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Edward Winter
En cada generación existen unos pocos maestros que concentran la atención de los
aficionados y críticos de ajedrez. Esta atención se intensifica particularmente en aquel que
posee la corona del campeonato. Los comentarios son variados y su manifestación
adquiere formas diversas. La mayoría de los aficionados solo observan los resultados y
fundan su opinión solamente, o casi solamente, en el mayor o menor éxito del campeón.
Algunos pocos, sin embargo, expertos del juego, entre los cuales figuran principalmente
los otros maestros, profundizan más la cuestión, siendo sus opiniones influenciadas por
numerosos factores ajenos al hecho de “ganar o perder”. Aunque existen muchos aspectos
dignos de tomarse en consideración, la opinión de los expertos se funda, por lo general, en
los tres siguientes: Profundidad, Poder de Combinación y Estilo. Por “Profundidad”, se
comprende la mayor o menor aptitud para considerar las posibilidades de las posiciones
difíciles, o en otros términos, el juicio de posición.
Y por “Estilo”, se comprende el sistema general del juego sea éste sencillo o complicado,
lento y sólido o brillante y emprendedor.
Si se considera el Ajedrez como una ciencia exacta, es evidente que sólo debe existir una
norma justa para jugar, sea esta la que sea, y sólo restaría encontrarla. Si se considera
como un arte, entonces deben existir diversas normas, y la elección depende por completo
de las características individuales del jugador. Este se inclina naturalmente al tipo de juego
en el cual su genio se manifiesta superior.
La gran mayoría del público aficionado y también una mayoría aunque más reducida de
los expertos, es en el estilo en que fundan su preferencia por el campeón de una generación
sobre todos los demás campeones. Empezando con Labourdonnais hasta el presente, e
incluyendo a Lasker, encontramos que el estilista evidentemente más grande ha sido
Morphy. De aquí la razón, aunque pudiera no ser la única, por la cual es generalmente
aclamado como el más grande de todos. Lahourdonnais sólo parece haber tenido éxito en
posiciones complicadas de ataques directos al Rey, en los que la superficialidad no estaba
excluida. Siempre buscaba esa clase de juego y prácticamente no jugaba otra cosa. Su
estilo, por consiguiente, carecía de claridad y a menudo de energía.
Steinitz fue mejor estilista en sus comienzos que en sus periodos finales. Se inició como un
brillante jugador de juegos abiertos. Y terminó como el prototipo del estilo en extremo
cerrado. Alguna vez debió pasar forzosa, aunque fugazmente a través de ese término
medio feliz, del cual pudo conseguir el tipo perfecto. Fue él quien estableció por vez
primera los principios básicos de la verdadera estrategia general del juego. Fue también un
“pioneer” así como uno de los más profundos investigadores de las ocultas verdades del
juego.
En cierta época jugo bien las aperturas, pero más tarde convirtió sus principios en
caprichos, debilitando así las probabilidades de triunfo en las luchas serias contra algunos
de sus más formidables adversarios. Su poder de combinación era muy grande. También
era un finísimo jugador de finales, y en efecto es condición esencial para ser Campeón del
Mundo ser un fuerte jugador de finales. Era muy tenaz y en su juventud, cuando jugaba en
su mejor forma, era casi invencible.
Lasker, genio nato desarrollado por durísimo trabajo en su temprana carrera, nunca adoptó
un tipo de juego que pudiera ser clasificado como un estilo definido. Tan es así, en efecto,
que ello ha movido a algunos maestros a afirmar que Lasker carece absolutamente de
estilo. La verdad es que si su estilo debiera ser clasificado, correspondería hacerlo
solamente como “indefinido”. Se ha dicho que él es individualista, que juega más contra el
jugador y sus defectos que contra la posición de las piezas. Esto es exacto hasta cierto
punto respecto a muchos jugadores, y tal vez exista una gran cantidad en este caso, pero no
creo que esa afirmación pueda tomarse en forma absoluta. En los últimos años, en que he
tenido la oportunidad de observarlo en algunos de sus juegos, me ha parecido que
cambiaba de táctica a menudo, aun contra el mismo jugador. El defecto de su estilo es que
su juego parece generalmente anormal. Uno de los más grandes jugadores durante el
periodo de Lasker como campeón, ha dicho que existía en su juego algo misterioso que no
podía comprender. Por otra parte, Lasker posee grandes cualidades. Es muy tenaz. Puede
defender malas posiciones admirablemente bien. En este sentido tuvo tanto éxito durante
su larga carrera de campeón, que finalmente, ello se transformó en un defecto que lo
condujo a veces a pensar que podría defender posiciones, que realmente no hubieran
podido sostenerse contra un juego correcto. En posesión del ataque puede conducirlo hasta
el fin, como muy pocos jugadores podrían hacerlo.
En los finales mantuvo por largo tiempo la reputación de no tener igual. Llegado a un final
donde tenga ventaja ganadora, por pequeña que ésta sea, se puede contar casi con la
certeza de que gana el juego. Muy pocas victorias se le han escapado en los finales. En
cambio, si lleva la peor parte, su adversario no puede permitirse la libertad de concederle
el menor chance. Su poder de combinación en el medio del juego, es también muy grande.
Morphy fue un gran estilista. En la apertura pugno por desarrollar todas las piezas
rápidamente. Desarrollarlas y ponerlas velozmente en acción era su idea. En este sentido,
desde el punto de vista del estilo, era completamente correcto. En su tiempo, la cuestión
“posición” no era propiamente comprendida, excepto por él mismo. Esto le aporto como
consecuencia enormes ventajas, por lo cual no merece sino elogios. Pudiera decirse de él
que fue el precursor del desarrollo en esa importantísima parte del juego. Hizo un estudio
especial de las aperturas, con tanto éxito, que en muchas de sus partidas, después de seis
jugadas, sus adversarios estaban en posición inferior. También es esto digno de elogio, ya
que en aquellos tiempos disponía de escasos elementos para guiarse. Pensaban los
jugadores de la época que los ataques violentos contra el Rey y otras combinaciones de ese
género eran las únicas cosas dignas de considerarse. Puede decirse que empezaban
haciendo combinaciones desde la primera jugada, sin prestar suficiente atención a la
cuestión desarrollo, cosa en la cual Morphy era sumamente cuidadoso. Sus partidas
demuestran que poseía excelentísimo estilo de juego. Era sencillo y directo, sin
rebuscamientos y aunque no buscaba complicaciones tampoco las eludía, lo que constituye
la verdadera manera de jugar. Era buen finalista y demostró ser hábil en la defensa de
posiciones difíciles. Su poder de combinación bastaba completamente para las cosas que
emprendía, pero eso no fue, como piensan la mayor parte de los jugadores de hoy día, el
más grande activo de su repertorio. Este activo lo constituía su estilo, que allá hasta donde
pudo ser juzgado, era perfecto.
Muy a menudo se oye decir que Morphy ha sido el jugador más fuerte que ha, habido en el
mundo. A nuestro juicio aseveraciones de esta índole son absurdas, pues no solo carecen
de fundamento, sino que es de todo punto imposible probarlas. Sólo se podrían hacer
comparaciones basadas en el resultado de sus matches, y de acuerdo con el volumen de sus
adversarios. Si hiciéramos esas comparaciones el resultado sería desastroso para las
aseveraciones de los admiradores del gran maestro del pasado.
Pero Morphy no solo fue ampliamente el jugador más fuerte de su época sino que además
fue un creador en el ajedrez, y el prototipo de lo que podría llamarse el estilo perfecto. En
cuanto al resultado de las contiendas, hay varias cosas que considerar. Hay una sobre todo,
escasamente conocida. Nos referimos al hecho de que el gran maestro americano nunca
jugaba partidas sueltas por divertirse, sino que cada vez que jugaba, ponía en la partida
todo lo que sabía, es decir, que para él, cualquier partida que jugaba asumía en seguida,
por así decirlo, las proporciones de una partida de match. No creemos que ningún otro
jugador haya hecho eso; por consiguiente a él solo debe juzgársele por sus grandes
matches, especialmente contra Andersen y Harwitz. Una simple relectura de las partidas de
esos dos matches demostrará que apenas hubo en ellos alguna que otra combinación de las
llamadas brillantes. En contra de la creencia general, producto de la ignorancia, la fuerza
principal de Morphy no estaba en su poder de combinación, sino en su juego de posición y
en su estilo general. La verdad es que solo se pueden hacer combinaciones cuando la
posición lo permite. La mayor parte de las partidas de esos dos matches las ganó Morphy
de una manera directa y sencilla, y es en ese proceder sencillo y lógico que radica la
verdadera belleza de su juego, contemplado desde el punto de vista de los grandes
maestros.
Sin duda alguna, la ciencia del Ajedrez ha sido muy desarrollada en los últimos sesenta
años. Cada día los jugadores ofrecen más resistencia y mayores son los requisitos y
condiciones necesarias para poder sobrepujar a los demás maestros.
En pocas palabras, la conducta ideal de juego sería: Desarrollo rápido de las piezas a
puntos estratégicos utilizables, para el ataque o la defensa teniendo en cuenta que los dos
elementos principales son Tiempo y Posición.
„Recuerdo claramente mi primera partida de ajedrez. Yo acababa de pasar los cuatro años
– hace 23 años atrás. Deprimido con un sentimiento de aburrimiento, los cuales son
causados frecuentemente por los días calurosos en La Habana, y habiendo fracasado en mi
búsqueda de algo interesante en las acciones o historias de los soldados del Castillo del
Morro, donde era mi costumbre pasar la mayor parte del día. Dirigí mis pasos hacia una de
las torres de la fortaleza, para buscar con mi padre la manera de salir de este agobiante
aburrimiento.
Conviene aclarar que mi padre, era un buen soldado, pero mal ajedrecista. Él cumplía
servicio como teniente en la división de caballería del ejército Español designado en La
Habana, en el Castillo del Morro.
Cuando entré a las habitaciones de mi padre, vi una escena que de inmediato captó mi
atención. En el centro del recinto estaba sentado mi padre, con la cabeza apoyada en la
palma de las manos, sus ojos mirando fijamente la mesa. Enfrente a él se hallaba otro
oficial, en idéntica actitud; ambos parecían absortos y nadie decía una palabra.
Sin alterar el silencio reinante, me situé ante la mesa de manera que pudiera ver
cómodamente lo que acontecía. Mi curiosidad infantil pronto comenzó a crecer hasta
transformarse en maravillado asombro; al ver cómo mi padre movía aquellas peculiares
piezas talladas de una casilla a otra del tablero, sentí una espontánea fascinación por aquel
juego.
Tuve la impresión de que aquello debía tener alguna significación militar, de acuerdo al
interés que ambos soldados manifestaban. Entonces comencé a concentrar mi atención
para descubrir cómo debían moverse aquellas piezas. Al terminar la partida estaba seguro
de haber aprendido las reglas del juego.
Comenzó una segunda partida; en aquel momento, ni el embrujo de un cuento de “Las mil
y una noches” me hubiera fascinado tanto. Seguí cada movimiento con apasionada
atención; habiendo resuelto el primer misterio del ajedrez – el movimiento de las piezas –
comencé a observar los principios que regían el juego.
Aunque sólo tenía cuatro años en aquel momento, aprecié muy pronto que una partida de
ajedrez debía compararse con una batalla militar; algo que implicaba un ataque por parte
de uno de los jugadores, y la correspondiente defensa por parte del otro. Acciones de esta
naturaleza siempre causaban una profunda impresión en mí. Recuerdo con qué deleite
solía escuchar las historias de los soldados sobre la captura de un reducto o la emboscada
de un ejército.
Creo que mi temprana y muy poderosa atracción por el ajedrez tiene relación con la
mentalidad que había desarrollado debido al entorno militar que me rodeaba, así como a
una peculiar intuición.
Aquella tarde ocurrió un incidente que marcaría toda mi carrera de ajedrecista. Durante la
segunda partida, noté que mi padre había movido un caballo no de acuerdo a las reglas, lo
que no fue advertido por su rival. Mantuve un escrupuloso silencio hasta el final del juego,
y entonces hice notar a mi padre su error.
Al principio me trató con la característica tolerancia del padre que escucha una tontería de
la boca de su hijo pequeño; mis crecientes protestas, producto de la convicción que tenía
de haber adquirido un nuevo e importante conocimiento, así como las dudas surgidas en su
oponente, le llevaron muy pronto a preguntarse si, realmente, no había cometido una
equivocación. Sabía, sin embargo, que yo no había visto jamás disputar antes una partida
de ajedrez, y me dijo, con mucha discreción, que dudaba mucho de que yo supiera
realmente de qué estaba hablando.
Mi respuesta fue desafiarlo a jugar una partida; no sé si creyó que yo me había vuelto loco,
o si quiso darme una lección y evitar nuevos momentos incómodos delante de su amigo,
pero lo cierto es que aceptó mi desafío, esperando sin duda una rápida capitulación de mí
parte.
Cuando la partida se aproximó a su final, no puedo decir si estaba más afectado por el
asombro, la mortificación o el placer, porque le gané mi primera partida de ajedrez.
Después de este incidente, los amigos de mi padre comentaban insistentemente que yo era
un niño con facultades especiales. Algunos de ellos llegaron incluso a llamarme un
prodigio, y a predecir que indudablemente llegaría a convertirme en uno de los más
grandes maestros de ajedrez del mundo. Cuando aún recuerdo aquellos días, me siento
bien de no haber sido considerado un niño maravilla. No recuerdo que fuese
particularmente bendecido con los atributos que acompañan a un genio, como
comúnmente se coloca en las biografías – el reconocimiento precoz de la inmensidad de la
naturaleza, de la belleza y la complejidad del cosmos, y toda esa clase de cosas.
Como particularidad de hecho, aprecio como uno de mis talentos especiales mi habilidad
más que común para el tan eminentemente mundano pero noble juego del béisbol
americano. ¡Tal cosa, seguramente, debe ser ajena al genio!
Aquel individuo con gafas y bigote, después de hacerme un examen, anuncio a la manera
de un vidente que yo poseía una capacidad cerebral extraordinaria para un niño de mi
edad, y aconsejo que debían de prohibirme jugar al ajedrez.
Yo estaba realmente decepcionado, ya que mi amor por el juego se había convertido en
una pasión. No fue hasta que cumplí los ocho años de edad que, a razón de la insistente
solicitud de los amigos de mi padre, que él consintió en llevarme al Club de Ajedrez de La
Habana, el cual en aquel tiempo contaba entre sus numerosos miembros con varios
jugadores de marcada reputación. Aquí reanude el juego, pero sólo a una escala moderada;
y pronto tuve el placer de enfrentarme con los mejores jugadores del club.
La primera partida que jugué con un adversario de reputación mundial fue cuando
Taubenhaus, el famoso experto parisino, visitó La Habana. En aquella época yo tenía
apenas cinco años de edad. Taubenhaus me ofreció la dama de ventaja, y cuando
terminamos la primera partida él jugó otra en las mismas condiciones. Algunos años atrás,
cuando fui de visita a París, después del torneo San Sebastián, encontré a Taubenhaus, y en
nuestra conversación él habló de esas dos partidas, diciendo que él había tenido la
impresión de haber perdido ambas.
„La experiencia en el ajedrez, como en todas las cosas, se asocia generalmente con
hombres mayores, pero en el caso de un hombre que comenzó a jugar al ajedrez casi desde
el momento en que nació, tenemos incluso a una edad temprana la mezcla excepcional de
relativa juventud con madurez por experiencia.
Las inclinaciones y aptitudes del hombre para cualquier actividad suele manifestarse en la
temprana infancia, y son a menudo el resultado de algún evento especial que ha atraído el
interés del niño más allá de los límites normales. En mi caso se trató de uno de los
históricos encuentros entre Steinitz-Chigorin, muy comentado por aquel tiempo en La
Habana. Yo tenía entonces cuatro años. El segundo evento fue la visita de Pillsbury a La
Habana cuando tenía 11 años de edad. Yo era entonces un jugador promedio, pero el lector
bien puede imaginarse la impresión plasmada en la imaginación de un niño por un hombre
que podía jugar dieciséis o más partidas de ajedrez simultáneas a la ciega al mismo tiempo
que disputaba varias partidas de damas también a la ciega y una mano doble de whist.
Aunque en desacuerdo con la opinión de dos o tres periodistas viejos y obstinados que se
hacen pasar por críticos de ajedrez, yo siempre he tenido una imaginación muy viva, la
cual he logrado controlar en parte después de una larga lucha, esto con el fin de utilizarla
para un mejor propósito de acuerdo con los requisitos de la ocasión. El efecto de las
exhibiciones de Pillsbury fue inmediato. Literalmente me electrifico, y con el
consentimiento de mis padres comencé a visitar regularmente el Club de Ajedrez de La
Habana. Progrese muy rápidamente y alcance la primera categoría en tres meses, y yo no
tenía más de doce años cuando derrote el campeón de Cuba en un match. El match fue un
tanto dramático; el vencedor sería el primer jugador en anotarse cuatro victorias. Empecé
por perder las dos primeras partidas. A causa de mi edad, tuve la simpatía de la gran
mayoría de los ajedrecistas y del público en general, y su decepción después de un
comienzo tan desastroso puede imaginarse fácilmente. Con prácticamente solo una
excepción, la de mi apenado amigo A. Fiol, todos los aficionados y expertos me daban por
perdido. La opinión general fue que yo era inferior al campeón. Debo confesar que yo
tenía sentimientos muy similares, y que estaba intimidado por el gran conocimiento
técnico de mi rival. Yo no tenía nada que oponer a su experiencia, excepto mi gran
imaginación y una habilidad, ya evidente, de jugar los finales de partida con una
considerable precisión. Mi amigo Fiol me animo en mi determinación de mejorar. Como
resultado, pude ganar cuatro partidas antes de que mi adversario pudiera sumar un solo
punto más a su marcador.
En ese tiempo estaba algo delgado y pequeño para mi edad. Un día en una ciudad de
provincias me llevaron a uno de los clubes de la localidad. En un rincón de la sala dos
señores mayores estaban jugando. Como no había nadie alrededor me senté y los observé
jugar .Ya de niño estaba acostumbrado a estar sentado en silencio mientras miraba a otros
jugar. Muchas veces he visto los errores más espantosos sin decir una palabra hasta que me
preguntaban. En esa ocasión, cuando terminaron la partida, uno de los caballeros tuvo que
salir, y el otro, no viendo a ninguno de sus adversarios habituales alrededor, me preguntó
si yo sabía jugar. Como yo había estado tan callado, pensó que podía no saber. Le contesté
que sí y rápidamente me ofreció la ventaja de un caballo, dijo que le interesaba ver cómo
jugaba yo, y a la vez me informo que él era el mejor ajedrecista del pueblo. Siempre he
tenido como costumbre aceptar cuando me ofrecían cualquier ventaja.
Consecuentemente acepté la ventaja propuesta así que nos sentamos a jugar. El caballero
se sorprendió un poco del rápido resultado, y, después de probar una partida más en
desventaja, se dio cuenta que yo era un fuerte ajedrecista, y me propuso seguir jugando
pero sin ventaja. Después de que perdió la primera partida dijo que no estaba en buena
forma. Después de la segunda partida dijo que debía de estar enfermo y muy por debajo de
su nivel habitual, y para cuando perdió la tercera partida no había una sola enfermedad que
no tuviera. Entonces me atreví a ofrecerle un caballo de ventaja, el cual aceptó indignado
para demostrarme que yo presumía demasiado. Esta vez fue una verdadera lucha, pero
finalmente el caballero, probablemente agotado, tuvo que abandonar. Él estaba tan
avergonzado que se puso su sombrero y apenas dijo adiós. Pero volvió en seguida y me
preguntó mi nombre, algo que él había olvidado hacer antes de jugar. Al enterarse,
recuperó su orgullo inmediatamente, y se disculpó por haberme dado ventaja, agregando
que él nunca hubiese imaginado que un niño pequeño pudiese jugar de la manera como lo
hice. Ésta fue la primera y una de las más interesantes de muchas experiencias similares.
En el verano de 1904 me traslade a los Estados Unidos para aprender inglés y prepararme
para ingresar a la Universidad de Columbia.
Un par de años más tarde tuve la experiencia más insólita de mi vida en el ajedrez. Yo
estaba entonces en la Universidad de Columbia, pero visitaba con frecuencia el Club de
Ajedrez de Manhattan. Dr. Lasker vivía por entonces en Nueva York. Una noche, cuando
estaba en el club, él entró. Yo estaba en ese momento reconocido como el jugador más
fuerte del club. Dr. Lasker me hizo el cumplido de pedirme que examine con él una cierta
posición que le había intrigado considerablemente, y acerca de la cual él aún no había
tomado una decisión. Cuando nos sentamos algunos de los jugadores fuertes del club se
acercaron a mirar, y de paso a ofrecer sugerencias, pero naturalmente, con el debido
respeto a la presencia del entonces campeón del mundo. Habíamos estado allí cerca de
media hora sin haber llegado a una conclusión definitiva, cuando un joven bien vestido
entró, dijo: “Buenas noches”, se sentó junto al Dr. Lasker, y preguntó cuál era la
naturaleza del asunto en cuestión. Inmediatamente después de que se le informo él
procedió a tratar las sugerencias del Dr. Lasker de una manera bastante arrogante, y se
comprometió a mostrarnos que no sabíamos de lo que estábamos tratando. Lo miré con
asombro, pero, al ver su expresión despreocupada y la aparente familiaridad con que
trataba al Dr. Lasker, llegué a la conclusión que era un íntimo amigo del campeón, y por lo
tanto no dije nada. No pasó mucho tiempo para que el Dr. Lasker le mostrara al joven lo
poco que realmente sabía sobre el asunto en cuestión. El joven pronto se levantó, dijo:
“Buenas noches” y se fue. Ya no pude contenerme por más tiempo, y por eso le pregunte
al Dr. Lasker quien era su amigo. Su respuesta fue que él nunca había visto al joven antes,
y que había pensado todo el tiempo que el joven era un íntimo amigo mío – una situación
verdaderamente asombrosa. Ambos habíamos tratado al joven con una gran consideración
porque cada uno pensaba que era un íntimo amigo del otro, cuando, de hecho, ninguno de
los dos lo había visto nunca antes.
A principios de 1911 crucé el Atlántico por primera vez, para participar en el Gran Torneo
Internacional de San Sebastián, España. Tan exigentes eran los requisitos para competir
que sólo 16 jugadores en todo el mundo tenían derecho a participar. De éstos, 15, todos
excepto Lasker, aceptaron la invitación. Algunas dudas habían surgido en cuanto a mi
derecho a participar, y algunos de los jugadores eran muy escépticos en cuanto a la
reputación que había adquirido al otro lado del océano. Tuve la satisfacción y la buena
fortuna de silenciar a mis críticos al ganar, no sólo el primer puesto, sino también el
premio especial a la belleza por la partida más brillante del torneo. Los críticos de ajedrez
comentaron que yo jugaba muy rápidamente, y que siempre me levantaba y caminaba por
los alrededores mientras que mi oponente estaba pensando. En los Estados Unidos, donde
los aficionados habían visto mi progreso paso a paso, mis hábitos eran tan familiares que
no llamó la atención ninguno de los comentarios sobre el tema. Se daba por sentado que
iba a jugar mucho más rápido que cualquiera de mis oponentes, y que iba a estar
caminando una gran parte del tiempo durante el desarrollo de la partida. Pero en Europa,
en cambio me veían por primera vez, el contraste no dejó de llamar la atención. Estaban
acostumbrados a ver a los jugadores más fuertes, cuando se enfrentan entre sí, usar todo, o
casi todo, el tiempo del que disponen, y rara vez se levantan y caminan. En este punto – el
cual despertó comentarios un considerable tiempo, y desde entonces ha sido un tema de
especulación – hay algunas consideraciones que me gustaría presentar.
A finales de 1911 le envié un reto al Dr. Lasker para jugar por el campeonato del mundo.
Las negociaciones apenas habían comenzado cuando llegaron a su fin, porque el Dr.
Lasker, a causa de alguna ofensa imaginaria, se negó a recibirme. Cualesquiera que
pudieran haber sido sus verdaderas razones, fue un error grave de su parte. Yo era en ese
momento solamente un jugador de ajedrez natural con la misma fuerza que tengo ahora,
pero sin el conocimiento que desde entonces he adquirido a través de la experiencia y el
pensamiento arduo. A la luz de mi conocimiento actual creo que sus posibilidades de ganar
en ese entonces habrían sido excelentes.
Si él entonces hubiera jugado y ganado, el efecto moral de por sí habría sido siempre una
poderosa arma en sus manos. Su aplazamiento del encuentro, esperando, posiblemente,
que el evento nunca llegara a realizarse, fue un error que estaba destinado a ser fatal.
Aparte de otras consideraciones, la moraleja que podemos aprender de esto es: aceptar
siempre un reto, y jugar contra el retador tan pronto como se cumplan las condiciones
requeridas. El solo hecho de que el campeón está listo para jugar de inmediato hará al
retador pensar que sus posibilidades no son demasiado buenas. El campeón siempre tiene a
su favor una fuerza moral que sólo puede ser aumentada demostrando que no tiene miedo
en absoluto de su oponente.
Después de lucir como seguro ganador, termine en segundo lugar – medio punto por detrás
del Dr. Lasker. Aquel fue mi último contratiempo. Desde entonces ha ganado todos los
torneos en los que he participado, y gane los dos matches que he jugado: uno contra
Kostic, quien abandono después de perder cinco partidas consecutivas, y el otro contra el
Dr. Lasker, por el campeonato del mundo, el cual abandono cuando el marcador estaba
cuatro a cero en su contra. Cuánto tiempo voy a mantener el campeonato nadie puede
decirlo. Mi predecesor lo retuvo hasta los 53 años. Si lo puedo mantener hasta que tenga
50, me sentiré satisfecho. Una cosa es cierta: siempre estaré dispuesto a defenderlo en
cualquier momento.‟
Capablanca en la English Review
Edward Winter
Capablanca escribió un relato del torneo de Moscú 1925, junto con sus propuestas para una
nueva forma de ajedrez, en la Revista Bimestre Cubana de la Sociedad Económica de Amigos
del País, Volumen XXI, Número 2, Marzo-Abril de 1926. A continuación presentamos la
traducción:
Las peripecias del último gran Torneo Internacional de Ajedrez verificado en Moscow, ha
dado lugar a un sin número de comentarios. Antes de comenzar, se suponía que la lucha
por el primer puesto sería entre el doctor Lasker y yo. Sin embargo, muy pronto cambió el
escenario. EI Dr. Lasker es verdad que comenzó muy bien, pero hubo otros como
Bogoljuboff, Rubinstein y Marshall viejos maestros que no le iban en zaga. Además el
joven Torre, jugador nuevo, de poca fama, llevaba tal impulso, que no hacía más que
anotarse puntos a su favor y ya bastante avanzada la contienda no faltaba quien creyese
que el talentoso jugador mejicano daría un gran golpe inesperado llevándose el puesto de
honor. Mientras todo esto sucedía, yo el “campeón mundial”, estaba haciendo un papel de
lo más desairado y por primera vez en mi vida me encontraba casi a la cola del torneo, tan
lejos de los primeros puestos que ya nadie me tomaba en consideración para el resultado
final en lo referente a los primeros lugares.
En esta situación, de buenas a primeras, se produjo un cambio. Los diferentes factores que
actúan en estas luchas comenzaron a producir distintos efectos según las circunstancias. La
tensión que produce una lucha de esta naturaleza tuvo su primera víctima en Rubinstein.
Comenzó a perder un día tras otro y pronto quedó descartado. Marshall y Torre tuvieron
sus tropiezos. Lasker de pronto también pareció a su vez no poder resistir la marcha. Sólo
quedó en pie, por así decir, Bogoljuboff. Por mi parte, con la práctica de los primeros
rounds y hostigado por un par de derrotas a manos de jugadores inferiores Logré al fin
entrar en el espíritu de la lucha y pude mediante un gran esfuerzo, concentrar algo más mis
facultades para el esfuerzo consecutivo necesario y así de día en día, no sólo fui mejorando
mi posición en el torneo sino que al final estaba ya llegando al máximo de mi fuerza. La
descripción anterior explica el orden definitivo al final de la contienda. Bogoljuboff a
pesar de la derrota que sufrió conmigo, llevaba tanta ventaja que quedó en primer lugar por
amplio margen. Lasker con su gran experiencia pudo capear el temporal y ocupar el
segundo puesto por medio punto. Yo, ganando siete y haciendo dos tablas de los últimos
nueve juegos llegue al tercer lugar. Marshall haciendo uso de su experiencia se mantuvo lo
suficientemente bien para terminar en cuarto. Torre que estuvo solo por un día en primer
lugar, gracias a la ventaja enorme que llevaba, quedó empatado para quinto y sexto puesto
con Tartakower, Este último reaccionó admirablemente durante los últimos tres rounds de
la contienda.
No digo esto por vanidad, pues en el ajedrez al menos, nunca he sido vanidoso; lo digo por
convicción, admitiendo desde luego la posibilidad de estar equivocado. Pero aceptemos
que aún no hemos llegado a eso, es decir, que no hay absolutamente nadie hoy día capaz
de hacer tablas a voluntad. Aun así nos encontramos con que la técnica ha avanzado de tal
manera que hoy día hay jugadores de segunda categoría entre los grandes maestros que a
fuerza de sus conocimientos enciclopédicos se hacen casi invencibles. Y si esto es ahora y
las tres cuartas partes de ese camino se ha andado solo en los últimos veinte años, ¿qué
sucederá dentro de cincuenta años?
Pensad que grandes maestros de verdadera clase superior como Alekhine y Bogoljuboff,
hombres jóvenes, conocen cuanta variante existe en el desarrollo de una apertura que haya
sido usada con frecuencia por los otros maestros; que Alekhine, por ejemplo que solo tiene
33 años conoce cuanta partida ha sido jugada en un torneo o match cualquiera en los
últimos veinticinco años, que la analogía en el desenvolvimiento técnico de la mayor parte
de las aperturas es tal que aun cuando se invierta el orden de las jugadas o se haga algo
nuevo o desconocido, es relativamente fácil encontrar la respuesta justa. Pensad todo esto,
aun sin contar otros aspectos más por el estilo, que serían de difícil explicación y harían
este trabajo demasiado largo, y llegareis a la conclusión de que hay que pensar muy
seriamente en lo tocante a las tablas, si no se quiere llegar al momento en que haya varios
jugadores del todo invencibles.
En realidad hoy existe un ajedrez aparte, por así decir, que solo comprenden los más
selectos de los grandes maestros y del que muy a menudo forma parte de una técnica
altamente desarrollada que ya hoy amenaza con igualar el talento al genio y que de llegar a
conseguirlo haría del ajedrez algo parecido a lo que es hoy el juego de damas. Pese, pues, a
la vieja historia ajedrecista y a los miles de volúmenes escritos sobre ajedrez en un tablero
de 64 casillas, es necesario evitar lo que sin duda sería un desastre. Para evitar que por
algunos siglos al menos la técnica pueda de nuevo convertirse en factor tan dominante, he
sugerido ampliar el campo de operaciones. Haciéndolo mayor, las combinaciones serían
mayores y por consiguiente más difíciles e interesantes. La parte artística tendría mayor
campo, sin cambiar para nada los principios estratégicos fundamentales. Para cambiar solo
aquello que sea necesario he sugerido que en lugar de 64 casillas, hayan cien, esto es, un
tablero de 10 x 10 en lugar de uno de 8 x 8. Habrá por consiguiente dos peones más, y
también dos piezas grandes más, atrás. Para completar la clase de movimientos, una de las
piezas tendrá el movimiento combinado de alfil y caballo y la otra de torre y caballo. Una
se colocará del lado de la dama y la otra del lado del Rey. Los peones, en lugar de tener
opción de marchar uno o dos pasos podrán marchar uno, dos o tres pasos.
No es necesario ser vidente para fijarse claramente en la imaginación una vista panorámica
de lo que sería el nuevo ajedrez. Si hoy día hay a veces posiciones tan ampliadas que el
maestro se ve apurado por resolverlas, que no sucedería en un campo de acción casi el
doble del actual y con elementos de gran calibre no existentes hoy día?
Lo que el aficionado generalmente aprecia con mayor facilidad en una partida de ajedrez
son las pequeñas combinaciones llamadas brillantes. Y digo pequeñas, porque cuando las
combinaciones son de mayor cuantía el aficionado por lo general no las comprende.
Respecto a los grandes maestros, éstos a su vez, se deleitan por lo general con las
combinaciones de mayor cuantía. Hoy día, con los elementos actuales y con una técnica
altamente desarrollada las combinaciones de mayor cuantía son rarísimas y las
oportunidades para llevarlas a cabo difícilmente se presentan. Con las innovaciones
expuestas, tanto el aficionado como el maestro podrían a menudo deleitarse con el tipo de
combinaciones al alcance de cada uno de ellos
Para no prolongar esta disertación y al mismo tiempo indicar algo que podría suceder en la
práctica, basta decir que una de las nuevas piezas, la que tendría el movimiento combinado
de alfil y caballo, podría por si sola vencer al rey contrario, cosa imposible hoy día.
Habría dos clases de ajedrez: uno el actual y otro más avanzado, solo para los maestros,
pero que sería comprendido por todos aquellos conocedores del ajedrez actual.‟
Capablanca acerca de Maróczy
Edward Winter
Géza Maróczy
„Hablando con uno de los mejores aficionados de Nueva York a propósito de la enseñanza
del ajedrez de acuerdo con los principios generales por mí sostenidos, decía él:
“Indudablemente que si los tratados de los grandes maestros dedicaran más atención a los
principios fundamentales del ajedrez, los aficionados tendrían una comprensión más
amplia y más exacta del mérito de muchas de las partidas que a diario se producen”.
Me viene a la mente, a propósito de esto, la realidad de que una de las razones que me
permitieron durante muchos años hacer records nunca igualados en partidas simultáneas
fue la aplicación continua de esos principios. Aún hoy día es gracias a ellos que todavía
puedo enfrentarme con éxito contra veinte o veinticinco jugadores de primera clase en
cualquier club del mundo.
Como ajedrecista sólo le faltó un poco más de imaginación y espíritu agresivo. Su juicio
de la posición, cualidad máxima del verdadero maestro, fue excelente mientras se mantuvo
en las lides del tablero. Jugador muy preciso y excelente finalista, adquirió renombre como
experto en finales de Dama.
En un torneo de hace muchos años ganó un final de Caballos contra el maestro vienés
Marco, que ha pasado a la historia como uno de los grandes clásicos en esa clase de
finales.
El gran maestro Teichmann tenía un gran respeto por su habilidad. Recuerdo que durante
el gran torneo internacional de San Sebastián de 1911, me hablaba un día Teichmann de
los contendientes del torneo, y me decía: “Maroczy es un jugador muy profundo y juega
muy bien los finales; en buena forma, es un contendiente muy peligroso en esta clase de
torneos.”
Como saben mis lectores, ese fue mi primer torneo en Europa, y tuve la buena suerte de
ganarlo. En esa época yo no conocía a los grandes maestros de Europa y sólo gracias a la
bondad de algunos de ellos, como Teichmann, Schlechter, Maroczy y Tarrasch, pude
enterarme de muchas de sus cualidades y del verdadero valor con que se consideraban los
unos a los otros. Los rusos, representados por Rubinstein, Bernstein y Nimzowitch, se
mantenían aparte y no tenían las simpatías de los demás jugadores. De todo lo que se decía
podía deducirse que Tarrasch, Schlechter, Maroczy y Rubinstein eran considerados como
los más fuertes. Pero volvamos a Maroczy, de quien estamos tratando.
Allá por el año 29, cuando ya Maroczy andaba alrededor de los sesenta años y hacía ya
tiempo que no participaba en los grandes torneos, los jóvenes jugadores húngaros
comenzaron a decir que Maroczy había pasado a la historia, que los jugadores nuevos eran
superiores a los jugadores de su época, y argumentaban en la misma forma que hacen hoy
día los jugadores jóvenes con respecto a los maestros de hace veinte o treinta años.
Maroczy me contó todo y me dijo: “Estos jóvenes jugadores húngaros no valen gran cosa.
Juegan bien, pero sólo son, a lo más, jugadores de segundo o tercer orden. No conocen el
verdadero juego, el juego de los grandes maestros; pero se creen que saben mucho y se
dejan decir que son los más fuertes que yo, por mi parte – me decía –, estoy ya viejo. Yo
no tengo el interés de antes; pero me han mortificado tanto sus pretensiones que les he
dicho que estoy dispuesto a jugarles un match a cualquiera de ellos.”
Estas palabras de Maroczy dieron como resultado que se organizase un match entre uno de
los jóvenes húngaros [Géza Nagy] que acababa de ganar el campeonato de Hungría y el
viejo gran maestro. El resultado del match fue un éxito completo para Maroczy, pues su
adversario perdió cinco partidas y no pudo anotarse un solo punto a su favor.
Maroczy era un buen profesor y entrenador para jugadores de talento. Gran parte del éxito
de miss Menchick se debe al tiempo que Maroczy le dedicó cuando la actual campeona del
mundo entre las mujeres era joven y se hallaba en Hasting. En aquella época, miss
Menchick era solamente una jugadora joven, con talento, pero que hasta entonces no había
demostrado mayor fuerza. Maroczy, que a la sazón residía en Hatstings, se dio cuenta de la
habilidad natural de la joven y se dedicó a enseñarla. La discípula ha hecho honor al
maestro. No hay duda que miss Menchick es muy superior a cuantas jugadoras se han
conocido hasta ahora.
Si se tiene en cuenta que por el año 1900 Maroczy era uno de los primeros jugadores del
mundo y que treinta años más tarde todavía era capaz de dar tan tremenda paliza al
campeón de Hungría, hay que convenir que para comparar a otro jugador con él será
necesaria una actuación semejante por un período de tiempo más o menos igual. Esto trae
a colación la cuestión de si los jugadores de hoy son tan fuertes o más que los jugadores de
hace treinta años.
Los jugadores modernos creen que ellos saben más y son más fuertes que los jugadores de
hace treinta años. En mi opinión, esto es un error de marca mayor. Un grupo de jugadores
como Tarrasch, Schlechter, Maroczy, Rubinstein, Lasker y yo, tal como éramos hace
treinta años, no existe hoy día, ni creo que haya existido nunca. Y tómese en consideración
que no nombro a Bernstein, Marshall, Duras, Vidmar, Teichmann, Janowsky y
Nimzowitch, Spielman y Tartakover, todos ganadores de torneos y matchs de importancia.
Maroczy, gran admirador de Morphy, publicó hace años la mejor colección de las partidas
del famoso maestro americano recopilada hasta esa fecha.
Esta es una síntesis, a grandes rasgos, de la simpática figura del gran maestro húngaro.‟
Capablanca en San Sebastián, 1912
Edward Winter
„Al comienzo de esta evaluación crítica, debo señalar que las debilidades de los jugadores,
como sus puntos fuertes, son relativas dentro del círculo al cual pertenecen, pues la
debilidad de un jugador comparado con otros participantes en el torneo ya no sería una
debilidad en el contexto de los jugadores ligeramente menos fuertes. En el ajedrez, como
en la vida, todo es relativo.
Rubinstein, que, en los tableros de ajedrez, es la gloria de Rusia, nació en Lodz en 1882, y
tiene por lo tanto 30 años. Él es sumamente perspicaz y un profundo estudioso del juego,
esto debido a que él estudia durante dos o tres horas todas las mañana, es un gran
admirador de Morphy, cuyas partidas probablemente conoce de memoria. Él es muy
observador y cuando, en San Sebastián 1911, yo me estaba divirtiendo jugando partidas
rápidas contra el Dr. Bernstein, su compatriota, siempre venía a observar el encuentro, a
menudo haciendo la observación de que yo poseía una habilidad táctica superior a la de
cualquier otro. Esta es una prueba clara de la modestia del gran experto ruso.
Sus aperturas son sólidas porque juega sólo lo que ha estudiado en mayor profundidad. Su
desempeño en el medio juego es digno del gran maestro que es, también esta generalmente
aceptado que es extraordinariamente fuerte en los finales. De esto se puede deducir que el
maestro ruso es muy difícil de vencer. Para vencerlo hay que ir paso a paso y con mucho
cuidado, porque siempre está preparando trampas para su oponente.
Sus principales éxitos han sido Carlsbad de 1907, primer lugar, Ostend 1907, primer y
segundo lugar igualado con Bernstein, San Petersburgo, 1909, primer y segundo lugar
igualado con Lasker, campeón del mundo, a quien venció en su primera partida individual;
San Sebastián 1911, segundo y tercer lugar igualado con Vidmar, y, finalmente, San
Sebastián 1912, primer lugar.
Rubinstein nunca ha estado debajo del tercero lugar en un torneo internacional, lo cual es
un récord que no ha sido igualado por ningún otro jugador excepto Lasker. Hoy Rubinstein
es, en mi opinión, el más fuerte jugador europeo, junto con Lasker, quien como campeón
del mundo, tiene derecho a ser considerado como el primero.
Spielmann y Nimzowitsch, que empataron el segundo y tercer lugar, son hoy dos de los
mejores exponentes de la brillantez de la vieja escuela, de acuerdo con la teoría de la
escuela moderna. En otras palabras, a pesar de reconocer los principios solidos de la
escuela moderna, atacan con la determinación y la brillantez que caracterizó a los antiguos
jugadores. Su juego es similar en ciertos aspectos. Ambos juegan cosas que otros maestros
dejan a un lado, y las continuaciones que eligen, aunque muy brillantes, no son el resultado
de la profundidad de conocimiento que les permite ver una victoria segura, sino que se
deben a la influencia de lo que se llama “juicio posicional”. Es decir, no ven una
combinación hasta el final y no pueden estar seguros de lo que va a suceder, pero creen
que está bien y que la posición que obtendrán les dará un ataque que debe ganar de una u
otra manera, y así se embarcan en esa línea, incluso sacrificando piezas para llevar a cabo
sus planes. Algunas veces sucede que estaban equivocados y pierden, pero a veces
también, a pesar de haberse equivocado, la posición resultante es tan difícil que el
oponente no ve el camino correcto, equivoca el rumbo y pierde.
A pesar de estas similitudes, sus estilos son diferentes en aspectos importantes. Spielmann
es netamente un jugador de ataque. Nimzowitsch es un gran jugador posicional y su
destreza táctica en el medio juego es, a mi juicio, superior a la de cualquier otro
competidor en San Sebastián. Spielmann es mejor en los finales ya que el experto ruso, por
alguna razón que no puedo explicar, es débil en esta fase del juego y a veces pierde un
final difícil sin ninguna razón.
Dr. Tarrasch ha estudiado y sigue estudiando, el juego en gran parte, y la teoría moderna
han avanzado bajo su impulso. A veces juega los primeros 15 movimientos de una partida
a gran velocidad, lo cual en un jugador tan tranquilo y reflexivo como él, es prueba
evidente que todo ha sido estudiado y preparado. Contra mí en San Sebastián 1911 hizo
sus primeros 16 movimientos en tres minutos. Su estilo se caracteriza por la solidez, trata
de construir un muro de acero y deja a su oponente chocar contra el. Él hará grandes
esfuerzos para obtener o mantener un peón, y esto a menudo cuesta al juego. Finalmente,
aunque esto no tiene que ver con el ajedrez, sino más bien el carácter personal del
ajedrecista, el Dr. Tarrasch es un gran admirador de la música y de la belleza femenina.‟
Conferencia de Capablanca (1932)
Edward Winter
„El ajedrez no es un tema muy fácil para una conferencia. Los aspectos que pueden tratarse
son muy variados; hay también que tomar en cuenta la gran diferencia en la fuerza de
juego de los que escuchan, lo que da como resultado que es casi imposible en una sola
conferencia indicar o mostrar algo que sea de beneficio particular a un grupo específico.
Seguramente entre el público hay un gran número de jugadores fuertes y me imagino que
hay un número aún más grande de jugadores poco experimentados. Por consiguiente creo
que sería mejor ilustrar los temas hasta donde sea posible que sean comprendidos por
aquéllos que no son tan fuertes en lugar de hacerlo para aquéllos que son de la primera
categoría. Puede ser que estos últimos requieran un poco de ayuda, pero para los otros
indudablemente la necesidad es mucho más grande. Por consiguiente, esta tarde voy a
limitarme a los temas generales para el beneficio de jugadores quienes nosotros podríamos
llamar de fuerza elemental. Puede ser que algunos jugadores fuertes encuentren también
algo que sea útil para ellos, y puede haber también mucho para los jugadores débiles, pero
mi objeto es alcanzar la masa de jugadores de mediana fuerza.
Cualquiera que desea progresar en ajedrez debe considerar el juego como un todo que
puede ser dividido en tres partes. La primera es la fase a la que la mayoría de las personas
consagra la mayoría del tiempo y estudio: la apertura. La segunda se llama el Medio juego
y viene inmediatamente después de la apertura. Esta fase se estudia menos que la de la
apertura y puede ser, tal vez, la fase menos estudiada de los tres. Por último, la tercera
fase, el Final, que la mayoría tampoco estudia con la misma atención y devoción que
dedica a las aperturas. Hace once años escribí un libro, y en lugar de empezar, como todos
los libros lo hacen, con la apertura, yo empecé con el final, pues creo que ese el tema
adecuado y apropiado para empezar. Uno comprende inmediatamente que es mucho más
fácil manejar una o dos piezas que todas las piezas juntas. Es más, es un hecho curioso
pero verdadero, históricamente comprobado, que ningún jugador llega a campeón mundial
o al menos retador por el título a menos que preste atención a estudiar de una manera seria
el Final y se convierta en un virtuoso de esta fase de la partida. Los finales y su
conocimiento son esenciales pues es allí donde la mayoría de los maestros fuertes son
débiles; es decir, esta fase del juego no se estudia con la misma atención que las otras. Para
los que desean progresar yo les recomendaría que estudien el libro al que yo me referí. Se
llama Fundamentos del Ajedrez y, como he dicho, empieza con el estudio de los finales.
Después de los finales, mi libro se ocupa de una serie de posiciones del medio juego que es
muy probable ocurran en cualquier partida y las cuales sirven como un modelo para lograr
el resultado deseado. Y finalmente, cuando usted esté, por así decirlo, aburrido de estudiar
estas fases, entonces será el momento para empezar a estudiar las aperturas, ya que las
aperturas son simplemente el principio de la partida y debe llevar a una de las otras dos
fases.
En general, cuando desarrolla su juego el blanco, debe apuntar por mantener la iniciativa,
ya que iniciativa es la única ventaja que tienen las blancas de tener la primera jugada. No
debe abandonarse a menos que se obtenga una compensación. Esta compensación puede
ser un peón, la ganancia material más pequeña, o puede ser una posición sumamente fuerte
que salvaguarde el juego contra el ataque del oponente. De otra manera el blanco debe
mantener la iniciativa que significa mantener el ataque. Las negras, por su parte, deben
restringirse a marcar tiempo, mientras intentan tomar la iniciativa a su vez. El resultado del
juego depende de ello, porque el jugador que lleva la iniciativa tiene todas las ventajas y,
excepto si comete un error, todas las oportunidades de ganar.
En la fase de desarrollo del juego hay muchas aperturas para escoger, pero todas tratan de
obtener y mantener el control del centro. El centro del tablero comprende las cuatro
casillas e4, e5, d4 y d5, que son el punto focal de todas las aperturas. Usted habrá visto que
muy a menudo se juegan aperturas de este tipo directamente o indirectamente: como g3
seguido de Ag2, con el objetivo de controlar el centro desde lejos, o moviendo los peones
centrales.1.e4 seguido de d4, ya que la batalla normalmente depende de quién controla las
casillas del centro. Las blancas tienen el primer movimiento y con ello tienen una ventaja
predominante sobre las casillas centrales; el negro tiene que intentar evitar esto tanto como
sea posible. Si el negro pierde tiempo y no lo hace así, el blanco tendrá una clara ventaja.
No deseo explicar a ustedes todas las variantes que pueden ocurrir, porque eso sería una
tarea difícil y, como yo ya he mencionado, ustedes puede encontrarlas en muchos libros, y
yo creo que la cosa más importante que hay que saber es el contorno general del propósito
de las aperturas. Después, con su conocimiento y la ayuda de libros, usted puede continuar
practicando los principios fundamentales en que ellas se basan.
En mi libro que yo mencioné antes, usted encontrará muchas de estas posiciones que
frecuentemente aparecen en las partidas; de esta forma los jugadores pueden entrenarse
para posiciones que pueden fácilmente surgir en sus propias partidas.
Generalmente hablando, aparte de las combinaciones del medio juego, es necesario por un
lado evitar y por el otro intentar colocar piezas en posiciones de las que no puedan ser
desalojadas por los peones, sino que sólo pueden desplazadas por piezas de igual o
superior valor. Por ejemplo, un caballo situado en la quinta horizontal sin peón del
enemigo en columnas vecinas que pudiesen atacarlo se vuelve una pieza de gran fuerza.
Esto es lo que generalmente se llama ventaja de posición, o posicional; lo más importante
es llegar a dominar la posición.
Atraigo la atención de ustedes a estos temas ya que hallarán que siempre que usted derive
una ventaja de la apertura es debido a un intercambio de este tipo, que se considera que es
una ventaja que justifica la apertura que se juega. En la apertura es considerado también
importante si hay un peón aislado. Un peón aislado no puede defenderse con otro peón, y
tiene que ser protegido por las piezas, y está así expuesto al riesgo de captura. Por eso en
muchas aperturas el objetivo principal es dejar al oponente con un peón aislado. Todos
éstos son puntos generales que pueden ser útiles a ustedes en su progreso en el ajedrez.
Como un ejemplo, para que ustedes puedan apreciar la importancia de las posiciones y
principios que yo he estado explicando, voy a mostrarles una apertura que se ha jugado
durante muchos siglos. Jugadores ganaron y perdieron con ella, y puede decirse que la
mitad de las veces no supieron por qué. Si usted considera lo que he estado diciendo verá
por qué. Una de las cosas más importantes en la apertura es el desarrollo rápido de las
piezas, y si usted puede sacarlas afuera atacando al mismo tiempo, es mucho mejor.
1.e4 e5 2.Cf3 Cc6 3.Ab5 a6 4.Aa4 b5 5.Ab3 Cf6 6.0-0 Ae7 7.c3 0-0 8.d4 cxd4 9.cxd4 d6
10.Ae3 Ag4 11.Cbd2 Ca5 12.d5 Cxb3 13.Dxb3.
En esta posición el negro está perdido porque después de una serie bastante larga de
movimientos el peón del alfil de la Dama negra (el peón c) permanecerá retrasado, siendo
su avance evitado por el peón blanco en d5. El blanco doblará sus torres en la columna c y
si es necesario avanzará con su rey una vez que las damas sean cambiadas. El peón c del
negro se perderá tarde o temprano, ya que es sumamente difícil para el negro defenderlo
sin crear involuntariamente otras debilidades en su posición. En una ocasión, allá por
1913, yo estaba en Lodz, en Polonia, y jugué una partida de consulta en que se alcanzó una
posición similar a esta. Las personas alrededor mío me preguntaron qué pensaba hacer
pues pensaron que la partida era tablas, y yo les dije que el negro estaba perdido. Cuando
me preguntaron por qué, yo expliqué lo de la debilidad clara del peón c, retrasado.
He mostrado esta apertura y la variante porque se jugó durante muchos años. En los libros
encontrarán que se ha jugado en innumerables partidas, pero las blancas jugaron para un
ataque y no para la posición. Claro, si uno juega para un ataque aquí la victoria es difícil,
mientras que si se juega posicionalmente atacando el flanco débil, la victoria no puede
estar en duda. Anteriormente, no se le prestó atención a estas consideraciones generales
que he intentado explicar esta tarde y qué evitan mucho trabajo innecesario y pueden
ayudar a que ustedes desarrollen un juego simple y sólido. En tales partidas uno puede ver
las ventajas de los principios de los finales que yo he estado explicando. Refiriéndonos a la
posición recién mencionada, con el peón débil, puede verse que sin Damas en el tablero, la
cuestión del tiempo es muy importante. Otro elemento muy importante es la movilidad de
las piezas en las posiciones de este tipo. El blanco puede mover sus torres libremente,
mientras que el negro es incapaz de jugar con facilidad. Aquí el elemento de movilidad es
de gran valor y, combinado con el elemento de tiempo, lleva a una victoria cierta.
Como dije al principio, en este tema de principios generales es muy difícil de explicar toda
su utilidad en una sola conferencia, y es posible que yo haya omitido varios puntos. Por
ahora nada más de importancia se me ocurre, excepto decir que usted debe notar en la
apertura que yo he presentado como el juego se desarrolla alrededor simplemente de un
peón retrasado y un agujero ocupado por una pieza que no puede ser desalojada por un
peón.
En otras posiciones dónde el rey de uno puede alcanzar el centro antes que el del
contrincante, uno puede llevar a cabo ventajosamente, una liquidación o simplificación
general porque una vez que las piezas se han cambiado el rey es una pieza atacante
importante que es necesario usar. Nunca el rey debe dejarse olvidado en la retaguardia,
sino debe adelantarse tanto como sea posible tan pronto como las piezas se liquiden y el
tablero se despeje. Ventajas como la de un rey avanzado hacia el centro son tan
importantes que a veces incluso se justifica ceder peones para que pueda lograrse esto.
Para resumir, para progresar en el ajedrez es necesario prestar atención especial a todos los
principios generales, y gastar menos tiempo estudiando las aperturas. Es decir: juegue la
apertura en base a su conocimiento general de como movilizar las piezas y no se involucre
en los tecnicismos de si los libros recomiendan esta o esa jugada; para aprender las
aperturas de memoria es necesario estudiar un gran número de libros que, es más, a veces
están equivocados. Sin embargo, si usted estudia desde el punto de vista de los principios
generales está tomando un camino más certero, aunque el intelecto de un jugador pueda
fallar en un momento dado, los principios bien usados nunca les fallarán. Me gustaría
concluir recomendando que usaran su imaginación tanto como sea posible; un jugador
tiene que perder muchas partidas si ha de progresar. Muchos jugadores a veces se molestan
porque pierden, pero uno aprende más de las partidas perdidas que de las partidas ganadas.
Cuando gana un jugador piensa que está haciendo lo correcto y no comprende los errores
que está cometiendo; pero cuando pierde aprecia que en alguna parte estaba equivocado e
intenta no cometer los mismos errores en el futuro.‟
Capablanca entrevistado en 1939
Edward Winter
„Entre los valores nuevos hay dos que presentan más acentuados perfiles de gran maestro
que los otros: Botwinnik y, en un plano secundario, Keres. También Alekhine, por cierto;
pero él no es nuevo; es viejo como yo. Keres juega admirablemente bien; enorme su
fantasía y fogosa su imaginación. Pero su juicio es vacilante. No siempre sabe con
precisión si la partida que tiene delante está ganada, perdida o es tablas; y cuando está
ganada, hay veces que tampoco sabe con certeza por donde y como se gana. Entonces,
explicablemente vacila y escoge sus planes más que por un juicio que no ha llegado a
formarse, por temperamento. Y ya es una falla reemplazar, en determinados momentos de
la partida, el juicio por los impulsos instintivos – agresivos en Keres, defensivos en otros –
que surgen del temperamento. En la partida altamente instructiva que jugamos los dos, en
el Torneo de las Naciones que terminó en esta bella ciudad hace un mes, yo le ofrecí tablas
porque no había forma humana de ganarla, ni por él ni por mí. No me acepto entonces,
para aceptármela tan solo seis jugadas después. ¿Cómo seis jugadas antes no había
percibido, con la misma claridad que yo, la imposibilidad de forzar el juego? No es posible
creer que Keres pretendiera ganarme una partida rematadamente tablas, la única
explicación es que su razonamiento no había cristalizado aun en un juicio concreto; que,
para decirlo siempre con la misma palabra, vacilaba. ... Contra Eliskases, también en este
torneo, Keres debió escoger entre dar tablas un final de torres completamente equilibrado o
bien forzarlo con una peregrina excursión de su rey. Se decidió por esto último y perdió.
¿Por qué? Porque, en un terreno en que las previsiones visuales no alcanzan, en que es
menester la certeza de juicio. Keres no está aun definitivamente formado.
Es difícil opinar de sí propio. Sin embargo, la opinión general de los maestros, es que la
precisión y la rapidez de mis juicios ajedrecísticos, eran todavía superiores a las de Lasker.
Y en ajedrez se puede perder con la edad la fuerza y la amplitud de la visión, la seguridad
en el orden de las jugadas, la resistencia a la fatiga, etc., pero no se pierde el criterio,
supongo que lo mantengo todavía... El criterio, el juicio exacto de la posición, la visión de
conjunto de cada maniobra en la interdependencia de sus engranajes, es lo que caracteriza
a un gran maestro. No es cuestión de que un gran maestro de ajedrez vea jugadas aisladas
así sean muchas, no es cuestión de que sepa construir un mate, que todo eso se da por
descontado. Es cuestión de que tenga ideas y de que esas ideas sean exactas y precisas; que
cuando a uno le presentan una posición cualquiera no se ande, por las ramas; que diga sin
vacilar: “Esto se gana y se gana maniobrando por tal lado, de esta manera y en esta
forma”. Recuerdo que durante el torneo de Moscow de 1925 – Tartakower refiere este
hecho a menudo – hacía tres horas que varios ajedrecistas célebres estudiaban una posición
determinada y no llegaban a una conclusión. Yo pasaba en ese momento y requirieron mi
opinión. No dudé un segundo: “Esto – les dije – se gana; y se gana así y así”. Y no me
equivocaba.
Ese saber de lo que se tiene entre manos, ese conocimiento del oficio, es lo que, con
excepción de Botwinnik y en menor grado, de Keres, no observo en los demás ajedrecistas
jóvenes, aunque muchos de ellos brillen por su memoria, su fantasía, su voluntad de
triunfo y otras condiciones igualmente estimables. Cuando, por ejemplo, cotejo sus
partidas – algunas muy bonitas – con las del viejo Lasker, la diferencia salta a la vista.
Lasker, además de conocer profundamente el ajedrez, era un luchador. Su primera obra
ajedrecística la tituló “Der Kampf” (“La Lucha”). Es un hombre de mil recursos frente al
tablero. No se me borra de la imaginación la impresión que me produjo una de sus partidas
contra su eternamente superado rival, el Dr. Tarrasch. Lasker nunca siguió con excesiva
atención los estudios teóricos del doctor Tarrasch, su compatriota, primero, porque era un
ajedrecista fundamentalmente practico, y después, porque no asignaba a esos estudios más
importancia que las limitadas que encierran. Sin embargo, cierta vez cayó en una posición
inferior a que le indujo Tarrasch, y se halló de pronto a merced de su rival. Entonces fue
cuando entro a actuar el luchador que había en el espíritu de Lasker. En lugar de hacer la
jugada adocenada que se le hubiera ocurrido a cualquier otro maestro, y con lo cual, más
tarde o más temprano, hubiese perdido o – difícilmente – hecho tablas, Lasker sacrifico un
peón. ¡Pero que sacrificio! No he visto uno igual en ninguna partida moderna. Era
imposible saber si convenía aceptarlo o rehusarlo. Como suele decirse, “hizo vibrar el
tablero”. ... He aquí las “extravagancias” del viejo profesor de filosofía y matemáticas de
la Universidad de Breslau, que sorprendía a sus adversarios. La consecuencia fue, que a las
pocas movidas quién tenía mejor juego no era Tarrasch sino Lasker. Esa partida refleja,
para quien sabe ajedrez, la calidad extraordinaria que atesora como maestro, aun hoy día el
septuagenario glorioso, el Dr. Emmanuel Lasker, campeón mundial durante veinticinco
años.
[Pregunta del entrevistador: Pero maestro: si usted le arrebató el campeonato del mundo
al Dr. Lasker, cuando el gran berlinés se hallaba en la plenitud de su fuerza; y si los
ajedrecistas modernos son, según su opinión, netamente inferiores a Lasker, ¿cómo
explica que varios de ellos le hayan precedido a usted en repetidos torneos
internacionales? ¿Cómo explica su séptimo puesto en el torneo AVRO de Holanda?]
Si esta impotencia intelectual hubiera derivado de una falla cerebral, me habría retirado del
tablero. Capablanca hubiera dicho adiós al juego del que fue campeón y cuyo cetro aspira
a reconquistar. Pero el cerebro, por fortuna, anda todavía bien. Mis ausencias mentales se
debieron a una muy alta tensión arterial y a desórdenes circulatorios conexos que no
empanaban la claridad de juicio. Es curioso que empezase a advertir esos desórdenes
precisamente en 1936, año en que mis actuaciones fueron superiores a las de los demás
maestros. En ese año gané el torneo de Moscow delante de Botwinnik, Flohr, Ragosin,
Lasker, etc., un mes después compartí el primer puesto del de Nottinghan con Botwinnik
aventajando a Euwe, Reshewsky, Fine, Alekhine, Flohr, Lasker... Y, sin embargo, a pesar
de los éxitos citados, yo me sentía flojo. Al suspender mi última partida de Nottingham
contra Bogoljubow -que necesitaba ganar para desprenderme de Botwinnik y ocupar solo
el primer puesto- la analicé un rato y llegué a la conclusión de que, salvo que mi
adversario hubiera sellado bajo sobre determinada jugada, en cuyo caso la partida seria
tablas, en todos los demás yo debía ganar. Al reanudarse la lucha, se abre el sobre de
Bogoljubow. Este no había sellado la jugada precisa, la única que hacía tablas, sino otra.
Pero yo me olvido de todos mis análisis que había practicado momentos antes,
absolutamente de todos, como si una esponja hubiera absorbido mis ideas, y convencido –
todavía no me explico por qué – de que la partida era tablas de cualquier manera, maniobré
apagadamente para tablas en una posición ganada.
No estuvieron acertados los primeros médicos a quienes consulté acerca de estos claros
que bruscamente se producían en mi cerebro, pero ahora facultativos más felices ya han
localizado la causa: la tensión arterial. Me han sometido a un régimen de leche, frutas y
verduras, que ha bajado moderadamente esa tensión y digo “moderadamente” porque a las
arterias sometidas a una determinada presión no se les puede disminuir de golpe esa
presión sin que el remedio sea peor que la enfermedad…
Ahora, con una tensión más baja, me siento físicamente mucho mejor. No soy el
Capablanca de 1918 (a los treinta años de edad que ya se fueron), en mi concepto aún más
lúcidos y eficaz sobre el tablero que el Capablanca de 1921, que ganó el campeonato del
mundo; pero advierto que mi cerebro funciona con muy aceptable regularidad. Poseedor
de esa regularidad relativa y de mi certero juicio ajedrecístico de siempre, me siento capaz
de luchar contra ajedrecistas jóvenes, que todavía no han llegado a la perfección de
razonamiento que nos caracterizan a Lasker y a mí, y de vencerlos. Prueba de ella es mi
actuación en el turno final del Torneo de las Naciones en el que, sin distinción de nombres,
jugué mejor que cualquiera otro. No estuve perdido en ninguna partida y si bien deje de
forzar algunas porque ningún interés personal justificaba un largo esfuerzo, gané en
cambio otras en forma muy discreta.‟
Capablanca en Nueva York World (1925)
Edward Winter
“El ajedrez”, dijo Capablanca, “es más que un juego o un entrenamiento mental. Es un
medio distinto. Siempre he considerado el juego de ajedrez y la realización de una buena
partida como un arte, y algo para ser admirado no menos que el lienzo de un artista o el
producto del cincel de un escultor. El ajedrez es una distracción mental más que un juego.
Es a la vez artístico y científico.”
“El ajedrez fue perjudicado en gran medida en los Estados Unidos, cuando a dos de sus
mejores jugadores, hace algunos años, se les atribuyo haberse vuelto locos debido a su
absorción en el juego. No había ni una sola palabra de verdad en lo que se refiere al
ajedrez o a cualquiera de estos hombres, a pesar de todo, la propaganda se extendió tanto y
sus periódicos tomaron gran parte en ello, de tal manera que el hombre o la mujer que
practicaba el ajedrez llegó a ser considerado como un poco „raro‟.
A menudo ha habido hombres y mujeres de diferente nivel cultural de hecho muy bueno,
que me preguntan si no tengo miedo a perder la razón por jugar continuamente al ajedrez.
Parece una idea fija entre muchos americanos que la facilidad o la habilidad para el juego
indican algún desorden mental.”
El clima, dijo Capablanca, tiene más que ver con la formación de ajedrecistas que
cualquier otro factor. Él se considera a sí mismo como un "accidente" en el mundo de
ajedrez, ya que como, él afirma, los países tropicales o semitropicales rara vez producen
un ajedrecista.
“Empecé a jugar al ajedrez cuando tenía cuatro años”, dijo. “No puedo decir que jugaba
con mucha inteligencia, pero jugaba. Uno tiene que empezar muy joven con el fin de hacer
progresos.”
El campeón mundial de ajedrez tiene ahora [casi] 37. Él es en apariencia ocho o diez años
más joven.
Una de las interesantes revelaciones hechas por el campeón es que él no tiene la costumbre
de pulirse en la teoría del juego o estudiando los movimientos procedentes de una partida.
No, dijo, que pretendía jugar todas sus partidas a su manera en Rusia. Juega sólo cuando se
sienta frente al tablero contra un adversario, añadió, y obtiene su mayor placer del juego en
encontrar, en el momento oportuno, la jugada correcta para ganar.
Rusia y los países teutónicos, afirmaba Capablanca, producen excelentes ajedrecistas, por
razón de su clima más frío, mientras que Francia nunca ha cedido en su empeño por el
juego a cualquier nivel.
Informado que desde que los soviéticos han llegado al poder en Rusia el carácter de las
piezas de ajedrez se ha hecho proletario, y que los yunques han tomado el lugar de los
peones, mientras que los herreros y los campesinos han sustituido a los caballos y los
alfiles, Capablanca dijo:
“Eso podría ser para fines de exposición, pero estoy seguro de que en Moscú, utilizaremos
las piezas de ajedrez regulares que se utilizan en todo el mundo donde se juega al ajedrez.”