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“Las condiciones necesarias y suficientes del cambio terapéutico en la

personalidad”

Durante muchos años me he dedicado a la psicoterapia con personas


angustiadas. Estos últimos años me he interesado, cada vez más, en el proceso
de abstraer de toda esta experiencia los principios generales que parecen estar
involucrados en ella. He intentado descubrir algún orden, cierta unidad que
parece ser inherente al sutil y complejo tejido de relaciones interpersonales, en la
que he estado constantemente inmerso a lo largo de mi trabajo terapéutico. Uno
de los productos actuales de esta inquietud es un intento de establecer, en
términos formales, una teoría de psicoterapia, de la personalidad y de las
relaciones interpersonales, que abarquen y comprenda los fenómenos de la
experiencia. Lo que quiero hacer en estas páginas es retomar una porción muy
pequeña de esta teoría (se refiere a: “A theory of therapy, personality and
interpersonal relationship, as developed in the client – centered frame work”),
desarrollarla más exhaustivamente y explorar su significado y utilidad.

El Problema

El aspecto al que quisiera dedicarme es el siguiente: Es posible establecer, en


términos que sean claramente definibles y mensurables, las condiciones
psicológicas que son a la vez necesarias y suficientes para lograr un cambio
constructivo de la personalidad? En otras palabras: conocemos con alguna
precisión aquellos elementos que son esenciales si es que va a ocurrir la
modificación terapéutica?

Antes de acometer la tarea principal, permítaseme deshacerme de la segunda


parte de la pregunta. Qué se quiere dar a entender por frases tales como
“modificación terapéutica”, “cambio constructivo de la personalidad”? Este
problema merece también una consideración seria y profunda, pero por el
momento permítanme sugerir un significado dado por el sentido común, acerca
de cual probablemente estaremos de acuerdo para los objetivos de este artículo.
Con esas frases se quiere decir: cambio en la estructura de la personalidad del
individuo, tanto a nivel superficial como profundo, en una dirección en que las
clínicas coincidirán en entender como de mayor integración, menor conflicto
interno, mayor energía utilizable en una vida más efectiva; un cambio de
comportamiento que se aparta de conductas consideradas habitualmente como
inmaduras, hacia un comportamiento considerado maduro.

Esta breve descripción puede bastar para indicar el tipo de cambio para el cual
estamos considerando las condiciones previas. Además sugiere los modos en que
se puede determinar este criterio de cambio (ver “Psychotherapy and personality
change” Rogers. Chicago, 1954).

Las Condiciones

Ya que he considerado mi propia experiencia clínica y la de mis colegas, junto a


las investigaciones pertinente disponibles, he llegado a destacar varias
condiciones que me parecen necesarias para iniciar un cambio de personalidad
constructivo, las que, consideradas juntas, parecen ser suficientes para iniciar
dicho proceso. Mientras trabajaba en este problema, me he visto sorprendido por
la simplicidad de lo que ha salido a flote.

La relación que sigue no se ofrece con ninguna certeza relativa a su corrección,


pero sí con la expectativa de que tendrá el valor de cualquier teoría,
especialmente porque establece o implica una serie de hipótesis que están llanas
a ser probadas o contradichas, clarificando y extendiendo de este modo nuestro
conocimiento en este campo.

Como no estoy tratando aquí de provocar suspenso, voy a señalar


inmediatamente, en términos severamente rigurosos y concisos, las seis
condiciones que he llagado a percibir como básicas para el proceso de cambio de
la personalidad.

El significado de varios de los términos no es inmediatamente evidente, pero será


aclarado en las secciones explicativas que siguen. Se espera que este breve
enunciado cobrará mayor significación para el lector cuando haya terminado el
artículo. Sin más introducción, permítaseme establecer la posición teorética
básica.

Para que ocurra un cambio constructivo de personalidad es necesario que se den


estas condiciones y que se mantengan por un cierto periodo de tiempo:

1. Que haya dos personas en un contacto psicológico.


2. La primera, que llamaremos cliente, se encuentra en un estado de
incongruencia, siendo vulnerable o estando angustiada.
3. La segunda persona, que llamaremos terapeuta, es congruente o integrado en
su relación.
4. El terapeuta siente una consideración positiva incondicional hacia el cliente.
5. El terapeuta experimenta una comprensión empática del marco de referencia
interno del sujeto y trata de comunicar esta experiencia al cliente.
6. La comunicación al cliente de la comprensión empática del terapeuta y la
consideración positiva incondicional debe lograse en un grado mínimo.

No se necesitan otras condiciones. Si se dan las seis y continúan durante un


cierto tiempo, es suficiente. El proceso de cambio constructivo de personalidad
seguirá.

1. Una Relación

La primera condición señala que debe darse una mínima relación, un contacto
psicológico. Estoy hipotetizando que un cambio positivo significativo de
personalidad no ocurre si no es en una relación. Esto es, por supuesto, una
hipótesis y puede ser rechazada.

Las condiciones 2 a 6 definen las características de la relación que se considera


como esencial, determinando las cualidades necesarias de cada persona en dicha
relación. Lo especificado por esta primera condición implica que dos personas
están en algún grado de contacto, que cada una es percibida como diferente al
campo experiencial de la otra. Probablemente es suficiente si cada una es
“subpercibida”, aunque la persona pueda no estar conscientemente enterada de
este impacto. Así, es difícil saber si un paciente catatónico percibe la presencia
del terapeuta como algo diferente a él, de algún modo diferente pero es casi cierto
que indudablemente en algún nivel orgánico él experimenta esta diferencia.

Exceptuando esta difícil situación borderline recién mencionada, sería


relativamente fácil definir esta condición en términos operacionales y
determinar así, desde un riguroso punto de vista de investigación, si acaso la
condición se da o no se da. El método más simple para hacerlo, implica
simplemente la conciencia tanto del cliente como del terapeuta. Si cada uno está
consciente de estar en un contacto personal y psicológico con el otro, entonces
dicha condición se ha conseguido.

La primera condición del cambio terapéutico es tan simple, que tal vez debería
considerársela un supuesto o una precondición para destacarla de la que siguen.
Sin ella, sin embargo, los ítems restantes no tendrían sentido y ese es el motivo
por el que se la incluye.

2. El estado del cliente

Ya se específico que es necesario que el cliente este “en un estado de


incongruencia, vulnerabilidad o ansiedad”. ¿Qué significa esto?

La incongruencia es un elemento básico en la teoría que he estado desarrollando.


Se refiere a la discrepancia entre la experiencia real del organismo y la visión de
sí del individuo con respecto a la representación de esa experiencia. De este
modo, un estudiante puede experimentar, a nivel total u orgánico, un temor a la
Universidad y a los exámenes que se toman en el tercer piso de un cierto
instituto, ya que estos pueden delatar una inadecuación fundamental en él.

Dado que tal temor de su inadecuación está decididamente reñido con el


concepto que tiene de sí mismo, esta experiencia es representada
distorsionadamente en su consciencia como un miedo irracional a subir las
escaleras de ese edificio, o de cualquier edificio y pronto como un temor irracional
de atravesar un espacio abierto. Así hay, una discrepancia fundamental entre el
significado experienciado de la situación, tal como es registrado en su organismo
y la representación simbólica de dicha experiencia en la consciencia de modo tal
que no entra en conflicto con la visión que tiene de sí mismo. En esta caso,
admitir un temor de inadecuación contradiría la visión que tiene de sí mismo;
admitir temores incomprensibles no contradice su concepto de sí.

Otro caso lo constituiría la madre que desarrolla vagas enfermedades cada vez
que su único hijo hace planes para dejar la casa. Su deseo real es asirse a su
única fuente de satisfacción. Percibir esto conscientemente sería inconsciente
con su visión de sí, la de una buena madre. La enfermedad, no obstante, es
consistente con su concepto de sí, siendo la experiencia simbolizada de esta
manera distorsionada. Así, nuevamente hay una incongruencia básica entre el
“self” tal como es percibido (en este caso como una madre enferma necesitada de
atención) y la experiencia real (en este caso, el deseo de asirse a su hijo).
Cuando el individuo no se percata de dicha incongruencia en sí, está solamente
vulnerable a la posibilidad de ansiedad y desorganización. Podría ocurrir alguna
experiencia tan repentinamente o tan manifiestamente, que la incongruencia no
pudiera ser negada. Por consiguiente, la persona se encuentra vulnerable a tal
posibilidad.

Si el individuo vagamente percibe en sí tal incongruencia, entonces se produce


un estado de tensión conocido como ansiedad. No es menester que la
incongruencia sea percibida agudamente. Es suficiente que sea “subpercibida”,
esto es, discriminada como amenazante al “self”, sin ninguna consciencia del
contenido de esa amenaza. Tal ansiedad a menudo se evidencia en terapia,
cuando el sujeto aborda conscientemente algún elemento de su experiencia que
está en contradicción con el concepto de sí. No es fácil dar una definición
operacional precisa a esta segunda de las seis condiciones, si bien ya ha sido
lograda en un cierto grado. Algunos investigadores han definido el concepto de
“self” por medio de un cuociente (Q) sacado por el individuo de una lista de ítems
autorreferentes. Esto nos da un cuadro operacional del “self”, es más difícil de
definir la total “experienciación” del sujeto.

Su clasificación incluye, de este modo, elementos de la experiencia del individuo,


tanto conscientes como inconscientes, representando así (admitimos que de modo
imperfecto), la totalidad de la experiencia del cliente. La correlación entre ambos
cuocientes da una media operacional bruta de una incongruencia entre el “self” y
la experiencia, representando una correlación baja o negativa en alto grado, por
supuesto de incongruencia.

3. La autenticidad del terapeuta en la relación

La tercera condición es que el terapeuta sea, dentro de los límites de esta


relación, una persona congruente, genuina, integrada. Esto quiere decir que
dentro de la relación él debe ser libre y profundamente él mismo, con su
experiencia real cuidadosamente representada por su consciencia de sí. Es lo
opuesto de presentar una fachada, ya sea a sabiendas o sin saberlo.

No es necesario (ni posible) que el terapeuta sea un ejemplar que exhiba este
grado de integración. O de integridad, en cada aspecto de su vida. Es suficiente
que sea cuidadosamente el mismo en esta hora de su relación, que él sea quién
realmente es en ese momento.

Debe quedar en claro que esto incluye el que debe ser él mismo, aún en aspectos
que no son considerados como ideales para la psicoterapia. Su experiencia puede
ser: “tengo miedo a este cliente”, o “mi atención será tan ofuscada por mis
propios problemas que apenas puedo escucharlo”. Si el terapeuta no está
negando estos sentimientos, sino que puede libremente “ser ellos”, entonces la
condición que hemos postulado se ha logrado.
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CHODORKOFF (Self perception, perceptual defense and adjustment.” . J Abnorm. Soc. Psychol, 1954, 49, 508-
512) la ha definido como una especie de cuociente, hecho por un clínico que elige los mismos ítems
autoreferentes independientemente, basando su elección en la apreciación que ha obtenido del sujeto gracias a
los test proyectivos.
Nos llevaría muy lejos considerar algo tan complicado como el grado hasta el
cual el terapeuta abiertamente comunica esta realidad en sí mismo al cliente.
Ciertamente que no es el objetivo del terapeuta expresar o manifestar sus
propios sentimientos, pero – en primer lugar – no debe engañar al cliente ni
engañarse a sí mismo. En ocasiones él puede necesitar expresar algunos de sus
sentimientos (ya sea al cliente o aun colega o supervisor), si ellos están en la línea
de las dos condiciones siguientes (4 y 5).

No es demasiado difícil sugerir una definición operacional para esta tercera


condición. Nos remitimos nuevamente a la técnica cuociente (Q). Si el terapeuta
elige una serie de ítems relevantes a la relación (usando una lista similar a las
desarrolladas por Fiedler y Brown respectivamente) esto dará su percepción de su
experiencia en la relación. Si varios jueces que han observado la entrevista o
escuchando su grabación (o visto una película de ella) ahora eligen de dichos
ítems los que representan su percepción de la relación, esta segunda elección
captaría aquellos elementos del comportamiento del terapeuta y actitudes
deducibles, de las cuales él es inconsciente (ignorante), así como aquellos de los
cuales es consciente. De este modo, una alta correlación entre la elección del
terapeuta y la de los observadores, representaría una definición operacional de la
congruencia e integración en la relación; una baja correlación, lo opuesto.

4. Interés positivo incondicional.

En la medida que el terapeuta se encuentra a sí mismo “experienciando” una


aceptación cálida de cada aspecto de la experiencia del cliente como parte de
ese cliente, él está experimentando un interés (o consideración) positivo,
incondicional. Este concepto ha sido desarrollado por STANDAL. Significa que no
hay condiciones para la aceptación, no hay sentimientos como “te acepto si tu
eres así o asá”. Significa una apreciación de la persona en el sentido en que
DEWEY ha usado ese término. Es el polo opuesto a una actitud selectiva
evaluativa: “tu eres malo en esto y bueno en eso”. Implica tanto sentimientos de
aceptación para la expresión de sentimientos negativos, “malos”, dolorosos,
temerosos, defensivos y anormales del cliente, como para su expresión de
sentimientos “buenos”, positivos, maduros, confidenciales y sociales; tanto
aceptación de los modos en que es consistente, como de aquellos en que es
inconsciente. Significa preocupación por el cliente, pero no de una manera
posesiva, o simplemente para satisfacer las necesidades propias del terapeuta.
Implica interés por el cliente como otra persona, la que puede tener sus propios
sentimientos, sus propias experiencias. Un cliente describe al terapeuta como
“fomentando la posesión de mi propia experiencia ... de que esta es mi
experiencia y de que yo la estoy realmente teniendo: pensando lo que yo pienso,
sintiendo lo que yo siento, deseando lo que yo deseo, temiendo lo que yo temo; sin
“peros”, “acaso”, “realmente no”, etc. Este es el tipo de aceptación que
hipotetizamos como necesario para que se efectúe el cambio en la personalidad.

Tal como las dos condiciones previas, esta cuarta es también asunto de grado, lo
que se pone inmediatamente de manifiesto si tratamos de definirla en términos
de operaciones específicas de investigación. Uno de tales métodos para obtener la
definición sería considerar el tipo de cuociente para la relación descrita en la
condición 3. Cuando los ítems que expresan la aceptación positiva incondicional
son elegidos como característicos de la relación, tanto por el terapeuta como por
los observadores, se podría decir que hay “aceptación positiva incondicional”.
Tales ítems podrían incluir afirmaciones de este tipo: “no siento repulsión a nada
de lo que dice el cliente”, “no siento aprobación ni desaprobación hacia el cliente
y sus afirmaciones: simplemente aceptación”: “acojo cálidamente al cliente, con
sus debilidades y problemas, como con sus potencialidades” etc. Cuando tanto el
terapeuta como los observadores perciban estos ítems como características o,
sus opuestos como no característicos de la relación, se puede decir que se ha
logrado la cuarta condición.

5. Empatía

La 5° condición es que el terapeuta está viviendo la experiencia de una aguda y


empática comprensión de la propia experiencia del paciente. Sentir el mundo
privado del paciente como si fuera del propio, pero sin perder la cualidad del
“como si” – esto es empatía” y esto parece esencial a la terapia.

Sentir la rabia, el miedo o la confusión del paciente como si fuera propio, aún sin
que la propia rabia, miedo o confusión se mezcla en ello, es la condición que
estamos tratando de describir. Cuando el mundo del paciente está así de claro
para el terapeuta, y se mueve en el libremente, entonces él podrá tanto
comunicar su comprensión de aquello que es claramente conocido para el
paciente, como también de aquello que no tiene clara consciencia. Un cliente
describió así este segundo aspecto: “A cada momento yo, en una confusión de
sentimiento y pensamiento, atornillado en una tela de araña de muchas líneas
divergentes de movimiento, con impulsos de distintas partes de mi, y sintiendo
demasiado y extremadamente el sentimiento de su presencia – súbitamente, así
como un rayo de sol abriéndose camino a través de las nubes y marañas de
follaje para esparcir un círculo de luz en un camino confuso del bosque, vino
algún comentario de Ud. (fue).... claridad, un cambio adicional del cuadro, una
puesta en su lugar; después la consecuencia ... la sensación de avanzar, la
relajación. Estos fueron rayos de luz.

Que tal empatía penetrante es importante para la terapia, está indicado en la


investigación de FIEDLER en la que, ítems como los siguientes se ubicaron en un
alto lugar en la descripción de la relación creada por terapeutas experimentados:

 el terapeuta es capaz de entender los sentimientos del paciente


 el terapeuta nunca tiene ninguna duda de lo que paciente quiere decir
 las acotaciones del terapeuta calzan justo con el ánimo y el contenido del
paciente
 el tono de la voz del terapeuta transmite la completa habilidad para compartir
los sentimientos del paciente.

Una definición operacional de la empatía del terapeuta puede ser proporcionada


de distintas maneras. Puede hacerse uso de lo que discute en la condición 3. En
la medida que los ítems descriptivos de la agudeza de la empatía fueron
clasificados como característicos por ambos, terapeuta y observadores, esta
condición sería considerada como existente.
Otra manera de definir esta condición sería que ambos, paciente y terapeuta,
clasificaran una lista de ítems descriptivos de los sentimientos del paciente.
Cada cual clasificaría independientemente la tarea de representar los
sentimientos que el cliente ha experimentado durante una entrevista recién
terminada. Si la correlación entre las clasificaciones del paciente y el terapeuta
fueron altos, una empatía precisa se diría que existe, una correlación baja
indicaría la conclusión opuesta.

Aún existiría otra manera de medir, la empatía por jueces entrenados en medir la
profundidad y precisión de la empatía del terapeuta, sobre la base de escuchar
entrevistas grabadas.

6. La percepción que el paciente tiene del terapeuta

La condición final, como se estableció, es que el paciente perciba en grado


mínimo, la aceptación y la empatía que el terapeuta experimenta hacia él. A
menos que alguna comunicación de estas actitudes se haya logrado, entonces
tales actitudes no existen en la relación en la que concierne al paciente y el
terapéutico no podrá – según nuestra hipótesis – ser iniciado.

Como las actitudes no pueden ser percibidas directamente, es más adecuado


afirmar que son las conductas y palabras del terapeuta las percibidas por el
paciente como significativas de que, en algún grado, lo acepta y entiende.

Una definición operacional de esta condición no sería difícil. El cliente podría,


después de una entrevista, clasificar una clase Q de lista de ítems, referente a
cualidades, representando la relación entre él y el terapeuta (la misma lista
podría ser usada para la condición 3). Si diversos ítems descriptivos de
aceptación y empatía son clasificados por el paciente como características de la
relación, entonces esta condición podría ser considerada como alcanzada. En el
estado actual de nuestro conocimiento, el significado de “en un grado mínimo”
tendría que ser arbitrario.

ALGUNOS COMENTARIOS

Hasta este punto el esfuerzo ha sido hecho para presentar, breve y factiblemente,
las condiciones que he llegado a considerar como esenciales para el cambio
psicoterapéutico. No he tratado de dar un contexto teórico de estas condiciones,
ni de explicar lo que según yo sería la dinámica de su efectividad. Ese material
explicatorio estará disponible, al lector que se interese, en el documento recién
mencionado.

He dado, sin embargo, por lo menos una forma de definir en términos


operacionales cada una de estas condiciones mencionadas. He hecho esto para
reforzar el hecho de que no estoy hablando de cualidades vagas que idealmente
debieran estar presentes si otro resultado vago ocurriera. Estoy presentando
condiciones que son mensurables, aún en el estado actual de nuestra tecnología,
y he sugerido operaciones específicas en cada instancia, a pesar de que estoy
seguro de que métodos más adecuados de medición, podrían ser ideados por un
investigador serio.
Mi propósito ha sido reforzar que, en mi opinión, estamos tratando con un
fenómeno en el cual el conocimiento de la dinámica, no es esencial para probar la
hipótesis. Así, para ilustrar desde otro campo: si una sustancia que muestra ser,
por una serie de operaciones, la sustancia conocida como ácido hidroclorhídrico,
es mezclado con otra sustancia que ha mostrado ser – por otra serie de
operaciones – hidróxido de sodio, entonces la sal y el agua serán el producto de
esta combinación. Esto es cierto, aunque uno considere los resultados como
debidos a la magia, o si uno lo explica en los términos más adecuados de la teoría
química moderna.

De la misma manera se está postulando aquí, que ciertas condiciones definidas


preceden a ciertos cambios definidos y que este hecho existe independientemente
a nuestro esfuerzo de dar cuenta de ello.

Las Hipótesis Resultantes

El mayor valor de establecer cualquier teoría, en términos inequívocos, es que


hipótesis específicas pueden ser desprendidas de ella, las que son susceptibles
de ser probadas o desaprobadas. Así, incluso si las condiciones que han sido
postuladas como necesarias y suficientes, son más incorrectas que correctas (las
que espero que así no sean). Ellas podrían aún avanzar la ciencia en este campo,
por proveer una base operacional de la cual el hecho podría ser extraído afuera
del error.

La hipótesis que se seguirán de la teoría dada serían de este orden:

 Si estas 6 condiciones (tal como fueran definidas operacionalmente) existen,


entonces cambios constructivos de la personalidad (tal como fueron definidas)
ocurrirán en el paciente.
 Si una o más de estas condiciones no está presente, cambios constructivos en
la personalidad no ocurrirán.
 Estas hipótesis se aplican (hold) en cualquier situación, aunque esta sea o no
etiquetada como “psicoterapia”.

Solo la condición uno es dicotomizable (está presente o no) y el resto de las cinco
ocurren en grado variable, cada una en su continuo. Si esto es cierto, otra
hipótesis sigue, y parece que esta sería la más fácilmente de probar:

 Si el conjunto de las 6 condiciones está presente, entonces mientras mayor


sea el grado en que las condiciones 2 a 6 existen, más marcado será el cambio
constructivo en la personalidad del paciente.

En el tiempo presente, estas hipótesis pueden ser sólo postuladas en esta forma
general, lo que implica que todas las condiciones tienen el mismo peso. Estudios
empíricos no durarán de hacer posible mucho más refinamiento de esta
hipótesis.

Podría ser, por ejemplo, que si la angustia es alta en el paciente, entonces las
otras condiciones son menos importantes, o si una consideración positiva
incondicional es alta. (como en el cariño de madre por su hijo), entonces
probablemente un grado modesto de empatía es suficiente. Pero, hasta el
momento, podemos sólo especular sobre tales posibilidades.

ALGUNAS IMPLICACIONES

Omisiones significativas

Si hay algún rasgo sorprendente en la formulación que ha sido dado como las
condiciones necesarias para la terapia, probablemente está en los elementos que
han sido omitidos.

Actualmente, en la práctica clínica, los terapeutas operan como si hubieran


muchas otras condiciones además de aquellas descritas, y las cuales serían
esenciales para la psicoterapia. Para aclarar esto es bueno mencionar unas
cuantas condiciones que, después de una cuidadosa consideración de nuestra
investigación y nuestra experiencia, no han sido incluidas.

Por ejemplo no se ha afirmado que estas condiciones son aplicables a un tipo de


paciente y que otras condiciones, son necesarias para producir cambio
psicoterapéutico con otros tipos de paciente. Probablemente ninguna idea es tan
prevalecientes en el trabajo clínico actual, como la de que uno trabaja con
neuróticos en cierta forma, y con psicóticos en otra forma; que ciertas
condiciones terapéuticas deben ser aplicadas para compulsivos, otra para
homosexuales, etc.

Por este gran peso de la opinión clínica en el sentido contrario, es que con cierto
“susto y temblor” yo adelanto el concepto que las condiciones esenciales en
psicoterapia existen en una configuración simple, aunque el cliente o paciente
pueda usarlo muy diferentemente.

No se ha afirmado que estas 6 condiciones son las condiciones esenciales para la


terapia centrada en el cliente y que otras condiciones son esenciales para otros
tipos de psicoterapia. Yo estoy cierto y fuertemente influenciado por mi propia
experiencia, y tal experiencia me ha conducido a un punto de vista que ha
llamado “centrado en el cliente”. Sin embargo, mi objetivo al exponer esta teoría
es establecer las condiciones que puedan aplicarse a cualquier situación en la
que ocurren cambios constructivos en la personalidad, aunque estemos
pensando en el psicoanálisis clásico o en cualquiera de sus modernos derivados,
o en la psicoterapia adleriana o en cualquier otra. Será obvio entonces que en mi
juicio, mucho de lo que es considerado esencial, empíricamente no lo será. El
probar algunas de las hipótesis señaladas echará luz en este problema. Podemos
por supuesto encontrar que varias terapias producen varios tipos de cambio de
personalidad, y que para cada psicoterapia se necesitan un conjunto separado de
condiciones. Hasta, y a menos que esto sea demostrado, estoy planteando la
hipótesis que la efectiva – psicoterapia de cualquier tipo, produce cambios
similares en la personalidad y la conducta, y que un conjunto simple de
precondiciones es necesario.
No se ha a firmado que la psicoterapia es una clase especial de relación, de
diferente tipo de aquellas otras que ocurren a diario. Es evidente, a pesar de ello,
que por breves momentos - al menos – muchas buenas relaciones cumplen las 6
condiciones.

Usualmente esto es solo momentáneamente, sin embargo, y entonces la empatía


falta, la consideración positiva se hace condicional, o la congruencia del
“terapeuta” amigo se cubre con cierto grado de fachada o defensividad. Así, la
relación terapéutica es vista como aumentando las cualidades constructivas que
existen en parte en otras relaciones, y como una extensión a través del tiempo de
las cualidades, las que en otras relaciones tienden, en el mejor de los casos, a ser
momentáneas.

No se ha afirmado que un conocimiento intelectual profesional especial –


psicológico, psiquiátrico, médico o religioso – sea requerido por el terapeuta. Las
condiciones 3, 4 y 5 que se aplican especialmente al terapeuta, son cualidades de
experiencia, no información intelectual. Si ellas tienen que ser adquiridas, deben
– en mi opinión – ser adquiridas a través de un “training” de experiencia, el que
puede ser aunque usualmente no es, una parte del “training” profesional. Me
preocupa mantener tal radical punto de vista, pero no puedo sacar otra
conclusión de mi experiencia. El “training” intelectual y la adquisición de
información tiene – creo – muy valiosos resultados, pero llegar a ser un terapeuta
no es uno de esos resultados.

No se ha afirmado que es necesario para a psicoterapia que el terapeuta tenga un


diagnóstico psicológico preciso del cliente. Aquí también me preocupa sostener
un punto de vista tan en desacuerdo con mis colegas clínicos. Cuando se precisa
de la gran cantidad de tiempo gastado en cualquier centro de higiene psicológica,
psiquiátrico o mental, en la exhaustiva evaluación psicológica del cliente o
paciente, debería esto servir para algo útil en lo que concierne a la psicoterapia.
Mientras más he observado terapeutas y más cercamente he estudiado
investigaciones tal como la hecha por FIEDLER y otros, más me he visto forzado
a concluir que tal conocimiento diagnóstico no es esencial a la psicoterapia.
Puede aún ser que su defensa como un preludio necesario a la psicoterapia sea
simplemente una alternativa protectora al reconocimiento que, para la mayor
parte, es una colosal pérdida de tiempo. Hay un solo un propósito útil, que he
sido capaz de observar, en relación con la psicoterapia. Algunos terapeutas no
pueden sentir seguridad en la relación con el cliente, a menos que posean cierto
conocimiento diagnóstico. Sin esto, se sienten atemorizados de él, incapacitados
para establecer empatía, incapacitados para experimentar una consideración
incondicional, encontrando necesario poner un pretexto en la relación. Si ellos
conocen de antemano impulsos suicidas, pueden tener quizás más aceptación
por ellos. Así, para algunos terapeutas, la seguridad que perciben en la
información diagnóstico, puede ser una base que les permita ser integrados en la
relación y experimentar empatía y completa aceptación. En estos casos el
diagnóstico psicológico sería ciertamente justificado al aumentar el confort, y por
tanto la efectividad del terapeuta. Pero si incluso aquí no parece ser precondición
básica para la psicoterapia.
Quizás he dado suficiente ilustraciones para indicar que las condiciones que ha
puesto hipotéticamente como necesarias y suficientes para la psicoterapia son
sorprendentes e inusuales, principalmente en virtud de los que ellas omiten. Si
fuéramos a determinar por un estudio de la conducta de los terapeutas aquellas
hipótesis que ellas consideran como necesarias a la psicoterapia, la lista sería
bastante más larga y compleja.

¿Es esta formulación Teórica Útil?

A parte de la satisfacción personal que da, como una aventura en la abstracción,


cuál es el valor de una declaración teórica tal como la ofrecida en este último
artículo?. Preferiré describir más completamente la utilidad que no puede tener.

En el campo de la investigación, puede dar tanto dirección como ímpetu. Desde


que se va a las condiciones del cambio de personalidad como generales, se
amplían grandemente las oportunidades de estudio. La psicoterapia no es la
única situación que tiene como fin el cambio constructivo de la personalidad.
Programas de entrenamiento de liderazgo en industrias, y programas de
entrenamiento para liderazgo militar, a menudo apuntan a tal cambio. Las
instituciones educacionales frecuentemente apuntan al desarrollo del carácter y
personalidad, tanto como de habilidades intelectuales. “Las agencias de la
comunidad” apuntan al cambio de la personalidad y conducta en delincuentes y
criminales. Tales programas proverán una oportunidad para probar ampliamente
las hipótesis ofrecidas. Si se encuentra que el cambio constructivo de
personalidad ocurre tales programas cuando las condiciones hipotéticas no son
cumplidas, entonces la teoría tendría que ser revisada. Sin embargo, las hipótesis
son apoyadas, entonces los resultados – tanto para la planificación de tales
programas como para nuestro conocimiento de las dinámicas humanas – serían
significativas.

En el campo de la psicoterapia misma, la aplicación de hipótesis consistentes al


trabajo de diversas escuelas terapéuticas, pueden resultar altamente
provechosas. De nuevo, la no comprobación de las hipótesis ofrecidas serían tan
importante como su confirmación; uno u otro resultado agregaría
significativamente a nuestro conocimiento.

Para la práctica de psicoterapia, la teoría también ofrece problemas significativos


que deben considerarse. Una de sus implicaciones es que las técnicas de
distintas terapias son relativamente poco importantes, excepto en el grado que
ellas sirvan como canales para el cumplimiento de una de las condiciones. En la
terapia centrada en el cliente – por ejemplo - la técnica de “reflejar sentimientos”
ha sido descrito y comentado en (6pp. 26 36). En términos de la teoría que aquí
se ha presentado esta técnica es de ningún modo una condición esencial de la
terapia. En el grado, sin embargo, en que provee un canal por el cual el terapeuta
comunica una sensible empatía y una consideración positiva incondicional,
entonces puede servir como un canal técnico por el cual las condiciones
esenciales de la terapia son llevadas a cabo.

En el mismo sentido, la teoría que he presentado varía como un valor no esencial


a la terapia, técnicas como la libre asociación, análisis de sueños, análisis de la
transferencia, hipnosis, etc. Cada una de estas técnicas pueden, sin embargo,
llegar a ser un canal para comunicar las condiciones esenciales que han sido
formuladas. Una interpretación puede darse, en el sentido que comunica la
consideración positiva incondicional del terapeuta. Una corriente de libre
asociación puede ser escuchada de alguna manera que comunique una empatía,
la que el terapeuta está experimentando. En el manejo de la transferencia un
terapeuta efectivo a menudo comunica su propia integridad y congruencia en la
relación. Similarmente para las otras técnicas. Pero así como estas técnicas
pueden comunicar los elementos que son esenciales para la terapia, así
cualquiera de ellos puede comunicar actitudes y experiencias claramente
contradictorias a las condiciones hipotéticas de la terapia. Los sentimientos
pueden “reflejarse” en una forma que comunica la falta de empatía del
terapeuta. Interpretaciones pueden darse en el sentido que indican la alta
consideración condicional del terapeuta. Cualquiera de las técnicas puede
comunicar el hecho de que el terapeuta está expresando una actitud en un nivel
superficial y otra actitud contradictoria que está escondida de su propia
consciencia. Así, un valor de tal formulación teórica como la que he ofrecido, es
que puede ayudar a los terapeutas a pensar más críticamente acerca de aquellos
elementos de su experiencia, actitudes y conductas que son esenciales a la
psicoterapia, y en aquellos que no son esenciales o incluso nocivos a la
psicoterapia.

Finalmente, en aquellos programas educacionales, militares e industriales, que


tienden hacia cambios constructivos en la estructura de la personalidad y
conducta del individuo, esta formulación puede servir como un criterio muy
tentativo a partir del cual se puede evaluar el programa.

Mientras no sea probado por la investigación, no puede ser pensado como un


criterio válido, pero en el campo de la psicoterapia puede ayudar a estimular el
análisis crítico y la formulación de condiciones o hipótesis alternativas.

RESUMEN

Seis condiciones emanadas de un gran contexto teórico, se postulan como


necesarias y suficientes para la iniciación del proceso del cambio constructivo de
la personalidad. Una breve explicación se da de cada condición, y se hacen
sugerencias de cómo cada una puede ser operacionalmente definidas para
propósitos de investigación.

Se indican las implicaciones de esta teoría para la investigación, la psicoterapia y


para programas educacionales y de entrenamiento que apuntan al cambio
constructivo de la personalidad.

Se ha señalado que muchas de las condiciones, que son comúnmente


consideradas como necesarias a la psicoterapia, son – en términos de esta teoría-
no esenciales.

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