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La Risa – Henri Bergson


Autor: Martademarte, 22 marzo 2013

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  «La única curación contra la vanidad es la risa».

 Henri Bergson nació en París en 1859 y fue considerado el mejor filósofo francés de su época. Catedrático de Filosofía moderna, recibió el Premio Nobel
de Literatura. Entre sus alumnos se encuentran dos ilustres poetas: Thomas Eliot y el español Antonio Machado. Una de sus obras más conocidas es un
ensayo sobre la significación de lo cómico: La Risa
 Título original: Le rire.
Traducción: Amalia Aydée Raggio.
© Por la presente edición: SARPE, 1985.
Pedro Teixeira, 8. 28020 Madrid.
Traducción cedida por Plaza & Janés
Editores, S. A.

 ¿Qué significa la risa? ¿Qué hay en el fondo de lo risible? ¿Qué puntos en común encontraríamos entre la mueca de un payaso, un juego de palabras, un
enredo de vodevil, una escena de fina comedia? ¿Qué destilación nos dará la esencia, siempre la misma, a la que tantos y tan variados productos le deben
su indiscreto olor o su delicado perfume? Nuestra excusa, al decidirnos a afrontar nosotros también dicho problema, es que no intentaremos encerrar la
fantasía cómica en una definición. Vemos en ella, ante todo, algo vivo.

Puedes descargar el libro en:


http://ciie-r10.wikispaces.com/file/view/2.+Bergson_La+risa.pdf

“He aquí el primer punto el cual he de llamar la atención: Fuera de lo que es propiamente humano,  no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello,
sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana.
Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hombres le
dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importante, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de
los filósofos. Muchos han definido al hombre como “un animal que ríe”.

Habrían podido definirle también como un animal que hace reír porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siempre por su
semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.

He de indicar ahora, como síntoma no menos notable, la insensibilidad  que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo puede
producirse cuando recae en una superficie espiritual lisa y tranquila. Su medio natural es la indiferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción.
No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos
instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad. En una sociedad de inteligencias puras quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso
que entre almas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que todo acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se conocería ni
comprendería la risa. Probad por un momento a interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción;
sentid con los que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expansión, y como al conjuro de una varita mágica, veréis que las cosas más
frívolas se convierten en graves y que todo se reviste de matices severos. Desimpresionaos ahora, asistid a la vida como espectador indiferente, y
tendréis muchos dramas trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos a los acordes de la música en un salón de baile, para que al punto nos
parezcan ridículos los danzarines. ¿Cuántos hechos humanos resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas no veríamos pasar de lo grave a lo cómico si las
aislásemos de la música del sentimiento que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón.
Se dirige a la inteligencia pura.
Pero esta inteligencia ha de estar en contacto con otras inteligencias. Y he aquí el tercer hecho sobre el cual deseaba llamar la atención. No saborearía-
mos lo cómico si nos sintiésemos aislados.Diríase que la risa necesita de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido articulado, neto, definido; es algo
que querría prolongarse y repercutir progresivamente; algo que rompe en un estallido y va retumbando como el trueno en la montaña. Y sin embargo,
esta repercusión no puede llegar a lo infinito. Camina dentro de un círculo, todo lo amplio que se quiera, pero no por ello menos cerrado. Nuestra risa es
siempre la risa de un grupo. Quizá os haya ocurrido en el coche de un tren o en una mesa de fonda oír a los viajeros referirse historias que debían tener
para ellos un gran sabor cómico, puesto que reían con toda su alma. Si hubieseis estado en su compañía, seguramente también habríais reído. Pero como
no lo estabais, no sentíais la menor gana de reír. Un hombre a quien le preguntaron por qué no lloraba al oír un sermón que a todo el auditorio movía a
llanto, respondió: “No soy de esta parroquia”. Lo que este hombre pensaba de las lágrimas podría explicarse más exactamente de la risa. Por muy espon-
tánea que se la crea, siempre oculta un prejuicio de asociación y hasta de complicidad con otros rientes efectivos o imaginarios. ¿No se ha dicho muchas
veces que en un teatro es más frecuente la risa del espectador cuando más llena está la sala? ¿No se ha hecho notar reiteradamente que muchos efectos
cómicos son intraducibles a otro idioma cuando se refieren a costumbres y a ideas de una sociedad particular? Por no advertir la importancia de este doble
hecho, sólo se ha visto en lo cómico una simple curiosidad para divertir al espíritu, y en la risa misma un fenómeno extraño completamente aparte, sin re-
lación alguna con el resto de la actividad humana. De ahí esas definiciones que tienden a hacer de lo cómico una relación abstracta, clasificada entre las
ideas de “contraste intelectual”, “sensibilidad de lo absurdo”, etc., definiciones que, aun cuando realmente conviniesen a todas las formas de lo cómico, no
explicarían en lo más mínimo por qué lo cómico nos hace reír. ¿A qué se debe que esa relación tan particularmente lógica nos contraiga no bien advertida,
nos dilate y nos sacuda mientras todas las otras no dejan indiferentes? No afrontaremos el problema por este lado. Para comprender la risa hay que
reintegrarla a su medio natural, que es la sociedad, hay que determinar ante todo su función útil, que es una función social. Ésta será, digámoslo desde
ahora, la idea que ha de presidir a todas nuestras investigaciones. La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida en común. La risa debe tener una
significación social.” (Págs. 12-15)

Paréceme que el análisis de Bergson es francamente agudo y no puedo por menos que asombrarme y maravillarme ante la claridad de este pensador. Aun
así, hay en mi opinión algo que queda al margen de sus apreciaciones: ve en la risa una planta que hunde sus raíces en la afirmación del yo, y que
se sustenta por tanto en el orgullo; sin duda es así, pero frente a todo este aspecto negativo enfrenta sólo, como positivo, el beneficio social que supone
la corrección a que mueve la humillación de ser objeto de risa. Sin embargo, en este lado de la balanza se deja algo de suma importancia en el tintero: la
capacidad que tiene la risa para aligerar el, a veces, abrumante peso de la vida emocional. ¿Cómo soportar la dureza, a veces brutal, de la vida
sin el humor? Bergson dice que para reír es necesario “no sentir”; cierto, pero a la fórmula, creo, se le puede dar la vuelta: al reír, “dejas de sentir”,
aunque sea por un momento, de modo que la vida se aligera, la carga emocional se vuelve más liviana y esto permite recuperar fuerzas, quitarle
gravedad al mundo; en una palabra, ayuda a disminuir la angustia existencial inherente a la condición humana. Y aún falta otro aspecto esencial; ¿hay
algo más sano y reparador que reírse de uno mismo? Este linimento suaviza la amargura de ciertos bocados de la vida, y además nos quita “importancia”,
es decir, juega en cierto modo como modulador del orgullo; es curioso que Bergson no tenga en cuenta este tipo de humor. Someterse a la humillación de
reconocer las propias carencias o defectos, ante uno mismo y/o los demás, es una auto-humillación (en esto Bergson tendría que estar de acuerdo, en
coherencia con su texto), que jugaría, en lo ontológico, el mismo papel que el reírse de los demás juega en lo social. Esto no quiere decir que no haya
otros modos de llevar a cabo estas “correcciones”, modos quizá más nobles… pero yo no los conozco.

Fuente: www.cabalgandoaltigre.wordpress.com/2007/04/20/bergson-y-su-risa-i-una-aguda-aproximacion-al-misterioso-fenomeno/

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