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Tabla de contenidos
● Introducción
● A modo de presentación
● Cierre
● Bibliografía
Introducción
Segundo Moyano
En la presentación de este tercer módulo avanzamos sobre las ideas del módulo 2
para pensar el lazo social, ahora en su especificidad en el vínculo educativo.
Ubicaremos tres cuestiones como pilares que contribuyan a pensar en qué y cómo se
sostiene o se dificulta el vínculo educativo: los "contenidos de la cultura", "el maestro
en los discursos", y la "transferencia" . Es decir, estamos retomando y planteando otras
lentes que, desde la conversación entre pedagogía social y psicoanálisis, nos permitan
leer el particular vínculo que se establece entre quien enseña y quien aprende, y entre
cada uno de ellos y la cultura.
Entre los nombres del malestar seleccionados por muchos de ustedes, es posible
observar las fracturas en esos vínculos y, en particular, los modos en que las fracturas
se expresan de manera encubierta a través de exabruptos o desatenciones.
En la clase que hoy presentamos, Segundo Moyano ubica a los bienes culturales como
una terceridad en el vínculo educativo, en la relación del sujeto y su Otro. Se pregunta
por un lado, cuáles son los modos de tratamiento del lazo social desde esta perspectiva
y, por el otro lado, cuál es nuestra relación como agentes o profesionales de la
educación con los contenidos culturales.
En su recorrido, introduce los escenarios educativos a través de una pregunta: ¿por qué
hablar ahora de contenidos educativos? Avanza luego sobre una contextualización de
la actualidad educativa respecto de los contenidos y propone pensar un contrapunto
entre la adecuación y el atrevimiento en las propuestas educativas.
Acompañamos esta clase con las producciones artísticas en las que la letra tiene un
lugar privilegiado.
A modo de presentación
Hannah Arendt enuncia tres supuestos básicos para referirse a algunos aspectos a
considerar respecto de las crisis educativas. El primero de ellos lo relaciona de manera
directa con pérdida de autoridad en la cadena generacional entre adultos y niños,
destacando como resultado niños "librados a sí mismos" sin un referente adulto, que
parece tan sólo que "puede decir [al niño] que haga lo que quiera y después evitar que
ocurra lo peor". Un segundo supuesto añade a esta pérdida de autoridad y al abandono
de los niños a sus propias posibilidades, "la fuente más legítima de la autoridad del
profesor: ser una persona que, se mire por donde se mire, sabe más y puede hacer más
que sus discípulos". Y un tercero, centrado en dos sustituciones clave en los procesos
educativos: una, el trueque del "aprender por el hacer", con una intención de ir
desterrando la adquisición de conocimientos e ir reemplazándola por la enseñanza del
"arte de vivir", de las habilidades para relacionarse, y una segunda basada en el relevo
del "trabajo por el juego", donde se puede aprender jugando.
Así, estos tres supuestos de Arendt nos indican otras tantas apreciaciones respecto del
Estos escenarios educativos no los concerniremos tan sólo al marco escolar, sino que
subyacen en las reflexiones de ciertas aproximaciones generales al mundo de la
educación, incluyendo las prácticas de educación social. Ésta la entendemos, tal y
como plantea Núñez como diversas prácticas educativas "que operan sobre lo que lo
social define como problema. Es decir, trabaja en territorios de frontera entre lo que
las lógicas económicas y sociales van definiendo en términos de inclusión/exclusión
social, con el fin de paliar o, en su caso, transformar los efectos segregativos en los
sujetos".
Así pues, este primer punto dará cuenta del panorama educativo, en un sentido amplio,
respecto de los contenidos culturales que se transmiten.
El concepto de "vínculo educativo" se presenta como eje del modelo que proponemos
para tratar las cuestiones relacionadas con los contenidos. Así, el análisis de la
generación de esos vínculos nos permitirá contemplar el lugar de los contenidos
educativos en las prácticas.
Por último, tener en cuenta la particular posición pedagógica que nos permita los
recortes culturales necesarios para las propuestas de transmisión educativa. Esto es, la
Stuart Davis
-1951-
Las cuestiones acerca de los contenidos educativos han estado presentes a lo largo de
la historia de las ideas pedagógicas. Preguntas del tipo ¿qué enseñar? han acompañado
las orientaciones de las acciones educativas en términos de la transmisión y la
adquisición de recursos culturales valiosos que promuevan procesos de socialización
acordes con la época. La hipótesis que sostenemos se refiere al abandono sistemático
de este tipo de cuestiones acerca de los contenidos de los procesos de transmisión
educativa. Veamos cómo se contextualizan estos escenarios educativos actuales
Por lo que respecta a los sujetos de la educación, existen lecturas acerca de "sus
dificultades psicológicas y sociales; con poca tolerancia a la frustración; con nulo
interés por el saber; proclives a la irresponsabilidad; más preocupados por el carpe
diem que por el futuro; sin respeto por las generaciones adultas; inmersos en las
violencias. Así, aparecen expresiones como "sujetos apáticos, desertores, agresivos,
desinteresados o desmotivados". Parece surgir, entonces, otra cuestión inquietante:
¿sujetos sin deseo de aprender?
Señalemos, pues, esas dos cuestiones inquietantes: agentes sin deseo de enseñar y
sujetos sin deseo de aprender vienen a dibujar un paisaje yermo en el ya de por sí
desierto pedagógico de lo actual. Pocas veces a esos "sin deseo" se les añade un "qué".
Es decir, sin deseo de enseñar ¿qué? y sin deseo de aprender ¿qué? Un "qué" que
inaugura nuevas posiciones ante el saber. Preguntarnos sobre el "qué" obliga a re-
pasar, a re-pensar y a re-visar los contenidos educativos y nuestra relación con ellos. Es
decir, a dirigir la mirada hacia lo que vamos a señalar como "un punto de encuentro
entre el agente y el sujeto de la educación". Si no existe ese elemento, no hay
encuentro posible. Con su desaparición o su borrado lo que emerge es un par sin nada
que lo separe, por lo tanto, sin nada que lo una. Estalla la relación educativa y aparecen
otros tipos de relación en su lugar que poco o nada tienen que ver con la educación.
"Es pecado"
-2006-
Natasha Koshka
Esto, que a simple vista nos procura un marco más o menos reconocible en nuestras
instituciones y en el desempeño de nuestras funciones, requiere de una mirada que
habilite una relación particular entre esos tres elementos que configuran el vínculo
educativo: el agente, el sujeto y la cultura. Es decir, tan importante es señalar su
existencia, como construir una relación entre ellos, indicando las configuraciones y las
condiciones previas para que se produzca ese vínculo. Llegados a este punto conviene
rescatar las ideas de Johann Friedrich Herbart, quien en su obra Pedagogía General
(1806) ya anticipaba que en la configuración de este triángulo cobraba especial
importancia señalar un tercer elemento que mantuviera ocupados tanto al agente como
al sujeto. Se está refiriendo al saber acerca de la cultura, a los bienes culturales y
sociales que una sociedad oferta al sujeto de la educación. Así pues, tenemos un vértice
de ese triángulo simbólico (al agente) ocupado en el vértice de la cultura, del saber,
para que el vértice que corresponde al sujeto se ocupe, a su vez, de aprehender lo
cultural. ¿Por qué Herbart no cierra ese triángulo uniendo, a su vez, agente y sujeto?
Porque para él aquello que separa, une. O lo que es lo mismo, lo que actúa como una
separación deviene unión en otro lugar que define lo humano. La cultura actúa en el
acto educativo como lugar de encuentro, allí donde se significan los aprendizajes,
donde cobran forma y donde el sujeto más adelante los resignificará, los modelará, los
cambiará o, si cabe, incluso los desechará.
por qué cosas), de suponer sus posibilidades (aunque no sabemos cómo las pondrá a
trabajar) y sostener en el tiempo aquello que ofrecemos (aunque no sabemos cuándo se
apropiará de ello). Como habrán podido observar, nos estamos refiriendo a la
confianza. Ahora bien, una confianza que se asienta en un no saber. En un no saber
todo acerca del sujeto. Ciertamente, puede parecer paradójico el lugar que venimos
dibujando en torno a la posición del agente respecto de la posibilidad de construcción
del vínculo educativo. Y, posiblemente, así lo sea. Por un lado, hemos planteado su
necesaria disposición al saber, y por otro lado, la asentamos en un no saber. Veamos
brevemente de dónde procede esta aparente paradoja que suscita el lugar del agente.
El saber ser, saber estar y saber hacer borra una dimensión facultativa de aquel que
pretende ejercer la función que aparece como diferenciadora del resto de profesionales
del campo social: la función educativa. Esta dimensión que se borra tras la dilución que
se produce al establecer perfiles de carácter personal es una dimensión clásica, y puede
que por ello abandonada: la dimensión del saber. No podemos por menos que
recuperar las palabras del maestro y pedagogo Lorenzo Luzuriaga quien en 1960 decía:
"[...] el educador necesita una preparación especial para su profesión; esta
preparación es doble: de cultura general y de técnica pedagógica2 ". Esta propuesta
parece dirigirse a señalar los ejes fundamentales de la formación del educador, y esta
doble preparación necesita de una constante renovación del vínculo del educador con
su disciplina y con la cultura en un sentido amplio. Nuestra hipótesis es que para esa
renovación se precisa mantener una cierta disposición al saber. Si pensamos el agente
de la educación como un "pasador de cultura3 ", podemos considerar el lugar del
educador en relación a:
Este lugar no es estático, ni mucho menos definitivo, ya que requiere una posición
ética en relación al establecimiento y revisión de las propuestas educativas, en cada
sociedad y momento histórico; además de una disposición también al no saber. Esto es,
habilitar una posición respecto a lo que en filosofía se ha venido a llamar la docta
ignorancia, donde a partir precisamente de ese no saber puede llegar a tener lugar
una posición abierta al conocimiento, dispuesta a consentir y a aceptar que existe una
cuota de no saber acerca de lo que queremos transmitir y, sobretodo, acerca del sujeto.
Una postura, ésta, en clara oposición a la presentación del agente como un modelo a
seguir, que lo sabe "todo" acerca de "todo", incluido sobre lo que le pasa al sujeto. La
Hemos visto algunas consideraciones respecto del lugar que ocupa el agente en esa
relación ternaria que convenimos en denominar vínculo educativo. Es el turno del
vértice que configura el lugar de sujeto de la educación. Para ello, unas palabras del
pedagogo Philippe Meirieu que dicen así: "La educación, en realidad, ha de centrarse
en la relación entre el sujeto y el mundo humano que lo acoge. Su función es permitirle
construirse a sí mismo como "sujeto en el mundo": heredero de una historia en la que
sepa qué está en juego, capaz de comprender el presente y de inventar el futuro4 "
Ante esa imagen del niño encajonado en una clasificación social, alejada de los trazos
que Arendt y Meirieu le vislumbran como "sujeto en el mundo", las diferentes
instituciones de atención a la infancia deben poder ofertar un lugar que haga posible su
ocupación por parte de los niños y niñas que en ellas ingresen. Es decir, las
instituciones deben estar (pre)ocupadas por ofrecer lugares pensados desde la
educación que puedan ser ocupados por el sujeto. Así pues, se requiere de la
arquitectura necesaria para construir un lugar y poder así ofrecerlo para ser ocupado.
Es decir, tener en cuenta los elementos previos necesarios para permitir esa
construcción a ofertar para ser ocupada. En esta línea se debería procurar:
● Un modelo educativo que articule las exigencias sociales del mundo actual con
los intereses particulares del sujeto, con la finalidad de posibilitar lazos sociales
consistentes que permitan al sujeto amplios recorridos por lo social. En palabras,
de nuevo, de Meirieu9 "hacer sitio al que llega y ofrecerles los medios para
ocuparlo"
● La consideración inicial de que el sujeto es un enigma para el agente de la
educación. Esto supone la contemplación de la dimensión subjetiva del niño,
tener en cuenta la opacidad del sujeto (incluso para él mismo) y alejarse de la
mitificación a la que asistimos en torno a la idea de un sujeto transparente del
cual todo sabemos, incluso lo que necesita.
● Partir de que el trabajo educativo se lleva a cabo con los niños, no con las
problemáticas sociales con las que vienen definidos, procurando la tarea de huir
de las caracterizaciones propias de la adjetivación de las infancias.
● Que la oferta de trabajo educativo suponga la puesta de marcha de acciones
educativas que contemplen las particularidades del sujeto expresadas por sus
deseos, sus capacidades y contemplar sus intereses.
● Que la disposición del sujeto a ser educado contempla el trabajo para su
consentimiento. Sin embargo, la hipótesis que lanzamos se refiere a que, para
que se produzca consentimiento del sujeto, se ha de producir el consentimiento
del agente, es decir, el educador ha de consentir a educar, ha de autorizarse a
ejercer la función educativa.
Estas premisas caracterizan el lugar ofertado, si bien establecen los recorridos diversos
que cada sujeto realizará en el tránsito por la institución. Veamos, pues, cómo habilitar
un lugar diferente para aquellos que llegan a transitan por una institución.
En una reciente publicación10 un grupo de educadores señala dos tiempos en la
consideración y construcción del sujeto de la educación en una institución: hablan de
un primer momento que denominan "del caso al niño", que hace posible un segundo
momento que denominan "del niño al sujeto de la educación". Este relato, ciertamente,
supone un recorrido posibilitador de la emergencia del sujeto de la educación en la
institución. Ambos tiempos articulan, a la vez que propician, las consideraciones al
respecto que señalábamos como exigencias sociales del momento histórico y los
intereses particulares del sujeto. Es decir, facilitar respuestas educativas frente a la
encrucijada (paradojal en muchas ocasiones) entre los tiempos subjetivos y los tiempos
sociales (entre ellos los institucionales). La mirada que se nos aporta facilita la
incorporación, por un lado, del sujeto a la institución que lo acoge y, por otro,
contribuye a iniciar la propuesta educativa.
"Del caso al niño", así, supone sobrepasar la idea del niño explicado por otros que
recorre los circuitos institucionales, "el niño como propuesta", produciéndose un
tiempo de espera para la presentación del niño más allá de los informes que lo
acompañan. Se introduce, pues, el vector del enigma y habilita un lugar diferente que
se separa del estigma11 . Aquel que llega a la institución llega como un caso. No
obstante, es necesario operar una apertura institucional que facilite la posibilidad de
que algo de la dimensión subjetiva esté presente. Es decir, no planteamos obviar la
información, sino considerar que esa información no explica al sujeto, sino un cúmulo
de situaciones sociales subjetivadas por los ojos técnicos del que decreta su paso por
una institución. La mirada institucional se desvía hacia la sorpresa que nos aguarda, a
que el sujeto que se presenta no responde de manera automática a lo que se dice de él
en los informes escolares, médicos, sociales y/o psicológicos. Esta manera de mirar
produce efectos de realidad en la inscripción del sujeto en la institución.
El segundo tiempo a establecer en el trabajo con las infancias atendidas, para así
posibilitar la emergencia del sujeto de la educación, supone que la institución cuente
con el ofrecimiento de ese lugar. Es decir, que contemple un lugar que el sujeto quiera
ocupar para apropiarse de lo que le pertenece, el patrimonio social y cultural, y que
pueda, así, operar la posibilidad de un vínculo con lo social. El segundo momento, "del
niño al sujeto de la educación", establece los tiempos necesarios (en muchas ocasiones
superpuestos y discontinuos) para trabajar en relación a posibilitar la emergencia de los
intereses del niño, a escuchar más allá de las palabras y a suscitar el deseo de aprender.
La oferta que realicemos, en este caso, debe remitir a un lugar diferenciado, particular
e intencionado, más allá de lo que se define como "necesidad" que suponga un
trabajo de apropiación del sujeto. Este trabajo, por supuesto, supone una
responsabilidad y ésta, a su vez, demanda otra: la del agente y el ejercicio de su
función.
Referencias:
Trazas de la matriz
1998.
Natasha Koshka
Ocupémonos ahora, pues, del tercer elemento herbartiano: los contenidos educativos.
Un importante sustrato de estos contenidos tiene que ver con la exigencia actual de lo
social. Si bien los educadores hemos de saber en qué está fundamentada esa exigencia,
Estas preguntas facilitan cada vez un renovado acercamiento al lugar que ocupan los
contenidos educativos en este ambiente líquido de la modernidad actual,
donde los límites institucionales se desdibujan, los encargos se alejan de lo educativo y
se aproximan al control y la represión.
Estas cuestiones se han tomado como contenidos educativos. Contenidos con poco o
dudoso valor cultural, acompañados de un sinfín de técnicas relacionales
compensadoras que acrecientan la no-separación óptima entre el agente y el sujeto.
Posiblemente por su reciente historia y por su temor a confundirse con lo escolar,
muchas prácticas de educación social han convertido los contenidos en una suerte de
“happening” de actividades. Incluso responsables de instituciones proclaman a los
cuatro vientos que las actividades educativas más idóneas y actuales para una correcta
inserción social y laboral pasan por la bisutería, la creación de máscaras y la
cestería.
Así, la actualidad dibuja instituciones desbordadas que ofrecen recorridos vacíos para
los llamados a ocupar el enigmático lugar del sujeto de la educación. Si ante las
dificultades en las prácticas escolares decíamos que se percibe cierto abandono de los
contenidos, en las prácticas de la educación social las dificultades están promoviendo
más, si cabe, una construcción de contenidos aferrados a lo emocional, a lo
problemático y a lo urgente con renovadas técnicas de ayuda, de autoayuda y de
contención física y emocional.
Así pues, tanto en las prácticas escolares como en las de educación social, aunque con
matices, nos encontramos con cierta dimisión en relación con los contenidos. En un
caso, porque estos no dan respuestas inmediatas, no se adecuan a los nuevos retos ni
permiten abrir nuevos recorridos, y en el otro porque el lugar de los contenidos es
copado por una interminable lista de actividades biopsicosocioeducativas sin anclajes
epistemológicos, por lo tanto, condenadas a lo efímero y al olvido.
Ante esto, la pregunta que aparece es: ¿Qué estamos haciendo con la Pedagogía para
confundir (como punto de partida) efectos educativos (discutibles, pero al fin y al cabo
efectos posibles), con los contenidos de la transmisión educativa? Los contenidos que
se proponen en la actualidad son un fin en sí mismos, no posibilitan que los sujetos
puedan recorrer, transitar, descubrir, pensar, equivocarse o aprender.
Ante tal panorama, la opción, de nuevo, pasa por seguir re-inventando (e incluso
atreverse a inventar) como tarea continua y suministradora, precisamente, de
contenidos valiosos. Y esa re-invención debe partir de dos posibles elementos
generales: la adecuación de los contenidos a la época actual, y un cierto atrevimiento
en las propuestas para alejarse de esos contenidos exclusivamente para sujetos que
previamente han sido catalogados como candidatos a ser tolerantes con la frustración.
¿Qué hace entonces que una propuesta de contenidos educativos sea relevante
culturalmente hablando? El reto pasa, en primer lugar, por valorizar el legado cultural
con el que contamos y así poder relanzar al sujeto hacia la aprehensión de lo nuevo. La
constante búsqueda de esos contenidos permite encontrar nuevos recursos para
transmitir a los niños un interés por las producciones culturales (las viejas y las
nuevas), para promover apropiaciones de los sujetos, para abrir inciertos caminos en la
propia búsqueda.
tarea de establecer una relación consistente y rigurosa con el saber, con la cultura en
sentido amplio: he aquí un desafío. Ofrecer espacios donde las técnicas, los recursos y
las actividades a realizar con los sujetos cobren valor porque están enlazadas con el
acervo cultural de un tiempo y un espacio, y porque incorporan las nuevas
producciones y los nuevos intereses.
Proponíamos el vínculo educativo en términos de las relaciones que tanto agente como
sujeto mantenían con los contenidos culturales. Ahora más que nunca cabe rescatar los
dos vectores que unían ese triángulo sin base. Hemos venido planteando que algunas
de las dificultades de las prácticas deben actualizar el papel de los contenidos
educativos (ya sea por su ausencia o por su abandono) en el establecimiento de
vínculos consistentes. Si el agente de la educación no cree que los contenidos a
transmitir son valiosos, o si bien aún creyéndolo esos contenidos no responden a la
exigencia cultural del momento (en términos del saber humano), no los va a cargar de
interés. Si por otro lado, el sujeto sabe, detecta que esos contenidos no tienen ningún
valor responde a ello de maneras diversas que todos conocemos: apatía, desinterés... y
rebeldía. Por lo tanto, la transmisión educativa en tanto traspaso de la cultura no opera
porque, posiblemente, no se trata de una transmisión simple de contenidos, sino de una
transmisión del interés por los contenidos aunque para ello, curiosamente, éstos han de
existir. Sin ellos, no hay interés posible. El vector que une agente y contenidos ha de
estar cargado de interés por lo cultural, por deseo de transmitirlo. Así es como el vector
del sujeto se fortifica, se construye, se habilita. Entonces sí que algo de la educación
puede llegar a navegar en el líquido mar de lo actual.
Cierre
1964
Berlín, Alemania.
Foto
El autor sugiere dos actividades a los efectos de poner a trabajar las ideas que nos
propone:
A. Una lectura complementaria de una propuesta general de objetivos para las prácticas
educativas y sociales basada en cinco áreas de trabajo educativo (que figura en la
biblioteca de la clase 11).
La propuesta es elegir una de las áreas de trabajo educativo e inventar o re-inventar qué
contenidos posibilitarían la consecución de los objetivos contemplados. Un ejemplo:
qué recorte educativo podemos contemplar de un bien cultural como es el cine para dar
cuenta de alguno de los objetivos que se proponen en el área de sujeto social y entorno.
B. La lectura y análisis de un caso: "Un nuevo pacto con lo social: el caso B." (que
figura en la biblioteca de la clase 11) en base a las siguientes preguntas:
Esperamos que la clase les haya brindado insumos para abordar uno de los lugares
donde se localiza el malestar en la cultura educativa, al mismo tiempo que es una de las
vía privilegiadas para su abordaje: la relación con los contenidos de la cultura.
¡Hasta la próxima!
Bibliografía
Bibliografía citada
GARCÍA MOLINA, J. (2003): Dar (la) palabra. Deseo, don y ética en educación
social. Barcelona, Gedisa.
SERRA, S.: “Infancias y adolescencias: la pregunta por la educación en los límites del
discurso pedagógico" en VV.AA. (2003): Infancias y adolescencias. Teorías y
experiencias en el borde. La educación discute la noción de destino. Buenos Aires,
Fundación CEM – Noveduc.
Bibliografía básica
En la Biblioteca pueden encontrar una carpeta denominada clase 11, que contiene las
referencias y los links para acceder a la bibliografía básica con los textos que propone
MEDEL, E. (2003) “Un nuevo pacto con lo social: el caso B". Extracto de
“Experiencias: El sujeto de la educación" en TIZIO, H. (2003) (Coord.): Reinventar el
vínculo educativo: aportaciones de la Pedagogía Social y el Psicoanálisis. Barcelona:
Gedisa.
Bibliografía ampliatoria
Itinerario de lecturas
Para aquellos que deseen profundizar en el papel de los contenidos educativos les
proponemos las siguientes lecturas:
Nos propone el autor en el prefacio de esta obra: “Ante todo hemos querido «hacer
pensar» a los educadores, sobre todo, para reconocer con ellos el lugar irreduc-tible de
la interrogación ética e la práctica y la reflexión educativas. En-tendámonos: no
queremos ocuparnos aquí -al menos no direc-tamente- de la educación moral o de la
educación según la moral... dimensiones esenciales, ciertamente, pero que requie-ren
un enfoque distinto del que hemos adoptado. Se trata de intentar comprender qué es lo
que hay en juego en el nivel de la ética entre un educador y un educando, cuando
intentan vivir juntos, quieran que no, una aventura educativa".