de la edición en francés).
11 “The Trotsky Cesspool”, New Masses, 1 de septiembre de 1936, p. 10-11. (Nota de la edición en francés).
12 Frederick Lewis Schuman (1904-1981) Historiador estadounidense, politólogo y académico. Profesor en Historia del Williams College,
una de la universidades más viejas de ese país.
13 Frederick L. Schuman, “L. Trotsky, Martyr or Renegade?”, Southern Review, 3, 1937. (Nota de la edición en francés).
14 Raymond Robins (1873-1954) era el representante de la Cruz Roja Norteamericana en Rusia al momento de la toma del poder por los
bolcheviques. Durante los años de la guerra civil, fue el representante ipso facto de la diplomacia norteamericano en la Rusia de los Soviets.
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Max Eastman15, Louis Hacker16, John dos Passos17, veían en él la unión del pensamiento y de la acción. El controverti-
do personaje de Trotsky contribuyó a la parálisis de los intelectuales de los años ’30 frente al problema de los Procesos
de Moscú.
Uno de los principales factores de confusión e inacción fue la simpatía por la URSS que existía a mediados y a fi-
nes de los años ´30. Malcolm Cowley lo confesará: “siempre es una tentación creer lo mejor sobre nuestros aliados”18.
Otra razón del agobiante silencio de los norteamericanos es, según Alan Wald, que algunos pensadores liberales han
trabajado para hacer tolerables procedimientos antidemocráticos que nunca habrían sido aceptados en Estados Uni-
dos. Walter Duranty19 y Louis Fischer20 recurrirán como justificación a las viejas teorías racistas del alma eslava21.
Pero el factor más desmovilizador quizás fue el miedo a enfrentar una verdad que molesta, en una situación en la
que James T. Farrell descubría la importancia del tema:
“Si el veredicto oficial de los Procesos se revelara cierto, los colaboradores de Lenin y los dirigentes de la revo-
lución rusa deberían ser considerados como una de las peores bandas de delincuentes de la historia; si los Procesos
eran un golpe montado, entonces los dirigentes de la Rusia soviética habrían perpetrado uno de los más monstruosos
golpes montados de toda la historia”22.
Por un momento, entre los liberales, la fe democrática había tomado la forma de una fe en las promesas de los
dirigentes soviéticos. El terror de los Procesos espantó a muchas de esas almas impregnadas de humanidad y sembró
el pánico y la confusión entre sus filas.
Finalmente, John Dewey fue el que tuvo la reacción más simple y más valiente: buscar la verdad.

John Dewey, liberal inminente


John Dewey, a los 78 años, era considerado en EEUU como el jefe del liberalismo, “la conciencia liberal de
EEUU”23. Era el liberal norteamericano más eminente. Autoridad íntegra, su virtud era inatacable y su prestigio
inmaculado.
Dedicó su vida al liberalismo, la filosofía, la enseñanza y la pedagogía. Intelectual de gran dimensión, llegó a su ve-
jez gozando de un aura indiscutible y se creía en pleno derecho de llegar a la sabiduría de un bien merecido descanso.
Precisamente, Dewey va a servirse de su aura cuando decide, para sorpresa general, contra todos, bajar de su púl-
pito venerado a riesgo de ver deteriorada su legendaria integridad. Semejante acto político, en tales condiciones, es
ante todo, personal ¿Cuáles fueron sus motivaciones? Es en relación a la concepción de la revolución rusa y a sus diri-
gentes, y a las profundas convicciones liberales de Dewey y de la coyuntura, que podremos intentar sacarlas a la luz.

Republicano representante del progresive movement de principios de siglo. Era un ferviente anti bolchevique, sin embargo, colaboró con los
soviets y trabajó para atraer capitales norteamericanos durante la NEP. El autor William Hard (1878-1962) escribió en 1920, un libro sobre
las experiencias de Robins en la URSS Raymond Robins own story. http://net.lib.byu.edu/estu/wwi/memoir/robins/robins1.htm.
15 Max Eastman Forrester (1883-1969) Escritor estadounidense. Estudió, junto con Sidney Hook, en la Universidad de Columbia, con John
Dewey como profesor. Comprometido desde su juventud con causas sociales como el sufragio de la mujer, 1923 hizo un viaje de investigación
a la Unión Soviética, en donde se quedó más de un año. Adhirió desde temprano a la Oposición de Izquierda. Sin embargo, rompió en los
‘30, y a partir de 1941 trabajó como editor de la revista Reader’s Digest, una posición que ocupará durante el resto de su vida. En los años ´50
apoyó activamente el maccarthismo.
16 Louis Morton Hacker (1899-1987), historiador norteamericano, cuyo mentor fue Charles A. Beard en la Universidad de Columbia. Pu-
blicó numerosas críticas hacia el New Deal. Rechazó los esfuerzos de los estudiosos de finales del siglo XIX por descubrir una “objetividad”
histórica y prefirió examinar el pasado teniendo en cuanta las problemáticas actuales. Fue también un activista político. Luego de la Segunda
Guerra Mundial, se volvió conservador.
17 John Dos Passos (1896-1970) Escritor estadounidense de renombre. Su novela de 1925 sobre la vida en Nueva York, titulada Manhattan
Transfer, fue un éxito comercial e introdujo técnicas experimentales (stream-of-consciousness). Ya en ese entonces, se consideraba un revo-
lucionario social. Escribió con admiración sobre los Wobblies (IWW) y la injusticia de las condenas penales a Sacco y Vanzetti, y se unió a
otras personalidades destacadas en Estados Unidos y Europa en una fallida campaña para revocar sus sentencias de muerte. En 1928, Dos
Passos pasó varios meses en Rusia. En 1935 rompió con la Liga de Escritores Norteamericanos, impulsada por el PC. En 1937, fue a España
con Hemingway durante la Guerra Civil española. Dos Passos rompió con Hemingway por la actitud displicente de este último hacia la
propaganda estalinista, incluyendo el encubrimiento de la responsabilidad soviética en el asesinato de José Robles, amigo de Dos Passos y
traductor de sus obras al español. Entre sus principales obras figuran la mencionada Manhattan Transfer (1925) Facing the Chair (1927) Orient
Express (1927) La trilogía U.S.A. (1938) incluye The 42nd Parallel (1930) Nineteen Nineteen (1932) The Big Money (1936).
18 M. Cowley, And I worked at the Writer: Chapters of a Literary History 1918-1978, p. 50-51. (Nota de la edición en francés).
19 Walter Duranty (1884-1957) Durante muchos años fue corresponsal del New York Times en Moscú. Apoyaba a los estalinistas contra la
Oposición y defendió los Procesos de Moscú.
20 Louis Fischer (1896-1970) fue un periodista norteamericano, apologista del estalinismo, en la década de 1950 termino convirtiéndose en
un acérrimo anticomunista.
21 Citado por Aarón, Writers on the Left, p. 173. (Nota de la edición en francés).
22 James T. Farrell, “Dewey in Mexico”, Reflection at Fifty, p. 104. (Nota de la edición en francés).
23 Poole, op. cit. p. 302. (Nota de la edición en francés).
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Dewey, la Revolución Rusa y sus dirigentes


Al principio, Dewey tuvo una actitud favorable con respecto a la revolución rusa. La vivía como una gran ex-
periencia social. El investigador liberal, gran pedagogo apasionado, abordó el acontecimiento desde este ángulo y le
prestó mucha atención a la evolución de la situación.
Dewey, en parte, adoptó el punto de vista de los liberales sobre la Unión Soviética. Luego de una visita a la URSS
acompañado por educadores, en 1928-1929, publicó impresiones más bien positivas.
El futuro de Rusia se revelaba a través de la inmensa obra que desarrollaba. Un laboratorio pedagógico de seme-
jante dimensión no podía más que hacer vibrar la fibra investigadora de este especialista liberal. Dewey prefería
ver desarrollar esta experiencia en Rusia más que en su propio país. Esto no le impedía pensar que las lecciones del
estudio de la revolución rusa podían ser aprovechables. Al producir algo distinto que una cultura de uso privado, el
nuevo sistema educativo soviético sería un verdadero pionero. Al gran pedagogo no le gustaba la propaganda en la
educación, pero depositaba una gran confianza en la valiente energía, la inteligencia y el nivel de conciencia social
siempre creciente del pueblo ruso.
Sin embargo, Dewey no era marxista cuando estallaron los Procesos. Su gran admiración por la URSS era en el
terreno de la educación, a la que conocía muy bien por los viajes realizados, durante los cuales se había entrevistado
con Krupskaya, la compañera de Lenin.
Una de las diferencias fundamentales que lo separaba de los marxistas es que la sociedad que él reivindicaba sería
diferente de la sociedad a la que apelaba la fórmula marxista ortodoxa. Considerando la evolución hacia una socie-
dad así para su propio país, Dewey optaba por la reforma, para la que EEUU necesitaba un objetivo social basado
en el plano industrial. Partidario del planning social24, se negaba a utilizar la fuerza coercitiva para llegar a él. Por su
concepción de la relación entre el fin y los medios, se separaba de los ideólogos soviéticos, se llamen Stalin o Trotsky.
Dewey explicó la diferencia fundamental que existía para él entre los Comunistas y los comunistas. Así, explicitó
por qué no es un “Comunista”25. El comunismo con “c” minúscula no era lo mismo que el Comunismo oficial. La
“c” minúscula estaba reservada al uso de los puristas, a los que hablaban de la ideología en su fuente: los marxistas.
Esto difería mucho de la ideología oficial vehiculizada por los dirigentes de la revolución rusa. Dewey criticaba la
intención de la revolución internacional y más especialmente, la intención de importar a EEUU una ideología pro-
veniente del Este.
“Esto era extravagante: transferir la ideología del Comunismo ruso a un país tan profundamente diferente en su
economía, su política y su cultura histórica”.
Muchos de los rasgos, de las características de la Unión Soviética resaltaban condiciones puramente locales y par-
ticulares. Este era el caso de la dominación del partido soviético en todos los ámbitos de la cultura, del exterminio
despiadado de las minorías de opinión, de la “glorificación verbal de las masas”, del “culto” al dirigente infalible...
Dewey parecía reconocer la lucha de clases. Pero se oponía a los marxistas, porque pensaba que la lucha de clases
no podía ser el medio de llegar a la sociedad esperada. La lucha de clases en una sociedad industrial altamente desa-
rrollada, con una fuerte clase media, sería ahogada en sangre o sería una victoria pírrica “Ambos bandos destruirían
el país y se destruirían a sí mismos”.
Además, Dewey detestaba el tono apasionado que encontraba “muy repugnante” en las disputas de sus parti-
darios. Para él, “fair play”26 y honestidad eran bases elementales. Finalmente, con otros anticomunistas liberales, se
indignó por las ejecuciones que siguieron al “affaire” Kirov.
Dewey temía que el bolchevismo infectara a EEUU y destruyera sus tradiciones ¿Esto justificaba su compromiso
con Trotsky? Hasta el momento de los Procesos, Dewey siempre había pensado que la línea de Stalin era más sensata
que la de Trotsky. Sin embargo, solamente tendía a preferir al pragmático Stalin que al dogmático Trotsky. En 1936,
la cuestión central para Dewey era, sobre todo, el compromiso político de Trotsky más que el combate personal entre
Trotsky y Stalin. Antes de las audiencias de Coyoacán, aseguraba:

“Personalmente, siempre estuve en desacuerdo con las ideas y teorías de Trotsky y actualmente estoy en desacuer-
do con él, más que nunca”27

Entonces ¿para qué defenderlo ante la opinión pública internacional?

24 “Planning social”: Planificación social (N.deT.).


25 Dewey, “Why I am not Communist”, Modern Quarterly, abril de 1934. (Nota de la edición en francés).
26 “Fair play”: Aceptación de las reglas del juego (NdeT)
27 A. Meyer, “Significance of the Trotsky Trial: Interview with John Dewey”, International Conciliation, p. 38. (Nota de la edición en francés).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 37

Dewey, los ideales norteamericanos y los motivos de su compriso


Dewey, poco a poco, se convenció de la utilidad, la necesidad de la Comisión. Las razones que pueden empujar
a un hombre a tomar una decisión de esa importancia solamente pueden ser profundas. Del universo insondable del
proceso de decisión de un intelectual de la envergadura de Dewey podemos esbozar algunos rasgos.
Uno de los catalizadores importantes, a menudo presentado como la razón, fue la actitud del PC. Aunque estuvo
muy lejos de influenciar a Dewey, se puede pensar que desempeñó un papel importante. No bien regresó de México
¿Dewey no denunció, en Mecca Temple, “los esfuerzos sistemáticos y organizados para impedir la investigación que
ahora se llevaba adelante exitosamente”?28.
El PC ejerció una gran presión sobre Dewey. Primero, una campaña de difamación lo presentó como un anciano
inocente y longevo, influenciado por sus dos ex alumnos trotskistas, Hook 29 y Eastman. Antes de atacarlo direc-
tamente, el PC intentó corromperlo. Le propusieron un viaje de estudio gratuito a la URSS. Dewey se negó. Luego
decidió correr los riesgos. Decretó querer hacer el viaje a México.
Su decisión sumió al Partido Comunista en un pánico total. Organizó una campaña redoblada de difamaciones y crí-
ticas. El entorno de Dewey, su familia y sus allegados, aterrorizados, intentaron detenerlo y le suplicaron que renunciara.
Sin embargo, la decisión de Dewey no estuvo basada en presiones negativas. Subyacían razones intelectuales.
Dewey tenía conciencia de la nobleza y de la grandeza de su tarea ¿No iba a darle a Trotsky la oportunidad que Ro-
bespierre no tuvo? Era el Zola de los tiempos modernos y con él, la comisión tenía la personificación de la integridad.
Además ¿qué otra cosa se podía esperar de esta acción sino repercusiones? En nombre de su fe democrática, Dewey
bajó al ruedo. Tenía que defender una causa que predominaba sobre todas las demás, incluyendo su reputación y su
salud, la de la verdad y de la igualdad.
El objetivo de Dewey no era defender a Trotsky sino defender los ideales norteamericanos. Era necesario per-
mitirle a Trotsky que presentara su defensa ante la opinión pública mundial y obtener el derecho de asilo para el
exiliado sin visa. Se comprometió en el punto preciso de descubrir si los cargos presentados contra Trotsky eran
verdaderos o falsos.
No se trataba de otra cosa más que de la verdad según Dewey. Y sin embargo, él ocupaba una posición delicada.
Habría podido destruir a Trotsky ante la opinión pública. Conforme a su sentido del honor, hizo votos de no abusar
de su posición.
¿Los respetó? Las conclusiones de la Comisión le hacen honor al liberal y tienen una imparcialidad indiscutible.
Pero se puede ir más lejos y ver en los Procesos o en las lecciones que se sacaron de ellos, la búsqueda de otra verdad.
En las motivaciones profundas de Dewey estaba la voluntad secreta de demostrar que el estalinismo no era otra cosa
más que el hijo natural del bolchevismo, y que el trotskismo no representaba nada muy diferente.
Esta motivación oculta no se le escapó a Trotsky, quien, desde el principio, mostró su firme convicción de demos-
trar lo contrario.

Trotsky , en búsqueda de un reconocimiento


Trotsky era un intelectual de gran envergadura. Orador de talento, polemista genial, historiador de poderoso aliento,
poseía el arte de manejar a las masas, las palabras y las ideas. No importa lo que se pueda pensar de estas últimas y del
personaje en general, se puede decir de Trotsky, con justeza, junto con James T. Farrell, que era un gran hombre.
Ahora bien, Dewey también lo era. De allí la amplitud del contraste gigantesco y sublime entre estos dos perso-
najes. Lejos de la competencia, simplemente son dos modelos de hombres que difieren entre sí y cada uno de ellos
es modelo de su tendencia. Trotsky consideraba el pensamiento de Dewey como la traducción norteamericana,
empírica y pragmática, de la filosofía británica tradicional. La admiración que el revolucionario podía experimentar
por el filósofo sólo tomó verdadera forma después del Contraproceso en donde Dewey le había permitido a Trotsky
juzgar su estatura intelectual.
En general, los sentimientos de Trotsky hacia los liberales no eran especialmente afectuosos. Si bien, en lo inmedia-
to, sus críticas se dirigen a sus allegados con el fin de producir una reacción y la puesta en marcha del Contraproceso,
sus ataques contra los liberales sólo fueron más virulentos tiempo después. Desde el principio, Trotsky pidió a sus
camaradas que no siguieran a los liberales en todos sus razonamientos, que reivindicaran y defendieran su posición de
revolucionarios. Pero después de los Procesos, su juicio será más severo. Sin embargo, Trotsky respetaba al gran hombre,
al filósofo pedagogo íntegro que se atrevía a dar el valiente paso hacia la aventura de la búsqueda de la verdad.

28 Citado por Wald, The New York Intellectuals, p. 131. (Nota de la edición en francés).
29 Sidney Hook (1902-1989) Destacado intelectual y filósofo norteamericano. Fue miembro del Partido de los Trabajadores de Norteamérica,
dirigido por A.J. Muste, para el que escribió su programa político.
38 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

Sin embargo, el punto de partida de la búsqueda de la verdad y la justicia, estaba lejos de ocurrir y, durante va-
rios meses, el gran revolucionario “daba vueltas como un león enjaulado” según la expresión de su mujer Natalia.
Después de terribles meses de exilio, luego del proceso de 1936, aparecieron dos libros. Primeramente, uno fue el
resultado de la investigación del hijo de Trotsky, León Sedov, que fue expuesta en El libro rojo sobre los Procesos de
Moscú. Este libro fue una de las bases de la investigación que se llevó adelante más tarde. El año 1936 vio aparecer
también un trabajo similar de Max Shachtman, Behind the Moscow Trials. Pero Trotsky no podía actuar desde lo más
recóndito de Noruega, donde estaba exiliado con residencia vigilada. El segundo destello de esperanza para él, fue la
inesperada noticia de que México le ofrecía su hospitalidad. Mientras preparaba su viaje a México, escribió “¡Ver-
güenza!” y, durante el viaje, las mejores páginas de los Crímenes de Stalin. El viejo león se aprestaba a enfrentar a la
opinión internacional con el fin de defender su accionar, a sus camaradas, a la revolución rusa, la verdad y el futuro.
También él tuvo que “realizar un esfuerzo casi físico” para sacar a sus pensamientos “de las maquinaciones pesa-
dillescas de la GPU” y dirigirlos hacia esta pregunta: ¿cómo y por qué todo esto fue posible?
Hubiera querido que los militantes trotskistas norteamericanos y los miembros del Partido Socialista también se
hicieran esta pregunta, y sus críticas hacia ellos serán mordaces y poco estimulantes. Su reacción, efectivamente, se
hace sentir un poco tarde. Si la crítica es severa, es porque la motivación es profunda. Erigiéndose como un nuevo
Dreifus o Calas30, según la propia expresión de Dewey, Trotsky hacía de la verdad su caballito de batalla: “La pregunta
a la orden del día no es saber si la teoría de la revolución permanente es buena o mala, sino si Trotsky está ligado a
Hitler o al Mikado”31. Antes de la defensa de la revolución, que no tardó en aparecer, la verdad sobre los cargos reali-
zados contra los acusados del Proceso del “centro terrorista trotskista-zinovievista” era la prioridad absoluta.
“Mi tarea hoy es develar el fundamental vicio inicial de los Procesos de Moscú, mostrar las fuerzas motrices de la
impostura, sus objetivos políticos, la psicología de sus participantes y de sus víctimas”32.
Este es un paso hacia la defensa de sus propias teorías, facilitado, no lo olvidemos, porque Trotsky no tiene que
buscar la verdad ¡él la sabe! Esto le deja más terreno libre para ampliar la investigación a las motivaciones y finali-
dades de la impostura. “¡Trataremos de entender!”33. Y como escribe a Suzanne LaFollette, el 15 de marzo de 1937:
“Por la objetividad de sus metas, los resultados de su investigación contribuirán enormemente a la comprensión
de la dialéctica del proceso histórico en general, y de la Revolución en particular”34
Los objetivos son claros y superan los –confesados- de John Dewey. Más lejos aún, Trotsky ve en esta Comisión
la posibilidad de encarar, de preparar seriamente el futuro. En mayo de 1937, invita a sus camaradas a prepararse
para retomar su independencia en el otoño –dejar el PS- cuando terminen los trabajos de la Comisión.
Mucho antes de sus primeras motivaciones, Trotsky consideraba el futuro, las consecuencias que podría haber como
las ricas bases de su motivación. Se consagró a acelerar la puesta en marcha de la Comisión para preparar el futuro.
“El comité ha abierto la puerta a una comisión de investigación ante la opinión pública mundial. Si el comité deja
su actividad para más adelante, los estalinistas van a meterse por esa puerta”35.
Pero el motivo de Trotsky se resume en el texto escrito para el mitin de Nueva York en donde debía hablar por
teléfono el 9 de febrero de 1937, lo que no pudo ocurrir:

“La lucha trabada sobrepasa de muy lejos en importancia a las personas, a las fracciones y a los partidos. El porvenir
de la Humanidad se decide. Será una lucha dura. Y larga. Los que buscan la tranquilidad y el confort que se aparten
de nosotros. En las épocas de reacción, ciertamente, es más cómodo vivir con la burocracia que investigar la verdad.
Pero para aquellos, para quienes el socialismo no es una palabra vana, para quienes es el contenido de la vida moral,
¡adelante! Ni las amenazas, ni las persecuciones ni la violencia nos detendrán. Será tal vez sobre nuestros huesos,
pero la verdad se impondrá. Le abriremos el camino. La verdad vencerá. Bajo los golpes implacables de la suerte, me
sentiré dichoso, como en los grandes días de mi juventud, si he logrado contribuir al triunfo de la verdad. Porque
la más grande felicidad del hombre no está en la explotación del presente, sino en la modelación del porvenir”36.

30 Caso Calas: Jean Calas, comerciante protestante de doctrina calvinista de Toulouse, padre de cuatro hijos, fue condenado a muerte, injus-
tamente acusado del asesinato de su hijo Marc-Antoine, que apareció muerto en la tienda situada bajo la vivienda familiar el 13 de octubre de
1761. Imputaron a Calas haberlo asesinado para evitar que se convirtiera al catolicismo. Su ejecución, previa tortura, fue un espectáculo brutal.
Voltaire dedicó tres años a reivindicar su inocencia en la primera gran campaña de prensa en que un intelectual se involucraba de esa manera,
con libros como el “Tratado de la Tolerancia” y el “Aviso al Público”. Calas fue rehabilitado póstumamente en marzo de 1765.
31 Trotsky, “Le piège de la prétendue impartialité”, Œuvres, 13, p. 155. (Nota de la edición en francés). “La trampa de la supuesta imparcia-
lidas”, traducida especialmente para este boletín electrónico.
32 Trotsky, “Discours pour le meeting de New York”, ib. 12, p. 270. (Nota de la edición en francés).
33 Ibidem, p. 281. (Nota de la edición en francés).
34 “Il faut créer la commission d‘enquête” , Œuvres, 13, p. 89. (Nota de la edición en francés). “Por la creación inmediata de una comisión
investigadora” en Escritos 1929-1940, 15 de marzo de 1937. Edición digital CEIP León Trotsky.
35 Ibidem, p. 87. (Nota de la edición en francés).
36 Discours... op. cit., p. 284-285. (Nota de la edición en francés). Cotejado de Los crímenes de Stalin, p. 139-140. Editorial Presente, 1962.
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Si bien el objetivo principal de estos Procesos se manifestaba frecuentemente como el establecimiento de la ver-
dad, se puede pensar que tenía mucha mayor amplitud. Dewey, aferrándose a la imparcialidad, y dedicando toda
su integridad a la causa ¿no se arriesgaba a avalar no solamente la buena fe de Trotsky sino al marxismo, al propio
trotskismo? Trotsky, al ponerse enteramente en manos de la Comisión y al entregarse en cuerpo y alma al juicio de
un gran liberal ¿no corría el riesgo de comprometer a la Revolución?
Trotsky respondió a la objeción mediante la necesidad de cortar por lo sano y Dewey invocó a su imparcialidad.
Y sin embargo, parece que la Revolución Rusa es el objetivo de este Contraproceso, al mismo tiempo atravesado por
una lucha de ideas.
El marco del combate de ideas entre los dos grandes se desarrolla en varias etapas. La creación de un Comité
Norteamericano para la Defensa de León Trotsky fue la primera. Dewey, al adherir a él, fijó el marco principal por
su Declaración de Principios, a la vez apreciada y criticada por el principal interesado. Finalmente, por el impulso
conjunto de Dewey y Trotsky, nació la Comisión de Investigación sobre los Procesos de Moscú, también llamada
Comisión Dewey.
No parece necesario volver aquí sobre el proceso de creación del Comité de Defensa Norteamericano. Lo que
recordaremos del aspecto histórico de esta gestación es la inmensa dificultad para encontrar buenas voluntades dis-
puestas a superar sus intereses personales para lanzarse en esta empresa arriesgada.
Historiadores como Charles Beard o Carl Becker se refugiaron en su imposibilidad de demostrar lo negativo y la
irremediable parcialidad que implicaba una acción así37. Sin embargo, algunos intelectuales dieron el paso necesario
y crearon el Comité Norteamericano para la Defensa de León Trotsky. Su secretario nacional era Georges Novack.
Se fijaron dos tareas principales para este comité: obtener el asilo político para Trotsky y establecer una Comisión
Internacional de Investigación sobre los Procesos de Moscú.

Una causa dos principios


El marco principista de este Contraproceso fue descripto varias veces en el período de gestación de la comisión.
Dewey se reservó el derecho de definirlo claramente en dos ocasiones. La primera, en una declaración de principios
en marzo de 1937, preludio al establecimiento y a la actividad de la comisión de investigación. La segunda fue el
discurso de apertura oficial de las audiencias mexicanas en Coyoacán. La respuesta de Trotsky a estas declaraciones se
encuentra en las cartas de críticas y directivas enviadas a sus camaradas que actuaban en el comité y en la comisión.
Fue John Dewey quien insistió en una declaración de principios sobre los objetivos del comité. Relacionando el
caso Trotsky con los casos de Dreyfus y de Sacco y Vanzetti, insistió en que el comité sólo tendría algún sentido con
una comisión de investigación38.
En su apelación a favor de una declaración de principios, insistió en que si el comité quería tener algún significa-
do, era necesario que hubiera una comisión de investigación. Pero esto necesitaba un apoyo público. Así, el comité
debía convencer a las comisiones que se formarían en el futuro de “[su] sinceridad en sus objetivos y de la honestidad
e integridad de los planes de procedimiento sugeridos a la comisión de manera que cumpla efectivamente su tarea”.
Se adoptó la declaración de principios39.
Esta tenía el mérito de constituir un texto escrito de compromiso con valores, con objetivos y, de esta manera, ga-
rante de cierta imparcialidad -tema reiterativo- y de la credibilidad de la comisión. La declaración dio la oportunidad
de recordar que aquí se servía a una gran causa, a la verdad, a la libertad, que no se buscaría establecer la culpabilidad
o la inocencia de Trotsky, sino verificar la validez de los cargos presentados contra él. Dewey subrayó el hecho de que
Trotsky se pusiera totalmente a disposición de la comisión y de su juicio.
Por lo tanto, era necesario hacer todo lo que estuviera en su poder para poner en marcha esta comisión rápidamente.
En ese momento nadie podía contradecirlos. El programa era bastante amplio y fiel a los valores humanitarios y
de equidad pública para satisfacer a todos. En cuanto a crear la comisión, era necesario comenzar a definir los ele-
mentos y los principios más concretos. Estos nobles principios hacían abstracción de todos los problemas materiales
que podía encontrar la comisión y, como destacaba Trotsky, no era lo más urgente a definir. Era relativamente fácil
adherir a los principios de Dewey, de que “ningún hombre acusado de un crimen debe ser condenado como un paria
sin que se le haya dado la total y leal posibilidad de presentar una respuesta a sus acusadores”. El problema real era
saber, como subraya T. R. Poole, si esto era una oportunidad “full and fair”40 ofrecida a Trotsky41. Correctamente,
37 P. Broué, “El historiador frente a la vida”, Cahiers Léon Trotsky, 19, p. 68-77. (Nota de la edición en francés).
38 James T. Farrell, “Dewey en México”, Cahiers Léon Trotsky, 19, p. 88. (Nota de la edición en francés).
39 Texto en News Bulletin de la ACDLT, 16 de marzo de 1937. (Nota de la edición en francés).
40 “Full and fair”: abierta y sincera (N.deT.).
41 Poole, op. cit. p. 282. (Nota de la edición en francés).
40 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

New Masses planteaba el problema de saber “¿qué organismo es competente para sostener una comisión de investi-
gación y establecer la justicia?”42.
No se planteaban otros interrogantes, como el de saber si Trotsky sería el único testigo en su proceso o si tendría
confrontación.
Se había adoptado una declaración de principios. Faltaba hacer todo el resto.

Las audiencias en México


El discurso de apertura de las audiencias mexicanas fue muy parecido a la declaración de principios, quizás un
poco más pragmático.
En la apertura de las sesiones, Dewey definió la cuestión simplemente: ¿Trotsky tiene derecho a ser escuchado?
Respuesta: “Nuestra Comisión cree que ningún hombre debe ser condenado sin tener una oportunidad de defen-
derse”. Y en consecuencia, “Que lo hayan condenado sin la oportunidad de ser escuchado es un asunto de máximo
interés para la Comisión y para la conciencia del mundo entero”. La única decepción de Dewey es que no hayan
podido encontrar un presidente más experimentado que él.
“Si finalmente acepté el puesto de responsabilidad que ocupo ahora, es porque me di cuenta de que actuar de
otra manera iría en contra de la obra de toda mi vida”43.
Uno de los puntos interesantes destacado en estas declaraciones es que la investigación estuvo coronada por los hechos
objetivos y por los problemas políticos. Los hechos, entonces, y no la teoría. Ahora bien, justamente a partir de esta in-
vestigación y de las audiencias de México, tanto Trotsky como Dewey desarrollarán una teoría concerniente a la relación
entre el fin y los medios. Si bien el tema era familiar para Trotsky, aparentemente Dewey elaboró su razonamiento sobre
el tema a partir de la investigación. Siempre se trata de hechos, y en relación a ellos, Trotsky será declarado culpable o no.
Dewey también fue claro en sus objetivos, más que en la declaración de principios. Si Trotsky era culpable,
“ninguna condena sería lo bastante severa”. Si era inocente, el régimen soviético sería acusado de “persecución y
falsificación sistemática deliberada”44. Insistiendo una última vez sobre la total imparcialidad de la comisión, Dewey
concluyó así:

“Se han trazado los límites entre la devoción a la justicia y la adhesión a una facción, entre ‘fair play’45 y el amor
por los esfuerzos de la reaccionaria oscuridad, sea cual fuera la bandera que flamee”46.

Citando a Zola a propósito de Dreyfus, proclama que “la verdad está en marcha y nadie la detendrá”47.
Evidentemente, Dewey fue a México para reafirmar los principios norteamericanos. Pero, ante todo, busca la
verdad. Ahora bien, Trotsky sabe, conoce esta verdad enigmática y desconcertante que, lo quiera o no Dewey, para
Trotsky será un arma en el combate dialéctico y no un ideal en sí.
Trotsky se permitió criticar la noción de imparcialidad total, y lamentó la forma demasiado abstracta del discurso.
En lo inmediato, ya no se extendió en el análisis del texto de las declaraciones y se orientó hacia una acción mucho
más pragmática. De hecho, nunca dijo claramente lo que reprochaba de la declaración de principios de Dewey. Se
interesó muy poco en ella. Por el contrario, lamentó mucho que sus camaradas no hayan intervenido con una decla-
ración propia, que era lo que tenían que hacer.
Desde su llegada a México, Trotsky tenía urgencia de ver constituida la Comisión de Investigación que le permitiría
defender su causa. Por lo tanto, el hecho de que, dos meses después de su llegada, todavía no existiera la comisión, lo exas-
peraba profundamente. Sus reproches no estaban dirigidos a Dewey, al que estimaba por haber venido a apoyar su causa,
sino a sus camaradas, a quienes les reprochaba sus vacilaciones y sus tendencias a comportarse como niños pequeños fren-
te al gran Dewey. En cartas a Shachtman y a Cannon, hablaba de falta de energía y de seriedad, con contornos peligrosos.
A través de estos reproches, uno adivina la relación de fuerzas. Ya que Dewey parecía querer hacer pasar sus
principios liberales a través de la comisión, Trotsky pensaba que sus camaradas debían responder y actuar, con una
posición propia, y no con una posición calcada a la de los liberales. En dos importantes cartas, Trotsky definió cuál
debía ser la línea general de sus camaradas, y en todo caso, cuál no debía ser, así como la actitud que debían adoptar
frente a los liberales.

42 “Roundabout Roads to Trotskysm”, New Masses, 23 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés).
43 The Case of Leon Trotsky, p. 3-5. (Nota de la edición en francés).
44 Dewey, Truth is on the March, 9 de mayo de 1937. (Nota de la edición en francés).
45 Ver nota 26.
46 Ibidem, p. 15. (Nota de la edición en francés).
47 Ibidem. (Nota de la edición en francés).
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En la primera (17 de marzo de 1937), Trotsky aseguraba que “la línea general de [sus] camaradas en el comité no es
correcta”. Criticaba ferozmente la “debilidad” inclusive “la ausencia total” de política que paralizaba la actividad del co-
mité y podía llevarlo a un atolladero. Aquí, la discusión estaba centrada en la necesidad de crear la comisión enseguida,
sin dejarse frenar por el ataque de los estalinistas o un sentimiento de debilidad. Trotsky reprochaba a sus camaradas sus
actitudes en varias circunstancias. Atacaba su estado de ánimo, su expectativa, su adaptación a los liberales, que demos-
traban, según él, una falta total de combatividad que excluía toda posibilidad de triunfo. Los estatutos, que eran una
cosa en sí, “un medio para ganar tiempo con la esperanza de que una comisión ideal podría originar buenos estatutos”
eran una concepción puramente formal y seguirán siendo estériles si no se creaba la comisión inmediatamente.
Otro punto de ataque fundamental:

“He apreciado enormemente la participación de Dewey en el comité. Entiendo que él no pueda actuar de otra
manera. No está a favor de Stalin ni a favor de Trotsky. Quiere establecer la verdad. Pero vuestra posición no es la
de él. Ustedes saben la verdad”.

También Trotsky les pidió a sus camaradas que conservaran su identidad política, así como los liberales conserva-
ban la suya. Si bien Trotsky no ha atacado verdaderamente la declaración de principios de Dewey, estimaba que ellos
estaban “obligados a hacer una declaración específica” porque “la declaración sobre los principios y los objetivos debe
reflejar la presencia de los dos partidos en el seno del comité”.
“Esta declaración, que les es dictada por la situación, tendría para ustedes un valor inestimable –en todo caso más
importante que la declaración abstracta de Dewey”48.
En la segunda carta, Trotsky insitió más sobre este último punto, destacando “la trampa de imparcialidad” que,
de hecho, reducía a sus camaradas a alinearse detrás de las posiciones de los liberales sin expresar la verdad que ya
conocían. A pesar del ataque que dirigía indirectamente a Dewey, Trotsky le rendía un homenaje:
“Los amigos liberales y socialdemócratas se han mostrado cobardes y han preferido permanecer aparte. Un único
hombre de los círculos liberales ha demostrado ser un hombre de verdad, el viejo Dewey”.
El problema es que todo se basaba en su trabajo. Trotsky notaba que la comisión buscaba gente totalmente imparcial,
lo que pareciera no existir. El prefería hablar de gente activa, apasionada, firme, capaz de resistir a todos los obstáculos para
llevar adelante su tarea, fieles a sus principios. “La gente absolutamente imparcial no puede ser otra cosa que idiota, pero
no tiene el menor interés por el comité”. Y Trotsky pensaba que todas las personas que son inteligentes, pensantes, activas,
tenían simpatías por uno u otro bando. Entonces, la comisión en su conjunto debía ser imparcial. Si no hubieran pasado
el 99% del tiempo flirteando con los liberales, sino movilizando a las masas, según Trotsky, ya existiría una comisión.
Volviendo al tema del principio de la imparcialidad, Trotsky atacó brutalmente a Waldo Frank, al que conocía,
porque lo consideraba un “compañero de ruta” al que es necesario echar. Él era quien ha exigido la imparcialidad.
Ahora bien, Trotsky no quería ese criterio dictado por la GPU, o por los liberales:

“Estamos demasiado dispuestos a permitir que un liberal o un Waldo Frank dicten sus ‘condiciones’”49.

Trotsky se mostraba públicamente como partidario. Estaba claro que cada uno tenía la intención de defender sus
posiciones y sus principios, sin cuestionar por esto la objetividad de la investigación.
Y esto porque en el fondo, Dewey y Trotsky tenían el mismo objetivo: la Comisión de Investigación. La diferencia
residía en que, como lo explica Poole, los liberales investigaban los hechos y defendían así algunos principios a los que
son devotos, mientras que los trotskistas conocían los hechos y querían probarlos por razones políticas50.
El comité de defensa terminó abandonando el debate sobre los principios generales y concentró su energía en la
creación de la Comisión de Investigación.

El desarrollo de las audiencias


La organización de la Comisión se atrasó por las tentativas de desestabilización de parte de los enemigos del co-
mité de defensa, en primer lugar el PC, pero Dewey mantuvo su decisión. El tren llegó el jueves 6 de abril de 1937
y Dewey fue recibido por Frida Kahlo y Max Shachtman.

48 Trotsky, “Le travail dans le Comité de Défense”, Œuvres, 13, p. 102. (Nota de la edición en francés). “La política de nuestros camaradas en
el Comité”, en Escritos 1929-1940, 17 de marzo de 1937. Edición digitalizada CEIP León Trotsky
49 Trotsky, “Le piège de la prétendue impartialité”, Œuvres, 13, p. 135. (Nota de la edición en francés). Carta a Cannon y Shachtman tradu-
cida especialmente para este boletín electrónico.
50 Poole, op. cit, p. 289. (Nota de la edición en francés).
42 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

El 10 de abril fue la apertura oficial de las audiencias.


“Es un espectáculo para ver, un espectáculo raro en la historia. Imaginen a Robespierre o Cromwell en estas cir-
cunstancias”, escribe James T. Farrell51.
“La Comisión de Investigación tenía un aura de gran drama que un poeta socialmente conciente, un autor o un
novelista deberían inventar, o con el que un historiador imaginativo debe soñar” asegura A. Wald52.
Las audiencias de Coyoacán comenzaron el 10 de abril de 1937, a las 10.00 horas, en la villa de Diego Rivera,
sobre la avenida Londres. Trotsky no parecía realmente inquieto, no actuaba como un hombre acosado pero, sin
embargo, estaba más tenso que Dewey.
Las preguntas que se hicieron a lo largo de las audiencias nunca tuvieron la intención de poner en evidencia los
agudos puntos de conflicto que podían oponer a los dos pensadores. Sin embargo, las diferencias eran visibles. Una
o dos veces, como relata Farrell, cuando las declaraciones de Trotsky se oponían claramente a las ideas democráticas
de Dewey, se operaba un ligero cambio de tono, apenas perceptible. La independencia de espíritu de Dewey frente
a Trotsky era innegable. A tal punto que Dewey realizaba una serie de preguntas inducidas delicadamente, a las que
Trotsky fue dando respuestas significativas, y muy consistentes políticamente. Estas respuestas serán explotadas más
tarde por Dewey en la elaboración de su teoría. También cuando Dewey interrogaba a Trotsky, hacía preguntas muy
pertinentes que eran “los eslabones de la cadena de un razonamiento lógico que llevaban a un hecho o a una idea
precisos y significativos”53. En la tesis de Thomas Ray Poole, se destacó claramente que sobre los puntos como el
centralismo democrático o la cuestión del testamento de Lenin, el pensamiento de Dewey y de otros liberales del
auditorio se encontraba lejos del marxismo.
Citemos algunos ejemplos en los que Dewey parecía haberse basado para declarar en el Washington Post el 19 de
diciembre de 1937 en una entrevista realizada por Agnès E. Meyer que “la gran lección que hay que sacar de estas
extraordinarias revelaciones, es el hundimiento completo del marxismo revolucionario”54. Estas son algunas de las
preguntas-respuestas muy significativas de este desacuerdo y de la existencia de un debate subyacente en el transcurso
de las audiencias.
— Dewey interrogó a Trotsky sobre el bloque de agosto (1912) de los revolucionarios, para saber si los menche-
viques que pertenecían a él eran, como había dicho Lenin, “lacayos del capitalismo”. Respuesta:

“Esto es una cuestión de apreciación política y no de intención criminal”.

— Le preguntó a Trotsky cuál era la posición que ocupaban Zinoviev y Kamenev durante la enfermedad de Le-
nin. Respuesta:

“Ambos estaban en el Politburó y un miembro del Politburó es mucho más importante que el ministro de mayor rango”.
— Sobre los soviets, le preguntó si “el partido tenía la supremacía sobre los comisarios”. Respuesta: “Sí”. Dewey
preguntó entonces si existía, aparte de la discusión y la crítica, un procedimiento de control del partido por los tra-
bajadores. Respuesta:

“El derecho de transformar y controlar al partido sólo le pertenece a sus miembros”55.

El debate avanzó mucho. Dewey volvió a la carga más tarde al preguntar:

“¿En estas condiciones, cómo puede decir usted que el régimen era democrático?”

Y Trotsky respondió:

“No he hablado de democracia absoluta. Para mí, la democracia no es una abstracción matemática, sino una
experiencia viva del pueblo”.

Más avanzado aún el debate, Trotsky debía reconocer que era “un control democrático en la medida en que era
compatible con la dictadura revolucionaria”, declaración matizada más tarde por la precisión de que había una dife-
rencia entre una dictadura en la que la GPU estaba de parte del pueblo y una dictadura en la que estaba contra él.

51 Farrell, “Dewey…” p. 84. (Nota de la edición en francés).


52 A. Wald, The New York Intellectuals, p. 131. (Nota de la edición en francés).
53 Farrel, “Dewey…”, p. 89. (Nota de la edición en francés).
54 Washington Post, 19 de diciembre de 1937. (Nota de la edición en francés).
55 Farrell, p. 95-96. (Nota de la edición en francés).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 43

Dewey llegó a preguntar, citando un párrafo de La revolución traicionada, si la dictadura era una “necesidad”.
Respuesta:

“Hasta cierto punto, y no de manera absoluta, es una necesidad histórica”.

Por lo tanto, el debate había tenido lugar de manera tácita, latente. Sin embargo, todo sucedió sin el menor
cuestionamiento a la imparcialidad, sin incidentes, salvo uno: la actitud de Carleton Beals. Se podría haber pensado
que este autor de varios libros sobre América Latina se había molestado realmente por una falta de objetividad en la
comisión. Pero su actitud revelaba otro problema. Su voluntad de menospreciar el trabajo de la comisión era dema-
siado fuerte para ser honesta. En consecuencia, hizo correr ríos de tinta.
Ultimo en incorporarse en la comisión, Beals, desde el comienzo, mostró una cierta independencia respecto a
sus colegas, luego frecuentó a hombres notoriamente hostiles a la comisión. Varias veces hizo preguntas desubicadas
y provocadoras. El 6 de abril le preguntó a Trotsky si en 1919 había fomentado un movimiento revolucionario en
México, como le había asegurado Borodin. La pregunta, totalmente provocadora, apuntaba abiertamente a cues-
tionar el asilo de Trotsky en México. Beals eludió dar explicaciones cuando la mayoría de la comisión se las pidió
y publicó en la prensa una campaña de denigración de los trabajos y de la comisión. Rivera y Trotsky lo acusaron
de ser un agente de la GPU. Es verdad que Beals le hacía el juego a los estalinistas haciendo preguntas incómodas,
completamente parciales. Los miembros de la comisión se diferenciaron claramente de él y quizás luego se frenaron
ante ciertas preguntas. Es posible que este efecto haya jugado a favor de Trotsky. Dada la envergadura intelectual
del filósofo Dewey, Trotsky no habría ganado necesariamente una batalla abierta de alto voltaje intelectual. Por otra
parte, Beals impidió que Trotsky discutiera sobre algunos puntos y desarrollara una argumentación a favor de la re-
volución ¿pero la imparcialidad no se habría visto afectada con estas exposiciones?
Las audiencias se desarrollaron con cierta serenidad y en la treceava y última sesión, el 17 de abril, Trotsky hizo
una declaración final en donde afirmó su fe en la revolución. Dewey se emocionó mucho con esta declaración.
Un tiempo después, en diciembre, se hicieron públicas las conclusiones de la investigación. Trotsky y Sedov fueron
declarados inocentes de la totalidad de las acusaciones hechas contra ellos. El conjunto de los testimonios se publicó
en dos obras: The Case of Leon Trotsky (1937) y Not Guilty (1938). El impacto cultural fue relativamente importante.
Sin embargo, a la vez que estos Procesos confirmaban el análisis de Trotsky sobre la degeneración de la Interna-
cional Comunista, fueron terriblemente desmoralizadores. La confianza de los militantes que esperaban construir
o reconstruir un movimiento revolucionario socialista fue socavada, y su aislamiento aumentó. En Estados Unidos,
uno de los signos de esta crisis fue la publicación de “Means and Ends” por John Dewey y el eco que encontró.

El balance
El malestar que reinaba luego del Contraproceso de Moscú en el ambiente intelectual norteamericano se expresó
en el giro a la derecha de algunos intelectuales. Sin pretender extendernos sobre la naturaleza de este movimiento
ni describirlo, ya que lo ha hecho perfectamente Alan Wald, en su obra The New York Intellectuals, destaquemos
que varios antiestalinistas que habían estado allegados a Trotsky adhirieron a la idea de que el mismo comunismo
era amoral. Este es el caso de Solow56, Walker57, Harrison58. Evidentemente, el cambio más completo es el de Max
Eastman a fines de los ’30.
Estas ideas de moral, de génesis del estalinismo en el bolchevismo, son centrales en el folleto que Trotsky escribió
a principios de 1938. Atacando a los liberales y a otros anticomunistas en todos sus ángulos, tampoco excluyó a Dewey
y emprendió una demostración sobre el tema “el fin justifica los medios”, al que no había podido responderle como
hubiera querido en las audiencias. Poco después, Dewey escribió una respuesta sobre este punto preciso del folleto.
Antes de entrar en el centro del tema con el artículo de John Dewey, sería interesante, por dos razones, detenerse
un poco en las reacciones de los liberales. Primero porque, aunque de manera menos elaborada y objetiva, analizaban

56 Herbert Solow (1903-1964) Periodista estadounidense. Compañero de ruta del Partido Comunista en la década de 1920, trotskista en la
década de 1930, abandonó a la izquierda en los años ´40 para trabajar como editor de la revista Fortune.
57 Charles R. Walker (1893-1974) Historiador estadounidense. Peleó en la Primera Guerra Mundial. Fue asistente y editor asociado de la At-
lantic Monthly (1922-1923), The Independent (1924-1925), y The Bookman (1928 - 1929). Sus propios escritos se ocupan de diversos aspectos
de la automatización y la historia industrial. También tradujo dramas de Sófocles, y escribió novelas y libros de investigación histórica, entre
ellos American City, A Rank and File history of Minneapolis. Para esto último, el autor se traslado a Minneapolis para poder dar cuenta de el
proceso de las huelgas de 1934 y la posterior radicalización obrera en toda la región del Noroeste norteamericano. Walker se casó con Adelaida
George Haley, que militaba en la corriente trotskista, en 1928.
58 Charles Yale Harrison (1898-1954), ex miembro de la redacción de New Masses, autor en 1930 de Generals die in their Bed (Los generales
mueren en sus lechos), rompió con el PC en 1933 y visitó a Trotsky en Noruega. Era miembro del Comité de Defensa de León Trotsky.
44 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

los resultados de la investigación de la misma manera que Dewey. En segundo lugar, porque Trotsky en Su moral y la
nuestra atacaba directamente a este grupo de intelectuales que calificaba de “snobs reaccionarios” y los acusaba para
no atacar a Dewey directamente.
Este movimiento de intelectuales expuso sus conclusiones en la revista liberal Common sense59. El artículo de base
es de Selden Rodman60, y a partir de él, cada uno expuso sus acuerdos y diferencias. Dewey desarrolló sus matices
pero a priori estaba de acuerdo en lo esencial. Expresando reservas sobre las exageraciones de Rodman, Max Eastman
y Sidney Hook se alinearon con Dewey.
Esta repentina virulencia de estos intelectuales respecto a lo que apenas algunos meses antes se habían comprome-
tido a defender contra viento y marea, se explicaba por el conjunto de la situación. Nos conformaremos con destacar
que Trotsky lo recibió de manera muy belicosa. En una carta a Rae Spiegler del 29 de junio de 1938, escribió:
“Joe (Hansen) me ha comunicado la información de vuestra carta según la cual mi artículo sobre la moral ha
provocado un vivo descontento en Dewey, Sydney Hook y otros, y que ellos tenían la intención de aplastar mi mala
filosofía. Yo estoy muy feliz de escuchar esto”61.
¡La guerra es abierta!
Pero indiscutiblemente, en el artículo relativamente corto de Dewey, “Means and Ends62”, es en donde se en-
cuentran los desarrollos más interesantes y los menos apasionados.

“Means and ends”


La investigación había fortalecido el recelo de Dewey con respecto al bolchevismo, sea de Lenin, Stalin o Trotsky. Da la
impresión que se contuvo de atacar directamente la teoría del socialismo. Se diría que es el sistema soviético el que se juz-
gaba aquí, un juicio al estalinismo, que era también al de toda forma de ideología, y especialmente, a la ideología marxista.
Para Dewey, los procesos fueron, ante todo, una experiencia intelectual. En una carta posterior a Max Eastman,
expresó su entusiasmo:

“Usted tiene razón en un punto –si bien no fueron exactamente ‘buenos tiempos’, fue la experiencia intelectual
más interesante de mi vida63”.

Políticamente, después de estas revelaciones, decía haber tenido una amarga desilusión. Resumió sus conclusiones
sobre el “laboratorio social” que había sido la URSS para él, en una entrevista otorgada a A. Meyer. También tuvo la
ocasión de expresarse a su regreso de México, en dos discursos, uno del 9 de mayo de 1937 en Mecca Temple, y otro
del 12 de diciembre de 1937, en el hotel Mecca en donde anunció el veredicto.
En su discurso en el hotel Mecca, Dewey hace la amalgama entre los métodos del PC y los de los fascistas. Tam-
bién afirma, más importante, que “los únicos fines son las consecuencias”, preludio a la elaboración de su teoría64.
Esto es lo que pretende demostrar en “Means and Ends65”.
Dewey empezaba explicando que la corriente estalinista era defendida en varios países por adherentes que creían
necesarias las purgas y las falsificaciones. Subrayando que algunos habían utilizado las medidas de la burocracia es-
talinista para condenar al marxismo, recordaba que esta teoría sostenía que “el fin justifica los medios”. Retomando
el ataque lanzado por Rodman y otros contra Trotsky, destacó que algunos críticos aseguraban que, como Trotsky
era marxista, habría tenido la misma política que Stalin. Dewey planteó así, a modo de introducción, los verdaderos
problemas que, debido a su posición, no se había permitido responder hasta este momento, pero el trabajo de inves-
tigación, según él, había actualizado los elementos de respuesta. Dewey se propuso discutir, en base a la exposición
de Trotsky, la cuestión de la interdependencia dialéctica entre el fin y los medios.
El punto de partida del filósofo era la tesis según la cual “el fin, en el sentido de las consecuencias, produce la única
base para las ideas morales y una acción, y da la única justificación posible para los medios empleados”66.

59 Common Sense, diciembre de 1937-enero de 1939, de la que por otra parte, citamos largos extractos. (Nota de la edición en francés).
60 Selden Rodman (1909-2002), escritor norteamericano y autor de más de 40 libros.
61 Trotsky, Œuvres, 18, p. 115. (Nota de la edición en francés). “Delimitarse de los liberales”, 29 de junio de 1938, carta a Rae Spiegler, tra-
ducida especialmente para este boletín electrónico.
62 J. Dewey, “Means and Ends”, New International, agosto de 1938. (Nota de la edición en francés). Traducido especialmente para este boletín
electrónico.
63 Citado por Wald, op. cit. p. 311. (Nota de la edición en francés).
64 Farrell, p. 98. (Nota de la edición en francés).
65 Nos remitimos aquí a la reproducción del artículo en Their Morals and Ours. (Nota de la edición en francés).
66 Ibidem, p. 68. (Nota de la edición en francés).
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Dewey expuso, en primer lugar, la tesis trotskista de esta interdependencia dialéctica que anhelaba que el Fin sea el
aumento del poder del hombre sobre la naturaleza y la abolición del poder del hombre sobre el hombre. Estimaba que
este fin era “el fin que no tiene necesidad de ser justificado, sino que es la justificación de los fines alrededor de los cuales
giran todos los medios”. Operaba una distinción entre el fin y los fines, considerando así que algunos medios para alcan-
zar el fin se convertían en fines múltiples que justificaban los medios. El fin expresaba, según él, los intereses morales de
la sociedad en su conjunto, y no pura y simplemente, los del proletariado. Existía, entonces, un “fin final justificante” y
“fines que son medios para el fin final”67. Si se va hasta el final del razonamiento, los fines no representarían los intereses
morales de toda la sociedad sino, con demasiada frecuencia, exclusivamente los del proletariado.
El segundo punto de ataque de Dewey era el de la justificación de los medios. Trotsky explicaba que el hecho de
que el fin justifica los medios no quería decir que todos los medios eran buenos, sino “únicamente los que tienden
realmente a la liberación del espíritu humano”68. Por lo tanto, era necesario examinarlos escrupulosamente con el fin
de saber si correspondían a este fin. Era aquí que la teoría sobre el doble significado de los fines tomaba su importan-
cia en el análisis de Dewey. “El fin destacado se vuelve un medio de dirigir la acción para alcanzar el fin”69. Así, ya no
era necesario examinar las consecuencias reales de los medios elegidos. Estos no eran más que el medio para alcanzar
un fin que era el medio para alcanzar otro. Ahora bien, la cuestión real no residía en una creencia personal sino en
consecuencias bien reales que iban a producir esos objetivos. Cuando Trotsky aseguraba que no había dualismo en-
tre el fin y los medios, la interpretación natural que se podía hacer de esto era que él iba a recomendar el uso de los
medios para conducir a la liberación del hombre como una consecuencia objetiva. (Era lo que se quería demostrar).
Con respecto a esta justificación de los medios, Dewey retomó la tesis de Trotsky, y dedujo de ella que se podría
esperar que cada medio fuera examinado, que todos estos efectos potenciales fueran considerados, sin prejuicios, para
llegar a la liberación del hombre. Era ahí donde se unían los dos puntos sensibles puestos de relieve por Dewey. Los
medios para alcanzar el fin final se convirtieron en fines a los que hay que llegar por todos los medios, estos fines con-
sistían entonces en prejuicios, cuyos efectos no eran examinados, considerados objetivamente. Ahora bien, Trotsky
justamente explicó que el fin y los medios cambiaban de lugar incesantemente.
Dewey destacó una cita de Trotsky sobre la lucha de clases. Según Dewey, aquí la interdependencia entre el fin y
los medios había desaparecido, o al menos, había sido superada. Trotsky habría deducido “la ley de todas las leyes del
desarrollo social de una fuente independiente”70. En lugar de la interdependencia, se tenía entonces el fin, que era
dependiente de los medios, y los medios no se derivaban de los fines. En consecuencia, “la liberación del espíritu
humano aquí está subordinado a la lucha de clases como el medio por el cual se puede llegar a ella”71. Así, no era
necesario examinar escrupulosamente la lucha de clases como se debería hacerlo con todos los medios. La omisión
de los otros medios, ya que estos deberían ser comparados para poder elegir el mejor para acceder al fin final, estaba
automáticamente justificada aquí.
Esto llevaba a que Dewey pensara que “los medios se han deducido de una ley supuestamente científica en lugar
de buscarlos y adoptarlos sobre la base de su relación con el fin moral de liberación del espíritu humano”72. Pero la
ley científica ¿no se deducía de este fin moral, como tendía a demostrar Trotsky?
Dewey, con estas acrobacias de razonamiento, pensaba haber revelado aquí algunas de las contradicciones princi-
pales del pensamiento de Trotsky ¿La contradicción era tan viva en las teorías elaboradas por Trotsky? Cada una de
las partes, como ocurre a menudo a semejante escala intelectual, presentaba un razonamiento consecuente y relati-
vamente coherente. Por lo tanto, es interesante estudiar ahora en la obra de Trotsky, no solamente su punto de vista
sobre una cuestión precisa, porque como político y pensador prevenido, conocía sus puntos sensibles y anticipaba los
ataques, sino sobre todo, el sentimiento de derrota o de victoria que sintió respecto a los liberales en 1938, apenas
un año después de las audiencias, sólo unos meses después del veredicto. A juzgar por la virulencia del folleto, es
innegable que Trotsky no se creía derrotado.

Trotsky: Su moral y la nuestra


Mientras que la mayoría de los intelectuales progresistas seguían a Stalin tras una política a la que Trotsky había com-
parado con la del Termidor de la Revolución Francesa, mientras que muchos intelectuales, escritores, políticos conocían
las maquinaciones pero utilizaban los Procesos para alentar un requisitorio contra el bolchevismo en nombre de la

67 Ibidem. (Nota de la edición en francés).


68 Ibidem, p. 69. (Nota de la edición en francés).
69 Ibidem, p. 69. (Nota de la edición en francés).
70 Ibidem, p. 70. (Nota de la edición en francés).
71 Ibidem, p. 70. (Nota de la edición en francés).
72 Ibidem, p. 72. (Nota de la edición en francés).
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moral, mientras que Sidney Hook y Max Eastman tomaban el camino que más tarde iba a conducirlos al maccarthismo,
Trotsky decidió responder en el mismo plano en que los hombres llevaban adelante el debate. Esta respuesta se dirigía
también en gran medida a Dewey. Tomó dos formas. Trotsky escribió Su moral y la nuestra a principios de 193873. Res-
pondió también indirectamente a Dewey y directamente a sus amigos en muchas cartas y artículos en donde les hacía
vivas críticas, tanto de contenido, más desarrolladas en su libro, como sobre su actitud en la Comisión. Es interesante
destacar que cuanto más tiempo pasaba, Trotsky se volvía más agresivo con respecto a los que habían tomado su defensa.
En el transcurso de los meses tomaban fuerza los planteos y la crítica de los propósitos y actitudes de Dewey contra el
bolchevismo en el curso de las audiencias. El mismo Trotsky, quizás como auto justificación, se atribuyó muchas decla-
raciones que realmente no hizo: el reconocimiento del hombre tiene sus límites.
En una carta a Jan Frankel, el 26 de enero de 1938, escribe:

“No es muy leal de parte del ‘viejo’, vociferar sus propias opiniones políticas en nombre de la Comisión. Do-
blemente desleal porque yo le había confiado la lectura de mi cable que, desgraciadamente, se abstenía de toda
afirmación política”74.

A Herbert Solow, el 22 de marzo de 1938, le escribe que sus “camaradas fueron demasiado tolerantes todo el
tiempo”, mientras que la actitud de los liberales, incluido Dewey, fue “provocadora”75.
El 29 de junio de 1938 le escribe a Rae Spiegel que es necesaria una polémica abierta con los liberales y que esta
“restablecerá las cosas en sus proporciones y relaciones naturales”.
“Es absolutamente necesario que nos delimitemos de estos ‘amigos’”76.
En una carta a la dirección del SWP (Socialist Workers Party), el 28 de noviembre de 1939, hace una suerte de
balance en este plano:

“Dewey hace todo lo posible para comprometer al bolchevismo en general, sobre la base del trabajo de la Comi-
sión. Lo sabíamos de antemano pero también sabíamos que las ventajas que sacaríamos de la investigación serían
mucho más importantes que las desventajas de los objetivos políticos de Dewey”77.

La respuesta teórica, no menos virulenta, la dio en Su moral y la nuestra. En este folleto, Trotsky atacó numerosas
críticas y prejuicios, pero también maneras de pensar. Por medio de ataques más amplios dirigidos a grupos e intelec-
tuales diversos, Trotsky respondió punto por punto a la controversia que lo oponía a Dewey. Así se reveló el problema
de la concepción de la moral, enfoque ético del pragmatismo: Trotsky acusó a las verdades eternas, el fin y los medios
en la moral, el rol de la lucha de clases, la interdependencia entre el fin y los medios.
Trotsky, en el comienzo de su obra, atacó primero a los demócratas y socialdemócratas, acusándolos de destilar
moral en períodos de reacción. Y las críticas se dirigieron, como él lo aclaró, “más hacia los revolucionarios aco-
rralados que a los reaccionarios”78. El único medio de evitar la reacción sería, de hecho, un “esfuerzo interior”, un
“reconocimiento moral”79. Este fue, justamente, el problema en estos años, si uno se ubica desde el punto de vista
de Trotsky. Muchos intelectuales se refugiaron en su honestidad cuando la ilusión de la tierra prometida, que era la
URSS, se desvaneció. El veredicto de Dewey, sin ser él el único responsable, lejos de esto, no obstante para muchos
fue el catalizador de este movimiento.
“Sólo a partir de ese momento los ‘amigos’ resolvieron volver a poner las verdades eternas de la moral en el mun-
do de Dios, es decir, replegarse, atrincherándose en una segunda línea”, escribía Trotsky80.
Para concluir su demostración, Trotsky utilizaba un tema de actualidad. La idea de moda según la cual Stalin
y Trotsky serían “idénticos en el fondo” reunía, nos explicaba, “a los liberales, los demócratas, los idealistas, los
pragmáticos, los anarquistas y los fascistas”81. Hábil viraje que permitía poner en la misma bolsa a los liberales y a
los fascistas, de la misma manera que éstos se permitían asociar a Trotsky y Stalin. En cuanto a los rasgos comunes
entre el fascismo y el bolchevismo, “el desarrollo de la especie humana no está agotado y sucede que diferentes clases

73 Nos remitimos a la edición de J. J. Pauvert. (Nota de la edición en francés).


74 Œuvres, 16, p. 116. (Nota de la edición en francés). Inquietudes, Carta a Jan Frankel traducida especialmente para este boletín electrónico.
75 Œuvres, 17, p. 67. (Nota de la edición en francés).
76 Œuvres, 18, p. 115. (Nota de la edición en francés). “Delimitarse de los liberales”, 29 de junio de 1938, carta a Rae Spiegler, traducida
especialmente para este boletín electrónico.
77 Œuvres, 22, p. 169. (Nota de la edición en francés).
78 Su moral y la nuestra, p. 17. (Nota de la edición en francés).
79 Ibidem, p. 18. (Nota de la edición en francés). (Nota de la edición en francés).
80 Ibidem, p. 19. (Nota de la edición en francés).
81 Ibidem. (Nota de la edición en francés).
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usan medios análogos para fines diferentes”82. Por lo tanto, no porque los crímenes que acompañaron el ascenso de
los fascistas al poder hicieran pensar en los que han manchado la revolución rusa, bolchevismo era igual a fascismo.
Si los moralistas deseaban que “la historia los deje en paz, este no es el momento”. Al contrario, ésta les planteaba
todas las preguntas de la creación, “les da empellones” y crea “protuberancias simétricas de derecha y de izquierda en
sus cráneos”83. Los prejuicios ya no funcionaban y la verdad molesta.
Luego se presentaba el problema de la “amoralidad revolucionaria”, “la amoralidad bolchevique”, mencionada
con frecuencia. La crítica era que, partiendo de la regla de que el fin justifica los medios, se llegaba a la conclusión:
“Los trotskistas, como todos los bolcheviques (o marxistas), no admiten los principios de la moral, no hay diferencia
esencial entre trotskismo y estalinismo. Esto es lo que se quería demostrar”84. Ahora bien, según Trotsky, si no era el
fin el que justifica los medios ¿qué era entonces? ¿El cielo? Admitir los principios de la moral equivaldría a admitir la
existencia de Dios, ya que se veía desfavorablemente lo que, por fuera del fin, pueda justificar los medios.
La polémica con Dewey se retomó cuando Trotsky abordó las “verdades eternas”. Si hay verdades eternas, como
dicen los predicadores laicos, éstas se remontan a antes de la formación del sistema solar. En teoría entonces, una vez
más, la moral eterna no puede prescindir de Dios.
“La moral independiente de los fines, es decir de la sociedad –se la deduzca de las verdades eternas o de la ‘natu-
raleza humana’– al fin de cuentas no es más que uno de los aspectos de la ‘teología natural’”. La moral o está íntima-
mente ligada a los fines, o es teológica. “Los cielos siguen siendo la única posición fortificada desde donde se puede
combatir al materialismo dialéctico”85.
Las otras posiciones eran mucho más vulnerables para semejante empresa y sería una locura pretender combatirlas
mediante el idealismo filosófico, por ejemplo. Este era un ataque directo contra los filósofos que tenían la pretensión
de separar la moral del fin. Trotsky demostró, apoyándose en Hegel, para no abandonar el terreno filosófico, que
“invocar hoy las ‘verdades eternas’ es hacer retroceder el pensamiento”. Según Trotsky, “el idealismo filosófico no es
más que una etapa: de la religión al materialismo o, por el contrario, del materialismo a la religión”86.
Otro punto desarrollado por Trotsky, la relación entre el fin y los medios, con la interdependencia entre ellos con-
cluirá este folleto. Allí también se escuchaban respuestas implícitas a los ataques de Dewey. Trotsky recordaba que la
fórmula “el fin justifica los medios” era un precepto de los jesuitas en el combate contra el protestantismo y por lo tanto,
se aplicaba en la práctica del catolicismo. Explicó que, para los jesuitas, un medio puede ser indiferente en sí mismo.
“La justificación de un medio se desprende de su fin”87. Por lo tanto, incluso los creyentes reconocían que, ante todo, el
fin justifica los medios. Nutriendo estas propuestas con algunas observaciones, Trotsky subrayó “que existe ignorancia y
mediocridad” para tomar en serio este otro principio, “inspirado por una moral más elevada, evidentemente”, según el
cual cada “medio” lleva su “pequeña etiqueta moral”88. Así, “la mayor felicidad humana posible para la mayoría” signifi-
caba para Trotsky que “los medios que sirven al bien común, fin supremo, son morales”89. La fórmula filosófica de este
utilitarismo coincidía entonces con el principio de que “el fin justifica los medios”. Parecía difícil, siguiendo esta lógica
implacable, escapar al viejo adagio, incluso para los más rebeldes al materialismo dialéctico.
Respondiendo a los ataques de Dewey y otros, preguntando “¿Qué es lo que justifica el fin?” y por qué algunos
medios devienen de los fines, Trotsky escribía:

“En la vida práctica como en el movimiento de la historia, el fin y los medios cambian de lugar incesantemente. La
máquina en construcción es el ‘fin’ de la producción para volverse enseguida, instalada en la fábrica, un ‘medio’ de
producción”90.

La movilidad era la justificación de la flexibilidad de la política del revolucionario y permitía adaptar los fines y
los medios al azar del movimiento de la historia. Además, el resultado del fin final se efectuaba por etapas: algunos
fines que constituyen la primera etapa devienen luego en medios para alcanzar la segunda.
Volviendo a la preciada moral de sus adversarios, Trotsky, rechazando el amoralismo que le atribuyen, iba a definir su
moral. Según él, la moral no era más que una función ideológica de la lucha de clases, ya que “la clase dominante impone
sus fines a la sociedad y la acostumbra a considerar como inmorales los medios que van contra estos fines”. La moral tenía,
entonces, un carácter de clase y un interés vital en imponer su clase. Al prohibir todo lo que iba en contra de los princi-

82 Ibidem, p. 20. (Nota de la edición en francés).


83 Ibidem, p. 21. (Nota de la edición en francés).
84 Ibidem, p. 22. (Nota de la edición en francés).
85 Ibidem, p. 25. (Nota de la edición en francés).
86 Ibidem, p. 26. (Nota de la edición en francés).
87 Ibidem, p. 27. (Nota de la edición en francés).
88 Ibidem, p. 30. (Nota de la edición en francés).
89 Ibidem, p. 31. (Nota de la edición en francés).
90 Ibidem, p. 32. (Nota de la edición en francés).
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pios de la sociedad y corría el riesgo de desestabilizarla, la sociedad burguesa inculcó a las masas los valores morales que
le permitían perpetrarse. El primer deber del revolucionario proletario era deducir este engaño. Unicamente la lucha de
clases podía destruir esta moral. Era una moral fascista o revolucionaria la que iba a reemplazarse de dos maneras opuestas.
Al igual que la democracia y la moral eran víctimas de este engaño del imperialismo, también el sentido común,
supuestamente “innato” a todos los hombres, iba a ser víctima de él. El sentido común no era más que un “conglo-
merado de prejuicios de clase”. La “simple crisis del capital lo desconcierta”. En sí, no quiere decir nada, depende
totalmente de su contexto y evoluciona con él. El único fruto de análisis de este trastorno del “curso normal”91 de las
cosas, en filosofía, gracias a altas cualidades intelectuales era el materialismo dialéctico. Así, los demás filósofos con
altas cualidades intelectuales que no llegaban a estas conclusiones eran o malos filósofos, o estaban llenos de prejui-
cios. Trotsky citaba, al respecto, a Max Eastman quien le reprochaba que su falta de sentido común era lo que le hizo
perder el poder. Según Trotsky, más bien sería Stalin quien habría sido víctima de su sentido común. La diferencia
entre Trotsky y los moralistas, según él, era que la doctrina marxista le había permitido desde hace tiempo prever el
Termidor, mientras que los doctrinarios del “sentido común” fueron sorprendidos por el marxismo y el estalinismo92.
Consecuentemente, el razonamiento acercaba a los moralistas a la GPU. Aquí, se apuntaba al conjunto de los
liberales, mientras que el homenaje a Dewey era discreto pero muy real. Constatando la ausencia de reacción contra
Stalin luego de los Procesos de Moscú, Trotsky concluía que sólo los menos inteligentes pudieron creer en Stalin. Los
demás no tuvieron ninguna dificultad para verificar, pero finalmente se conformaron con aprovechar las ventajas de
la situación ¿No era esto la ilustración perfecta de la tesis de que “el fin justifica los medios”? Por otra parte, la gran
burguesía ha observado con cierta satisfacción la exterminación de los revolucionarios en la URSS. Así, después del
veredicto por lo menos desestabilizante de la comisión Dewey, se han replegado a las “verdades eternas”.
En consecuencia, estos liberales socialdemócratas a los que la revolución de Octubre los hizo dudar, recuperaban
sus fuerzas ¿Este no era, en parte, el caso de Dewey, admirador durante un tiempo de la obra que se construía en la
URSS? Resurgían los viejos aforismos: “Toda dictadura lleva en sí misma el germen de su propia disolución”. Esto
era para Trotsky un ejercicio difícil de lograr: “la putrefacción del estalinismo, realidad histórica, se compara con la
democracia supra histórica”93. Sin embargo, los autores de estas amalgamas eran los primeros en clamar que la revo-
lución nunca podría ser importada a Estados Unidos. Además, el estalinismo tampoco era una “dictadura” abstracta,
sino una “vasta reacción burocrática contra la dictadura proletaria en un país atrasado y aislado”94.
También el rol principal de la revolución era una “ruptura decisiva con la opinión pública burguesa”, que concer-
nía a las nociones de democracia, moral, sentido común. Esto era, justamente lo que les daba miedo a los burgueses
que tenían todo para perder, que se lamentaban por el “amoralismo revolucionario”. Trotsky iba más lejos aún en su
análisis. No solamente los burgueses imponían su moral y su sentido común, sino que la sociedad llevaba sus mar-
cas indelebles, lo que hacía que la revolución también estuviera condenada a llevarlas un tiempo. “La sociedad sin
antagonismos sociales no tendrá, esto va de suyo, ni mentiras ni violencia. Pero no se puede tender un puente hacia
ella más que con métodos violentos. La revolución es, en sí misma, el producto de la sociedad dividida que lleva sus
marcas necesariamente”. De hecho, los elementos negativos de la revolución fueron heredados directamente de la
sociedad que se dejó atrás. Se podría concluir este largo desarrollo con esta cita:

“Desde el punto de vista de las ‘verdades eternas’, la revolución es, naturalmente, ‘inmoral’. Pero esto sólo significa
que la moral idealista es contrarrevolucionaria, es decir, se halla al servicio de los explotadores”95.

Estimando que el estalinismo era muy reaccionario, Trotsky acusó a “todos los agrupamientos de la sociedad
burguesa, incluidos los anarquistas, [de recurrir] a su ayuda contra la revolución proletaria”.
“La moral de estos señores consiste en reglas convencionales. Luego, para justificarse, repiten que ‘trotskismo y
estalinismo son una única y misma cosa’”96.
Trotsky no se pretendía amoral y rechazaba que la revolución o sus dirigentes fueran calificados como tales:
“La amoralidad de Lenin, es decir, su rechazo a admitir una moral por encima de las clases, no le impidió perma-
necer fiel al mismo ideal durante toda su vida. ¿No parece que la amoralidad, en este caso, no es más que el sinónimo
de una moral humana más elevada?97.
Finalmente, el último punto que trató Trotsky, y que involucraba sin duda más directamente a Dewey, era el de la
interdependencia entre el fin y los medios. El fin estaba justificado en la medida en que llevaba al “aumento del poder

91 Ibidem, p. 43-44. (Nota de la edición en francés).


92 Ibidem, p. 46. (Nota de la edición en francés).
93 Ibidem, p. 60. (Nota de la edición en francés).
94 Ibidem, p. 61. (Nota de la edición en francés).
95 Ibidem, p. 70. (Nota de la edición en francés).
96 Ibidem, p. 94. (Nota de la edición en francés).
97 Ibidem, p. 88. (Nota de la edición en francés).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 49

del hombre sobre la naturaleza y la abolición del poder del hombre sobre el hombre”. Para esto, “está permitido todo
lo que lleve realmente a la liberación de la humanidad”98. Pero de todas maneras, este fin sólo podía alcanzarse por
vías revolucionarias. Los liberales hablarán de “prejuicios”. Las reglas se deducían de las leyes del desarrollo social, es
decir, de la lucha de clases, ley de leyes. Hablarán de “creencia” o de “cientismo”.
Sin embargo, todo no estaba permitido:

“Sólo son admisibles y obligatorios los medios que aumenten la cohesión revolucionaria del proletariado, le insuflen
en el alma un odio implacable por la opresión, le enseñen a despreciar la moral oficial y a sus súbditos demócratas,
lo impregnen con la conciencia de su misión histórica, aumentando su coraje y su abnegación en la lucha”99.

No existía una respuesta automática sobre lo que estaba permitido o lo que era inadmisible porque “las cuestiones
de la moral revolucionaria se confunden con las cuestiones de táctica y estrategia revolucionaria”. Por lo tanto, “el mate-
rialismo no separa el fin de los medios” ya que este se deducía del devenir histórico de manera muy natural. El fin y los
medios eran interdependientes, cambiantes y justificados por las definiciones anteriores. Trotsky respondía a Dewey así:

“Los medios están subordinados orgánicamente al fin. El fin inmediato se vuelve el medio del fin ulterior”100.

En algunos versos considerados muy incompletos que tomó prestados a Lasalle, se encuentra una conclusión a
este debate con Dewey:

“No muestres solamente el fin,


Muestra también la ruta,
Porque el fin y el camino están tan unidos
Que uno en otro se cambia
Y cada nueva ruta revela un nuevo fin”101.

Conclusión
Teatro de un verdadero debate de fondo entre dos grandes del pensamiento político, el Contraproceso de Moscú fue
mucho más que un simple tribunal de justicia. El asunto, lejos de estar “terminado definitivamente”, nutrió la pluma
de una multitud de intelectuales y emocionó el ánimo del viejo revolucionario. La polémica que animaba a Dewey y
Trotsky durante estas audiencias se mantuvo discreta. No hubo debate de ideas en guerra abierta, ninguno de los dos
hombres podía permitírselo. Estaban allí frente a un tribunal de justicia imparcial y no en una conferencia –el crédito de
la comisión estaba en juego, como lo estaba la vida de Trotsky. Por cierto, implícitos, pero muy reales, los desacuerdos
se filtran a partir de las actas de las audiencias y de los escritos ulteriores de quienes estaban en Coyoacán. Después de
haber conocido el veredicto, la sed de Dewey y de Trotsky de tener la última palabra en este combate oculto, fue más
que patente. Los desacuerdos fundamentales salieron a la luz y cada uno justifica o desmintieron indirectamente los
propósitos del otro, atizando los descontentos. El enfrentamiento magistral, finalmente, tuvo su lugar, se desarrolló in-
directamente y de manera silenciosa para no comprometer el veredicto. Los reproches a Dewey, que iban en aumento en
las cartas de Trotsky, develaban la dimensión de lo que, hasta ahora, se había evitado en estos Procesos. Y el estudio de las
motivaciones profundas de Dewey aclaró la voluntad inconfesada que tenía, de hacer de estas audiencias el juzgamiento
al sistema soviético, cuyas conclusiones personales, expuestas después del veredicto, no hicieron más que confirmar sus
presunciones: el estalinismo no es otra cosa más que el hijo natural del bolchevismo.
¿Debemos lamentar esta diferencia? ¡Muy por el contrario! Esta fue una garantía excepcional para el juzgamiento
de la comisión, confiriéndole una rara imparcialidad en esos tiempos convulsionados y, por otra parte, bien merecida.
Ilustración de una justicia bien pronunciada, a pesar de los intentos de los estalinistas, de Beals y de otros enemigos
del comité de defensa, el Contraproceso fue inapelable e indiscutible para el conjunto de la opinión pública interna-
cional. Opiniones tan divergentes, sobre problemas tan cruciales, no habían podido ser el centro de una manipula-
ción trotskista dirigida contra Stalin. La pluralidad de la comisión fue su garantía de credibilidad. No puede ser de
otra manera en materia de justicia.

98 Ibidem, p. 95. (Nota de la edición en francés).


99 Ibidem, p. 96. (Nota de la edición en francés).
100 Ibidem, p. 97. (Nota de la edición en francés).
101 Ferdinand Lasalle, Franz von Sickingen, citado por Trotsky en Su moral… p. 98. (Nota de la edición en francés).
50 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

La obra histórica de la Comisión fue haber demolido una de las mayores imposturas de todos los tiempos, aún
cuando no se percibió eso enseguida. El veredicto ha destruido para siempre a los Procesos de Moscú.
Por otra parte, si bien la significación de la Revolución Rusa parece haber estado en el centro de las diferencias
y de los debates, tácitos o abiertos, sin embargo, parece no haber sufrido para nada las opiniones liberales de John
Dewey, ni haberse engrandecido por la gracia de Trotsky. ¿Es decir que no hubo debates? No, cada uno pudo apreciar
el combate de manera diferente. El alcance real del combate que siguió al veredicto, combate de estos hombres y de
sus ideas, no fue convencer a toda la opinión pública, aún cuando la intención era esa, sino reconfortar a un gran
número de intelectuales, hundidos en dudas, y orientarlos hacia su análisis, un análisis elaborado poderosamente,
lo que explica también el hecho de que es difícil determinar quién de los dos ganó el debate. Cada uno hará su
apreciación. Porque los dos hombres eran lo suficientemente sólidos para resistir al adversario e imponer su juicio,
alternativamente, demostrando cada vez su gran coherencia ante los ojos de la opinión pública.
Unión entre dos grandes, opuestos ideológicamente, por una causa inmensa y fundamental, la de la justicia, la
de la verdad: esto es lo que nos gustaría recordar de ese gran momento de humanidad que fue el Contraproceso.
Cuando los derechos fundamentales del hombre trasgreden las leyes del silencio, no hay nada mejor que ver hombres
dispuestos a todo para defenderlos dignamente.
Más allá de los desacuerdos y rivalidades personales, más allá de los intereses privados y el sarcasmo de todo el
mundo, esta unión por un desafío contra la mentira, impregnada de diversidad, fue un verdadero momento de la
“conciencia humana”.
Porque el objetivo de ambas partes no eran los mismos, la impostura que fueron los Procesos de Moscú pudo ser
puesta al desnudo. Porque las conclusiones ulteriores divergían, el juicio sin secretos pudo iluminar la conciencia
internacional. Porque sus verdades se unían, a pesar de los caminos diferentes, estos hombres han dado una gran
lección de humanidad.
La trampa de la supuesta imparcialidad1
León Trotsky

29 de mayo de 1937

Queridos camaradas:

No puedo disimular mi consternación con respecto a la suerte de la Comisión de Investigación. Es necesario que
hagamos un balance objetivo del trabajo anterior. El envío de una comisión a México ha sido la primera prueba seria
¿Qué ocurrió? Los amigos liberales y socialdemócratas se demostraron cobardes y prefirieron quedarse a un lado. Un
solo hombre de los círculos liberales ha demostrado ser un hombre verdadero, el viejo Dewey. Es una excepción, pero
todo el trabajo depende de su persona: está viejo, puede enfermarse, etc.
El comité busca gente absolutamente imparcial. Si entendí bien, ha encontrado que la srta. LaFollette no era lo
bastante “imparcial”. No puedo entender qué se quiere decir con esto ¿La srta. LaFollette es parcial con respecto a
Hitler y al Mikado? Yo creo que no. Si bien, admitámoslo, ella simpatiza con el programa de la revolución perma-
nente, debe ser cien veces más hostil a todo tipo de compromiso con la reacción. Y la cuestión a la orden del día no es
saber si la teoría de la revolución permanente es buena o mala, sino si Trotsky está o no ligado a Hitler y al Mikado.
Es mil veces más probable que un Waldo Frank sea no solamente parcial a favor de Stalin, sino que esté directa-
mente ligado a la GPU por una organización intermedia o alguna otra. Es más probable que Stolberg, LaFollette y
los demás sean parciales frente a una alianza de los trotskistas con la reacción.
Toda la gente que es inteligente, pensante, activa, tiene simpatía por un campo o por el otro. La gente absoluta-
mente imparcial sólo puede ser idiota y no tiene el menor interés por el comité.
Si la comisión estuviera compuesta por Dewey, Ross, el rabino Israel2, Waldo Frank y esta clase de gente, no po-
dría más que romperse ante los primeros golpes de los acontecimientos o de los estalinistas. Solamente las personas
activas, apasionadas, firmes, pueden resistir a los inevitables obstáculos y guiar la investigación hasta el final. Pero
estas personas son más o menos parciales políticamente. La cuestión no está en una “imparcialidad absoluta” que no
existe, sino en la honestidad personal, la devoción al socialismo, a la revolución.
En todo caso, los estalinistas dirán que la comisión es parcial. Sus agentes (del tipo de Waldo Frank) quizás lo
repetirán. Para ellos, la institución más importante es la GPU o sus anexos. Si, en la composición de la comisión,
nosotros nos adaptamos al espectro de Waldo Frank, que no es más que la sombra de Browder3, que no es más que
la sombra de Vyshinsky, inevitablemente nos traicionaremos a nosotros mismos.
La Comisión ganará su caso por su trabajo, por la propia investigación, por la publicación de documentos, tes-
timonios, confesiones, etc. La Comisión podría comenzar como un organismo muy modesto, de tres o cinco traba-
jadores sólidos, honestos, con algunos intelectuales honrados y competentes. Las primeras publicaciones serias y sus
primeras conclusiones influirían a los liberales dubitativos, los sociólogos, los abogados y los rabinos, mil veces más
que nuestra adaptación permanente a los liberales ¿Tienen ustedes a estos tres sólidos trabajadores o no?
Debo confesar que el hecho de que Pioneer Publishers sólo haya vendido 10.000 ejemplares de mi discurso del
Hipódromo me parece una verdadera catástrofe y, al mismo tiempo un indicador objetivo seguro de una mala orien-
tación. Si el 99% de nuestras fuerzas estuvieran consagradas al trabajo de masas y no a coquetear con los liberales,
habría sido posible movilizar estas fuerzas en los calurosos días luego del mitin del Hipódromo y vender 50.000
ejemplares. Desde el punto de vista del trabajo de masas, es incomparablemente mejor vender 50.000 ejemplares de
un mismo folleto que 20 folletos editados en tiradas de 5.000 ¿Qué hace falta para llegar a esto? Una movilización
revolucionaria general de todos los camaradas. Pero ésta sólo es posible si la atención hubiera estado concentrada en
el trabajo de masas y no en las maniobras personales con los liberales.

1 Carta a Cannon y Shachtman, Oeuvres 13, p.135-138. Traducida especialmente para este boletín electrónico.
2 Edward A. Ross (1886-1951), sociólogo, profesor universitario, se había encontrado con Trotsky en Petrogrado en 1917. Miembro del co-
mité de defensa, había aceptado formar parte de la subcomisión de investigación. Edward L. Israel (1896-1941), presidente de la Conferencia
de Rabinos Norteamericanos, miembro del ejecutivo del Congreso Mundial Judío, era el jefe del liberalismo judío. Pertenecía a la American
League for Peace and Democracy, a la que dejó en 1937 para protestar contra la influencia del PC. Con frecuencia era árbitro en los conflictos
laborales. Se había unido al comité de defensa. (Nota de la edición en francés).
3 Earl R. Browder (1891-1973), era el dirigente indiscutido del PC norteamericano desde el final del “tercer período”. (Nota de la edición en
francés).
52 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

Los hechos materiales son más convincentes que las abstracciones jurídicas. Para la comisión mexicana, ustedes
tienen ahora a Stolberg, Ruehle, quizás un abogado mexicano (un agente estalinista) y en este caso también a Walker,
con LaFollette como secretaria ¿Dónde están los miembros imparciales de la comisión? No veo a ninguno, salvo a
Dewey (e ignoro el grado de su “imparcialidad”).
La verdad está de nuestro lado. Del otro lado, están los mayores criminales de la historia y sus agentes o semia-
gentes del tipo Waldo Frank. Nosotros empezamos la campaña, pero estamos demasiado dispuestos a permitirle a
un liberal o a un Waldo Frank que dicten sus “condiciones”. Waldo Frank ha exigido “imparcialidad”, pero nosotros
necesitamos echarlo a patadas, porque es el lugarteniente de Browder.
Es un gran honor para él estar invitado a participar en una investigación semejante a pesar de su miserable pasado.
Con todas nuestras actitudes debemos demostrarle que este criterio de imparcialidad, dictado por la GPU, no es el
nuestro. Pero, para llegar a ello, primero tenemos que evitar caer en la trampa de la supuesta imparcialidad.
Queridos camaradas: es posible que ustedes tengan la misma opinión que yo y que mis argumentos no sean ne-
cesarios para ustedes. Pero las cartas vienen del comité y mis discusiones con Solow me demuestran que el espíritu
que prevalece en los círculos del comité no es bueno, no es militante, es absolutamente inadecuado para la gran tarea
que tenemos ante nosotros.
Necesitamos tener la mayor cantidad posible de trabajadores firmes y sólidos en la comisión y la menor cantidad
posible de liberales vacilantes que desertarán en la primera ocasión. Esta es mi firme convicción.

P.D. Me parece casi increíble que el comité busque contar con Waldo Frank a cualquier precio, y que al mismo
tiempo elimine a LaFollette por partidaria. La única manera de ser partidario que nosotros no podemos admitir es
la dependencia material ante Hitler o la GPU. Ignoro si Waldo Frank depende de las Ediciones de Estado soviéticas
(una cuestión muy importante), pero está claro que LaFollette no depende de la casa editorial trotskista.
Inquietudes1
León Trotsky

26 de enero de 1938

Querido amigo:

Le envío una copia de mi carta a Wendelin Thomas. Su carta es totalmente estúpida y arrogante. Incluso ahora,
sigue afirmando que la Comisión no puede eximirse de expresar su opinión de que la política estalinista es el resulta-
do del bolchevismo ¿Cómo pueden hacerse semejantes afirmaciones luego de que la decisión ya fue tomada?
Esto me preocupa un poco, sobre todo en relación al discurso de Dewey2. Contrariamente a la opinión de algunos
camaradas, debo decir que no era muy leal, de parte del “viejo”, vociferar sus propias posiciones políticas en nombre
de la Comisión. Es doblemente desleal, porque yo le había confiado la lectura de mi cable que, lamentablemente, se
abstenía de toda afirmación política. Lo que Dewey ha dicho no representaba la decisión de la Comisión y era con-
trario a la opinión de algunos de sus miembros: Rosmer, Zamora, en gran medida, Ruehle y, creo, Tresca también3.
Todos los miembros no eran liberales. Todos no creen que la decadencia y la degeneración de la burocracia soviética
descalifiquen al comunismo y que la decadencia de la democracia demuestra la vitalidad del liberalismo.
Voy a explicar esto en un artículo escrito contra Dewey, pero estoy un poco preocupado por la hipótesis de que
Wendelin Thomas podría haber logrado meter algunas “ingenuidades” de este tipo en el texto de la Comisión. Es
absolutamente necesario verificar el texto desde este punto de vista. Si el texto contiene apreciaciones políticas ten-
denciosas desde un punto de vista liberal, hay que prevenir a los editores4 que nosotros lo consideramos como un
abuso de confianza y que apelaremos a Rosmer, Zamora, Ruelhe, para la reconsideración de la parte correspondiente
del texto. Espero que mi inquietud no tenga fundamento: ¡Tanto mejor! Pero es necesaria la verificación más atenta.
Está demás decir que todo esto es estrictamente confidencial y que sería muy desgraciado si perturbara mis rela-
ciones amistosas con los miembros de la Comisión por alguna iniciativa imprudente. Hable, por favor, también con
el camarada Cannon sobre este tema.

1 Carta a Jan Frankel, Oeuvres 16, p. 116-117, traducida especialmente para este boletín electrónico.
2 Trotsky se refiere aquí al discurso pronunciado por John Dewey en el Hotel Center el 12 de diciembre de 1937 en el mitin donde fue anun-
ciado el veredicto de la Comisión. En efecto, Dewey había expresado la opinión de que el estalinismo era el desarrollo lógico del bolchevismo.
(Nota de la edición en francés).
3 Alfred Griot, apodado Rosmer (1877-1964) sindicalista revolucionario, ligado a Trotsky durante la guerra, miembro del Ejecutivo de la IC y
del PC, expulsado en 1924, había militado junto a Trotsky en 1929-1930, luego se apartó. Retomó la relación personal con Trotsky en 1937 y
vino a Nueva York para participar de las actividades de la Comisión de Investigación. Francisco Zamora Padilla (1891- ¿? ), nicaragüense, fue el
cronista de la revolución mexicana, el primer periodista moderno de México, fundador de El Universal, y también el primer marxista, profesor
de economía política. También había venido a Estados Unidos a participar en los trabajos. Otto Ruehle (1874-1943), había sido diputado
socialdemócrata en el Reichstag, negándose junto con Liebknecht a votar los créditos de guerra en 1916. miembro del KAPD en 1920, luego
espontaneísta, se refugió en México luego del ascenso de Hitler y trabajaba sobre Marx. Carlo Tresca (1879-1943), libertario, combatiente de
los derechos del hombre en Estados Unidos, no había participado en la subcomisión porque temía no poder regresar a Estados Unidos si se iba
a México. (Nota de la edición en francés).
4 En el sentido norteamericano del término, los que preparan el texto para la edición. (Nota de la edición en francés).
Delimitarse de los liberales1
León Trotsky

(29 de junio de 1938)

Querida Rae2

Joe [Hansen] me ha transmitido la información de vuestra carta según la cual mi artículo sobre la moral3 ha
provocado un fuerte descontento en Dewey, Sydney Hook4 y otros, y que tenían la intención de aplastar mi mala
filosofía. Estoy muy contento de escuchar esto. Con los liberales y radicales honestos, tenemos un “frente único”
con un objetivo práctico: desenmascarar la impostura. Pero en todo frente único honesto, ninguna de las dos partes
renuncia a su derecho de libre crítica. El Dr. Dewey hizo un uso amplio de esto, anunciando el veredicto en la radio.
Al respecto, nuestros camaradas han sido más reservados, e incluso demasiado reservados, según mi opinión. Una
polémica abierta restablecerá las cosas en sus proporciones y relaciones naturales. Espero que Max Eastman también
responda. El carácter muy confuso y equívoco de su amistad con nosotros es extremadamente perjudicial para
nuestro movimiento. Amigos que dicen de nosotros: “Son gente excelente, inteligente, honesta, admirablemente
valiente, pero... su teoría es mala, su política es errada, son incapaces de crear una organización, etc.” son los peores,
los enemigos más peligrosos de la IV Internacional. O mejor, son tanto más peligrosos cuanto que nosotros somos
más diplomáticos y tolerantes.
Es absolutamente necesario que nos delimitemos abiertamente de estos amigos. Todo joven obrero o intelectual
que se interese por nosotros debe saber que estos amigos pertenecen al campo de la democracia burguesa radical y
no al campo revolucionario del proletariado. Sólo en esas condiciones la “amistad”, en algunos casos puede ser útil a
ambos campos. Lo mismo es dos veces más cierto en lo que concierne a miserables filisteos como Eugene Lyons, que
participa en los banquetes de Pioneer Publishers y, enseguida después, hace una conferencia ante los rusos guardias
blancas y les explica que estos pobres “trotskistas” no son más que restos de un pasado revolucionario. No, Dios nos
guarde de semejantes amigos.
Mis más calurosos saludos para usted y Max [Sterling]5¿Dónde están ustedes? ¿Encontraron trabajo? Acá trabaja-
mos duro con Sara [Weber] en el libro de Stalin que avanza muy rápido.

PD. Que los pobres acróbatas de Modern Monthly estén obligados a delimitarse de nosotros es un excelente sín-
toma. Nadie puede comprometernos tanto como gente como Calverton6 y compañía.

1 Carta a Rae Spiegler (10503). Œuvres 18, p. 115-116, traducida especialmente para este boletín electrónico.
2 Rae Spiegler o Raya Duneyevskaya (1910-1987) fue a Coyoacán después de haber aprendido el ruso y la estenografía en ese idioma con ese
objetivo. Se acababa de ir. Trotsky sentía una profunda amistad por ella. (Nota de la edición en francés).
3 “Leur morale et la nôtre”, Œuvres 17, p. 159-196. (Nota de la edición en francés).
4 John Dewey (1859-1952), filósofo y pedagogo, teórico del “pragmatismo”, había presidido la Comisión de Investigación sobre los Procesos
de Moscú; mientras defendía a Trotsky y a las víctimas del estalinismo, veía en el estalinismo el desarrollo natural del bolchevismo, a lo que
Trotsky contestaba. Sydney Hook (1902-1989) había sido alumno de Dewey, y también profesor de la Universidad de Columbia. Había
evolucionado hacia el marxismo a comienzo de los ’30. Había impulsado la fusión de la CLA y del AWP en el WPUS sin entrar en este último
y en 1936 había servido en 1936 en la negociación con los socialistas para el “entrismo”. (Nota de la edición en francés).
5 Mark Shapiro, apodado Max Sterling (1907- ¿? ) era el compañero de Rae Spiegler al que se había unido en México. Trotsky lo conocía
entonces desde 1936. (Nota de la edición en francés).
6 George Gotees apodado Victor Francis Calverton (1900-1940) era desde 1923 el director de Modern Monthly; había estado allegado a Muste
y a los trotskistas. Trotsky no le perdonaba haber conservado en la lista de sus colaboradores el nombre de Carleton Beals, al que acusaba de
haberle hecho el juego de la GPU contra la Comisión de Investigación. (Nota de la edición en francés).
Medios y fines
Sobre “Su moral y la nuestra”
John Dewey

The New International, Vol. IV, n º 8, agosto de 1938

La relación entre medios y fines ha sido durante mucho tiempo una cuestión destacada en la discusión sobre la
moral. También ha sido un tema candente en la teoría política y la práctica. Últimamente, el debate se ha centrado
sobre la evolución posterior del marxismo en la URSS. El curso de los estalinistas ha sido defendido por muchos
de sus adherentes en otros países con el argumento de que las purgas y los procesos judiciales, incluidas todas las
falsificaciones, fueron necesarios para mantener el supuesto régimen socialista de ese país. Otros hicieron uso de las
medidas de la burocracia estalinista para condenar la política marxista, sobre la base de que esta última conduce a
excesos como los que se produjeron en la URSS, precisamente porque el marxismo sostiene que el fin justifica los
medios. Algunos de estos críticos han sostenido que, ya que Trotsky también es un marxista y que está comprometi-
do con la misma política, en consecuencia, si hubiera estado en el poder también se habría visto obligado a utilizar
cualquier medio que le pareciera necesario para alcanzar los fines para conseguir la dictadura del proletariado.
La discusión tuvo, al menos, un resultado teórico útil.  Por primera vez, hasta donde yo sé, surgió una discusión
explícita por parte de un marxista coherente, sobre la relación entre los medios y los fines en la acción social. Me
propongo examinar esta cuestión a la luz de la discusión de Trotsky sobre la interdependencia entre los medios y los
fines.  La primera parte de su ensayo no la voy a discutir, aunque puedo decir que, sobre la base del argumento tu
quoque (propuesto por el título), Trotsky no tuvo gran dificultad en demostrar que algunos de sus críticos actuaron de
la misma manera que le atribuyeron a él. Dado que Trotsky señala también que la única posición alternativa a la idea
de que el fin justifica los medios es una forma de ética absolutista basada en los supuestos dictados de la conciencia,
de tipo moralista, o con argumentaciones sobre verdades eternas, quiero decir que escribo desde un punto de vista
que rechaza todas estas doctrinas tan categóricamente como el propio Trotsky, y que sostengo que los fines, en el
sentido de las consecuencias, constituyen la única base para las ideas morales y la acción, y por lo tanto proporcionan
la única justificación que se puede encontrar para los medios que se empleen.
El punto que me propongo tener en cuenta es el que Trotsky aborda hacia el final del debate, en la sección titu-
lada Interdependencia dialéctica del fin y de los medios. La siguiente declaración es fundmental: “El medio sólo puede
justificarse por el fin. Pero este, a su vez, debe ser justificado. Desde el punto de vista del marxismo, que expresa los
intereses históricos del proletariado, el fin está justificado si conduce al acrecentamiento del poder del hombre sobre
la naturaleza y la abolición del poder del hombre sobre el hombre”2. ... Este aumento del poder del hombre sobre
la naturaleza, que acompaña a la abolición del poder del hombre sobre el hombre, parece, en consecuencia, ser el
fin; es decir, un fin que no necesita ser justificado, pero que es la justificación de los fines que  son, a su vez, medios
para ello. También se puede agregar que, más allá de los marxistas, se podría aceptar esta formulación sobre el fin y
sostenerlo para poder expresar el interés moral de la sociedad –si no el interés histórico– y no sólo y exclusivamente
el del proletariado.
Pero a los efectos de mi exposición, es importante señalar que la palabra “fin” se utiliza para designar dos cosas; el
fin final justificador y los fines -que son en sí mismos, medios para este fin final. Porque se afirma, sin tantos rodeos,
que algunos fines no son más que medios, esa proposición sin duda está implícita en la afirmación de que algunos
fines, “conducen a aumentar el poder del hombre sobre la naturaleza, etc.”. Trotsky continúa explicando que el prin-
cipio de que el fin justifica los medios no significa que todos los medios estén permitidos; “están permitidos –respon-
deremos– todos lo que conducen realmente a la liberación de la humanidad”.
De allí que adherir a este último principio y seguirlo consecuentemente sería coherente con el principio racional de
interdependencia de los medios y los fines. Estar de acuerdo con él, llevaría a un examen escrupuloso de los medios que
se utilizan para determinar cuáles serán sus consecuencias objetivas reales, en la medida de lo que es humanamente po-
sible señalar -para mostrar lo que “realmente” hacen, conducir a la liberación de la humanidad. En este punto, el doble
significado del fin se vuelve importante. Mientras las consecuencias deseadas realmente se alcancen, está claro que se es

1 Todas las cursivas en el original. Traducido especialmente para este boletín electrónico por Darío Martini del texto publicado
en www.marxists.org.
2 Cita cotejada con la versión en castellano de Su moral y la nuestra publicada en, Trotsky, León, Escritos Filosóficos, Bs.As., CEIP León Trotsky.
2004. Pág. 109.
56 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

dependiente de los medios utilizados, mientras que evaluar la calidad de los medios depende de los fines, en el sentido de
que los medios tienen que ser observados y juzgados en el terreno de sus resultados objetivos actuales. Sobre esta base, el
fin visualizado (end-in-view) representa o es una idea de las consecuencias finales, en caso de que la idea sea formada sobre
el terreno de los medios que se juzgan y consideran más probables para producir el fin. El fin visualizado es, en sí mismo, un
medio para dirigir la acción -al igual que la idea de un hombre de poder gozar de buena salud o de construirse una casa
no es idéntica con el fin en el sentido del resultado real, sino que es un medio para dirigir la acción para lograr ese fin.
Ahora bien, lo que le dio un mal nombre a la máxima de que el fin justifica los medios (y que a su vez reformula
la práctica), es que ese fin visualizado, el fin declarado y contemplado (acaso con profunda sinceridad) justifica el
uso de ciertos medios, y por lo tanto, justifica a los mismos en que no se hace necesario examinar cuáles serán las
verdaderas consecuencias de la utilización de los medios elegidos. Una persona podrá sostener, con toda sinceridad,
que ciertos medios “realmente” llevarán a un fin declarado y deseado. Pero la verdadera cuestión no es un punto de
vista personal, sino que se sostiene en una razón objetiva sobre la que se apoya, es decir, las consecuencias que de
hecho serán producidas por ellas mismas. Así que cuando Trotsky dice que “el materialismo dialéctico no conoce el
dualismo entre los medios y los fines”, la interpretación natural es que él recomienda el uso de los medios que, por su
propia naturaleza, pueden conducir a la liberación de la humanidad como una consecuencia objetiva.
En consecuencia, uno esperaría que, con la idea de la liberación de la humanidad como el fin visualizado, se exa-
minarían todos los medios que pueden ser utilizados para alcanzar ese fin, sin ningún tipo de preconcepto inmóvil
sobre lo que deberían ser, y que todos los medios sugeridos serán sopesados y juzgados en el terreno explícito de las
consecuencias que puedan producir.
Pero este no es el curso adoptado en el debate por Trotsky. Cito: “La moral emancipadora del proletariado posee
-indispensablemente- un carácter revolucionario (…) deduce las reglas de la conducta de las leyes del desarrollo de la
humanidad, y por consiguiente, ante todo, de la lucha de clases, ley de leyes”3 (las cursivas son mías).  Como para
no dejar dudas sobre su significado, dice que: “El fin se deduce naturalmente del movimiento histórico mismo”4; el
de la lucha de clases. El principio de la interdependencia de los medios y los fines ha desaparecido, o al menos, ha
sido subsumido, ya que la elección de los medios no se decide sobre el terreno de un examen independiente de las
medidas y políticas con respecto a sus consecuencias objetivas reales. Por el contrario, los medios son “deducidos” de
una fuente independiente, una supuesta ley de la historia que es la ley de todas las leyes del desarrollo social.
Tampoco cambia la lógica del caso si sacamos la palabra “supuesta”. Porque aun así, se deduce que los medios que
se utilizarán no derivan de la consideración del fin; la liberación de la humanidad, sino de otra fuente externa. El
fin declarado -el fin visualizado- la liberación de la humanidad, está, pues, subordinado a la lucha de clases como el
medio que se quiere alcanzar. En lugar de la interdependencia de los medios y los fines, el fin depende de los medios,
pero los medios no se derivan del fin. Dado que la lucha de clases es considerada como el único medio por el que se
alcanzará el fin, y desde el punto de vista de que es el único medio al que se llega deductivamente y no por un exa-
men inductivo de los medios-consecuencias en su interdependencia, los medios, la lucha de clases, no tiene por qué
ser analizada críticamente con respecto a sus consecuencias objetivas reales. La lucha de clases está automáticamente
eximida de toda necesidad de un examen crítico. Si no volvemos a la posición de que el fin visualizado (a diferencia
de las consecuencias objetivas) justifica el uso de cualquier medio alineado con la lucha de clases y que justifica el
abandono de todos los demás medios, no llego a entender la lógica de la posición de Trotsky.
La posición que he señalado como la de la auténtica interdependencia de medios y fines, no descarta automática-
mente la lucha de clases como un medio para alcanzar el fin. Pero excluye el método deductivo para llegar a ella como
un medio, por no decir que sea el único medio. La selección de la lucha de clases como un medio tiene que estar justi-
ficada en base a la interdependencia de los medios y fines, por un examen de las consecuencias reales de su uso, no por
deducción. Las consideraciones históricas son ciertamente relevantes para este examen. Pero la suposición de una ley fija
de desarrollo social no es relevante. Es como si un biólogo o un médico fueran a afirmar que cierta ley de la biología que
él acepta está relacionada con el fin de la salud, que los medios de llegar a la salud -el único medio- se pueden deducir
de ella, por lo que no se necesita un examen más detenido de los fenómenos biológicos. Todo está basado en prejuicios.
Una cosa es decir que la lucha de clases es un medio para alcanzar el fin de la liberación de la humanidad. Es
algo radicalmente distinto afirmar que hay una ley absoluta de la lucha de clases que determina los medios a utili-
zar. Porque, si determina los medios, también determina el fin; la consecuencia real, y bajo el principio de la auténtica
interdependencia de los medios y el fin, es arbitrario y subjetivo decir que la consecuencia será la liberación de la
humanidad. La liberación de la humanidad es el fin al cual aspirar. Bajo cualquier legítimo significado de “moral”,
es un fin moral. Ninguna ley científica puede determinar un fin moral salvo que sea abandonando el principio de
interdependencia de los medios y los fines. Un marxista puede sinceramente creer que la lucha de clases es la ley de
desarrollo social. Pero aparte de que la creencia cierra las puertas a un examen más detenido de la historia (como

3 Ídem. Pág. 109.


4 Ídem. Pág. 110.
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 57

afirmar que las leyes de Newton son las leyes finales de la física, y por lo tanto, oponerse a buscar más leyes físicas)
no se desprende, incluso si fuera la ley científica de la historia, que es el medio para la meta moral de la liberación
de la humanidad. Que este tipo de medio tiene que demostrarse no por “deducción” de una ley, sino por el examen
de la relación real entre los medios y las consecuencias, un examen en el cual, habida cuenta de la liberación de la
humanidad como fin, es la búsqueda libre y sin prejuicios de los medios con los cuales se puede lograr.
Se puede agregar una consideración más sobre la lucha de clases como un medio. Hay probablemente varias,
quizás muchas maneras diferentes por medio de las cuales se puede llevar adelante la lucha de clases. ¿Cómo se puede
elegir entre opciones diferentes, si no es examinando sus consecuencias en relación con la meta final de la liberación
de la humanidad? La creencia de que una ley de la historia determina la forma particular en que la lucha se llevará
a cabo, parece tender hacia una devoción fanática y mística, incluso con el uso de ciertas formas de llevar a cabo la
lucha de clases, se excluye toda otra forma de llevarla a cabo. No tengo ninguna intención de salirme de la discusión
teórica sobre la interdependencia de los medios y fines, pero es concebible que el curso adoptado por la revolución
en la URSS se vuelve más inexplicable cuando se observa que los medios se deducen de una supuesta ley científica en
lugar de buscarlos y adoptarlos sobre la base de su relación con el fin moral de la liberación de la humanidad.
La única conclusión a la que puedo llegar es que, para evitar una especie de absolutismo, Trotsky se hundió en
otro tipo de absolutismo. Parece que hay una curiosa enajenación entre los marxistas ortodoxos sobre la fidelidad
hacia los ideales del socialismo y los métodos científicos (científicos en el sentido de basarse en las relaciones objetivas
de los medios y las consecuencias) para lograr, con la lucha de clases, la ley del cambio histórico. 
Deducir los fines establecidos de los medios y las actitudes de esta ley como el punto de partida, hacen que todas
las cuestiones morales, es decir, todas las cuestiones del fin final, no tengan sentido. Ser científico sobre los fines no
significa interpretarlos de las leyes, tanto si esas leyes son naturales o sociales. El marxismo ortodoxo comparte con el
fanatismo religioso ortodoxo y con el idealismo tradicional la creencia de que los fines humanos se entrelazan en la
textura y en la estructura de la existencia; una concepción heredada probablemente de su origen hegeliano.
Defensa y Contraproceso en Francia1
Gérard Roche

1
El anuncio de la apertura del proceso contra Zinoviev, Kamenev y sus catorce compañeros, en agosto de 1936,
llenó de estupor a militantes obreros e intelectuales: era muy difícil creer que los hombres de la vieja guardia bolche-
vique, los compañeros de Lenin, hubiesen caído al grado de abyección que mostraban sus confesiones públicas. Pero
pronto la prensa del Partido Comunista Francés se dedicó a movilizar todas sus fuerzas para difundir y dar crédito a
las acusaciones lanzadas por el procurador Vyshinsky. Se hizo un esfuerzo especial con relación a los intelectuales: a
los virulentos artículos de Jacques Duclos, Marcel Cachin, Etienne Fajon2 en L´Humanité responden en Commune,
órgano de la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios, los de Louis Aragon y Georges Sadoul3.
Frente a este enorme aparato de propaganda, las fuerzas de quienes se niegan a creer en las confesiones de Moscú y
aceptan los riesgos que implican tal posición pública se manifiestan muy reducidas. Es que, ante todo, la conciencia de
los trabajadores está obsesionada por el ascenso del fascismo en Alemania y en Italia. Sus ojos están puestos en España,
en donde trabajadores y campesinos luchan heroicamente contra Franco y los mercenarios de Hitler y Mussolini. Como
escribirá mucho más tarde Alfred Rosmer: “no era el momento de dividir las fuerzas antifascistas, uno se mantenía ale-
jado de las preguntas que era necesario hacerse y las confesiones eran un cómodo pretexto para evadirse”4.
En este contexto, un puñado de militantes y algunos intelectuales iban a organizar la defensa de Trotsky y, a pe-
dido de él, participar en la contra investigación internacional encargada de demostrar las maquinaciones policíacas
de Stalin.

El “Llamado a los Hombres”


El primer texto de protesta contra los Procesos de Moscú, firmado por diez organizaciones –entre ellas la Gauche
Révolutionnaire de la SFIO, las JS de la Seine, el grupo Que faire?, el PUP, la Révolution prolétarienne, el POI y las
JSR5–, fue publicado por primera vez en septiembre de 1936. Dirigido a la Federación Sindical Internacional6 y a la
Internacional Obrera Socialista7, pedía a ambas organizaciones que fuesen más allá de su primera protesta y que con-
tribuyesen a la constitución de una comisión obrera internacional de investigación, presentando “todas las garantías
de imparcialidad, es decir, independencia de Stalin”.
En la Révolution prolétarienne, el poeta Marcel Martinet, en un texto muy emotivo, denuncia “la sangrienta farsa”
del primer juicio, la cual provocó, según él, una reacción de estupor y de disgusto mezclada con vergüenza en la
conciencia de esos revolucionarios. Escribe:

1 Traducido de “Cahiers Léon Trotsky nº 3”, número especial, “Los Procesos de Moscú en el mundo”, julio/sept. de 1979 por Rossana Cortez.
2 Jacques Duclos (1896-1975), miembro del Partido Comunista Francés. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue responsable del movi-
miento comunista declarado clandestino por el régimen de Vichy y perseguido por las fuerzas de ocupación del Tercer Reich. Marcel Cachin
(1869-1958) Fue partidario de la III Internacional y uno de los fundadores del Partido Comunista en Francia, al que representó por primera
vez en el Senado (1935-1940). Colaboró en la resistencia contra la ocupación nazi y volvió a ocupar un escaño parlamentario desde 1946 hasta
su muerte. Étienne Fajon (1906-1991). Docente y hombre de prensa, ocupó varios cargos en el Partido Comunista
3 Ver sobre todo de Louis Aragon “Trois livres” (“Tres libros”) en Commune de octubre de 1936. Louis Aragon (1897-1982) y Georges Sadoul
(1904-1967), el primero, poeta y el segundo, crítico cinematográfico, defendían las posiciones del PCF sobre los Procesos. (Nota de la edición en
francés).
4 Alfred Rosmer, “John Dewey, homme d´action”, (John Dewey, hombre de acción ) Preuves nº 17, julio de 1952. (Nota de la edición en francés).
5 Gauche Révolutionnaire de la SFIO (Izquierda Revolucionaria de la SFIO), organización fundada por Marceau Pivert en 1935, luego de
romper con Batalla Socialista; JS de la Seine, ala izquierda de la Juventud Socialista de la SFIO; Grupo Que faire?, grupo clandestino de opo-
sición dentro del PC y cuyos dos dirigentes principales eran André Morel, apodado Ferrat, nacido en 1901, ex miembro del BP del PC y el
polaco Georges Kagan (1898-1943); PUP, Partido de Unidad Proletaria, cuyo antecesor fue el POP (Partido Obrero y Campesino), Révolution
proletarienne,  Periódico sindicalista fundado por  Monatte en 1924, después de haber dejado el Partido Comunista, POI (Partido Obrero
Internacionalista) era el partido de la sección francesa de la Oposición de Izquierda Internacional, en el momento de los Procesos de Moscú
estaba separado del PCI de Molinier, JSR (Juventud Socialista Revolucionaria) era la organización trotskista de la juventud en Francia. 
6 La Federación Sindical Internacional, también conocida como Internacional de Amsterdam, funcionó desde 1913 hasta 1945.
7 La Internacional Obrera y Socialista fue fundada en 1923 por la fusión de la Segunda Internacional y la Union de Partidos Socialistas para
la Acción Internacional. Dejo de funcionar al comenzar la Segunda Guerra Mundial. Su secretario fue Friedrich Adler, hasta 1939.
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“Políticamente, no somos trotskistas. Pero esta obsesión por el trotskismo, que ha dominado y sigue dominando
el asunto, pone su sello en la operación y revela su sentido exacto: es necesario destruir lo que queda de Octubre,
salvo la idolatría petrificada”.

Para él, con Trotsky vivo, “la tradición de Octubre sigue estando terriblemente viva, a pesar de todo”8.
Victor Serge9, recientemente liberado gracias a una campaña que llevaron adelante los medios occidentales, de-
dica mucha energía a escribir artículos en La Wallonie, La Flèche, La Révolution prolétarienne en donde hace crónicas
permanentes. Informa sobre la personalidad de los acusados y de las víctimas de la GPU. Denuncia la sangrienta eje-
cución de los dieciséis, la liquidación de la Vieja Guardia bolchevique por parte de Stalin. Para él también, mientras
Trotsky viva, la tradición de Octubre vivirá, y no hay “peor remordimiento, peor peligro para la reacción estalinista”.
Según él, el “trotskismo” en la URSS “es un pretexto, como el antisemitismo en Alemania; para Stalin, lo esencial es
acabar con los viejos bolcheviques, aterrorizar al aparato del partido”10.
El grupo surrealista también es uno de los primeros en alzar la voz. Henry Pastoureau toma contacto con Marcel Mar-
tinet para pedirle que redacte una protesta contra el proceso Zinoviev. Martinet anota en sus apuntes: “¿Tendré la fuerza
de escribir algo? Estoy lleno de odio”11. Finalmente, redacta ese texto el 2 de septiembre de 1936 y se lo envía a Pastoureau.
Este texto, fechado el 3 de septiembre de 1936, es firmado por diez miembros del grupo surrealista y leído por
André Breton en el mitin de la sala Wagram12. Este denuncia el proceso como una “desgracia espantosa” que golpea al
socialismo en todo el mundo, acusa a Stalin, “el gran negador, el principal enemigo de la revolución proletaria”. Los
firmantes se comprometen a combatir en él al “falsario” y al “más inescrupuloso de los asesinos”. La declaración –que
toma distancia frente a la consigna trotskista de “defensa incondicional de la URSS”– se termina con un llamado de
solidaridad por la defensa de León Trotsky:

“Saludamos nuevamente a la persona de León Trotsky, desde ya por fuera de toda sospecha. Reclamamos para
él el derecho de vivir en Noruega y en Francia. Saludamos a este hombre que ha sido para nosotros, haciendo
abstracción de las opiniones no infalibles que ha sido llevado a formular, un guía intelectual y moral de primer
orden y cuya vida, en este momento amenazada, es tan preciosa como la nuestra”13.

Estas protestas preparan el terreno para un agrupamiento. En Estados Unidos, en octubre de 1936, se había cons-
tituido un Comité Provisorio por la Defensa de León Trotsky, que se daba como objetivo la obtención del derecho
de asilo para Trotsky y la formación de una comisión internacional de investigación.
En Francia, León Sedov es el incansable constructor de la agrupación que dio nacimiento al Comité francés para
la Investigación sobre los Procesos de Moscú. Hace esfuerzos enormes, establece los contactos, vence las reticencias,
todo esto ocurre con dificultades. A la manera de los norteamericanos, quiere reunir personalidades del mundo
científico y literario lo suficientemente conocidas por no pertenecer, incluso por ser hostiles hacia el trotskismo.
Prioritariamente, él también se dirige a Marcel Martinet, relacionado a Trotsky desde la época de La Vie ouvrière, y
pionero del comunismo en Francia.
Sedov apura a Martinet para que redacte un llamado:

“Armándonos con vuestro texto, pensamos hacer una ofensiva muy enérgica sobre todos los intelectuales que haya
en Francia y que no estén totalmente podridos”14.

8 Marcel Martinet, “Qu´avez-vouz fait de la révolution d´Octobre?” (¿Qué hicieron de la revolución de Octubre ?). La Révolution prolétarienne
nº 230 del 10 de septiembre de 1936. Marcel Martinet (1887-1944), ex alumno de la ENS de la calle Ulm, poeta y colaborador de La Vie
ouvrière, se había ligado a Trotsky durante la Primera Guerra Mundial en París. Defensor de la revolución de Octubre, había participado en el
primer núcleo comunista y dirigido en 1921-1922 la página literaria de L´Humanité. Desde 1923, tuvo que abandonar la actividad política por
razones de salud. Gozaba de una gran autoridad moral y había conservado una relación personal con Trotsky. (Nota de la edición en francés).
9 Victor Serge (1890-1947) Militante belga, de padres rusos, fue anarquista en su juventud, lo que le valió cinco años de cárcel. Después de la revolu-
ción fue atraído por el bolchevismo; emigró a la URSS y trabajó para la Comintern. Como militante de la Oposición, fue arrestado en 1928, posterior-
mente liberado, y arrestado nuevamente en 1933. Gracias a una campana de los intelectuales franceses se le puso en libertad y se le permitió abandonar
la URSS en 1936. Poco después rompió con la Cuarta Internacional a raíz de sus diferencias políticas. Es autor de varios trabajos históricos impor-
tantes: El año uno de la revolución rusa, De Lenin a Stalin, Memorias de un revolucionario, además de una biografía de Trotsky y de varias novelas.
10 Victor Serge, “Cauchemar stalinien” (Pesadilla estalinista), La Révolution prolétarienne nº 229, agosto de 1936. (Nota de la edición en francés).
11 Marcel Martinet, Carnets, (Apuntes) (Archivos Jean Prugnot). (Nota de la edición en francés).
12 Declaración leída el 3 de septiembre de 1936 en el mitin de la sala Wagram por André Breton, “Dossier des fusilleurs. Pour une commission
d´enquête” (Dossier de los fusiladores. Por una Comisión de Investigación), Les Humbles, sept-oct. 1936, cuadernos 9/10, p. 10-11. El texto
fue firmado por Adolphe Acker, André Breton, Georges Hénein, Maurice Henry, Georges Hugnet, Marcel Jean, Léo Malet, Georges Mouton,
Henry Pastoureau, Benjamin Péret, Guy Rosey, Yves Tanguy. (Nota de la edición en francés).
13 Ibidem. (Nota de la edición en francés).
14 Carta de Sedov a Martinet, 16 de septiembre de 1936, Fonds Marcel Martinet, Bibliothèque Nationale. (F.M.M, B.N.). (Nota de la edición
en francés).
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Precisa su concepción sobre el llamado: “Este debe ser muy moderado en su forma, con el objetivo de reunir la
mayor cantidad de firmas posibles”. El texto de los surrealistas le parece demasiado “violento”. El objetivo, según él,
es “dirigirse a la opinión pública proletaria democrática mundial” con el fin de crear una comisión de investigación
que tendrá la autoridad necesaria para “escuchar los testimonios y examinar los documentos del expediente”.
Martinet emprende esta redacción en los primeros días de octubre de 1936. El llamado será, de hecho, el fruto
de la colaboración de otros militantes. El 1 de octubre, recibe la visita de Marguerite Rosmer “con la misión (para él)
de redactar el llamado contra los Procesos de Moscú”. Agrega en sus apuntes: “Fue un parto trabajoso que terminará
recién el viernes al mediodía”15. El proyecto también es discutido con Michel Alexandre y Pierre Monatte, quienes lo
aprueban. Martinet se encarga entonces de conseguir las primeras firmas, se lo envía sobre todo a Maurice Wullens
y a Roger Hagnauer. Paul Rivet, uno de los fundadores del Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas,
está entre los primeros firmantes.
El texto, con el título “Llamado a los Hombres”16, aparece en el órgano del POI, La Lutte ouvrière. También se difun-
de como volante. Entre las treinta primeras firmas, se destacan los nombres de personalidades literarias y jurídicas, en
su mayoría muy alejadas del trotskismo, como el filósofo Alain, Paul Rivet o incluso los escritores Jean Giono y Victor
Margueritte. Aunque muy moderado en su forma y en sus propuestas, al documento no lo firman todos íntegramente.
Gaston Bergery y Georges Izard, por ejemplo, se asocian con reservas sobre algunos términos, pero dando su acuerdo
con la conclusión. Otro grupo de tendencia cristiana, con Marc Sangnier, Georges Hoog, Maurice Lacroix, Jacques
Madaule, hace su propia declaración, no aprueba los términos del “Llamado”, pero apoya sus propuestas17.
Un grupo de abogados y juristas, reunidos alrededor de Gérard Rosenthal (que incluía a Betty Brunschwig,
Maurice Delépine, Georges Izard, Maurice Paz, André Weil-Curiel) publica una declaración que anuncia que ellos
se constituyen como una “comisión jurídica” con el fin de “proceder al examen profundo y sistemático” de todos los
materiales del proceso.

El Comité por la Investigación sobre los Procesos de Moscú y por la defensa


de la libertad de opinión en la revolución.
El comité francés se forma a partir del “Llamado”. La enorme presión de la propaganda del PCF y la influencia
del Frente Popular sobre la gran mayoría de los intelectuales constituyen serios obstáculos. Incluso entre los mismos
firmantes del “Llamado”, son pocos los que aceptan ir más allá de una simple protesta y se comprometen a trabajar
activamente en la constitución de una comisión internacional de investigación. Como le indica Sedov a Martinet, se
trata de un “intento desesperado para reunir a una parte de la intelligentsia, al menos”.
Entre los firmantes, muchos desconfían de los trotskistas y surgen serias dificultades a partir de los primeros con-
tactos para poner en pie un comité. Magdeleine Paz, que goza de una autoridad real, acrecentada aún más por el rol
que jugó en la campaña por la liberación de Serge, fue requerida. Pero ella tiene un pasado conflictivo con Trotsky, es
militante del Partido Socialista: piensa limitar la influencia de los trotskistas todo lo posible. Por eso propone hacer
entrar en el comité al menchevique Dan, exiliado en París y quien, según ella, posee una documentación muy rica.
Sedov se opone enérgicamente a esta propuesta, insiste con Marcel Martinet para que use su influencia en ese sentido:

“¿Para qué ser prudente, eliminar a Souvarine, si ponen a Dan? Poner en este comité a una personalidad política
tan marcada equivale a desfigurarlo completamente, no darle un carácter apartidario compuesto por personalida-
des literarias, científicas, intelectuales en general; equivale a transformar este comité en un comité de Dan y una
empresa que en todas partes se consideraría menchevista. Así, estoy convencido, se matará al comité, se desacre-
ditará su trabajo antes de haberlo empezado.”18

15 Carnets, op. cit., 1 y 2 de octubre de 1936. (Nota de la edición en francés).


16 Traducido especialmente para este boletín electrónico.
17 “El movimiento por la comisión de investigación se amplía”, La lutte ouvrière nº 17. 20 de octubre de 1936. Emile Auguste Chartier, apo-
dado Alain (1868-1951), filósofo, radical. Paul Rivet (1876-1958), habían sido cofundadores del Comité de Vigilancia de los Intelectuales
Antifascistas (CVIA). Jean Giono (1873-1952) y Victor Margueritte (1866-1942) eran novelistas pacifistas. El ex radical Gaston Bergery
(1892-1974) animaba el Frente Común, Jacques Madaule (1898-1993) encarnaba una sensibilidad “de izquierda” del ambiente católico in-
telectual. Michel Alexandre (1888-1952), profesor de filosofía, era discípulo de Alain y miembro del CVIA. (Nota de la edición en francés).
18 Carta de Sedov a Martinet, septiembre de 1936. Magdeleine Paz (1889-1973) había sido miembro del PC, cercana a la Oposición de
Izquierda y había entrado en la SFIO a comienzos de los años ’30. Maurice Paz no pudo confirmarnos la iniciativa de Magdeleine Paz en lo
concerniente a la entrada de Dan en el comité. No pudimos encontrar ni los archivos personales de Magdeleine Paz ni las cartas que le escribió
a Martinet. Fedor I. Gurvitch, apodado Dan, (1871-1947), médico, emigrado desde 1922, era uno de los dirigentes mencheviques en el exilio.
(Nota de la edición en francés).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 61

Por su parte, Magdeleine Paz alerta a Martinet contra la tentativa de los trotskistas de constituir un comité:

“Usted va a recibir la visita de un trotskista (probablemente el hijo de Trotsky). Esto con respecto a las deporta-
ciones, detenciones en la URSS. Ya hace meses que me solicita emprender una campaña respecto a esto. Le he
respondido […] que no lo haría mientras sólo cuente con informaciones fragmentarias y no verificadas”19.

Magdeleine Paz destaca que toda la información proviene sólo de los trotskistas: el comité debe asegurarse prime-
ro su propia fuente. En la medida en que Serge ha aportado una vasta cantidad de información, ¿es verdaderamente
serio el argumento? En realidad, sus motivos parecen más precisos: no quiere la influencia de los trotskistas en el
comité y le escribe a Martinet:

“Ayer vinieron a verme dos trotskistas para pedirme si podía formar un comité. Para mí, lo haría si se pudiera formar
un comité que tenga un prestigio, si pudiera hacer que este no apareciera como una maquinaria de guerra trotskista y si
finalmente, desde adentro, no son los trotskistas los que se aprovechan de nosotros con un objetivo político”20.

Finalmente, Magdeleine Paz se une al comité, pero a Sedov le preocupa su ideología, ya que cree que “puede cons-
tituir una fuente de nuevas dificultades en el futuro”21. Porque, si bien Magdeleine Paz se compromete activamente,
no por eso abandona su desconfianza y su hostilidad respecto a los trotskistas. Pierre Naville, en una carta a Hervert
Solow escribe que “Magdeleine Paz y Marcel Fourrier colaboran con el objetivo de socavar nuestra influencia para
beneficio de Blum y cía”22.
De hecho, entre Sedov y Magdeleine Paz existe una profunda divergencia de orientación. Para Sedov, luego de la
ejecución de los dieciséis, es urgente desenmascarar las groseras falsedades de la GPU. Piensa, al igual que Trotsky,
que imponer una comisión internacional de investigación, es darle un golpe mortal a la política de Stalin. Magdelei-
ne Paz está horrorizada por los métodos de Stalin, pero lo que cuestiona fundamentalmente, más allá del estalinismo,
es al propio bolchevismo. Escribe a Martinet luego del primer proceso:

“Lo que es más repugnante, porque no hay nada más ni nada menos en este asunto, no es tanto la maquinación
estalinista ni la monstruosa grosería de sus acólitos, sino la servil ‘complacencia’ de los acusados al participar en
la maquinación. El régimen ha corrompido a esta gente hasta las tripas, verdugos y víctimas son compadres y
compañeros, tan podridos, tan comprometidos tanto unos como otros. Por los demás, para defenderlos, hay que
rechazar con disgusto a las víctimas, sacarlas de la escena”23.

El Proceso la “obsesiona” y la “conmociona”, no solamente en sí mismo, sino por lo que inaugura y lo que signi-
fica. Para ella, el “mal mayor”, es “el comunismo desde el punto de vista de la podredumbre y la fascistización a las
que ha llegado”, que se vuelve “el enemigo nº 1, el peligro mayor”24.
Sedov se queja ante Martinet de que el asunto Dan-Paz ha hecho “perder un mes, quizás más” para constituir
el comité. Este realmente se forma a fines de octubre, principios de noviembre. Está compuesto por 22 miembros.
Trotsky escribe a Gérard Rosenthal que los firmantes del “Llamado” “no son todos conocidos en el extranjero” y que
habría que “preparar una lista con las características de cada uno.”25
En él se encuentran escritores: André Breton, Galtier-Boissière, Marcel Martinet, Henry Poulaille, Victor Serge;
pacifistas, periodistas o docentes: Félicien Challaye, Léon Emery, Georges Michon, Georges Marthe Pichorel, Maurice
Wullens; sindicalistas o militantes políticos: la propia Magdeleine Paz, el diputado socialista de Rhône, André Philip;
representantes de La Révolution proletarienne y de su “núcleo”: Pierre Monatte y Ferdinand Charbit; Daniel Guérin,
que representa a la Gauche Révolutionnaire de la SFIO. Alfred Rosmer aporta su autoridad moral, su experiencia. Una
joven docente miembro del POI, Andrée Limbour, es la secretaria del comité. Gérard Rosenthal, abogado de Trotsky
y miembro del POI, se mantuvo apartado, pero mantiene relaciones permanentes26. Jean van Heijenoort, ex secretario

19 Carta de M. Paz a M. Martinet, 4 de septiembre de 1936. F.M.M, B.N. (Nota de la edición en francés).
20 Ibidem. Subrayado por Paz. (Nota de la edición en francés).
21 Carta de Sedov a Martinet, 22 de octubre de 1936. F.M.M, B.N. (Nota de la edición en francés).
22 Carta de Naville a Solow, 1 de marzo de 1937, Papiers Solow, Hoover Institution on War, Revolution and Peace, Stanford University (Tra-
ducida para este boletín NdeE.). Marcel Fourrier (1895- 1966), ex PC y de la Oposición de Izquierda, acababa de entrar en la SFIO. (Nota de
la edición en francés). Traducida especialmente para este boletín electrónico.
23 Carta de M. Paz a Martinet, 1936. F.M.M, B.N. (Nota de la edición en francés).
24 Ibidem. (Nota de la edición en francés).
25 Carta de Trotsky a Rosenthal, 12 de noviembre de 1936; en G. Rosenthal, Avocat de Trotsky, p. 169. (Nota de la edición en francés).
26 Gérard Rosenthal a Gérard Roche el 1 de febrero de 1979: “Yo no figuraba entre los dirigentes del comité para respetar la libertad de acción
mutua”. (Nota de la edición en francés).
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de Trotsky, que acaba de ser expulsado de Noruega, asiste a Sedov en su trabajo por la comisión de investigación, en
relación con el abogado, que es el “centro” de la actividad.27 La cohabitación de estas diversas personalidades y de las
distintas organizaciones no siempre es fácil y Andrée Limbour da testimonio de esto.28 Pierre Monatte colabora sin di-
simular su hostilidad hacia “los trotskistas”29. Marcel Martinet y Alfred Rosmer son, sin duda, los menos antitrotskistas
y colaboran lealmente. Naville escribe a Solow:

“Hasta el momento, en el comité hay una cierta lucha por arrancarle el control a nuestro partido y transmitírselo
a los blumistas. El argumento era: ‘No hay que aparecer como demasiado trotskistas´”.30

André Breton es uno de los más activos. Durante años, se negó a tomar partido entre la Oposición de Izquierda
y los estalinistas. Pero el Congreso de Escritores por la Defensa de la Cultura en junio de 193531 marcó su ruptura
definitiva con el PC, y la de sus amigos también. Se acercó a los trotskistas, que no lo consideraban muy confiable
y Naville escribe sobre él que es “políticamente poco claro”. Pero asiste asiduamente a las reuniones y a los mítines,
trabaja mucho según el testimonio de Van Heijenoort:

“Cuando se trata de hacer tareas prácticas, llevar cosas, ver gente, Breton tenía la mejor voluntad”32.

El comité goza también del apoyo nada despreciable que le aportan los pacifistas por intermedio, sobre todo, de
Georges Pioch, colaborador de La Patrie humaine y de Félicien Challaye33, de la Liga Internacional de Combatientes
por la Paz (LICP), cuyo órgano, Le Barrage, había protestado contra los Procesos. En el interior del país, los pacifistas
se unen a los militantes del POI para organizar reuniones públicas.
La adhesión de Marthe Pichorel aporta implícitamente la adhesión del Sindicato de Docentes, del que era su
secretaria34. El ex secretario de la Federación Unitaria de la Enseñanza, Gilbert Serret, toma posición en École éman-
cipée, apoyando al comité y publicando sus textos.35

27 Entrevista a Jean van Heijenoort, 30 de octubre de 1977: “El que era el centro de todo era Gérard Rosenthal, y detrás de él, Léon Sedov.
Ni Sedov ni yo éramos figuras públicas. Todo se articulaba alrededor de Gérard Rosenthal que hacía la transmisión entre nosotros, Trotsky y
Liova”. (Nota de la edición en francés).
28 Carta de Andrée Limbour a Gérard Roche, 6 de marzo de 1979: “Hubo discusiones y dificultades para constituir un comité que reunía a
personas de opiniones diferentes, que se tenían desconfianza entre ellos y todos tenían desconfianza de los trotskistas –y, también al comienzo,
para hacer funcionar el comité. Magdeleine Paz venía a título personal y no representaba al PS, que quedaba por fuera; estaba movilizada por la
indignación que le habían causado los Procesos y pudimos entendernos con ella. Las dificultades fueron mayores cuando un partido delegaba
teóricamente un representante, y con los escisionistas del PS y los “primos” franceses del POUM español los contactos fueron difíciles, a veces
eran más una máquinaria de guerra contra el “comité trotskista” que una colaboración”. (Nota de la edición en francés).
29 Carta de Pierre Monatte a Martinet, 4 de septiembre de 1936. F.M.M, B.N. Monatte escribe: “No pude resistir la tentación de ir a la calle
Cadet al mitin de los trotskistas. Una sala colmada de 1.500 personas. Tres cuartas partes eran jóvenes; eso más bien vibraba, no pedía otra
cosa más que vibrar. Los oradores hablaban más de su partido y de asuntos de aquí que de los asesinos de Moscú. Esta variedad de pequeños
políticos se interesaban en ellos sólo en la medida en que encontraban un pretexto para hablar de su partido. Sólo hubo un grito apasionado,
el de Breton”. Agrega: “Debemos empujar a los camaradas como Paz a ir lo más lejos posible”. (Nota de la edición en francés).
30 Ver nota 22. (Nota de la edición en francés). (Traducida para este boletín).
31 Influidos por el espíritu militante alentado en Moscú, el 21 de junio de 1935 se inauguró en la Sala de la Mutualité, en París, el Primer
Congreso Internacional de Escritores. Entre los intelectuales que participaron se encontraban Malraux, Aragon, Alberti, Romain Rolland, Jean
Giono, Ilia Ehrenburg, Jean Cassou y Alexei Tolstoi. De ese Congreso emanó la decisión de fundar la Asociación Internacional para la Defensa
de la Cultura con una junta directiva de doce miembros entre los cuales se hallaban Valle Inclán, Thomas Mann, Gorki, Bernard Shaw, Aldous
Huxley y Sinclair Lewis.
32 Entrevista con Jean Van Heijenoort, 30 de octubre de 1977. Van Heijenoort Sept ans auprès de Trotsky, 1978, p. 135. (Con Trotsky. Desde
Prinkipo a Coyoacán. Testimonio de siete años de exilio (Nueva Imagen, México,  1979, tr. Tununa Mercado). Destaquemos que Van Heijenoort
se asombra al ver que Breton agrega con tinta verde, en caracteres muy pequeños, bajo su apellido la palabra “escritor” debajo de las cartas
colectivas. Breton, en sus Entretiens dará cuenta de las dificultades con los dirigentes del POI. Hablando de su actividad contra los Procesos de
Moscú, le confiesa a André Parinaud: “Esta protesta, en esa época, no tuvo otro recurso que el de expresarse en los volantes y hay que decir cla-
ramente que los dirigentes del POI (trotskista), y en primera, fila nuestro ex amigo Pierre Naville, no estaban para facilitárnosla. En septiembre
de 1936, en el mitin “La verdad sobre los Procesos de Moscú”, sólo pude expresar mi sentimiento y el de mis amigos gracias a la intervención
de Victor Serge, quien acababa de escapar de las prisiones de Rusia, y, retenido en Bruselas, insistía por telegrama para que me dieran la palabra”
(Entretiens 1913-1952, p. 179). Naville contestó a la versión de Breton y escribió en su libro Trotsky vivant que, al contrario, gracias a él, Breton
pudo leer su declaración. La versión de Naville fue confirmada por G. Rosenthal. André Breton (1896-1966), poeta y ensayista, ex PC, era el
líder de los surrealistas. (Nota de la edición en francés).
33 Georges Pioch (1873-1953), poeta y periodista, antes había sido miembro del PC. Félicien Challaye (1875-1967) era desde 1932 “pacifista
íntegro”; era escritor y profesor de filosofía. (Nota de la edición en francés).
34 El Sindicato de Docentes, surgido de la antigua “amistad” de antes de la guerra y marcado por la influencia del Partido Socialista, hasta la reuni-
ficación de 1936 era adherente a la CGT. Marthe Collard de Pichorel (1878-1968) era muy representativa en él. (Nota de la edición en francés).
35 La Federación de la Enseñanza, surgida del “sindicato” de pre guerra, durante el período de escisión, había estado afiliada a la CGTU. Su
dirección surgió de una “mayoría federal” formada por ex militantes del PC, antiestalinistas. Durante la reunificación, la École émancipée, ex
órgano de la Federación Unitaria había subsistido como revista pedagógica y órgano de tendencia. Gilbert Serret (1902-1943), docente en
Ardèche, fue expulsado del PC en 1930 y había sido secretario de la Federación Unitaria de 1930 a 1932. (Nota de la edición en francés).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 63

Finalmente, el auditorio del comité recibe un refuerzo importante con el compromiso de Maurice Wullens que
anima junto con Maurice Parijanine36 una pequeña revista literaria, Les Humbles. Como docente, Wullens colabora
en École émancipée. Andrée Limbour escribe que él es “independiente de los partidos y del dinero y se opone a él
violentamente”.37 Goza de una autoridad real entre los docentes y en los grupos revolucionarios, y, sobre todo, con
Les Humbles, aporta la posibilidad de que el comité se exprese más allá de la influencia limitada de los trotskistas. En
Bruselas, se encontró con Serge, “literalmente conmocionado” por el proceso Zinoviev38, quien le sugiere consagrar
un número de la revista a las “matanzas de Moscú”. Wullens le envía el plan a Martinet, y aparece con el título Dossier
des fusilleurs39. Por su parte, Serge escribe un folleto desgarrador Seize fusillés (Dieciséis fusilados), en quince días. René
Lefeuvre, el director de la revista Masses lo publica en los Cahiers Spartacus con un bello prólogo de Magdeleine Paz.40
Victor Serge recién pudo regresar a Francia en diciembre de 1936. Participa irregularmente en las reuniones del
comité. Destaquemos que en Mémoires d´un Révolutionnaire, él cuenta que a propuesta suya se adoptó la segunda
parte del título del comité: “Por la defensa de la libertad de opinión en la revolución”, porque, decía, “también
tendremos que defender la revolución española del totalitarismo ruso, que intentará deshacerse de los hombres con
libertad de opinión”.41

Los intelectuales franceses en la “mística del Frente Popular”


La palabra “intelectual” apareció en Francia en el momento del “affaire Dreyfus”42: designaba a los escritores y
hombres de letras que se alinearon tras la causa defendida por Zola43. Con el “Manifiesto de los Intelectuales” publi-
cado por Aurore el 14 de julio de 1898, la corriente antipartidarios de Dreyfus se identificó con la corriente antiinte-
lectual44. Paradójicamente, la gran mayoría de los intelectuales franceses se revelaron antipartidarios de Dreyfus45 en
el momento de los Procesos de Moscú.

36 Maurice Wullens (1894-1945) era pacifista y cercano a la corriente libertaria. Maurice Donzel, apodado Parijanine (1885-1937) había sido
el traductor principal de Trotsky al francés. (Nota de la edición en francés).
37 Entrevista con Andrée Limbour, 3 de diciembre de 1978. (Nota de la edición en francés).
38 Carta de Wullens a Martinet, 2 de septiembre de 1936. F.M.M, B.N. (Nota de la edición en francés).
39 “Après le 30 juin de Staline. Dossier des fusilleurs. Pour une commission d´enquête” (Después del 30 de junio de Stalin. Dossier de los
fusiladores. Por una Comisión de Investigación). André Breton, Georges Henein, Marcel Martinet, Maurice Parijanine, Magdeleine Paz, Jean-
Paul Samson, Victor Serge, Maurice Wullens. Les Humbles 9/10, sept./oct. 1936. (Nota de la edición en francés).
40 Victor Serge, Seize fusillés à Moscou, Spartacus, 1936 (reeditado en nov./dic. de 1972) (Dieciséis fusilados en Moscú). El ex albañil Joseph
apodado René Lefeuvre (1902-1988) editaba la revista Masses en donde estaban los miembros de la Gauche Révolutionnaire de la SFIO y
dirigía las ediciones Spartacus. (Nota de la edición en francés).
41 Victor Serge, Mémoires d´un Révolutionnaire. 1951, p. 361 (Memorias de un revolucionario). Le hemos preguntado a Andrée Limbour
sobre esto, ella no recordaba que la propuesta haya emanado de Serge. Ella precisó: “En este tema, la acción se había adelantado a la fórmula.
No hubo discusión a fondo, simplemente era reconocer lo que sucedía. Eran los graves acontecimientos de la revolución española; los arrestos
de militantes no comunistas (POUM, trotskistas, anarquistas), las inexplicables desapariciones, finalmente, los arrestos directos de la GPU y la
aparición de sus propias prisiones, sustraídas a los españoles, los que motivaron nuestras protestas y nuestra intervención […] Hay que precisar
bien que el agregado no se hizo en relación a nuestro primer objetivo, los Procesos de Moscú, sino en relación a la nueva situación creada por
los acontecimientos de España”. (Carta del 6 de marzo de 1979). (Nota de la edición en francés).
42 El “affaire” Dreyfus tuvo como origen un error judicial, sobre un trasfondo de espionaje y antisemitismo, en el que la víctima fue el capitán
Alfred Dreyfus (1859-1935), de origen judío-alsaciano, y que durante doce años, de 1894 a 1906, conmocionó a la sociedad francesa de la época,
marcando un hito en la historia del antisemitismo. Las consecuencias fueron de gran importancia, impactando en todos los aspectos de la vida
pública francesa: política, militar, religiosa, social (en su transcurso se creó la Liga Francesa para la defensa de los Derechos del Hombre y el Ciu-
dadano), jurídica, los medios de comunicación, diplomática y cultural (el término “intelectual” fue acuñado precisamente durante el “affaire”).
43 La revelación del escándalo en Yo acuso (J’accuse), un artículo de Émile Zola en 1898, provocó una sucesión de crisis políticas y sociales
inéditas en Francia. Dividió profunda y duraderamente a los franceses en dos campos opuestos, los dreyfusards (partidarios de Dreyfus) y los
antidreyfusards (opositores a Dreyfus). Reveló también la existencia en la sociedad francesa de un núcleo de violento nacionalismo y antisemi-
tismo difundido por una prensa sumamente influyente. El “affaire” se convirtió en símbolo moderno y universal de la iniquidad en nombre
de la razón de Estado. Émile Zola (1840–1902) fue un escritor francés, considerado como el padre y el mayor representante del Naturalismo.
44 Maurice Paléologue, Journal de l´Affaire Dreyfus, 1955, p. 90-91 (Diario del Affair Dreyfus) y Louis Bodin, Les Intellectuels, 1964, p. 6-9.
(Nota de la edición en francés).
45 El 15 de enero de 1898, Le Temps publicó una petición reclamando la revisión del juicio. Figuraban los nombres de Émile Zola, Anatole
France, Émile Duclaux, el director del Instituto Pasteur, Daniel Halévy, Fernand Gregh, Félix Fénéon, Marcel Proust, Lucien Herr, Charles
Andler, Victor Bérard, François Simiand, Georges Sorel, luego el pintor Claude Monet, el escritor Jules Renard, el filósofo Émile Durkheim,
el historiador Gabriel Monod, y otros. En L’Aurore del 23 de enero, Clemenceau, en nombre de una “revuelta pacífica del espíritu francés”,
instaló positivamente el término “intelectuales”. El anti-intelectualismo se convertiría en el tema principal de los intelectuales de derecha, que
acusaban a los dreyfusards de reflexionar más allá de los intereses de la nación, argumento que se encontraría a lo largo de los años que siguen,
y que constituyó el fondo del debate público: la preferencia entre Justicia y Verdad o defensa de la nación, conservación de la sociedad y la
razón superior del Estado. Roche en el artículo hace referencia a que la mayoría los intelectuales franceses, durante los Procesos de Moscú, se
ubicaron como defensores de la URSS más que como defensores de la Verdad y la Justicia.
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El ejemplo más tristemente célebre es el de Romain Rolland46, quien, para muchos intelectuales, encarnaba al
escritor que en 1914 había elegido negarse a que su escritura sirviera a la unión sagrada y se había ubicado “por fuera
del combate”. En 1934, había tomado una firme posición en contra de la expulsión de Trotsky, diciendo:

“Será un oprobio eterno para la democracia francesa haber negado el asilo que León Trotsky le ha solicitado. Es
la vergüenza de Europa que Turquía le dé una lección de honor y de dignidad”47.

Sin embargo, en 1935, había adoptado las tesis de los estalinistas contra Zinoviev y Kamenev en las columnas de
L´Humanité, lo que le había valido la doble interpelación de Marcel Martinet y del propio Trotsky48. En 1936, Parija-
nine, su admirador de siempre, como Martinet, le había dirigido en el Dossier des fusilleurs una carta que permaneció
sin respuesta. En la víspera del segundo Proceso, fue Serge quien le escribió:

“Demasiadas mentiras, opresión y sangre –todo este estalinismo que usted aprueba con tanta obstinación– nos separan”.

Serge le recuerda a Rolland la gran responsabilidad que asumió “al aprobar ostensiblemente el terror blanco ini-
ciado luego del asesinato de Kirov” y le asegura que sólo se dirige a él por su autoridad moral, que le permite inter-
venir y conseguir que “al menos no se derrame más sangre”. Esta carta, fechada el 23 de enero de 1937, aparece en
La Flèche con este comentario de su autor:

“Ignoro si le ha llegado mi carta a Romain Rolland. Ignoro si Romain Rolland ha hecho lo que debía. Trece
hombres, entre ellos dos camaradas de Lenin y tres combatientes de la generación de Octubre han sido fusilados.
Si Romain Rolland le ha escrito a Stalin, Stalin y la más humana de las Constituciones sabrán a qué atenerse”49.

Varios testigos han relatado que Romain Rolland, conmovido por los Procesos, habría protestado y le había hecho
llegar una carta a Stalin en ese sentido. Pero esta intervención nos parece tener más de leyenda que de historia. En
1938, el autor de Jean-Christophe confiaba a una corresponsal inglesa:

“No tengo ninguna razón para dudar de las condenas que caen sobre Zinoviev y Kamenev, personajes despre-
ciados desde hace mucho tiempo, que renegaron dos veces y traicionaron la palabra dada. No veo cómo puedo
rechazar como inventadas o arrancadas a declaraciones que hicieron públicamente los acusados… Lamento no
poder compartir vuestra confianza en las diatribas vengativas de Victor Serge –al que no estimo para nada– por-
que su condena no tenía nada de trágico… y él la ha exagerado ridículamente.”50

En octubre de 1936, en Dossier des fusilleurs, Wullens había tomado la iniciativa de una investigación, dirigién-
doles a decenas de personalidades, escritores, artistas y revistas de izquierda (Le Canard enchaîné, Europe, La Nouve-
lle Revue Française, Vendredi, Vigilance) un cuestionario sobre los Procesos de Moscú. Publica los resultados en el
número de Les Humbles de enero de 1937. El informe de las respuestas es insignificante, pero refleja bastante bien
la actitud de la mayoría de los intelectuales franceses: “Seis en contra de Stalin: Duhamel, Goldstein, Hubermont,
Jolinon, Lalou y Paulhan. Seis a favor, más o menos claramente y con más o menos precauciones: Dujardin, Freinet,
Gromaire, Hamon, Prenant, Prévost.”51
Los seis “en contra de Stalin” no por eso están dispuestos a alguna acción a favor de la comisión de investigación. Es el
caso de Georges Duhamel, que se negó ante Martinet a firmar el “Llamado”, porque anunció públicamente que no firmaría
nada más “con la calurosa aprobación de Gide”. También se niega a publicar el “Llamado” en Mercure y escribe a Martinet:

46 Romain Rolland (1866-1944), escritor, novelista, dramaturgo, había sido el portavoz del internacionalismo pacifista durante la guerra, pero
había sido muy hostil a la revolución de 1917. (Nota de la edición en francés).
47 Declaración fechada el 25 de abril de 1934, Les Humbles, número especial “A Léon Trotsky”, cahiers 5/6, mayo/junio de 1934. (Nota de
la edición en francés).
48 Romain Rolland, “Réponse aux calomniateurs” (Respuesta a los calumniadores), L´Humanité, 23 de octubre de 1935; L. Trotsky “Romain
Rolland exécute une mission” (Romain Rolland cumple una misión), La Vérité, 20 de noviembre de 1935, (en español Escritos, 31 de octubre
de 1935, NdeT.) con la referencia al texto de Marcel Martinet, “1922-1935. Réponse à Romain Rolland” (1922-1935. Respuesta a Romain
Rolland), La Révolution prolétarienne nº 195, 25 de marzo de 1935. (Nota de la edición en francés).
49 “Une appel de Victor Serge à Romain Rolland” (Un llamado de Victor Serge a Romain Rolland), La Flèche nº 52, 6 de febrero de 1937.
(Nota de la edición en francés).
50 Madame Brunelle, “Le vrai Romain Rolland” (El verdadreo Romain Rolland), La Pensée, enero/febrero de 1952, p. 52, citado por David
Caute, Le Communisme et les intellectuels français, p. 154. (Nota de la edición en francés).
51 “Après les procès de Moscou: Appel aux Hommes. Réponses des intelectuels” (Luego de los Procesos de Moscú : Llamado a los Hombres.
Respuesta de los intelectuales), Les Humbles, cahier 1, enero de 1937. Georges Duhamel (1884-1966), médico y novelista, en 1935 había
entrado a la Academia francesa. Joseph Jolinon (1885-1971), escritor, René Lalou (1899-1960), crítico y ensayista; el belga Joseph Jumeau,
apodado Pierre Hubermont (1903-1989), Jean Paulhan (1884-1968), director de la Nouvelle Revue Française, Marcel Gromaire (1892-1971),
pintor, Edouard Dujardin (1861-1949), escritor, pertenecían a la izquierda de la intelligentsia. (Nota de la edición en francés).
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“Quizás es demasiado fácil escapar de ciertos debates de conciencia con una firma benévola. Para mí, mi conciencia no
está comprometida en el asunto. Hace mucho tiempo que ya no deposito ninguna esperanza en el gobierno de Moscú.”

Por su parte, Jean Paulhan escribe a Wullens que firmaría el “Llamado” si fuese comunista:

“Como no lo soy, me temo que así le quito toda importancia a la repugnancia que pueda experimentar por todos
los procedimientos de Moscú.”

En cuanto al famoso pedagogo Célestin Freinet, “no ha tenido tiempo de contestar el cuestionario sobre los Pro-
cesos de Moscú” y deja a los demás la preocupación de dar su opinión sobre una cuestión de la que “no desconoce la
importancia, pero que demandaría de su parte una extensa precisión.” En el mismo momento, mientras se defiende de
cualquier reticencia partidaria, se niega a publicar un artículo de Serge en L´Éducateur prolétarien, que él dirige.
Los que se pronuncian “a favor de Stalin”, en general invocan la “defensa de la URSS” y la necesidad de la lucha
contra el fascismo, que les parece prohibir toda crítica a la URSS. Augustin Hamon explica que, “en la lucha entre los
capitalistas fascistas y los anticapitalistas demócratas, hay que estar de un lado o de otro de la barricada”, y agrega:

“Aun cuando me demostraran que los dieciséis fusilados del Proceso de Moscú fueran inocentes, sería un defensor
de la URSS y de su gobierno, porque creo que construye el socialismo.”

El profesor Prenant no admite “que perjudiquen traicioneramente a la URSS, principal fuerza de paz y de li-
bertad en el mundo”. En cuanto al novelista Jean Prévost, hostil a la razón de Estado en el affaire Dreyfus, invoca a
Stendhal52 para justificar los Procesos de Moscú. Que la razón de Estado “golpea despiadadamente a los enemigos
declarados y peligrosos, aún cuando en otro momento han servido de mucho, es el principio de Stendhal: es necesa-
rio asesinar a tres hombres para salvar a cuatro”53.
La mayoría de los intelectuales que piensan como él han preferido no contestar. Wullens ataca a Paul Langevin, el
único de los tres fundadores del CVIA que no firmó el “Llamado a los Hombres”. Louis Guilloux, autor de Sang noir, par-
tidario del Frente Popular, que frecuenta a Aragon, “no se contiene en decir en la intimidad que el Proceso de Moscú lo ha
llenado de espanto, pero se cuida bien de escribirlo”54. En efecto, cree que no tiene derecho a “criticar a la URSS”, actitud
que es también la del semanario Vendredi, fundado, escribe su director, en el “movimiento místico del Frente Popular”.

André Gide55, la URSS y los procesos de Moscú


Gide y sus compañeros (Jef Last, Schiffrin, Eugène Dabit, Pierre Herbart y Louis Guilloux56) viajaron a la URSS
como entusiastas adeptos en agosto de 1936, en el mismo momento en que se iniciaba en Moscú el Proceso de los
dieciséis. Para el gran escritor, fue una cruel decepción. Escapando de las recepciones y de las procesiones oficiales,
pudo ver miseria y opresión, y volvió desencantado. En su Retour de l´URSS (Regreso de la URSS), sin dejar de señalar

52 Marie-Henri Beyle (1783–1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, fue un escritor francés. Valorado por su agudo análisis de la
psicología de sus personajes y la concisión de su estilo, es considerado uno de los primeros y más importantes literatos del Realismo. Es cono-
cido sobre todo por sus novelas Rojo y negro (Le Rouge et le Noir, 1830) y La cartuja de Parma (La Chartreuse de Parme, 1839).
53 Ibidem, p. 11 a 18. Célestin Freinet (1896-1966), pedagogo de vanguardia, Augustin Hamon (1862-1945), el biólogo Marcel Prenant
(1893-1983) y el novelista Jean Prévost (1904-1944) eran “compañeros de ruta” del PC en esa época. (Nota de la edición en francés).
54 En una entrevista reciente (con Bernard Pivot en Antenne II, el 2 de junio de 1978), Louis Guilloux (1899-1980) ha intentado justificar su
actitud pasada: “En el momento en que se abrieron los juicios de Moscú, no se sabía nada de lo que pasaba en la URSS. Sucedía la manifesta-
ción del Frente Popular del 14 de julio. En España, estaba Franco. Esto era mucho al mismo tiempo. Se partía de una razón excelente: la URSS
era el país en donde los soviets habían tomado el poder y lo habían conservado”. Agrega que, a pesar de las informaciones que le llegaban, sobre
todo de los trotskistas, había “una barrera que no podía franquear” y se negó siempre a tomar parte por los trotskistas o por los estalinistas.
El físico Paul Langevin (1872-1946) había sido el tercer fundador del CVIA y estaba muy acercado al PC. (Nota de la edición en francés).
55 André Gide (1869-1959) Escritor francés. Inició estudios preparatorios de Filosofía en el liceo Henri V. Viajó por el norte de África, en
donde conoció a Oscar Wilde, y viajó de nuevo por Alemania, Túnez, Argelia, Italia y Suiza, y publicó por primera vez en 1891. En 1908,
fue cofundador de la Nouvelle Revue Française, y años más tarde, viajaría de nuevo a África como enviado ministerial a las colonias francesas.
Durante un periodo, participó de las ideas comunistas, hasta que tras un viaje a la URSS, las abandonó. Pasó la Segunda Guerra Mundial en
Túnez. Asumió su condición homosexual, y fue defensor de los derechos de los homosexuales, estando en contra de las restricciones morales
impuestas. En el año 1947, obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
56 Jef Last (1898-1972) Escritor holandés. En 1931 viajó a la Unión Soviética, tras este viaje, se unió al Partido Comunista de los Países Bajos.
Volvió a la Unión Soviética en 1936 con su amigo André Gide. En España, Last se enroló en el batallón Sargento Vázquez y combatió, durante el
otoño de 1936, en diferentes lugares del frente madrileño, hasta el verano de 1937 en que fue destinado a Albacete como instructor de las Brigadas
Internacionales. Su postura crítica hacia el Partido Comunista provocó su salida de España en septiembre de 1937. Eugène Dabit (1898-1936)
Escritor francés. Autor representativo de la llamada literatura proletaria. Entre sus obras destacan El hotel del Norte (1929), Pequeño Luis y Villa Oasis
o los falsos burgueses. Pierre Herbart (1903-1974) Novelista y ensayista francés. Durante la Segunda Guerra Mundial, forma parte de la Resistencia.
Louis Guilloux (1899-1980). Escritor francés. Sus novelas principales son La casa del pueblo, La sangre negra, El pan de los sueños, El juego de paciencia.
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los progresos realizados por la revolución de Octubre luego de la supresión de la explotación capitalista, denuncia el
régimen burocrático que refuerza la maquinaria estatal, muestra que las conquistas de la revolución están amenazadas
por la burocracia que restaura la vieja familia, instaura el culto al jefe, ahoga toda creación intelectual independiente.
La Lutte ouvrière, órgano del POI, escribe que su libro constituye “un maravilloso complemento psicológico de la
obra fundamental de Trotsky, La revolución traicionada”57.
La publicación de Retour de l´URSS estalla en el cielo sereno de los intelectuales compañeros de ruta y “Amigos
de la URSS”. Hasta ayer, considerado un prestigioso personaje del Frente Popular, ahora Gide es rechazado como
una oveja descarriada. Ehrenbourg58, que se había procurado el manuscrito, fomenta telegramas “espontáneos” de
los milicianos españoles que le exigen a Gide que renuncie a publicarlo. Romain Rolland escribe en L´Humanité que
este libro es “mediocre, pobre, superficial, pueril y contradictorio.”59
André Gide no firma ningún texto de protesta contra los Procesos de Moscú: desde su regreso de la URSS ha decidi-
do no firmar nada. Sin embargo, en octubre de 1936 aceptó escribirle a León Blum para que Trotsky, el “gran proscrip-
to”, se beneficie con una visa de tránsito en Francia y se dirija a México, en donde gozará del derecho de asilo60. Pero los
procesos lo conmueven. Además, la aparición de Retour de l´URSS reconforta la autoridad del comité. Wullens, que dice
irónicamente que Gide “es demasiado noble para responder en Les Humbles y para firmar el ‘Llamado a los Hombres’”,
reconoce que ha escrito “un libro valiente y desinteresado [porque había más para ganar con la Gosisdat (Editorial del
estado de la URSS. NdeT) que con las ediciones burguesas, nuestros amigos de la URSS lo saben bien]”:

“Este libro nos causa placer porque envenena a nuestros estalinistas obligados a quemar precipitadamente lo que
hasta ayer adoraban. Y llega a un público al que nosotros no llegaríamos nunca, diciendo con bastante precisión
lo que nosotros decimos”61.

Pierre Naville, cuyo padre es un viejo amigo de Gide, está en contacto con él después de largos años. Le pide que
adhiera al comité y el escritor, celoso de su independencia, se niega, pero Naville confía a Herbert Solow:

“Gide no es adherente del comité y no quiere adherir a ningún comité. Colabora ‘clandestinamente’, pero su
acción intelectual es más eficaz que la de las 3/4 partes de los miembros del comité”62.

Al llegar a Bélgica, Victor Serge le escribe a Gide una larga carta reprochándole su adhesión tardía a la URSS.
Magdeleine Paz lamenta esta iniciativa que podía comprometer el viaje de Gide a la URSS. Le hace saber a Serge que
“Gide ahora está de acuerdo con usted” y le gustaría encontrarse con usted, pero “en el mayor de los secretos”, porque
no quiere que se sospeche de ninguna manera que se ejerció ninguna influencia sobre él durante la redacción de su
libro. Serge, en sus Carnets, apunta acerca de este encuentro:

“Hemos hablado de los Procesos de Moscú. Ninguna ilusión en esta maldad y esta crueldad. Me llevo la impre-
sión de un hombre extremadamente escrupuloso, conmovido hasta el fondo de su alma, que quería servir a una
gran causa y no sabía cómo”63.

Gide quiere dar su testimonio, pero también conservar su libertad de acción. En sus Retouches à mon retour de
l´URSS (Retoques a mi regreso de la URSS), precisa que recién después de haber escrito su primer libro, había leído los
libros de Serge, Yvon y Trotsky. Serge destaca la desconfianza de Gide con respecto a él y “un temor más general al
trotskismo que sólo conoce a través de Pierre Naville” y hace notar que el temor “de ser influido es fuerte en él: una
influencia es un golpe a la personalidad.”64
57 “André Gide denuncia al estalinismo, y a la vez afirma su fe por la causa del proletariado mundial”. La Lutte ouvrière Nº 17, 20 de octubre
de 1936. (Nota de la edición en francés).
58 Ilia Ehrenbourg (1891-1967) fue un escritor y periodista soviético de familia judía. Publicó poemas, cuentos, libros de viaje, ensayos, y
varias novelas. Durante la Guerra Civil Española fue corresponsal de Izvestia y escribió los libros No pasarán (1936) y Guadalajara: una derrota
del fascismo (1937).
59 L´Humanité, 18 de enero de 1937. (Nota de la edición en francés).
60 G. Rosenthal, op. cit., p. 180-181. Según Rosenthal, Gide tomó la iniciativa luego de una gestión de Magdeleine Paz. (Carta del 1 de
febrero de 1979). (Nota de la edición en francés).
61 Wullens, loc. cit., p. 19. (Nota de la edición en francés).
62 Ver nota 22. (Nota de la edición en francés). (Traducida para este boletín.).
63 Victor Serge, Carnets 19, p. 12. (Nota de la edición en francés).
64 Ibidem, en las fechas 8 y 18 de mayo, p. 22. La desconfianza y el temor que tenía André Gide nos fueron confirmados por Pierre Naville
en una carta del 3 de mayo de 1979: según él, Gide no quería “dejarse enrolar, sobre todo, en una pequeña organización. A menudo tuve la
ocasión de intentar hacerle entender nuestro punto de vista en los años ’30. Incluso sucedió que él me llamó por teléfono para verme y que le
explique nuestra posición sobre tal o cual suceso. En 1932, traté de hacerle leer los folletos de Trotsky en alemán sobre la situación que ame-
nazaba a Alemania. Se negó, diciéndome que conocía muy poco del idioma alemán para leer los folletos. Yo le había dicho de antemano que
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Trotsky se pone contento con el libro de Gide, subraya su independencia de pensamiento, que contrasta fuerte-
mente con la personalidad de Malraux65.
Gide y Malraux se encontraron varias veces en 1937: su amistad se vio sacudida por sus posiciones divergentes.
Gide le cuenta a sus íntimos que Malraux “se muestra estalinista íntegro, aún en el tema de los Procesos, y trata a
Trotsky de loco”66.
La lucidez y el coraje manifestados por Gide ante los Procesos de Moscú contrastan con la actitud de los intelec-
tuales “Amigos de la URSS” que se volvieron defensores de la política del Frente Popular. La polémica entre Gide y
Guehénno67 sobre esto es esclarecedora. Vendredi, dirigida por este último, ha adoptado la misma actitud que The
Nation o The New Republic, esos viejos “oráculos” que Trotsky trata de “predicadores de la verdad a medias”68. Jean
Guéhenno expresa su “angustia durante la lectura de los horribles procesos”, pero conserva “toda su estima por la
gran obra socialista que el gobierno de Stalin está por culminar”. Se niega a dar ventaja a víctimas y verdugos.
“Toda empresa para paralizar o destruir este admirable trabajo parecerá siempre criminal y si el trotskismo es esta
empresa, el trotskismo es un crimen. Pero semejante proceso deshonra al hombre, a los acusados y a los jueces. Hay
en este asunto demasiadas trampas y misterio”69.
En un artículo titulado “La Mort inutile”, Guéhenno afirma:

“En cuanto a nosotros, no debemos ser ni estalinistas ni trotskistas, estos son asuntos específicamente rusos”.

Gide le contesta que se equivoca:

“Y usted, como todos los demás, tarde o temprano estará obligado a pronunciarse. Pero yo declaro que se puede
desaprobar a Stalin sin convertirse inmediatamente en trotskista”.

Rechazando el argumento de “Trotsky-objetivamente-aliado-al-fascismo”, escribe:

“Él [Trotsky] es mucho más enemigo del fascismo que Stalin, y como revolucionario y antifascista denuncia los
compromisos de este último. Pero háganle entender esto a un pueblo ciego”70

Gide le dirije a Guéhenno una carta documento de Kléber Legay a Magdeleine Paz sobre el “absurdo de las acu-
saciones hechas en los procesos a los “saboteadores” de Novosibirsk.”71 Guéhenno se niega a publicarla en Vendredi,
así como una conclusión en la que André Gide responde a un ataque de Ilya Ehrenbourg, quien en Izvestia, acaba
de calificarlo de “nuevo aliado de los marroquíes y de los Camisas Negras”, de “viejo maligno”, “renegado con la
conciencia sucia”, “el llorón de Moscú-André Gide”.
Gide certifica que Vendredi reduce su rol al de “espejo del Frente Popular, cuando podía y debía ser su
conciencia.”72 Su supuesta “neutralidad”, su negativa a cuestionar las confesiones, lo llevan a aceptar “la culpabili-

regresaría desencantado de Moscú… cuando regresó, me escribió para decirme que no intente verlo antes de que haya redactado su pequeño
libro de acuerdo a sus notas. No quería parecer influenciado y nosotros discutimos mucho sobre eso después”. (Nota de la edición en francés).
65 En una carta a Rosenthal fechada el 12 de noviembre de 1936 (Rosenthal, op. cit. p. 169), Trotsky escribía: “El prefacio de Gide muestra el
esfuerzo enorme que hace para orientarse. Esto no es como la senilidad beata y conformista de Romain Rolland, ¡ah, no!” En La Lutte ouvrière
del 9 de abril de 1937, escribía: “Malraux, como André Gide, forman parte de los ‘Amigos de la URSS’. Pero hay una enorme diferencia entre
ellos, y no solamente en la envergadura del talento. André Gide tiene un carácter absolutamente independiente, posee una gran perspicacia y
una honestidad intelectual que le permite llamar a cada cosa por su verdadero nombre”. (Nota de la edición en francés).
66 Cahiers André Gide (1937-1945) nº 6, 1975, p. 13. Se trata de notas casi cotidianas reunidas por Maria Van Rysselberghe, publicadas en los
Cahiers André Gide nº 5 y 6 con el título “Cahiers de la petite dame”. (Nota de la edición en francés).
67 Marcel, apodado Jean Guéhenno (1890-1977), profesor, siempre había buscado mantener la relación entre su actividad de intelectual y
sus orígenes proletarios. Era el autor del libro Caliban parle (Habla Caliban) y director de Vendredi, en donde se expresaban los intelectuales
ganados para el Frente Popular. (Nota de la edición en francés).
68 Trotsky había acusado a André Malraux de haber venido a New York en 1937 para contrarrestar, con la ayuda de The Nation, la actividad
de la comisión internacional de investigación. Malraux lo había desmentido y había declarado que “no estar de acuerdo con Trotsky sobre la
cuestión española no equivalía necesariamente a ser un agente de Stalin”. También había lamentado “la indiferencia de Trotsky en suministrar
a los fascistas franceses armas contra él” (New York Times, 17 de febrero de 1937 y “André Malraux attaqué par Trotsky”, Commune nº 43,
marzo de 1937). Durante una cena ofrecida en su honor por The Nation, había declarado que “así como la Inquisición no alcanzó la dignidad
fundamental del cristianismo, los Procesos de Moscú no han disminuido la dignidad fundamental del comunismo” (citado por Jean Lacouture,
André Malraux, une vie dans le siècle, 1973, p. 219). (Nota de la edición en francés).
69 Jean Guéhenno, “Devoirs de la France” (Deberes de Francia), Vendredi, 16 de octubre de 1936. (Nota de la edición en francés).
70 Jean Guéhenno, “La mort inutile”, (La muerte inútil) Vendredi, 5 de febrero de 1937. Ver también Journal d´une Révolution 1937-1938,
1939, p. 241-248. (Nota de la edición en francés).
71 André Gide, “Carta a Jean Guéhenno”, 17 de febrero de 1937, Littérature engagée,(Literatura comprometida) 1950, p. 155-156. Kléber
Legay era un sindicalista, minero de carbón. (Nota de la edición en francés).
72 Ibidem, p. 126. (Nota de la edición en francés).
68 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

dad de los acusados”: Jean Guéhenno había justificado su negativa a firmar el “Llamado a los Hombres”, diciendo
que “había que recordar que los acusados habían asesinado a Kirov”… Victor Serge le contesta, en La Révolution
prolétarienne:

“Vuestro corazón tan grande le jugará una mala pasada, la sangre de los Procesos de Moscú, evidentemente, es
muy difícil de digerir (…) ¡Oh, triste Caliban enchaîné!”73.

Elie Reynier74 vio en la polémica entre Gide y Guéhenno el signo de la definitiva descomposición del dreyfusismo:

“Guéhenno, Guéhenno, usted merece la Cruz de Honor que había pedido y la redacción en jefe del diario estali-
nista ¡Oh, dreyfusismo descompuesto!”75.

Crisis en la Liga de los Derechos del Hombre


La Liga de los Derechos del Hombre había tenido una actitud hostil hacia la URSS luego de la revolución de Oc-
tubre, y hacia el partido bolchevique de Lenin y Trotsky, condenando en varias oportunidades el terrorismo bolche-
vique, que violaba “los derechos del hombre y las libertades ciudadanas”. Sin embargo, en 1935, cambió su política
respecto al régimen estalinista a partir del momento en que adhiere al Rassemblement Populaire76, cuyo presidente,
Victor Basch77, se convirtió en portavoz del mismo.
El 18 de octubre de 1936, el Comité Central de la Liga designa una comisión de tres miembros encargada de
realizar un informe sobre el Proceso de Moscú. Este informe fue redactado por el abogado Rosenmark “el más emi-
nente jurista de la Liga”78, según Victor Basch. Se publicó rápidamente en los Cahiers des droits de l´homme del 15 de
noviembre con el título “Opiniones libres”. Empieza con un cierto número de reservas: los acusados no tuvieron de-
fensores y “cosa curiosa”, escribe Rosenmark, “no se escuchó a ningún testigo”. Y el eminente jurista expresa algunas
quejas acerca del lenguaje del procurador, el que, según su opinión, carece de serenidad. Por lo demás, Rosenmark se
contenta con seguir el informe oficial de los procesos y los análisis del abogado británico Pritt79. Como este último, se
niega a poner en duda “la espontaneidad” de las confesiones, lo que constituiría, según él, “una falta absoluta de espí-
ritu científico”, “contraria a todas las reglas en materia de pruebas”. Excluye la posibilidad de confesiones arrancadas
bajo tortura o por otros medios en los dieciséis casos. Admite que la energía que ponen los acusados en degradarse
puede parecer sospechosa, evoca la psicología de los héroes de las novelas de Dostoievsky y Tolstoi. Instalado en el
terreno jurídico, afirmando que las confesiones están allí y que “ningún motivo de hacer abstracción de ellas puede
ser forzado por la ley”, llega a afirmar:

“La obsesión que tenemos todos por el error judicial sólo existe si el acusado niega su crimen, si grita su inocencia
hasta el final […] Si el capitán Dreyfus se hubiera confesado culpable […] no habría existido el ‘affaire’ Dreyfus.”

Declara no haber sido “particularmente afectado” por la argumentación que demuestra que el supuesto encuentro
entre Sedov y Holtzman en un hotel demolido hace casi veinte años es un error grosero. Según él, tales argumentos
son evidentemente “para producir un efecto en la audiencia”, pero puede tratarse nada más que de “un error de la
lapicera del estenógrafo, un simple lapsus del acusado o una confusión sin mayor relevancia.”
El abogado de la Liga llega a la conclusión de que los acusados son culpables:

73 Maurice Wullens, “Trois mots à Jean Guéhenno” (Tres palabras a Jean Guéhenno), F. MM, B.N., y Victor Serge “Post-Scriptum à Jean
Guéhenno”, La Révolution prolétarienne, nº 233, 25 de octubre de 1936. (Nota de la edición en francés).
74 Elie Reynier (1875-1953), profesor de escuela normal, había sido el pionero del sindicalismo docente en Ardèche (y el maestro de Gilbert
Serret), secretario de la UD.CGT en 1920-21, y miembro del PC, lo había dejado en 1924. Después, fue presidente de la Federación Depar-
tamental de la Liga de los Derechos del Hombre. (Nota de la edición en francés).
75 Elie Reynier, “La décomposition du dreyfusisme”, L´École émancipée nº 7, 1 de noviembre de 1936. (Nota de la edición en francés).
76 Nombre del Frente Popular, alianza entre el PCF, la SFIO y el partido radical.
77 Victor Basch (1863-1944), profesor de alemán, primer profesor de Estética en la Sorbona en 1918, era presidente de la Liga de los Derechos
del Hombre desde 1926. (Nota de la edición en francés).
78Hermann llamado Raymond Rosenmark (1885-1950), había adherido a la Liga a los 17 años, en el momento del affaire Dreyfus. Abogado
en 1906, durante 20 años fue el colaborador de René Viviani. Había defendido el divorcio entre Sacha Guitry y Jacqueline Delubac, luego la
liquidación de la sucesión del perfumista François Coty. (Nota de la edición en francés).
79El abogado británico Denis Nowell Pritt (1887-1973), consejero del rey en 1927, diputado laborista en 1934, era considerado como un
“compañero de ruta” del estalinismo. Había ido a Moscú en vísperas de la apertura del primer proceso, e inmediatamente, había publicado
artículos y un folleto en que defendía el procedimiento y la validez de las confesiones. (Nota de la edición en francés).
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“Del proceso surge la complicidad indiscutible de Alemania que, sobre todo, por medio de la Gestapo, ha sumi-
nistrado un pasaporte del Estado de Honduras para permitirle a uno de los acusados regresar a Rusia”80.

Para terminar, propone una investigación suplementaria.


El informe de Rosenmark, el desprecio con el que manejó las informaciones de las que disponía, el tono cate-
górico de sus afirmaciones, provocan una sincera indignación en Trotsky. En un artículo que titula “¡Vergüenza!”81,
afirma que el informe Rosenmark es “uno de los documentos más despreciables de nuestra época” y su publicación,
“una mancha indeleble que infecta el nombre de la Liga de los Derechos del Hombre en Francia”:

“Llegamos a la conclusión de que se trata de algo mucho peor que el simple producto de los afanes intelectuales
de un filisteo estrecho, multiplicado por el cretinismo jurídico”82.

Por su parte, el 5 de enero de 1937, León Sedov dirige al comité central de la Liga una rigurosa requisitoria83.
Subraya que la Liga no lo ha escuchado, ante a un pedido formulado por él a principios de noviembre, que la Liga
ha decidido publicar el informe Rosenmark sin haberlo escuchado, así como a otros testigos. La Liga, escribe, ha
tomado posición “con tanto partido, con tanta ligereza, con tanto descuido sobre los hechos y sobre los documentos
existentes que compromete a fondo toda eventual acción, toda la investigación de la Liga respecto a esto, a la propia
Liga”. Después de haber analizado punto por punto el informe Rosenmark, concluye:

“Marx pudo ser acusado de agente de Bismarck. Lo mismo ocurrió durante la revolución francesa […] Cromwell
también fue acusado de ser agente extranjero ¡La Historia se repite! Y siempre encuentra suficientes imbéciles que
creen en las calumnias más bajas y más estúpidas”84.

Los dirigentes de la Liga no le prestan ninguna atención a la carta de Sedov85. Recién cinco meses después del pri-
mer Proceso, la Liga lo invita a presentarse ante su comisión y él lo rechaza, por supuesto, con altura86. Ninguna otra
versión, más que la de Rosenmark, fue publicada por los Cahiers de la L.D.H., cuya redacción rechaza un artículo
documentado de Magdeleine Paz en respuesta al informe87. La comisión, ampliada a dos miembros suplementarios,
no se reunió ni una sola vez. Cuando, el 27 de abril de 1937, Félicien Challaye apela a la Liga para que intervenga
contra la amenaza del nuevo Proceso que apunta a Bujarin y Rakovsky y para que solicite garantías formales de que
los derechos de los acusados sean respetados en todos los casos, su propuesta se choca ante la negativa categórica del
secretario de la Liga, Emile Kahn, quien afirma:

“El sr. Challaye habría deseado que la Liga se asociara a los trabajos de la Comisión de Investigación sobre los Procesos
de Moscú. Pero esta comisión, compuesta por amigos de Trotsky y por adversarios de la Rusia estaliniana, ha demos-
trado su parcialidad desde el principio. Ha empezado denunciando el crimen de Moscú. Esta es una actitud singular
para una comisión de investigación que busca la verdad. La Liga ha estimado que no tiene nada que hacer en ella”88.

La sesión del Comité Central de la Liga por los Derechos del Hombre del 17 de junio de 1937 es muy agitada.
Los minoritarios (Georges Pioch, Félicien Challaye, Magdeleine Paz, Georges Michon) se chocan con una desesti-
mación de la demanda de la comisión. Challaye, excedido, afirma:

80 Cahiers des Droits de l´Homme, 15 de noviembre de 1936. (Nota de la edición en francés).


81 L. Trotsky, “¡Vergüenza!”, 18 de diciembre de 1936 (Archivos L. Trotsky, Biblioteca de la Universidad de Harvard, La Lutte ouvrière, 12 y
16 de febrero de 1937). (Nota de la edición en francés).
82 Ibidem. (Nota de la edición en francés).
83 León Sedov, “Carta al Comité Central de la Liga de los Derechos del Hombre”, Boletín de informaciones y prensa del comité por la inves-
tigación sobre el Proceso de Moscú, suplemento al nº1, enero de 1937, 18 páginas. (Nota de la edición en francés).
84 Ibidem. (Nota de la edición en francés).
85 En sus Cahiers nº 8, 15 de abril de 1937, la Liga publica la siguiente nota: “La comisión tomó conocimiento de la carta de Sedov. Es un
asunto en el que no hay expediente. No hubo expediente en el proceso, pero hay un expediente de instrucción muy voluminoso, y es este el
que hay que consultar”. (Nota de la edición en francés).
86 Esta es la respuesta de Sedov: “Con gran sorpresa he recibido vuestra convocatoria del 1 de febrero. Yo les envié el 5 de enero un documento
bastante largo en el que preciso mi actitud respecto de vuestra comisión de investigación. En estos días, no he sabido de hechos nuevos que me
permitan revisar mi actitud respecto de esta comisión a la que estimo descalificada por la publicación del escandaloso informe del Sr. Rosen-
mark en vuestros Cahiers”. (Ibidem). (Nota de la edición en francés).
87 Magdeleine Paz, “En marge du procès de Moscou”  (Al margen del Proceso de Moscú), La Flèche, 26 de diciembre de 1937. La cuestión sólo
volverá al orden del día del comité central de la L.D.H. el 11 de febrero, con Emile Kahn precisando ahora que ha rechazado la publicación
de este artículo por su carácter polémico y los ataques que contiene contra el informe de Rosenmark. Para los dirigentes de la Liga, se trata de
reunir documentación, no de “instituir polémicas entre los miembros de las ligas”. (Nota de la edición en francés).
88 Cahiers des Droits de l´Homme nº 14, 15 de julio de 1937. Emile Kahn (1876- 1958), profesor, miembro del PS antes de la guerra y del CC
de la L.D.H. en 1909, fue su vicepresidente desde 1929, y su secretario desde 1932. (Nota de la edición en francés).
70 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

“La mayoría del Comité Central está bajo las órdenes de Moscú, lo demostraré en el Congreso.”

La crisis estalla abiertamente en el Congreso de la Liga, que tiene lugar en Tours del 17 al 19 de julio de 1937. A
la entrada, la minoría distribuye un texto titulado “La Liga del ‘affaire’ Dreyfus ante los Procesos de Moscú”, con un
resumen histórico del asunto, el artículo de Magdeleine Paz que no fue publicado en los Cahiers, la carta de dimisión
de la “comisión especial” de Maurice Paz. Se realiza el debate, desde la discusión sobre el informe moral, al final de
la jornada del 17. La minoría dispone en total de 40 minutos.
Su primer orador es Félicien Challaye. Para él, el informe Rosenmark, al justificar la requisitoria, carga a la Liga
con su parte de responsabilidad:

“[...] en la seguidilla de crímenes que se suceden y se aceleran en la URSS y también en Cataluña, donde los es-
talinistas aplican los métodos de Moscú a los anarquistas y a los miembros del POUM”89.

Luego de que Georges Pioch y Albert Goldschild tomaran la palabra en nombre de la minoría, Rosenmark sube a
la tribuna para defender su informe. Afirma, una vez más, que las confesiones, “cuando tienen lugar en el transcurso
de la audiencia” y provienen de individuos “mentalmente sanos”, son consideradas como una prueba decisiva. Un
congresista escribe:

“Muchos no olvidarán tan rápidamente este rostro cerrado de jurista ofendido y fustigado sin tomar partido.
Se tenía el ingrato sentimiento de tener delante, sostenido y cubierto por la gran mayoría del comité central, al
eterno antipartidario de Dreyfus”90.

Emile Kahn y Victor Basch a su turno, le rinden homenaje a Rosenmark. Victor Basch admite que al principio se
vio conmovido por el proceso, pero que el informe le ha parecido jurídicamente “fascinante”, aunque no haya enten-
dido nada “psicológicamente”… Para el presidente de la Liga, ante este drama a lo Dostoievsky, hay que considerar
varias hipótesis…

A la moción de Félicien Challaye condenando los Procesos de Moscú, la mayoría del comité central le opone un
texto que solicita la continuación de la investigación, y obtiene 1.428 mandatos. La minoría obtiene 255, y hay 53
abstenciones. Al final del congreso, Bergery, Challaye, Emery y Pioch renuncian al Comité Central, imitados pronto
por Magdeleine Paz y Elie Reynier.91

La actividad del Comité por la Investigación sobre los Procesos de Moscú


El comité se reunía regularmente en un café de la calle Odéon. A partir de enero de 1937, edita un Boletín
mensual, del que se publican diez números y un suplemento en un año. Luego, la aparición será más irregular. El
primer número de la segunda serie está totalmente dedicado al “affaire” Reiss92. También publica folletos, como el
titulado Dix-huits questions, dix-huits réponses (Dieciocho preguntas, dieciocho respuestas), que fue redactado por León
Sedov. El grueso de las tareas del comité (tesorería, correspondencia, publicación y expedición del Boletín, etc.) des-
cansa en Andrée Limbour93, ayudada en los primeros meses por Marguerite Rosmer que pronto debe interrumpir
su colaboración por razones de salud. Una joven militante de las JSR, Georgette Itkine –su hermano, el comediante
Sylvain Itkine está muy relacionado con el POI–, también contribuye en las tareas prácticas94. El comité mantiene
una correspondencia continua con los demás comités constituidos en los otros países95.

89 “Los Procesos de Moscú en el Congreso de la Liga de los Derechos del Hombre”, Boletín de informaciones y de prensa del comité por la
investigación sobre el proceso de Moscú nº 7, julio de 1937. Nuestro relato del Congreso se basa en este documento. Georges Michon (1882-
1945), doctor en Letras, pacifista, también era miembro de la SFIO. (Nota de la edición en francés).
90 Ibidem. (Nota de la edición en francés).
91 “Declaración de los renunciantes”, Cahiers des Droits de l´Homme nº 21, 1 de noviembre de 1937. (Nota de la edición en francés).
92 “La U.R.S.S. y el crimen político. El asesinato de Ignace Reiss” dossier por Victor Serge, Alfred Rosmer, Maurice Wullens, París, 1938, 96
p. La parte sobre la instrucción del “affaire”, firmada por Wullens, había sido redactada en verdad por Gérard Rosenthal. (Nota de la edición
en francés).
93 Andrée Limbour (nacida en 1901), profesora del liceo, había adherido en 1926 a la Federación Unitaria y en 1931 a la Liga Comunista.
Era miembro del POI. (Nota de la edición en francés).
94 Entrevista con Andrée Limbour, 3 de diciembre de 1978. (Nota de la edición en francés).
95Se había formado un comité en Holanda, animado por el RSAP de Sneevliet, del que se sabe poco, así como del comité de Bélgica. En Gran
Bretaña, en octubre de 1936 se formó el Provisional Committee for the Defence of Leon Trotsky, cuyo llamado constitutivo, firmado por diez
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Uno de los ejes de su actividad es la propaganda a favor de la formación de una comisión internacional de investiga-
ción. El 13 de diciembre de 1936, el comité convoca en la sala del Petit Journal, con la presidencia de Maurice Wullens,
un importante mitin que es un éxito: más de 2500 personas se juntan para escuchar a Maurice Chambelland96, de La
Révolution Prolétarienne, a Fred Zeller97, de la JSR, André Breton, que lee un mensaje para Trotsky afirmando: “Tu lugar,
Trotsky, es en Barcelona”, y que es muy ovacionado. Gaston Ferdière, que interviene en nombre del comité de vigilancia,
lee un poema de Victor Serge, también muy aplaudido. Lucie Colliard98, en nombre del Comité por la Investigación
sobre los Procesos de Moscú, lanza un llamado para obtener diez mil firmas para la defensa de Trotsky. También hablan
Lucien Weitz, de la JS; Walter Dauge99, dirigente del PSR belga; Pierre Naville por el POI; Félicien Challaye, con man-
dato de la LICP, basa su intervención en el testimonio de Gide. Como conclusión del mitin, Félicien Challaye hace que
la sala mande un saludo al comité norteamericano que debe tener su mitin el 18 de diciembre100.
El comité también contribuye a organizar mítines, conferencias y reuniones privadas en todas partes de Francia.
En marzo de 1937, con la presidencia de Rosmer, asistido por Betty Brunschwig y con la participación de Félicien
Challaye y Michel Alexandre, le da la palabra a León Sedov ante 300 personas, quien refuta las acusaciones lanzadas
en el proceso Pyatakov. Se organizan dos reuniones del mismo tipo en el año, durante el Proceso Bujarin y la publi-
cación de las conclusiones de la Comisión Dewey.
Apoyado en las células del POI, el comité extiende sus esfuerzos a las provincias. El 8 de febrero, organiza en
Lyon un mitin que reúne a 1200 personas, en la sala Émile Zola, en donde hablan sucesivamente Gérard Rosenthal,
Savorel, de la Unión Anarquista, André Philip, diputado socialista, Léon Emery de la LDH y Henri Colliard del
POI101. El 14 de febrero, en Saumur, hablan Fred Zeller y Marcel Beaufrère102. Había más de 150 personas. Desde el
auditorio, el veterano Louis Bouët contesta enérgicamente a un rentado del PCF, que debe retirarse entre silbatinas,
sin haber podido arrastrar a sus camaradas a sabotear la reunión103.
En Bordeaux, otra ex PC, Marthe Bigot104, es quien habla ante 400 personas. Gérard Rosenthal hace una gira en
abril y toma la palabra en Toulon, La Seyne y Marseille, finalmente, ante 400 personas. Todas estas reuniones adop-
tan órdenes del día reclamando la pronta constitución de la comisión internacional de investigación.
Pero desde fines de marzo, la actividad va a modificar su eje primitivo. Trotsky ha decidido jugar su última carta
en la comisión que va a nacer —que puede nacer— en Nueva York. En una carta a Pierre Naville, fechada el 17 de

personas, fue publicado en el Daily Herald y el Manchester Guardian: su secretario provisorio era el trotskista Harry Wicks. El primer secretario del
definitivo British Committee for the Defence of Leon Trotsky fue un intelectual trotskista angloamericano, Hilary Sumner-Boyd (1911-1976),
nieto del célebre abolicionista Charles Sumner e hijo de Fred Boyd, el amigo de John Reed. Con el comité francés mantuvo una correspondencia
y una colaboración activa. Sumner-Boyd vino a París a encontrarse con Sedov (Carta de Harry Wicks del 9 de mayo de 1979) y le dio la carta ma-
nuscrita confiada por Trotsky en noviembre de 1932 en Copenhague a Harry Wicks para permitirle contactar a los rusos cercanos a la Oposición
con los que él había tomado contacto. Trotsky pudo así demostrar ante la subcomisión preliminar de Coyoacán que se trataba de un documento
político, y no de instrucciones conspirativas. Hugo Dewar, así como Harry Wicks, nos han suministrado valiosos elementos sobre la actividad
del comité británico. El comité francés tuvo relaciones más estrechas aún con el American Committee for the Defence of Leon Trotsky y con el
Comité Checoslovaco por el Derecho a la Verdad que presidía el escritor y veterano comunista Hugo Sonnenschein apodado Sonka (1890-1953),
y que había reunido una pléyade de conocidos intelectuales y varios dirigentes sindicales. El comité de Praga había esperado algún tiempo para
poder organizar el Contraproceso. Animado en sus primeros meses por Jan Frankel, había realizado un gran trabajo, demostrando mediante su
investigación que el famoso pasaporte hondureño del que hablaba Olberg no provenía de la Gestapo y asegurándose el testimonio del director de
la Biblioteca eslava de Praga, Vladimir Tukalevsky. Su material fue publicado en el Boletín francés. Recordemos que dos importantes dirigentes
del PC checoslovaco, Josef Guttman, ex miembro del buró político, expulsado en 1933 y Zavis Kalandra, redactor en jefe de Rudé Pravo, habían
condenado públicamente el Proceso de agosto de 1936. El comité checoslovaco fue herido de muerte por la provocación de la GPU montada
contra el militante alemán Anton Grylewicz, uno de sus miembros más activos. (Nota de la edición en francés).
96 Maurice Chambelland (1901-1966), ex militante del PC, del que se fue en 1924, secretario del sindicato CGT de correctores, era desde
entonces la mano derecha de Pierre Monatte. (Nota de la edición en francés).
97 Frédéric Zeller (1912-2003), estudiante de Bellas Artes, secretario de la Alianza de la Juventud Socialista de la Seine, había sido expulsado
de la JS en 1935 y había visitado a Trotsky. Era dirigente de la JSR y del POI. (Nota de la edición en francés).
98 Lucie Colliard (1877-1961), maestra, había formado parte del núcleo internacionalista durante la
Primera Guerra Mundial y había asegurado clandestinamente la ligazón con Suiza. (Nota de la edición en francés).
99 Walter Dauge (1907-1944), ex dirigente de las Jóvenes Guardias Socialistas del Borinage, y de la Acción Socialista Revolucionaria, era el
principal dirigente del Partido Socialista Revolucionario, adherente al movimiento por la IV Internacional. (Nota de la edición en francés).
100 La Lutte Ouvrière, 25 de diciembre de 1937. (Nota de la edición en francés).
101 Boletín de información y de prensa nº 2/3, febrero/marzo de 1937, y testimonio del Sr. y la Sra. Bardin. Henri Colliard, estudiante de de-
recho, había tomado la palabra en un mitin del PCF y había sido bajado de la tribuna por el servicio de orden. (Nota de la edición en francés).
102 Marcel Beaufrère (1914-1998), auxiliar de correo, se había unido a los trotskistas en 1934. (Nota de la edición en francés).
103 Louis Bouët (1880-1969), maestro, había sido el verdadero animador del sindicalismo revolucionario entre los maestros, luego de la fede-
ración que devino en Federación Unitaria, pero que entonces se denominaba “Federación Bouët”. Socialista en 1906, había sido elegido en el
primer comité director del PC en su fundación. Estaba ligado a Trotsky desde 1915, pero siempre mantenía su distancia con los trotskistas. El
relato de esta reunión por el Boletín (ver nota 99) nos fue confirmado por Fred Zeller durante una entrevista del 14 de abril de 1979. (Nota
de la edición en francés).
104 Marthe Bigot (1878-1962), docente sindicalista y socialista antes de la guerra de 1914, había jugado un rol importante en el núcleo inter-
nacionalista de 1914-18, antes de ser una de las dirigentes del joven PC y su secretaria femenina de 1921 a 1922. En 1929 había llamado a la
creación de La Vérité, pero militaba en el “núcleo” de la Révolution Prolétarienne. (Nota de la edición en francés).
72 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

marzo, insiste en que el comité francés se subordine al de Nueva York y en que lo apoye en el camino de la constitu-
ción de la comisión de investigación105. Esta se constituye y el 2 de abril envía a México una subcomisión dirigida por
John Dewey. El comité francés ha enviado por telegrama a Nueva York “sus plenos poderes a la comisión norteame-
ricana por la investigación internacional” e invita a los comités locales a seguir su ejemplo,106 asegurando que enviará
a Nueva York un delegado “especialmente calificado y que goza de su más entera confianza”.
Este delegado es Alfred Rosmer, pero, a principios de abril, el comité sólo ha logrado reunir una suma de 900
francos, cuando los gastos de viaje y de estadía durante tres meses se estiman en 3.780 francos. Este aspecto de la
situación inquieta a Trotsky, que escribe a Jean Rous:

“Los felicito por vuestro éxito. Por otra parte, sorprende que ustedes siempre tengan las mismas dificultades finan-
cieras […] Lo mismo para el comité. Los norteamericanos tienen los mayores gastos, sobre todo en relación a la
comisión de investigación, y toda Europa no puede cubrir los gastos mínimos que le incumben”107

Esta crítica de Trotsky puede parecer severa. El comité francés tiene muchas dificultades para financiar su acti-
vidad. Sin embargo, Andrée Limbour, Rosmer, Gérard Rosenthal y el pequeño núcleo activo no ahorran esfuerzos.
El balance financiero establecido por el comité el 31 de julio de 1937 muestra un déficit de 700 francos, cubierto
provisoriamente por “adelantos hechos por amigos del comité”108. El dinero proviene de una suscripción permanente
y de una venta de cartas de apoyo vendidas a 2 francos. Las contribuciones provenientes de organizaciones afiliadas
son débiles. Los abonos y la venta del Boletín no dan nada; según nuestra evaluación, a fines de 1937, no había más
de cien abonados. Por el contrario, el comité tuvo grandes gastos. Además del viaje de Rosmer, sin tener en cuenta
sus gastos de estadía en Nueva York, los gastos para la comisión rogatoria se elevaron a 1.629 francos, a cargo de
miembros y amigos del comité109.

Los trotskistas y el Contraproceso en Francia


En los hechos, lo esencial de la actividad se basa en el POI y los militantes trotskistas. Las personalidades del
comité no son por sí mismas el motor del trabajo del Contraproceso. Pierre Naville precisa:

“Algunos intelectuales que han aceptado patrocinar el comité casi no se ocupaban del trabajo por hacer. Pero
nosotros estábamos muy aislados y sus nombres, a pesar de las diferencias políticas que solíamos tener con ellos,
nos sacaban un poco de nuestro aislamiento”110.

En la concepción de Trotsky, los comités con personalidades sólo pueden ser eficaces si los trotskistas preservan
su propia independencia e identidad, evitando adaptarse al estado de ánimo de los intelectuales liberales. Desde
este punto de vista, critica vigorosamente la actitud de sus camaradas norteamericanos y la tendencia a “ceder a las
influencias pequeñoburguesas, académicas y literarias”. Según él, era necesario enmarcar el comité con “delegados
de agrupamientos obreros, con el fin de crear canales que vayan del comité a las masas”111. Nos parece que, en este
punto, los militantes del POI lo habían logrado mejor que sus camaradas norteamericanos.
Sin embargo, la actividad de los trotskistas franceses estaba obstaculizada debido a sus divisiones internas. Una
grave escisión los había dividido en 1935, y luego de un breve período de reunificación, los partidarios de Raymond
Molinier fueron expulsados del POI en octubre de 1936 y resucitaron el Partido Comunista Internacionalista (PCI)
y su periódico La Commune. El PCI le reprocha al POI, en un volante, que tiene una posición equivocada sobre la
cuestión de los Procesos de Moscú y, además, que busca mantenerlo oculto. Según este texto, “el método de creación
de comité de individualidades es inútil […] la acción de los agrupamientos obreros, aunque sea modesta, si es perse-
verante, hará mucho más que los mítines brillantes”112.

105 Carta de Trotsky a Naville, 17 de marzo de 1937, Dossier Wolf, archivos Vereeken (DW, AV.), Bruselas. (Nota de la edición en francés).
106 Boletín de información y de prensa nº 4, abril de 1937. (Nota de la edición en francés).
107 Carta de Trotsky a Jean Rous, 26 de marzo d 1937, DW, AV. El comité norteamericano se había beneficiado con donaciones importantes
de algunos de sus miembros que tenían una fortuna personal: así Margaret de Silver, la compañera de Carlo Tresca, había donado la conside-
rable suma de 5.000 dólares. (Nota de la edición en francés).
108 Boletín de información y de prensa nº 7, julio de 1937. (Nota de la edición en francés).
109 Ibidem. (Nota de la edición en francés).
110 Carta de P. Naville a G. Roche, 3 de mayo de 1979. (Nota de la edición en francés).
111 L. Trotsky Défense du marxisme, p. 199. (Nota de la edición en francés).
112 “Comment faut-il lutter pour sauver les révolutionnaires d´URSS ? Lettre aux organisations participant au comité pour l´enquête sur le procès
de Moscou”  (¿Cómo hay que luchar para salvar a los revolucionarios de la URSS ? Carta a las organizaciones participantes en el comite por la in-
vestigación sobre el Proceso de Moscú). volante del PCI fechado el 7 de diciembre de 1937. Archivos CERMTRI. (Nota de la edición en francés).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 73

La profunda fosa que separa al PCI del POI y los violentos conflictos personales dificultan la actividad por el
Contraproceso. El propio Trotsky no entiende cómo, sobre una cuestión tan fundamental como la recolección de
testimonios, no sea posible ningún contacto entre las dos fracciones. El 18 de febrero escribe a Erwin Wolf:

“Acabo de recibir un telegrama de León (Sedov) que afirma que las relaciones personales hacen imposible toda
colaboración con Henri (Molinier). No entiendo nada. Si se tratase de un juicio, la invitación a los hermanos
Molinier sería absolutamente indispensable y ellos no podrían recusarse. Por el momento, sólo se trata de una
comisión de investigación, pero es el preludio a un eventual proceso. Hay circunstancias que sólo los hermanos
Molinier y Meichler113 pueden precisar y confirmar…”114.

Trotsky le encarga a Erwin Wolf que se contacte oficialmente con Henri Molinier, dirigiéndose directamente
a él varias veces. Se necesita urgentemente el testimonio de este hombre por el que, por otra parte, más allá de las
divergencias políticas, ha conservado una profunda estima y una real amistad. Para combatir el proceso de Moscú,
le hace falta destruir las acusaciones de Holtzman, Berman-Yurin y Fritz David sobre el encuentro en Copenhague.
También le hace falta demostrar que no se pudo encontrar con Vladimir Romm a fines de julio de 1933 en el Bois
de Boulogne. Para esta tarea, los hermanos Molinier son testigos indispensables. Son ellos quienes alquilaron la casa
en donde se alojó en Copenhague y los que se ocuparon de su instalación en Francia. Es Raymond Molinier quien
alquiló en Cassis la embarcación que permitió que Trotsky y Natalia desembarcaran de incógnito. Es Henri, junto
con Sedov, quien se encargó del alquiler de la villa “Les Embruns” en Saint-Palais .
Con respecto a Copenhague, Trotsky precisa a Henri Molinier:

“La tarea de los testigos es simple: hay que explicar quién ha alquilado la casa y cómo; el orden interno de la misma,
cómo podían entrar los visitantes, en qué cuarto trabajaba yo, si me quedaba solo en la casa, si salía solo, etc.”115.

En lo que concierne a la estadía de 1933 en Francia, hay que encontrar los testimonios de los visitantes que pue-
dan certificar que Trotsky, enfermo, se quedó en “Les Embruns” y que se fue recién el 9 de octubre. También hay
que establecer que fue directamente de Marseille a Royan, sin pasar por París. Así, le será posible demostrar que la
supuesta entrevista con Romm en el Bois de Boulogne no pudo haber sucedido y que no es más que una fabulación
de la GPU. Para todo esto, se necesita la colaboración de los hermanos Molinier. Si Trotsky se dirige a Henri es,
como nos precisa Pierre Frank, porque aún siendo miembro del PCI, estaba menos comprometido que su hermano
Raymond en las polémicas públicas: “Dirigirse a él no podía dar lugar a ninguna interpretación pública en cuanto
a la posición de Trotsky en el diferendo PCI-POI”116. Por intermedio de Henri Molinier, los testimonios de Pierre
Frank y de Raymond Molinier llegaron a la comisión de investigación.
Pero la persona esencial en el trabajo por el Contraproceso en Francia es León Sedov. Con la ayuda de Erwin Wolf, a
partir del mes de enero se dedica a reunir la enorme masa de documentos, cartas, declaraciones, testimonios, que necesi-
tará la comisión investigadora de Nueva York para sus trabajos. Uno puede darse una idea de la amplitud de este trabajo
consultando la lista de los setenta visitantes de Royan y Copenhague a los que se ha dirigido Erwin Wolf117.
En marzo, luego de las discusiones con Sedov, Henri Molinier, Naville y Rosmer, Wolf decide crear una comisión
especial encargada de examinar y de hacer legalizar las firmas de los testimonios recogidos en Europa. Esta comisión
de autenticación, en principio debía estar formada por Rosmer, Charbit118 y Challaye. Este último no estaba dispo-
nible y Rosmer debió buscar un tercero; propondrá finalmente a André Breton. La razón de ser de la comisión es,
por un lado, a causa de la dificultad de hacer legalizar las declaraciones por los comisarios de barrios y los notarios,
procedimiento largo y costoso; por otro lado, el hecho de que los testimonios se toman a emigrados políticos –ale-
manes, sobre todo– y no se pueden publicar su identidad y su dirección: la comisión funciona un poco como un
jurado de honor, bajo la responsabilidad moral de Rosmer. Wolf indica a Trotsky que, para la comisión de Nueva
York, una declaración de Rosmer “tiene, al menos, un valor igual, sino mayor, que una legalización por un notario,
porque es sabido que bastante a menudo, con el procedimiento oficial, uno se enfrenta a engaños, mientras que con
una certificación de Rosmer […] esto me parece que queda excluido”119.

113 Meichler, Jean (1898-1941) Uno de los fundadores de la Oposición de Izquierda en Francia, miembro del CC del Grupo Bolchevique-
Leninista y del PCI antes de la guerra, director de “Unser Wort”. Arrestado el 3 de julio de 1941, fusilado como rehén el 6 de septiembre.
114 Carta de Trotsky a Wolf, 18 de febrero de 1937, DW, AV. (Nota de la edición en francés).
115 Carta de Trotsky a Henri Molinier, 16 de febrero de 1937, DW, AV. (Nota de la edición en francés).
116 Carta de Pierre Frank a G. Roche, 20 de abril de 1979. (Nota de la edición en francés).
117 Dossier Wolf, AV. (Nota de la edición en francés).
118 Ferdinand Charbit (1892-1985), tipógrafo, también ex PC, era miembro del núcleo de la Révolution Prolétarienne. (Nota de la edición
en francés).
119 Carta de Wolf a Trotsky, 21 de marzo de 1937, DW, AV. (Nota de la edición en francés).
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En París, se pone en pie otra comisión bajo la dirección de Sedov para recolectar los testimonios. Está compuesta
por el propio Sedov, Paulsen (Lola Estrine)120 y Jean Beaussier121. Lola era la secretaria de Sedov. Jean Beaussier había
estado en Royan en 1933, había asegurado la guardia y la discreta vigilancia del PC local, había llevado ante Trotsky
al ferroviario Gourbil, había escoltado a Malraux y otros visitantes. Poco después, solidario con el “grupo judío”
contra Molinier, había dejado la Liga Comunista y se había unido a la Unión Comunista. Pero luego del estallido
de esta última, devenida, por un tiempo, en Unión Comunista Unificada (UCU), retomó su contacto y se unió
al POI en 1936. Tenía la enorme ventaja de no haberse mezclado en la lucha fraccional de 1935 y de no haberse
empapado en ella durante la escisión; además, conocía perfectamente las condiciones de estadía en Royan. Sedov lo
solicita porque, aunque no sea para nada “molinierista” —muy por el contrario— es uno de los raros miembros del
POI que puede tener relaciones con el PCI. Por otra parte, como los dirigentes del POI desconfían de Sedov, al que
creen influido por su compañera Jeanne Martin des Pallières, que es miembro del PCI, la situación de Beaussier, el
hombre-contacto, no es fácil y es, según su propia expresión “rehén y garantía a la vez”122. Erwin Wolf lo presenta a
Trotsky como “extremadamente escrupuloso y principal responsable”: debe ser “el mentor del comité”123.
De hecho, las cosas no son simples. Para que Beaussier pudiese consagrar el grueso de su tiempo al trabajo con
Sedov, Wolf tuvo que obtener una resolución del buró político del POI que determinase sus tareas124.
La comisión de trabajo Sedov-Paulsen-Beaussier tiene una enorme tarea. Se trata de reunir todos los testimonios,
eventualmente ir a buscarlos, hacer los contactos, perseguir los testimonios, verificar el contenido de las declaracio-
nes, fotocopiar documentos y cartas, etc. Wolf la considera como una tarea política de primer orden, pero también
como una tarea técnica, porque se trata de presentar a la comisión de autenticación (Rosmer, Charbit, Breton) un
dossier “completo y listo, impecablemente ordenado, para que lo examinen y lo juzguen”125.
El 14 de marzo, ya habían tenido dos reuniones de trabajo con Sedov, Beaussier, Henri Molinier, Leprince y Wolf.
Se estableció un plan de acción. Jean Beaussier, que es maestro en un internado, aprovecha el feriado de Pascuas para
hacer un viaje al sur con Leprince, quien había llevado a Trotsky en 1933; reconstruir, etapa por etapa, el itinerario
de Marseille a Royan y recoger en el camino los testimonios necesarios. Leprince no es trotskista, es empleado de la
sociedad de cobranzas de Raymond Molinier y fue chofer en 1933: los hermanos Molinier lo ponen a disposición
de la comisión, lo que no es capital porque el POI no puede financiar el viaje, y probablemente sean ellos los que
se hagan cargo de los gastos del viaje –alquiler del auto, estadías en hotel, etc. Leprince reconstituye el itinerario y
Beaussier “materializa” la investigación recogiendo los testimonios. A veces hay que volver para atrás, porque Leprin-
ce no siempre está seguro del discreto recorrido que había seguido cuatro años antes. Pero finalmente todo sale bien
y los dos hombres encuentran en Tonneins, cerca de Marmande, el hotel en donde Trotsky pasó la noche126.
Se resuelve otro punto central con la reconstitución, mediante los testimonios, de la fecha y de las circunstancias
de la llegada a la villa “Les Embruns”, el 25 de julio de 1933. Ese día, se había producido un incendio en el jardín de
la villa, encendido por las chispas de una locomotora. Beaussier recoge el testimonio del capitán de bomberos Soulard
y del brigadier André que atestiguan que el fuego se había declarado a las tres de la tarde y fue extinguido a las cuatro
y media. Entonces notaron “la llegada de un hombre en automóvil que venía a vivir a la villa. Más tarde supieron que
ese hombre era Trotsky”. Sus testimonios son legalizados por el alcalde de Saint-Palais. También se recogen otros tes-
timonios valiosos, el de la Sra. Renaulaud y el de su hija, a quien Henri Molinier alquiló la villa, el del ferroviario Jean
Gourbil, legalizado por el alcalde, que atestiguó que Trotsky estaba enfermo y no pudo haber ido a París en julio127.
El 21 de marzo, Wolf anuncia a Trotsky que ya se enviaron 25 testimonios. El 22, Trotsky telegrafía a París, a la
comisión:

“Comisión norteamericana bajo dirección Dewey emprende investigación aquí el 4 de abril. Envíen documen-
tación, sobre todo declaraciones policiales, hotelero, propietario. Exactitud meticulosa indispensable. Representante
comité francés extremadamente deseable”.

120 Lilia Ginzberg de Estrine, apodada Lola o Paulsen (1898-1981) nacida en Rusia, abogada y conocedora de cinco idiomas, había emigrado
a Francia en 1934 y trabajaba para el Instituto de Historia de Nicolaievsky, el dirigente menchevique. Estaba ligada a Sedov en 1935 y había
empezado a trabajar para él como secretaria a tiempo parcial y era miembro del grupo ruso. Como Sedov, tenía gran confianza en Zborowski.
(Nota de la edición en francés).
121 Jean Beaussier (1912-1984), en 1928 se había unido a la JC, luego a la Liga Comunista sin pasar por el PC. (Nota de la edición en francés).
122 Entrevista con Jean Beaussier, 19 de mayo de 1979. (Nota de la edición en francés).
123 Carta de Wolf a Trotsky, marzo de 1937, DW, AV. (Nota de la edición en francés).
124 Esta resolución, fechada el 20 de marzo de 1937, firmada por Bardin, Vilain (Naville), Clart (Rous) y Julien (P. Tresso) estaba redactada
así: “El BP decide que el camarada Beaussier se ocupará principalmente del trabajo relativo a la Comisión de Investigación sobre el Proceso de
Moscú bajo control del SI y cualquier otra actividad estará subordinada al cumplimiento de su tarea principal”. (Nota de la edición en francés).
125 Carta de Wolf a Trotsky, marzo de 1937, DW, AV. (Nota de la edición en francés).
126 Entrevista con Jean Beaussier, 19 de mayo de 1979. (Nota de la edición en francés).
127 Estos testimonios están citados y parcialmente reproducidos en Not Guilty, p. 221. (Nota de la edición en francés).
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De hecho Trotsky se impacienta, se irrita por la lentitud del Contraproceso y sobre todo por la imprecisión de los
testimonios, porque encuentra que algunos son descuidados. Escribe a Jean Rous:

“Los camaradas que han estado al corriente de nuestro viaje a Saint-Palais por Raymond Molinier, Lastérade, Leprince,
León Sedov u otros no hacen ninguna mención de esto y, por lo tanto, las declaraciones pierden el 99% de su valor”128.

Insiste especialmente para que las discusiones que tuvo con los militantes de la Liga sobre la defensa de la URSS,
se resuman en los testimonios, permitiendo demostrar así lo absurdo de las acusaciones de sabotaje de la economía
de la URSS y de la ligazón con el fascismo. Recuerda a Rous que “los camaradas franceses” son “los más calificados”
para hacer esos testimonios, a causa de las discusiones que tuvo con Yvan Craipeau y Lastérade, ambos en desacuerdo
con la consigna de defensa incondicional de la URSS. Quiere que estos testimonios se redacten de nuevo en este
sentido129. La declaración de Lastérade es importante, porque residió varias semanas en Saint-Palais. Luego rompió
con Trotsky y siguió al grupo judío durante la escisión de 1933 y la creación de la Unión Comunista. En marzo de
1937, estaba en el servicio militar, pero sin embargo hizo llegar su testimonio, autentificado por Rosmer, firmado
con el transparente seudónimo de Laste.
Trotsky también le escribe a Naville –con copia para Wolf, Held, Nelz y Dauge– que se sentía “golpeado por la
extraordinaria apatía” con la que se redactaban las declaraciones:

“Le he escrito varias veces a León y a los demás. Espero que se vuelvan a hacer la mayor parte de las declaraciones
con la precisión necesaria”130.

Le informa a Naville que espera un rendimiento pleno de él y de los demás y que los camaradas que “demuestren
descuido o apatía deben ser considerados como absolutamente ajenos a nuestra causa”.
Esta carta de Trotsky a Naville va a constituir el detonante de una grave crisis que amenaza paralizar totalmente
toda la actividad por el Contraproceso. León Sedov, cansado y abatido por un trabajo incesante, con los nervios ago-
tados, toma a mal las críticas y reproches de su padre. En esta carta dirigida a Naville y la propuesta a Naville de que
tome la dirección, ve una desaprobación a su propio trabajo. Por otra parte, Naville le escribe a Wolf:

“Pienso que has recibido copia de la carta de L.D. dirigida a mí, con respecto al comité. En conclusión, tuve que
aceptar ocuparme de esto. Hemos constituido un subcomité formado por Gérard, Beaussier y yo”131.

Sedov protesta ante Wolf:

“En lugar de consultarnos sobre el tema y ayudarnos, en especial, de participar en el trabajo de nuestro pequeño
comité, Naville quiere tomar el asunto en sus manos. Él y Gérard harán todo el trabajo, reunirán los testimonios,
etc., en resumidas cuentas, no quieren tener nada que ver con nosotros. Sólo actuarán directamente con L.D. o
con Norteamérica. Es verdaderamente imposible hacer algún trabajo de esta manera. No hay ninguna razón para
creer que Naville hará esto mejor que nosotros”132.

Sedov acusa a Naville de haber actuado “con espíritu de intriga”. Le reprocha que no le haya informado sobre la carta
de Trotsky y que se sirva de ella para sembrar “el desorden”, lo que desemboca en la desmoralización de Beaussier, a punto
tal que este último “ya no sabe con quién ni cómo trabajar”133. Sedov, de hecho, siente muy intensamente los reproches
de su padre como una injusticia, ya que el enorme trabajo realizado hasta ese momento para la comisión de investigación
ha descansado sobre sus hombros. Wolf defiende la causa de Sedov ante su padre, subraya que “Liova está muy cansado.
Ha hecho todo, todo lo que ha podido”134.

128 Carta de Trotsky a Jean Rous, 26 de marzo de 1937, DW, AV. (Nota de la edición en francés).
129 Carta de Wolf a Trotsky, 21 de marzo de 1937. La lista de testigos preparada por Wolf precisa: “Lastérade (b) Royan). Ha firmado las dos
copias de nuevo para la legalización; entre tanto, llegaron las observaciones de L.D. sobre su testimonio. Es necesario hacer un nuevo documen-
to o una nota adjunta. Encargado de hablarle: Beaussier; Craipeau (b) Royan). Debe completar su testimonio. Hacer 5 copias de las cuales dos
firmadas y autentificadas. Encargado: Beaussier” (DW, AV). Yvan Craipeau (1911-2001), miembro de la Liga Comunista desde su fundación
y dirigente del POI, había estado en Saint-Palais al mismo tiempo que Jean de Lastérade de Chavigny (1910-1986), estudiante de medicina
que había roto en 1933 para participar de la fundación de la Unión Comunista. (Nota de la edición en francés).
130 Carta de Trotsky a Naville, 17 de marzo de 1937. DW, AV. (Nota de la edición en francés).
131 Carta de Naville a Wolf, sin fecha (marzo de 1937), DW, AV. (Nota de la edición en francés).
132 Carta de Sedov a Wolf, 11 de abril de 1937, DW, AV. (Nota de la edición en francés).
133 Carta de Sedov a Wolf, 16 de abril de 1937, DW, AV. Jean Beaussier no recuerda haber estado “desmoralizado” durante este trabajo, cuyas
dificultades ya conocía cuando lo había aceptado. (Nota de la edición en francés).
134 Carta de Wolf a Trotsky, sin fecha, 1937. DW, AV. (Nota de la edición en francés).
76 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

Por otra parte, en este punto de nuestra exposición, nos parece necesario hacer algunas observaciones con res-
pecto a la interpretación que Georges Vereeken da sobre este incidente, en su intento por reconstruir la historia de la
defensa de Trotsky en Francia135. Sobre la base de una parte de los documentos del dossier Wolf, Vereeken sostiene
que la defensa de Trotsky y la acción ante el Contraproceso fueron saboteadas por el agente estalinista Etienne (Mor-
dka Zborowski), colaborador cercano de Sedov. Escribe que los documentos dejados por Wolf “demuestran cómo la
GPU obligó a sus militantes a gastar su energía en futilidades”136. Según él, la comisión encargada de la recolección
de los testimonios estaría formada por Sedov, Beaussier, Paulsen y Etienne. Ahora bien, este último prácticamente no
aparece en los archivos de Wolf, y no figura para nada en la comisión en cuestión: la lista de los 62 testimonios para
recoger en el reparto del trabajo dentro de la comisión –verdadero gráfico de orientación de la actividad para el Con-
traproceso– no menciona ni una sola vez el nombre de Etienne. Todo el trabajo está repartido entre Gil (L. Sedov),
Paulsen (Lola Estrine), Braun (Wolf ) y Beaussier, responsable personalmente de casi un tercio de los testimonios.
Vereeken explica la negativa de Naville a comunicarle las cartas de Trotsky a Sedov y “la exigencia de tomar el toro
por las astas y cortar toda relación con la comisión que dirige Sedov”137 como la manifestación de su desconfianza
respecto a Zborowski. Esta interpretación no está descartada, pero sin embargo, nos parece un poco forzada.
Vereeken ve una prueba suplementaria de “la desconfianza que reina en la cúpula de la organización” en el hecho
de que Trotsky le habría encargado “a Rosmer y a su esposa que reuniesen los documentos valiosos y que los hiciesen
llegar a América”138. Esta afirmación es poco seria. Hemos demostrado que Rosmer no estaba encargado de reunir
los documentos, sino que había sido designado como responsable de la comisión de autenticación por una decisión
unánime de Wolf, Sedov y Naville, y había sido enviado por el comité como delegado a Nueva York. Pensamos que
una lectura atenta del dossier de Wolf no deja ninguna ambigüedad sobre este tema.
Hoy no hay ninguna duda de que el rol de agente de la GPU desempeñado por Etienne alrededor de Sedov lo con-
dujo a la muerte. Pero nos parece excesivo atribuirle al delator Etienne un rol central en un supuesto “sabotaje” de la de-
fensa de Trotsky, del que no hemos encontrado rastros. Las divisiones internas, los conflictos personales, el aislamiento
del pequeño núcleo de militantes, así como la presión de los acontecimientos y los factores materiales son ampliamente
suficientes para explicar las dificultades que ocurrieron sin que sea necesario hacer intervenir a la GPU aquí.

La comisión rogatoria
La sesión de Coyoacán, en el transcurso de la cual Trotsky dio su testimonio del 10 al 17 de abril, no constituía
–contrariamente a una idea bastante extendida– más que una sesión preliminar. La comisión de investigación la juzgó
indispensable, al igual que la declaración oral de los testigos franceses, tarea que fue confiada a una “comisión rogatoria”.
Por pedido de la comisión Dewey, el 22 de abril de 1937, el comité francés adopta una resolución que declara
“constituir una comisión rogatoria ligada a la investigación internacional emprendida por el comité americano”139,
que debía estar formada por “personalidades autorizadas y calificadas”, con el fin de escuchar de manera imparcial a
algunos testigos, entre los cuales, el más importante era León Sedov.
Una segunda resolución del comité, con fecha del 12 de mayo de 1937, anuncia que se ha constituido la comisión
rogatoria. Está compuesta por Maurice Délépine, presidente de la Asociación de Abogados Socialistas; Giuseppe
Emmanuele Modigliani, ex abogado en la corte de Roma, miembro del Comité Ejecutivo de la Internacional Obrera
Socialista; Marthe Chabrun, presidente del Comité de Ayuda a los Prisioneros Políticos; Mathé, antiguo responsable
del sindicato nacional de PTT, destituido por Laval; Jacques Madaule, escritor católico; Jean Galtier-Boissière, es-
critor, editor de Crapouillot140. El comité delega a su secretaria y a su buró, y a Félicien Challaye y Maurice Wullens

135 Georges Vereeken, “El sabotaje criminal de la defensa de Trotsky”, La GPU en el movimiento trotskista, París, 1975, p. 201-208. Georges Veree-
ken (1898-1978), uno de los fundadores de la Oposición de Izquierda en Bélgica, dirigente del PSR belga en 1937, al que pronto iba a renunciar,
ha escrito este libro en los últimos años de su vida con la obsesión de la intervención de la GPU en el movimiento. Mordka (Marc) Zborowski
(1908-1990) había emigrado en los años ´20. Sin dudas, en 1935 la GPU lo había reclutado por la Unión para la Repatriación y lo envió al del
movimiento trotskista en donde fue conocido como Etienne. Su conocimiento del idioma ruso le había facilitado el contacto con Sedov, que le
tenía confianza. Fue desenmascarado mucho tiempo después de ocurrida la muerte de Sedov y de Trotsky. (Nota de la edición en francés).
136 Ibidem, p. 212. (Nota de la edición en francés).
137 Ibidem, p. 214. (Nota de la edición en francés).
138 Ibidem, p. 213. (Nota de la edición en francés).
139 Boletín de información y de prensa nº 6, junio de 1937. (Nota de la edición en francés).
140 Maurice Délépine (1883-1960), abogado en París, también era dirigente del grupo de abogados socialistas y colaborador del Populaire.
Giuseppe Modigliani (1872-1947), el hermano del pintor, había sido con Turati uno de los fundadores del PSI y dirigente de su ala reformista.
Abogado de la viuda de Matteotti, tuvo que emigrar a Francia en 1926. Marthe Chabrun (1888-1973) era la viuda del ex ministro Céssar
Chabrun, muerto en 1935. Jean Galtier-Boissière (1891-1966), dibujante, escritor y periodista, había fundado en 1915 Le Crapouillot. Jean
Mathé (1896-1973) también era pacifista y fuertemente anticomunista, había sido destituido por el gobierno Laval por su actividad sindical.
(Nota de la edición en francés).
| Dossier | Intelectualidad y trotskismo en la década del ‘30 | 77

como ayudantes, para seguir los trabajos de la comisión rogatoria, ante la cual Andrée Limbour recibirá el mandato
de presentar el comité. La Lutte ouvrière, dando cuenta de su composición, escribe:

“Como se ve, se trata de personalidades que no son ni “trotskistas” ni “estalinistas”. Algunos incluso son nuestros
adversarios directos en el terreno político”141.

El comité solicita al embajador de la URSS en París y al PCF delegar a sus representantes para seguir los trabajos
de la comisión. El 6 de mayo, en nombre del comité, Andrée Limbour se dirige al secretario general de la Liga de
los Derechos del Hombre, Emile Kahn, para pedirle que delegue a un miembro de la Liga para seguir los trabajos
de la comisión. Ni la embajada soviética ni el PCF responden. El 22 de mayo, la dirección de la L.D.H. responde al
comité que, al haber designado ella misma una comisión de investigación “sin consideración de personas y sin nin-
guna consideración de partido y de tendencias” para investigar la verdad sobre los Procesos de Moscú, ha estimado
“superfluo participar en estos trabajos”142.
La comisión rogatoria sesiona del 11 al 22 de mayo de 1937 y procede a escuchar los testimonios durante once
sesiones. Sus actas son firmadas por su presidente Modigliani, conocido por el escrupuloso carácter jurídico de sus
iniciativas, y son enviadas inmediatamente a Nueva York. Los interrogatorios son realizados por Modigliani, quien
otorga a los miembros de la comisión todas las facilidades para hacer preguntas complementarias. Se dedican ocho
sesiones completas a escuchar a León Sedov, que ha declarado comparecer “no como acusado, sino como acusador”.
Lo interrogan sobre las acusaciones realizadas en su contra en el curso de los dos Procesos de agosto de 1936 y de
enero de 1937. Los puntos esenciales sobre los que se refieren las preguntas son, evidentemente, su encuentro con
Ivan Smirnov, sus relaciones con Olberg y su supuesto viaje a Copenhague en noviembre de 1932. Pero también es
interrogado sobre sus supuestas entrevistas con Holtzman, sus relaciones con Romm y la entrevista que este último
dijo haber tenido con Trotsky en el Bois de Boulogne a fines de julio de 1933.
Para apoyar sus declaraciones, Sedov da pruebas irrefutables ante la comisión rogatoria, destruyendo las fabrica-
ciones de la GPU durante los dos Procesos. Sobre todo, pone a disposición de los miembros de la comisión dos libre-
tas escolares de la Technische Hochschule, el instituto de matemáticas en donde estudiaba en Berlín: los documentos
firmados por sus profesores, del 25 y 27 de noviembre, atestiguan que él no pudo haber estado en ese entonces en
Copenhague. También pone a disposición de la comisión las cartas que dirigió desde Berlín a su madre a Copenha-
gue, así como las visas de su permiso de estadía en Alemania, con las fechas inscriptas en su pasaporte143.
Ante la comisión, Sedov se expresa con una gran precisión, aunque no sin la reserva natural que lo caracteriza.
Evocando ese episodio, Gérard Rosenthal cuenta:

“Sedov respondió a todas las preguntas con precisión y pertinencia. Pero su pasado de joven revolucionario y su
existencia casi reclusa, finalmente, su caracter tímido y salvajón lo disponía mal para exhibir arrogancia ante el
grave tribunal. Tocándose su larga barba gris, Modigliani me llamó aparte: ‘¿Es usted quien ha escrito su Libro
rojo?’ Yo lo saqué del error enérgicamente”144.

En el transcurso de las otras sesiones, la comisión escucha a Victor Serge, quien aporta una serie de datos precisos
concernientes a los métodos de instrucción secreta de la GPU, tales como los pudo descubrir durante su detención
en Orenburg. También da testimonio de la suerte reservada por la burocracia para los opositores que él conoció,
tales como Eleazar Solnzev. El escritor alemán Franz Pfemfert y su mujer, Alexandra Ramm, con quienes Sedov ha
vivido en Berlín, certifican el fracaso de sus intentos de encontrarse con sus padres en Copenhague. Su testimonio
sobre Olberg refuerza el de Erwin H. Ackernecht (apodado Eugen Braun), quien se separó de Trotsky en 1934.
Además, su testimonio demuestra que, contrariamente a las “confesiones” de los acusados de Moscú, Berman-Yurin,
los hermanos Lurye y Fritz David, no hay ninguna relación entre la organización trotskista alemana y estos últimos.
Así, la comisión rogatoria terminó la tarea que le había asignado el comité: su trabajo indiscutible ha sido esencial
para la continuación de los trabajos de la Comisión Dewey en Nueva York y tuvo un gran peso en el veredicto final
de esta última.
A la propuesta de sus camaradas norteamericanos de disolver el comité, Trotsky retrucaba que, por el contrario,
era necesario transformarlo en un organismo de defensa permanente, lo cual no se hizo145. En Francia, al contrario,
la actividad contra los Procesos de Moscú, de alguna manera, estuvo realzada naturalmente por la acción contra la

141 La Lutte ouvrière, 14 de mayo de 1937. (Nota de la edición en francés).


142 Boletín de información y de prensa nº 6, junio de 1937. (Nota de la edición en francés).
143 Not Guilty, p. 83-85. (Nota de la edición en francés).
144 G. Rosenthal, op. cit. p. 187. (Nota de la edición en francés).
145 Carta de Trotsky a “Queridos camaradas”, 30 de diciembre de 1937, archivos Cannon, BHS, Nueva York. (Nota de la edición en francés).
78 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

represión estalinista en España. Por iniciativa del comité, apareció el folleto El asesinato de Ignace Reiss y es éste el que
convoca en la Mutualité, el 3 de diciembre de 1937, a la reunión que debía decidir la creación de Secours Internatio-
nal –Solidarité-Liberté (SISL), que iba a extender su actividad a la defensa de los acusados de los Procesos ulteriores,
Bujarin y Rakovsky, o de los militantes perseguidos de las colonias, como Messali Hadj o Ta Thu Thau146.

¿Una acción histórica?


Se sabe que Trotsky consideró una victoria de alcance histórico la conclusión de los trabajos de la Comisión
Dewey y hemos indicado más arriba las reservas que inspira esta apreciación al historiador norteamericano del Con-
traproceso Thomas R. Poole. La valoración referida al balance del comité francés está en función de la apreciación
general referida al del Contraproceso en general. Y no tenemos para nada la intención de encarar este debate aquí,
en el final de este artículo.
Nos conformaremos con indicar que hemos quedado sorprendidos por la amplitud de los resultados obtenidos
en el trabajo del comité francés para demoler la maquinación policial de Moscú: el trabajo técnico de investigación
del comité francés tiene un lugar muy importante en el balance final de los trabajos de la Comisión Dewey, que ha
constituido finalmente –al mismo nivel de los archivos de Trotsky– uno de los soportes materiales indispensables.
Por lo demás, deseamos haber contribuido a borrar aquí las impresiones erróneas que los lectores o los militantes
habrían podido concluir de la lectura de la interpelación de Vereeken o habrían podido inferir del silencio que han
mantenido sobre este período de su vida y hasta este momento aquellas personas que han dado lo mejor de sí a esta
tarea oscura en condiciones políticas y psicológicas muy difíciles. El comité francés, aunque opacadamente, ha con-
tribuido de manera poderosa a desenmascarar la impostura estalinista de la que se han servido, durante años, muchos
intelectuales que sólo veinte años más tarde descubrieron los “crímenes de Stalin” y el famoso Gulag147.

146 Ahmed Messali Hadj (1889-1974), ex militante del PC, luego dirigente de la Estrella Negra Africana (ENA), había sido apresado en agos-
to de 1937, por “reconstitución de liga disuelta”, por haber formado el Partido del Pueblo argelino en marzo de 1937, luego de la disolución de
la ENA. Ta Thu Thau (1906-1944) estudiante, trabajador indochino, en Francia había fundado el Partido de la Independencia, luego se une
a la Oposición de Izquierda en 1929. Expulsado de Francia en 1930, había regresado a Indochina en donde fundó la Oposición Comunista
y dirigido el periódico La Lutte. Detenido en 1935, liberado luego de una huelga de hambre, fue arrestado nuevamente en mayo de 1937 y
condenado en julio a dos años de prisión. (Nota de la edición en francés).
147 Queremos agradecer aquí a todos aquellos que han aceptado responder amablemente a nuestras preguntas y a quienes este trabajo debe
mucho: John Archer, Colette Audry, Jean Beaussier, Marguerite Bonnet, Ferdinand Charbit, Hugo Dewar, sra. y sr. Alfred Beucler, Pierre
Frank, Daniel Guérin, Andrée Limbour, Maurice Nadeau, Pierre Naville, George Novack, Maurice Paz, Jean Prugnot, Gérard Rosenthal, Alan
Wald, Harry Wicks, Fred Zeller. Agradecemos también por sus consejos y su ayuda en nuestra investigación a Milorad Drachkovitch, director
de archivos en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, Michel Dreyfus, conservador en la BDIC, Jean-Claude Orveillon, respon-
sable del CERMTRI y especialmente a la sra. Paupy, nieta de Marcel Martinet, quien nos ha autorizado a reproducir las cartas de León Sedov
a Martinet y la de este último a Trotsky. (Nota de la edición en francés).
Llamado a los hombres1

Del 19 al 24 de agosto se ha desarrollado en Moscú, con un ritmo precipitado, un proceso político que deja detrás
de él, con los cadáveres de los dieciséis condenados, un profundo estupor. Los principales acusados habían sido colabo-
radores y compañeros de Lenin. En prisión desde hace dieciocho meses, luego de un primer proceso ya extraño, estos
hombres, conocidos en el mundo entero como artesanos esenciales de la revolución de octubre y fundadores de la III
Internacional, repentinamente aparecen como contrarrevolucionarios e incluso como bandidos comunes. Confusa-
mente, con sospechosas comparsas, los abatieron “como a perros rabiosos”, según la expresión del Ministerio público.
Ante una causa tan singular, la opinión mundial esperaba que se revelaran documentos precisos, actos reales, por
parte de los inculpados. En vano. Esta se vio frente un verdadero torrente de confesiones, confesiones enormes, sór-
didas, monótonas: los más notorios sobrevivientes del bolchevismo de Octubre se deshonraron frenéticamente; un
Trotsky pasa y vuelve a pasar, vestido como agente de la Gestapo hitleriana ¿Cómo se obtuvieron estas confesiones
más pasmosas aún que la oleada de la acusación? Esta escena, en todo caso siniestra ¿disimula o no esta vasta maqui-
nación? Lo ignoramos.
Pero, ante la realidad que recubre el Proceso de Moscú, todos estos, obreros o intelectuales, para quienes la revolu-
ción de Octubre ha significado una etapa decisiva hacia la justicia social y ya, en la noche de la guerra de las naciones,
un magnífico renacer humano, todos se han sentido conmovidos. Todos quieren, nosotros queremos SABER.
Queremos saber primero –y esto es suficiente- por simple preocupación de la dignidad humana.
Queremos saber por una profunda solidaridad con el pueblo de la URSS. Con voz muy alta, los enemigos de la
libertad y de la justicia, nuestros La Rocque y nuestros Doriot denuncian como el centro de perdición: ¡MOSCU,
MOSCU! Contra su estupidez perniciosa, sólo poseemos un arma eficaz en una época tormentosa como la nuestra:
la verdad. Esta verdad nos hace falta, y toda la verdad, sea cual sea.
Los trabajadores franceses, después de varios meses, han vuelto a tomar conciencia de sí mismos; se vuelven a abrir
a la esperanza. Pero también sienten que “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”,
o no será. Para que puedan cumplir su tarea de paz y de justicia, ante todo es necesario que vean con claridad, que
luchen con plena claridad. De golpe, los Procesos de Moscú cubren su camino con una sombra inmensa. Esta sombra
debe ser disipada; debe disiparse rápidamente.
Así como ya lo han solicitado diversos agrupamientos obreros, nosotros solicitamos que se llame a una Comisión
de Investigación Internacional absolutamente libre que disponga de todos los documentos, que pueda hacer com-
parecer a todos los testigos, para que examine públicamente los Procesos de Moscú, sus orígenes, su conducta, sus
conclusiones, y así pueda pronunciarse públicamente sobre el conjunto del caso. Pedimos simplemente la justicia
más elemental.
Nos dirigimos a los hombres de todos los partidos que se dicen fieles a la liberación de los trabajadores, a todos
aquellos individuos, sea cual sea su ideología que sólo reconocen el progreso humano cuando crecen auténticamente
la justicia social y la dignidad del hombre ¿quién de ellos se negaría a pedir la VERDAD?

PRIMERAS FIRMAS

ALAIN, Jeanne y Michel ALEXANDRE, BARRUÉ, George BATAILLE, Georges BORIS, Louis y Gabrie-
lle BOUET, André BRETON, Betty BRUNSCHWIG, CAILLAUD, L. CANCOUET, Félicien CHALLAYE,
CHAMBELLAND, CHARBIT, Lucie COLLIARD, Fernand CROMMELYNCK, Germaine DECARIS, DE-
PREUX, Paul DESJARDINS, Maurice DOMMANGET, Georges DUMOULIN, Camille DREVET, Paul
ELUARD, EMERY, Jean GALTIER-BOISSIERE, Jean GIONO, GOUDCHAUX-BRUNSCHWIG, GOUT-
TENOIRE de TOURY, Daniel GUÉRIN, GUIGUI, HAGNAUER, Georges HUGNET, Lucien JACQUES,
JOSPIN, René LALOU, Suzanne LEVY, Andrée LIMBOUR, Pierre LOEWEL, LOUZON, Doctor MABILLE,
Víctor MARGUERITTE, Marcel MARTINET, Ludovic MASSE, Régis MESSAC, Georges MICHON, Pierre

1Traducido de “Cahiers Léon Trotsky nº 3”, número especial, “Los Procesos de Moscú en el mundo”, julio/sept. de 1979 por Rossana Cortez
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MONATTE, Pierre NAVILLE, Pierre OGOUZ, Henri PASTOUREAU, Magdeleine y Maurice PAZ, Benjamin
PÉRET, André PHILIP, Marthe PICHOREL, Georges PIOCH, Henri POULAILLE, Jacques PRÉVERT, Elie
REYNIER, Paul RIVET, Jules ROMAINS, Gérard ROSENTHAL, Charles VILDRAC, Maurice WEBER, WEIL-
CURIEL, León WERTH, Maurice WULLENS, ZORETTI, etc.

Firman también: Gaston BERGERY y Georges IZARD, declarando que: 1) La línea política de su organización
no coincide exactamente con los términos del “Llamado”, pero lo esencial es la conclusión con la que hay un comple-
to acuerdo. 2) Habiéndose abstenido hasta el momento de criticar el régimen interno de Rusia, ellos creen necesario
plantear la cuestión de los Procesos de Moscú, porque este tema supera los límites de la política interna e interesa a
todos los hombres más allá de las fronteras.

También hemos recibido la siguiente declaración:


“Sin adherir a todos los términos del presente “Llamado”, nos declaramos totalmente de acuerdo con el deseo de
verdad que él expresa. Somos muy respetuosos de las personas y de sus derechos para pedir por el completo esclareci-
miento sobre los Procesos de Moscú. Aprobamos totalmente la propuesta de investigación formulada en el ‘Llamado’”.
Marc SANGNIER, Georges HOOG, Maurice LACROIX, Jacques MADAULE, BETMALE, GABALDA,
Mme. ANCELET-HUSTACHE, M. DESFOUR, Paul BOTLER, A. LEFEVRE, P. TRICARD-GRAVERON,
Henri CLÉMENT, Maurice SCHUMANN, H. ANCELET.
Carta de Pierre Naville a Hebert Solow1
París 1 de marzo de 1937

Querido camarada Solow,

Contesto inmediatamente su carta del 15.

1) Transmito su carta al Secretariado del Comité. Estoy anonadado porque no le han enviado el Boletín y las
circulares que muestran su actividad. Por lo tanto, respondo brevemente a sus preguntas, y pienso que Gérard
Rosenthal, que actúa como secretario del Comité, le responderá con más detalle urgentemente.

2) Tenga en cuenta que a) actuamos aquí para animar el comité como partido trotskista independiente, es decir
que esto crea muchos obstáculos con los simpatizantes; b) los estalinistas son el partido político más fuerte de
Francia (300.000 miembros, tirada diaria de L’Humanité: 300.000; y ahora un diario de la tarde, Ce soir. Por eso,
el trabajo ha comenzado agrupando primero a los grupos “simpatizantes” (sindicalistas, socialistas de izquierda,
etc.). Los grandes personajes son mucho más reticentes, a causa de las intrigas de la embajada rusa.

3) Sus preguntas:
Son miembros del Comité:
– individualidades
– organizaciones
Individualidades: dos miembros de su partido: Gérard Rosenthal, bolchevique, oposicionista desde 1927, A.
Limbour, una mujer joven, profesora. Los dos actúan como secretarios de organización con Marguerite Rosmer.
Marguerite Rosmer –colabora muy lealmente con nosotros.
Martinet (Marcel) –escritor, sindicalista, hostil al bolchevismo pero leal.
Monatte –colabora con cierta hostilidad hacia nosotros.
André Breton, escritor surrealista, colabora muy lealmente con nosotros, pero políticamente poco claro.
Victor Serge –colabora por correspondencia. Conciliador.
Magdeleine Paz y Marcel Fourrier, colaboran con el objetivo de socavar nuestra influencia para beneficio de Blum
y cía. M. Paz muy activa.
Jean Giono, escritor, ex comunista, disgustado con la política militarista del PC.
Georges Michon y M. Alexandre. Docentes. Pertenecen a la corriente pacifista del “Comité de Vigilancia de los
Intelectuales” (Paul Rivet). Colaboran moderadamente.
André Philip, diputado socialista, partidario de Blum y pacifista, cristiano y partidario de Man.
Todos los otros participantes del comité no son activos. Usted encontrará la lista completa en el Boletín que le
hice enviar.

4) Hasta este momento, en el comité había cierta lucha por arrancarle el control a nuestro partido y
transmitírselo a los blumistas. El argumento era: “no hay que aparecer como demasiado trotskistas…”

5) Al comienzo, el comité hizo una campaña práctica y política contra los ataques estalinistas. En realidad, es
el POI quien ha organizado todo el trabajo. En París hicimos dos grandes mítines (¿ha leído esto en La Lutte
Ouvrière?). Uno de 2500 personas en diciembre. Otro de 3000 durante el segundo Proceso. El POI hizo solo,
en la sala Wagram,un mitin de 2500 personas para responder a Radek, Cachin, etc. El comité hizo un mitin en
Lyon (1500 asistentes) y organizó otros en Marseille, Toulon, Lille, Bordeaux (son las células del POI las que los
organizaron). Ya se planteó la objeción sobre los Procesos en más de veinte mítines del PC (en Lyon, ante 2000
personas, en Dôle ante 2000, en París, etc.). Se hicieron pequeñas reuniones en fábricas.

1 Papeles Solow, Hoover Institution on War, Revolution and Peace, Stanford University.
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6) Ahora, el comité va a transformarse en Comisión Preliminar de Investigación, para examinar los Procesos y dar
sus conclusiones. Todos los resultados serán transmitidos a Nueva York.

7) Ningún sindicato adhiere al comité (porque la mayoría de los sindicatos está dirigido por los estalinistas o por
los viejos reformistas). Debemos luchar contra la expulsión en los sindicatos.

8) En Europa, tenemos relaciones con el comité inglés y checo. En Bélgica, Suiza y Holanda se están preparando
comités. En España, el POUM no quiere actuar a causa de la situación política.

9) No hemos tenido renuncias.

10) Gide no es adherente del comité y no quiere adherir a ningún comité. Colabora “clandestinamente”, pero su
acción intelectual es más eficaz que la de las ¾ partes de los miembros del comité. Gide escribió un segundo libro
sobre la URSS, más radical que el primero. Quizás acepte participar en la Comisión de Investigación.

11) Le propongo solicitar que el Comité Norteamericano se constituya oficialmente como Comité “Central”
internacionalmente. Esto facilitaría el trabajo. Al fin de cuentas, en Nueva York se centralizarán todos los docu-
mentos y tendrá que editarse un Boletín internacional. Esta solución sería satisfactoria, dada la extraordinaria
inestabilidad de la situación en Europa, y que L. D. ahora está en el nuevo continente.

12) Hemos recibido saludos y resoluciones a favor de L.D. votadas por los obreros indochinos en Saigón y Hanoi.
También de Brasil.

13) Yo pienso que usted tiene estrechas relaciones con México, porque le hemos enviado varios documentos im-
portantes. A partir de ahora, le enviaremos siempre el doble.

14) Con respecto al libro de Gide. Me ha dicho que tiene un contrato con Miss Bussy, que lo obligaría a darle sus
traducciones. En todo caso, es necesario que me envíe con urgencia su traducción. Porque Gide sabe inglés muy
bien y seguramente no dejará publicar una traducción sin leerla antes. Envíeme la traducción. Le volveré a hablar
a Gide sobre la traducción.

Fraternalmente, Pierre Naville.


Reseña de libros
El caso León Trotsky
Gabriel García Higueras

ELCASO LEÓN TROTSKY. INFORME DE LAS AUDIENCIAS SOBRE LOS CARGOS HECHOS EN SU CONTRA EN LOS PROCESOS
DEMOSCÚ, Bs. As., Ediciones IPS, Colección Clásicos del Centro de Estudios, Investigaciones y
Publicaciones “León Trotsky”, 2010, 654 pp.

   
A pocas semanas de haberse afincado en México, en enero de 1937, León Trotsky declaró a un noticiero norte-
americano sobre los Procesos de Moscú:

“El proceso de Stalin contra mí se basa en confesiones falsas, arrancadas por métodos inquisitoriales modernos en
interés de la camarilla gobernante. No hay crímenes en la historia más terribles en la intención y la ejecución que
los procesos de Moscú contra Zinoviev-Kamenev y Piatakov-Radek. Estos procesos no se desarrollaron a partir
del comunismo, ni del socialismo, sino del estalinismo, es decir, del despotismo irresponsable de la burocracia
sobre el pueblo. ¿Cuál es ahora mi tarea principal? Revelar la verdad. Mostrar y demostrar que los verdaderos
criminales se ocultan bajo la capa de los acusadores”.

    Cinco meses antes, en agosto de 1936, se notició la apertura del primer proceso de Moscú, que condujo al ban-
quillo de los acusados a figuras históricas del bolchevismo. Entre los dieciséis procesados se hallaban Zinoviev y Ka-
menev, quienes confesaron haber cometido crímenes contrarrevolucionarios en contra el Partido Comunista, y de-
clararon que Trotsky había sido el instigador de actos de terrorismo encaminados al asesinato de dirigentes políticos
de la Unión Soviética. Además, se sindicaba al hijo de Trotsky, León Sedov, de actuar como su principal colaborador.
Todas estas imputaciones se basaron exclusivamente en las confesiones de los acusados, no en pruebas materiales. Los
inculpados fueron condenados a muerte y ejecutados.
Informado de la realización de este juicio, Trotsky –que vivía en Noruega en condición de asilado– rechazó en-
fáticamente las acusaciones, y sugirió que el Gobierno noruego nombrara una comisión encargada de estudiar los
cargos penales. Sin embargo, las autoridades de ese país, ante la presión ejercida por la Unión Soviética, ordenaron
su arresto domiciliario y el de su esposa, además de censurar sus escritos. El objeto de este silenciamiento era impedir
que Trotsky respondiera a sus acusadores.
Entretanto, el Gobierno de Noruega estaba considerando la expulsión de su huésped. Cuando se cernía el peli-
gro de que ningún gobierno le otorgara el asilo, México abrió sus puertas a Trotsky. En este país, el revolucionario
ruso expuso sus ideas libremente y ejerció su derecho a la defensa ante las infamantes acusaciones que el régimen
soviético vertía en su contra; así lo hizo mediante sus escritos y declaraciones a la prensa nacional y extranjera.
    Por aquellos días, en enero de 1937, se llevó a cabo un nuevo juicio en  Moscú. El “proceso de los diecisiete” –como
se le conocería– tuvo como principales acusados a Piatakov y Radek. En este segundo proceso, los reos declararon que
Trotsky mantenía relaciones secretas con los Estados de Alemania y Japón con la intención de preparar la derrota de
la URSS y el restablecimiento del capitalismo en aquel país. De manera análoga al primer juicio, el tribunal supremo
de la Unión Soviética lo condenaba in absentia junto a su hijo.
En ese tiempo, se constituyeron comités para la defensa de León Trotsky en algunos países. De éstos, el Comité
Norteamericano contribuyó a la creación de la Comisión de Investigación sobre los Cargos Hechos León Trotsky en
los Procesos de Moscú. El renombrado pensador liberal, John Dewey, aceptó presidirlo; de ahí que se le designaría
corrientemente como la Comisión Dewey.
En vista de que Trotsky no había obtenido la autorización de ingreso a los  Estados Unidos, la Comisión en Pleno
determinó que una Comisión Preliminar o Subcomisión viajara a México a los efectos de consignar su testimonio y
recoger los materiales documentales en los que basara su defensa.
 La Subcomisión –integrada por cinco miembros y encabezada por Dewey– condujo trece audiencias entre el 10
y el 17 de abril de 1937, que se llevaron a cabo en la residencia de Frida Kahlo, en Coyoacán, que servía de morada
al matrimonio Trotsky. (En la actualidad, el Museo Frida Kahlo no presenta ninguna cédula que indique la sala
84 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

donde se realizó el histórico contraproceso, por lo que resulta difícil ubicar el ambiente que le sirvió de escenario).
Durante estas sesiones, Trotsky respondió el interrogatorio de su abogado, Albert Goldman, y el contrainterrogatorio
de los miembros de la Comisión Preliminar. Trotsky se expresó en inglés –idioma que no dominaba y que calificaba
como el “punto más débil” de su posición–, tratando sobre su trayectoria política, las relaciones que en el pasado
había mantenido con los principales acusados de los procesos de Moscú, y las disputas políticas e ideológicas que lo
enfrentaban con la mayoría del Partido. El testimonio del dirigente revolucionario estuvo apoyado en la abundante
documentación que exhibió como material probatorio, constituido por su correspondencia, sus escritos y un conjun-
to de documentos oficiales. Cada una de las sesiones duró tres horas, con la excepción de la decimotercera audiencia,
en la que Trotsky presentó su alegato final y que tuvo una duración de cinco horas.
En los meses siguientes, la Comisión llevó a cabo una investigación y verificación documental antes de que pro-
nunciara su veredicto. El 13 de diciembre de 1937, declaró que Trotsky y León Sedov eran inocentes de los 18 cargos
que se les imputaba, y concluyó que los procesos de Moscú eran un fraude judicial.
 La transcripción de las actas de las audiencias celebradas en México fue publicada en el libro The Case of Leon
Trotsky (Nueva York, Harper & Brothers, 1937). El informe de las conclusiones de la Comisión Dewey apareció en
el volumen titulado Not Guilty (Nueva York, Harper & Brothers, 1938). Por su lado,  Trotsky expuso un minucioso
análisis y refutación de los Procesos de Moscú en su libro Los crímenes de Stalin, publicado en 1937.
A 73 años de su publicación original, El Caso León Trotsky se da a conocer en nuestro idioma por primera vez,
gracias al meritorio trabajo efectuado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones (CEIP) “León
Trotsky”. De este volumen debe subrayarse su oportuna publicación. Su interés primordial es de orden histórico,
por cuanto las actas del contraproceso constituyen un valioso y excepcional documento que ilumina el significado
de uno de los principales dramas de la historia del siglo XX. Los Procesos de Moscú, desenvueltos entre 1936 y
1938, representaron, durante el gran terror en la Unión Soviética, la determinación abyecta de Stalin y su camarilla
burocrática de eliminar cualquier posible resistencia a su poder omnímodo. Con ello, culminó el exterminio de la
vieja guardia bolchevique, educada en la tradición revolucionaria leninista. Acerca de Trotsky, los intereses de Stalin
y su régimen bonapartista hacían preciso desprestigiar su reputación por encarnar el llamado a una revolución polí-
tica antiburocrática en la Unión Soviética. Como bien lo expresó en la primera sesión de las audiencias el abogado
Albert Goldman, el verdadero propósito de aquellos juicios era “desacreditar ante los ojos de las masas rusas y de los
trabajadores del mundo al representante principal de la única oposición consecuentemente revolucionaria a las ideas
y prácticas del Partido Comunista de la Unión Soviética y de la Internacional Comunista”.
 Además, esta publicación es de considerable interés histórico por cuanto en ella Trotsky brindó amplias infor-
maciones acerca de su biografía política. Se trata, en efecto, de la relación autobiográfica más extensa que expusiera
después de Mi vida. Y en ella dilucidó aspectos centrales de su pensamiento y actividad política, y explicó su posición
en el movimiento revolucionario marxista ruso antes de la Revolución de Octubre y en los debates sostenidos durante
los primeros años del régimen soviético. Es pertinente subrayar, entre los temas expuestos, la crítica de Trotsky a la
dirección estalinista en la época del afianzamiento burocrático. La visión de Trotsky acerca de este proceso es de una
importancia insoslayable, y nos permite comprender el verdadero carácter de los juicios incoados por orden de Stalin.
Asimismo, su concepción acerca del viraje de rumbo de la Revolución Rusa reviste interés en la actualidad cuando
una corriente historiográfica de cuño liberal se esfuerza en argumentar las coincidencias que existieron entre Lenin,
Trotsky y Stalin, a quienes se presenta como los sostenedores de un modelo totalitario común.
La edición preparada por el CEIP “León Trotsky”, basada en la que publicó  Merit Publishers en 1969, con-
tiene la presentación de Esteban Volkov, nieto de Trotsky, el prólogo de Andrea Robles, coordinadora del CEIP, y
la introducción de George Novack, quien fuera secretario nacional del Comité Norteamericano para la defensa de
Trotsky (el texto de Novack fue tomado de la edición norteamericana). Debemos anotar del libro que nos ocupa la
prolija traducción y elaboración de las notas explicativas y aclaratorias y las referencias bibliográficas que se ofrecen
de los trabajos citados durante las sesiones. Así también, se publican las biografías de los personajes mencionados en
las declaraciones de Trotsky, tanto en las notas de pie de página como en la sección “Notas Finales”. Al término del
volumen, se presenta un índice temático general y específico.
Por la excelente calidad de su contenido y factura, consideramos que El caso León Trotsky es una de las más im-
portantes contribuciones editoriales llevadas a buen término por el CEIP, e indudablemente el mejor homenaje que
pudo hacer a la memoria  de Trotsky en el año que se conmemoró el septuagésimo aniversario de su muerte.   
Campaña de apoyo al CEIP “León Trotsky”

Desde su creación en 1998, el CEIP ha desarrollado una tarea de recuperación de los aportes hechos, en primer
lugar, por León Trotsky y por historiadores e intelectuales de gran envergadura como Pierre Broué, J.J. Marie o Al
Richardson; aportes que fueron notoriamente ignorados tanto en los ámbitos académicos como en la difusión y ac-
ceso a su producción intelectual, hecho que sólo se explica por su compromiso político y militante.
Hoy día, en Latinoamérica, somos el único centro que ha tomado, en forma sistemática, la tarea de dar a conocer
la experiencia de una de las corrientes más importantes del movimiento obrero mundial. Así, por ejemplo, nuestra
más reciente publicación El caso León Trotsky, demuestra que, frente a un hecho histórico de la magnitud y repercu-
sión en su época, de los Procesos de Moscú, el trotskismo fue la única corriente que intervino activamente y realizó
una investigación que permitió establecer la verdad histórica. Además de las publicaciones, también nuestras inves-
tigaciones se han propuesto aportar en terrenos de la producción de conocimiento que no han sido profundamente
abordados hasta ahora, particularmente en torno a la historia de la IV Internacional y la Oposición de Izquierda
nacional e internacional.
Las principales fuentes para la investigación de la corriente trotskista y de la izquierda mundial se encuentran
mayoritariamente en archivos de instituciones europeas y norteamericanas. Esto, en su época, se justificaba por las
dificultades para conservar ese material en países como los latinoamericanos, que incluso bajo dictadura llevó a que
partidos y militantes enviaran sus archivos a aquellas instituciones. Hoy nada justifica que los investigadores de nues-
tros países no puedan tener acceso directo a estas fuentes, no sólo por el desarrollo tecnológico actual (que permite
fotocopiado, escaneado, fotografiado y múltiples técnicas para reproducir la información) sino por la existencia de
un centro que se propone recuperar, conservar y divulgar estos materiales; tarea que en humilde medida venimos
llevando adelante.
A lo largo de estos 12 años recibimos la donación de materiales muy valiosos por parte de centros de investigación
trotskistas, de personas o instituciones de países de habla hispana, como las donaciones de libros de la biblioteca
de Sergio Domeq y la del historiador trotskista Ernesto González o de documentos y publicaciones de la corriente
morenista de la Argentina, para mencionar algunas. Dado que hasta el momento no contamos con otros recursos
financieros que los aportes militantes, queremos destacar especialmente el apoyo recibido de Esteban Volkov, nieto
de Trotsky, que nos hizo llegar ejemplares de dos libros, Mi Vida y Los gansters de Stalin, cuya venta pudimos empezar
a destinar a la adquisición de bibliografía y fuentes para desarrollar nuestra tarea. Apoyo que fue indispensable para
el desarrollo del CEIP.
Nuevas donaciones y acuerdos institucionales con los centros que conservan valiosísima documentación nos resulta
de gran importancia para avanzar en nuestro trabajo y creemos que puede ser de enorme utilidad para otros investiga-
dores de nuestro país. Pero para mejorar las posibilidades de acceso a la biblioteca, al archivo y la labor del CEIP (digita-
lización, página web, etc.), adquirir nueva bibliografia y fuentes para desarrollar nuevas investigaciones y publicaciones,
necesitamos mayores recursos económicos. Por ello, queremos apelar a aquellos que valoran nuestra labor y solicitarles
su aporte. El objetivo es que la suma de los aportes recibidos mensualmente nos permita avanzar sustantivamente en
nuestra labor. A quienes quieran colaborar les pedimos que nos escriban a info.ceiplt@gmail.com.
El caso León Trotsky y el 70 aniversario de su asesinato
Actividades realizadas y repercusiones en la prensa

El CEIP en el 70 aniversario luctuoso del asesinato de Trotsky en México


Bárbara Funes – Raúl Dosta / CEIP México

Del 19 al 21 de agosto tuvo lugar el evento Democracia, socialismo y disidencias, organizado por el Instituto de
Derecho de Asilo-Museo Casa León Trotsky. Durante esas jornadas se presentaron las mesas “Democracia y Disiden-
cias del mundo”, “Oposiciones de Izquierda en el Siglo XX” y “Democracia y Disidencia en México”. También se
creó el Grupo Internacional de Amigos del Museo León Trotsky (International Friends of the León Trotsky Museum
-IFLTM).
Hemos tenido la oportunidad de poder difundir los libros publicados por el CEIP “León Trotsky” en estos even-
tos y tuvieron una excelente recepción por parte de todos los participantes. Más de diez años de labor han permitido
que hoy la importante tarea de difusión e investigación del CEIP sea reconocida entre los intelectuales y la izquierda
en el plano internacional.
El día viernes 20 se realizó el acto en el Foro Coyoacanense. De la presentación del Grupo de Amigos del Museo
León Trotsky participaron alrededor de 200 personas. Entre otros, los ponentes fueron Cuauhtémoc Cárdenas –hijo
del ex presidente de México Lázaro Cárdenas y fundador del PRD–; Alan Benjamin –dirigente de Socialist Organizer,
solidario con la corriente lambertista–; Pablo Yankelevich –posgrado en historia de la escuela de Antropología e Histo-
ria, INAH, México especializado en estudio sobre asilados y refugiados–; Olivia Gall –reconocida intelectual autora de
Trotsky en México y en ese momento directora del museo. Allí pudimos dar lectura a un breve saludo a la creación del
IFLTM enviado desde Argentina por Andrea Robles, una de las fundadoras del CEIP, y por Jimena Mendoza, por el
CEIP de México. Ofrecimos nuestro apoyo para la conservación de la Casa Museo. Como primera medida, anuncia-
mos la donación de 20 ejemplares del nuevo libro publicado en Buenos Aires El caso León Trotsky, lo que se suma a una
colección de los títulos publicados por el CEIP previamente entregados para la biblioteca de esta institución.
El sábado 21, ante el mausoleo de Trotsky, en el pequeño jardín del museo, nos dimos cita medio centenar de perso-
nas. En un emotivo acto, Esteban Volkov dio un vibrante discurso en el que reivindicó la vida y la obra de su abuelo, el
gran revolucionario ruso. Al finalizar, dijo que él es un gran admirador del CEIP y que si bien Pierre Broué había hecho
en vida un trabajo excepcional, ahora después de su fallecimiento, el CEIP ha retomado la estafeta y está haciendo un
gran trabajo, y como prueba mostró a los presentes el nuevo libro. A continuación dijo que merecíamos tener la palabra
en el acto e invitó a Gabriel García Higueras a leer un saludo del CEIP. Se cerró el acto con aplausos. Por último, ento-
namos “La Internacional”. Finalizó así el homenaje a León Trotsky en la tierra que le dio asilo y lo vio morir.

El CEIP “León Trotsky” en México da inicio a sus actividades


Junto a los compañeros de la Liga de Trabajadores por el Socialismo hemos decidido crear una oficina del CEIP
en México.
Esta organización ha realizado una importante actividad de elaboración y difusión de las ideas del marxismo
revolucionario, que se materializaron en distintos eventos y publicaciones. Entre éstos se cuentan la realización de
la Cátedra Libre Karl Marx hace ya siete años, en este ciclo denominado Cuba en la encrucijada, la publicación
de la revista de teoría y política marxista Contra la Corriente desde el año 2008 y recientemente hemos lanzado el
sello editorial Armas de la Crítica, con la publicación de la edición mexicana de Pan y Rosas. Pertenencia de género
y antagonismo de clase en el capitalismo, de Andrea D’Atri y la reciente aparición de México en llamas (1910-1917).
Interpretaciones marxistas de la Revolución, una obra que reúne ensayos sobre la Revolución Mexicana, a cien años de
esos extraordinarios acontecimientos, de Pablo Langer Oprinari, Jimena Vergara Ortega y Sergio Méndez Moissen
junto con importantes trabajos de Adolfo Gilly, Manuel Aguilar Mora y Octavio Fernández.
| El caso León Trotsky y el 70 aniversario de su asesinato | ACTIVIDADES | PRENSA | 87

Partiendo de estas conquistas, consideramos que poner en marcha la oficina del CEIP constituye todo un desafío.
Nos proponemos contribuir a la reconstrucción de la memoria histórica del trotskismo en México y a la búsqueda
e investigación de las obras y documentos que no hayan sido enviados a la Universidad de Harvard y permanezcan
en este país.
El trabajo es enorme. Los recursos, muy escasos. Pero nos guía la voluntad y el convencimiento de que es necesa-
rio rastrear los archivos perdidos del trotskismo. Hemos entrevistado a los más antiguos militantes trotskistas y nos
informaron que lo mejor de los archivos que estaban aquí se cree que fueron todos a Harvard. Hemos descubierto,
con tristeza, que el afamado archivo del profesor César Nicolás Molina Flores, un catedrático ex trotskista que fue
detenido durante la masacre de Tlatelolco, en 1968, fueron vendidos a una librería de viejo que desapareció. Sin em-
bargo, consideramos que existen todavía documentos y textos que merecen ser recuperados del arcón de los recuerdos
para estudiarlos y darlos a conocer a la luz del siglo XXI.
En este largo camino que apenas iniciamos estamos construyendo una pequeña biblioteca, que cuenta con una
colección especial de libros sobre la estructura económico-social mexicana y la historia del país. También hemos
avanzado en clasificar los materiales de un archivo histórico que promete mucho: contamos con una colección de los
periódicos Lutte Ouvrière, una de la sección belga y otro de la sección francesa de la IV Internacional, fechados entre
1939 y 1945, y otra de periódicos de distintos grupos trotskistas de los años setenta y ochenta.
Nuestro próximo desafío es editar la revista Clave. Tribuna marxista, publicada por la sección mexicana de la IV
Internacional entre 1938 y 1940, bajo la dirección de León Trotsky, para dar a conocer a jóvenes y trabajadores de
habla hispana algunas de las elaboraciones que marcaron la génesis del trotskismo en Latinoamérica.

CONMEMORAN 70 AÑOS DEL ASESINATO DEL LÍDER RUSO EN LA CASA MUSEO QUE LLEVA SU NOMBRE

Vindican “el arsenal ideológico que legó Trotsky a los nuevos revolucionarios”
Arturo Jiménez
Periódico La Jornada, Ciudad de México, domingo 22 de agosto de 2010, p. 4

Se proyectó un adelanto de material inédito filmado en 1973. Fue “una vida dedicada en su totalidad a la lucha
por el socialismo”, expresó su nieto Esteban Volkov en el homenaje.

A 70 años del asesinato en México del líder revolucionario ruso León Trotsky, ayer fue reivindicado su legado
intelectual y de congruencia política con la lucha por el socialismo mediante tres momentos, que tuvieron lugar en
la casa museo que lleva su nombre, en Coyoacán.
Ahí se proyectó un adelanto de 15 minutos de un material inédito en torno al cofundador y conductor del Ejér-
cito Rojo, filmado en 1973 por el ya fallecido David Weiss, que consta de imágenes y entrevistas a políticos e intelec-
tuales que conocieron al revolucionario, entre ellos Harold Robins, José Revueltas, Pierre Pascal, Pierre Navine, Sara
Jacobs, Pierre Frank y Jean Van Heijenoort.
El material, que consta de unas 30 horas, fue ubicado, rescatado y digitalizado por Lindy Laub, tras que en 2002
se lo mostrara y facilitara el mismo Weiss, quien falleció cinco años después, a los 93 años.
Laub, con la colaboración de Suzie Weisman, busca financiamiento y a la vez trabaja en un documental que ar-
mará con todo ese material y que se podría llamar Un planeta sin visado.
En él se explorará la persecución contra Trotsky por el “usurpador” Stalin, luego de la muerte de Lenin, su expulsión
de la Unión Soviética y su recorrido por Turquía, Francia, Noruega y, finalmente, México, donde fue asesinado en 1940.
También se dio a conocer el lanzamiento en Argentina del grueso libro El caso León Trotsky, primera traducción
completa al español del Informe Dewey.
Este informe, de la comisión plural e internacional presidida por John Dewey, relata las audiencias sobre los car-
gos hechos contra Trotsky en los también conocidos como Procesos de Moscú, promovidos por el régimen estalinista.
Como se sabe, el veredicto declaró inocentes al revolucionario y su hijo León Sedov, y determinó que las acusa-
ciones del estalinismo eran infundadas.
Se anunció la publicación en Argentina de El caso León Trotsky. Arriba, Esteban VolkovFoto Yazmín Ortega
El libro fue editado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky (CEIP), de Argenti-
na, único de esas características en América y que tiene representación en México y relaciones estrechas con el Museo
Casa de León Trotsky-Instituto del Derecho de Asilo, con sede en Coyoacán.
88 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

Por último, este sábado también se depositó una ofrenda floral ante la estela fúnebre que alberga sus restos y los
de su esposa Natalia Sedova, con la presencia de Esteban Volkov, nieto de Trotsky.
Ahí, en el jardín de la casa histórica, Volkov dijo: “León Trotsky legó un inmenso arsenal ideológico a las nuevas
generaciones de revolucionarios, producto de una vida dedicada en su totalidad a la lucha por el socialismo”.
Presente, el historiador peruano Gabriel García Higueras, quien participó en el coloquio Democracia, socialismo y di-
sidencias, concluido el viernes 20 en la casa museo, leyó un texto enviado por Andrea Robles y Jimena Mendoza, del CEIP.
“Desde las recientes décadas, la burguesía invierte ríos de tinta para identificar el socialismo con el estalinismo, y
a este último –cuando en realidad constituyó su más abyecta negación– con el bolchevismo”, dijeron, y agregaron:
“Hoy, a más de 20 años de la caída del Muro de Berlín, esta lucha contra el estalinismo tiene su referencia histórica
indiscutida en el legado revolucionario de la IV Internacional. Un legado que adquiere mayor vigencia en momentos
en que la crisis capitalista prepara nuevos acontecimientos de la lucha de clases”.
Al final, los presentes cantaron el himno de la IV Internacional.

UN LIBRO CON LAS AUDIENCIAS DE MÉXICO

El Caso Trotsky
Carlos Rodríguez
Diario Página/12, Buenos Aires, sábado 21 de agosto de 2010

El 20 de agosto de 1940, hace 70 años, fue asesinado en México, donde había obtenido el status de asilado
político, Lev Davídovich Bronstein, conocido como León Trotsky, en torno de quien la izquierda, sobre todo,
mantiene una eterna polémica. Perseguido primero por el zar y luego por el estalinismo –con la ayuda de algunos
gobiernos imperialistas–, Trotsky fue a pesar de todo un ciudadano del mundo admirado por su inteligencia y su
tenacidad. En coincidencia con el aniversario de su asesinato, el Centro de Estudios, Investigaciones y Publica-
ciones (CEIP) León Trotsky ha editado, por primera vez en castellano, un libro con el informe completo de las
audiencias realizadas en México, con participación de un grupo de personalidades en su mayoría no marxistas.

El 20 de agosto de 1940, hace 70 años, fue asesinado en México, donde había obtenido el status de asilado polí-
tico, Lev Davídovich Bronstein, conocido como León Trotsky, en torno de quien la izquierda, sobre todo, mantiene
una eterna polémica. Perseguido primero por el zar y luego por el estalinismo –con la ayuda de algunos gobiernos
imperialistas–, Trotsky fue a pesar de todo un ciudadano del mundo admirado por su inteligencia y su tenacidad.
En coincidencia con el aniversario de su asesinato, el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones (CEIP)
León Trotsky ha editado, por primera vez en castellano, un libro con el informe completo de las audiencias realizadas
en México, con participación de un grupo de personalidades en su mayoría no marxistas. En esas sesiones, el líder
revolucionario respondió a las acusaciones formuladas en su contra por José Stalin durante los llamados “procesos de
Moscú”, en los cuales se juzgó y se terminó fusilando a muchos seguidores de la “oposición de izquierda” encabezada
por Trotsky, acusado por supuestas “actividades antisoviéticas”.
Trotsky fue expulsado del Partido Comunista soviético en 1927 y recibió el castigo del exilio forzoso en 1929.
Luego de vivir algún tiempo en Turquía, Francia y Noruega, donde tuvo que cumplir prisión domiciliaria, llegó a
México en enero de 1937. El año anterior, en Moscú, habían comenzado los procesos contra sus seguidores. En el
libro se asegura que las purgas estalinistas determinaron la detención de más de un millón y medio de personas, de
las cuales cerca de 700 mil habrían sido fusiladas.
La comisión que “juzgó” en México a Trotsky estuvo presidida por el norteamericano John Dewey, uno de los
fundadores de la filosofía del pragmatismo. Dewey es considerado el filósofo norteamericano más importante de la
primera mitad del siglo XX. Su teoría se fundó sobre la base de que “la democracia es libertad”. Durante las audien-
cias, además de rechazar las acusaciones de “terrorismo individual” y de realizar presuntas “acciones contrarrevolu-
cionarias”, Trotsky hizo un preciso relato de su vida de película.
En marzo de 1897, en Nikolaiev, fundó la primera organización declarada ilegal por el zarismo, la Liga
Obrera del Sur de Rusia. Eso le costó dos años y medio en prisión, además de ser deportado a Siberia por cuatro
años. Allí creó otra organización clandestina y escapó. Desde entonces comenzó a llamarse Trotsky. Poco des-
pués, en Londres, conoció a Georgi Plejánov y a Lenin, del que Trotsky fue hombre de confianza. Los seguidores
de Trotsky afirman, por esa razón, que fue “el segundo” en importancia entre los revolucionarios de 1917. Los
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estalinistas lo niegan, al punto –sin duda ridículo– de haberlo borrado en las fotos oficiales en las que aparecía
al lado de Lenin.
Trotsky fue presidente del primer soviet de Petrogrado, en 1905, durante la primera fallida revolución. En ese
momento tenía 26 años. Durante su exilio en Francia, antes de la Revolución de Octubre, fue un activista en contra
de la Primera Guerra Mundial. Por eso lo expulsaron de ese país en 1916. En España, su próxima etapa, estuvo preso
por decisión del rey Alfonso XIII. Regresó a Rusia en mayo de 1917 y desde entonces trabajó codo a codo con Lenin.
En los “procesos de Moscú”, recreados en México, los principales acusados fueron Trotsky y uno de sus hijos,
León Sedov, quien lo acompañó en el exilio. El joven llevaba el apellido de su madre, Natalia Sedova, quien estuvo
con Trotsky hasta su muerte. Trotsky tuvo otros tres hijos, Sergei, el único que era “apolítico”, según definió su propio
padre, y dos mujeres, Nina y Zina. Todos tuvieron un destino de persecución y muerte.
Nina, que era la menor, murió en Moscú en 1928, luego de enfermar tras la detención de su esposo. Zina se
suicidó en Berlín, hacia donde había tenido que emigrar. Sergei, un destacado científico, tampoco pudo escapar de
la persecución estalinista. Lo acusaron de planear un “envenenamiento masivo de trabajadores”. Fue condenado y
murió en prisión. Algunos testimonios aseguran que fue torturado para que delatara a su propio padre, pero nunca
lo hizo. El libro del CEIP, titulado El Caso Trotsky, es un documento importante para reavivar una polémica que,
hasta ahora, se mantiene vigente, a pesar del viraje histórico del comunismo en el mundo y de la caída –real y apa-
rente– del estalinismo.
Una de las frases que mejor definen a Trotsky es la siguiente: “Sin una organización dirigente la energía de las
masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el mo-
vimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor”.

ANIVERSARIO: TROTSKY 70 AÑOS DESPUÉS

Juicio a las calumnias

LAS ACTAS DE LA COMISIÓN DEWEY, AHORA PUBLICADAS, PRUEBAN LA FALSEDAD DE LAS ACUSACIONES ESTALINISTAS CONTRA TROTSKY.
Ismael Bermúdez
Revista Ñ, Buenos Aires, sábado 28 de agosto, Sección Ideas, pág. 36.

Hace ya bastante tiempo que la opinión pública sabe con certeza algo que no ocurría en la época: que las calum-
nias sistemáticas de Stalin y los voceros internacionales del aparato controlado por la burocracia de Moscú contra
León Trotsky fueron una pieza central para liquidar a toda la dirigencia que había comandado la Revolución de
Octubre de 1917 –cuya mayoría no compartía ni la teoría de la revolución permanente ni la caracterización de
Trotsky sobre el Termidor ruso (la contrarrevolución piloteada por Stalin) ni la que caracterizaba a Stalin como un
bonapartista cuya política conducía a la restauración capitalista.
Pero el 19 de abril de 1937, cuando en la Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán, México, comenzaron las sesio-
nes de la Comisión Dewey, un tribunal constituido por grandes personalidades de la época a pedido de Trotsky para
juzgar sus supuestas actividades contrarrevolucionarias de espionaje y sabotaje contra la Unión Soviética que había
lanzado Stalin, se estaban celebrado los Procesos de Moscú. Y el régimen de Stalin se encontraba en el momento de
mayor crisis interna y sobrevivía a fuerza de crímenes incluso de sus propios partidarios y del terror. La política inter-
nacional de acercamiento a las “potencias democráticas” y los frentes populares había concluido en completo fracaso
y el régimen se encontraba aislado incluso de las propias masas en vísperas de una guerra inminente.
Los “Juicios de Moscú” fueron acompañados por la masacre de decenas de miles de trotskistas y otras corrientes de
izquierda en los campos de concentración stalinianos. Fueron construidos sobre la base de “confesiones” arrancadas
bajo tortura y de una completa desmoralización política de los acusados, que pagaron de este modo su complicidad
con el establecimiento del termidor.
Mientras los “jueces” enviaban a los pelotones de fusilamiento a lo que quedaba de la vieja “guardia bolchevique”,
Stalin liquidaba el estado mayor del ejército rojo sobre la base de su aceptación de intrigas armadas contra ellos por
el servicio de espionaje nazi. El ejército soviético había sido “depurado” dejando indefensa a la URSS frente al ejér-
cito alemán. Los seguidores de Trotsky eran asesinados en el extranjero, en tanto ya se encontraban en marcha el
operativo que culminaría en agosto de 1940 con el asesinato de Trotsky en México por un agente de la GPU. Hasta
90 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

junio de 1941 estuvo en vigencia el tratado Hitler-Stalin, firmado en 1939, que había entregado la mitad de Polonia
al ejército alemán.
En esos Procesos, Trotsky, había sido declarado el principal culpable “en ausencia” de la acusación de agente del
servicio de Hitler y del imperialismo japonés. Trotsky sin embargo había ofrecido en forma pública sentarse en ban-
quillo de los acusados en Moscú, a condición de las sesiones fueran públicas, algo inaceptable para Stalin.
El caso León Trotsky reúne las actas taquigráficas de la Comisión que estuvo presidida por el filósofo y pedagogo nor-
teamericano John Dewey y otros reconocidos escritores, periodistas y abogados, como John Finerty, defensor de Sacco
y Vanzetti. Las Actas evidencian que Trotsky demostró que todas y cada una de las acusaciones contra los lideres bol-
cheviques y al esgrimidas en su contra eran calumnias y falsedades. Refutó también los argumentos de los acusadores de
que cualquier crítica socialista al estalinismo fuera “una colaboración voluntaria e involuntaria con la reacción mundial”.
Trotsky vaticinó que “cerrar los ojos frente a las sangrientas fabricaciones judiciales”, en nombre de la consigna,
por otro lado correcta, de la defensa de la URSS en una guerra con el imperialismo, llevaría a “una catástrofe histó-
rica”. Esta catástrofe se manifestó rápidamente: la invasión nazi encontró a la URSS sin ninguna preparación; Stalin
calificó a las informaciones del servicio secreto soviético anunciando el ataque mismo, como una “provocación” de
los servicios occidentales para precipitar a la URSS a atacar al ejército alemán. Hay un lazo de unión entre el pacto
Hitler-Stalin y los juicios de Moscú y el asesinato de los trotskistas. Stalin temía que un fracaso en la guerra lo barre-
ría del poder bajo una revolución conducida de nuevo por bolcheviques. La historia tuvo otro derrotero pero en lo
fundamental los análisis y pronósticos de Trotsky se confirmaron. El estalinismo logro quebrar todas las revoluciones
de posguerra, con la excepción notable de las revoluciones china y yugoslava (y luego la revolución cubana) que aca-
baron rompiendo con Moscú. Y la burocracia que reivindicaba la política estalinista condujo, en su propio beneficio,
a la restauración capitalista.

El caso León Trotsky. Primera edición en español de un documento fundamental


Andrea Robles - CEIP León Trotsky
Bimensuario El Aromo nº 56 “Promesas sobre el bidet”, Buenos Aires

Entre 1936 y 1938 se realizaron en la URSS los Procesos de Moscú, una serie de juicios que pusieron en el ban-
quillo a la dirección del Partido Bolchevique durante la Revolución Rusa de 1917 y a los principales generales del
Ejército Rojo y de la Guerra Civil. Todos fueron acusados por la burocracia gobernante de los crímenes contrarrevo-
lucionarios más graves y sólo en base a confesiones, sin pruebas materiales, fueron fusilados. El supuesto instigador y
principal acusado, León Trotsky, era el único de estos dirigentes que se encontraba forzadamente en el exilio.
El trasfondo de los Procesos de Moscú fue la depuración masiva del Partido Comunista dirigido por Stalin. En un
período harto convulsivo y en pos de evitar todos los peligros a los que temía la burocracia soviética, dispuso eliminar
de sus filas todo vestigio revolucionario. Entre 1937-1938, los años de terror masivo, la burocracia encarceló a más de
un millón y medio de personas de las que 682.000 fueron fusiladas. Mientras, a nivel internacional la depuración de
los partidos comunistas y la persecución y asesinato selectivo de dirigentes que se ubicaban políticamente a la izquie
rda del Kremlin, principalmente pertenecientes a la IV Internacional, incluyó el asesinato del propio León Trotsky, en
agosto de 1940.
Los partidos comunistas y miles de “Amigos de Moscú” en todo el mundo, con un mero “repudio silencioso” de
las socialdemocracias, sus aliados en los frentes populares, avalaron ésta política. La IV Internacional fue la única
corriente que realizó una campaña política activa para denunciar los Procesos de Moscú e impulsó la conformación
de una comisión de investigación que integró intelectuales y personalidades notables como el renombrado filósofo y
pedagogo norteamericano John Dewey, quien la presidió o el abogado John Finerty, destacado por su participación
en juicios políticos como los de Sacco y Vanzetti.
Este libro recoge la documentación, el testimonio y la defensa que Trotsky presentó ante una subcomisión que
sesionó en México en abril de 1937. Ayudado por su hijo León Sedov, también acusado junto a su padre, Trotsky
pudo demostrar la falsedad de cada una de las acusaciones que el estalinismo utilizó para justificar los Procesos de
Moscú. Pero además, planteó como evidencia el verdadero enfrentamiento: el que existía entre el período de demo-
cracia soviética y el del régimen impuesto por la burocracia, entre la tradiciones del Partido Bolchevique y las del
partido estalinista; las diferencias con Lenin previas a la revolución y los grandes debates del Partido Bolchevique, su
historia y preparación; así como su continuidad en el combate de la Oposición de Izquierda y la IV Internacional.
Como escribe su nieto, Esteban Volkov en la presentación del libro, “De las muchas batallas libradas por León
Trotsky contra el estalinismo, sin lugar a dudas la ‘Comisión Dewey’ o los ‘Contraprocesos de Moscú’ fue de las
| El caso León Trotsky y el 70 aniversario de su asesinato | ACTIVIDADES | PRENSA | 91

más notables y trascendentes. Allí se desenmascaró y demostró en forma contundente e inapelable, ante la historia
presente y futura del género humano, la absoluta ilegitimidad del régimen burocrático dirigido por Stalin, que sólo
se podía mantener en base al crimen y al fraude histórico”.
Desde las últimas décadas la burguesía invierte ríos de tinta para identificar la perspectiva del socialismo con la del
estalinismo y a éste último con el bolchevismo, cuando constituyó su más abyecta negación. Mediante distintas ope-
raciones quieren borrar de la historia el legado de Octubre, el significado de la Oposición de Izquierda y la embestida
del estalinismo contra ese legado como fue evidente en los Procesos de Moscú. Sin embargo, como demostró Trotsky,
la IV Internacional constituyó la única tradición alternativa construida en una lucha sin cuartel contra el estalinismo.
Hoy a más de veinte años de la caída del Muro de Berlin tiene en el legado revolucionario de la IV Internacional y en
Trotsky su referencia histórica indiscutida. Un legado que adquiere mayor vigencia en momentos que una nueva crisis
capitalista prepara nuevos acontecimientos de la lucha de clases. Su actualidad también está dada en muchos de los
grandes debates, mitos y paradigmas que cruzaron la época y en todas aquellas cuestiones dedicadas a la revolución y
las ideas del socialismo.
La edición de este libro es producto del trabajo de un equipo de militantes del Centro de Estudios, Investiga-
ciones y Publicaciones “León Trotsky”, formado por traductores, editores, y estudiosos especializados en la obra del
revolucionario ruso, y forma parte de la colección CEIP León Trotsky* de Ediciones IPS.

Trotsky en nuestro tiempo en DVD


En este programa que realizamos en el 2009 nos propusimos recuperar las ideas de León Trotsky que surgieron
al calor de los grandes eventos del siglo XX, en una época marcada por las crisis, las guerras y las revoluciones. Una
coproducción con el grupo de arte Contraimagen y TvPTS que contiene dos ciclos. El primero dedicado a la vida
y obra del gran revolucionario ruso contiene entrevistas a importantes intelectuales y personalidades, entre los que
se destacan: Martín Kohan, Susana Fiorito, Atilio Borón, Néstor Kohan, Gabriel García Higueras y un especial en
la Casa Museo “León Trotsky” en México con su nieto, Esteban Volkov, en entrevista exclusiva. Además incluye un
audiovisual sobre las aristas principales del pensamiento del fundador de la IV Internacional. El segundo ciclo, “La
crisis capitalista y la década del ‘30” repasa las ideas de León Trotsky y su corriente sobre los antecedentes de la Gran
Depresión, Estados Unidos y el New Deal, El ascenso de Hitler y la lucha contra el fascismo en Alemania, México y
Latinoamérica, los procesos revolucionarios -España y Francia- y la construcción de la IV Internacional. Cada pro-
grama contiene un informe documental y una serie de entrevistas a especialistas sobre el tema: Paula Bach, Eduardo
Sartelli, Pablo Pozzi, Alicia Rojo, Eduardo Molina, Pablo Oprinari, Juan Hernández, Hernán Camarero, Carlos
Moreira, Gabriela Liszt y Christian Castillo.

*El CEIP “León Trotsky” nació en 1998 en Argentina, como una iniciativa para difundir e investigar la obra de Trotsky y los trotskistas, siendo
el único centro de investigación sobre este tema en Latinoamérica. Su actividad se ha concentrado en la publicación de compilaciones temáticas
de trabajos inéditos en lengua castellana o de difícil acceso; así como en la realización y difusión de distintas investigaciones al respecto. Tiene
sedes en Argentina y México, y colaboradores en Brasil, Chile, Bolivia, Venezuela, el Estado Español, Francia y Gran Bretaña. Su trabajo puede
ser consultado en su página web, www.ceip.org.ar.
En la página web http://edicionesips.com.ar se puede consultar la presentación de Esteban Volkov, el prólogo y la introducción así como la
Nota a la edición en castellano del libro.

ACTO INTERNACIONALISTA - PTS - Partido de los Trabajadores Socialistas

El domingo 22 de agosto se realizó en el estadio cerrado de Racing de Avellaneda el acto en home-


naje al revolucionario ruso León Trotsky, a 70 años de su asesinato a manos de un sicario de Stalin.
Miles de obreros y estudiantes se hicieron presentes convocados por el PTS junto a organizaciones
hermanas y dirigentes de América Latina y Europa. El acto fue la culminación de las deliberaciones de
la Conferencia de la Fracción Trotskista (CI) y como reconocieron Clarin y otros medios fue el acto
internacionalista más importante de América Latina.

La cobertura puede leerse en La Verdad Obrera nº 389


92 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

A PROPÓSITO DEL NUEVO LIBRO: EL CASO LEÓN TROTSKY

Verdad histórica y política revolucionaria


Cecilia Feijoo
La Verdad Obrera nº 386, jueves 5 de agosto de 2010

Desde el Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx presentamos para La Verdad Obrera el primer artículo
de una serie de artículos y reflexiones sobre la nueva publicación del Centro de Estudios, Investigaciones y pu-
blicaciones León Trotsky: El caso León Trotsky. Informe de las audiencias sobre los Cargos hechos en su contra en los
Juicios de Moscú.

Marx contra las infamias de la reacción burguesa

Corría el año 1860 cuando Marx recibe indignado las declaraciones del profesor y periodista alemán Karl Vogt,
participante de la revolución de 1848. El Señor Vogt, como lo llamó Marx, luego de un juicio contra su persona
declaró ante la prensa que “el juicio había sido urdido por una conspiración de Karl Marx”. Afirmaba que Marx era el
líder de un grupo de “atacantes” e “incendiarios” llamado La Liga de los Comunistas. Marx se apartó un año entero
de sus trabajos en economía para investigar y escribir una respuesta “aniquiladora” contra Vogt, desenmascarando sus
métodos de “agente policial” y de bonapartista. Clasificó dos tipos de hombres infames: a unos los llamaba “infames
solventes” (el clásico agente policial que vende información por un salario) y a los otros los llamó “infames sin res-
peto” (integrantes de organizaciones revolucionarias que se entregaban a la manipulación policíaca y a la confusión
moral). Estos últimos eran “la mancha de la cual ni las comunidades cristianas ni el Club Jacobino ni incluso nuestra
‘Liga’ pudieron quedar libres”.
Un siglo después Trotsky emprendió una batalla titánica. La tarea que acometió era enteramente novedosa. No se
enfrentaba ya directamente a las infamias urdidas por la “sociedad burguesa oficial”, sino que tuvo que combatir contra
las “infamias” de la nueva casta de burócratas que se había apoderado del Partido Comunista en la Unión Soviética, y
que para desconcierto de todos hablaba en “su” nombre, en nombre de la revolución obrera. Las conquistas de los traba-
jadores y el partido revolucionario habían dado un salto. Los marxistas habían llegado al poder en Rusia y se proponían,
mediante la organización de la III Internacional, desarrollar y extender el combate contra el mundo capitalista. Esa era
la tradición del bolchevismo, pero contra él se levantó una reacción interna, dentro de la propia revolución nacional, a la
altura del desafío que se había lanzado. Trotsky, luego de la muerte de Lenin, fue el principal dirigente de la organización
política que la enfrentó: la Oposición de Izquierda rusa (OI), la base de la IV Internacional.

Un “testigo” enfrentando la “negra noche del mundo”

En 1937 Trotsky era el único testigo que podía brindar su testimonio para restablecer la verdad de los hechos. Era
el único dirigente de la revolución de 1917 que no se encontraba muerto, en la cárcel o en un campo de concentra-
ción ahogado bajo la dictadura totalitaria de la burocracia de la URSS. Mientras Trotsky testificaba, el mundo capi-
talista se precipitaba hacia un nuevo período de violencia y aniquilación contra las masas para preservar y acrecentar
sus negocios. Los Partidos Socialistas y Comunistas colaboraban con esta tarea de buena gana. El Frente Popular
francés reprimía las huelgas obreras que pedían la socialización de la industria y los obreros insurrectos de Barcelona
caían frente a la represión de la República. Hitler se preparaba para reinar sobre Europa y destruir la URSS, mientras
la burocracia soviética “aniquilaba” lo que quedaba del bolchevismo en nombre del “bolchevismo”. El testimonio de
Trotsky se eleva así sobre las calamidades, la mentira, el escepticismo y la desesperación de un mundo que se preci-
pitaba hacia la locura. Parte de su generación estaba siendo juzgada como “traidora del socialismo”: Zinoviev, Kame-
nev, Smirnov, Radek, Pyatakov, Muralov y Rakovsky.Todas las figuras destacadas de la “vieja guardia bolchevique”
eran acusadas de ser integrantes de un grupo conspirativo aliado a la Alemania nazi. Antes de su sentencia a muerte
algunos de ellos habían “confesado” haber cometido “crímenes contrarrevolucionarios” orientados por un “centro
unificado” que preparaba el “asesinato de Stalin”. Trotsky sería el dirigente de este “centro unificado”.
Otto Rühle, integrante de la Comisión Investigadora, fue uno de los que indagó a Trotsky sobre la responsabi-
lidad de los dirigentes del Partido Comunista en este destino que estaban sufriendo los líderes revolucionarios. No
eran extrañas sus preguntas teniendo en cuenta que éste había pertenecido a uno de los sectores “izquierdistas” de
| El caso León Trotsky y el 70 aniversario de su asesinato | ACTIVIDADES | PRENSA | 93

la III internacional que planteaba que los partidos y los dirigentes representaban un obstáculo para el avance so-
cialista de los trabajadores. Rühle va a preguntar entonces a Trotsky: “¿Cuál fue su posición personal en el Comité
Central de la Internacional Comunista sobre la cuestión de la liquidación práctica de los soviets y su reemplazo
por la soberanía y la administración burocráticas que traicionaron las consignas de la Revolución?”. Trotsky res-
pondió: “¿En la época de Lenin? […] Creo que hicimos lo que pudimos para evitar la degeneración. Durante la
Guerra Civil, la militarización de los soviets y del Partido fue casi inevitable. Pero aún durante la Guerra Civil, yo
mismo intenté en el ejército –hasta en el campo de batalla– darles a los comunistas la posibilidad plena de discutir
todas las medidas militares. Discutí estas medidas hasta con los soldados y, tal como expliqué en mi autobiografía,
hasta con los desertores.
Después de que terminó la Guerra Civil, esperábamos que la posibilidad de democracia fuera mayor. Pero hubo
dos factores, dos factores distintos aunque relacionados, que dificultaron el desarrollo de la democracia soviética. El
primer factor general fue el atraso y la miseria del país. De esa base emanaba la burocracia, y la burocracia no deseaba
ser abolida, aniquilada. La burocracia se convirtió en un factor independiente. Entonces la lucha se transformó hasta
un cierto grado en lucha de clases” (p. 95).

De hombres y alternativas

Trotsky rememora a lo largo de su testimonio que fue 1923 el año en el que la lucha comenzó a transformarse
“hasta un cierto grado en lucha de clases”. La OI había solicitado, entre otras medidas, la rehabilitación de las frac-
ciones y la libertad de discusión en el partido, la regeneración de los soviets y clamado contra los privilegios de la
burocracia gobernante.
Como dirigente de la OI Trotsky enfrentó el bloque constituido por Kamenev, Zinoviev y Stalin en el Comité
Central del PCUS, conocido como “la troika”. En este punto el abogado defensor Goldman va a indagar a Trotsky
sobre los motivos de la ruptura del bloque, y éste va a indicar: “Zinoviev y Kamenev fueron mis más acérrimos
adversarios durante la época de la alianza con Stalin. Stalin fue más cauto en la pelea contra mí. Pero Zinoviev era
presidente del Soviet de Petrogrado. Kamenev era presidente del Soviet de Moscú. Son circunstancias muy impor-
tantes. Estaban bajo la presión de los trabajadores, de los mejores obreros que había, los de Petrogrado y Moscú,
los obreros más desarrollados y educados. La base de apoyo de Stalin estaba en las provincias, la burocracia de las
provincias. Al principio no entendían, es decir, Zinoviev y Kamenev, así como otros, por qué se daba la ruptura.
Pero fue la presión de los obreros de ambas capitales. La presión de los trabajadores empujó a Zinoviev y Kamenev
a tener contradicciones con Stalin. Eran los fundamentos del socialismo… los cimientos del socialismo. No podía
explicar esto por ambiciones personales. No estoy negando el papel del factor de las ambiciones personales, sino que
las ambiciones personales empiezan a jugar un rol sólo por la presión de las fuerzas sociales. Sin eso, se convierten
puramente en ambiciones personales” (p. 109).
Fue esa presión la que hizo girar a las ambiciones personales de ambos a la alianza con la OI y tomar parte
de su combate contra la reacción burocrática, la cual hasta cierto punto habían ayudado a avanzar con su bloque
con Stalin.La lucha interna del partido apareció abiertamente durante el 10° aniversario de la revolución rusa con
manifestación callejera y agitación política de la oposición conjunta. Sin embargo, los aliados de 1927 diferían en
la apreciación del combate, de sus posibilidades y resultados. Trotsky veía que la reacción burocrática tenía bases
profundas, y se trataba entonces de preparar un núcleo ideológico que estuviese dispuesto a mantenerse de manera
legal e ilegal, en retroceso o a la ofensiva, en la lucha contra la burocracia. Por el contrario, Zinoviev y Kamenev
eran optimistas y creían que de un solo golpe se podía derrotar a la burocracia. Sin embargo, el resultado de los
acontecimientos del 10° aniversario endureció la respuesta de la burocracia. Un mes después, a finales de noviem-
bre de 1927, todos los oposicionistas eran expulsados del partido.
En ese momento se abrió para Trotsky una alternativa vital: “Entonces la cuestión era ruptura con la burocracia
y el aparato, con existencia legal, o retroceder y capitular” (p. 120). Parados frente a esta disyuntiva, Zinoviev y
Kamenev optaron por rendirse frente a la burocracia, capitularon y enviaron al Partido declaraciones de “arrepenti-
miento”. Para Trotsky, igual que para Marx, a partir de ese momento estos “infames sin respeto” no le generaban la
más mínima condescendencia. Hombres, marxistas, moldeados por los golpes de la historia, por la revolución y la
reacción, cayeron vencidos frente a ésta. No poseían una visión profunda del enfrentamiento. Creyeron que ceder y
aceptar como verdadero el método de la “infamia” era un trago amargo que debían pasar y que luego,al cambiar las
circunstancias, podrían modificar. Como Fausto vendieron su alma al diablo creyendo que éste podía devolvérsela
a pedido. Trotsky entendió que se había perdido una oportunidad, que habían sido derrotados internamente, y que
sólo una lucha inflexible contra la reacción podía mantener la vitalidad del marxismo en los momentos más aciagos,
manteniendo la continuidad revolucionaria que debía ser decisiva ante futuros acontecimientos.
94 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

“MIENTRAS MÁS OSCURA ES LA NOCHE MÁS BRILLANTE ES LA ESTRELLA”

Trotsky, los intelectuales y la reacción ideológica

Guillermo Crux
La Verdad Obrera nº 387, jueves 12 de agosto de 2010

Desde el Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx presentamos para La Verdad Obrera la segunda entrega
de una serie de artículos y reflexiones sobre la nueva publicación del Centro de Estudios, Investigaciones y pu-
blicaciones León Trotsky: El caso León Trotsky. Informe de las audiencias sobre los Cargos hechos en su contra en los
Juicios de Moscú.

La cita de arriba es una frase de Fyodor Dostoievsky con la que el trotskista inglés Tony Cliff titula su libro
sobre la vida de Trotsky en los años ’30, inspirado por las respuestas que tuvo que dar el revolucionario ruso en
forma muy sencilla y directa a un ataque por tantos flancos. La defensa de Trotsky frente al ataque a la idea misma
de revolución recorre todo el libro, y es un gran interrogante del sentido común de una época muy reaccionaria
como la previa a la Segunda Guerra Mundial y que, en ese sentido, tiene muchos paralelos con las ideas predomi-
nantes en la época actual.
Avanzar contra la corriente y conservar las posiciones ideológicas “¡Qué dicha la de vivir y luchar en estos tiem-
pos!”, dijo Trotsky en mayo de 1919 ante el Congreso fundacional de la Internacional Comunista, por entonces el
estado mayor de la revolución mundial. Por esos tiempos, el mundo vivía el pico de la onda expansiva de la Revolu-
ción Rusa. Más de un siglo antes, el poeta inglés William Wordsworth escribía exactamente las mismas palabras, pero
con una pequeña diferencia: se refería a un tiempo que ya había pasado… Así, Wordsworth, junto con la mayoría de
los escritores del Romanticismo, que como él habían sido admiradores de la Revolución Francesa, tras la contrarre-
volución napoleónica se desilusionan y se pasan al campo de la reacción.
Algo parecido ocurrió con la intelectualidad liberal de mediados de la década de 1930, que antes habían depo-
sitado sus simpatías en el estalinismo, ante los Procesos de Moscú. La comisión Dewey estuvo formada por perso-
nalidades que no simpatizaban con Trotsky. Los únicos trotskistas que había en las audiencias no formaban parte
de ella, eran: el abogado defensor de Trotsky, Albert Goldman (quien apenas cuatro años después va a afrontar una
situación parecida cuando actúe como abogado en el juicio contra los dirigentes trotskistas norteamericanos y el sin-
dicato camionero de Minneapolis por cargos de traición a la patria y sedición, por oponerse a la entrada de EE.UU
en la segunda guerra mundial, ¡producto de lo cual van a terminar un año y medio en prisión, incluyendo al propio
abogado defensor Goldman!), el testigo Jan Frankel (autor del conocido libro “Las tres primeras internacionales”) y
el taquígrafo judicial Albert Glotzer, quien tomó las actas de las sesiones y armó el texto que se presenta en el libro.
Las audiencias tienen lugar en México en abril de 1937, ya prácticamente en medio de lo que los historiadores
llaman “la medianoche del siglo”, el momento más contrarrevolucionario del siglo XX. A raíz de los juicios de Mos-
cú, ya una buena parte de la opinión pública progresista y de izquierda, desencantada con el estalinismo, va a romper
con toda idea de revolución.
Si bien los integrantes de la Comisión no son nada hostiles a Trotsky (salvo el renunciante Carleton Beals,
de quien a posteriori se sospechó fundamentadamente que mantenía ciertos lazos con Moscú), en buena parte
de sus preguntas se puede sentir una especie de “ataque” soterrado contra la visión del mundo de Trotsky. Como
si le dijeran que, a esa altura, tal vez se pueda seguir pensando en algún tipo de cambio social, pero que debería
ser evidente que la revolución es un gran relato, que de un gran cataclismo social no se puede esperar otra cosa
que no sea degenerar en un orden carismático y dictatorial, una forma moderna de barbarie personificada en el
estalinismo, y que Trotsky, por “haberse atrevido”, como diría Rosa Luxemburgo, alguna parte de responsabilidad
debía tener por ello. Trotsky piensa en quienes opinan que hay una “racionalidad histórica”, que está bien lejos del
alcance de las multitudes, que la “irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos” (Trotsky,
Historia de la Revolución Rusa), es una violación de sus leyes, un intento iluso de acelerar el paso que sólo pue-
de terminar traicionando las expectativas en los ideales más nobles, como ya se habría demostrado antes con la
Revolución Francesa. Entonces, ponen como condición para cambiar la sociedad de raíz, que se les garantice de
antemano una receta contra la burocratización… Pero no se engañen, porque “hasta el día de hoy, la humanidad
no ha tenido éxito en racionalizar su historia. Eso es un hecho. Nosotros, los seres humanos no hemos tenido éxito
en racionalizar nuestros cuerpos y mentes. Es cierto que el psicoanálisis trata de enseñarnos a armonizar nuestro
cuerpo y nuestra mente, pero hasta ahora sin gran éxito.
La cuestión, para mí, no es si podemos alcanzar la perfección absoluta de la sociedad, sino si podemos dar
grandes pasos hacia adelante. No para racionalizar el carácter de nuestra historia, porque después de cada gran
| El caso León Trotsky y el 70 aniversario de su asesinato | ACTIVIDADES | PRENSA | 95

paso de avance, la humanidad da un pequeño desvío, incluso un gran paso hacia atrás. Lo lamento mucho, pero
no soy responsable por ello. (Risas) Después de la revolución, después de la revolución mundial, es posible que la
humanidad se canse. Para algunos, para una parte de ella, puede surgir una nueva religión, y cosas por el estilo.
Pero estoy seguro de que, en general, sería un paso muy grande hacia adelante, como la Revolución Francesa. Aca-
bó con los Borbones, pero todo el mundo analiza esta victoria por la enseñanza de las lecciones de la Revolución
Francesa.” (p. 459)
Sin embargo, aún quedaban muchos intelectuales dispuestos a encubrir los crímenes de Stalin:

“La corrupción introducida por la GPU en ciertos círculos de escritores y políticos radicales de todo el mundo
ha alcanzado proporciones verdaderamente espantosas. No me pondré a investigar aquí sobre los medios que la
GPU puede utilizar en cada caso. Es suficientemente conocido que estos medios no siempre tienen un carácter
“ideológico” (…) Uno de los motivos de mi ruptura con Stalin y sus camaradas de armas fue, por cierto, que
recurrió al soborno de funcionarios del movimiento obrero europeo desde 1924 en adelante. Un resultado
indirecto pero muy importante de la Comisión será, espero, limpiar las filas radicales de los aduladores “de
izquierda”, de los parásitos políticos, de los cortesanos “revolucionarios”, o de esos señores que siguen siendo
“Amigos de la Unión Soviética”, en la medida en que son amigos de la Editorial Estatal Soviética o que cobran
ordinariamente una renta de la GPU.” (p. 581)

Por el lado “ideológico”, esta última camada de liberales filo-estalinistas resistentes no apoyaban a la burocracia
porque vieran en ella a los herederos de la Revolución de Octubre, como era mayoritariamente el caso dentro del
movimiento obrero, sino porque opinaban que sólo se podía parar al fascismo y, al mismo tiempo, convenien-
temente, no ir más allá de la democracia burguesa, sólo si las democracias occidentales sumaban como aliado a
un gran aparato que contara con la aquiescencia de los trabajadores y tuviera el prestigio suficiente entre ellos
como para limitar su movilización cuando esta amenazara con desestabilizar por izquierda los últimos restos de
democracia burguesa. Los intelectuales de la Generación de 1936 no se hacían “comunistas” porque adoptaran
los intereses históricos de la clase trabajadora (esa fue la Generación de 1917), sino porque los entusiasmaba la
posibilidad de colaboración entre la burguesía “democrática” y los aparatos oficiales del movimiento obrero. Más
tarde, cuando Stalin firme el pacto germano-soviético en 1939, Trotsky verá cómo esta última camada abandona
el barco de la URSS y, sin haber conocido nunca al bolchevismo, escupa sobre la revolución proclamando la iden-
tidad entre el primero y la burocracia totalitaria.

Posibilismo y eficacia

John Dewey en cierta medida formaba parte de la opinión pública liberal, pero lo honra haber hecho el nada
redituable esfuerzo de desprenderse de ella para afrontar las presiones que implicaban darle una tribuna al hom-
bre más calumniado del mundo; “(…) actuar de otra manera hubiera ido en contra de la obra de toda mi vida”
(Dewey, p.46). Sin embargo, esta opinión pública consideraba a Trotsky como un revolucionario romántico y
voluntarista, que innecesariamente se dedicaba a fundar una nueva Internacional en un momento infructuoso. A
esto se le oponía un modelo de cambio posbilista y “eficaz”. El historiador marxista belga Marcel Liebman, en un
artículo donde discute contra una visión parecida de un autor que escribió un libro donde consideraba a Bujarin
como el antecedente de un nuevo marxismo, gradualista y liberal, dice que el trotskismo “sigue figurando en la
historia, y ha dejado su marca en el marxismo, porque, a diferencia del bujarinismo, ha peleado, y no hizo del
compromiso un principio y de la capitulación un hábito. No consiguió la democracia proletaria, pero al menos,
contra viento y marea, ha continuado afirmando que sin ésta no puede haber socialismo. Su internacionalismo se
ha mantenido en forma principista, sin haber tenido que someterse a la dura prueba de las restricciones políticas.
Pero es importante que la insistencia en el internacionalismo se mantenga como uno de los fundamentos de la teo-
ría y la práctica marxista. Y, por último, frente a los crímenes del estalinismo, y de los silencios de un bujarinismo
que primero fue un semi-accesorio y luego una parte semi-consentidora, y al final terminó completamente aplas-
tado, era vital que la crítica marxista y el socialismo - debilitadas, pero aún con vida - fueran capaces de aferrarse
a estos miembros minoritarios de la Oposición de izquierda que, sin poder cosechar los frutos, mantuvieron su
lucha y conservaron, atravesando uno de los períodos más tristes de la historia del socialismo, su llamado revolu-
cionario y liberador. La victoria que lograron de este modo no fue sólo moral, sino también política. Porque, sin
ella, el marxismo oficial, dogmatizado y degenerado, no hubiera tenido ningún contendiente y hubiera impuesto
un dominio indiscutible y sepulcral.”
96 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

NADIE CONSTRUYO UNA ECONOMÍA SOCIALISTA ANTES QUE NOSOTROS”

Industrialización, democracia soviética y revolución política


Cecilia Feijoo
La Verdad Obrera n º 380, jueves 19 de agosto de 2010

Desde el Instituto de Pensamiento Socialista presentamos para el LVO una serie de artículos y reflexiones sobre
la nueva publicación del Centro de Estudios, Investigaciones y publicaciones León Trotsky: El caso León Trotsky.
Informe de las audiencias sobre los Cargos hechos en su contra en los Juicios de Moscú

Una de las grandes calumnias que Stalin arrojó contra Trotsky en los Juicios de Moscú fue el de sabotaje contra la
industria soviética. Trotsky daba respuesta a lo largo de las sesiones del contra-juicio contra esta acusación indicando
cómo, en una sociedad en la cual se había eliminado la propiedad privada de los medios de producción, los trabajado-
res mediante su participación democrática en la planificación de la economía podían generar una “experiencia única
para el socialismo”, sentando los fundamentos para una nueva cultura. En estas décadas de reacción capitalista en el
terreno de las conquistas materiales de los trabajadores y de las ideas, volver sobre esta posibilidad que Trotsky entre-
veía es enfrentar la “costumbre” impuesta por las clases dominantes según la cual la única actitud de los trabajadores
y trabajadoras en el ámbito de trabajo debe ser la obediencia, el sometimiento y la resignación. Es entonces retomar
la perspectiva de una sociedad, como decía Marx, basada en la libre asociación de los productores.

Planificación económica y democracia de los productores

La Rusia actual se asemeja al peor de los pronósticos que Trotsky plantea en El Caso León Trotsky y en otros tra-
bajos. Para él, bajo la restauración capitalista reinarían el “caos” y la “desorganización” económica. La clase trabajado-
ra perdería las conquistas materiales, que aún de manera deformada y corrompida, se mantenían bajo la dominación
de la casta burocrática de la URSS: nacionalización de la tierra y de la industria, monopolio del comercio exterior y
planificación económica.
Desde 1928 Rusia había iniciado un proceso de urbanización e industrialización sin precedentes. En 1928 el total
de trabajadores urbanos era el 17% del total de trabajadores, para 1939-40 el 50% de los trabajadores correspondía a
obreros y empleados urbanos. Las mujeres se habían incorporado masivamente al trabajo. Era un verdadero cambio
en todos los ámbitos de vida de las masas, la ruptura con el atraso y aislamiento de la vida agraria y de incorporación
de la mujer a la vida pública. No se puede entender, en parte, esta enorme transformación sin dar cuenta de la lucha
que emprendieron Trotsky y la Oposición de Izquierda (OI) para fijar nuevos puntos de apoyo de los trabajadores y
campesinos pobres en el Estado Obrero.
Desde 1924 Trotsky había propuesto la necesidad de impulsar un proceso de industrialización. En ese momento
Stalin lo acusó de “superindustrializador”, y de ser hostil al campesinado. Luego de las manifestaciones del 10° ani-
versario, en 1927, cuando a las protestas en las ciudades se sumaron el descontento en el campo y la derrota de la
revolución China, la burocracia soviética dio un giro abrupto hacía la industrialización y la colectivización forzosa.
Se le preguntó a Trotsky si “Durante el desarrollo del Plan Quinquenal, ¿pudo usted expresar alguna opinión por
escrito refiriéndose a los métodos utilizados por las autoridades soviéticas para completar el plan?”. Trotsky respon-
dió que “Durante el segundo año, la burocracia se propuso realizar el Plan Quinquenal en cuatro años. Protesté con
vehemencia en el Boletín. Es muy característico de los hombres poco prácticos que, antes de empezar, no prevean
las posibilidades correctas, pero cuando las posibilidades se realizan a pesar de ellos, se impresionan y entonces no
ven límites. Bajo el látigo de la burocracia, comenzaron a aumentar los coeficientes sin prestarle ninguna atención
a las condiciones de vida de los trabajadores. Construyeron fábricas, pero no casas para los trabajadores. Ahora era
necesario sostener un coeficiente de industrialización de 30% y hasta de 35% […] esta industrialización burocrática
acelerada daría como resultado la acumulación inevitable de las contradicciones internas de la propia industria. En el
sistema capitalista, las proporciones necesarias se alcanzan por la competencia entre diferentes capitalistas, las indus-
trias y las empresas capitalistas. Pero en una economía planificada es necesario prever todas las proporciones necesa-
rias. No es posible prever por medio de abstracciones. Es necesario prever, corregir y perfeccionar el plan mediante
la opinión del pueblo, mediante la experiencia del pueblo, por medio del grado de satisfacción de sus necesidades,
| El caso León Trotsky y el 70 aniversario de su asesinato | ACTIVIDADES | PRENSA | 97

por la proporción entre las distintas industrias, las diferentes fábricas, e incluso las diferentes secciones de las mismas
fábricas. Nadie construyó una economía socialista antes que nosotros. Es la primera experiencia y la más grande de
la historia. Y luego advertí con más cautela: ‘No se podrán salir con la suya. Caerán en una crisis’”.
En la sociedad capitalista coincide la más directa de las dictaduras dentro de la producción con la libertad de
mercado. A la primera Marx la llamó despotismo de fábrica, la actividad del trabajador es impuesta y determinada,
desde su ritmo, extensión y resultado, así como la fijación de metas de producción, por la patronal. Fuera de la fá-
brica el obrero es “libre” de consumir, de vender su fuerza de trabajo en el mercado así como el capitalista es libre
de vender sus productos y competir con otros empresarios. Esto le permite “corregir” y adecuar las necesidades de la
producción y la ganancia empresaria: producir más o menos de acuerdo a la demanda, innovar en la técnica, crear
nuevos productos o modificar viejos para dar respuesta a la competencia y las necesidades de consumo que crea cons-
tantemente la sociedad capitalista.
Por el contrario, bajo una economía de transición, como en el Estado obrero, la única manera de que la pla-
nificación de la economía, las metas de producción y las condiciones de trabajo y de vida de los productores sean
corregidas y se adecúen a las necesidades del desarrollo económico es mediante la democracia soviética. Debe reinar
en las fábricas y en los campos la más completa y amplia de las democracias, para que sean los propios trabajadores
quienes corrijan las tensiones y errores de la planificación económica que de manera centralizada se elabora desde
la dirección del Estado Obrero. Para ello se necesita democracia en las empresas, la libertad de los sindicatos para
protestar contra el Estado obrero, así como la libertad de partidos soviéticos. Su ausencia en la URSS recreó las con-
diciones de un nuevo despotismo industrial: el despotismo de la burocracia, que a largo plazo era antagónico con la
economía planificada y con la resolución de las necesidades materiales de los trabajadores y trabajadoras. Las masas
veían que la economía planificada no respondía a sus necesidades, se desmoralizaban, y la corrupción de la burocracia
se profundizaba. La potencia de la planificación de la economía estaba estrechamente ligada a la posibilidad de que
el proletariado ejerza el poder político, y a la extensión de la revolución a los países desarrollados.

Paciencia estratégica

En 1937 retomar el camino de la democracia soviética era luchar por una nueva revolución en la URSS. Por lo
general el pragmatismo reformista en “occidente”, o su contraparte en los propagandistas de la burocracia soviéti-
ca, presentaban el problema desde un ángulo dicotómico. Al ataque de los estados capitalistas contra la URSS, las
denuncias de la opinión pública liberal, a la ausencia de “libertad de expresión”, de corrupción y de autoritarismo
se la enfrentaba con una defensa de la burocracia, ocultando las propias contradicciones en que estaba sumergido
el Estado Obrero. Para Trotsky, por el contrario, se preanunciaba un conflicto: o la burguesía derrocaba a la buro-
cracia- o la ganaba como casta para la restauración capitalista-, o las masas de obreros y campesinos derrocaban a la
burocracia y regeneraban las bases de la democracia socialista. En esta alternativa Trotsky formuló la perspectiva de
la revolución política.
Nuevamente se indagó a Trotsky: “¿Por qué dice usted revolución política?”. Y Trotsky respondió: “Porque en
el pasado conocimos revoluciones sociales que también fueron políticas. Podemos tomar como ejemplo la gran Re-
volución Francesa, que fue social y política. Cambió las formas de propiedad feudales por las formas de propiedad
burguesas. Después de la gran Revolución Francesa, los franceses tuvieron las revoluciones de 1830, 1848 y 1870.
Fueron revoluciones políticas. El Estado burgués, sobre la base de su propia forma de propiedad, creada por la gran
Revolución Francesa, la gran revolución social, cambió su Estado político. Actualmente, en Rusia vemos cómo el
proletariado puede repetir estas experiencias, en cierto grado. A través de la gran Revolución de Octubre, el proleta-
riado creó nuevas formas de propiedad. Estas formas permanecen hasta hoy a pesar de la burocracia y sus privilegios.
Pero la burocracia misma amenaza la nueva forma de propiedad, amenaza la vida política y moral del proletariado.
Hace inevitable el conflicto entre el proletariado y la burocracia. El derrocamiento de la burocracia implica sólo una
revolución política, porque el proletariado no estará obligado a cambiar las formas de propiedad. Se ajustará a los
intereses genuinos de las masas y no a los de la burocracia”.
Trotsky no se impacientaba. No opinaba que la liquidación de la dominación de la burocracia, podría imponerse
terminando con Stalin, o con algún otro personaje representante del estrato burocrático. Lo que había que liquidar
era el sistema, el régimen de la dictadura de la burocracia contra las masas. Y para ello indicaba que debía esperar,
pacientemente, que los acontecimientos de la lucha de clases crearan nuevas oportunidades. Su duelo no era personal,
sino político e histórico. Hacía a la tradición y al programa de los marxistas, por ello decía: “Tengo paciencia. Tres
revoluciones me han hecho paciente. Es absolutamente necesario para un revolucionario ser paciente. Es una idea
falsa que un revolucionario debe ser impaciente. Los aventureros son impacientes, pero un revolucionario es paciente
[…] No estoy hambriento de poder personal. Estoy más satisfecho con mi trabajo literario. El poder es una carga,
98 | Cuadernos del CEIP | nº14 |

pero es un mal necesario e inevitable. Cuando las propias ideas triunfan, hay que aceptarlo. Pero la mecánica del
poder es una cosa miserable […] Soy paciente y espero una nueva oleada, una oleada revolucionaria, y entonces, si
puedo servir a los intereses del proletariado, haré todo lo que pueda”.
Vívidamente Trotsky expresaba así no sólo la posibilidad del ejercicio de una verdadera democracia en la produc-
ción y en el régimen político por parte de los trabajadores sino también mostraba que en última instancia era este el
único camino por el cual se podía dar pasos efectivos en el programa formulado por Marx: el proletariado como clase
dominante suprime violentamente las viejas relaciones de producción, suprime con éstas las condiciones de existen-
cia del antagonismo de clase, las clases en general, y con ello “su propio dominio como clase” para abrirse paso a una
nueva experiencia, una nueva cultura, basada en la libre asociación de los productores, el comunismo.

UNA LECTURA APASIONANTE

El Caso León Trotsky


La Verdad Obrera nº 390, jueves 2 de septiembre de 2010

En las últimas semanas venimos presentando una serie de artículos y reflexiones a raíz de la última publicación del
CEIP, El Caso León Trotsky. Esta vez conversamos con Andrea Robles, a cargo de la realización del libro, Celeste
Murillo, Darío Martini y Valeria Foglia, quienes formaron parte del equipo que se encargó de su traducción, para
que nos cuenten sobre los temas de los que trata, el trabajo de edición y sus impresiones sobre una obra de poco
más de 600 páginas que hasta el momento se encontraba inédita en español, y que viene teniendo una importante
repercusión en los medios nacionales y en diarios como La Jornada de México. Recordemos que el libro contiene
las trece audiencias que se realizaron en Coyoacán en 1937 para tomar el testimonio de Trotsky y recoger las prue-
bas que presentó ante la Comisión independiente integrada por personalidades reconocidas de distintas partes del
mundo, formada para que aquél pudiera defenderse frente a las acusaciones de los Procesos de Moscú.

LVO: ¿Qué nos pueden decir luego de la lectura del libro?

Andrea: Lo más impactante es encontrarse con una obra casi desconocida, que puede ser leída como una biogra-
fía. Sus biógrafos han citado fragmentos e incluso nosotros habíamos publicado algo en la compilación que editamos
hace unos años, Guerra y Revolución, pero no daban la pauta de la magnitud que encierra esta obra. Trotsky, para
demostrar la falsedad de las supuestas pruebas y cargos que le imputaron en los Procesos, como la de ser un agente
de Hitler o querer derrotar a la URSS, presentó documentación y asentó mediante su testimonio como defensa toda
su actividad revolucionaria desde que ésta comenzó, en 1887. Opuso las tradiciones del Partido Bolchevique en vida
de Lenin con el curso que había adoptado en manos de Stalin. Dio cuenta del legado de la Oposición de Izquierda
que enfrentó el curso de degeneración de la URSS y al estalinismo a nivel mundial, frente a acontecimientos como
los de la década del 30. La obra devela el verdadero contenido del período que se conoce como la Gran Purga. Es un
libro que tiene varias lecturas y donde Trotsky hace nuevos aportes.

Valeria: Aclaro que yo había leído algunos libros como La Teoría de la Revolución Permanente o El Programa de
Transición, pero no así su autobiografía ni ningún libro que abarcara el conjunto de su obra, así que como militante me
sirvió para tener una mirada más general sobre los distintos combates que Trotsky dio en cada período, entre los que se
destacan la lucha contra el zarismo en Rusia, las revoluciones rusas de 1905 y 1917, la guerra civil y las luchas políticas
al interior del Partido Bolchevique y sus tradiciones, la constitución de la Oposición de Izquierda ante la degeneración
burocrática del partido y la Internacional, y el combate de Trotsky junto a la fundación de la IV Internacional.

LVO: Sabemos que la traducción y la lectura de un trabajo de estas características pueden verse dificultados ya
que acontecimientos históricos o debates que hoy quedan lejanos en el tiempo en el momento del interrogatorio se
obvian o se suponen…

Celeste: Sí, esta fue una de las dificultades. En primer lugar, decidimos que lo más importante era abordar la
traducción y la edición en general de forma colectiva, aprovechando los conocimientos de compañeras y compañe-
ros, todos/as militantes y simpatizantes del PTS. Este trabajo en equipo nos permitió mejorar al máximo el aspecto
| El caso León Trotsky y el 70 aniversario de su asesinato | ACTIVIDADES | PRENSA | 99

técnico de la traducción, porque no todos nosotros somos traductores profesionales ni especialistas en su obra. De
esta manera, siempre contamos con la colaboración y la visión crítica que te da el trabajo colectivo.

Andrea: Además hicimos un trabajo muy importante de notas biográficas y bibliográficas, tomando en cuenta
que la edición en la que nos basamos no tenía ninguna. Incluso pusimos un énfasis especial en rastrear, a veces sin
éxito, aquellos nombres que conforman la nueva generación de trotskistas, los “irreductibles”, como eran llamados
en las cárceles de deportación en la URSS, cuadros muy jóvenes que Trotsky muchas veces menciona con un sobre-
nombre inventado para resguardarlos. Parte de nuestra tradición que es poco conocida.

LVO: Entonces, este trabajo tiene un “valor agregado” que son las notas, ¿Por qué decidieron incorporarlas?

Celeste: Uno de los objetivos principales de esta obra, y de la forma en que encaramos el proyecto, fue lograr un
libro al que pueda acceder cualquier joven, trabajador o estudiante al que le interese o que quiera conocer a Trotsky,
su vida y su militancia. Muchas de las personas quizás tengan con este libro su primer acercamiento al pensamien-
to de Trotsky, y por eso pensamos que sería muy bueno contar con notas biográficas sobre los protagonistas de los
principales acontecimientos, hechos y discusiones que atraviesan el libro. Esperamos con esto que el libro sea un
disparador de interés sobre los principales hechos y debates, como la Revolución Rusa o la historia del Partido Bol-
chevique. Si con esta obra hay jóvenes y trabajadores que se entusiasman por conocer estos hechos históricos clave
para el marxismo revolucionario y la clase obrera, entonces nuestro objetivo está en parte cumplido.

LVO: ¿Qué destacarían del libro?

Valeria: Si bien se trata de una obra extensa, su lectura es muy sencilla, entretenida, cautivante. No está plagada
de conceptos en abstracto sino que presente más bien una contextualización y caracterización de una época, la impe-
rialista. Hay muchas formas de abordar su lectura: en forma continua o empleándola como una especie de ”manual”,
dado que cuenta con un índice temático y otro que ordena todos los aspectos que Trotsky y la Comisión tratan a lo
largo de cada una de las sesiones.

Andrea: Otro aspecto es el hecho de que la Comisión que llevó a cabo el interrogatorio estuvo integrada por per-
sonalidades como el filósofo norteamericano John Dewey o el abogado John Finerty, defensor en la causa del famoso
caso Sacco y Vanzetti, que no sólo no eran afines a las ideas de Trotsky sino que tampoco tenían experiencia política
aunque sí tenían, por supuesto, su ideología, como pensadore sde la época. Y esto se ve reflejado en las preguntas, ya
que apuntan de manera muy concreta y a veces incisiva a los grandes interrogantes, cuestionamientos y prejuicios de
la época y, claro, de las acusaciones morales y políticas del estalinismo y de los llamados Amigos de la URSS. Esto
hace que el libro tenga un carácter polémico cuya actualidad sorprende.

Darío: En relación a esto aprovecho para darte un anticipo. Estamos preparando un nuevo boletín electrónico
con artículos que muestran toda la campaña política y los problemas con los que se toparon los trotskistas para la
preparación de la que fue la única tribuna a nivel mundial para enfrentar los Procesos de Moscú, y la respuesta que
dieron los intelectuales de renombre, como Albert Einstein, dirigentes del movimiento obrero y organizaciones fren-
te a la propuesta de apoyar la formación de la comisión de investigación.

LVO: ¿Por qué recomendarías leer El caso…?

Valeria: Opino que la obra permite repasar en general y en particular distintos momentos de la lucha de clases mun-
dial de la época, que deberían sernos de utilidad de cara a los nuevos fenómenos y circunstancias. Es un libro para aque-
llos que siempre se preguntaron quién fue Trotsky, para quienes conocen su obra y quieren profundizar, para quienes
quieren entender nuestra época, para los que aún no distinguen trotskismo de estalinismo, para militantes, simpatizan-
tes, y también para aquellos que desconocen la lucha colosal de León Trotsky por la revolución mundial y el socialismo.

Darío: Además de lo que se ha dicho, para mí lo más importante es que en una época en que el estalinismo
traicionaba a la revolución en España y fusilaba a la generación revolucionaria en Rusia, el trotskismo, estando en
una desventaja numérica enorme, intentaba por todos los medios acercarles toda su tradición revolucionaria a los
trabajadores. En ese sentido el libro ayuda a pensar la importancia de nuestra corriente a nivel histórico y mundial,
y también las tareas que tenemos aquellos que nos proponemos reconstruir la tradición del marxismo revolucionario
en la actualidad.
Publicaciones del último año

Boletín electrónico Nº 13 (Abril/2010): Oposición de Izquierda en Latinoamérica: Brasil y Argentina


en www.ceip.org.ar

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