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En el año 2005 apareció una edición completa, la primera versión íntegra en español, de Vom

Kriege, del general Carl von Clausewitz (1780-1831). A nuestro juicio es éste un gran
acontecimiento editorial que ha pasado desapercibido para muchos. El síndrome pacifista
fundamentalista (SPF) hace que dirijamos nuestra atención a esta obra clásica de filosofía
política o de filosofía de la guerra enfocada desde una perspectiva realista.

Como bien afirma Raymond Aron: «La guerra es de todos los tiempos históricos y de todas
las civilizaciones.» Por lo tanto, es un fenómeno político y social fundamental, central en el
análisis de lo político y del Estado. Bueno es entonces leer a Clausewitz para estar esclarecido
y tener un juicio correcto acerca de la guerra y de la paz. Por lo demás, nada más alejado del
progresismo y del pensamiento Alicia que la polemología de Clausewitz. Podemos decir sin
temor a equivocarnos que la filosofía de la guerra del materialismo filosófico comprende la
doctrina de Clausewitz. El materialismo respecto a la guerra y la paz está ya establecido por
Clausewitz. Como bien dice Julien Freund, pareciera que Clausewitz haya captado la esencia
eterna de la guerra.

Clausewitz nos advierte de que «El capítulo primero del Libro Primero es el único que
considero completo; hará por lo menos al conjunto el servicio de indicar la dirección que
quería mantener en todo el texto.» De todos modos, en el resto de su obra, encontramos
indicaciones y análisis valiosos y pertinentes para entender lo que es la guerra.

Para empezar, la guerra es lucha, es combate. «La guerra no es más que un combate singular
ampliado.» Se trata de obligar al adversario o enemigo a obedecer nuestra voluntad utilizando
la violencia o la fuerza. «La guerra es pues un acto de violencia para obligar al contrario a
hacer nuestra voluntad». El enfoque teórico empleado por Clausewitz es el enfoque típico del
realismo político. La violencia física tiene una tendencia intrínseca y hay que decir que es
connatural a la guerra, el ascender a los extremos. En la guerra la bondad sobra, está de más.
En la guerra y en la política hay que ser estrictamente realistas. Hay que saber luchar y
combatir por todos los medios que estén a nuestro alcance. «Las almas filantrópicas podrían
fácilmente pensar que hay una manera artificial de desarmar o derrotar al adversario sin
causar demasiadas heridas, y que esa es la verdadera tendencia del arte de la guerra. Por bien
que suene esto, hay que destruir semejante error, porque en cosas tan peligrosas como la
guerra, aquellos errores que surgen de la bondad son justamente los peores. Dado que el uso
de la violencia física en todo su alcance no excluye en modo alguno la participación de la
inteligencia, aquel que se sirve de esa violencia sin reparar en sangre tendrá que tener ventaja
si el adversario no lo hace. Con eso marca la ley para el otro, y así ambos ascienden hasta el
extremo sin que haya más barrera que la correlación de fuerzas inherente.» Por esta razón,
Clausewitz afirma que «No queremos saber nada de generales que vencen sin sangre
humana.» No hay que asustarse ante lo real. Hay que dejar fuera las consideraciones
sentimentales si queremos pensar la guerra con rigor. «Así es como hay que ver esta cuestión,
y es una aspiración inútil, incluso falsa, dejar fuera de consideración la naturaleza de un
elemento por repugnancia ante su crudeza.» Por lo tanto, la guerra es un acto de violencia y
esta violencia no tiene límites. Cada uno al usar su violencia contra el otro, determina de
alguna manera la violencia recíproca. Por eso la ascensión a los extremos es algo que se
extrae de la propia definición de guerra como violencia. La guerra empuja a cada uno de los
contendientes a los extremos a los cuales sólo la acción y el peso del enemigo marcan sus
límites Clausewitz define la ascensión a los extremos por una triple acción recíproca: «Así
pues, repetimos nuestra frase: la guerra es un acto de violencia, y no hay límites en la
aplicación de la misma; cada uno marca la ley al otro, surge una relación mutua que, por su
concepto, tiene que conducir al extremo. Esta es la primera interacción y el primer extremo
con el que topamos.» «Mientras no he derrotado al adversario, tengo que temer que me
derrote, no soy por tanto dueño de mí mismo, sino que él me marca la ley igual que yo se la
marco a él. Ésta es la segunda interacción, que conduce al segundo extremo.» «Si queremos
derrotar al adversario, tenemos que medir nuestro esfuerzo por su capacidad de resistencia;
ésta se expresa por un producto cuyos factores son inseparables, y que es: el tamaño de los
recursos existentes y la fuerza de voluntad.

El tamaño de los recursos existentes se podría determinar, ya que se basa (aunque no del todo)
en cifras, pero la fuerza de voluntad es mucho más difícil de precisar, y sólo se puede estimar
por la fuerza de las motivaciones. Suponiendo que obtuviéramos de ese modo una
probabilidad aceptable de la capacidad de resistencia del adversario, podríamos medir
nuestros esfuerzos por ella y, o bien hacerlos tan grandes como para superarla o, en caso de
que nuestras capacidades no alcancen para ello, hacerlos tan grandes como nos sea posible.
Pero lo mismo hará el adversario; así pues, nueva escalada mutua, que en su mera concepción
tiene que tener una vez más la aspiración al extremo. Ésta es la tercera interacción y un tercer
extremo con el que topamos.»

El objetivo de la guerra es dejar indefenso al enemigo. Hay que dejar al enemigo incapaz de
recuperarse de las ofensas recibidas. Por eso la peor situación del enemigo es la indefensión
total. El objetivo de la guerra es la derrota del enemigo. La guerra tiene como objetivo la
aniquilación del enemigo, la ruina de su potencia.

La guerra es la continuación de la política por otros medios. «Vemos pues que la guerra no es
sólo un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación del tráfico
político, una ejecución del mismo por otros medios Lo que sigue siendo peculiar de la guerra
se refiere tan sólo a la naturaleza singular de sus medios. El arte militar en su conjunto, y el
general al mando en cada caso concreto, pueden exigir que las direcciones e intenciones de la
política no entren en contradicción con esos medios, y probablemente esa pretensión no sea
pequeña; pero, por mucho que influya en algún caso sobre las intenciones políticas, siempre
habrá de pensarse tan sólo como una modificación de las mismas, porque la intención política
es el fin, la guerra el medio, y nunca puede pensarse el medio sin el fin.»

La guerra es un acto político, es política. Es un instrumento político, de la política del Estado.


Al ser la guerra directamente un acto político, expresa, a decir de Julien Freund, la realidad
fundamental de la política, a saber, la dominación del hombre por el hombre. Por eso
Clausewitz insiste siempre en la importancia del mando político y militar. Como la guerra es
un medio político para obtener objetivos políticos, nunca constituye un fin en sí mismo. Por
eso los políticos no deben estar sometidos a los militares, sino justamente a la inversa. La
guerra no es algo autónomo y separado de lo político. Es política. Es una forma de hacer
política con otros medios, el combate, la fuerza, la violencia.

Además, la guerra es como un juego en el que interviene el azar. «Sólo falta pues el azar para
convertirla en juego y es de lo que menos carece.

Vemos pues lo mucho que la naturaleza objetiva de la guerra la convierte en un cálculo de


probabilidades: solamente hace falta un elemento para convertirla en juego, y sin duda no
carece de ese elemento: es el azar. No hay ninguna actividad humana que esté tan constante y
generalmente en contacto con el azar como la guerra.Pero con el azar, ocupa gran espacio en
ella la incertidumbre, y con ella la suerte.»
Pero además, no sólo desde un punto de vista objetivo la guerra es juego. También ocurre que
lo es desde un punto de vista subjetivo.

Como la guerra es un acto político, «no tenemos que pensar la guerra como una cosa
autónoma, sino como un instrumento político.» Por eso las guerras se distinguen entre sí por
los fines políticos que persiguen. Si la política se caracteriza como dijo Carl Schmitt por la
distinción entre el amigo y el enemigo, podemos decir que la guerra y la paz son las
situaciones más típicas de la dialéctica de amigo y enemigo. A decir verdad, como vamos
viendo, no hay mucho que añadir al análisis teórico que Clausewitz hizo de la guerra. No hay
muchos datos esenciales que añadir a tal análisis.

La guerra es una trinidad de 1) violencia (odio y enemistad), 2) azar y 3) instrumento político.


«Así que la guerra no sólo es un auténtico camaleón, porque en cada caso concreto modifica
en algo su naturaleza, sino que además, en lo que respecta a sus manifestaciones globales, en
relación con las tendencias que en ella predominan, es una fantástica trinidad compuesta de la
violencia originaria de su elemento, el odio y la enemistad –que han de considerarse un ciego
instinto elemental–, del juego de las probabilidades y del azar –que la convierten en una libre
actividad del espíritu– y de su naturaleza subordinada de herramienta política, que la hace
caer dentro del mero entendimiento.

La primera de esas tres caras está vuelta hacia el pueblo, la segunda más hacia el general y la
tercera más hacia el Gobierno.»

El objetivo de la guerra es, como se ha señalado más arriba, la aniquilación de las fuerzas
armadas del enemigo. Aniquilación del enemigo significa que las fuerzas del enemigo deben
ser incapaces de proseguir la lucha. «En el combate, toda la actividad está orientada a la
aniquilación del adversario, o más bien de sus fuerzas armadas, porque está dentro de su
concepto mismo; la aniquilación de las fuerzas enemigas es por tanto siempre el medio para
alcanzar el fin del combate.»

El general es como el político y el filósofo. Su actividad es una actividad de segundo grado


que presupone la existencia previa de otras actividades humanas. «El general no tiene por qué
ser ni un erudito estadista ni historiador ni publicista, pero tiene que estar familiarizado con la
vida superior del Estado, las orientaciones implantadas, los intereses suscitados, las cuestiones
pendientes, y conocer y valorar correctamente a las personas que actúan en ella; no necesita
ser un fino observador del ser humano, ni un sutil disecador del carácter humano, pero tiene
que conocer el carácter, la forma de pensar y costumbres, los peculiares defectos y ventajas de
aquellos a los que ha de mandar.»

Kant había afirmado años antes que el comercio era una vía hacia la paz perpetua. Clausewitz
coincide en ello con Kant. Por eso la guerra tiene efectos saludables sobre la moral política
del pueblo. La paz perpetua no es deseable, tendría consecuencias nefastas para la moral
política y para la potencia del Estado. «Ahora bien, en nuestros tiempos apenas hay otro
medio de elevar el espíritu del pueblo en este sentido que precisamente la guerra, y la audaz
dirección de la misma. Sólo con ella se puede contrarrestar esa blandura del ánimo, esa
tendencia a esa confortable sensación a la que se somete un pueblo que goza de un creciente
bienestar y de una elevada actividad del comercio.Sólo cuando el carácter del pueblo y la
costumbre de la guerra se sustentan mutuamente en constante interrelación puede un pueblo
esperar tener un puesto asentado en el mundo político.»
Hemos visto cómo la guerra implica la ascensión a los extremos. Sin embargo, en realidad las
cosas son distintas. Clausewitz distingue entre guerra absoluta y guerra real.

Cuando la guerra se hace verdadera guerra, tanto más destaca la decisión, la batalla decisiva
que decide el curso de la guerra en un sentido u otro. «Cuanto más se convierte la guerra en
verdadera guerra, cuanto más se convierte en liquidación del enemigo, en odio, en mutua
superación, tanto más se reúne toda la actividad en sangrienta batalla, y con tanto más fuerza
se destaca la batalla principal.»

La «guerra absoluta» es la guerra en la cual se asciende a los extremos sin restricción alguna.
La guerra absoluta está entregada a la pura violencia.

«En la forma absoluta de la guerra, donde todo ocurre por razones necesarias, todo se
ensambla con rapidez, donde no hay, si puede decirse así, espacios intermedios neutrales y sin
esencia, sólo hay, debido a las múltiples interacciones que la guerra encierra en sí, debido a la
cohesión que, en sentido estricto, guarda toda la sie de combates sucesivos, debido al punto
culminante de cada victoria, más allá del cual se entra en el ámbito de las pérdidas y derrotas,
debido a todas estas circunstancias naturales de la guerra, digo, sólo hay un éxito, y es el éxito
final.»

Cuando hay una guerra entre dos Estados, la política obstaculiza el movimiento ascensional
hacia los extremos. Entonces los beligerantes renuncian a llegar al extremo. Esta es la guerra
llamada por Clausewitz, «guerra real». Muy raras son las guerras que llegan a ser guerras
absolutas. Cuando tiene lugar una guerra absoluta, hay coincidencia entre el objetivo militar y
el político y la guerra absorbe a la política, al contrario de lo que ocurre en las guerras reales,
en las que la política absorbe a la guerra. La guerra absoluta es la guerra en sí y para sí, con su
propia lógica interna inmanente e independiente de lo político. La guerra absoluta designa el
concepto de guerra considerado en sí mismo independientemente de todo lo demás y enfocada
desde un punto de vista exclusivamente militar. La guerra real es la guerra tal y como se ha
desenvuelto realmente en la historia.

Así pues, hay que saludar la aparición de la gran obra de Clausewitz en español e íntegra. Hay
que felicitarse de la edición de un gran clásico del realismo político aplicado a la guerra.

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