Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
A propósito de una
polémica contemporánea
Wachi Molina
molotov y fue aprovechada por algunxs para imponer una dicotomía que en los hechos no existe
para la mayoría de sus protagonistas. La falaz discusión PDF sí o no opacó debates de fondo que
se dan en nuestra cultura contemporánea desde hace años y que ponen en escena, nuevamente,
las relaciones entre literatura, cultura y mercado o economía. Estos problemas tienen una larga
por medio del mecenazgo implicaron el pasaje de la escritura de las manos de escritorxs de la
de la literatura europea casi cuatro siglos. En efecto, en el S XIX, fue el mercado cultural el que
contribuyó a ese movimiento, ampliando las posibilidades más allá de los estipendios de las
monarquías que requerían compra de títulos nobiliarios o “privilegios” para poder ser un escritor
aceptado por las cortes y las sociedades reales, con un estricto control de la obra de arte.
Sarmiento pudieron tener una aspiración intelectual, aunque no constituyó la mayoría de los
casos y para ello debió representar posiciones de clase no siempre acordes con sus orígenes.
Sobre finales del S XIX, otro pobre, ahora poeta, exclamó que no era un hombre de las
muchedumbres, pero que tenía que ir a ellas: Rubén Darío, quien compuso crónicas en los
periódicos para tratar de sobrevivir con la escritura, desde un Buenos Aires donde era extranjero
y trabajaba como cronista. Luego, fueron Arlt, Quiroga y hasta Alfonsina, quienes hicieron
irrumpir a las clases medias en el terreno de la escritura. Uno de ellos proclamó que tenía que
vender su trabajo y eso tenía implicancias estéticas, porque carecía de rentas para “escribir bien”,
pero no de ganas, y lo hizo igual, vendiendo su trabajo aun cuando para las clases acomodadas
eso era una concesión intolerable. Nada más claro, en menos de un siglo, la literatura argentina le
arrebató el monopolio de la escritura a las clases oligárquicas y abrió el juego para la emergencia
de voces de las clases medias y bajas. Primero de mano de la política; luego, del mercado
incipiente de los libros que terminó de coagular y profesionalizarse a comienzos del S XX. ¿Y
ahora en qué estamos? ¿Es posible que esta polémica desatada haya puesto en evidencia cómo la
repliegue que pone en peligro esas conquistas de las clases medias y bajas que cada tanto
Antes de avanzar, lo primero que unx tiene que advertir es que no hay un mercado, sino
mercados; y que estos existieron antes que el sistema capitalista. En este sentido, aun los más
pequeños e independientes implicaron siempre un valor de cambio para hacer posible los
intercambios. Puede ser meramente simbólico, pero no deja de habilitar un intercambio ahí, con
poderes y hegemonías que intervienen el espacio. Aunque, como lo sabemos incluso por la teoría
de Bourdieu sobre el S XIX, aun cuando se niegue lo económico, eso es una ilutio aristocrática
que perdura, porque todo mercado, desde el más chiquito hasta el más grande, hace intervenir el
dinero o un sistema equivalente. Josefina Ludmer, desafiando la idea de ilutio bourdiana, fue
clisés que resultan bastante inoperantes para leer e incluso posicionarse respecto de estas
relaciones, tortuosas, con lo económico, a las que nadie escapa y de las que nadie está exento.
Sólo que en el presente no hay reglas normalizadoras unívocas. Incluso, aparecen posturas
milenarias, de carácter más new age que estéticas, que se creerían hasta imposibles de sostener
con un poco de humildad y de consideración por lxs otrxs. Una de ellas es separar al artista del
mundo del trabajo. No considerarlo trabajador porque parecería que se “empobrece” su rol, que
no puede reducirse al de un simple mortal, que labura, vale decir, que recibe un pago (de
cualquier tipo). Algo similar se discutió varias veces. Sin embargo, quiero enfatizar cómo esa
separación metafísica tiene una larga historia que proviene del mundo griego y que es clasista.
menosprecio por toda actividad manual, ligada al esfuerzo de lxs esclavxs. La mano de los
esclavos es la misma que la del escritor. Pero el menosprecio por el "trabajo" de unxs frente a
otrxs, dotó a poetas y filósofos con una mano especial, que los separó del resto de lxs mortales
para acercarlxs a seres en contacto con lxs dioses. Era un modo en que los hombres libres (y casi
ninguna mujer o muy pocas) encontraron de distinguirse de esxs otrxs que debían servirlxs. Por
eso, es difícil aceptar una separación tajante de la escritura del mundo del trabajo, sin caer en una
discurso como “el escritor es irreductible a lo social” y, por ende, es tan especial que no puede
argumento sería considerar al escritor alguien tan menor que es la nada misma y que, por ende,
por ser un sufridito, está por debajo de la categoría de trabajador. Ni una cosa ni la otra. El
escritor puede ser un trabajador (aunque no es todo lo que puede ser tampoco) sin por eso perder
su singularidad, dada por los modos de hacer frente a los otros trabajos. Se distinguiría de lxs
demás trabajadorxs como lo hace un plomero de un albañil, así de simple, y no podemos negar la
singularidad de unx frente a otrx. Y respecto de las condiciones precarias de su trabajo, sobre las
que han escrito, con brillante precisión, Sergio Raimondi en Poesía civil, o Nadia Prado en Job,
ambos libros de poesía que no temen en problematizar las relaciones con el trabajo y lo
económico, en todo caso, lo que se reproduce ahí son condiciones históricas y precarias de
nuestros mercados, pero al mismo tiempo, la misma tensión entre formalidad e informalidad,
precariedad y derechos, entre labor y trabajo, que atraviesan todo el sistema laboral/ de trabajo
de nuestros países. Es por eso que hay unxs escritorxs que pueden vivir de su trabajo en torno de
la literatura, sí existen, y otrxs que no, la mayoría, y que consideran a esta solo una labor con
suerte. Luego de reconocer estas asimetrías y diferencias que son, incluso, muchas más e
dimensión, puesto que considera la diversidad del mundo laboral de lxs escritorxs y permitiría,
entonces, comenzar a pensar en cómo mejorar dichas condiciones para que se dejen de
reproducir las asimetrías que existen y son bien reales. Lo que no debería haber es resentimiento
y odio análogo, por ejemplo, al menosprecio de la clase media frente a lxs empleadxs estatales
porque reciben pago “de sus impuestos”; en este caso, por cobrar derechos, o por comprar, leer o
incluso difundir o defender, unas obras. Por eso, en este plano, el conflicto y el imaginario, por
Por otro lado, entiendo, ocurre que en ese también sistema laboral asimétrico, formal e
informal, donde hay ascensos y descensos, empleos, subempleos y desempleos que también es
(pero no solo) la literatura argentina, además se ha producido lo que en el resto del mundo del
técnica. Como sabemos, Walter Benjamin reflexionó a principios del Siglo XX sobre los
simultáneo y a partir de copias idénticas del arte, que miles de personas participaran de una
misma experiencia. Benjamin llegó, incluso, a considerar la pérdida del aura del arte como una
de las consecuencias directas -que hoy, es revisada, entre otrxs, por Agamben o Didi Huberman.
Siguiendo esta línea, Mercedes Bunz, en La utopía de la copia, plantea cómo las producciones
contemporáneas son afectadas por un original que es una copia de copias, a partir de las
tecnologías informáticas. En términos de Bunz, eso implica que la diferencia entre original y
sobre la circulación de copias que adquieren, en realidad, el peso de originales que se ponen a
virtual. Lo que ha ocurrido es que los derechos de autor ligados al texto escrito y en formato
libro, han sido, en las últimas décadas, cada vez más asediados y afectados por este modo de
circulación de los bienes culturales; un fenómeno que no es ajeno a otras artes, como la música o
el cine. En este sentido, los conflictos son cada vez más frecuentes y, auguro, están lejos de
mayores avances sobre los circuitos y formatos de las artes, y estos deban reaccionar a dichas
transformaciones. Algo que Bunz también nos advertía, cuando indicaba que un derivado directo
de tales problemas es que todxs, con un dispositivo en mano, pueden considerarse artistas o
escritores; también, dadas las dimensiones del conflicto que estalló, todxs, pareciera, pueden
Frente a estas cuestiones, nadie puede pensar tampoco que las cosas queden igual a
cuando la vertiginosidad de la web con sus formatos no existía. Los derechos de autor, los
conflictos por las circulaciones de obras que son modos del trabajo de otrxs, así como la piratería
son fenómenos con los que tendremos que convivir y representan verdaderos desafíos a
considerar. En algunos casos, como el de los PDF, las tecnologías capitalistas no solo tienen
consecuencias desastrosas sobre el modelo analógico de la cultura, sino que también han
solucionado problemas de accesos a obras que, de otro modo, se hubieran perdido con las
ediciones agotadas o con la desaparición o precarización de las bibliotecas populares. Pero desde
ningún punto de vista, se puede atacar el trabajo de escritorxs porque han publicado sólo alguno
de sus libros en editoriales multinacionales (es importante notarlo), a partir del uso de un formato
aplicación de otra empresa transnacional -no es necesario aquí recordar que el creador de
Facebook, donde funciona la Biblioteca, es uno de los millonarios más grandes del mundo. Es
más, deberíamos aclarar que cuando las empresas norteamericanas inventaron el famoso PDF
(Portable Document Format), para no acumular papel en 1991, se cobraba por su uso, pero luego
se avanzó en ofrecer una gratuidad para leer los documentos, puesto que eso le permitió a la
compañía promover la venta de servicios asociados más redituables. Por ende, la gratuidad del
PDF es bastante ilusa y con su uso, se colabora en el crecimiento exponencial de ganancia de
multinacionales ligadas a servicios informáticos. No me opongo a ese uso desde una sanción
moral anticapitalista, aunque persigo el mismo deseo y aspiración a terminar con ese sistema
De todos modos, tampoco puedo dejar de pensar en César Aira y el libro La princesa
Primavera. La princesa vive en una isla paradisíaca que es el paraíso fiscal de la piratería
mundial. Tiene tanto trabajo por la piratería que termina alienada en una ficción bestsellerística
desbordada. Lo que se señala allí, es que el sistema de la piratería, ilegal, también es un sistema
informal de trabajo para mucha gente y que alimenta y hace expandir la ficción en rincones y
formatos que intervienen lo real. Por supuesto que supone un “robo” del trabajo de otrx, pero
pareciera que sin embargo, no deja de producir trabajo, es decir, más capitalismo y más
explotación también. No otra cosa ha sucedido con este debate, aunque no todos los libros de la
Biblioteca sean piratas, sino que la mayoría son PDF que solo se cargan y ya están disponibles
antes en la web. Es esa lógica la que puede ser cuestionada en todo caso, más que la ambivalente
piratería del PDF. ¿Qué sentido han encontrado sus participantes para poner a circular textos que
ya estaban disponibles antes en la web? ¿Realmente han imaginado afectivamente que subiendo
declara Dipasquale en varias entrevistas, y entonces, de uno tan capitalista como el Mercado
económico que asusta y espanta a algunxs de sus integrantes? Me costó mucho entender la lógica
del espacio, y aún me cuesta, con evidencia; por eso, seguí bajando PDF de otros lugares, donde
esos textos, la mayoría, ya estaban disponibles. Quizá imaginaron, sus participantes, frente a un
mundo hostil, la posibilidad utópica de formar una comunidad virtual, cuyo sueño en común es
subir un PDF y contribuir a que quienes tienen internet y celular puedan leerlos, o acumularlos
en algún lugar, como a los apuntes, para cuando sean necesarios para dar clases y no tener que
el que cada uno hace lo que puede. Son motivos a los que pueden adherir, por supuesto, pero eso
no habilita a la mayoría que son, a una caza de dos o tres brujas que no tienen porqué compartir
Primavera, pero que algo de eso ronda el asunto, es también evidente. Como lo es que, incluso, el
mismo conflicto por la autoría no puede quedar igual frente a estas condiciones. El presente
reverbera y pienso otra vez en el pasado reciente. En varias obras en las que vine trabajando con
amor y deseo desde hace un tiempo en relación con la autoría: O Delegado Tobías, de Ricardo
Lisias, y El artista, de Gastón Duprat- Marcelo Cohn. En cada una de ellas, se problematiza lo
que implica ser autor en el mundo contemporáneo. Como sabemos ya, no se trata meramente de
un sujeto existente, referencial, sino de una función que involucra diversos niveles de lo
discursivo, pero que claramente en estas obras, se reconfigura, luego de las sucesivas muertes
que sufrió dicha figura a finales de los años sesenta y principio de los setenta, de las manos de
Lisias demuestra cómo el autor se ha expandido desde y más allá del objeto libro
Tobías fue un ebook que salió por e-Galaxia, una de las mayores editoriales de libros
electrónicos de Brasil. En él se narraba la muerte del propio Lisias, su autor. Eran ebooks muy
breves que entraban en diálogo con PDF, correos electrónicos y posteos en las redes sociales,
donde esa ficción primaria se expandía. Al punto tal de que una de las entregas generó una
repercusión inaudita: al parecer, la justicia de Brasil decide iniciarle una causa al autor Ricardo
Lisias por falsificar un documento público tanto en su forma como en la emisión. Durante años,
Lisias nos mantuvo al tanto en correos, congresos e intervenciones, de sus problemas con la
justicia. Los medios dieron a conocer la noticia como un escándalo en la sección policiales.
Hasta que en 2016, Lote 42, una pequeña editorial brasileña publica el caso de O Delegado
Tobías en la forma de una carpeta judicial, en la cual se adjunta todo el legajo y la investigación
del caso; es decir, más documentos oficiales en la forma de copias idénticas. En un momento,
uno de esos documentos advierte que la denuncia es una autodenuncia que los editores pactaron
con el autor para afrontar una crisis creativa. En paralelo a la salida del libro-carpeta, Lisias
montaba una obra con su abogado en un teatro. La ficción se expandía en lo real, el autor que
estaba muerto, sin embargo era denunciado y participaba de demandas públicas, notas en los
periódicos, editaba libros, mientras actuaba el proceso con su abogado en el teatro. Nada más
lejos de esta forma de la ficción que las anteriores, reducidas solo al libro: el autor se convierte
en una figura performática, que atraviesa lo real y lo desestabiliza con la potencia de la ficción
que es. Ya no sabemos si Lisias es el mismo Lisias de la obra de teatro, del libro, de la denuncia
evidencia, en todo caso, es que la performatividad que el autor es, ya tampoco implica una mera
muerte y desaparición de sí, sino una articulación diversos niveles, donde se aparece en la
desaparición que inscribe en lo real su propia ficción. Y que esa figura expandida trabaja su
propia ficción en una red donde recibe pagos que no son simplemente económicos, sino que van
desde escrituras de su obra en la sección policiales de los medios, o un intercambio con un grupo
de lectores por correo electrónico, o hasta ventas en el formato de libro electrónico o de un libro
objeto, o de tickets de una obra de teatro. El autor se expande y habilita otro modo de pensar los
moos y los derechos de su trabajo en la ficción, y que no son ya solo económicos, aunque estos
ya desde la dirección dual, extenderse en una red que afecta a actores que son también escritores.
paciente psiquiátrico que realiza pinturas, luego robadas por un enfermero que se convierte en el
artista del momento. La firma del artista es la del enfermero. La función autor que se cuestiona
allí es la operación duchampiana del arte contemporáneo, donde el artista es puramente una
firma que vende obras, no su productor. Pero la película tiene un pliegue más: en 2010, Alberto
apropiándose del trabajo del guionista y narrando la película de manera casi idéntica. El plagio,
sabemos, es parte de la propuesta de Laiseca en su libro Por favor, plágienme y, por ende, en la
apropiación de la película no hace sino continuar su obra a partir de la copia idéntica de otra, por
encargo. Lo mismo le costó un juicio a Pablo Katchadjian con su Aleph engordado, aunque los
procesos creativos hayan sido radicalmente diferentes y no se traten ambas de una obra por
encargo. En ambos casos, sin embargo, lo que aparece es la lógica del plagio que genera trabajo
y literatura como la piratería en La princesa primavera de Aira. Y, además, tanto Laiseca como
Katchadjian, cobraron sus derechos de autor, magros o no, por la publicación de una obra casi
cine y la literatura recientes abundan: Selva Almada con su El mono en el remolino, o Rafael
Spregelburd con Diarios del capitán Hipólito Parrilla; ambos a propósito de Zama, la película
de Lucrecia Martel, son apenas uno de los tantos ejemplos. Es decir, escritorxs que amplían,
copian o plagian, según los casos, una obra anterior para proseguir con su trabajo, desdibujando
la autoría de una ficción o escribiendo una con autorías múltiples, cuyos derechos, a pesar de
todo, son reconocidos sobre el derecho de otros. Esta porosidad de derechos donde parece
perderse la idea de originalidad de la autoría, del mismo modo que las copias hacen perder el
original, deberían considerarse como una de las posibles salidas al conflicto y ver de qué modo
un trabajo realizado.
Como vemos, estas prácticas que me interesan aquí, muestran que la figura delx autorx
Muerte y resurrección del autor, de Marcelo Topuzian) igual que antes de sus muertes. La
autoría parece plegarse a una función performática que pone en tela de juicio su impropiedad
propia, al tiempo que hace cada vez más colectivas las obras contemporáneas, con autorías
superpuestas y una tendencia, muchas veces, a la copia de obra o a su variación. Le autorx sigue
siendo el gesto de una desaparición. La circulación entre distintos circuitos, fuera y dentro de
distintos mercados, al mismo tiempo, habilita alternativas que difícilmente puedan ser leídas
como meramente mercantilistas, sino en tensión con ese dispositivo económico del que ninguna
práctica contemporánea está afuera o, al menos, todavía no, pero del que, sin embargo, no se deja
difícil de responder. Pero si la literatura argentina no garantiza otra vez un sistema de vida que es
también económico, en estas nuevas condiciones, es muy posible que futuras voces como las de
Gabriela Cabezón Cámara, o Camila Sosa Villada, o Dolores Reyes tengan mayores dificultades
para seguir escribiendo y haciendo posible una vida en torno de la literatura. Y no es casual que,
en medio de esas luchas por lo económico y cultural, veamos emerger en ellas tres, pero también
en otrxs, una nueva toma de la literatura argentina por sus figuras subalternas: mujeres y
disidencias sexuales de las clases medias y bajas. Eso no fue gratis hasta ahora, y tampoco sin
luchas históricas descarnadas para que suceda. Sin embargo, no es no. La violencia ante el No de
una autora -sea quien fuere- frente a las condiciones en las que quiere involucrar la circulación
heterogeneidad que tiene desde hace muchos años, solo reproducirá un sistema normalizador en
el que no sean posibles las diferencias o se haga necesario censurarlas, escracharlas, insultarlas,
perseguirlas o bloquearlas, bajo motivaciones de las más eclécticas. No cuenten conmigo para
eso, sí para el resto de la discusión, una vez que la violencia de las descalificaciones se termine.
Nos podemos morir por la pandemia, muchachxs, no da para maltratarnos o maltratar, en patota,
a alguien solo por el hecho de haber dicho que no (y acá no hay teoría de los dos demonios que
justifique nada, cuando son miles contra tres o cuatro disidentes respecto de uno de los tantos
actualidad).