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Capablanca acerca de sus Predecesores

Edward Winter

A continuación presentamos la traducción de un artículo de J.R. Capablanca publicado en las


páginas 1-4 de la revista de ajedrez Uruguaya Mundial, Mayo de 1927.

„El Estilo Ideal de los Maestros;


Conducción Ideal de la Partida

En cada generación existen unos pocos maestros que concentran la atención de los
aficionados y críticos de ajedrez. Esta atención se intensifica particularmente en aquel que
posee la corona del campeonato. Los comentarios son variados y su manifestación
adquiere formas diversas. La mayoría de los aficionados solo observan los resultados y
fundan su opinión solamente, o casi solamente, en el mayor o menor éxito del campeón.
Algunos pocos, sin embargo, expertos del juego, entre los cuales figuran principalmente
los otros maestros, profundizan más la cuestión, siendo sus opiniones influenciadas por
numerosos factores ajenos al hecho de “ganar o perder”. Aunque existen muchos aspectos
dignos de tomarse en consideración, la opinión de los expertos se funda, por lo general, en
los tres siguientes: Profundidad, Poder de Combinación y Estilo. Por “Profundidad”, se
comprende la mayor o menor aptitud para considerar las posibilidades de las posiciones
difíciles, o en otros términos, el juicio de posición.

Por “Poder de Combinación”, se comprende la aptitud de ver claramente hasta el fin de


una combinación, ya aprovechando algún chance existente, o ya preparándola.

Y por “Estilo”, se comprende el sistema general del juego sea éste sencillo o complicado,
lento y sólido o brillante y emprendedor.

Si se considera el Ajedrez como una ciencia exacta, es evidente que sólo debe existir una
norma justa para jugar, sea esta la que sea, y sólo restaría encontrarla. Si se considera
como un arte, entonces deben existir diversas normas, y la elección depende por completo
de las características individuales del jugador. Este se inclina naturalmente al tipo de juego
en el cual su genio se manifiesta superior.

La gran mayoría del público aficionado y también una mayoría aunque más reducida de
los expertos, es en el estilo en que fundan su preferencia por el campeón de una generación
sobre todos los demás campeones. Empezando con Labourdonnais hasta el presente, e
incluyendo a Lasker, encontramos que el estilista evidentemente más grande ha sido
Morphy. De aquí la razón, aunque pudiera no ser la única, por la cual es generalmente
aclamado como el más grande de todos. Lahourdonnais sólo parece haber tenido éxito en
posiciones complicadas de ataques directos al Rey, en los que la superficialidad no estaba
excluida. Siempre buscaba esa clase de juego y prácticamente no jugaba otra cosa. Su
estilo, por consiguiente, carecía de claridad y a menudo de energía.

Andersen, jugador de ajedrez nato, jugaba principalmente partidas de combinación. Una o


dos de ellas se consideran como las más bellas producciones de todos los tiempos. Pero él,
como su antecesor Labourdonnais, fue víctima del concepto general de la época de que el
ajedrez sólo debía jugarse en esa forma. Como consecuencia, su juego y su estilo carecían
de coherencia y podemos decir de amplitud.

Steinitz fue mejor estilista en sus comienzos que en sus periodos finales. Se inició como un
brillante jugador de juegos abiertos. Y terminó como el prototipo del estilo en extremo
cerrado. Alguna vez debió pasar forzosa, aunque fugazmente a través de ese término
medio feliz, del cual pudo conseguir el tipo perfecto. Fue él quien estableció por vez
primera los principios básicos de la verdadera estrategia general del juego. Fue también un
“pioneer” así como uno de los más profundos investigadores de las ocultas verdades del
juego.
En cierta época jugo bien las aperturas, pero más tarde convirtió sus principios en
caprichos, debilitando así las probabilidades de triunfo en las luchas serias contra algunos
de sus más formidables adversarios. Su poder de combinación era muy grande. También
era un finísimo jugador de finales, y en efecto es condición esencial para ser Campeón del
Mundo ser un fuerte jugador de finales. Era muy tenaz y en su juventud, cuando jugaba en
su mejor forma, era casi invencible.

Lasker, genio nato desarrollado por durísimo trabajo en su temprana carrera, nunca adoptó
un tipo de juego que pudiera ser clasificado como un estilo definido. Tan es así, en efecto,
que ello ha movido a algunos maestros a afirmar que Lasker carece absolutamente de
estilo. La verdad es que si su estilo debiera ser clasificado, correspondería hacerlo
solamente como “indefinido”. Se ha dicho que él es individualista, que juega más contra el
jugador y sus defectos que contra la posición de las piezas. Esto es exacto hasta cierto
punto respecto a muchos jugadores, y tal vez exista una gran cantidad en este caso, pero no
creo que esa afirmación pueda tomarse en forma absoluta. En los últimos años, en que he
tenido la oportunidad de observarlo en algunos de sus juegos, me ha parecido que
cambiaba de táctica a menudo, aun contra el mismo jugador. El defecto de su estilo es que
su juego parece generalmente anormal. Uno de los más grandes jugadores durante el
periodo de Lasker como campeón, ha dicho que existía en su juego algo misterioso que no
podía comprender. Por otra parte, Lasker posee grandes cualidades. Es muy tenaz. Puede
defender malas posiciones admirablemente bien. En este sentido tuvo tanto éxito durante
su larga carrera de campeón, que finalmente, ello se transformó en un defecto que lo
condujo a veces a pensar que podría defender posiciones, que realmente no hubieran
podido sostenerse contra un juego correcto. En posesión del ataque puede conducirlo hasta
el fin, como muy pocos jugadores podrían hacerlo.

En los finales mantuvo por largo tiempo la reputación de no tener igual. Llegado a un final
donde tenga ventaja ganadora, por pequeña que ésta sea, se puede contar casi con la
certeza de que gana el juego. Muy pocas victorias se le han escapado en los finales. En
cambio, si lleva la peor parte, su adversario no puede permitirse la libertad de concederle
el menor chance. Su poder de combinación en el medio del juego, es también muy grande.

Morphy fue un gran estilista. En la apertura pugno por desarrollar todas las piezas
rápidamente. Desarrollarlas y ponerlas velozmente en acción era su idea. En este sentido,
desde el punto de vista del estilo, era completamente correcto. En su tiempo, la cuestión
“posición” no era propiamente comprendida, excepto por él mismo. Esto le aporto como
consecuencia enormes ventajas, por lo cual no merece sino elogios. Pudiera decirse de él
que fue el precursor del desarrollo en esa importantísima parte del juego. Hizo un estudio
especial de las aperturas, con tanto éxito, que en muchas de sus partidas, después de seis
jugadas, sus adversarios estaban en posición inferior. También es esto digno de elogio, ya
que en aquellos tiempos disponía de escasos elementos para guiarse. Pensaban los
jugadores de la época que los ataques violentos contra el Rey y otras combinaciones de ese
género eran las únicas cosas dignas de considerarse. Puede decirse que empezaban
haciendo combinaciones desde la primera jugada, sin prestar suficiente atención a la
cuestión desarrollo, cosa en la cual Morphy era sumamente cuidadoso. Sus partidas
demuestran que poseía excelentísimo estilo de juego. Era sencillo y directo, sin
rebuscamientos y aunque no buscaba complicaciones tampoco las eludía, lo que constituye
la verdadera manera de jugar. Era buen finalista y demostró ser hábil en la defensa de
posiciones difíciles. Su poder de combinación bastaba completamente para las cosas que
emprendía, pero eso no fue, como piensan la mayor parte de los jugadores de hoy día, el
más grande activo de su repertorio. Este activo lo constituía su estilo, que allá hasta donde
pudo ser juzgado, era perfecto.

Muy a menudo se oye decir que Morphy ha sido el jugador más fuerte que ha, habido en el
mundo. A nuestro juicio aseveraciones de esta índole son absurdas, pues no solo carecen
de fundamento, sino que es de todo punto imposible probarlas. Sólo se podrían hacer
comparaciones basadas en el resultado de sus matches, y de acuerdo con el volumen de sus
adversarios. Si hiciéramos esas comparaciones el resultado sería desastroso para las
aseveraciones de los admiradores del gran maestro del pasado.

Pero Morphy no solo fue ampliamente el jugador más fuerte de su época sino que además
fue un creador en el ajedrez, y el prototipo de lo que podría llamarse el estilo perfecto. En
cuanto al resultado de las contiendas, hay varias cosas que considerar. Hay una sobre todo,
escasamente conocida. Nos referimos al hecho de que el gran maestro americano nunca
jugaba partidas sueltas por divertirse, sino que cada vez que jugaba, ponía en la partida
todo lo que sabía, es decir, que para él, cualquier partida que jugaba asumía en seguida,
por así decirlo, las proporciones de una partida de match. No creemos que ningún otro
jugador haya hecho eso; por consiguiente a él solo debe juzgársele por sus grandes
matches, especialmente contra Andersen y Harwitz. Una simple relectura de las partidas de
esos dos matches demostrará que apenas hubo en ellos alguna que otra combinación de las
llamadas brillantes. En contra de la creencia general, producto de la ignorancia, la fuerza
principal de Morphy no estaba en su poder de combinación, sino en su juego de posición y
en su estilo general. La verdad es que solo se pueden hacer combinaciones cuando la
posición lo permite. La mayor parte de las partidas de esos dos matches las ganó Morphy
de una manera directa y sencilla, y es en ese proceder sencillo y lógico que radica la
verdadera belleza de su juego, contemplado desde el punto de vista de los grandes
maestros.

En cuanto a la afirmación a menudo repetida por gran número de admiradores, quienes


creen que Morphy les ganaría a todos los jugadores de hoy, no tiene, como ya hemos
dicho, fundamento de peso. Por el contrario, si Morphy resucitara y jugase inmediatamente
con solo los conocimientos de su época, seria con toda seguridad vencido por muchos de
los maestros actuales. Sin embargo es lógico suponer que pronto estaría a la altura
necesaria para competir con los mejores, pero hasta donde tendría éxito no hay manera
alguna de averiguarlo.

Sin duda alguna, la ciencia del Ajedrez ha sido muy desarrollada en los últimos sesenta
años. Cada día los jugadores ofrecen más resistencia y mayores son los requisitos y
condiciones necesarias para poder sobrepujar a los demás maestros.
En pocas palabras, la conducta ideal de juego sería: Desarrollo rápido de las piezas a
puntos estratégicos utilizables, para el ataque o la defensa teniendo en cuenta que los dos
elementos principales son Tiempo y Posición.

Tranquilidad en la defensa y decisión en el ataque. Atención no exagerada a la posibilidad


de obtener cualquier ventaja material, pues a menudo está ahí la victoria. No buscar
complicaciones sino en casos extremos, pero tampoco rehusarlas; finalmente, en una
palabra, estar dispuesto a competir en cualquier clase de juego y en cualquier fase del
mismo, ya sea apertura, final u otra cosa; y sea complicado o sencillo, tendiendo siempre a
lo último dentro de lo que permitan los dos elementos principales: Tiempo y Posición.‟
Capablanca: Cómo Aprendí a Jugar Ajedrez
Edward Winter

Presentamos un artículo de Capablanca publicado en las páginas 94-96 de la Munsey’s


Magazine, Octubre de 1916:

„Recuerdo claramente mi primera partida de ajedrez. Yo acababa de pasar los cuatro años
– hace 23 años atrás. Deprimido con un sentimiento de aburrimiento, los cuales son
causados frecuentemente por los días calurosos en La Habana, y habiendo fracasado en mi
búsqueda de algo interesante en las acciones o historias de los soldados del Castillo del
Morro, donde era mi costumbre pasar la mayor parte del día. Dirigí mis pasos hacia una de
las torres de la fortaleza, para buscar con mi padre la manera de salir de este agobiante
aburrimiento.
Conviene aclarar que mi padre, era un buen soldado, pero mal ajedrecista. Él cumplía
servicio como teniente en la división de caballería del ejército Español designado en La
Habana, en el Castillo del Morro.

Como consecuencia de ello, mis compañeros eran soldados y mi campo de juego un


fortaleza militar. Aquí solía escuchar historias de guerras, de estrategias de batalla y de
héroes militares. Esto atrajo en mí el encanto hacia la vida militar. Y aquí pude
comprender, aun siendo un chiquillo, la importancia que tiene para un soldado la buena
planeación en el ataque o la defensa.

Cuando entré a las habitaciones de mi padre, vi una escena que de inmediato captó mi
atención. En el centro del recinto estaba sentado mi padre, con la cabeza apoyada en la
palma de las manos, sus ojos mirando fijamente la mesa. Enfrente a él se hallaba otro
oficial, en idéntica actitud; ambos parecían absortos y nadie decía una palabra.

Me aproximé, y entonces tuve mi primera visión de un tablero de ajedrez.

Sin alterar el silencio reinante, me situé ante la mesa de manera que pudiera ver
cómodamente lo que acontecía. Mi curiosidad infantil pronto comenzó a crecer hasta
transformarse en maravillado asombro; al ver cómo mi padre movía aquellas peculiares
piezas talladas de una casilla a otra del tablero, sentí una espontánea fascinación por aquel
juego.

Tuve la impresión de que aquello debía tener alguna significación militar, de acuerdo al
interés que ambos soldados manifestaban. Entonces comencé a concentrar mi atención
para descubrir cómo debían moverse aquellas piezas. Al terminar la partida estaba seguro
de haber aprendido las reglas del juego.

Comenzó una segunda partida; en aquel momento, ni el embrujo de un cuento de “Las mil
y una noches” me hubiera fascinado tanto. Seguí cada movimiento con apasionada
atención; habiendo resuelto el primer misterio del ajedrez – el movimiento de las piezas –
comencé a observar los principios que regían el juego.

Aunque sólo tenía cuatro años en aquel momento, aprecié muy pronto que una partida de
ajedrez debía compararse con una batalla militar; algo que implicaba un ataque por parte
de uno de los jugadores, y la correspondiente defensa por parte del otro. Acciones de esta
naturaleza siempre causaban una profunda impresión en mí. Recuerdo con qué deleite
solía escuchar las historias de los soldados sobre la captura de un reducto o la emboscada
de un ejército.

Creo que mi temprana y muy poderosa atracción por el ajedrez tiene relación con la
mentalidad que había desarrollado debido al entorno militar que me rodeaba, así como a
una peculiar intuición.

Aquella tarde ocurrió un incidente que marcaría toda mi carrera de ajedrecista. Durante la
segunda partida, noté que mi padre había movido un caballo no de acuerdo a las reglas, lo
que no fue advertido por su rival. Mantuve un escrupuloso silencio hasta el final del juego,
y entonces hice notar a mi padre su error.

Al principio me trató con la característica tolerancia del padre que escucha una tontería de
la boca de su hijo pequeño; mis crecientes protestas, producto de la convicción que tenía
de haber adquirido un nuevo e importante conocimiento, así como las dudas surgidas en su
oponente, le llevaron muy pronto a preguntarse si, realmente, no había cometido una
equivocación. Sabía, sin embargo, que yo no había visto jamás disputar antes una partida
de ajedrez, y me dijo, con mucha discreción, que dudaba mucho de que yo supiera
realmente de qué estaba hablando.

Mi respuesta fue desafiarlo a jugar una partida; no sé si creyó que yo me había vuelto loco,
o si quiso darme una lección y evitar nuevos momentos incómodos delante de su amigo,
pero lo cierto es que aceptó mi desafío, esperando sin duda una rápida capitulación de mí
parte.

Cuando se dio cuenta de que yo conocía el movimiento de las piezas, se sintió


evidentemente desconcertado.

Cuando la partida se aproximó a su final, no puedo decir si estaba más afectado por el
asombro, la mortificación o el placer, porque le gané mi primera partida de ajedrez.

Después de este incidente, los amigos de mi padre comentaban insistentemente que yo era
un niño con facultades especiales. Algunos de ellos llegaron incluso a llamarme un
prodigio, y a predecir que indudablemente llegaría a convertirme en uno de los más
grandes maestros de ajedrez del mundo. Cuando aún recuerdo aquellos días, me siento
bien de no haber sido considerado un niño maravilla. No recuerdo que fuese
particularmente bendecido con los atributos que acompañan a un genio, como
comúnmente se coloca en las biografías – el reconocimiento precoz de la inmensidad de la
naturaleza, de la belleza y la complejidad del cosmos, y toda esa clase de cosas.

Como particularidad de hecho, aprecio como uno de mis talentos especiales mi habilidad
más que común para el tan eminentemente mundano pero noble juego del béisbol
americano. ¡Tal cosa, seguramente, debe ser ajena al genio!

La persuasión de los amigos de mi padre finalmente hizo que me llevara hasta un


especialista del cerebro en La Habana. Mientras todos ellos sugerían que mi talento como
jugador de ajedrez debería ser desarrollado mediante un curso de entrenamiento especial,
mi padre prefería que me mantenga en el mismo ambiente donde se forma un niño
promedio. Para las muchas sugerencias de mi posible explotación en el campo del ajedrez,
él persistentemente prestaba oídos sordos. Así es como finalmente acudimos al especialista
del cerebro -una tarea muy odiosa para mí.

Aquel individuo con gafas y bigote, después de hacerme un examen, anuncio a la manera
de un vidente que yo poseía una capacidad cerebral extraordinaria para un niño de mi
edad, y aconsejo que debían de prohibirme jugar al ajedrez.
Yo estaba realmente decepcionado, ya que mi amor por el juego se había convertido en
una pasión. No fue hasta que cumplí los ocho años de edad que, a razón de la insistente
solicitud de los amigos de mi padre, que él consintió en llevarme al Club de Ajedrez de La
Habana, el cual en aquel tiempo contaba entre sus numerosos miembros con varios
jugadores de marcada reputación. Aquí reanude el juego, pero sólo a una escala moderada;
y pronto tuve el placer de enfrentarme con los mejores jugadores del club.

La primera partida que jugué con un adversario de reputación mundial fue cuando
Taubenhaus, el famoso experto parisino, visitó La Habana. En aquella época yo tenía
apenas cinco años de edad. Taubenhaus me ofreció la dama de ventaja, y cuando
terminamos la primera partida él jugó otra en las mismas condiciones. Algunos años atrás,
cuando fui de visita a París, después del torneo San Sebastián, encontré a Taubenhaus, y en
nuestra conversación él habló de esas dos partidas, diciendo que él había tenido la
impresión de haber perdido ambas.

La pregunta que más frecuentemente me hacen es ¿a qué atribuyo mi precoz inicio en el


ajedrez? Apenas puedo decir que se debió en parte a un dominio de los principios del
juego, nacido de lo que a menudo sentí que era una peculiar intuición, y en parte por que
poseía una memoria especialmente desarrollada – una memoria mucho más desarrollada
que la de un niño normal de cuatro años.

Recuerdo cómo los soldados de la fortaleza de La Habana encontraron diversión en


colocarse delante del dependiente de la guarnición – ¡el pobre hombre! – y frente a mí.
Entonces comenzaban a leer grandes cantidades que nosotros debíamos sumar, dividir, y
multiplicar. Yo siempre ofrecía la respuesta correcta antes de que el dependiente pudiera
comenzar. Además, aunque no pretendo decir que mi memoria era en ese entonces la de un
Macaulay o un John Stuart Mill, era un hecho que en la escuela, después de una segunda
lectura de siete páginas de historia, lo podía recitar literalmente todo de memoria.

No es correcto asumir, sin embargo, que mi habilidad en ajedrez depende solamente de


una memoria superdesarrollada. En el ajedrez, la memoria puede ser una ayuda, pero no es
indispensable. Actualmente mi memoria está muy lejos de lo que era en mi temprana
juventud, pero mi juego es indudablemente mucho más fuerte que en ese entonces. La
maestría en ajedrez y la brillantez del juego no dependen mucho de la memoria como si
del peculiar funcionamiento de las facultades del cerebro.‟
Reminiscencias de Capablanca
Edward Winter

José Raúl Capablanca

Presentamos un artículo de Capablanca titulado „Campeonato de Ajedrez: Incidentes y


Reminiscencias‟ publicado en las páginas 86-89 del Windsor Magazine, Diciembre de 1922:

„La experiencia en el ajedrez, como en todas las cosas, se asocia generalmente con
hombres mayores, pero en el caso de un hombre que comenzó a jugar al ajedrez casi desde
el momento en que nació, tenemos incluso a una edad temprana la mezcla excepcional de
relativa juventud con madurez por experiencia.
Las inclinaciones y aptitudes del hombre para cualquier actividad suele manifestarse en la
temprana infancia, y son a menudo el resultado de algún evento especial que ha atraído el
interés del niño más allá de los límites normales. En mi caso se trató de uno de los
históricos encuentros entre Steinitz-Chigorin, muy comentado por aquel tiempo en La
Habana. Yo tenía entonces cuatro años. El segundo evento fue la visita de Pillsbury a La
Habana cuando tenía 11 años de edad. Yo era entonces un jugador promedio, pero el lector
bien puede imaginarse la impresión plasmada en la imaginación de un niño por un hombre
que podía jugar dieciséis o más partidas de ajedrez simultáneas a la ciega al mismo tiempo
que disputaba varias partidas de damas también a la ciega y una mano doble de whist.

Aunque en desacuerdo con la opinión de dos o tres periodistas viejos y obstinados que se
hacen pasar por críticos de ajedrez, yo siempre he tenido una imaginación muy viva, la
cual he logrado controlar en parte después de una larga lucha, esto con el fin de utilizarla
para un mejor propósito de acuerdo con los requisitos de la ocasión. El efecto de las
exhibiciones de Pillsbury fue inmediato. Literalmente me electrifico, y con el
consentimiento de mis padres comencé a visitar regularmente el Club de Ajedrez de La
Habana. Progrese muy rápidamente y alcance la primera categoría en tres meses, y yo no
tenía más de doce años cuando derrote el campeón de Cuba en un match. El match fue un
tanto dramático; el vencedor sería el primer jugador en anotarse cuatro victorias. Empecé
por perder las dos primeras partidas. A causa de mi edad, tuve la simpatía de la gran
mayoría de los ajedrecistas y del público en general, y su decepción después de un
comienzo tan desastroso puede imaginarse fácilmente. Con prácticamente solo una
excepción, la de mi apenado amigo A. Fiol, todos los aficionados y expertos me daban por
perdido. La opinión general fue que yo era inferior al campeón. Debo confesar que yo
tenía sentimientos muy similares, y que estaba intimidado por el gran conocimiento
técnico de mi rival. Yo no tenía nada que oponer a su experiencia, excepto mi gran
imaginación y una habilidad, ya evidente, de jugar los finales de partida con una
considerable precisión. Mi amigo Fiol me animo en mi determinación de mejorar. Como
resultado, pude ganar cuatro partidas antes de que mi adversario pudiera sumar un solo
punto más a su marcador.

En ese tiempo estaba algo delgado y pequeño para mi edad. Un día en una ciudad de
provincias me llevaron a uno de los clubes de la localidad. En un rincón de la sala dos
señores mayores estaban jugando. Como no había nadie alrededor me senté y los observé
jugar .Ya de niño estaba acostumbrado a estar sentado en silencio mientras miraba a otros
jugar. Muchas veces he visto los errores más espantosos sin decir una palabra hasta que me
preguntaban. En esa ocasión, cuando terminaron la partida, uno de los caballeros tuvo que
salir, y el otro, no viendo a ninguno de sus adversarios habituales alrededor, me preguntó
si yo sabía jugar. Como yo había estado tan callado, pensó que podía no saber. Le contesté
que sí y rápidamente me ofreció la ventaja de un caballo, dijo que le interesaba ver cómo
jugaba yo, y a la vez me informo que él era el mejor ajedrecista del pueblo. Siempre he
tenido como costumbre aceptar cuando me ofrecían cualquier ventaja.

Consecuentemente acepté la ventaja propuesta así que nos sentamos a jugar. El caballero
se sorprendió un poco del rápido resultado, y, después de probar una partida más en
desventaja, se dio cuenta que yo era un fuerte ajedrecista, y me propuso seguir jugando
pero sin ventaja. Después de que perdió la primera partida dijo que no estaba en buena
forma. Después de la segunda partida dijo que debía de estar enfermo y muy por debajo de
su nivel habitual, y para cuando perdió la tercera partida no había una sola enfermedad que
no tuviera. Entonces me atreví a ofrecerle un caballo de ventaja, el cual aceptó indignado
para demostrarme que yo presumía demasiado. Esta vez fue una verdadera lucha, pero
finalmente el caballero, probablemente agotado, tuvo que abandonar. Él estaba tan
avergonzado que se puso su sombrero y apenas dijo adiós. Pero volvió en seguida y me
preguntó mi nombre, algo que él había olvidado hacer antes de jugar. Al enterarse,
recuperó su orgullo inmediatamente, y se disculpó por haberme dado ventaja, agregando
que él nunca hubiese imaginado que un niño pequeño pudiese jugar de la manera como lo
hice. Ésta fue la primera y una de las más interesantes de muchas experiencias similares.

En el verano de 1904 me traslade a los Estados Unidos para aprender inglés y prepararme
para ingresar a la Universidad de Columbia.

Una tarde de 1906 o 1907 – se me ha olvidado la fecha exacta – mientras yo estaba de


visita en el Club de Ajedrez de Manhattan, en Nueva York, un conocido mío entró y me
invitó a ir a la ciudad por el lado este para presenciar una exhibición de simultáneas a la
ciega de uno de los muchos llamados “maestros” de segunda o tercera categoría que
residen en Nueva York. El singular jugador en cuestión tenía un excelente desempeño
jugando a ciegas cuando se enfrentan a sólo seis u ocho jugadores. Cuando llegamos, el
asunto se encontraba en la parte más interesante. Nos llevaron a un rincón de la sala, donde
un pequeño hombre de mediana edad, con una cabeza bastante grande, estaba sentado
delante de un tablero comentando uno de las partidas en progreso. Yo no conocía a nadie y
nadie me conocía así que nos sentamos de manera silenciosa a observar la demostración.
El hombre de baja estatura era escuchado con evidente respeto por aquellos alrededor de la
mesa. Mirando con mucha curiosidad, yo estaba sorprendido de ver que los demás
aprobaban sus movimientos y explicaciones ya que algunas estaban fuera de lugar. Mi
presunción juvenil me hizo pensar que lo que escuchaba era absurdo, y que el pequeño
hombre no era muy buen jugador. En uno o dos ocasiones estuve a punto de intervenir
para corregir al muy respetado personaje. Afortunadamente mi vieja costumbre de
observar, en silencio, me salvó de una experiencia muy humillante, ya que a los pocos
minutos me presentaron al pequeño hombre, que era nada menos que el gran Dr. E.
Lasker, el entonces campeón mundial. Nunca en mi vida había estado tan agradecido por
seguir mi propio consejo. El hecho era que el gran jugador considero la posición desde un
punto de vista diferente a la del común buen jugador que era yo entonces, uno mucho más
alto y con su profundo conocimiento e instinto, descarto como inútiles muchas líneas de
juego que yo consideraba importantes.

Un par de años más tarde tuve la experiencia más insólita de mi vida en el ajedrez. Yo
estaba entonces en la Universidad de Columbia, pero visitaba con frecuencia el Club de
Ajedrez de Manhattan. Dr. Lasker vivía por entonces en Nueva York. Una noche, cuando
estaba en el club, él entró. Yo estaba en ese momento reconocido como el jugador más
fuerte del club. Dr. Lasker me hizo el cumplido de pedirme que examine con él una cierta
posición que le había intrigado considerablemente, y acerca de la cual él aún no había
tomado una decisión. Cuando nos sentamos algunos de los jugadores fuertes del club se
acercaron a mirar, y de paso a ofrecer sugerencias, pero naturalmente, con el debido
respeto a la presencia del entonces campeón del mundo. Habíamos estado allí cerca de
media hora sin haber llegado a una conclusión definitiva, cuando un joven bien vestido
entró, dijo: “Buenas noches”, se sentó junto al Dr. Lasker, y preguntó cuál era la
naturaleza del asunto en cuestión. Inmediatamente después de que se le informo él
procedió a tratar las sugerencias del Dr. Lasker de una manera bastante arrogante, y se
comprometió a mostrarnos que no sabíamos de lo que estábamos tratando. Lo miré con
asombro, pero, al ver su expresión despreocupada y la aparente familiaridad con que
trataba al Dr. Lasker, llegué a la conclusión que era un íntimo amigo del campeón, y por lo
tanto no dije nada. No pasó mucho tiempo para que el Dr. Lasker le mostrara al joven lo
poco que realmente sabía sobre el asunto en cuestión. El joven pronto se levantó, dijo:
“Buenas noches” y se fue. Ya no pude contenerme por más tiempo, y por eso le pregunte
al Dr. Lasker quien era su amigo. Su respuesta fue que él nunca había visto al joven antes,
y que había pensado todo el tiempo que el joven era un íntimo amigo mío – una situación
verdaderamente asombrosa. Ambos habíamos tratado al joven con una gran consideración
porque cada uno pensaba que era un íntimo amigo del otro, cuando, de hecho, ninguno de
los dos lo había visto nunca antes.

A principios de 1911 crucé el Atlántico por primera vez, para participar en el Gran Torneo
Internacional de San Sebastián, España. Tan exigentes eran los requisitos para competir
que sólo 16 jugadores en todo el mundo tenían derecho a participar. De éstos, 15, todos
excepto Lasker, aceptaron la invitación. Algunas dudas habían surgido en cuanto a mi
derecho a participar, y algunos de los jugadores eran muy escépticos en cuanto a la
reputación que había adquirido al otro lado del océano. Tuve la satisfacción y la buena
fortuna de silenciar a mis críticos al ganar, no sólo el primer puesto, sino también el
premio especial a la belleza por la partida más brillante del torneo. Los críticos de ajedrez
comentaron que yo jugaba muy rápidamente, y que siempre me levantaba y caminaba por
los alrededores mientras que mi oponente estaba pensando. En los Estados Unidos, donde
los aficionados habían visto mi progreso paso a paso, mis hábitos eran tan familiares que
no llamó la atención ninguno de los comentarios sobre el tema. Se daba por sentado que
iba a jugar mucho más rápido que cualquiera de mis oponentes, y que iba a estar
caminando una gran parte del tiempo durante el desarrollo de la partida. Pero en Europa,
en cambio me veían por primera vez, el contraste no dejó de llamar la atención. Estaban
acostumbrados a ver a los jugadores más fuertes, cuando se enfrentan entre sí, usar todo, o
casi todo, el tiempo del que disponen, y rara vez se levantan y caminan. En este punto – el
cual despertó comentarios un considerable tiempo, y desde entonces ha sido un tema de
especulación – hay algunas consideraciones que me gustaría presentar.

Es evidente que un jugador lento, no puede darse el lujo de levantarse a menudo de la


mesa y caminar mientras que su oponente está pensando, ya que su tiempo es limitado, y
por lo general necesitara cada minuto, pero un jugador rápido puede hallar conveniente dar
un paseo para conceder a su mente algún descanso. A menudo hay una gran cantidad de
trabajo mental salvados para ella. Supongamos que durante el curso de la partida una
posición muy difícil surge. Por un proceso de eliminación, el cual todo maestro sigue más
o menos, se llega a la conclusión que hay tres líneas principales de juego que deben ser
consideradas, cada una de las cuales dará lugar a complicaciones que requieren una
profunda reflexión. El mero conocimiento general no será suficiente, por el contrario, será
necesario calcular cada posible variante para poder aclarar la situación. Si en ese momento
usted permanece sentado mientras su oponente está pensando, usted forzosamente tendrá
que calcular cada parte de esas tres líneas diferentes de juego. Si usted es un jugador
mucho más rápido que su oponente, puede calcular rápidamente las tres antes de que su
oponente haya movido, pero como él solo puede adoptar una de las tres, el resultado es que
dos terceras partes del trabajo se pierden. Pero esto es en el mejor de los casos.
Supongamos, por otra parte, que Ud. sólo ha tenido tiempo de examinar dos de las tres
posibilidades antes de que su oponente mueva, y que cuando él mueve, adopta la tercera
línea, la que no ha tenido tiempo de analizar, entonces es evidente que ha perdido todo su
trabajo, y que no está mejor que si hubiera estado caminando alrededor, en cuanto al
ahorro de tiempo se refiere, y que en todo caso esta mucho peor con relación a la cantidad
de esfuerzo mental perdido. Por supuesto, como dije antes, sólo un jugador rápido que
pueda volver tan pronto como su oponente haya movido, tomar control de la situación, y
calcular todo lo que el proceso analítico requiera dentro del tiempo limitado que dispone –
sólo un jugador así podría permitirse en la práctica abandonar constantemente el tablero
para caminar. Antes de dejar este tema, me gustaría añadir que he exagerado a propósito el
caso, a fin de dejar en claro las razones a ser consideradas.

A finales de 1911 le envié un reto al Dr. Lasker para jugar por el campeonato del mundo.
Las negociaciones apenas habían comenzado cuando llegaron a su fin, porque el Dr.
Lasker, a causa de alguna ofensa imaginaria, se negó a recibirme. Cualesquiera que
pudieran haber sido sus verdaderas razones, fue un error grave de su parte. Yo era en ese
momento solamente un jugador de ajedrez natural con la misma fuerza que tengo ahora,
pero sin el conocimiento que desde entonces he adquirido a través de la experiencia y el
pensamiento arduo. A la luz de mi conocimiento actual creo que sus posibilidades de ganar
en ese entonces habrían sido excelentes.

Si él entonces hubiera jugado y ganado, el efecto moral de por sí habría sido siempre una
poderosa arma en sus manos. Su aplazamiento del encuentro, esperando, posiblemente,
que el evento nunca llegara a realizarse, fue un error que estaba destinado a ser fatal.
Aparte de otras consideraciones, la moraleja que podemos aprender de esto es: aceptar
siempre un reto, y jugar contra el retador tan pronto como se cumplan las condiciones
requeridas. El solo hecho de que el campeón está listo para jugar de inmediato hará al
retador pensar que sus posibilidades no son demasiado buenas. El campeón siempre tiene a
su favor una fuerza moral que sólo puede ser aumentada demostrando que no tiene miedo
en absoluto de su oponente.

En 1913 ingrese al Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Fui enviado a San


Petersburgo, donde permanecí hasta el 14 de julio de 1914, apenas dos semanas antes del
estallido de la Gran Guerra. En la primavera de 1914, el Gran Torneo Internacional de San
Petersburgo tuvo lugar.

Después de lucir como seguro ganador, termine en segundo lugar – medio punto por detrás
del Dr. Lasker. Aquel fue mi último contratiempo. Desde entonces ha ganado todos los
torneos en los que he participado, y gane los dos matches que he jugado: uno contra
Kostic, quien abandono después de perder cinco partidas consecutivas, y el otro contra el
Dr. Lasker, por el campeonato del mundo, el cual abandono cuando el marcador estaba
cuatro a cero en su contra. Cuánto tiempo voy a mantener el campeonato nadie puede
decirlo. Mi predecesor lo retuvo hasta los 53 años. Si lo puedo mantener hasta que tenga
50, me sentiré satisfecho. Una cosa es cierta: siempre estaré dispuesto a defenderlo en
cualquier momento.‟
Capablanca en la English Review
Edward Winter

Reproducimos un artículo de Capablanca titulado "Chess", publicado en las páginas 459-462 de


la English Review, Noviembre 1922:

‘Siempre me están preguntando: ¿Qué clase de cerebro debe poseer un campeón de


ajedrez? ¿Qué cualidades son esenciales? ¿Qué relación hay entre el ajedrez y otras
actividades mentales? ¿Qué pasa con los ingleses? Etc. Para empezar, sólo puedo decir que
hoy tengo una mala memoria, sin embargo cuando era niño podía recordar cualquier cosa
con facilidad. Mi récord es haber repetido, cuando era pequeño, tres páginas de historia
después de que lo había leído una vez, sin olvidar una sola palabra. Pero, como me he
hecho mayor – de hecho, desde que me convertí en un jugador de ajedrez de primera clase
– siempre trato de olvidar todo lo que he considerado innecesario recordar, y me he ido tan
bien en mi entrenamiento que ahora por lo general tengo dificultad para recordar las cosas.
Se da la circunstancia, ahora, que mientras hay varios expertos que recuerdan cada partida
seria que yo he jugado en los últimos 22 años, yo casi no puedo recordar ni una sola de
ellas. Una partida jugada hoy vagamente puedo retenerla en mi cabeza durante un par de
semanas, pero después se va para siempre. Sin duda, mi mala memoria actual es una
consecuencia. He sido influenciado a adoptar este sistema para evitar la pérdida de sueño
después de una dura lucha en la noche. Así que puedo irme a dormir inmediatamente
después de una partida, ya sea que gane o pierda, y una hora después de una larga y
extenuante sesión de simultáneas en contra de cualquier número de oponentes pueden
encontrarme tranquilamente durmiendo en mi cama.

De manera general, la memoria de los expertos de ajedrez es similar a la memoria de los


grandes músicos. De la misma forma como un gran pianista, por ejemplo, puede sentarse y
tocar por horas sin ver la partitura de cualquiera de las obras que interpreta, un maestro de
ajedrez puede utilizar un sinfín de partidas y variantes que ha almacenado
inconscientemente en su mente. Los grandes músicos ven las notas con los ojos de su
mente como si estuvieran en frente de ellos. En la misma forma el maestro de ajedrez ve
los movimientos y las posiciones. Si por un momento se olvidan de una nota o un
movimiento, la nota o movimiento anterior, según sea el caso, les recordará lo que debe
seguir. Hay una secuencia lógica que le ayuda al experto a superar sus dificultades. De
hecho, tengo que hacer notar que ahí debe existir alguna analogía entre las mentes de un
músico y un jugador de ajedrez. Conozco a muchos eminentes músicos que son muy
aficionados al ajedrez, y por otro lado casi todos los ajedrecistas expertos son muy
aficionados a la música. Debemos mencionar como el caso más notable el de Philidor, el
pionero de la teoría moderna de ajedrez, un genio del ajedrez, el jugador más fuerte de su
época, quien también fue uno de los más eminentes músicos franceses de su tiempo. Qué
clase de cerebro se requiere para ser un campeón de ajedrez eso yo no podría decirlo, pero
si sostengo que fuera de cualquier talento natural que uno pueda poseer en ese sentido es
muy importante, por no decir completamente imprescindible, tener una muy buena cultura
general, así al tener una mayor perspectiva uno puede considerar el así llamado juego
desde un punto de vista más amplio. Esto debería ser más cierto ahora que en otros
tiempos, ya que el ajedrez ha progresado enormemente en los últimos 60 años, y
convertirse en campeón es una tarea mucho más difícil ahora. En este sentido, sería
conveniente llamar la atención sobre el hecho de que si bien es cierto que han existido en
el pasado, y que existen en la actualidad, algunos jugadores de ajedrez grandes que son
neófitos en cualquier otra cosa y que tienen muy poca cultura sobre algunos temas, por
otro lado todos los campeones mundiales de los últimos 60 años, no incluyéndome a mí
mismo, han sido hombres con más que una simple cultura general. Ese fue el caso de
Anderssen, Steinitz, y Lasker. En lo que a esto respecta no puedo reclamar ninguna
pretensión de preeminencia de ninguna clase. Todo lo que se puede poner a mi favor es
que he leído mucho y he visto una gran cantidad de cosas, que tengo una mente abierta, y
que estoy dispuesto a aprender cualquier cosa sobre cualquier tema. Puede ser conveniente
llamar la atención sobre el hecho de que el ajedrez tan comúnmente practicado por la gran
mayoría de jugadores es solo un juego más difícil que otros juegos, pero cuando juegan los
maestros líderes deja de ser un juego y se convierte en lo que podría denominarse un arte
científico menor. En su etapa actual de desarrollo tiene una gran parte de ciencia, pero
también tiene mucho de arte. Si es que alguna vez se convertirá en una ciencia absoluta es
sólo materia de especulación. Acerca de las cualidades esenciales en la formación de un
campeón es difícil establecer un dictamen. Podría existir la posibilidad que un jugador
alcance su más alto nivel a través del desarrollo inusual de una o dos cualidades que
podrían ser simplemente normales en otro jugador que se volvió fuerte a través del
desarrollo de otras cualidades, que a su vez sólo son normales en el primer caso. Hay, sin
embargo, dos cualidades que parecen ser absolutamente esenciales para conseguir
preeminencia en el ajedrez. Ellos son: una gran capacidad de concentración y la capacidad
de visualizar las posiciones que puedan surgir a partir de la posición actual. A menudo se
ha dicho que es necesario poseer un cerebro matemático para sobresalir como ajedrecista.
Si bien es cierto que Anderssen fue profesor de matemáticas y que Lasker es un
matemático, nos encontramos con que Morphy fue un abogado y Philidor un músico.
Hasta en cuanto a los campeones se refiere. Con respecto a otros jugadores que nunca han
sido campeones, pero que se han convertido en figuras mundiales en el ajedrez, podemos
mencionar, entre otros, Tarrasch un médico, Pillsbury un abogado, Alekhine un abogado,
Zukertort un médico. En la propia Inglaterra en los años 50 tenemos a Howard Staunton un
estudioso de Shakespeare, y Buckle un historiador. Seguramente hay suficiente variedad
en las mentalidades de los pocos hombres que hemos mencionado. En la actualidad los
únicos jugadores notables con cerebros matemáticos son el Dr. E. Lasker, ex campeón del
mundo, y el Dr. M. Vidmar. De paso, podemos agregar que el Dr. Vidmar es una autoridad
bien conocida entre los ingenieros eléctricos, ya que ha publicado algunos excelentes
tratados sobre el tema. También es profesor en la Universidad de Ljubljana,
Checoslovaquia [Yugoslavia], y al mismo tiempo director general de algunas obras de
ingeniería en la ciudad antes mencionada, todo lo cual no le impidió ser uno de los
ajedrecistas más destacados en el mundo, lo que demuestra que la excelencia en el ajedrez
no es incompatible con la excelencia en otras direcciones.
Llegamos ahora al punto referente al país y a la gente más experta en el juego. Mientras en
el pasado los judíos y los eslavos han sido los más prominentes, no creo que sea
necesariamente una cuestión de raza. Por otra parte, como el ajedrez ha progresado y
sobresalir en el se ha vuelto más difícil, la cuestión del clima, en mi opinión, pasa a ser un
factor más determinante. Evidentemente, dado que el ajedrez es por naturaleza un juego de
interior, se debería jugar más en los países de clima frío y de largas noches de invierno que
en los países donde el clima siempre está invitando a las personas a salir a la calle. Los
ingleses son generalmente pacientes, decididos, y responsables. Estas son excelentes
cualidades para el ajedrez. Desafortunadamente, en sus años escolares pasan la mayor
parte de su tiempo libre fuera de casa, cazando durante el invierno. Generalmente como
consecuencia, el ajedrez no se aprende a una edad temprana, que es el tiempo adecuado
para aprender con el fin de llegar a ser un buen jugador. Hay, sin embargo, en Inglaterra un
gran número de muy buenos jugadores, y si actualmente no hay ninguno de ellos que se
encuentre clasificado entre los mejores del mundo, es principalmente debido a la falta de
apoyo adecuado en la organización de competencias internacionales. Es sólo a través del
contacto cercano con los mejores expertos que el estándar de juego puede ser elevado.
Sólo ha habido un gran torneo internacional en Inglaterra en los últimos 23 años. Espero
que en el futuro se dé más apoyo para tales competencias, para que Inglaterra pronto pueda
ocupar una vez más una posición de liderazgo en el ajedrez.

Hay algunas consideraciones en relación al ajedrez como impulsador de la educación que


pueden ser interesantes para considerar. El ajedrez con respecto a la mente podría decirse
que es lo que los deportes o el atletismo son con respecto al cuerpo: un medio de
ejercitarse y dar placer al mismo tiempo. Moralmente, quienes lo practican tiende a
mantenerse alejados de otras actividades peligrosas. Las apuestas son poco interesantes, es
más, las apuestas son prácticamente impensables, debido a la propia naturaleza del juego,
un hecho que debería captar la atención de los educadores. Como factor social ocupa una
posición única. Reúne a hombres de todos los niveles de la escala social, sin importar
credo o religión. El juego es el mismo en todo el mundo. Al viajar de un lugar a otro no
puede tener mejor recomendación para asegurarse una cálida bienvenida que ser un
ajedrecista. Todo lo que uno tiene que hacer en cualquier lugar del mundo es saber dónde
se reúnen los ajedrecistas para ir allí. Muchas veces he visto a un desconocido entrar a un
prestigioso club de ajedrez y preguntar por uno de los directivos. Su manifestación de que
era un ajedrecista que visita la ciudad y su dirección era todo lo que se requería.
Inmediatamente se le hizo sentir como en casa. Si quería un rival rápidamente se le
encontraba uno para él, y así, el pronto llego estar en contacto con personas a las que tal
vez no podría haber conocido de otra manera.’
Capablanca en Moscú, 1925
Edward Winter

Capablanca escribió un relato del torneo de Moscú 1925, junto con sus propuestas para una
nueva forma de ajedrez, en la Revista Bimestre Cubana de la Sociedad Económica de Amigos
del País, Volumen XXI, Número 2, Marzo-Abril de 1926. A continuación presentamos la
traducción:

„EI Torneo Internacional de Moscow de 1925 – Conveniencia de Modificar el Ajedrez


para la Lucha entre los Grandes Maestros por J. R. Capablanca.

Las peripecias del último gran Torneo Internacional de Ajedrez verificado en Moscow, ha
dado lugar a un sin número de comentarios. Antes de comenzar, se suponía que la lucha
por el primer puesto sería entre el doctor Lasker y yo. Sin embargo, muy pronto cambió el
escenario. EI Dr. Lasker es verdad que comenzó muy bien, pero hubo otros como
Bogoljuboff, Rubinstein y Marshall viejos maestros que no le iban en zaga. Además el
joven Torre, jugador nuevo, de poca fama, llevaba tal impulso, que no hacía más que
anotarse puntos a su favor y ya bastante avanzada la contienda no faltaba quien creyese
que el talentoso jugador mejicano daría un gran golpe inesperado llevándose el puesto de
honor. Mientras todo esto sucedía, yo el “campeón mundial”, estaba haciendo un papel de
lo más desairado y por primera vez en mi vida me encontraba casi a la cola del torneo, tan
lejos de los primeros puestos que ya nadie me tomaba en consideración para el resultado
final en lo referente a los primeros lugares.

Algo filósofo, muy observador y completamente desapasionado en mi juicio acerca de


todo lo referente al Ajedrez y sus grandes expositores, no acertaba yo, sin embargo, a
explicarme el fenómeno curioso que se estaba produciendo. Me explicaba perfectamente lo
poco eficiente de mi trabajo, pero no veía nada sobresaliente en la labor de ninguno de los
otros. Todos los que he nombrado lo estaban haciendo bastante bien, sobre todo el Dr.
Lasker, pero el Dr. Tartakower que hasta ese momento estaba jugando con más precisión
que nadie no estaba obteniendo tan buenos resultados prácticos como los otros. Por mi
parte no comprendía lo imposible que se me hacía poder concentrar mis facultades durante
cuatro horas consecutivas.

En esta situación, de buenas a primeras, se produjo un cambio. Los diferentes factores que
actúan en estas luchas comenzaron a producir distintos efectos según las circunstancias. La
tensión que produce una lucha de esta naturaleza tuvo su primera víctima en Rubinstein.
Comenzó a perder un día tras otro y pronto quedó descartado. Marshall y Torre tuvieron
sus tropiezos. Lasker de pronto también pareció a su vez no poder resistir la marcha. Sólo
quedó en pie, por así decir, Bogoljuboff. Por mi parte, con la práctica de los primeros
rounds y hostigado por un par de derrotas a manos de jugadores inferiores Logré al fin
entrar en el espíritu de la lucha y pude mediante un gran esfuerzo, concentrar algo más mis
facultades para el esfuerzo consecutivo necesario y así de día en día, no sólo fui mejorando
mi posición en el torneo sino que al final estaba ya llegando al máximo de mi fuerza. La
descripción anterior explica el orden definitivo al final de la contienda. Bogoljuboff a
pesar de la derrota que sufrió conmigo, llevaba tanta ventaja que quedó en primer lugar por
amplio margen. Lasker con su gran experiencia pudo capear el temporal y ocupar el
segundo puesto por medio punto. Yo, ganando siete y haciendo dos tablas de los últimos
nueve juegos llegue al tercer lugar. Marshall haciendo uso de su experiencia se mantuvo lo
suficientemente bien para terminar en cuarto. Torre que estuvo solo por un día en primer
lugar, gracias a la ventaja enorme que llevaba, quedó empatado para quinto y sexto puesto
con Tartakower, Este último reaccionó admirablemente durante los últimos tres rounds de
la contienda.

Lo anteriormente expuesto demuestra las peripecias del juego de Moscow y si bien es


verdad que cosas parecidas han sucedido antes, no hay, sin embargo, duda alguna que en
este torneo las alternativas fueron de tal naturaleza, que es preciso convenir en que hubo
factores especiales que influyeron mucho en sucesos tan poco usuales. EI torneo fue
organizado por la sección del Gobierno Soviet a cargo de todos los asuntos relacionados
con el ajedrez de acuerdo con los directores del Club de Ajedrez de Moscow. El comité
encargado de la dirección y organización del torneo estaba compuesto de elementos
jóvenes, muy entusiastas y deseosos de hacerlo bien, pero faltos de experiencia. EI
resultado fue una organización deficiente en cuanto a las necesidades de los jugadores para
poder mostrar todo lo que ellos eran capaces de producir, por más que el comité hizo
cuanto le fue posible para remediar los defectos una vez que estos eran indicados por
alguno de los maestros extranjeros. Pero está claro, que hubiera sido necesario prever las
cosas, puesto que casi siempre cuando el remedio surtía efecto ya el mal se había
producido y en algunos casos no fue posible aplicar el remedio. Supongo que algunos de
los maestros se fueron de Moscow pensando como yo, es decir, muy agradecidos por lo
bien que fueron recibidos y tratados, pero al mismo tiempo muy apenados de no haber
podido demostrar sus verdaderas facultades.

EI Ajedrez en la U.S.S.R. goza del apoyo oficial. El gobierno lo considera un medio


superior para educar la masa del pueblo. El ajedrez, pues, cuenta ahí con un público
enorme. Fácil es, por consiguiente, imaginar el interés y entusiasmo con que se seguía el
torneo. Los periódicos y revistas publicaban artículos sobre el torneo y todo cuanto decían
los maestros que pudiera considerarse de interés general. Naturalmente yo, como campeón
del mundo, me encontraba muy asediado por los periodistas y hasta por algunos maestros
de ajedrez que escribían para periódicos y revistas. Al Dr. Tartakower como gran maestro,
y además como amigo mío, le expuse y él publicó en forma muy condensada mis ideas
sobre ciertas reformas que yo creía conveniente hacer en el ajedrez. Le dije que
erróneamente se me habían atribuido con anterioridad en diversas revistas y periódicos
cosas que yo no había dicho y que me parecía aquella una buena oportunidad para aclarar
los hechos y exponer las únicas modificaciones que verdaderamente yo creía conveniente
y al mismo tiempo aclarar que no era cierto que yo hubiese declarado nunca que el ajedrez
había llegado a su límite y que hacer tablas era cosa fácil. Naturalmente es fácil
comprender lo mucho que se habrá escrito y hablado sobre el asunto. En realidad lo que yo
he oído y leído sobre el particular demuestra que no he sido comprendido. EI ajedrez posee
hoy día una gran literatura. Hay miles de volúmenes escritos sobre ajedrez tal como se
juega este juego ahora. Por otra parte todavía no se ha llegado al límite en el ajedrez tal
cual él existe hoy en día. Ningún jugador hasta ahora ha logrado mantenerse invicto
durante tiempo indeterminado. Yo logré estar ocho años a través de cuatro torneos y dos
matches sin perder un solo juego, pero al fin y al cabo Reti, en 1924, en el Tomeo de
Nueva York me ganó uno. Ahora en Moscow perdí dos contra jugadores de menor cartel.
Los otros jugadores actuales no han podido hacer tanto, de modo sea que tal parece que
por ahora no hay que preocuparse en cuanto a la posibilidad de que haya quien pueda
hacer tablas a voluntad pero en realidad, a mi juicio no es así sino que por el contrario hay
que preocuparse respecto a las tablas. Puede ser que aún no hayamos llegado al punto de
poder hacer tablas de voluntad, pero si no hemos llegado, poco falta. En realidad,
ingenuamente debo confesar que en las debidas condiciones de entrenamiento y salud,
como por ejemplo, al final del torneo de Moscow, se me hacía imposible comprender
como me podrían ganar un juego, siempre y cuando yo me conformase con hacer tablas.

No digo esto por vanidad, pues en el ajedrez al menos, nunca he sido vanidoso; lo digo por
convicción, admitiendo desde luego la posibilidad de estar equivocado. Pero aceptemos
que aún no hemos llegado a eso, es decir, que no hay absolutamente nadie hoy día capaz
de hacer tablas a voluntad. Aun así nos encontramos con que la técnica ha avanzado de tal
manera que hoy día hay jugadores de segunda categoría entre los grandes maestros que a
fuerza de sus conocimientos enciclopédicos se hacen casi invencibles. Y si esto es ahora y
las tres cuartas partes de ese camino se ha andado solo en los últimos veinte años, ¿qué
sucederá dentro de cincuenta años?

Pensad que grandes maestros de verdadera clase superior como Alekhine y Bogoljuboff,
hombres jóvenes, conocen cuanta variante existe en el desarrollo de una apertura que haya
sido usada con frecuencia por los otros maestros; que Alekhine, por ejemplo que solo tiene
33 años conoce cuanta partida ha sido jugada en un torneo o match cualquiera en los
últimos veinticinco años, que la analogía en el desenvolvimiento técnico de la mayor parte
de las aperturas es tal que aun cuando se invierta el orden de las jugadas o se haga algo
nuevo o desconocido, es relativamente fácil encontrar la respuesta justa. Pensad todo esto,
aun sin contar otros aspectos más por el estilo, que serían de difícil explicación y harían
este trabajo demasiado largo, y llegareis a la conclusión de que hay que pensar muy
seriamente en lo tocante a las tablas, si no se quiere llegar al momento en que haya varios
jugadores del todo invencibles.

En realidad hoy existe un ajedrez aparte, por así decir, que solo comprenden los más
selectos de los grandes maestros y del que muy a menudo forma parte de una técnica
altamente desarrollada que ya hoy amenaza con igualar el talento al genio y que de llegar a
conseguirlo haría del ajedrez algo parecido a lo que es hoy el juego de damas. Pese, pues, a
la vieja historia ajedrecista y a los miles de volúmenes escritos sobre ajedrez en un tablero
de 64 casillas, es necesario evitar lo que sin duda sería un desastre. Para evitar que por
algunos siglos al menos la técnica pueda de nuevo convertirse en factor tan dominante, he
sugerido ampliar el campo de operaciones. Haciéndolo mayor, las combinaciones serían
mayores y por consiguiente más difíciles e interesantes. La parte artística tendría mayor
campo, sin cambiar para nada los principios estratégicos fundamentales. Para cambiar solo
aquello que sea necesario he sugerido que en lugar de 64 casillas, hayan cien, esto es, un
tablero de 10 x 10 en lugar de uno de 8 x 8. Habrá por consiguiente dos peones más, y
también dos piezas grandes más, atrás. Para completar la clase de movimientos, una de las
piezas tendrá el movimiento combinado de alfil y caballo y la otra de torre y caballo. Una
se colocará del lado de la dama y la otra del lado del Rey. Los peones, en lugar de tener
opción de marchar uno o dos pasos podrán marchar uno, dos o tres pasos.

Las demás reglas podrían ser las mismas.

No es necesario ser vidente para fijarse claramente en la imaginación una vista panorámica
de lo que sería el nuevo ajedrez. Si hoy día hay a veces posiciones tan ampliadas que el
maestro se ve apurado por resolverlas, que no sucedería en un campo de acción casi el
doble del actual y con elementos de gran calibre no existentes hoy día?

Lo que el aficionado generalmente aprecia con mayor facilidad en una partida de ajedrez
son las pequeñas combinaciones llamadas brillantes. Y digo pequeñas, porque cuando las
combinaciones son de mayor cuantía el aficionado por lo general no las comprende.
Respecto a los grandes maestros, éstos a su vez, se deleitan por lo general con las
combinaciones de mayor cuantía. Hoy día, con los elementos actuales y con una técnica
altamente desarrollada las combinaciones de mayor cuantía son rarísimas y las
oportunidades para llevarlas a cabo difícilmente se presentan. Con las innovaciones
expuestas, tanto el aficionado como el maestro podrían a menudo deleitarse con el tipo de
combinaciones al alcance de cada uno de ellos

Para no prolongar esta disertación y al mismo tiempo indicar algo que podría suceder en la
práctica, basta decir que una de las nuevas piezas, la que tendría el movimiento combinado
de alfil y caballo, podría por si sola vencer al rey contrario, cosa imposible hoy día.

Habría dos clases de ajedrez: uno el actual y otro más avanzado, solo para los maestros,
pero que sería comprendido por todos aquellos conocedores del ajedrez actual.‟
Capablanca acerca de Maróczy
Edward Winter

Géza Maróczy

A continuación presentamos la traducción de un homenaje de Capablanca a Géza Maróczy que


no apareció en la edición en inglés de las Conferencias de radio del cubano, pero se incluyó en
las páginas 149-154 de la versión española, Lecciones elementales de ajedrez (Madrid, 1973).

„Hablando con uno de los mejores aficionados de Nueva York a propósito de la enseñanza
del ajedrez de acuerdo con los principios generales por mí sostenidos, decía él:
“Indudablemente que si los tratados de los grandes maestros dedicaran más atención a los
principios fundamentales del ajedrez, los aficionados tendrían una comprensión más
amplia y más exacta del mérito de muchas de las partidas que a diario se producen”.
Me viene a la mente, a propósito de esto, la realidad de que una de las razones que me
permitieron durante muchos años hacer records nunca igualados en partidas simultáneas
fue la aplicación continua de esos principios. Aún hoy día es gracias a ellos que todavía
puedo enfrentarme con éxito contra veinte o veinticinco jugadores de primera clase en
cualquier club del mundo.

Los aficionados recordarán mi partida contra Steiner en el Torneo de Budapest. El director


de aquel torneo fue el gran maestro húngaro Geza Maroczy. Maroczy tiene hoy día más de
setenta años, y según mis noticias está viviendo en Budapest, capital de Hungría, su país
natal. Maroczy es ingeniero de profesión y como tal tomó parte activa en la construcción
de uno de los primeros acueductos de la ciudad de Budapest. Maroczy ha sido uno de los
más grandes maestros de su época. Muy caballeroso y correcto, tiene muchos amigos y
admiradores en Inglaterra, Holanda y los Estados Unidos de América, en cuyos países
residió por largo tiempo.

Como ajedrecista sólo le faltó un poco más de imaginación y espíritu agresivo. Su juicio
de la posición, cualidad máxima del verdadero maestro, fue excelente mientras se mantuvo
en las lides del tablero. Jugador muy preciso y excelente finalista, adquirió renombre como
experto en finales de Dama.

En un torneo de hace muchos años ganó un final de Caballos contra el maestro vienés
Marco, que ha pasado a la historia como uno de los grandes clásicos en esa clase de
finales.

El gran maestro Teichmann tenía un gran respeto por su habilidad. Recuerdo que durante
el gran torneo internacional de San Sebastián de 1911, me hablaba un día Teichmann de
los contendientes del torneo, y me decía: “Maroczy es un jugador muy profundo y juega
muy bien los finales; en buena forma, es un contendiente muy peligroso en esta clase de
torneos.”

Como saben mis lectores, ese fue mi primer torneo en Europa, y tuve la buena suerte de
ganarlo. En esa época yo no conocía a los grandes maestros de Europa y sólo gracias a la
bondad de algunos de ellos, como Teichmann, Schlechter, Maroczy y Tarrasch, pude
enterarme de muchas de sus cualidades y del verdadero valor con que se consideraban los
unos a los otros. Los rusos, representados por Rubinstein, Bernstein y Nimzowitch, se
mantenían aparte y no tenían las simpatías de los demás jugadores. De todo lo que se decía
podía deducirse que Tarrasch, Schlechter, Maroczy y Rubinstein eran considerados como
los más fuertes. Pero volvamos a Maroczy, de quien estamos tratando.

Allá por el año 29, cuando ya Maroczy andaba alrededor de los sesenta años y hacía ya
tiempo que no participaba en los grandes torneos, los jóvenes jugadores húngaros
comenzaron a decir que Maroczy había pasado a la historia, que los jugadores nuevos eran
superiores a los jugadores de su época, y argumentaban en la misma forma que hacen hoy
día los jugadores jóvenes con respecto a los maestros de hace veinte o treinta años.
Maroczy me contó todo y me dijo: “Estos jóvenes jugadores húngaros no valen gran cosa.
Juegan bien, pero sólo son, a lo más, jugadores de segundo o tercer orden. No conocen el
verdadero juego, el juego de los grandes maestros; pero se creen que saben mucho y se
dejan decir que son los más fuertes que yo, por mi parte – me decía –, estoy ya viejo. Yo
no tengo el interés de antes; pero me han mortificado tanto sus pretensiones que les he
dicho que estoy dispuesto a jugarles un match a cualquiera de ellos.”

Estas palabras de Maroczy dieron como resultado que se organizase un match entre uno de
los jóvenes húngaros [Géza Nagy] que acababa de ganar el campeonato de Hungría y el
viejo gran maestro. El resultado del match fue un éxito completo para Maroczy, pues su
adversario perdió cinco partidas y no pudo anotarse un solo punto a su favor.

Maroczy era un buen profesor y entrenador para jugadores de talento. Gran parte del éxito
de miss Menchick se debe al tiempo que Maroczy le dedicó cuando la actual campeona del
mundo entre las mujeres era joven y se hallaba en Hasting. En aquella época, miss
Menchick era solamente una jugadora joven, con talento, pero que hasta entonces no había
demostrado mayor fuerza. Maroczy, que a la sazón residía en Hatstings, se dio cuenta de la
habilidad natural de la joven y se dedicó a enseñarla. La discípula ha hecho honor al
maestro. No hay duda que miss Menchick es muy superior a cuantas jugadoras se han
conocido hasta ahora.

Respecto a la fuerza relativa entre Maroczy y los jóvenes grandes maestros de la


actualidad, mi opinión es que, con excepción de Botvinnik y Keres, Maroczy, en su buena
época, era superior a cualquiera de los otros jugadores actuales.

Si se tiene en cuenta que por el año 1900 Maroczy era uno de los primeros jugadores del
mundo y que treinta años más tarde todavía era capaz de dar tan tremenda paliza al
campeón de Hungría, hay que convenir que para comparar a otro jugador con él será
necesaria una actuación semejante por un período de tiempo más o menos igual. Esto trae
a colación la cuestión de si los jugadores de hoy son tan fuertes o más que los jugadores de
hace treinta años.

Los jugadores modernos creen que ellos saben más y son más fuertes que los jugadores de
hace treinta años. En mi opinión, esto es un error de marca mayor. Un grupo de jugadores
como Tarrasch, Schlechter, Maroczy, Rubinstein, Lasker y yo, tal como éramos hace
treinta años, no existe hoy día, ni creo que haya existido nunca. Y tómese en consideración
que no nombro a Bernstein, Marshall, Duras, Vidmar, Teichmann, Janowsky y
Nimzowitch, Spielman y Tartakover, todos ganadores de torneos y matchs de importancia.

Maroczy, gran admirador de Morphy, publicó hace años la mejor colección de las partidas
del famoso maestro americano recopilada hasta esa fecha.

Su aportación principal a la técnica de las aperturas ha sido la conocida variante en la


defensa siciliana, en la cual las blancas establecen una formación de Peones en 2TD, 3CD,
4AD, 4R, 3AR, 2CR, 2TR, contra la formación del negro, 2TR, 3CR, 2AR, 2R, 3D, 2CD,
2TD. Esta formación de los peones blancos es considerada tan ventajosa que las negras la
evitan, generalmente, por todos los medios a su alcance.

Esta es una síntesis, a grandes rasgos, de la simpática figura del gran maestro húngaro.‟
Capablanca en San Sebastián, 1912
Edward Winter

José Raúl Capablanca (see C.N.s 3442 and 3447)

A continuación presentamos la traducción de un artículo de Capablanca publicado en las páginas


3-5 de Capablanca-Magazine, 25 de abril 1912:

„Al comienzo de esta evaluación crítica, debo señalar que las debilidades de los jugadores,
como sus puntos fuertes, son relativas dentro del círculo al cual pertenecen, pues la
debilidad de un jugador comparado con otros participantes en el torneo ya no sería una
debilidad en el contexto de los jugadores ligeramente menos fuertes. En el ajedrez, como
en la vida, todo es relativo.

Rubinstein, que, en los tableros de ajedrez, es la gloria de Rusia, nació en Lodz en 1882, y
tiene por lo tanto 30 años. Él es sumamente perspicaz y un profundo estudioso del juego,
esto debido a que él estudia durante dos o tres horas todas las mañana, es un gran
admirador de Morphy, cuyas partidas probablemente conoce de memoria. Él es muy
observador y cuando, en San Sebastián 1911, yo me estaba divirtiendo jugando partidas
rápidas contra el Dr. Bernstein, su compatriota, siempre venía a observar el encuentro, a
menudo haciendo la observación de que yo poseía una habilidad táctica superior a la de
cualquier otro. Esta es una prueba clara de la modestia del gran experto ruso.

Rubinstein ha hecho un estudio especializado de la apertura del peón de dama, y sus


oponentes pueden estar completamente seguros de que con las Blancas iniciara con 1 d4.
Ha habido ocasiones en que ha variado, pero han sido escasas. Con las Negras casi
siempre juega la defensa francesa contra 1 e4 y ha hecho un estudio especializado de esta
apertura también.

Sus aperturas son sólidas porque juega sólo lo que ha estudiado en mayor profundidad. Su
desempeño en el medio juego es digno del gran maestro que es, también esta generalmente
aceptado que es extraordinariamente fuerte en los finales. De esto se puede deducir que el
maestro ruso es muy difícil de vencer. Para vencerlo hay que ir paso a paso y con mucho
cuidado, porque siempre está preparando trampas para su oponente.

Sus principales éxitos han sido Carlsbad de 1907, primer lugar, Ostend 1907, primer y
segundo lugar igualado con Bernstein, San Petersburgo, 1909, primer y segundo lugar
igualado con Lasker, campeón del mundo, a quien venció en su primera partida individual;
San Sebastián 1911, segundo y tercer lugar igualado con Vidmar, y, finalmente, San
Sebastián 1912, primer lugar.

Rubinstein nunca ha estado debajo del tercero lugar en un torneo internacional, lo cual es
un récord que no ha sido igualado por ningún otro jugador excepto Lasker. Hoy Rubinstein
es, en mi opinión, el más fuerte jugador europeo, junto con Lasker, quien como campeón
del mundo, tiene derecho a ser considerado como el primero.

Spielmann y Nimzowitsch, que empataron el segundo y tercer lugar, son hoy dos de los
mejores exponentes de la brillantez de la vieja escuela, de acuerdo con la teoría de la
escuela moderna. En otras palabras, a pesar de reconocer los principios solidos de la
escuela moderna, atacan con la determinación y la brillantez que caracterizó a los antiguos
jugadores. Su juego es similar en ciertos aspectos. Ambos juegan cosas que otros maestros
dejan a un lado, y las continuaciones que eligen, aunque muy brillantes, no son el resultado
de la profundidad de conocimiento que les permite ver una victoria segura, sino que se
deben a la influencia de lo que se llama “juicio posicional”. Es decir, no ven una
combinación hasta el final y no pueden estar seguros de lo que va a suceder, pero creen
que está bien y que la posición que obtendrán les dará un ataque que debe ganar de una u
otra manera, y así se embarcan en esa línea, incluso sacrificando piezas para llevar a cabo
sus planes. Algunas veces sucede que estaban equivocados y pierden, pero a veces
también, a pesar de haberse equivocado, la posición resultante es tan difícil que el
oponente no ve el camino correcto, equivoca el rumbo y pierde.

A pesar de estas similitudes, sus estilos son diferentes en aspectos importantes. Spielmann
es netamente un jugador de ataque. Nimzowitsch es un gran jugador posicional y su
destreza táctica en el medio juego es, a mi juicio, superior a la de cualquier otro
competidor en San Sebastián. Spielmann es mejor en los finales ya que el experto ruso, por
alguna razón que no puedo explicar, es débil en esta fase del juego y a veces pierde un
final difícil sin ninguna razón.

Tarrasch, el héroe de un gran número de torneos, es a los 51 años de edad, el jugador de


más edad en el torneo. Allá por 1889 sucedió que mientras Tarrasch, entonces el jugador
más fuerte en Alemania, obtenía el primer lugar en un torneo importante, el Dr. Lasker
ganaba el primer lugar en un torneo menor y conseguía el título de Maestro. En aquel
tiempo la mirada de todos estaba centrada en Tarrasch, ya que se esperaba que el fuese el
que debía luchar contra el viejo Steinitz por su título de campeón del mundo, y nadie podía
imaginar que el joven Lasker, entonces tenía sólo 20 años, sería el único en lograr lo que el
entonces famoso Tarrasch nunca pudo: disputar un match con el poderoso Wilhelm
Steinitz. Lasker venció a Steinitz por 10-5 en 1894, en un match memorable, y fue tan solo
hace cuatro años atrás que, después de lanzar fuertes argumentos, el Dr. Tarrasch se
enfrentó a su rival el Dr. Lasker en un match. En ese tiempo Tarrasch tenía una enorme
reputación. Había ganado ocho primeros premios en torneos internacionales, tres de ellos
consecutivamente con la pérdida de una sola partida. Sus opiniones sobre movimientos de
apertura, etc. eran casi infalibles para los Alemanes, que estaban de su parte y querían que
gane; Lasker era alemán de nacimiento y campeón del mundo, pero no estaban de acuerdo
con su vida en los Estados Unidos. El resultado del match fue un desastre para Tarrasch y
sus partidarios; Lasker lo venció por ocho partidas a tres con cinco tablas. El mundo del
ajedrez escribió Tarrasch fuera – "una esperanza que ha pasado", e incluso creían que él
nunca había sido tan fuerte como había afirmado, y que ahora se había descubierto que ya
no podía sobresalir en los torneos. Pero esto no es así, en los dos torneos de San Sebastián
en 1911 y 1912 su juego demostró que sigue siendo un jugador de temer y que vencerlo es
una tarea hercúlea. En 1911 quinto al séptimo lugar igualado con Nimzowitsch y
Schlechter, y este año cuarto, por delante de Marshall, Schlechter, etc. En los torneos de
primer nivel demuestra una fuerza latente muy grande.

Dr. Tarrasch ha estudiado y sigue estudiando, el juego en gran parte, y la teoría moderna
han avanzado bajo su impulso. A veces juega los primeros 15 movimientos de una partida
a gran velocidad, lo cual en un jugador tan tranquilo y reflexivo como él, es prueba
evidente que todo ha sido estudiado y preparado. Contra mí en San Sebastián 1911 hizo
sus primeros 16 movimientos en tres minutos. Su estilo se caracteriza por la solidez, trata
de construir un muro de acero y deja a su oponente chocar contra el. Él hará grandes
esfuerzos para obtener o mantener un peón, y esto a menudo cuesta al juego. Finalmente,
aunque esto no tiene que ver con el ajedrez, sino más bien el carácter personal del
ajedrecista, el Dr. Tarrasch es un gran admirador de la música y de la belleza femenina.‟
Conferencia de Capablanca (1932)
Edward Winter

A continuación presentamos la traducción de una conferencia improvisada dada por Capablanca


en el Club de Comunicaciones de Prado en Cuba el 25 de mayo de 1932. La transcripción
completa fue publicada en las páginas 5-6 de Lunes de Revolución, 12 de diciembre de 1960.
“Chess Psychology”

„El ajedrez no es un tema muy fácil para una conferencia. Los aspectos que pueden tratarse
son muy variados; hay también que tomar en cuenta la gran diferencia en la fuerza de
juego de los que escuchan, lo que da como resultado que es casi imposible en una sola
conferencia indicar o mostrar algo que sea de beneficio particular a un grupo específico.
Seguramente entre el público hay un gran número de jugadores fuertes y me imagino que
hay un número aún más grande de jugadores poco experimentados. Por consiguiente creo
que sería mejor ilustrar los temas hasta donde sea posible que sean comprendidos por
aquéllos que no son tan fuertes en lugar de hacerlo para aquéllos que son de la primera
categoría. Puede ser que estos últimos requieran un poco de ayuda, pero para los otros
indudablemente la necesidad es mucho más grande. Por consiguiente, esta tarde voy a
limitarme a los temas generales para el beneficio de jugadores quienes nosotros podríamos
llamar de fuerza elemental. Puede ser que algunos jugadores fuertes encuentren también
algo que sea útil para ellos, y puede haber también mucho para los jugadores débiles, pero
mi objeto es alcanzar la masa de jugadores de mediana fuerza.

Cualquiera que desea progresar en ajedrez debe considerar el juego como un todo que
puede ser dividido en tres partes. La primera es la fase a la que la mayoría de las personas
consagra la mayoría del tiempo y estudio: la apertura. La segunda se llama el Medio juego
y viene inmediatamente después de la apertura. Esta fase se estudia menos que la de la
apertura y puede ser, tal vez, la fase menos estudiada de los tres. Por último, la tercera
fase, el Final, que la mayoría tampoco estudia con la misma atención y devoción que
dedica a las aperturas. Hace once años escribí un libro, y en lugar de empezar, como todos
los libros lo hacen, con la apertura, yo empecé con el final, pues creo que ese el tema
adecuado y apropiado para empezar. Uno comprende inmediatamente que es mucho más
fácil manejar una o dos piezas que todas las piezas juntas. Es más, es un hecho curioso
pero verdadero, históricamente comprobado, que ningún jugador llega a campeón mundial
o al menos retador por el título a menos que preste atención a estudiar de una manera seria
el Final y se convierta en un virtuoso de esta fase de la partida. Los finales y su
conocimiento son esenciales pues es allí donde la mayoría de los maestros fuertes son
débiles; es decir, esta fase del juego no se estudia con la misma atención que las otras. Para
los que desean progresar yo les recomendaría que estudien el libro al que yo me referí. Se
llama Fundamentos del Ajedrez y, como he dicho, empieza con el estudio de los finales.
Después de los finales, mi libro se ocupa de una serie de posiciones del medio juego que es
muy probable ocurran en cualquier partida y las cuales sirven como un modelo para lograr
el resultado deseado. Y finalmente, cuando usted esté, por así decirlo, aburrido de estudiar
estas fases, entonces será el momento para empezar a estudiar las aperturas, ya que las
aperturas son simplemente el principio de la partida y debe llevar a una de las otras dos
fases.

Muy a menudo me he enfrentado a jugadores que conocen las aperturas de memoria; es


decir, la han aprendido de algún libro u otro y ellos piensan que las conocen muy bien. Y
de hecho las conocen muy bien de memoria, pero nada más. No comprenden los objetivos
que están detrás de cada apertura y por consiguiente no saben qué ventaja tiene que ser
tomada de esos objetivos, y sucede frecuentemente que pierden. Y pierden porque han
estudiado las aperturas mal sin asimilarlas o porque no las han estudiado a fondo. Claro
que esto puede pasarle a cualquiera, pero probablemente le pasará más a alguien que
estudia sólo las aperturas que a alguien que se dedica a estudiar las otras dos fases.

En general, cuando desarrolla su juego el blanco, debe apuntar por mantener la iniciativa,
ya que iniciativa es la única ventaja que tienen las blancas de tener la primera jugada. No
debe abandonarse a menos que se obtenga una compensación. Esta compensación puede
ser un peón, la ganancia material más pequeña, o puede ser una posición sumamente fuerte
que salvaguarde el juego contra el ataque del oponente. De otra manera el blanco debe
mantener la iniciativa que significa mantener el ataque. Las negras, por su parte, deben
restringirse a marcar tiempo, mientras intentan tomar la iniciativa a su vez. El resultado del
juego depende de ello, porque el jugador que lleva la iniciativa tiene todas las ventajas y,
excepto si comete un error, todas las oportunidades de ganar.

En la fase de desarrollo del juego hay muchas aperturas para escoger, pero todas tratan de
obtener y mantener el control del centro. El centro del tablero comprende las cuatro
casillas e4, e5, d4 y d5, que son el punto focal de todas las aperturas. Usted habrá visto que
muy a menudo se juegan aperturas de este tipo directamente o indirectamente: como g3
seguido de Ag2, con el objetivo de controlar el centro desde lejos, o moviendo los peones
centrales.1.e4 seguido de d4, ya que la batalla normalmente depende de quién controla las
casillas del centro. Las blancas tienen el primer movimiento y con ello tienen una ventaja
predominante sobre las casillas centrales; el negro tiene que intentar evitar esto tanto como
sea posible. Si el negro pierde tiempo y no lo hace así, el blanco tendrá una clara ventaja.
No deseo explicar a ustedes todas las variantes que pueden ocurrir, porque eso sería una
tarea difícil y, como yo ya he mencionado, ustedes puede encontrarlas en muchos libros, y
yo creo que la cosa más importante que hay que saber es el contorno general del propósito
de las aperturas. Después, con su conocimiento y la ayuda de libros, usted puede continuar
practicando los principios fundamentales en que ellas se basan.

En lo que respecta al juego en general, ustedes se encontrarán a menudo con jugadores,


especialmente inexpertos, que están prestos a sacrificar peones, y a veces incluso piezas,
en aras de un ataque. No critico esto, porque creo que los jugadores deben sostener la
iniciativa y el ataque tanto como sea posible. Pero deben hacer esto como un medio de
desarrollar su imaginación, no en la creencia que ésta sea una buena manera de jugar. En
relación a esto, recuerdo una anécdota sobre el Dr. Vidmar, uno de los mejores jugadores
del mundo que también es un hombre de ciencia y de gran ingenio. En el Torneo
Internacional de Londres de 1922 en que ambos participamos, había un jugador
relativamente joven que no tenía mucha experiencia. En una partida, en la que él estaba
llevando a cabo un ataque violento, sacrificó una pieza en una cierta ocasión, (o dos o tres
peones; no recuerdo exactamente), pero podía verse que este señor, a pesar del ataque,
alcanzaría un final con una pieza (o peones) de menos. Con respecto a este caso, Vidmar
comentó que “mi contrincante no ha aprendido que las piezas que se tienen que sacrificar
son las del oponente.” Menciono esta anécdota porque en realidad uno nunca debe
sacrificar nada cuando uno está jugando para ganar. Aunque, repito, es un buen ejercicio
bueno para los jugadores jóvenes con poca experiencia. Pero para aquéllos que ya son
conocedores y aspiran a la primera categoría deben hacer lo que Vidmar dijo: trate de
sacrificar las piezas del oponente, ya que de otra manera el ataque casi siempre no hace
ningún progreso. Deseo insistir en este punto porque el sacrificar una pieza por un ataque
incierto puede dar un mal resultado; una pieza es demasiado valiosa para dejarla en base a
la pura especulación. Para sacrificar una pieza uno debe estar completamente seguro que
ganará una compensación rápidamente, y es recomendable hacerlo, como yo dije antes y
repito ahora, para ejercitar la imaginación cuando uno es principiante. La experiencia de
una derrota puede ayudarle a evitar que un ataque contrario tenga éxito y a prevenir un
sacrificio del oponente cuando su combinación sea correcta. Por otro lado, cuando el
sacrificio no es bueno, usted puede ver que los mejores jugadores del mundo han jugado
durante años y años sin hacer tales sacrificios, aunque ellos se enfrentan a menudo con un
ataque; han terminado por ganar, debido a que no cedieron nada excepto cuando vieron
que el sacrificio era completamente sólido.

En mi libro que yo mencioné antes, usted encontrará muchas de estas posiciones que
frecuentemente aparecen en las partidas; de esta forma los jugadores pueden entrenarse
para posiciones que pueden fácilmente surgir en sus propias partidas.

Generalmente hablando, aparte de las combinaciones del medio juego, es necesario por un
lado evitar y por el otro intentar colocar piezas en posiciones de las que no puedan ser
desalojadas por los peones, sino que sólo pueden desplazadas por piezas de igual o
superior valor. Por ejemplo, un caballo situado en la quinta horizontal sin peón del
enemigo en columnas vecinas que pudiesen atacarlo se vuelve una pieza de gran fuerza.
Esto es lo que generalmente se llama ventaja de posición, o posicional; lo más importante
es llegar a dominar la posición.

En el Final el elemento de tiempo es mucho más importante o, por lo menos, igualmente


importante que la ventaja posicional. Tiempo significa la velocidad con que se alcanza
determinado objetivo. Naturalmente en el medio juego para obtener ventaja posicional, el
tiempo es a menudo de gran importancia, ya que un ataque puede depender de colocar una
pieza en un punto particular en un cierto momento, antes de que el oponente pueda
preparar su defensa. Pero en el Final, el tiempo es el elemento que normalmente decide la
partida, pues además de que frecuentemente contribuye a mejorar la posición de una pieza,
sirve para coronar un peón antes que el contrincante.
Estoy dando varias ideas generales para que ustedes puedan desarrollar su juego a su
propia manera y avanzar tanto como sea posible. En este aspecto, yo debo atraer su
atención al valor de las piezas. Hay jugadores que prefieren a los alfiles que a los caballos
y otros al contrario. En realidad, si nosotros damos el valor de una unidad a los peones,
nosotros debemos dar entre tres y medio a cuatro a los caballos y a los alfiles, a las torres
de cinco y medio a seis y a la dama un valor de diez u once, según si las torres están
estimadas en cinco y medio o seis. Pero el punto principal no es en si el valor en relación a
los peones. Hay muchos jugadores que creen que tres peones valen lo mismo que un alfil o
un caballo, pero esto no es así. También, algunos jugadores prefieren los caballos a los
alfiles, mientras que de hecho en la mayoría de las partidas el alfil es un poco, pero sólo un
poco, más valioso que el caballo. Generalmente es preferible tener un alfil contra un
caballo, pero cualquier sacrificio hecho para lograr esto sería un error. En otros términos,
uno no debe, por ejemplo, sacrificar un peón para retener a un alfil contra un caballo. Por
otro lado, el alfil es preferible al caballo si es posible tenerlo sin un sacrificio del peón. La
torre y alfil son más fuertes que la torre y caballo, y dos alfiles valen más que dos caballos.
Dama y caballo son, sin embargo, más fuertes que Dama y alfil. El resultado de una
partida depende a menudo de poder obtener esta combinación de piezas. En los finales de
peones un alfil es preferible a un caballo; sin embargo, en los finales de Dama el caballo es
más fuerte. Si recuerdan lo que yo dije hace un momento, que el elemento de tiempo es
más importante que el elemento de posición o colocación de piezas, usted entenderá por
qué el alfil es preferible al caballo, ya que para el alfil moverse de un lado del tablero al
otro es más fácil que para el caballo. Así en el Final, el alfil es, a causa del elemento de
tiempo, superior al caballo. Y así estas combinaciones y valores relativos pueden guiar el
juego de uno para que pueda obtenerse una ventaja pequeña. Claro, el resultado de la
partida depende en cómo un jugador usa las piezas que él tiene, ya que sobre todas las
teorías y principios fundamentales es más importante la imaginación y la fuerza del
jugador.

Atraigo la atención de ustedes a estos temas ya que hallarán que siempre que usted derive
una ventaja de la apertura es debido a un intercambio de este tipo, que se considera que es
una ventaja que justifica la apertura que se juega. En la apertura es considerado también
importante si hay un peón aislado. Un peón aislado no puede defenderse con otro peón, y
tiene que ser protegido por las piezas, y está así expuesto al riesgo de captura. Por eso en
muchas aperturas el objetivo principal es dejar al oponente con un peón aislado. Todos
éstos son puntos generales que pueden ser útiles a ustedes en su progreso en el ajedrez.

Como un ejemplo, para que ustedes puedan apreciar la importancia de las posiciones y
principios que yo he estado explicando, voy a mostrarles una apertura que se ha jugado
durante muchos siglos. Jugadores ganaron y perdieron con ella, y puede decirse que la
mitad de las veces no supieron por qué. Si usted considera lo que he estado diciendo verá
por qué. Una de las cosas más importantes en la apertura es el desarrollo rápido de las
piezas, y si usted puede sacarlas afuera atacando al mismo tiempo, es mucho mejor.

1.e4 e5 2.Cf3 Cc6 3.Ab5 a6 4.Aa4 b5 5.Ab3 Cf6 6.0-0 Ae7 7.c3 0-0 8.d4 cxd4 9.cxd4 d6
10.Ae3 Ag4 11.Cbd2 Ca5 12.d5 Cxb3 13.Dxb3.
En esta posición el negro está perdido porque después de una serie bastante larga de
movimientos el peón del alfil de la Dama negra (el peón c) permanecerá retrasado, siendo
su avance evitado por el peón blanco en d5. El blanco doblará sus torres en la columna c y
si es necesario avanzará con su rey una vez que las damas sean cambiadas. El peón c del
negro se perderá tarde o temprano, ya que es sumamente difícil para el negro defenderlo
sin crear involuntariamente otras debilidades en su posición. En una ocasión, allá por
1913, yo estaba en Lodz, en Polonia, y jugué una partida de consulta en que se alcanzó una
posición similar a esta. Las personas alrededor mío me preguntaron qué pensaba hacer
pues pensaron que la partida era tablas, y yo les dije que el negro estaba perdido. Cuando
me preguntaron por qué, yo expliqué lo de la debilidad clara del peón c, retrasado.

He mostrado esta apertura y la variante porque se jugó durante muchos años. En los libros
encontrarán que se ha jugado en innumerables partidas, pero las blancas jugaron para un
ataque y no para la posición. Claro, si uno juega para un ataque aquí la victoria es difícil,
mientras que si se juega posicionalmente atacando el flanco débil, la victoria no puede
estar en duda. Anteriormente, no se le prestó atención a estas consideraciones generales
que he intentado explicar esta tarde y qué evitan mucho trabajo innecesario y pueden
ayudar a que ustedes desarrollen un juego simple y sólido. En tales partidas uno puede ver
las ventajas de los principios de los finales que yo he estado explicando. Refiriéndonos a la
posición recién mencionada, con el peón débil, puede verse que sin Damas en el tablero, la
cuestión del tiempo es muy importante. Otro elemento muy importante es la movilidad de
las piezas en las posiciones de este tipo. El blanco puede mover sus torres libremente,
mientras que el negro es incapaz de jugar con facilidad. Aquí el elemento de movilidad es
de gran valor y, combinado con el elemento de tiempo, lleva a una victoria cierta.

Como dije al principio, en este tema de principios generales es muy difícil de explicar toda
su utilidad en una sola conferencia, y es posible que yo haya omitido varios puntos. Por
ahora nada más de importancia se me ocurre, excepto decir que usted debe notar en la
apertura que yo he presentado como el juego se desarrolla alrededor simplemente de un
peón retrasado y un agujero ocupado por una pieza que no puede ser desalojada por un
peón.

En otras posiciones dónde el rey de uno puede alcanzar el centro antes que el del
contrincante, uno puede llevar a cabo ventajosamente, una liquidación o simplificación
general porque una vez que las piezas se han cambiado el rey es una pieza atacante
importante que es necesario usar. Nunca el rey debe dejarse olvidado en la retaguardia,
sino debe adelantarse tanto como sea posible tan pronto como las piezas se liquiden y el
tablero se despeje. Ventajas como la de un rey avanzado hacia el centro son tan
importantes que a veces incluso se justifica ceder peones para que pueda lograrse esto.

Para resumir, para progresar en el ajedrez es necesario prestar atención especial a todos los
principios generales, y gastar menos tiempo estudiando las aperturas. Es decir: juegue la
apertura en base a su conocimiento general de como movilizar las piezas y no se involucre
en los tecnicismos de si los libros recomiendan esta o esa jugada; para aprender las
aperturas de memoria es necesario estudiar un gran número de libros que, es más, a veces
están equivocados. Sin embargo, si usted estudia desde el punto de vista de los principios
generales está tomando un camino más certero, aunque el intelecto de un jugador pueda
fallar en un momento dado, los principios bien usados nunca les fallarán. Me gustaría
concluir recomendando que usaran su imaginación tanto como sea posible; un jugador
tiene que perder muchas partidas si ha de progresar. Muchos jugadores a veces se molestan
porque pierden, pero uno aprende más de las partidas perdidas que de las partidas ganadas.
Cuando gana un jugador piensa que está haciendo lo correcto y no comprende los errores
que está cometiendo; pero cuando pierde aprecia que en alguna parte estaba equivocado e
intenta no cometer los mismos errores en el futuro.‟
Capablanca entrevistado en 1939
Edward Winter

A continuación presentamos la traducción de una entrevista con Capablanca publicada en la


revista de Buenos Aires El Gráfico, 1939 y reimpresa en las páginas 103-107 de Homenaje a
Capablanca (La Habana, 1943):

„Entre los valores nuevos hay dos que presentan más acentuados perfiles de gran maestro
que los otros: Botwinnik y, en un plano secundario, Keres. También Alekhine, por cierto;
pero él no es nuevo; es viejo como yo. Keres juega admirablemente bien; enorme su
fantasía y fogosa su imaginación. Pero su juicio es vacilante. No siempre sabe con
precisión si la partida que tiene delante está ganada, perdida o es tablas; y cuando está
ganada, hay veces que tampoco sabe con certeza por donde y como se gana. Entonces,
explicablemente vacila y escoge sus planes más que por un juicio que no ha llegado a
formarse, por temperamento. Y ya es una falla reemplazar, en determinados momentos de
la partida, el juicio por los impulsos instintivos – agresivos en Keres, defensivos en otros –
que surgen del temperamento. En la partida altamente instructiva que jugamos los dos, en
el Torneo de las Naciones que terminó en esta bella ciudad hace un mes, yo le ofrecí tablas
porque no había forma humana de ganarla, ni por él ni por mí. No me acepto entonces,
para aceptármela tan solo seis jugadas después. ¿Cómo seis jugadas antes no había
percibido, con la misma claridad que yo, la imposibilidad de forzar el juego? No es posible
creer que Keres pretendiera ganarme una partida rematadamente tablas, la única
explicación es que su razonamiento no había cristalizado aun en un juicio concreto; que,
para decirlo siempre con la misma palabra, vacilaba. ... Contra Eliskases, también en este
torneo, Keres debió escoger entre dar tablas un final de torres completamente equilibrado o
bien forzarlo con una peregrina excursión de su rey. Se decidió por esto último y perdió.
¿Por qué? Porque, en un terreno en que las previsiones visuales no alcanzan, en que es
menester la certeza de juicio. Keres no está aun definitivamente formado.

El viejo Lasker, en cambio asombraba por la seguridad de su criterio. Miraba un rato la


posición que se le sometía y rápidamente, sin perder demasiado tiempo en analizar,
afirmaba: “Están mejor las blancas” o “están mejor las negras” o “es tablas” y no se
equivocaba.

Es difícil opinar de sí propio. Sin embargo, la opinión general de los maestros, es que la
precisión y la rapidez de mis juicios ajedrecísticos, eran todavía superiores a las de Lasker.
Y en ajedrez se puede perder con la edad la fuerza y la amplitud de la visión, la seguridad
en el orden de las jugadas, la resistencia a la fatiga, etc., pero no se pierde el criterio,
supongo que lo mantengo todavía... El criterio, el juicio exacto de la posición, la visión de
conjunto de cada maniobra en la interdependencia de sus engranajes, es lo que caracteriza
a un gran maestro. No es cuestión de que un gran maestro de ajedrez vea jugadas aisladas
así sean muchas, no es cuestión de que sepa construir un mate, que todo eso se da por
descontado. Es cuestión de que tenga ideas y de que esas ideas sean exactas y precisas; que
cuando a uno le presentan una posición cualquiera no se ande, por las ramas; que diga sin
vacilar: “Esto se gana y se gana maniobrando por tal lado, de esta manera y en esta
forma”. Recuerdo que durante el torneo de Moscow de 1925 – Tartakower refiere este
hecho a menudo – hacía tres horas que varios ajedrecistas célebres estudiaban una posición
determinada y no llegaban a una conclusión. Yo pasaba en ese momento y requirieron mi
opinión. No dudé un segundo: “Esto – les dije – se gana; y se gana así y así”. Y no me
equivocaba.

Ese saber de lo que se tiene entre manos, ese conocimiento del oficio, es lo que, con
excepción de Botwinnik y en menor grado, de Keres, no observo en los demás ajedrecistas
jóvenes, aunque muchos de ellos brillen por su memoria, su fantasía, su voluntad de
triunfo y otras condiciones igualmente estimables. Cuando, por ejemplo, cotejo sus
partidas – algunas muy bonitas – con las del viejo Lasker, la diferencia salta a la vista.
Lasker, además de conocer profundamente el ajedrez, era un luchador. Su primera obra
ajedrecística la tituló “Der Kampf” (“La Lucha”). Es un hombre de mil recursos frente al
tablero. No se me borra de la imaginación la impresión que me produjo una de sus partidas
contra su eternamente superado rival, el Dr. Tarrasch. Lasker nunca siguió con excesiva
atención los estudios teóricos del doctor Tarrasch, su compatriota, primero, porque era un
ajedrecista fundamentalmente practico, y después, porque no asignaba a esos estudios más
importancia que las limitadas que encierran. Sin embargo, cierta vez cayó en una posición
inferior a que le indujo Tarrasch, y se halló de pronto a merced de su rival. Entonces fue
cuando entro a actuar el luchador que había en el espíritu de Lasker. En lugar de hacer la
jugada adocenada que se le hubiera ocurrido a cualquier otro maestro, y con lo cual, más
tarde o más temprano, hubiese perdido o – difícilmente – hecho tablas, Lasker sacrifico un
peón. ¡Pero que sacrificio! No he visto uno igual en ninguna partida moderna. Era
imposible saber si convenía aceptarlo o rehusarlo. Como suele decirse, “hizo vibrar el
tablero”. ... He aquí las “extravagancias” del viejo profesor de filosofía y matemáticas de
la Universidad de Breslau, que sorprendía a sus adversarios. La consecuencia fue, que a las
pocas movidas quién tenía mejor juego no era Tarrasch sino Lasker. Esa partida refleja,
para quien sabe ajedrez, la calidad extraordinaria que atesora como maestro, aun hoy día el
septuagenario glorioso, el Dr. Emmanuel Lasker, campeón mundial durante veinticinco
años.

[Pregunta del entrevistador: Pero maestro: si usted le arrebató el campeonato del mundo
al Dr. Lasker, cuando el gran berlinés se hallaba en la plenitud de su fuerza; y si los
ajedrecistas modernos son, según su opinión, netamente inferiores a Lasker, ¿cómo
explica que varios de ellos le hayan precedido a usted en repetidos torneos
internacionales? ¿Cómo explica su séptimo puesto en el torneo AVRO de Holanda?]

En el torneo AVRO jugué en condiciones físicas absolutamente anormales. Aunque no


estoy al tanto de la bibliografía ajedrecística, planteé bien todas mis partidas por la sencilla
razón de que tengo criterio. Pero transcurridas las tres primeras horas de juego, sentía mi
cabeza hecha un bombo. Me era imposible reflexionar ni coordinar ideas. A Fine le tuve
las dos partidas ganadas; a Alekhine le debí ganar una partida; a Keres, otra, merced a una
posición ventajosa que elaboré a conciencia, y así por el estilo. Pero en el momento de
transformar mi ventaja en triunfo percibía que mi cabeza no marchaba y ya no seguía
jugando con el cerebro sino con las manos. A pesar del frio cortante que partía el
noviembre holandés, yo hundía mi cabeza congestionada en agua helada para despejarme,
bien que sin resultado. ... Así, jugando como un autómata después de la tercera hora,
dispute el torneo de AVRO son explicables, pues, cuantas veces omití ganar en el mismo.

Si esta impotencia intelectual hubiera derivado de una falla cerebral, me habría retirado del
tablero. Capablanca hubiera dicho adiós al juego del que fue campeón y cuyo cetro aspira
a reconquistar. Pero el cerebro, por fortuna, anda todavía bien. Mis ausencias mentales se
debieron a una muy alta tensión arterial y a desórdenes circulatorios conexos que no
empanaban la claridad de juicio. Es curioso que empezase a advertir esos desórdenes
precisamente en 1936, año en que mis actuaciones fueron superiores a las de los demás
maestros. En ese año gané el torneo de Moscow delante de Botwinnik, Flohr, Ragosin,
Lasker, etc., un mes después compartí el primer puesto del de Nottinghan con Botwinnik
aventajando a Euwe, Reshewsky, Fine, Alekhine, Flohr, Lasker... Y, sin embargo, a pesar
de los éxitos citados, yo me sentía flojo. Al suspender mi última partida de Nottingham
contra Bogoljubow -que necesitaba ganar para desprenderme de Botwinnik y ocupar solo
el primer puesto- la analicé un rato y llegué a la conclusión de que, salvo que mi
adversario hubiera sellado bajo sobre determinada jugada, en cuyo caso la partida seria
tablas, en todos los demás yo debía ganar. Al reanudarse la lucha, se abre el sobre de
Bogoljubow. Este no había sellado la jugada precisa, la única que hacía tablas, sino otra.
Pero yo me olvido de todos mis análisis que había practicado momentos antes,
absolutamente de todos, como si una esponja hubiera absorbido mis ideas, y convencido –
todavía no me explico por qué – de que la partida era tablas de cualquier manera, maniobré
apagadamente para tablas en una posición ganada.

No estuvieron acertados los primeros médicos a quienes consulté acerca de estos claros
que bruscamente se producían en mi cerebro, pero ahora facultativos más felices ya han
localizado la causa: la tensión arterial. Me han sometido a un régimen de leche, frutas y
verduras, que ha bajado moderadamente esa tensión y digo “moderadamente” porque a las
arterias sometidas a una determinada presión no se les puede disminuir de golpe esa
presión sin que el remedio sea peor que la enfermedad…

Ahora, con una tensión más baja, me siento físicamente mucho mejor. No soy el
Capablanca de 1918 (a los treinta años de edad que ya se fueron), en mi concepto aún más
lúcidos y eficaz sobre el tablero que el Capablanca de 1921, que ganó el campeonato del
mundo; pero advierto que mi cerebro funciona con muy aceptable regularidad. Poseedor
de esa regularidad relativa y de mi certero juicio ajedrecístico de siempre, me siento capaz
de luchar contra ajedrecistas jóvenes, que todavía no han llegado a la perfección de
razonamiento que nos caracterizan a Lasker y a mí, y de vencerlos. Prueba de ella es mi
actuación en el turno final del Torneo de las Naciones en el que, sin distinción de nombres,
jugué mejor que cualquiera otro. No estuve perdido en ninguna partida y si bien deje de
forzar algunas porque ningún interés personal justificaba un largo esfuerzo, gané en
cambio otras en forma muy discreta.‟
Capablanca en Nueva York World (1925)
Edward Winter

José Raúl Capablanca

A continuación presentamos el texto completo de una entrevista con Capablanca publicada en el


Nueva York World, 25 de octubre de 1925:

„El ajedrez no es solamente un juego ni un entrenamiento mental, sino un medio social, en


opinión de José Raúl Capablanca de Cuba, campeón mundial de ajedrez, quien
recientemente hizo una escala en barco en Nueva York por algunas horas, en su ruta desde
La Habana hacia Moscú, donde participará en el Torneo Internacional de Maestros de
Ajedrez, de apertura el 5 de noviembre, bajo los auspicios del Gobierno Soviético.

“El ajedrez”, dijo Capablanca, “es más que un juego o un entrenamiento mental. Es un
medio distinto. Siempre he considerado el juego de ajedrez y la realización de una buena
partida como un arte, y algo para ser admirado no menos que el lienzo de un artista o el
producto del cincel de un escultor. El ajedrez es una distracción mental más que un juego.
Es a la vez artístico y científico.”

Discutiendo el progreso del ajedrez en América, Capablanca dijo:

“El ajedrez fue perjudicado en gran medida en los Estados Unidos, cuando a dos de sus
mejores jugadores, hace algunos años, se les atribuyo haberse vuelto locos debido a su
absorción en el juego. No había ni una sola palabra de verdad en lo que se refiere al
ajedrez o a cualquiera de estos hombres, a pesar de todo, la propaganda se extendió tanto y
sus periódicos tomaron gran parte en ello, de tal manera que el hombre o la mujer que
practicaba el ajedrez llegó a ser considerado como un poco „raro‟.

A menudo ha habido hombres y mujeres de diferente nivel cultural de hecho muy bueno,
que me preguntan si no tengo miedo a perder la razón por jugar continuamente al ajedrez.
Parece una idea fija entre muchos americanos que la facilidad o la habilidad para el juego
indican algún desorden mental.”

Ganar el campeonato mundial de ajedrez tiene sus desventajas, Capablanca ha admitido,


que a menudo han transcurrido períodos de dos años en los cuales no ha movido una pieza
de ajedrez por la sencilla razón de que no había nadie dentro de cuatro o cinco mil millas
con quien pudiera jugar.

El clima, dijo Capablanca, tiene más que ver con la formación de ajedrecistas que
cualquier otro factor. Él se considera a sí mismo como un "accidente" en el mundo de
ajedrez, ya que como, él afirma, los países tropicales o semitropicales rara vez producen
un ajedrecista.

“Empecé a jugar al ajedrez cuando tenía cuatro años”, dijo. “No puedo decir que jugaba
con mucha inteligencia, pero jugaba. Uno tiene que empezar muy joven con el fin de hacer
progresos.”

El campeón mundial de ajedrez tiene ahora [casi] 37. Él es en apariencia ocho o diez años
más joven.

Inglaterra, piensa, produce excelentes ajedrecistas debido a su clima particularmente


crudo, lo que obliga a los hombres a realizar actividades bajo techo. Dijo que un año,
cuando estaba en Londres, jugando con los Miembros del Parlamento y de la Cámara de
los Lores, él observó no menos de 300 miembros de las Cámaras Británicas superiores e
inferiores y de la Bancada del Rey, que jugaban al ajedrez, y jugaban bien. En aquel
tiempo, añadió, frecuentemente jugaba con Andrew Bonar Law, el Primer Ministro
Británico en 1922-23.

A Capablanca se le pregunto si no había límites para el número de jugadas posibles en el


ajedrez.
“Tal cosa así como un límite es tan remota”, respondió, “que en mi opinión se requeriría al
menos 50 años para que dos o tres jugadores altamente dotados puedan llegar a dominar
las complejidades del juego hasta tal punto de hacer prácticamente imposible que uno de
estos dos o tres hombres pueda vencer al otro. Yo diría que esto es casi imposible, si no
que realmente es imposible, para un solo individuo poder dominar el juego a la perfección.
Nadie, hasta ahora, ha sido capaz de evitar los errores en el ajedrez.”

Una de las interesantes revelaciones hechas por el campeón es que él no tiene la costumbre
de pulirse en la teoría del juego o estudiando los movimientos procedentes de una partida.
No, dijo, que pretendía jugar todas sus partidas a su manera en Rusia. Juega sólo cuando se
sienta frente al tablero contra un adversario, añadió, y obtiene su mayor placer del juego en
encontrar, en el momento oportuno, la jugada correcta para ganar.

“Tal como un artista realiza el movimiento correcto de su pincel en el momento oportuno


y de la manera justa para completar su lienzo”, de esa forma Capablanca describe su juego.

Rusia y los países teutónicos, afirmaba Capablanca, producen excelentes ajedrecistas, por
razón de su clima más frío, mientras que Francia nunca ha cedido en su empeño por el
juego a cualquier nivel.

Informado que desde que los soviéticos han llegado al poder en Rusia el carácter de las
piezas de ajedrez se ha hecho proletario, y que los yunques han tomado el lugar de los
peones, mientras que los herreros y los campesinos han sustituido a los caballos y los
alfiles, Capablanca dijo:

“Eso podría ser para fines de exposición, pero estoy seguro de que en Moscú, utilizaremos
las piezas de ajedrez regulares que se utilizan en todo el mundo donde se juega al ajedrez.”

Capablanca, además de ser campeón mundial de ajedrez, es un hombre de bienes raíces de


importante nota en Cuba, que tiene grandes propiedades en La Habana, donde reside.‟

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