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¿Cómo Enjuiciamos los Católicos a Nuestra

Iglesia?
Por José Ignacio Ibáñez R.
Los seres humanos somos críticos y, consecuentemente, formamos un juicio
determinado sobre aquello que conocemos, así es como evaluamos. Un juicio
recto y ponderado es indispensable para la mejora de la sociedad y no
cualquier opinión es beneficiosa. Por eso, los juicios legales buscan la
imparcialidad tanto del juez como del jurado, siendo esto imprescindible
para encontrar la verdad y cimentar la justicia y la paz.

Por otra parte, Cristo nos dice; "No juzguen y no serán juzgados" y poco
más adelante añade "¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la
viga en el tuyo?" (Mateo 7, 1 y 3). ¿Por qué el Señor nos ha dicho esto?
Jesús, profundo conocedor del corazón humano, sabía que clasificamos a
otros con rapidez; simpáticos o antipáticos, inteligentes o no, y muchas
otras categorías. Exageramos los defectos de los demás, mientras somos
muy tolerantes con nosotros mismos. Él quiere que evitemos los juicios
ligeros, parar la maledicencia y los falsos testimonios.

Creo que todos, durante nuestra vida, hemos tenido la fortuna de cambiar
de opinión respecto de muchas personas, que habiéndonos sido muy
antipáticas, e incluso que considerábamos enemigos nuestros, encontramos
de repente que nos han hecho un bien determinado y así, la animadversión se
transforma en amistad. Será esa la razón del dicho popular "Del odio al
amor hay un paso".

¿Cuántas veces, por prejuicios, hemos iniciado peleas? Una persona que no
nos saludó con la cortesía que esperábamos, posiblemente porque estaba
distraído, o tal otra que, cuando le pedimos ayuda, no respondió como
creímos, sin pensar que, en ese momento, dicha persona pudo haber tenido
un problema mucho mayor que el nuestro.

¿Cuántos pleitos se hubieren evitado con tolerancia y recto juicio? En lugar


de cultivar el "deporte" de la destrucción de la reputación ajena
fomentemos el respeto para el prójimo, buscando puntos de unión y
concordia. Para conocer las intenciones de otros, necesitaríamos meternos
en sus conciencias, y eso sólo lo puede hacer Dios.

Un tema relacionado con lo anterior es el respeto de los católicos para con


nuestra Iglesia. Nosotros creemos que la Iglesia es Madre, ya que nos lleva,
como una barca, a la felicidad celestial. Por mandato de Cristo la Iglesia es
fundada bajo la autoridad de Pedro y los apóstoles "tú eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no podrán contra
ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra
quedará atado en los Cielos" (Mateo 16, 18-19). Es decir que, por voluntad de
Él, existe una jerarquía en la Iglesia; "El que tenga oídos que oiga" (Mateo
13, 9).

¿Debemos eliminar nuestro juicio y criterio en lo que respecta a la Iglesia?


¿Ignorar las fallas que vemos dentro de ella? Por supuesto que no, si Dios
nos dio la capacidad de raciocinio y juicio, esto es algo bueno. Todo depende
cómo juzguemos, y tener la humildad de saber que somos nosotros los que
podemos estar equivocados. comenzando con humildad para reconocer que
nosotros podemos estar equivocados. La justicia debe conocer toda la
verdad para dar un veredicto de culpable, antes de esto los acusados tienen
que ser considerados inocentes.

No pretendo decir que personas ajenas a la Iglesia no la critiquen


abiertamente, eso sería ridículo. Gracias a Dios existe la libertad de
expresión. La Iglesia, santa por ser fundada por Cristo, y pecadora, por
estar formada por seres humanos, comete errores que, en una sociedad
libre, pueden y deben ser responsablemente enjuiciados por la opinión
pública. Sin embargo, no es correcto que nosotros los católicos, como hijos
de la Iglesia, actuemos como si fuésemos ajenos a ella.

Los que pertenecemos a la Iglesia Católica debemos amarla como a nuestra


propia mamá. Mamá nos engendró, y la Iglesia nos da a luz para la vida
eterna. Sin embargo, muchos de los que nos llamamos católicos la criticamos
hasta con desprecio.

Quisiera hacer un símil de la Iglesia, como madre, con una mamá; ¿Qué
haríamos en el caso hipotético de encontrar a nuestra mamá semidesnuda en
la calle? ¿Publicaríamos esto en los periódicos? O tal vez, ¿Convocaríamos a
los vecinos para que expresasen su opinión?, ¿Le llamaríamos públicamente
prostituta o loca?. No creo que nadie, que ame de verdad a su madre,
provocaría el escándalo, sino que, de manera diligente, la vestiría de
inmediato y, ayudado por su familia más cercana, buscaría la causa de ese
comportamiento. Estoy seguro que muchos venderían sus pertenencias para
pagar un tratamiento médico o psicológico, en caso de que fuese esto lo
indicado. Asimismo implorarían la ayuda de Dios en este trance.
El ejemplo anterior, y muchos otros, como sería el caso de un hijo que
tuviere problemas graves en su escuela, o una hija que ha sido embarazada,
etc. presentan claramente la necesidad de un trato íntimo y discreto. No
estamos hablando de simular u ocultar la verdad, sino de buscar el mayor
amor, delicadeza y comprensión para ayudar a resolver un problema de
aquellos a quienes queremos entrañablemente.

Un problema grave de nuestra familia nos ocasiona gran preocupación; ¿Por


qué no es lo mismo cuando se trata de la Iglesia? ¿Será que no la amamos de
verdad? ¿Qué actitud tomamos al saber sus fallas? ¿Oramos por ella?
¿Ponemos nuestro tiempo, esfuerzo y dedicación para mejorarla,
presentando a tiempo y destiempo nuestras inquietudes dentro de nuestra
Madre Iglesia? O por el contrario ¿Ayudamos a sus enemigos a destruir su
reputación?

San Bernardo, monje de clausura, salía con frecuencia del convento a visitar
obispos y sacerdotes que se encontraban descarriados y, gracias a Dios,
muchos volvieron al buen camino, para mayor gloria de Dios. El Papa Paulo
VI, a pesar de su débil salud y sus múltiples ocupaciones, se privaba de
horas de sueño para ayudar a sacerdotes con problemas.

Los laicos, como miembros de la Iglesia, también somos responsables de


hacerla crecer en santidad. La única forma de lograrlo es amándola
profundamente, orando por ella y nuestros pastores, comprometiéndonos de
corazón a ayudarla, al igual que auxiliaríamos a nuestra mamá o a nuestro
hijo, si estuvieren en problemas.

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