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Guerrilla del Toachi se ahogó en el intento de hacer la Revolución Los albores

de 1962 traían para Sudamérica una suerte de incertidumbre política. Dos años
antes, en plena fiesta de fin de año, los “barbudos” cubanos, liderados por Fidel
Castro, habían alcanzado lo imposible: vencer a un régimen autoritario e
instalar la revolución en la isla. Mientras que desde la Casa Blanca, un renovado
gobierno, el de John F. Kennedy, intentaba mostrar al mundo las “atrocidades”
del comunismo. Ecuador no estaba exento de este escenario de polarización y
su situación política lo demostraba cada vez más. El país había pasado en
pocos meses del populismo de José María Velasco Ibarra -quien había sido
derrocado el 7 de noviembre de 1961- al gobierno de Carlos Julio Arosemena
Monroy. Así, términos como comunismo, marxismo y maoísmo comenzaron a ser
comunes en las calles. No obstante -en un país en donde más de 90% de sus
habitantes es católico- el considerarse de izquierda era sinónimo de ser ciervo
de Mefistófeles o, por lo menos, de resentido social, confiesan los actores de la
época. A pesar del rechazo y del temor creado alrededor de estas tendencias
políticas, la revolución cubana fue el detonante para una serie de acciones
vinculadas a la instauración de regímenes progresistas en Sudamérica. En el
país, el Partido Comunista y la Concentración de Fuerzas Populares (CFP)
lideraban los episodios dirigidos a conseguir ese fin. Desde marzo de 1962, en
una convención nacional realizada en Guayaquil, los miembros de la novel
agrupación  Unión Revolucionaria de las Juventudes Ecuatorianas (URJE)
fraguaron el inicio de la lucha armada, convocando a los ciudadanos a unirse a
un grupo de tipo guerrillero para hacer campamento en las selvas de Santo
Domingo, a orillas del río Toachi. “Era un punto estratégico. Es una zona
subtropical y la intención era comenzar desde ahí a repartir información
comunista en las poblaciones cercanas y, de esa manera conseguir más
adeptos (...) Los planes iniciales consistían en llegar a la Costa, que siempre ha
estado vinculada a procesos revolucionarios”, explica Francisco Carrera, quien
en esa época tenía 16 años y estudiaba en el colegio Fray Vicente Solano de
Latacunga, en Cotopaxi. Si bien su participación en las acciones a orillas del
Toachi se truncó por su corta edad y porque “en Latacunga solo habían cinco
comunistas: un fotógrafo, un profesor, un panadero, un odontólogo y el dueño de
un gabinete de belleza”, Carrera siguió de cerca los hechos de intento miliciano
de la izquierda. Alfredo Vera Arrata, en aquel entonces mozo estudiante
universitario, señala que, para su visión, la intención de las huestes urjistas
nunca fue la de comenzar en 1962 con la actividad subversiva, sino que lo que
se buscaba era instalar un campatmento para el entrenamiento en operaciones
milicianas. Cualquiera que haya sido la verdadera intención, lo cierto fue que
desde diferentes puntos del país cerca de 50 jóvenes, que oscilaban entre 18 y
25 años, partieron hacia las orillas del Toachi. La operación guerrillera inició en
marzo. Sin embargo, Carrera recuerda que al interior del conglomerado existían
rivalidades y diferencias ideológicas abismales que desde un principio
complicaron los planes. “La URJE, que fue creada en 1961, reunía a una serie de
miembros que estaban en desacuerdo con la forma doctrinaria con la que se
manejaba el Partido Comunista. Ellos eran más combatientes y subversivos”,
afirma el militante de izquierda, no sin antes aclarar que ante la magnitud del
objetivo se tuvieron que deponer posturas doctrinarias. Vera Arrata confirma en
parte esta opinión al rememorar que los propios inicios de la URJE se debieron
-en 1959- a un desencanto de varios militantes de la “izquierda dura” que veían
con mala cara que las directivas principales de los partidos Socialista y
Comunista no pasaran del discurso retórico a la actividad combativa.  La
‘gallada’ porteña La juventud guayaquileña, por su arraigada y tradicional
característica, no pudo mantenerse al margen de esta intentona rebelde. El
epicentro de los diálogos, los incipientes diálogos para fraguar acciones
subversivas y para debatir sobre textos de izquierda tenían su sede en la
esquina de las calles 10 de Agosto y Boyacá, en aquellos tiempos denominada
“La Esquina Roja” (calificativo ganado por  su incidencia política y no por algún
nivel de inseguridad). Y cuando se menciona que era la esquina, era
literalmente así. “La juventud de izquierda de Guayaquil, entiéndase los
universitarios, los intelectuales y hasta los revolucionarios que no leían y no se
preparaban doctrinariamente, se reunían en esa esquina, en la vereda, para
conversar, analizar, debatir y, cómo no, para programar futuras acciones”,
recuerda Vera Arrata. El motivo de los encuentros en aquella esquina -en donde
en la actualidad se ubica el  Grand Hotel Guayaquil- era la cercanía del hogar
de uno de los principales líderes de la acción revolucionaria en la urbe y uno de
los pocos (no pasaron de cinco) guayaquileños que asistió al llamado de la
URJE en Santo Domingo: Carlos ‘Coquín’ Alvarado.  Para marzo de 1962 ya
rondaba por las aulas de la universidad, en los cafetines, bares y, sobre todo, en
“La Esquina Roja” la noticia de la convocatoria a orillas del río. A ‘Coquín’ se
unieron Sergio Román Armendáriz (en la actualidad reconocido como uno de los
precursores de la cinematografía en el Ecuador y prestigioso catedrático) y el
pintor Antonio del Campo, los cuales, según relata Vera, “partieron cada quien
por su lado (...) Desde ese momento se palpó que la idea no fue bien
estructurada y estaba mal organizada”, rememora el también ex ministro en
varias administraciones. Los pecados en la selva “A pesar de mala espina que
teníamos por el arranque, pensábamos que todo iba a direccionarse cuando los
milicianos estuvieran en Santo Domingo, pero lamentablemente no fue así”,
afirma Carrera. Muchas versiones se han regado a través de la historia sobre los
motivos por los cuales, solo después de unas dos semanas de haber llegado a
las orillas del Toachi, el campamento instalado por los seguidores de la URJE
sucumbió ante un operativo militar que se extendió por cerca de cuatro días,
que incluyó cuadros especiales de paracaidistas. Sergio Román, radicado desde
hace décadas en Costa Rica, en su portal electrónico presenta varios textos
vinculados a los hechos acaecidos en la selva de Santo Domingo. En una
entrevista que le efectúa uno de sus asiduos lectores, responde que “la versión
más plausible (sobre la derrota del incipiente grupo subversivo) reside en la
consideración de que el  movimiento fue penetrado por agentes de la CIA. La
versión en la que menos se cree (seguramente diseminada por los mismos
agentes norteamericanos) es la atinente al hecho de haber sido convocados en
esa fracción de selva para ser exterminados  con el fin de crear un postizo y
segundo ‘Cuartel Moncada’ que permitiese alimentar la génesis y la leyenda de
un ‘Fidel’ ecuatoriano. Entre esos dos extremos, vibran demasiados matices que
se deben investigar, uno tras otro”. Carrera considera a este relato como una
parte de la verdad y agrega que otro de los factores que contribuyeron a la
derrota fue la falta de seriedad con la que se trabajaba en el campamento. “Era
difícil que un grupo de guerrilleros, que por las noches cogía un jeep para ir a
Santo Domingo para ir al cine y luego regresaba a la selva, no fuera detectado
por los informantes del gobierno norteamericano”, sentencia, dando a entrever
su adhesión a la tesis de la infiltración de agentes de la CIA que al final sirvió
para derrotar al grupo de milicianos. El 12 de abril de 1962 el ministro de
Defensa, Francisco Tamariz, hizo público a los medios de comunicación sobre
“la detención de 38 guerrilleros que preparaban una ofensiva armada aupados
por ideas comunistas”, reseñan los editoriales de prensa de la época. Los
medios de comunicación explotaron de inmediato la noticia, centrándose en la
corta edad de los combatientes y, como un añadido, los bautizaron con el mote
de la “Guerrilla del pinol” debido a la bebida que ingerían casi todo el día los
detenidos y que se elabora a partir de esta fruta que abunda en la geografía de
Santo Domingo. Las autoridades informaron sobre el decomiso de panfletos y
lectura comunista, marxista y maoísta que, supuestamente, eran impresos en
una prensa que se halló en las cercanías del campamento. El armamento -que
pocos de los detenidos sabían usar, según confesaron días después- era el
básico para el tipo de misiones que se pretendía lograr. Fusiles Mauser,
Manglicher, carabinas Winchester, Vereta y subametralladoras fueron
incautadas y sirvieron de pruebas para acusar a los jóvenes guerrilleros. “Si
supieran que ese armamento fue suministrado por propios elementos de la
Fuerza Pública, como militares o policías, inclusive los que estaban en servicio
activo”, confiesa Carrión. Después del operativo militar, un paracaidista y un
miliciano (Sergio Román) resultaron heridos. No se registraron bajas en ninguno
de los dos lados.  Tres días duró la “fama” de los guerrilleros del Toachi en las
portadas de los medios de comunicación. Tanto Vera como Carrión y el propio
Román aseguran que no hubo torturas en contra de los detenidos. “Solo uno,
que era medio aniñado, se quejó de que le quitaron los zapatos cuando llegó a la
cárcel para rendir su declaración”, agrega Carrión. Debido a lo conflictivo de la
época, políticamente hablando, el tema de estos subversivos quedó en segundo
plano ante la opinión pública, a pesar de que era la primera intentona
insurgente que tenía el país. A los pocos meses, para julio exactamente, la
mayoría de los implicados recobró su libertad. Claro, con seguridad que fueron
fichados y que desde ese momento cada uno de sus movimientos sería vigilado
por las autoridades. El amor por la revolución y por los milicianos En la primera
detención de combatientes sorprendió a las autoridades encontrar a tres
mujeres -en aquella época era impensable verlas con un arma-, quienes en los
interrogatorios aseguraron que su presencia se debía al amor que profesaban al
proceso revolucionario que se respiraba en la región y a sus novios, que habían
decido arribar hasta el Toachi. Entre las apresadas sobresalió la brasileña
Abigail Pereira Núñez, quien se presentó como periodista de un diario de su
país, aunque aceptó, tiempo después, que mantenía una relación con Santiago
Pérez, uno de los combatientes de la URJE. La historia de amor en la guerrilla
revivió por un corto tiempo el interés de los medios de comunicación. Varias
publicaciones dedicaron sus líneas a relatar la vida de Pereira, quien había
conocido a Núñez en La Habana y que por él decidió radicarse en Ecuador. Sin
embargo, su pasado estuvo vinculado a la izquierda al confirmarse que su 
padre, un prominente doctor, atendió a Luis Carlos Pretes, uno de los más
recordados dirigentes de izquierda de la década del 60 en Brasil. La leyenda
asegura que Pereira y Núñez contrajeron matrimonio luego de recuperar su
libertad. El dato nunca pudo ser confirmado y quedó como una leyenda más de
las que se derivaron de la intentona subversiva.

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