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El colapso de la
modernización
Del derrumbe del socialismo de
cuartel a la crisis de la economía
mundial
Traducción Ignacio Rial-Schies
PREFACIO
ELEMENTOS PARA UNA HISTORIA DE LA
CRÍTICA DEL VALOR
(Anselm Jappe)
En 1991, tras la caída del muro de Berlín, La unión Soviética se preparaba
para extinguirse definitivamente. La euforia de la victoria se expandía entre
quienes estaban convencidos desde siempre, o desde hacía cierto tiempo,
de que la economía de mercado y la democracia occidental constituía la
última palabra de la historia. Para la izquierda radical, incluyendo aquellos
que jamás se habían hecho ilusiones sobre el “socialismo real”, el
abatimiento era fuerte: ¿Era verdad que el capitalismo era insuperable? ¿En
adelante, solo quedaba limitarse a proponer algunas modestas reformas?
[1] el desencanto del público alemán dos años después de la caída del Muro habría sido la causa del éxito
de El colapso de la modernización. Publicado en septiembre de 1991, alcanzó rápidamente los veinte mil
ejemplares y fue considerado por el influyente diario Frankfurter Rundschau como “la más discutida de
las publicaciones recientes”. Fue inmediatamente traducido en Brasil, donde de igual manera encontró un
éxito absoluto.
[2] Kurz nace en 1943 en Nuremberg, donde pasa toda su vida. Participa de la protesta estudiantil de
1968 en Alemania y de las inmensas discusiones surgidas en el seno de la “Nueva Izquierda”. Tras una
breve adhesión al marxismo leninismo, y sin adherir a los “Verdes”, quienes ene se momento realizaban
una transformación “realista” en Alemania, funda en 1987 la revista Marxistische Kritik.
Kurz afirmaba en su libro que el colapso de los países del Este, lejos de
representar el triunfo permanente del Occidente capitalista, no era más que
una etapa del colapso gradual de la economía mundial basada en la
mercancía, el valor, el trabajo abstracto y el dinero. Después de dos siglos
el modo de producción capitalista habría alcanzado sus límites históricos:
la racionalización d la producción, incluyendo el reemplazo d la fuerza de
trabajo humano por la tecnología, socaba la base d la producción de valor y
plusvalor. Esta es la única finalidad de la producción de mercancías, pero
es sólo el trabajo vivo –el trabajo como acto de ejecución- el que crea el
valor y plusvalor. La Unión Soviética no habría sido más que una variante
de la sociedad mundial mercantil: se trata de una “modernización
retrasada”, es decir la introducción violenta de mecanismos de base de
producción de valor en un país atrasado que de otra manera no se hubiera
convertido en una parte autónoma de un mercado mundial. El hecho de que
la Unión Soviética no fuera “socialista” no se debió únicamente a la
dictadura de una capa de burócratas como lo venía afirmando la izquierda
antiestalinista. El verdadero motivo era que las categorías centrales del
capitalismo –mercancía, valor, trabajo, dinero- no habían sido del todo
abolidas. Solo se pretendía administrarlas “mejor” al “servicio de los
trabajadores”. No representaba una “alternativa” al sistema capitalista que
se había derrumbado, sino “el eslabón más débil” de ese sistema. Sin
embargo, según Kurz, el mecanismo del cual los países llamados
“socialistas” eran víctimas, muy pronto pondría en crisis a los “vencedores”
también. Es decir, llevaría rápidamente al capitalismo occidental a una fase
de grandes turbulencias hasta el derrumbe de la sociedad basada en el
fetichismo de la mercancía. ¿De qué mecanismo se trata? De la
imposibilidad de contener el crecimiento de las fuerzas productivas, y
especialmente de los rendimientos de las enormes producciones obtenidas
por la microelectrónica a partir de 1970 dentro del chaleco de fuerza de la
producción de valor de mercancía. El valor, como forma social, no
considera la utilidad real de las mercancías, sino únicamente la cantidad de
“trabajo abstracto” que contienen, en otras palabras, la cantidad de gasto
puro de energía humana medida en tiempo.
En este primer libro de Kurz (el que sería sucedido por tres libros más en
los dos años siguientes, y por una docena en total), encontramos buena
parte de las características de la crítica del valor y la producción de Kurz en
particular. Se trata de una mordaz crítica –a menudo pronunciada en un
tono de auténtica indignación- al capitalismo en todas sus formas,
combinado con una crítica igualmente dura de los términos convenidos por
la crítica anticapitalista: la lucha de clases y el proletariado como sujeto
revolucionario, la defensa del trabajo y los trabajadores y la concepción
que considera al capitalismo esencialmente como el dominio ejercido por la
“clases capitalista” que posee los medios de producción. Todos estos
conceptos fueron sometidos por Kurz a un severo examen: no ya para
afirmar la imposibilidad de salir del capitalismo sino para descubrir que se
trata todavía de “críticas inmanentes” insuficientes que apuntan a distribuir
y administrar mejor las categorías de base del capitalismo, y no a abolirlas.
[5] Kurz lo llama “marxismo del movimiento obrero” y Moishe Postone “marxismo tradicional”.
Esto es cierto sobre todo en lo que concierne a las variantes
socialdemócratas occidentales del movimiento obrero. Allí donde las
variantes leninistas habían tomado el poder, como en Rusia, y más tarde en
otros países de la periferia del mercado mundial, asistimos más bien a una
“modernización retrasada”: lejos de abolir la mercancía, el trabajo
abstracto, el valor y el dinero, el objetivo era introducirlo en los países
agrícolas. La violencia totalitaria que se desplegó entonces, y que hizo
temblar al Occidente democrático, extraía su propia legitimación de la
oposición, y no era más que un resumen acelerado de la acumulación
primitiva enmarcada por la misma violencia de Estado que había preparado
el take-off del capitalismo occidental, especialmente entre los siglos XVI y
XVIII. Los países llegados tardíamente al mercado mundial debían repetir
esa evolución mucho más rápidamente y manteniendo un régimen de
aislamiento. De lo contrario, los países “avanzados” derrumbarían de
inmediato las industrias nacientes con sus productos competitivos. De la
misma manera, otros países “retrasados” como Alemania, Italia y Japón
utilizaron medios autoritarios, respaldados por el Estado, para construir la
infraestructura necesaria y crear industrias que la iniciativa privada no
habría logrado realizar en un régimen abierto a la competencia mundial. El
Estado y el capital privado, lejos de ser antagonistas, han constituido
siempre los dos polos complementarios del desarrollo capitalista, aun
cuando sus pesos respectivos varíen según las épocas. De ningún modo
podemos afirmar que el capital privado lucha contra el Estado o intenta
limitarlo sistemáticamente.
[6] Casi todas las críticas antiestalinistas centraron su atención en la posesión de una casta de burócratas
de los medios de producción. Esta crítica es real aunque no es más que una consecuencia inevitable de la
continuación de la producción de mercancías casi nunca cuestionada.
[7] La principal obra de Kurz, Schawazbuch Kapitalismus. Ein Abgesang auf die Martwirtschaft,
Frankfurt am Main, Eichborn, 1999, rastrea a lo largo de casi mil páginas la historia de la sociedad
mercantil a partir de sus inicios a fines de la Edad Media y de la revolución operada por la introducción
de las armas de fuego.
[8]Kurz lo demuestra detalladamente en su libro Das Weltkapital. Globalosierung und innere Schranken
des modernen warenprodizierenden Systems, Berlín, Klaus Bittermannn, 2005. De la misma manera, lo
hacen Norbert Trenkle y Ernst Lohoff en Die grosse Entwertung. Warum Spekulation und
Staatsverschuldung nicht die Ursachen der Krise sind, Münster, Unrast, 2012.
[9] Ya no se trata del imperialismo clásico (que no tendría sentido frente a las numerosas regiones del
mundo que no presentan ningún interés económico), sino de guerras con las que los países fuertes
pretenden evitar las consecuencias de las crisis mundiales, como las migraciones incontrolables. Kurz
consagró a este tema su libro Weltordnungskrieg. Das Ende der Souveränitat und die Wandlungen des
imperalimus im Zeitalter der Globalosierung, Bad Honnef, Horlemann, 2003
Así la crítica del valor constituye una crítica radical del capitalismo y no
solo de su fase neoliberal (aunque en la década de los noventa los autores
de la crítica del valor han sido sus críticos más virulentos cuando la
izquierda parecía paralizada o fascinada). Ya no es posible una vuelta al
pleno empleo y a las recetas keynesianas, a un rol mayor del Estado y al
welfare de antaño. Su abandono no es producto de una conspiración de los
economistas neoliberales y de los rapaces capitalistas sino una
consecuencia de la dinámica capitalista en su conjunto. Esta vuelta no sería
para nada deseable. El capitalismo debe ser superado por la abolición de
sus fundamentos y no por la vuelta hacia formas aparentemente más
soportables de esclavitud y alienación.
De hecho, la misma crítica del valor forma parte del proceso histórico. Su
aparición a fines de los ochenta no debe ser entendida como la llegada de
los teóricos que “comprendieron” todo los que los marxistas tradicionales
no habían comprendido. En cambio, podríamos decir que refleja el fin de la
expansión del capitalismo y por tanto, el fin de la posibilidad de redistribuir
sus frutos (a menudo envenenados) sin cuestionar la naturaleza del sistema
mismo. La radical crítica marxiana del valor y el trabajo abstracto, no
habían permanecido durante más de un siglo en el mismo estado que la
bella durmiente, y que parecía aparentemente poco “útil” para las luchas
reales, se mostraba como la mejor explicación del ocaso de la sociedad
mercantilista. La crítica del valor no era un simple “progreso en la teoría”
que podría haber tenido lugar en otro momento histórico. En cambio,
significó la primera toma de conciencia de lo que sería una profunda
ruptura histórica.
[10] Sobre todo en Brasil, además de en la misma Alemania y con notables diferencias geográficas, la
crítica del valor constituyó una importante discusión de izquierda, incuso en los medios universitarios.
Mientras que en los países francófonos el interés por la crítica del valor va en aumento, en los países
anglófonos permanece casi desconocida. De igual manera, existe una importante variación en la atención
mediática, naturalmente intermitente, por los libros de Kurz y sus textos más teóricos. La crítica del valor,
a diferencia de otros abordajes que se autoproclaman “anticapitalistas”, no ha seguido ninguna estrategia
de autopromoción y con agrado cumple el papel de “convidado de piedra”. Además, difícilmente podría
amalgamarse o formarse a partir de fragmentos de los enfoques compuestos que arrasan hoy.
[11] Moishe Postone. Tiempo, trabajo y dominación social: una reinterpretación de la teoría crítica de
Marx. Madrid. Marcial Pons Ediciones Jurídicas y Sociales S. A., 2006
[12]Para leer más sobre la comparación entre Postone y la crítica del valor alemana, ver Anselm Jappe,
“Junto a Marx, contra el trabajo”, en Pensar desde la izquierda: mapa del pensamiento crítico, Madrid,
Errata naturae, 2012, pp. 101-116.
[13]Ver Anselm Jappe, “André Gorz et la critique de la valeur”, en Alain Caillé y Chritophe Fourel
(eds.), Penser la sortie du capitalisme. Le scénario Gorz, Bordeaux, Le bord deI’eau, 2013.
La crítica del valor, al menos en su versión alemana, es una teoría en
evolución permanente desde hace veinticinco años. Aún así una gran parte
de sus descubrimientos teóricos fueron realizados antes de 1993, en los
años posteriores se sumaron importantes aportes. De hecho, actualmente,
los teóricos reunidos en torno a Exit! Prefieren hablar de la “crítica de la
disociación del valor” (Wert-Abspaltungskritik).14 El teorema de la
Abspaltung fue presentado en 1992 por Roswitha Scholz.15 Trata la
“disociación” o “escisión” que se encuentra en la base de la existencia
misma del valor como forma social fetichista: el trabajo abstracto, creador
de valor, no puede existir sin que otras partes de la reproducción social se
efectúen en una forma no-mercancía, que no representan “trabajo”.
Principalmente, se trata de actividades domésticas realizadas por mujeres.
Las dos esferas –lo “público” y lo “privado”- son igualmente necesarias en
la sociedad capitalista aunque la esfera doméstica, privada, femenina es
considerada como inferior y externa a la sociedad. El hecho de que estas
actividades no produzcan valor de manera directa no significa que se trate
de una esfera “libre” o “no cosificada”. Desempeñan un papel auxiliar para
el trabajo abstracto y llevan su impronta. Concretamente, el “trabajador”
masculino no podría crear valor si no hubiera una mujer que se ocupe de su
bienestar, de la educación de los hijos, etc. El valor es estructuralmente
“masculino” aún si las mujeres pueden producir valor o pedir su
producción. Según la crítica de la disociación del valor, la sociedad del
valor y del trabajo se basa, histórica y lógicamente, sobre una lógica de
exclusión. Considera únicamente como “sujeto” a quien ha interiorizado
completamente la mentalidad del trabajo y sus corolarios (autodisciplina,
racionalismo, severidad para consigo mismo y con os demás, espíritu de
competitividad, etc.) y expulsa a todo el resto (y esta es la disociación). La
exclusión de las mujeres, de los no-blancos y de otros sujetos
“minoritarios” no era entonces una inconsecuencia en el marco de una
lógica del valor vacía de contenido propio y que, siguiendo su principio,
debería englobar a todos y podría hacerlo algún día. Al contrario, esta
exclusión ha sido constitutiva desde el principio aunque sus formas
empíricas han cambiado mucho desde la época de la ilustración.
[14] En 2004, tras una larga serie de conflictos internos, Kurz y Scholz son expulsados de Krisis.
Inmediatamente después, fundan la revista Exit!. Los motivos de esta división no se debieron tanto a lo
teórico como a la cuestión del estatus de la teoría, como la posterior evolución habría de demostrarlo.
Mientras que Exit! radicalizaba la crítica de la Ilustración (en sentido amplio, incluyendo todo
pensamiento contemporáneo que considere adherir) y de la “disociación del valor” rechazando toda
tentativa apresurada de extraer conclusiones prácticas, Krisis (que continúa conservando el nombre y
muchos de sus colaboradores históricos como Lohoff, Trenkle, Schandl y Klein) adhería a la búsqueda de
puntos de contacto entre la crítica del valor y los movimientos sociales como el “software libre” o las
economías alternativas. Los contactos entre ambas revistas están marcados por fuertes críticas.
[15] Lo profundiza en el libro Das Geschlecht des Kapitalismus. Feministische Theorien und die
postmoderne Metamorphose des Patriarchats, Bad Honnef, Horlemann, 2020.
[16]Vea su recopilación de ensayos Blutige Vernunft. Essais zur emanzipatorischen Krtitik der
kapitalistischen Moderne und ihrer westlichen Werte, Bad Honnef, Horlemann, 2004.
[17] Geld ohne Wert. Grundrisse zu einer Transformation der Kritik der politischen Ökonomie , Berlín,
Horlemann, 2012. Para ver un resumen detallado, vea Anselm Jappe, “Kurz, voyage au coeur des
Ténèbres du capitalisme” en Revue des libres, n.9, enero 2013 y “Kurz, A Journey into Capitalism’s
Heart of Darkness”, en Historical Materialism, Londres, n.22, 2014.
Anselm Jappe
[18] He intentado resumir todos los aspectos esenciales de la crítica del valor en mi libro Les Aventures
de la marchandise, París, Denöel, 2003 (trad. Esp. de Diego Luis Sanroman: Las aventuras de la
mercancía, Logroño, Pepitas de calabaza, 2011, y El absurdo mercado de los hombres sin cualidades.
Ensayos sobre el fetichismo de la mercancía (ensayos de Robert Kurz, Anselm Jappe y Claus Peter
Ortilieb), (tr.esp: Luis Andrés Bredlow, Logroño, Pepitas de Calabaza, 2009.)
LÓGICA Y ÉTICA DE LA SOCIEDAD DEL
TRABAJO
LOS GANADORES DESORIENTADOS
Nunca hubo tanto fin. Con el derrumbe del socialismo real desaparece una
época entera y se vuelve historia. La confiable constelación de la sociedad
mundial de posguerra se disuelve a una velocidad increíble ante nuestros
ojos. Una era completa agotó su vida; pero la pregunta sigue insistiendo:
¿cuál era en realidad? Desde la perspectiva del ahora irrelevante conflicto
Este-Oeste puede parecer que Occidente ganó, como si su sistema hubiera
demostrado ser el mejor.
[19] N. del T.: “Krauthammer” significa literalmente “martillo (para) coles o especias”, pero “Kraut”
también es un término usado por los británicos al menos desde la primera guerra mundial para referirse a
los alemanes, quizás porque comían coles, usaban más especias en sus comidas o porque otra excepción
de “Kraut” es “yuyo o planta molesta”. Krauthammer sería así “martillo (para) alemanes”
[21] Según una grabación original del archivo del antiguo movimiento Trabajador-Marxista, recuperado
por el periódico Arbeiterstimme, por nombrar un solo ejemplo extremo .
[22] Esta argumentación es repetida con modificaciones vernáculas por los fundamentalistas de la
ecología, que son inconscientes de la herencia de la filosofía vitalista y del pesimismo cultural, o que
buscan disputarla. Pero como siempre en su pronto bicentenaria historia, la crítica de las ciencias
naturales y la industrialización parece afirmativa en tanto que borra la historicidad de las formaciones
sociales reales y transforma a las crisis sociales en ontológicas. La irracionalidad del fundamentalismo
(tanto del ideológico como del religioso) se funda en su irrealizabilidad práctica, lo que las torna viables
como ideologías de legitimación negativa
[23] En contraposición a Marx, falta cualquier tipo de crítica formal a esta sociedad del trabajo moderna,
cuyas formas básicas parecían a Weber tan evidentes como al movimiento marxista de los trabajadores y
a los economistas nacionales burgueses.
Sociedad del trabajo como término ontológico sería una tautología, porque
en la historia de la socialización, sin importar sus derivaciones, solo podía
darse en la forma del trabajo. Una sociedad sin trabajo es una fantasía de
las representaciones inocentes del paraíso y las fábulas de la isla de Jauja.
Pero en el Renacimiento, el dinero dinamitó una brecha en la
correspondencia natural entre fatiga y riqueza productiva.
Que el trabajo vivo se convierta como producción de mercancías en un
trabajo muerto, “representado” (como expresaba Marx) en la forma
encarnada del dinero, es una obviedad para la consciencia moderna. El
dinero es de hecho una categoría real que se extiende a través de diversas
formaciones históricas, aunque la categoría subyacente de valor fuera
objeto de reflexión sistemática recién a partir de las teorías económicas
modernas. Como mercancías, los productos son cosas-valor
desensibilizadas y abstractas, y son intercambiadas en la sociedad solo en
esta forma extraña. En el contexto de la crítica marxiana de la economía
política, ese valor está determinado negativamente, cosificado, fetichizado,
desvinculado de cualquier contenido sensible concreto de los productos,
como formas de representación abstractas y muertas de un trabajo social
anterior, que en el movimiento inmanente de las relaciones de intercambio
se desarrolla hacia el dinero como “cosa abstracta”. Este valor es la marca
característica de una sociedad que no es soberana de sí misma.24
[24] Es característico para la ideología del movimiento de los trabajadores que el término crítico
marxiano del valor denunciado como forma fetichizada fuera convertido por inversión en la afirmación de
que “el trabajador crea valor”. Esa figura ideológica desdibuja totalmente la oposición irreconciliable
entre el valor de cambio fetichista y el valor de uso sensible es una grisalla incomprensible.
Por oposición a esto, la teoría burguesa inaugurada por los clásicos tomó
esta forma como un a priori y la abandonó sin haber querido siquiera
explicarla. Es que su obviedad aparente evidencia un carácter ontológico,
que no necesitaba ser aclarado teóricamente. Con ello, sin embargo, se
coarta la inversión por la cual la “primera” y “segunda” naturaleza se
habían intercambiado: es la inversión que constituyó todas las sociedades
modernas. Es ahí donde yace el carácter autotélico del trabajo moderno.
Por el otro lado, fue ese mismo desarrollo el que engendró las fuerzas de
producción modernas, en un proceso contradictorio en sí mismo, y
expandió las necesidades y posibilidades de los individuos de maneras sin
precedente. Los efectos secundarios imprevistos del sistema de producción
mercantil moderno recubrieron de momentos positivos, durante mucho
tiempo en su etapa de crecimiento, a su contenido negativo. Mientras
cumpliera con la “misión civilizatoria” (Marx), el sistema funcionaba,
superando todas las relaciones de producción estamentales, estáticas y
premodernas. Las crisis parecían ser meras interrupciones en su proceso de
crecimiento y en principio superables.
EL PROCESO HISTÓRICO DE LA
MODERNIDAD
LA CREACIÓN DEL SISTEMA DE PRODUCCIÓN DE MERCANCÍAS
POR EL ESTADO
[25]Que en la República Popular de China los recolectores de impuestos fueran apaleados por los
granjeros y encerrados en chiqueros corresponde con el genocidio de Estado en la Plaza de la Paz
Celestial (Masacre de Tiananmén) y los requerimientos crudos, militaristas del régimen para la economía
de mercado liberada. Estas contradicciones en el proceso de la modernización capitalista se encentran
también en los acontecimientos de la constitución histórica del capital en Europa occidental, de los que
solo nos falta el recuerdo concreto. Quien se extrañe ante los acontecimientos en Rusia y China, en lugar
de reconocer ene ellos el pasado de la sociedad del trabajo, la democracia y el estado social, es o bien un
maïf o ha caído totalmente bajo la ideología del capitalismo tardío.
[26] Esta relación de fuerzas fue señalada con frecuencia: “No cabe duda que las guerras cada vez más
dispendiosas contribuyeron al desarrollo del mercantilismo. Con el fortalecimiento de la artillería, de los
arsenales, de las flotas de guerra, el ejército permanente y las fortalezas, los gastos de los Estados
modernos pegan un salto. Las guerras requieren dinero y cada vez más dinero, y convierten así a
acumulación del dinero, el aprovisionamiento de metales preciosos en la manía más pura y domina como
sabiduría al pensamiento y al juicio” (Braudel)
Por el otro lado, los elementos del trabajo asalariado moderno debieron
imprimirse con el uso inmediato de violencia estatal. La transformación
progresiva desde el siglo XV de los esclavos y siervos en asalariados
“libres” y la “liberación” social de las tierras a través de la caza brutal de
los granjeros independientes y arrendatarios, creando latifundios con esas
parcelas, solo podía operarse a través de la administración forzosa del
trabajo, la militarización y el terror estatal:
A los campesinos les fue expropiada su tierra y su suelo con violencia, fueron
acechados y convertidos en vagabundos a través de leyes grotescas y terroristas, y
fueron fustigados, marcados, torturados en la disciplina necesaria para el trabajo
asalariado (Marx)
[27] Esto se reconoce en los cada vez más terribles filósofos de la crisis de la subjetividad burguesa
formada por la mercancía, a más tardar desde Kierkegaard y Nietzsche, continuando con la filosofía
vitalista hasta el existencialismo. El avance de estos filósofos de la crisis corresponde a la desubjetivación
real del sistema social, hasta la desorientación poskeynesiana actual.
[28]Trotsky que permaneció encerrado en el estatismo modernizante, no tiene idea de lo que dice cuando
llama “bonapartista” a la burocracia estalinista con una intención de denuncia (“traidores de la
revolución”), mientras la analogía apunta en realidad a su carácter análogo en la historia de la formación
del sistema de producción de mercancías. Algo similar vale para el concepto de “bonapartismo” de
Ausgust Thalheimer en relación con el fascismo alemán, que no solo (sin quererlo) desmantela la
afinidad estructural del socialismo soviético y el fascismo, sino también señala el déficit conceptual en la
crítica de la economía política de los marxistas del movimiento de los trabajadores.
[29]Al menos cuando se toma el texto fichteano literalmente. Sin importar aquello, la filosofía alemana
clásica (incluyendo también la de Fichte) contiene una riqueza de pensamientos todavía poco clara, que
por momentos parece disparar por encima de la inmediatez de su contemporaneidad, quizás hasta por
encima de los límites del en aquel entonces todavía incomprensible sistema de producción de mercancías.
Esto contiene no solamente a la crítica marxiana de la economía política, sino también pensamientos que
hasta hoy permanecen irreconciliables. Esto diferencia a Fichte de las miserables trivialidades tanto de los
epígonos marxistas como de los economistas de nuestra época, que se han vuelto “realistas” en el sentido
más lamentable del término.
[30] El socialdemócrata Jean Jaurès ya lo había establecido cándidamente hacia fines del siglo pasado:
“Fichte fue el primero en esbozar la teoría del valor, que Marx después desarrolló. Mientras Marx aparece
para Schumpeter como epígono de Ricardo, según Jaurès lo es de Fichte. El descubrimiento de que este
pensador ya había formulado una teoría del valor trabajo, se cortocircuita con la autocomprensión
afirmativa del movimiento de los trabajadores. Con eso queda desfalcado que la teoría marxista contenga
una crítica radical al fetichismo del valor. Así no puede sorprendernos que Fichte fuera tan apreciado por
los nacionalsocialistas como por los ideólogos del movimiento de los trabajadores.
[31] Fernand Braudel habla desde el desconocimiento de su época: “Sin respuesta unívoca quedan entre
otras la pregunta con frecuencia repetida sobre si el Estado no habrá beneficiado y acelerado el
capitalismo. Con todas las reservas que puedan tenerse sobre la madurez del Estado contemporáneo,
debemos sin embargo afirmar que entre los siglos XV y XVIII extiende su influencia sobre todos y todo,
que cuenta entre las nuevas fuerzas europeas. ¿Pero sirve para explicar ya todo, subordina todo a su
orden? ¡No, y otra vez no! Sin duda que apoya y beneficia al capitalismo, pero la frase se puede expresar
desde la perspectiva opuesta para afirmar lo contrario, que el Estado inhibe el capitalismo y que a la vez
se ve obstaculizado por él. Ambas afirmaciones son correctas […] ya que la realidad comporta
complicaciones previsibles e imprevisibles” (Braudel, 1986: 613). El Estado aparece aquí como principio
abstracto, como ser independiente, que le es externo “al capitalismo”, en lugar de ser en su forma
moderna un momento constituyente y a la vez inmanente del capitalismo. Aquí se demuestra cómo los
“nuevos historiadores” (y no solo ellos), mediante la diferenciación científica, predican tan irremediable
falta conceptual, como si de tanto contra árboles dejaran de ver el bosque. No es una relación de
contradicción externa de Estado y capital, cuyo momento el Estado ya es, como en las historias más
tempranas de la construcción de esta formación social.
[32] N. del T.: “Marco” era el nombre de la moneda de la Alemania Federal cuando Robert Kurz redactó
este texto.
El Estado, que junto al dinero es la otra palanca de enajenación, adquiere
así por su cuenta una naturaleza doble. Se lo ve históricamente en su etapa
moderna temprana, absolutista, tanto como en la revolucionaria-burguesa y
dictatorial, por un lado, como el partero del sistema de producción de
mercancías, por el otro como su componente inmanente; institucionalmente
sirve por un lado para asegurar las condiciones contextuales del
capitalismo, por el otro, avanza como instancia reguladora en el proceso de
reproducción del trabajo muerto, tan pronto los sectores “improductivos”
de la infraestructura (ciencia, basura, sistema de salud y asistencia social,
educación, reparación de los procesos de destrucción socioecológica, etc)
empiezan a crecer más que la estructura de locomoción propia del dinero;
ideológicamente aparece el Estado por un lado como Moloch, “come
hombres” y leviatán monstruoso, que amenaza con violar constantemente
la “verdadera” subjetividad burguesa, y por el otro como deus ex machina,
como instancia de conciliación para todas las fricciones y lamentos de la
socialización negativa.
[33] La percepción de la época que concluye a través del filtro del momento contradictorio dominante es
tan característica para la conciencia burguesa como para la de la izquierda, en lugar de reconocer la
complementariedad opuesta de estos momentos como pate del proceso histórico de la modernidad.
[34]El anarquismo y sus corrientes relacionadas (sindicalismo etc.) ofrecen al mainstream del
movimiento de los trabajadores una alternativa solo en apariencia, porque justifican su oposición al
Estado con ideologías de una producción de mercancías “autodeterminada” y “justa” (Proudhon, por
ejemplo), es decir, se confunden la legislación del sistema de producción de mercancías con la co-
dependencia interna entre la forma mercancía y el Estado moderno. Este tipo de inmanencia burguesa es
complementaria al marxismo de Estado social y representa la parte liberal o monetarista de la
contradicción burguesa en el movimiento de los trabajadores, que reproduce así las contradicciones entre
Estado y mercado, estatismo y monetarismo, sujeto de derecho y sujeto de comercio en su propio sustrato.
[35]El rasgo burgués jacobino de los bolcheviques (lo que implicaba naturalmente un carácter girondino
de sus contrincantes mencheviques) no solo es señalado con frecuencia, sino también sostenido por ellos
mismos y especialmente por Lenin. Que esto les pareciera una comparación histórica gloriosa, aunque su
propia revolución correspondiera a “un contenido de clases distinto”, es solo una reproducción irónica de
su equivocación en un metanivel. El término personalista y acortado sociológicamente de “contrincante”,
que lo hacía parecer histórico, rebaja la solución y caracteriza al jacobinismo bolchevique como una
repetición de carácter esencialmente burgués en las condiciones materiales de principios del siglo XX
[36] Alcanza dar un vistazo al índice de las obras completas de Lenin para establecer que en ellas no hay
ni la pista de una tematización del valor económico y de la crítica marxista al fetichismo; la
determinación histórica de esta inocencia teórica aclara ya que el marxismo occidental la ha arrastrado
hasta nuestros días, descontando intentos aislados, poco claros, solitarios y a la larga poco fructíferos.
[37] Entre tanto esta opción se ha vuelto, para los fundamentalistas del ecologismo “críticos de las
fuerzas productivas”, con total seriedad, una discusión posible, naturalmente solo como una producción
ideológica al costo, explicable solo a partir de la distancia histórica respecto de tales relaciones que se ha
vuelto tan grande como para transfigurarse. El movimiento de los trabajadores y los bolcheviques de
1917, que creyeron tenerlas frente a sus ojos, con total justificación, no podía desperdiciar ideas en una
opción tan graciosa, reaccionaria y antiemancipatoria.
[38] Esta reunificación socialdemocrática tuvo lugar primeramente en la forma del retorno arrepentido
del hijo leninista-comunista arrepentido: en toda Europa oriental, los símbolos de la estrella, hoz y
martillo, etc., fueron arrancados y los partidos socialistas militarizados se renombraron con rapidez
“socialistas” o “socialdemócratas”; de la forma más grotesca en el ya históricamente obligado casamiento
SPD y KPD en el SED, que quería convertirse tras un salto mortal ideológico en el partido del socialismo
democrático. Este escándalo se evaporará en la medida en que la crisis de la función modernizante de la
socialdemocracia llegue a su fin y se enfatice la propaganda de tolerancia social también en Occidente.
Mitras el “modelo sueco” sea concebido por exleninistas como perspectiva, está mortalmente enfermo en
su propia patria.
[39] El tratamiento de la Historia como una queja respecto del pasado, cosa que ha hecho increíblemente
mal cuando podría haberlo hecho mucho mejor, es una característica típica del pensamiento iluminista, tal
como medir el pasado según principios prácticos abstractos, cuyo desarrollo histórico no reflejan en
absoluto. Este pensamiento subordina siempre al sujeto burgués y lo proyecta a los acontecimientos de la
modernidad, sin notar que la modernidad entera es en sí misma primera la historia de la constitución de
esa forma de subjetividad
[40] Wittfogel también intenta convertir su investigación sobre las “sociedades hidráulicas” en los
despotismos orientales en una crítica al bolchevismo y la sociedad soviética; su propuesta es tan inviable
así como todas las demás y parte de las mismas premisas occidentales incuestionables de la democracia y
las premisas del sistema de producción de mercancías.
[41] ¿Acumulación de qué? Eso debería haberse preguntado desde el principio. Naturalmente de capital,
pero esto no parece haber molestado a los marxistas. “Acumulación originaria socialista de capital”, tal
conceptualización sin sentido evidencia solo que el “capital” y así la forma fetichizada y cosificada del
proceso de intercambio con la naturaleza aparece como cosa neutral, no especifica a la formación
(social), a la cal tanto los “capitalistas” como el “proletariado” podrían aparentemente relacionarse sin
problemas.
[42] También desde esta perspectiva, el marxismo supuestamente crítico de Occidente no hizo más que
una apología, acentuando tan inocentemente el “antifascismo” de las estatizaciones forzosas y el régimen
de comando central, que desde afuera resulta vergonzante. El “antifascismo” barato se convirtió después
de la segunda guerra mundial en el término usado para contener a muchos acontecimientos y desarrollos
incomprendidos y reprimidos
[43] A la oscuridad conceptual que reina sobre la comprensión de la crítica de la economía política
marxiana, se le añade el término “economía natural”. Ya en los debates del socialismo hacia fines de la
primera guerra mundial se confundía la forma no-mercantil con una mera externa “eliminación del
dinero”: la lógica incomprendida de la basa del sistema de producción de mercancías no podía así
superarse, sino que se realizaba estatalmente en su forma cosificada sin el “velo del dinero”. Las raíces de
este debate no nacen de la crítica marxiana a la economía, sino de le economía nacional burguesa, que
aún hoy sigue discutiendo si es pensable un “sistema de intercambio mercantil” sin dinero o no; una
pregunta bastante desabrida.
Marx tuvo que lidiar en realidad con dos lógicas históricas distintas,
todavía no del todo distinguibles en su obra: por un lado, la toma de
conciencia de la verdadera fuerza laboral en el marco del sistema de
producción de mercancías, que a través del movimiento de los trabajadores
llevó a la emancipación capitalista de los asalariados de los resabios
feudales y patriarcales, es decir que los llevó a sus forma de ser
contemporánea como mónadas del dinero y ciudadanos del Estado; por el
otro lado, sin embargo, también a la movilización tautológica y
desubjetivada del dinero y sus limitaciones inmanentes.
Es por ello que este punto no pudo presentarse como una crítica concreta al
sistema productor de mercancías, sino que permaneció en la
indeterminación tendiente a la charlatanería ética. La crítica empírica, no
lógica de la forma de ser del trabajador implica una crítica de la
competencia igualmente inmanente, pegada a las apariencias empíricas: los
elementos de la crítica se contradicen lógicamente, no pueden transmitirse
teórica ni prácticamente de forma concreta y necesitan por eso la muleta
moral.
[44] Esto es visible en que no solamente los trabajadores subalternos, despreciados, sucios y/o mecánicos
en esta comprensión del socialismo no fueron eliminados, sino que fueron reconocidos como sus
portadores, como identificadores de ciudadanos “iguales” y hombres completos bajo la premisa de que
todos los trabajos contribuyen por igual a la riqueza nacional y por tanto otorgaban dignidad. Tras la
berretada d e la frase moral está naturalmente también la verdadera igualdad del trabajo abstracto y sus
mónadas de expendio como portadores de la verdadera fuerza laboral.
[45] Históricamente existieron las excepciones mencionadas por Marx de la India antigua y la sociedad
Inca, donde la división laboral erigida sobre el fundamento de la sociedad natural no comportó las
categorías de mercancía y dinero; la unión social forma aquí evidentemente instituciones religiosas, que
no tienen nada verdaderamente en común con el Estado moderno. Esta rama del desarrollo de la sociedad
no puede declararse perdida y “totalmente extraña” a la perspectiva civilizatoria; parece haber tenido por
contrario una división social del trabajo de bajo nivel(los Incas no conocían, por ejemplo la rueda). En
esta medida, solo se trata de excepciones que confirman la regla.
[46] Esta contradicción en el proceso de la modernización medida por la competencia posibilitó, en cada
etapa de su institución, una oposición conservadora, empezando por la defensa de los ideólogos del
feudalismo hasta los “conservadores del valor” (Wertkonservativen) de nuestros días. La oposición
reaccionaria contra la parte emancipadora de la modernización reprochándole el lado negativo y
destructivo del proceso.
Pero por sobre todo: la competencia obliga y fustiga a los hombres hacia el
expendio abstracto de su fuerza laboral, pero es simultáneamente el
principio dinámico que torna obsolescente y suprime tendencialmente el
“trabajo”, a través de su otra e igualmente implacable coerción hacia la
productividad y cientifización; convierte a las fuerzas productivas en
destructivas, pero eleva por sobre cualquier medida previamente conocida
la tendencia humana a apropiarse de la naturaleza. Marx no desconocía el
momento positivo, desarrollista, emancipa torio de la competencia y lo
denominó la “misión civilizatoria del capital”. Josef Schumpeter afirma,
casi sorprendido, que a pesar de su crítica fundamental, su “sentencia de
muerte del capitalismo”, Marx propuso “una representación exaltada de las
capacidades del capitalismo.
Hasta la segunda mitad del siglo XX, el desarrollo empírico no dio ningún
punto de agarre para la lógica marxiana, por esa misma razón, de
apariencia oscura. El desarrollo de las fuerzas productivas todavía no había
alcanzado la cúspide después de la cual el principio básico de la sociedad
del trabajo se vuelve obsoleto. Por eso la crítica de la competencia quedó
durante largo tiempo en el horizonte de la sociedad del trabajo y cayó bajo
la luz del ocaso. En esta comprensión, el lado emancipador de la
competencia no pudo ser siquiera reconocido.
[47] En el mismo espíritu iluminista, como la Ilustración en “su propia falta de iluminación sobre sí
misma” (Hegel) ya había comprendido a la historia precedente como “errada” y un “distanciamiento de la
razón”; desde esta y otras perspectivas, la ideología del movimiento de los trabajadores, incluyendo
momentos determinados del marxismo, se muestran como una “segunda vuelta” de la ilustración
burguesa en el contexto del ya mentalmente superado sistema de producción mercantil y como expresión
inmanente de sus formas de conciencia ya constituidas.
Así, el momento dinamizante de la competencia parecía un escándalo
moral, un principio errado, inmediatamente abolible y puramente negativo.
El movimiento marxista de los trabajadores nunca entendió que fueron
ellos mismos quienes liberaron a los trabajadores asalariados no de la
competencia sino hacia ella; por el otro lado también apuntó
paradójicamente a aplazar y supuestamente abolir la competencia elevando
a un segmento de esa competencia a lo absoluto, propiamente la clase
trabajadora, que solo podía emerger por y en la competencia como tal.
[48] Este acompañamiento literario a la acumulación originaria rezagada, tan sincero como podía estar
intencionado al principio, se convirtió rápidamente en propaganda de Estado. En la periferia occidental de
la Unión Soviética se vio desde el comienzo como un mamarracho hipócrita, porque la construcción de
una sociedad militarizada nunca tuvo siquiera un fundamento histórico relativo en sus condiciones de
desarrollo.
Por otro lado, en esta pase podría parecer, no solo por los propios índices
de crecimiento, que la economía soviética estaría en condiciones de igualar
a Occidente en un plazo histórico previsible. Occidente se encontró durante
la primera mitad del siglo XX en una fase de estatismo creciente. Las
estructuras de las economías de guerra que se opusieron en ambas guerras
mundiales hicieron retroceder a los mecanismos de competencia del
principio monetarista, aún cuando el estatismo no se consolidara en la
misma medida que en la Unión Soviética; la crisis de crecimiento del
sistema capitalista en movimiento hacia la socialización mundial frenó el
desarrollo aún más, fortaleciendo las tendencias estatistas, y creó una
sensación de fin de los tiempos, que impregnó las reacciones ideológicas
hasta en la misma teoría crítica.
[49] El ejemplo superior se relativiza un poco si se contabilizan las industrias tercerizadas por Toyota,
que en el grupo IFA ya están contendidas por la verticalidad de su inserción en la producción. Desde esta
perspectiva, la ganancia productiva de Toyota comprende a lo administrativo-empresarial particular (en
relación a los costos de sus proveedores), y no a la totalidad social. Contemplando este efecto, la
diferencia en la productividad social total es todavía más violenta.
[50] Todavía durante el colapso de la RDA, una parte de los apologetas críticos e izquierdistas
occidentales tuvo la caradurez de fundamentar el rezago catastrófico de la productividad de la Alemania
Oriental con las “peores condiciones iniciales” tras la segunda guerra mundial y todas sus desventajas
emergentes. En realidad, como pañis ya industrializado, la RDA es el mejor caso de referencia; como
demuestran los números, el rezago bajo las “peores condiciones iniciales” era mucho menor, todavía
hasta los años 60, que el que sentimos drásticamente hoy. Creció tanto, cuanto más se alejaban las partes
de Alemania de cualquier condición inicial y a la cual se comparaban mutuamente. La argumentación
impotente demuestra solamente cuan obstinadamente aferrada está la izquierda a esta forma de
pensamiento de posguerra, incapaz de comprender críticamente el sistema de producción de mercancías y
su lógica contradictoria.
El retraso cada vez más pronunciado en la productividad de la sociedad del
trabajo del socialismo real demuestra un retraso correspondiente en el
proceso de interconexión de la reproducción. Interconexiones desarrolladas
son el requisito para una abolición de la producción de mercancías y así
para la transformación verdaderamente revolucionaria de la sociedad
burguesa. Este retraso se puede verificar en el grado de terciarización, que
hoy demuestra el mayor nivel de cientifización. Mientras en 1987 en la
RFA todavía el 58% de los trabajadores estaba en el sector agrícola o
industrial y solo el 42 % en el sector terciario, en la RDA era el 46% el que
trabajaba en la producción material, y el 54% en el sector terciario. Este
retraso en el desarrollo de la densidad de interconexión se demuestra en la
estructura de la industria. Así dice una publicación del Instituto para la
Investigación Económica (RWI) de Renania del Norte-Wesfalia:
El entrelazamiento de los distintos sectores industriales entre sí, tanto en los servicios y
en el comercio, se mostró menor en la RDA que en la República Federal. […] Una
razón podría ser que los grupos económicos respondieran a las dificultades logísticas
con la elaboración de materias primas propias. En la República Federal, por el contrario,
la división laboral entre sectores se ha incrementado (Handelsblatt, 8/5/1990).
Desde esta perspectiva, sería un error todavía mayor esperar una solución
para los déficits catastróficos del socialismo en un empate y una adaptación
a la economía de la competencia “exitosa” de Occidente. A una
observación tan simplificada se le escapa por completo que estos déficits
mismos eran ya un resultado histórico de las contradicciones capitalistas.
La eliminación de la competencia interna fue tan poco “un error”, como
posible sería “corregirlo” ahora.
Por el contrario, la crisis en el colapso del socialismo real está, a esta altura
de la expansión global de la socialización capitalista, retroalimentada por el
estadio del desarrollo global del sistema total. Pero recién ahora parece ser
el resultado de su “asincronicidad”. La crisis de la sociedad del trabajo del
socialismo real marca el comienzo de la crisis d la sociedad del trabajo por
entero, justamente porque los mecanismos occidentales fueron tan exitosos
y socavaron los fundamentos del sistema de producción de mercancías y
los pudrieron. Está inscripto en la lógica de este sistema que los
componentes de menor productividad y menos interconectados caigan al
precipicio del colapso sistémico; pero el avance de la cientificidad por
sobre los límites lógicos del sistema de producción de mercancías, tarde o
temprano, sorprenderá también a Occidente, y las advertencias de ello son
visibles hace rato.
La vida castiga a aquellos que llegan tarde, es un hecho. Pero si los países
del antiguo socialismo real esperar conseguir la salvación por decidirse a
entrar al mercado abierto mundial salvajemente, con más empeño que
reflexión, llegan dos veces tarde y “la vida” parece tenerles reservados
castigos mucho más horribles que los que experimentaron hasta ahora. En
verdad, la sociedad del trabajo está llegando a su fin, así como las
categorías básicas de la forma mercancía y el dinero. Observar
aisladamente el colapso del socialismo real confunde totalmente la lógica
de la crisis del principio de competencia mismo, que brota como una
emancipación negativa en oleadas crecientes de la crisis del sistema
mundial de producción mercantil.
[51] Excluyendo la guerra, que en general perforó la reproducción social con menor profundidad, las
crisis de las sociedades premodernas fueron provocadas en primer lugar por la disponibilidad inmediata
de la “primera naturaleza”, es decir, aparecieron bajo la forma de catástrofes naturales, cosechas perdidas
y epidemias. Las primeras crisis del capital en el siglo XIX estuvieron, como demostró Marx,
influenciadas al menos en parte por crisis agrarias y develan así cuanto dependía aún el sistema de
producción de mercancías embrional por su cordón umbilical de las relaciones naturales primarias. Es
claro que el proceso tampoco pudo desvincularse sencillamente de sus fundamentos naturales. La crisis
social actual, en su forma altamente desarrollada, se presenta cada vez más como una crisis de la
“naturaleza socializada”, es decir, una crisis ecológica.
[52] Nota del traductor. Poco antes de la fecha de redacción de este libro, hubo en Alemania un escándalo
en torno a una partida de vinos producida con componentes químicos ilegales, conocido en los medios
como el Glykolwein-Skandal. Es posible que el autor se refiera a ese acontecimiento.
[53] Con esto queda negada finalmente la afirmación de Max Weber sobre la “racionalidad” de la
modernidad por estas mismas relaciones, que hoy nos empujan a la crisis ecológica y de la nueva
economía mundial más que nunca. Dicho con mayor precisión: la racionalidad weberiana se refiere a una
racionalidad interna del objetivo fetichista de la producción abstracta de riquezas. Solo en este contexto
es racional, como principio económico de racionalidad. Desde la posición de su sensibilidad, del
verdadero disfrute y las relaciones concretas con la naturaleza, esa misma “racionalidad” se vuelve
irracional. Las acciones racionales del sujeto del dinero y la mercancía son racionales en el mismo sentido
que los locos dentro del sistema de su locura pueden actuar lógicamente.
[54] Estas Furias de la abstracción destructiva dormían ya en la producción mercantil premoderna,
desertándose solo esporádicamente (en las ya viejas y conocidas adulteraciones de vino y de comestibles);
que en la manufactura medieval se ven domesticadas no por las leyes del gremio, sino por el orgullo del
creador por su arte, cuyo trabajo en el proceso vivo permanece inmediatamente concreto, como objetivo
vital y forma de ser sensible. Solo se vuelve abstracto a posteriori en el intercambio dinerario. En la
relación con el capital de la mercancía moderna, sin embargo, la abstracción del trabajo y con ella su
fuerza deconstructiva está ya en el punto de partida.
Cualquier niño puede dibujar las consecuencias que tendría en tal sociedad
la supresión de la competencia y su sustitución por comandos estatistas.
Porque la presión de los productores hacia la abstracción destructiva del
valor de uso de las cosas ya no tendría más un límite objetivo. La forma de
hablar en el socialismo de la cobertura de las necesidades (en lugar de la
“explotación de la ganancia”, etc.), desde la supuesta producción de valor
es una mentira de dimensiones catastróficas.
[55] Más ilusorio sería por su supuesto el reemplazo del comando burocrático por una “conformación de
la voluntad democratizada” sobre la misma base social. El renacimiento contemporáneo, directamente
inflacionario, del pensamiento rousseauniano, con propuestas casi infantiles para cualquier tipo de nuevos
“contratos sociales” supone impávidamente una conciencia social sobre la base de categorías
inconscientes.
Nuevamente, las consecuencias absurdas de esta determinación simple y
lógica del valor en la economía de comando, donde la ley coercitiva debe
subjetivarse, son fáciles de calcular. El imperativo por la “creación de
valor” y su organización llevan explícitamente a que la burocracia del
sistema de castigos y recompensas (premios, asignaciones de fondos y
materiales, etc.) favorezca a aquellas empresas que generen el mayor valor.
Ya que se comportan como dice Marx más arriba, esta recompensa
equivale a la generación de una competencia para emplear la menor fuerza
productiva laboral y despilfarrar la mayor cantidad de trabajo y material,
porque el valor creado es mayor en tanto no esté controlado por el
mecanismo de la competencia. El tiempo de trabajo socialmente necesario
en promedio no solo no se deja calcular burocráticamente; también
continúa siendo sostenido objetivamente por este absurdo mecanismo de
recompensas. Así emerge una competencia de la haraganería y una
optimización contraproducente del uso de la fuerza laboral y material, sin
atender al valor de uso, como era denunciado ya en los primeros debates
reformistas en los años 1960:
“Si la producción se mide en máquinas terminadas, tenemos una falta de piezas de
recambio. Si los objetivos planificados en la organización del transporte se miden en
toneladas por kilómetros, las posibilidades óptimas de transporte son siempre
desatendidas. Si los candelabros se miden por peso, son innecesariamente pesados.
Como las unidades de investigación geológica obtienen sus planes por metro
perforado, hacen trabajos que saben que no son necesarios. Si la materia se mide por
longitud, siempre se acorta. Cuando el combinado para la construcción de Stalingrado
presentó un plan que se orientaba al material usado, se sustrajo intencionalmente
metal, para cumplir con el plan” (Strotman)
Tomados con pinza de esa manera, los aspectos del valor de uso, necesidad
e incremento de la productividad, aplicados solo posterior y externamente,
no pueden imponerse naturalmente. La economía de comando del
“mercado planificado” incrementa al extremo, siguiendo su propia lógica,
todos los irracionalismos del sistema de producción de mercancías, en lugar
de eliminarlos como principio.56
[56] De la misma forma que la burocracia y sus ideólogos animadores, solo pueden introducir la
necesidad del valor de uso didácticamente, suplicando o con amenazas, la crítica occidental del
empirismo del sentido común moviliza también, para señalar las fallas del sistema, el argumento de la
irracionalidad de la forma de producción occidental, que se impuso en su carácter histórico retrasado,
empujándolo hasta sus últimas consecuencias. La diferencia en la racionalidad es solo gradual. A una
conciencia que solo concibe las alternativas dentro de las formas del sistema de producción de
mercancías, esta perspectiva le está naturalmente clausurada.
LA TRANSFORMACIÓN VALOR-PRECIO
[57] La izquierda marxista es una figura triste tanto en Occidente como en Oriente, que olvida todo
fundamento de la crítica a la economía marxiana tan pronto como pasan de la prédica dominical de
filosofía crítica al análisis y la pregunta por la “praxis” de problemas socioeconómicos concretos actuales.
Con gran sentido común se confabula sobre al “escasez” en buen lenguaje económico, y sobre la
“rentabilidad”, como si estas famosas categorías no tuvieran nada que ver con el primer plano de los ya
discutidos objetivos de la “ganancia” y la “explotación”, sino como si fueran simplemente
determinaciones cuasi ontológicas de la reproducción social. No es sorpresa que la izquierda teórica tras
el colapso del socialismo real solo siga teniendo relevancia crítica en la esfera de la charlatanería política .
[58] Los precios de producción no son idénticos a los precios empíricos del mercado, lo que aquí
asumimos para simplificar: En la empiria se dan más las modificaciones. Aquí solo podemos tratar de
trabajar sobre el problema fundamental, para destacar el déficit decisivo en el sistema de formación de
precios del socialismo real.
[59] De esta situación problemática resulta al fin una discusión teórica en apariencia totalmente repetida,
tanto dentro del marxismo como entre éste y l ciencia económica de la academia, en particular sobre el
problema de la transformación del valor en precio de producción. Cada vez que se afirmó que Marx no
habría solucionado satisfactoriamente en el tercer volumen de El Capital este problema (los que haría que
el primer y tercer volumen estuvieran teóricamente desarticulados), fue una sola razón: los críticos no
aceptan el carácter ciegamente objetivo del valor o el “sujeto automático” (Marx) y todas sus
emanaciones, sino que prefieren circunscribir la formación de precios en la subjetividad burguesa del
intercambio mercantil. Mientras se trate de marxistas, este debate implica el atrevimiento tanto práctico
como teórico y la imposibilidad positiva de no abolir la legalidad fetichista del valor sino de “planearla
conscientemente”, lo que naturalmente implica una transformación “planificada” del valor en precio de
producción. ¡Que esta formación problemática permaneciera teóricamente irresoluble y que haya
fracasado prácticamente no es tomada como una oportunidad para contemplar la locura de sus propias
premisas, sino por el contrario para descartar la teoría marxiana del valor trabajo! Si la transformación de
valor en precio no es esencialmente “panificable”, entonces la teoría marxiana debe ser falseada porque
ya había mostrado esa imposibilidad. Este es el paso de baile teórico donde el marxismo de los
movimientos de trabajadores fracasó de la peor manera, para el beneficio de la ciencia económica .
Dado que el “verdadero valor” por lo menos dentro de los límites del
sistema de economía de comando es absurdamente alto y crece
constantemente, no por la expansión intensiva de los mercados sino por la
expansión extensiva de los costos, debe haber también un incremento
constante del nivel de los precios, que genera una presión inflacionaria. La
burocracia tiene una mala mano respecto de las empresas si quiere
presionarlas para que bajen los precios, porque su propio imperativo
respecto de la maximización del valor en las condiciones dadas del sistema
resulta en su opuesto, con insumos abstractos (y costos igualmente
abstractos), pero así también al crecimiento de los precios. Además, las
empresas poseen de hecho el monopolio de la información sobre los
verdaderos costos y pueden reportar a las instancias burocráticas lo que
quieran. Esto es válido también finalmente cuando la burocracia otorga
márgenes para el incremento de precios para la innovación productiva, para
mejorar la calidad del valor de uso. Las empresas usan esto para alcanzar
pecios más altos con pseudo innovaciones potemkinescas a través de
cambios de nombre y mejoras aparentes:
Una vez visité una empresa que fabrica maquinaria pesada, que contenía en su
programa un supuesto 38 por ciento de nuevos productos. A mí, los productos del siglo
pasado que colgaban en la sala de reuniones me parecían idénticos a los que se
producen hoy. Cómo llegaba la empresa a un índice de innovación del 38 por ciento es
simplemente el arte del contador de cargo (Cornelsen)
[60] En este dilema han fracasado todos los intentos de formar precios en el socialismo real bajo la
premisa de “más economía de mercado”, que quisieron darle mayor independencia. En esa medida tiene
razón aquellos críticos occidentales que dicen que “un poco más de mercado” es tan poco posible como
“un poco más de embarazo”. La liberación de los precios solo puede bajar los costos cuando la
competencia también es permitida sin “si” o “pero”, lo que es naturalmente idéntico a la rendición
incondicional de la economía de comando estatista y sus élites burocráticas, que tendría por prerrequisito
el colapso total que hoy de hecho se está dando. Que del pasaje a la lógica de la competencia “normal”
occidental no resulta ninguna mejora para la situación vital de las masas, sino la entrada en la lógica de la
crisis del mercado mundial, es todavía peor, como se demostrará más adelante .
[61] También desde esta perspectiva debe acentuarse que fenómenos correspondientes no son de ninguna
manera desconocidos para el capitalismo occidental. No solo en las economías de guerra occidentales
hubo precios políticos subvencionados. Subvenciones proteccionistas directas e indirectas se encuentran
sin excepción en todas las economías de mercado; es suficiente recordar el masivo y costosísimo sistema
de subvenciones de la agricultura en la Comunidad Europea. También son conocidas las subvenciones a
los precios por políticas sociales del fascismo en Alemania, Italia y España, del peronismo en Argentina o
de la mayoría de los regímenes del tercer mundo hoy en día. La diferencia con el socialismo real es
también aquí solo relativa, debido al estatismo solidificado: en el Oeste y en el Sur, los sistemas de
subvención son corroídos por el principio monetarista contrario y no pueden aferrarse y expandirse a la
medida de la rígida economía de comando centralizado.
[62] Por esta misma razón un sistema impositivo general como el de Occidente o bien no existe en
absoluto o está totalmente subdesarrollado, o no es tomado verdaderamente en serio y tampoco parece ser
aplicable. Cuando es el Estado como propietario previo de las ganancias quien quita el total de las
ganancias de las empresas, esto también es lógico.
[63]Este fenómeno es el núcleo real de las teorías orientalistas y faraónicas del socialismo real. Tanto
como pueden recordar a formaciones históricas antiguas estos superproyectos megalómanos tan evidentes
como burocráticos están relacionados respectivamente con mecanismos de base por completo distintos .
Esto vale para todos los países del socialismo real por igual. Tampoco
desde esta perspectiva reinaron en la RDA mejores condiciones por ser el
país más desarrollado de la economía de comando centralizado. Los
expertos y consultores de Europa occidental que tras la apertura de las
fronteras pudieron viajar a visitar empresas a lo largo de la RDA (y sobre
todo las provincias más ocultas a la vista del público) se horrorizaron y
conmocionaron; las imágenes de ruinas industriales totalmente
desmoronadas que todavía producían resultaban opresivas. Atestiguar eso
fue mucho peor que lo que hacía tiempo se suponía y ya había sido dicho:
“Nada está correctamente organizado, las máquinas con frecuencia son viejas y están
rotas. Por eso muchas empresas en la RDA deben emplear una cantidad inimaginable
de gente para realizar reparaciones. Además, estas máquinas y equipos anticuados
requieren demasiado material y electricidad, y eso lleva a mayor escasez” .
(Cornelsen)
[64] En endeudamiento interno de los Estados del socialismo real ha crecido en dimensiones
insostenibles. Como en las economías de guerra occidentales de la época de guerras mundiales, se trata
esencialmente de un endeudamiento tan precario como inmediato con el propio banco central, mientras en
Occidente el endeudamiento estatal, que por eso se demuestra como una influencia independiente para la
crisis, continúa estando hoy transmitido por el mercado financiero nacional e internacional. El déficit
interno de la Unión Soviética llegó a 100 mil millones de Rublos, aunque la estadística sea poco confiable
y la burocracia, a pesar de las Glasnost tiende a mantener en secreto los peores números. El
comportamiento es similar en otros países del socialismo real .
[65] La “economía natural” del comunismo de guerra tuvo de hecho algo heroico. Era un intento
necesario, condenado al fracaso, de “abolir” el dinero, que no podía ser siquiera ser formulado como un
programa y por eso mismo debía autodenominarse “proletaria”. Que estos intentos de “economías
naturales” fugaces, que quedaban limitados en el nivel de la distribución, dependieran de estructuras
estatistas de comando, de cuenta del pronto e ineludible regreso del dinero, que junto al Estado sería la
forma básica de la máquina soviética de modernización .
Dado que los mismo fenómenos no solo perduran setenta años después del
comunismo de guerra en la Unión Soviética y en todas las economías de
comando del mismo tipo, sino que se han extremado hasta lo insoportable,
podemos considerar con confianza que el “mercado planificado” posterior
y la supuesta “economía natural proletaria” se basan en la misma lógica. Si
obviamos la terminología desconcertando de Kritzman, que propone una
expresión tan graciosa como una “anarquía de la economía natural”,
podemos establecer fácilmente que con la “total igualdad” del contenido de
la crisis, que se expresa “de forma directamente inversa”, sin saberlo,
apunta a la igualdad de la lógica de la base: a la lógica de la explotación del
trabajo abstracto, por fuera de la cual Kritzman todavía no puede pensar,
porque confunde la liquidación externa y temporal del dinero con la
abolición de la “economía mercantil capitalista”.
[66] Esto incluye naturalmente las vías de aprovisionamientos informales e ilegales. En la Unión
Soviética existe con este propósito en cada empresa la institución cuasilegal del tolkatsch, cuya única
tarea consiste en el aprovisionamiento y acopio de materiales a través de los negocios en el mercado
negro. Cosas similares se registraron en los países del Este europeo. En la RDA no era para nada
infrecuente que los directores de empresas se dirigieran al campo en sus propios vehículos en la búsqueda
de piezas para reparaciones: una verdadera coronación de la “economía planificada” y del “estado
racional” fichteano.
En segundo lugar, cada vez hay menos cosas para comprar con estos
salarios ya relativamente reducidos. El tiempo de espera para adquirir un
auto en la RDA hacia el final era de 15 a 20 años, para una conexión
telefónica, a partir de los 25 años. La producción de bienes de consumo
para las necesidades diarias ya habían tenido cuellos de botella; las colas
para conseguirlos eran conocidas en todo el Este. Estos salarios más bajos
ya no pueden siquiera ser gastados y se acumulan a través de los años y las
décadas en las cajas de ahorro de la población:
Los ingresos fijos de la población superan la producción de bines de consumo y de servicios, y la
relación entre la demanda con capacidad de pago y la satisfacción material de las necesidades no se
reduce, sino que se acrecienta. (Aganbegjan)
Los hogares tienen acceso a medios de pago líquidos por el valor estimado
de 500 mil millones de Rublos, pero las estanterías de los negocios están
vacías (Frankfurter Rundschau, 14/12/1989)
[68] Luego de que la glasnost hiciera un poco más transparente la situación real, también en relación a la
cotidianeidad de las masas y de las relaciones estructurales reales, podría parecer que el lector de Pushkin
con frecuencia citado es el único alfabetizado de la cola. Mientras más cerca se lo mira, tanto más
escurridizo se hace ese supuesto excedente de alfabetización. No solo porque los bienes para la
educación, como por ejemplo los libros, están sujetos a las consecuencias de la economía de la escasez,
sino porque las instituciones educativas también están sujetas al decaimiento general .
Si el trato a los débiles, los viejos y los enfermos dependía en las épocas
premodernas en parte de la falta de fuerza productiva y la dependencia de
la “primera naturaleza”, en el sistema de producción de mercancías se
transforma por sí sola de manera tal que los hombres valen solo en tanto
satisfagan el imperativo del trabajo abstracto, sin considerar los recursos
reales. Las gratificaciones sociales, mientras siguen siendo lanzadas como
huesos, dependen del proceso abstracto de utilización y conducen de vuelta
sin dignidad alguna a la crisis. Esto también es así en Occidente, donde la
administración de la pobreza sigue la misma lógica perversa. También en
este caso, la economía de comando del socialismo real incrementó al
máximo las contradicciones y la lógica del sistema de producción de
mercancías, en lugar de abolirlas. Según los datos de la revista reformista
Ogonjok, alrededor de un quinto de la población soviética vive por debajo
de la línea de pobreza, y probablemente sean muchos más. Los barrios
bajos de Bakú, como demostró las Glasnost y los informes de los
progroms, dicen mucho. Estas imágenes estremecedoras mostraron a la
izquierda occidental apologética la cabeza de la medusa de sus ilusiones
sobre la “economía social de mercado” y el “mercado planificado”.
Por otro lado, sin embargo, para la maduración de la crisis del sistema del
socialismo real debe contabilizarse un factor temporal histórico. Para
terminar de agotar el parque industrial por falta total de inversiones
sustitutivas hicieron falta algunas décadas. Y solo cuando la compensación
por reproducción intensiva se tornó imposible, tras el fin de la segunda
guerra mundial, se notaron los déficits sistémicos en general. También
pasaron décadas hasta que la disciplina impuesta por el aparto policial se
viera tan desvencijada que ya no podía ser tomada en serio. Los
socialismos reales del Este europeo que no habían conocido una fase de
“moral revolucionaria”, atravesaban un ciclo de levantamientos reprimidos
sangrientamente y sucesivas fases de ecuanimidad resignada, hasta que
llegaban al estadio de no poder tomarlo en serio, que contribuyeron a
manifestar las crisis económicas.
Quizás no bastara solo con estos factores de crisis internos para llegar al
colapso. La costumbre es uno de los poderes más terribles en la vida
humana y es justo en sistemas burocráticos estatistas rígidos donde parece
causar en las personas una parálisis mental y política. Donde no hay
dinámica, faltan las crisis repentinas y los acontecimientos motivadores.
Quizás la estructura de comando totalmente desvencijada podría haberse
arrastrado mucho tiempo más, si en el correr de los años ochenta el factor
externo de las relaciones en el mercado mundial no hubiese contribuido con
una fuerte dinamización de la crisis.
Es verdad que las economías de comando estatista tenían una tendencia
fuerte a la autarquía por la presiones de la modernización retrasada, das sus
raíces históricas. Cada economía cerrada, regulada burocráticamente, debe
aislarse del mercado mundial. Esto se entiende ya en la formulación de
Fichte del “estado de comercio cerrado”. Sin embargo, ningún sistema
industrial de producción de mercancías modernas puede conservar una
autarquía total. Las producciones industriales de alto grado de desarrollo
requieren tales niveles de insumos y combinaciones, que ni el país más
grande estaría en condiciones de producir solo con lo propio. Además, es
una tentación irresistible la de apropiarse con la ayuda de los bienes
propios en el mercado mundial del resultado del saber y de la técnica
extranjera. El intercambio del know-how se convierte en una necesidad
creciente.
[69] Este problema, que también afecta al tercer mundo y lo pone cada vez más bajo mayor presión, dio
vida al debate tan extenso como inocente en el sentido económico del capitalismo (y propuesto por
marxistas) sobre el “comercio justo”, que recuerda sospechosamente a las viejas ilusiones de Proudhon.
Quiere curarse la lógica de la mercancía en sí misma y no se puede o quiere comprender que las leyes de
la producción mercantil solo pueden ser superadas por la abolición de la forma mercancía al nivel del
mercado mundial.
Esto quiere decir que el endeudamiento externo que crecía con rapidez
(hacia mediados de 1990 se hablaba en la RDA de 20 mil millones de
dólares; la verdadera suma se obtendrá en el cálculo de los costos de
reunificación), de la misma manera que se veía en muchos países
tercermundistas, donde las exportaciones subvencionadas ya no podían
usarse para las mismas importaciones, sino que debían ser utilizadas en la
cancelación de pagos crecientes de deuda externa. Otros países
desarrollados del socialismo real habían alcanzado este estadio de
desangramiento antes que la RDA, sobre todo Polonia. Pero entonces el
colapso del sistema se había vuelto irremediable. La crisis interna latente
fue provocada dramáticamente por la presión externa de la productividad
del mercado internacional que ya le sacaba gran distancia.
DE LA CRISIS AL COLAPSO
Desde la segunda mitad de los años ochenta (siglo XX), la privación social
se hizo notar con una violencia brutal desconocida y desde entonces
emergió a la superficie con el colapso del abastecimiento de la cadena de
consumo. Si cuando los medios de la RDA debatían el colapso de la cadena
de abastecimiento de la ropa interior femenina, o cuando desde Siberia y
más allá del Cáucaso pedían clamando ayuda: “por el amor de Cristo,
manden jabón”, parecía al principio tratarse de los conocidos y casi
cómicos cuellos de botella, para la humorada de las agencias occidentales,
esos llamados se hicieron cada vez más agudos con el correr del año 1989.
Había que plantear la pregunta si la administración “reformista” de
Gorbachov sobreviviría el invierno:
Tras casi un lustro de Perestroika, el estado del abastecimiento en la Unión Soviética
es más oscuro y amenazador que nunca después del fin de la guerra. En algunos
lugares se declaró el colapso hacia el mediodía, también en la capital. Allí, en áreas
recientemente construidas, con muchos infantes y niños en edad escolar, ya no alcanza
la leche. Frente a góndolas refrigeradas, amenazadoras como tanques o silenciadas
por defectuosas, se amontonan de a cientos los clientes con expectativa quejumbrosa,
que esperan que le sean aventadas sin amor un par de salchichas. En las farmacias
faltan medicamentos elementales, en los hospitales se agotan las vendas y las jeringas.
Azúcar, jabón, detergente, están racionados en casi todos lados, en grandes áreas
también falta la manteca, la carne y el queso. En Petrovsk, Saratow, hay azúcar solo en
un negocio, los clientes pasan medio esperando en la fila. En el territorio de Kurang en
Siberia no hubo azúcar durante un cuarto de año, luego 250 gramos para cada uno.
Las botas y los sacos de invierno, la electrónica para el entretenimiento, bienes de uso
de calidad, como muebles o alfombras desaparecieron de los negocios hace tiempo.
Para mantener tranquilo a sus trabajadores, las empresas y sus administradores firman
contratos exclusivos con los proveedores estatales y obtienen una cantidad reducida de
productos, que luego se cambian por cupones entre colegas selectos. En el mercado
negro, un cupón para un televisor color portátil corresponde a un salario mensual
promedio, para amoblar una sala de estar, diez veces eso (Spiegel, 23/10/1989)
El colapso total se hace de un día para otro todavía más total. Una
hambruna generalizada está en el horizonte de posibilidades, tan absurdo
como parezca esto un país industrializado. En el fondo, ni una cosecha
récord provista por la “primera naturaleza” ni los envíos de ayuda de
Occidente o créditos para la importación de alimentos pueden ya subsanar
la miseria, porque el mismo sistema de transporte colapsó y los bienes
disponibles ni siquiera pueden llegar a los consumidores:
El cuello de botella más peligroso para la economía es el transporte. Por la falta de
acoplados y por embotellamientos en el proceso, millones de toneladas de productos
quedan varadas por meses. […] Los barcos quedan en los puertos durante mucho
tiempo por la falta de capacidad para cargarlos y descargarlos. La flota de barcos
tiene más de 15-20 años. La única empresa aeronáutica del país Aeroflot, no puede
satisfacer la demanda. Los retrasos y las averías se han convertido en fenómenos
normales (Handelsblatt, 2/1/1990)
Tan comprensible como puede ser esta reacción, solo puede ir de mal en
peor. El problemas fundamental de pensamiento implica considerar la
propia miseria como un simple “error”, debido al socialismo de Estado o al
mismo Karl Marx, en cuyos labios se pone ahora la sentencia temeraria y
satírica: “Lo lamento, chicos, fue solo una idea que tuve”. Detrás está la
comprensión de que hay “modelos” correctos e incorrectos para las
formaciones sociales: el indestructible pensamiento iluminista, esta vez
apuntado hacia la derecha. Pero no son modelos de un tipo u otro los que
fueron “realizados”, como la ideología subjetiva burguesa supone
constantemente; fue un proceso histórico ciego el que se impuso, en el cual
el “socialismo de Estado” de la economía de guerra comandada
centralmente fue un momento objetivamente adelantado. Y al revés, el
mercado mundial occidental no es un modelo nacido de cabezas brillantes,
sino solo un momento del mismo proceso histórico de la modernidad.
[70] Los ciudadanos de la RDA obtuvieron con el cambio 1:1 de sus ahorros desde esta perspectiva algo
como su última cena de consumo occidental, que a la vez sería la primavera final de la industria de bienes
de consumo d la RFA, que por lo demás está arrinconada por la coyuntura mundial ya regresiva. El
verdadero final la alcanzará inevitablemente.
[71] El fetiche del consumo corresponde al fetiche del trabajo como su contracara; su crítica no puede
consistir en una imagen invertida donde se renuncie al consumo, como propone la crítica romántica
izquierdista del consumo desde fines de los años sesenta. La imposición estúpida, como reacción al vacío
de la vida fordista, de no usar batidoras, televisores o heladeras desconoce completamente el carácter del
problema fetichista: ya es visible en que las cosas inmediatas, por ser como son, sean responsabilizadas
por la miseria social. El consumo se vuelve caníbal porque el fetichismo acecha en la forma social, es
decir, porque corresponde a una producción de “trabajo muerto”. Las cosas no pueden ser objetos de
disfrute mientras estén subordinadas a la presión del trabajo abstracto, que rebota sobre el consumo y sus
formas hasta hacerlas imposibles de disfrutar. La oferta sensible del consumo es demente ya a priori por
la presión a desensibilizarse en la producción de trabajo abstracto. Esta relación básica es la que genera
nueva pobreza material en los centros mundiales de la riqueza que también le da el carácter necrófago al
consumo. Y solo desde la perspectiva de la crítica radical de esta relación fundamental puede reconocerse
la identidad y superarse la pobreza material y el consumo fetichista por igual, en lugar de oponerlos
contradictoriamente y formular críticas desde perspectivas mutuamente influyentes. Los críticos
inmanentes de la desdicha material, subordinados ellos mismos al fetichismo, siempre pedirán más dinero
para los pobres, los críticos superficiales de la manía consumista, por el contrario, pedirán abstención y la
vida simple, sin que la contradicción central llegue siquiera a su horizonte.
[72] La dama británica del monetarismo (entre tanto la ex primera ministra Margaret Thatcher, llegó al
extremo de discutir la existencia de una sociedad humana que fuera algo más que a reacción recíproca de
los individuos. Las consecuencias asesinas de esta ideología son realizadas hoy irónicamente por las
mismas víctimas de la socialización del mercado mundial; sin embargo mucho menos a la manera de
sujetos individuales calculadores, que a la de lemmings.
Más allá de las ideologías del mérito personal y las ilusiones del
darwinismo social que resultan de ellas, sin embargo, y este es realmente el
momento más importante, la perspectiva de las masas del Este se
distorsiona por la constricción de la mirada sobre aquellas economías de la
competencia occidentales que se presentan como economías nacionales
triunfales. Estas son en realidad solamente Japón y la RFA. Como las
masas de pobres y perdedores en la RFA triunfadora en el mercado
mundial son deliberadamente pasadas por alto (y en toda Europa del Este
desde el Ural se aferra a “esta es nuestra tierra”), la mayor de las economías
nacionales “perdedoras” en comparación con la RFA no son consideradas
dentro de la OCDE, aunque posean el “modelo correcto” de economía de
mercado, es decir, que en realidad pertenecen al proceso ciego del mercado
mundial.
[74] Japón cae desde esta perspectiva por fuera del marco occidental porque en su estructura interna
nunca superó realmente las relaciones de tipo tercermundista. La pobreza en la población mayor es de una
brutalidad desconocida en Europa, los salarios y los niveles de vida de los trabajadores empleados
masivamente en las industrias proveedoras de las empresas transnacionales son con frecuencia inhumanos
y la infraestructura se encuentra en estadios comparables a los europeos de los años cincuenta: viviendas
sin baño ni cloaca en los patios son la regla más que la excepción y las estructuras de dependencia,
culturales y de pensamiento están teñidas de feudalismo y conservan en su cualidad negativa
irreconciliable con la individualidad abstracta de la sociedad productora de mercancías todas las
similitudes con el colectivismo militarizado de las economías de guerra del Este europeo y soviéticas, lo
que es reconocible en patologías sociales y perturbaciones psíquicas. Esta sociedad obsoleta en sus
estructuras internas será la menos capaz de sobrevivir el embate del mercado mundial y lo primero en
sucumbir será su orientación extrema a la exportación .
Esto vale verdaderamente para la periferia europea del sur. El nivel de vida
del sur de Italia, España, Portugal, Turquía, Grecia, que son parte de la
economía mundial occidental, está muy por debajo de aquel que tuvo la
RDA de Honecker. Por no hablar de los países orientados hacia Occidente
del tercer mundo, cuyo empobrecimiento absoluto no es discutido por
nadie. El mercado mundial de las economías de competencia, del cual las
economías de guerra del socialismo real estuvieron resguardadas externa,
política y militarmente solo por un periodo histórico limitado, no se
presenta de manera positiva alguna como el mundo “más correcto”, mejor
y más feliz; sino que el mejor funcionamiento del sistema de producción de
mercancías trajo como contraparte, siguiendo su esencia, al mismo tiempo
condiciones de pobreza y potenciales destructivos, escalonados entre
ganadores y perdedores.
Una sola mirada sobre el verdadero estado del mundo debería demostrar
que el Este solo puede florecer ingresando en el anteúltimo y en parte ya el
último segmento de la pirámide del mercado mundial. Tan inequívoca
como parece esta opción, es igualmente imposible de aceptar por aquellos
cuya capacidad de representación está marcada razonablemente por el odio
y el rechazo de las estructuras de las economías de comando centralizado.
De acuerdo con las razones mencionadas, solo puede interpretar
selectivamente la realidad del mercado mundial occidental. Pero aún
cuando la experiencia de una pobreza y unos aprietos crecientes debería
provocar algo más que un recuerdo nostálgico por el descolorido
socialismo de Estado, todos saben que ya no hay retorno. El socialismo real
tuvo que sucumbir ante su propia irracionalidad interna, ante la forma
mercantil llevada a la cúspide del absurdo y ante las relaciones exteriores
insostenibles, en las cuales se realizaba negativamente. La época de la
modernización retrasada se ha terminado por completo, y ya nunca podrá
ser traída de vuelta.75
[75] Esto debe ser subrayado particularmente contra aquellos izquierdistas incorregibles que todavía
creen poder sacar cuenta eclécticamente de los “buenos” y “malos” aspectos del sistema social y hablan
en tono del desarmamento, por ejemplo de la “función protectora” de las monedas internas en el Este,
como si la conversión violenta de estas monedas y las manifestaciones de la crisis relacionadas con ella
(cierre de empresas y desempleo masivo) no fueran un producto de esos mismos sistemas monetarios.
También aquí se expresa una visión sesgada, cuyos problemas de percepción provienen de su
aprisionamiento en las categorías mercantiles, en cuyo marco los problemas deberían (pero no pueden)
solucionarse.
Se está dando una ola migratoria desde el Norte de China hacia el Sur más
desarrollado y favorecido por las políticas de planificación con sus zonas
económicas especiales, que no puede ser incorporada y pone a las ciudades
bajo una presión insostenible: “En los espacios públicos, en las
instalaciones y en los parques […] se han asentado cientos de miles”. (Die
Welt, 10/05/1989)
[76] La parálisis de la Unión Soviética ha avanzado tanto que siempre se escuchan nuevos rumores de
golpes militares. Siguiendo a las republiquetas bananeras, el dilema no podrá resolverse inmediatamente,
como debería haber demostrado el ejemplo polaco. El gobierno militar del general Jaruzelski solo se
sostuvo durante un breve tiempo, porque la lógica económica no se conformaba en lo más mínimo con la
violencia armada. Por el otro lado, ni los nuevos planes reformistas de Ryshkow (tomados originalmente
como radicales, entretanto descartados por Yeltsin por ser demasiado tibios) ni la “reforma radical” del
plan de los 500 días de Shatalin lograron la adaptación al modelo occidental que sería necesario sostener .
El estado húngaro, que fue modelo para las reformas, entró desde entonces
en la primera línea de países con el menor endeudamiento externo. Hoy se
hunde en una dura discusión sobre la política económica, donde los nuevos
“partidos democráticos”, desde el Foro Democrático, pasando por la Unión
de Demócratas Libres hasta el pequeño partido pequeñoburgués tratan de
evitar quemarse los dedos:
El crecimiento del desempleo se considera inevitable. A la vez se subraya que el cierre
de empresas que no salen de los números rojos solo puede acontecer escalonadamente.
Las terapias de choque de cualquier tipo deben ser minimizadas (Handelsblatt,
19/4/1990)
Pero aún en Polonia, donde Balcerowicz aparenta ejecutar su terapia de
choque, las compuertas del mercado no parecen haberse abierto realmente.
Las subvenciones a los precios no fueron abolidas, solo reducidas a la
mitad; la convertibilidad del Zloty77 está fuertemente limitada para las
empresas; 80 por ciento de la industria permanece en manos del Estado, y
la ley de privatización anunciada solo tras un fuerte debate todavía no fue
sancionada. De 7 mil empresas, solo 40 deberán ser vendidas hasta
mediados de 1991 y entre 200 y 300 pequeños emprendimientos
industriales serán arrasados. Así no es sorprendente que el grueso de las
empresas estatales deban ser rescatadas sin la perspectiva de una verdadera
solución. Las empresas estatales dilatan la crisis en una medida similar a
las de la ex RDA con empleo temporal y vacaciones forzadas sin pago, en
parte se pagan los salarios con divisas acumuladas en el pasado, cuando
originalmente se proyectaba usarlas para inversiones urgentes.
[78] En Checoslovaquia se desarrolla el mismo proceso de división de la antigua oposición que legó al
poder, donde la reforma civil se desintegra en confrontaciones hostiles. Václav Havel, el predicador
moralista, defensor de la paz y la libertad, se asentó como presidente sobre un barril de pólvora de
antagonismos explosivos, choques irracionales y conflictos sociales sin salida, para cuya superación no
parece poseer, descontando algunos refranes piadosos, ni siquiera la pista de un programa .
Pero sobre todo es el futuro naturalmente más o menos cercano que se pinta
color de rosa.79 Tal como el antiguo régimen odiado, solo con signo
invertido, las nuevas e intolerables víctimas se propagan en el presente con
el deseo de u futuro tan paradisíaco como imaginario, que ahora parecería
ser el de una prosperidad neocapitalista. Y tal como los personajes más
siniestros del stalinismo, los nuevos profetas de la economía de mercado
argumentan que todas las manifestaciones actuales de la crisis, que en
verdad son la expresión de la creciente incapacidad de reproducción del
sistema productor de mercancías, serían la pesada herencia de las
estructuras “prerrevolucionarias”: “Lloran, pero aguantan” (Spiegel,
9/4/1990).80 Esta interpretación espiritual de los católicos polacos
evidentemente fijados en el masoquismo es también la preferencia por los
nuevos gobernantes.
[79] Y tanto por los nuevos ideólogos mismos como por sus contribuyentes y alentadores occidentales. Y
así se demostró la estupidez, por nombrar solo un ejemplo, del profesor sueco Aslund, al decir que
“Polonia se convertirá pronto en una de las ‘economías en ascenso’, como Corea del Sur en Asia. “Un
caricaturista agregó a la cita del profesor el epígrafe: ‘Ya se le ve la cola’ y dibujó la víbora que sale del
consulado estadounidense en Varsovia (Frankfurter Allgemeine Zeitung, 2/4/1990)
[80] Tan grotesco como suena: ni siquiera las antiguas teorías de la tradición estalinista faltan esta vez en
el sentido invertido. Con total seriedad se atribuye la vergonzante falta de éxito de la perestroika y su
héroe democrático Gorbachov al “sabotaje del viejo aparato estalinista”.
[81] La expresión “desgaste moral” (moralischer Verschleib) es un término del análisis marxiano del
capital e implica la depreciación del parque productivo y la maquinaria en la economía de competencia,
que puede encontrarse técnicamente intacto, pero debe ser amortizado contablemente porque ya no
corresponde en el cambio acelerado de la producción en un nivel superior, lo que el mercado penaliza con
la pérdida de participación en el mercado y empuja lentamente a la bancarrota. Por eso se acelera también
la intensidad del capital en la reproducción, es decir, las inversiones se hacen cada vez más rápidamente
necesarias en el capital fijo constante (máquinas, robots, sistemas de control), lo que quita el aliento a
cada vez más empresas occidentales.
Uno reflexiona sobre lo que esto significa. Mientras las masas del Este
demandan como próximo paso, y verdaderamente el más inmediato, una
recuperación del consumo y miran por eso y solamente por eso hacia el
Oeste, la orientación del mercado mundial traerá consigo lo opuesto. Los
alegres defensores neodemocráticos del pueblo y los moralistas de la
pobreza, entre quienes ninguno tiene la más mínima idea de economía,
deberán convertirse en Stalin a la tercera potencia; y aún así la empresa
sería casi imposible porque la población debería casi morir de hambre para
que las inversiones requeridas hoy puedan ser recaudadas. La estructura
dictatorial y terrorista del régimen no se explica por los defectos morales de
algunos o de la casta reinante, sino por este mismo dilema que se presenta
recién ahora y se potenciará múltiples veces aún.
Así se deja medir el poco sustento que tienen las esperanzas de que la
prosperidad de posguerra se reprodujeran ahora maravillosamente en el
Este. De hecho, la ilusión estructural de un cambio de modelo completa y
afianza a través de la ilusión histórica de la reedición del milagro
económico. Pero la historia tampoco se repite a ese nivel. Las verdaderas
causas de la prosperidad de posguerra no deben buscarse en la elección de
un “modelo correcto”, como sugiere la ilusión del sujeto ilustrado, sino en
los desarrollos carentes de sujeto del sistema productor de mercancías, que
no son repetibles porque representa etapas de una progresión irreversible. 82
el mercado mundial está hoy mucho más desarrollado que en los años
posteriores a la segunda guerra mundial, la lógica global de su
productividad se ha desplegado en una medida mucho mayor y ya no puede
haber retorno a ningún punto de partida.
[82] La analogía con el experimento de las ciencias sociales, que demuestra su verdad en la posibilidad
de su repetición, fracasa aquí por completo. Las “leyes” de la “segunda naturaleza” de los economistas
del fetiche, cuyo proceso tiene una dimensión totalmente distinta al de la historia natural, son
esencialmente otras. Porque aquí se modifican los fundamentos con el correr del proceso y hasta se
abolen así mismos. La ilusión del sujeto del pensamiento iluminista, en cambio, se equipara
inconscientemente a la “primera” y “segunda” naturalezas. Dentro de la socialización en la forma
mercancía no hay un modelo “correcto” verificable a través de experimentos empíricos, porque la
estructura misma, a diferencia de la “primera naturaleza”, subyace al proceso histórico y no puede
aferrarse a su legalidad interna.
EL FRACASO DE LA MODERNIZACIÓN
LA PROCESIÓN SACRIFICIAL DEL TERCER MUNDO COMO
PRESAGIO
Si contemplamos el sistema de mercado occidental no como un modelo
(exitoso) sino como un momento del proceso histórico de la modernidad,
que también trajo a la supuestamente antipódica sociedad del trabajo del
“mercado planificado”, el colapso de esta última señala todo lo contrario a
una nueva era de prosperidad capitalista. El Oeste que ya ha entrado en su
estadio crítico y el Este vuelto adepto a la lógica de la competencia
capitalista se mienten mutuamente. Si el Este espera una salvación de su
situación sin salida, en la cual se solidificara en el pasado irrecuperable del
boom de posguerra occidental, el Oeste por el contrario espera el colapso
oriental, sin comprender el peligro para el sistema mercantil como un todo,
una salida a su propia acumulación de capital estancada a través de “nuevos
mercados” que existe solo en la fantasía. En ese proceso pueden estudiarse
las formas del desarrollo de las sociedades colapsadas en el ejemplo del
tercer mundo, cuyo destino el Este se encomienda perseguir.
[83] La expresión viene del autor soviético perestroiko Vladimir Kostjuschew, que lo vincula a un
significado muy distinto (e ilusorio). Para él, la catástrofe fue el estalinismo, que en la Unión Soviética ya
no puede ser comprendido como una forma retrasada de acumulación originaria , sino que se presenta
como mero delito subjetivo, de manera tal que el término “sociedad poscatastrófica” desde esta
perspectiva describiría la incapacidad de conducción del estalinismo en la época de posguerra de
Breshnev. Que la perestroika misma es la expresión de la catástrofe del mercado mundial y que la crisis
reformista puede determinar el decurso poscatastrófico no resulta comprensible para los neodemócratas
soviéticos (ver Kostjuschew, 1990:143). Debería servir como presagio para ellos que hoy deba decirse
sobre África que: “la catástrofe durará todavía décadas” (Süddesutsche Zeitung, 12/1/1991)
Los fenómenos empíricos sobre los cuales esta tesis de la nueva división
internacional del trabajo se apoya, son de hecho retrógrados y tampoco
tuvieron nunca esa supuesta importancia. En todos los lugares donde se
desarrolló una industrialización con capital propio o extranjero, vale hoy la
afirmación:”pasaron de una economía de trabajo intensivo a una orientada
por la tecnología” (Handelsblatt 6/4/1987). Ya al comienzo de los años
ochenta, la Organización Mundial del Trabajo denunció en Genf: “La
técnica empobrece al tercer mundo”, ilustrando de manera inconsciente las
paradojas del sistema productor de mercancías moderno. Esta relación de
fuerzas se da también en la agricultura del tercer mundo orientada
(incrementalmente y por la necesidad) al mercado mundial:
La OIT […] investigó por primera vez la pobreza y la falta de propiedades inmuebles
en Asia continental. Esta investigación mostró que en India, Indonesia, Bangladesh, Sri
Lanka y Malasia, donde vive el 70% de la población de países tercermundistas no
socialistas, la pobreza crece a pesar de que en los últimos 25 años alcanzaran un
crecimiento económico sin precedentes. Así, en las tierras ricas para la agricultura del
Punjab en India, la nueva técnica de la “revolución verde” llevó a un crecimiento el
ingreso real per cápita del 26%, mientras la población que vive por debajo de la línea
de pobreza creció del 18 al 23 %. El desarrollo de las plantaciones de caucho en
Malasia sigue un patrón similar. […] La respuesta a la pregunta de por qué aumentó la
pobreza tiene más que ver con la estructura económica que con la tasa de crecimiento.
De cara al hecho de que las mejoras técnicas en la mayoría de los casos ahorran
fuerza laboral en lugar de crear nuevos puestos de trabajo, las inversiones de capital
útiles no tuvieron el efecto deseado para el empleo. Así, los tractores habían causado
en Pakistán la pérdida de 200 mil puesto de trabajo. Nuevos molinos de arroz en
Indonesia podría llevar a que, en lugar de los actuales 400 mil empleados queden
solamente 330 mil. (Süddeutsche Zeitung, 17/51980)
[84] Esta figura del pensamiento está presente en las izquierdas por su proyección subjetiva iluminista, es
decir, que solo es capaz de criticar a los “capitalistas” como sujetos (y a sus supuestas maquinaciones,
decisiones voluntarias, etc.), y no, sin embargo al capital como el “sujeto automático” que el Marx
(reprimido) describiera en su Crítica a la Economía Política. A pesar de todos los agudos esfuerzos
teóricos, parecería que en el terreno del sistema productor de mercancías con buena voluntad y que
aquellas supuestamente “erróneas” tomadas por los “sujetos equivocados”. Esta forma de pensar
corresponde al marxismo “sociológico”, resumido, de la revolución de octubre y del tercer mundo, que ha
alcanzado su fin como momento inmanente de la modernización burguesa.
[85] Dado que no se trata de leyes naturales, las leyes del sistema productor de mercancías son
inamovibles por principio, si no es junto con el fundamento de la forma mercancía de la reproducción
social misma. Mientras no se despierte la conciencia de ello, la lógica del dinero con consecuencias cada
vez más desastrosas avanzará ciegamente sobre la conducta autonomista del sujeto burgués.
[86] El caso más extremo de esta perspectiva, que profesa la ideología del libre mercado y la
competencia en su mismo rostro, es el monstruoso sistema de subvenciones agrarias en la Comunidad
Europea. Actualmente, este sistema proteccionista está bajo fuerte presión por los enfrentamientos cada
vez más fuertes en el marco del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercios (GATT). Ceder ante la
presión traería la destrucción de la agricultura europea con fricciones sociales y políticas imprevisibles
como consecuencia; no ceder, por el otro lado, traería la guerra comercial, que de todos modos se
expande desde hace años. Esto sería la pena de muerte final para muchas de las sociedades
tercermundistas que vegetan alrededor, que nunca podrían hacer frente a semejante guerra.
[87] Los países más pobres de África, sobre todo, pero también de Asia y América latina no tenían
chances de antemano de intentar siquiera comenzar con la industrialización y la continuación del
desarrollo social. El empeoramiento constante de los términos de intercambio de materias primas y
productos agrarios los ha convertido en “casos de ayuda social mundial” sin esperanza, que ya no puede
siquiera alimentarse por fuerza propia. Las luchas internas por la distribución llevaron a carnicerías
violentas, guerras tribales y civiles, catástrofes alimentarias y plagas.
Las pocas excepciones, sobre todo de los países emergentes del Pacífico,
cuya “industrialización de exportaciones” parece haber dado resultados
(sobre todo para los cuatro “pequeños tigres” Corea del Sur, Hong Kong,
Taiwán y Singapur), en realidad no han escapado a la trampa de la deuda,
tienen una dependencia precaria de los países occidentales y no han podido
traducir el ingreso en el mercado exterior en una modernización y
restructuración interna (esto se aplica hasta cierto grado también a Japón).
Ya que la fuerza laboral barata ha perdido peso como factor y seguirá
perdiéndolo, los éxitos de exportación solo pueden ser sostenidos al
promedio mundial de tecnificación y productividad con grandes
inversiones de capital; esto significa sin embrago que esas producciones
permanecen socialmente asiladas del mercado mundial y no pueden
emplear las masas de trabajadores que serían necesarias para un desarrollo
interno.
Pero mientras las masas y los estrategas de la economía del este todavía
miran con esperanza hacia Occidente y se enceguecen con el “schok de
adaptación” y la marcha por el Valle de las Lágrimas que debería llevar
pronto a la prosperidad mercantil, la crisis de reformas no es más que la
expresión de que ya se encaminan hacia el Sur. Que el tercer mundo ha
recorrido gran parte del derrumbamiento y como tal presenta el verdadero
modelo para la modernización retrasada para el resto del siglo y el
comienzo del siguiente, simplemente no es tomado en consideración.
Aquí también se confunde causa con efecto, tal como en las nuevas
reformas mercantilistas del Este. Las economías de comando centralizado y
subvención tampoco fueron un “error” allí, sino la respuesta a la necesidad
acuciante de sobrevivir al menos temporalmente en la cáscara del sistema
de producción de mercancías mundial. Si estas estructuras son
deconstruidas, pueden seguir más y peores proceso de derrumbe,
extendiéndose larga y agónicamente por un tiempo indeterminado.
Justamente esto es lo que demanda el FMI, dado que sigue la lógica ciega
del dinero. Pero cada paso en el desarmado de la burocracia del Estado y de
las subvenciones solo puede acelerar aún más el proceso de
desindustrialización, endeudamiento externo y empobrecimiento.
Pero esto no puede seguir así como está. Reacciones violentas, aún cuando
sean eruptivas y sin una meta, son irremediables y se tornan frecuentes.
Testimonios de esto son no solo los disturbios contra la eliminación de las
subvenciones a la producción de alimentos impuesta por el FMI. También
las clases medias en el tercer mundo son arrolladas por la lógica despiadada
del dinero. A mayor desesperación por el fallo, más agotadora es la
búsqueda de alguna legitimación intelectual.
[88] De hecho, el ejemplo en Líbano tras el colapso del aparato represivo del Estado, las milicias tribales
retomaron una función de orden y mantuvieron erguidos los restos de normalidad; en las favelas de
América latina son con frecuencia quienes garantizan como fuerza única ciertas condiciones civilizadas, y
financian mucho más que el Estado mundial bajo control del FMI la construcción de cañerías, escuelas y
viviendas para hacerse celebrar como una suerte de Robín Hood. Ya se ven tendencias similares en
algunos países del exbloque comunista. Para muchos, no es el FMI ni el murmullo democrático
occidental, sino la mafia el último recuerdo de la civilización.
[89] La falta de un objetivo y la aparente aleatoriedad con la cual la administración estadounidense y los
medios occidentales intercambian sus “villanos” y los empujan a coaliciones nuevas y cada vez menos
sostenibles en el tercer mundo muestra no solo la desorientación general tras el colapso de la antigua
imagen del enemigo, sino también la pura incomprensibilidad de cualquier lógica del mercado mundial,
cuyas consecuencias su autoproclamados protagonistas no pueden prever mínimamente y callan en vez de
intentar contener.
Estados enteros del antiguo bloque Este, sin importar en qué estadio de las
reformas mercantiles se encontraran, entraron hacia fines de los años
ochenta en un endeudamiento externo galopante tal como el tercer mundo.
En primer lugar, fueron Polonia y Rumania las que cayeron en el strudel de
la “industrialización endeudada” al mismo tiempo que los países en
problemas del tercer mundo; en ambas regiones, los gobiernos financiaron
ambiciosos megaproyectos industriales con crédito de los mercados
financieros internacionales en una mezcla de sustitución de importaciones e
industrialización de exportaciones y entraron en la misma secuencia de
vencimientos que Brasil y gran parte de los países del tercer mundo.
[90] El fin espantoso del dictador, que junto a su mujer fue muerto a los tiros como un perro, fue pintado
por la prensa occidental como una advertencia sobre hacia dónde llevaría “el comunismo”; cuando en
realidad fue una advertencia para todos los jefes de gobierno de los países endeudados. Esto vale
directamente para los regímenes pro-Occidente que se reconocen democráticos, que obedecen dócilmente
las exigencias del FMI aunque sus consecuencias no sean menos brutales que las intervenciones del
“Conducator”. A las personas hambrientas y con frío, desmotivadas por la lógica del dinero, les da igual
qué ideales reconozcan sus torturadores. El balbuceo posible y frecuente entre los políticos de Occidente
cesa cuando los supuestos responsables, en realidad totalmente impotentes, caen en peligro de ser
colgados o fusilados, aún cuando detrás de los golpes, levantamientos o irrupciones de disconformidad no
haya una idea coherente.
Así se vuelve visible la ironía mordaz de la historia que en las últimas dos
décadas enfrentó a la mayoría de los pueblos del Este en nombre de los
“ideales” occidentales del mercado, y a muchos pueblos del Sur en nombre
del socialismo con la misma lógica de la modernización retrasada
condenada al derrumbe. Recién hoy se devela en el colapso la identidad
original de las ideologías en pugna dentro de esta constelación histórica.
Las giras de buena voluntad de Lech Walesa, que recorre países soberanos
pidiendo créditos son totalmente en vano, aún cuando los nuevos créditos
afluyan en tiempo y forma. Polonia es hoy un caso problemático para el
FMI. Con el peso de su cambio de rumbo ideológico no podrá progresar
demasiado, ya que con el derrumbe de la Unión Soviética el mismo motivo
de la competencia sistémica perdió fuerza de tracción también para los
prestadores de crédito occidentales. En principio se trata del mismo paso
errado donde falló también el tercer mundo hace tiempo. El desastre solo se
ha acelerado, los países del Este europeo se vuelven insolventes uno tras
otro:
A fines de marzo, los bancos que creyeron en Bulgaria recibieron del banco para
comercio exterior de Sofía un mensaje por telex: por el empeoramiento de la situación
económica y las reservas, Bulgaria no podría realizar en principio más pagos de deuda.
Se esforzarían sin embargo por pagar los intereses a las deudas con bancos
internacionales. Los banqueros occidentales deberían haber agradecido este SOS de
Sofía. La incapacidad de pago declarada oficialmente por los búlgaros podría ser
tomada como una señal de alerta sobre la capacidad crediticia notablemente
desmejorada de la mayoría de los países con intenciones reformistas del Este europeo.
Los búlgaros podrían ser los precursores de noticias similares de Hungría, que deben
atender deudas con bancos occidentales todavía altas. (Handelsblatt, 9/4/1990)
La misma Unión Soviética, que estaba entre los menos endeudados hasta
bien entrados los años ochenta, se convirtió por las tensiones de su colapso
violento como por los primeros pasos en la reforma, en un país en crisis de
deuda, ya que la toma de créditos no estaba asegurada por el Estado:
Los avisos sobre dificultades de paso de las empresas soviéticas fueron escuchados
atentamente por los bancos alemanes. Ahora son los exportadores de la República
Federal quienes aguardan su dinero. Pero los bancos ya revisan sus compromisos con
la URSS. El estado crediticio de la Unión Soviética ha bajado notablemente. La causa
son las repercusiones negativas de la liberalización de la economía soviética celebrada
con simpatía por Occidente. Esto trajo a las empresas de la URSS una soberanía
limitada en el comercio exterior. […] La consecuencia: las empresas tardaban cada
vez más en pagar sus deudas. […] Se sospecha que la Unión Soviética tiene graves
problemas de divisas. […] El cambio en la situación ha demostrado tener
repercusiones fuertes en el estado crediticio de la Unión Soviética. Cuando hace
algunos años se hablaba de otorgarle créditos a la URSS, los bancos se alineaban para
participar. La Unión Soviética era un destino de primera clase, los créditos eran
entregados sin grandes miramientos. Desde entonces, ha pasado la hoja. Los créditos
se encarecen. (Handelsblatt, 11/5/1990)
Quizás las hasta hace poco orgullosas sociedades industriales del Este
lleguen a ser consideradas casos de asistencia social mundial, como ya lo
son Bangladesh, Etiopía y Chad, todavía más rápido que lo que los más
pesimistas podrían haberse permitido soñar. Esta sospecha se impone
cuando las divisas adquiridas a través de los créditos pueden utilizarse cada
vez menos para pagar las cuotas de deuda o siquiera para inversiones, sino
que debe pulverizarse en el consumo de masas más necesario (bajo
amenaza de disturbios y guerra civil).
[91] En este contexto podría establecerse que al ansiedad del “líder de los trabajadores” y premio Nobel
de la paz polaco Lech Walesa quizás haya sido un poco apresurada y poco cuidadosa. Podría llegar a una
circunstancia que solo pudiera sostener con la identificación de un chivo expiatorio colectivo y la
organización de un pogrom. Eso denotan sus afirmaciones populistas, tan esponjosas como peligrosas, en
cuyas hendiduras mugrientas ya pueden verse los rasgos antisemitas de la conciencia colectiva.
Estos tres tipos de acumulación originaria tienen solo una cosa en común:
la expulsión violenta que se realiza de formas barbáricas de los
“productores inmediatos” tradicionales, sobre todo de proveniencia rural de
sus medios de producción y su adaptación forzada y tortuosa en el estatuto
de la dependencia salarial moderna, cuyo estatuto masivo es demandado
por la mercancía moderna. Los productores por subsistencia en el sentido
más amplio se convierten en verdaderos o potenciales asalariados, y así en
sujetos del dinero-mercancía modernos, siempre de una forma totalmente
recrudecida, todavía afectados por los restos y resabios de las estructuras
tradicionales, estamentales y precapitalistas. Lo que Marx describiera sobre
la Inglaterra de los siglos XVI y XVII, podría referirse análogamente
también sobre Rusia o Brasil de principios de siglo o la India del siglo XX
tardío. Desde esta perspectiva, las distintas regiones del mundo se
diferencian solo en la distancia temporal sobre el proceso histórico de la
modernidad.
Por este histórico salto hacia adelante, la parte occidental del sistema
mundial de producción de mercancías, a pesar del impacto profundo de la
crisis económica mundial de 1929-1933, pudo conservar su estatus global y
también expandirlo con el boom fordista de posguerra. Este boom, que
capitalizó hasta el último poro de la reproducción social y se tragó a los
sectores tradicionales todavía presentes en los países occidentales (ver
Lutz, 1984) y que a la vez creó el mercado mundial como marco de
relaciones obligatorio para todos los países bajo la Pax Americana, parecía
poder absorber de una vez a toda la fuerza laboral abstracta del mundo
entero. Pero con la extinción del boom fordista y el desarrollo de las
fuerzas productivas de racionalización y la automatización totalmente
nuevas, se impusieron condiciones nuevas e irreversibles por primera vez
los límites lógicos internos del movimiento de utilización abstracto de la
fuerza laboral.
Pero las “hormigas azules” eran históricamente nada menos que la forma
embrionaria del mismo sujeto abstracto del dinero, que en Occidente se
había entregado a la historia hace tiempo como mónada “libre” del
mercado total. De este modo, el ya concluido conflicto Este-Oeste, al
menos en lo que respecta a su lado ideológico, puede leerse como un
malentendido, como una oposición de dos escalones históricos diacrónicos
del mismo sistema de producción mercantil. El núcleo real de esta
oposición no era otra cosa que la competencia entre economías nacionales
burguesas retrasadas y avanzadas.
En la disolución de esta constelación conflictiva subyace una comprensión
ilusoria de los “modelos”. El capitalismo occidental no derrotó al
“socialismo”, sino que fue la modernización retrasada de tipo soviético la
que fracasó. Este segundo tipo de acumulación originaria trajo
históricamente una industrialización y reestructuración, que aún forcluida,
recubrió a la totalidad social. Aún así, no pudo sostener el nivel de
productividad bajo la presión del mercado mundial actual.
[92] En los últimos retoños, este proceso se sigue imponiendo. Al europeo occidental promedio le
sorprendería que en 1991 en países como Brasil o México, India o las Filipinas, los latifundistas e
industrialistas agrarios mantengan a pistoleros que disparan contra arrendatarios o funcionarios sindicales
con la misma naturalidad con la que se sientan a desayunar. Terrenos enormes en regiones despobladas
son convertidos en campos de pastoreo o producciones agroindustriales de capital intensivo para cadenas
de fast-food occidentales, mientras la población huye hacia los cordones de asentamientos precarios en las
monstruosas metrópolis. Tampoco puede callarse junto a los clanes nacionales, en Brasil por ejemplo,
Volkswagen está entre esos latifundistas.
Las masas del tercer mundo no padecen la vieja y conocida explotación del
trabajo productivo, sino que padecen por el contrario la exclusión de ella.
Por eso, en estos países no puede existir la reforma burguesa
socialdemócrata. La mayoría absoluta de estas masas desarraigadas no es
“utilizada” y vegeta improductiva por fuera de cualquier estructura
reproductiva coherente. Aún un país exitosamente desarrollado, orientado a
la exportación como Corea del Sur tuvo que demoler con topadoras sus
asentamientos de carenciados en Seúl para los Juegos Olímpicos de 1988 y
desplazar a los habitantes desafortunados para no mostrar a la opinión
pública mundial su cara enferma.
Si las masas del Este se convierten en sujetos del dinero sin dinero, si más
partes del sistema de producción de mercancías se desmoronan en la nada,
deberíamos haber alcanzado el límite de lo tolerable. Pero mientras siga
habiendo ganadores en el mercado mundial, la ilusión de que la humanidad
pude seguir reproduciéndose y alcanzando nuevas costas en este sistema
sigue en pie. Las elites y estratos superiores del tercer mundo, que viven en
sus casas tras alambres de púas, no recorren grandes extensiones de sus
propios países y solo recorren las calles armados, han dejado de considerar
como seres humanos a la mayoría de sus supuestos conciudadanos.
[93] Si en Polonia durante las elecciones presidenciales de diciembre de 1990, el “Líder de los
Trabajadores” populista Lech Walesa tuvo que competir en balotaje contra el expatriado salido de la nada
Stanislaw Tyminski (es ciudadano de Canadá, Perú y Polonia a la vez), que operó con promesas vacías y
una versión estridente de la ideología del FMI, este acontecimiento angustiante dice mucho sobre la
situación histórica. Este evidente candidato de los ladrones, que aún logran alcanzar el poder político, son
la última versión de la “democratización” que el sistema moderno de la mercancía en pleno colapso puede
ofrecer.
Los perdedores del Sur y del Este no quieren comprender, que aquello
contra lo que lucharon en el paso reciente y hoy llega a su crisis ya era la
modernización, y de hecho era la única que podía existir históricamente
para ellos en el marco de relaciones del sistema mundial productor de
mercancías. No vendrá una “metamodernización”, sino solo el
empalidecimiento eterno de las sociedades poscatastrófica. El programa de
acción de las Naciones Unidas de 1981 ha fracasado lamentablemente,
como determinó la conferencia de París sobre los problemas de los estados
menos desarrollados (llamado con ironía malévola el “Club de los más
pobres”), en el otoño de 1990:
Nueve años tras anunciar con orgullo el primer programa de desarrollo mundial para los
países más pobres de la Tierra, las Naciones Unidas pudieron confirmar solo una cosa
en las conferencias que empezaron ayer en parís: el fracaso total del ambicioso
programa. Aún peor: Los ochentas no solo son una “década perdida” para los más
pobres entre los pobres. Trajeron aún un empeoramiento considerable de la miseria .
(Nüremberg Nachrichten, 4/9/1990)
Mientras más países comparten este destino, más se leja la Fata Morgana
del crecimiento y de la prosperidad mercantil para una cantidad mayor de
personas, y más clara e inescapable se presenta la perspectiva negativa: el
sistema de la mercancía moderna ha llegado a su fin, y con él también la
subjetividad burguesa del dinero, porque este sistema se ha superado a sí
mismo por su propia productividad y la mayoría de la población mundial
ya no puede integrarse a su lógica. Para que el ciclo de mercancía entre en
la conciencia social y se ahuyente sus ilusiones, necesita todavía un
perdedor más, el último: y este solo puede ser el Occidente ur-capitalista,
que debe ahogarse en su propia victoria.
El juego del mercado mundial, fagocita y asimila a todas las otras formas,
no deja que los perdedores se vayan cómodamente a sus casas, sino que
destruye sucesivamente cualquier posibilidad de existencia humana digna.
Cuando estas personas, pueblos, regiones y Estados reconocen que nunca
más tendrán la posibilidad de ser triunfadores y que las derrotas
subsiguientes serán insostenibles y les robarán cualquier posibilidad de
supervivencia, patearán tarde o temprano el tablero y olvidarán todas las
“reglas de juego” de las supuestas civilizaciones occidentales. Estas reglas
del juego democrático de la “racionalidad mundial” burguesa ilustrada son,
siguiendo su esencia más interna, abstractas y carentes de sentido, porque
su verdadero fundamento es el movimiento autotélico abstracto y
desensibilizado del dinero, que inauguró mecánicamente hacia su terrible
fin.
[94] En la misma medida que el terrorismo político pierde su sentido, los individuos patológicamente
perturbados o simplemente desesperados siguen con su plan. En la RFA se mostró esto en los atentados
contra el candidato socialdemócrata para canciller Lafontaine y el Ministro del Interior Schäuble en 1990.
En lugar del terrorismo calculado políticamente se ubica ahora el asesinato sin objetivo claro de figuras
prominentes, con el cual los “excluidos” sin conciencia y empujados a la perturbación mental intentan dar
un golpe a la objetividad que ya no pueden definir. Hans Magnus Enzensberger describió con claridad
este “Vacío en el centro del terror”: “Nos vemos confrontados por un temor que existe por su propia
voluntad, un temor sin ritual, sin objetivo, sin por qué, un terror que puede ser practicado por y que puede
afectar a cualquiera […] y ya no podemos comprender el terrorismo como una característica estructural
de nuestra civilización, como un fenómeno endémico, que crece casi naturalmente y se enmascara caso
por caso con intenciones, demandas y justificaciones diversas. Debemos admitir entonces que el terror
está vacío, y que, en la forma de masacres en las calles y los estadios de fútbol, de pornografía violenta y
de adicción a las drogas, en el maltrato masivo de mujeres y niños, tiene su fundamento último en la
constitución física del todo”. (Enzensberger 1991:248). Donde los “ganadores” y sus representantes sin
embargo ya no pueden seguir el ritmo social de la marginación de personas de cualquier edad,
proveniencia y actividad, y pueden ser atravesados por un cuchillo de cocina en cualquier momento, se
demuestra superflua cualquier descripción de una “situación se seguridad”. Por no hablar de las
consecuencias mortales de una “cultura política” degradada e insostenible sobre la base del sistema de
mercado al interior de los mismos los sujetos en el poder, como se hizo evidente en el caso Barschel. (N
del T.: Barschel, ministro presidente de la provincia alemana de Schleswig-Holstein entre acusado de
fraude electoral en los comicios de 1987 que habían resultado en su reelección. Suicidio fue la causa
declarada de muerte.)
[95] El desarrollo tecnológico trae potenciales problemas insospechados, que casi cualquier niño puede
entender. ¿Cómo pueden protegerse un sistema con los medios tradicionales de la violencia del Estado
cuando cualquier fotocopiadora a color puede convertirse en una producción de billetes falsos y cualquier
joven fanático de la computación puede, por pura insolencia, penetrar los centros e poder más rsfuardados
y deshabilitar su comunicación y capacidad de funcionar?
[96] Los Estados Unidos como primer aspirante a policía mundial lleva adelante en contradicción
extrema con su doctrina monetarista un hiperkeynesianismo paralelo ya desde la era Reagan e incrementó
insosteniblemente la economía armamentista improductiva y con ella la participación de la economía
estatal en la reproducción a través de enormes procesos de endeudamiento interno y externo sin
precedentes históricos, arruinándose de tal manera en el proceso que para la nueva intervención en el
Golfo debe pasar hoy la gorra entre sus aliados. A la vez, la política monetarista tanto en EE UU como en
Gran Bretaña, ha dejado que las estructuras económicas y sociales internas superaran por tanto la medida
general y promedio de los países occidentales, que también desde esta perspectiva, por la consecuencia d
la crisis debe usar la misma violencia una vez más como timón, la que el monetarismo quiso desterrar
para siempre: el padre Leviatán, el monstruo de la economía estatal que siempre emerge como el fénix de
entre las cenizas cada vez que el mercado se da por vencido. La mano invisible del Estado no realiza así
ningún otro principio básico que el de la mano invisible del mercado, “hasta que todo se caiga a pedazos”.
El impacto externo de las crisis globales y las regiones colapsadas sobre los
centros occidentales no será, como tampoco la insatisfacción creciente del
tercio pobre de su población, el último escalón del proceso de crisis
mundial. La promesa de una nueva prosperidad futura pone en ridículo a
las economías occidentales, cuyas zonas de normalidad ya han empezado a
reducirse. La lógica de la crisis se corre de la periferia al centro. Tras los
derrumbes del tercer mundo en los años ochenta y del socialismo real al
principio de los noventas es el turno de Occidente. El principio de
rentabilidad tiene un último atentado por delante, antes de terminar de
recorrer el doble camino de la “emancipación negativa” y la destrucción
ecológica.
Cada empresa que pertenece a los ganadores del mercado mundial que se
propia de una medida determinada del plusvalor global en la forma líquida
del dinero, participa en la realización del plusvalor total y lo hace de hecho
my por encima de su propia producción de valor. La parte de los ganadores
sale de los costos de los perdedores. Pero cuando el nivel de productividad
y su correspondiente rentabilidad es tan extremadamente alto (y hoy
llegaos a ese estadio), la “derrota” significa la eliminación del mercado de
cada vez más empresas, es decir, destrucción de capital, y así con cada
nueva vuelta del proceso de competencia, la masa total de plusvalor líquido
susceptible debe ser apropiado se vuelve menor en relación a la masa total
del capital monetario utilizado, que debe volver a transformarse en la forma
dinero para “incrementar”.
La pirámide del mercado mundial señala hace tiempo que hay sectores
perdedores relativos dentro de los países de la OCDE occidental, que
recorren el mismo camino que las regiones derrotadas del Sur y el Este,
solo que más lentamente, en diferido y partiendo de un nivel de
productividad más alto. Este proceso se puede comparar con la expansión
metastásica de una úlcera cancerosa en un cuerpo aparentemente sano.
Luego están el desempleo y la pobreza de os individuos sumados, casi
invisible desde afuera y solo determinable a través de estadísticas, en las
cuales se expresa la destrucción del poder de compra a través de un nivel
de productividad “demasiado alto” al interior de la lógica de la mercancía.
[97] Al menos indirectamente entra aquí en foco el carácter improductivo de la mayoría de los servicios
en el sentido de la reproducción total capitalista. No se trata se sectores con acumulación de capital
autónoma; el sector de servicios depende de la verdadera acumulación industrial y así de la capacidad de
realizar el plusvalor de esa industria en los mercados mundiales. Los servicios (relacionados a personas)
pueden sobrevivir o extenderse solo cuando esa capacidad de la economía nacional se mantiene como u
todo. Los países exclusivamente dedicados a los servicios con solo pensables, o a lo sumo solo como
estados pequeños o como ciudades-estado, con un país industrializado como vecino. En todas las
economías nacionales que ya no son capaces de insertarse en el mercado mundial, el sector se servicios
colapsa porque le son recortados los ingresos monetarios.
[98] En este contexto se demuestra con mayor claridad la dependencia de los sectores terciarios de los
centros industriales para la producción de plusvalor. Si las regiones industriales de Europa central y del
Norte fueran golpeadas con toda la fuerza de la crisis, los países mediterráneos tampoco podrían vender
su patrimonio paisajístico y cultural, y enormes sectores de servicio para el turismo masivo deberían
derrumbarse casi inmediatamente.
En los territorios de la OCDE del mercado mundial falta hasta ahora el
último estadio, la expulsión de economías nacionales enteras por la
incapacidad de insertarse en el mercado mundial según el patrón Sur o
Este. Pero la creciente incapacidad de los países individuales para sanear o
subvencionar sus regiones perdedoras internas en la misma medida que
Japón o la RFA muestra que este estadio ya no está lejos. El Sur europeo y
todo el mundo anglosajón encabezado por los EE UU se han convertido en
economías deficitarias que caen en picada, que solo pueden sostenerse al
nivel de la OCDE a través de las transferencias monetarias externas. Así se
formaron relaciones de fuerza precarias para la “postergación de la crisis”
entre las economías capitalistas occidentales a un nivel internacional, cuya
disolución inevitable arrojará también a los países occidentales “triunfales”
al remolino poscatastrófico.
[99] Este desequilibrio es mucho más agudo en los países superavitarios asiáticos que en la RFA, porque
dados sus mercados internos relativamente débiles y su infraestructura retrasada por fuera de las
producciones de tecnologías de punta para el mercado mundial, reinvierten una parte mínima de sus
integrantes en el propio país y pueden prestar una parte mayor a su “socio deficitario” EE UU. Esto
podría convertirse en una razón relevante para la rápida precarización del ciclo deficitario del Pacífico, lo
que se delineó con claridad con el correr del año 1990 (sobre todo por una situación de crisis en el
mercado financiero japonés).
En otras palabras: los países con superávit, a esta altura prácticamente solo
Japón, la RFA y de costado los “cuatro pequeños tigres”, financian sus
éxitos de exportación con el mismo mercado mundial hace años en órdenes
de magnitud inimaginables, prestando los medos necesarios a la
competencia ya derrotada de la OCDE para seguir inundándola con
importaciones. Las economías derrotadas al interior de la OCDE no
recorrieron el camino de las sociedades poscatastróficas del Sur y del Este
solo por eso, a cambio de acumular montañas de deudas ya inmanejables.
La cordillera de deudas que no tiene antecedentes absolutos o relativos es
un indicio claro de que la productividad alcanzada a escala mundial
empieza a detonar el trabajo abstracto y el sistema fetichista entero de la
modernidad. Este contexto de relaciones puede ser sostenido solo por la
sustitución artificial de valor y también solamente en el territorio
globalmente minoritario de la OCDE.
Estas formas opuestas de déficit están conectadas por el hecho de que una
parte considerable de los excedentes de exportaciones del Sur y el Este que
se desangran, tal como los excedentes de Japón y la RFA fluye hacia los
grandes países deficitarios de la OCDE, en cuyo centro se encuentran los
EE UU. Los ingresos por exportaciones de los pocos ganadores en la
OCDE no solo mantienen el ciclo deficitario occidental con vida, sino
indirectamente también sostienen la cancelación de deudas del Sur el Este;
con el dinero prestado por Japón y la RFA, los EE UU y Europa occidental
pagan no solo el superávit de importaciones de Japón y la misma RFA, sino
también de Brasil, Polonia y los demás países de la “desindustrialización
endeudada”. Con créditos japoneses y alemanes, mediados por los
mercados financieros internacionales, se financia directamente el
endeudamiento de los Estados deficitarios occidentales e indirectamente la
cancelación de servicios de deuda de la crisis de deudas en el Sur y el Este.
Los absurdo de estas relaciones en el mercado mundial hacia fines del siglo
XX es tan evidente que mantenerlo a raya sería ya un logro impresionante.
La falta de salida de esta constelación no es abordada en ningún lado, y no
es siquiera reconocida. Por el contrario, cantidades de “expertos”,
instituciones nacionales e internacionales y gobiernos ofrecen promesas,
pronósticos y esperanzas en exceso, que de mesa mes se vuelven más
aventuradas. Es como si la humanidad entera hubiera tomado alucinógenos:
a pesar de la enfermedad terminal del sistema de mercado occidental que se
quebrará como último fragmento del sistema global total, se trata como
triunfador, aunque este “triunfador” ya tenga los labios azules y esté por
caerse tambaleando del ring de la lucha que es la competencia. Debe llegar
la tercera y última crisis de deuda, que afectará a las mismas economías
deficitarias occidentales y demolerá luego a los últimos supuestos
ganadores, Japón y RFA, y desatará una crisis económica mundial de
dimensiones hasta ahora desconocidas.
Si fueran solo los ingresos por exportación japoneses y alemanes los que
financian la cadena montañosa global de deudas, esta debería haber
colapsado hace tiempo. El respirador artificial del mercado mundial que
cayó en un coma profundo se alimenta desde mediados de los ochenta de
otra fuente: la superestructura especulativa, que creció de la
superestructura crediticia que se tornó precaria y todavía más aventurada
que ella.
[100] Además de la especulación inmobiliaria clásica y de la bursátil, se desarrolló en una escala mayor
una forma específicamente propia de especulación en las fusiones y adquisiciones. Si en el proceso de
competencia de la economía real, el capital derrotado debía ser comprado por los ganadores por razones
de estrategia mercantil (como demuestra el ejemplo ya mencionado de la adquisición de Seat por parte de
Volkswagen), las empresas y grupos de la economía real empezaron a tener ser adquiridos por razones
puramente especulativas por el capital especulativo que creció inconmensurablemente, para luego ser
faenadas y vendidas lucrativamente por partes. La especulación en fusiones y adquisiciones se muestra
como una forma transversal de la acostumbrada especulación accionaria, que pone en evidencia la
dimensión espeluznante de este proceso.
[101] En el tercer tomo de su obra mayor, Marx analizó las características básicas de este proceso todavía
embrionario en el siglo XIX, y acuñó para él el término “capital ficticio”. Esta ficcionalidad se revela solo
al final de un recorrido más largo o más corto de la especulación. Mientras pueda, el capital ficticio que
está sustancialmente vacío debe parecer a los participantes del mercado más lucrativo que el capital
verdaderamente productivo. Es justamente eso, sin embargo, que el capital ficticio impacta en la
producción real de bienes e induce procesos de producción material, cuya invalidez se verifica solo
cuando la especulación colapsa irremediablemente. Estas relaciones son ignoradas completamente por
teóricos académicos de izquierdas, que ven al capital ficticio solo e el ámbito inmediato de los sectores
especuladores y consideran a cualquier producción en apariencia real como un momento de la
acumulación real. Pero las ganancias del capital especulativo ficticio se realizan siempre en forma de
apariencia productiva. Cuando un especulador se da el gusto de comprarse un Mercedes Benz con los
ingresos especulativos, que a él le parecen reales pero son ficticios para la reproducción social del capital,
la altamente real producción del automóvil ya no tieen en realidad un fundamento en la capacidad de
compra productiva. Los mismo vale para la gran escala internacional. Por eso es muy inocente cuando se
cree que el sector especulativo y la supuesta acumulación real se dejarían separar limpiamente una de
otra.
Es así que a pesar del colapso de los sistemas monetarios nacionales en las
sociedades poscatastróficas, la forma de las relaciones mercancía-dinero
pudieron seguir siendo arrastradas, por ejemplo cuando el Dólar y el Marco
adoptaron la función que la moneda interna había perdido. Las
producciones para el mercado mundial que se aislaban cada vez más
sirvieron parcialmente como instancias mediadoras, de cuyo goteo
dependían directa e indirectamente segmentos enteros de la población,
hasta los lustrabotas y los limpiavidrios de las intersecciones, por no hablar
de la prostitución masiva. Las transferencias de divisas de los trabajadores
extranjeros desde los centros del mercado mundial todavía funcionales, a
donde había llegado desde los años sesenta y setenta por migración laboral
regular, pertenecen también a esta categoría. Pero estas instancias se
evaporarán sin dejar rastro en una nueva crisis del mercado mundial que
incluirá a Occidente. Los procesos de desindustrialización amenazan ya
hoy estas funciones de mediación. Las corrientes de la migración laboral
pasan a ser movimientos sin reglas, como con la huída de trabajadores
asiáticos de la región del Golfo. Así triunfan también las corrientes de las
transferencias de divisas.
[102] Haría falta investigar si la mafia no cumplió siempre con esa función social, aunque fuera en otras
condiciones. De cualquier modo no es ninguna casualidad que la mafia siempre fuera un fenómeno de
regiones subdesarrolladas y que desarrolló hoy fuertemente en todos los territorios cercenados por la
crisis (también Alemania del Este, donde emergió de los restos del antiguo aparato de Estado y de
seguridad). Sería demasiado fácil atribuir este fenómeno social objetivo únicamente a la emergencia de
energía criminal subjetiva en las regiones relativamente “alejadas del Estado”, a una “anarquía” de los
procesos de la crisis. Donde el crimen organizado representa el único vaso comunicante al sistema
circulatorio del dinero, la mafia se convierte en una instancia necesaria para la reproducción social dentro
de su lógica. Es entonces correcto que en esta circunstancia los personajes más inteligentes y con
capacidad de acción se contrapongan a las formas y los representantes de la sociedad oficial que ha
perdido su función. En esta medida, la guerra militar y política contra la mafia de las drogas en América
latina no puede ser ganada. Solo puede acelerar la crisis, cuyas cusas tanto aquí como en cualquier otro
caso yacen en Occidente.
Tan extraño e increíble como pueda sonar esto para los apóstoles de la
normalidad capitalista (menos increíble quizás para la mayoría de la
humanidad en las sociedades poscatastróficas): es esperable que el mundo
burgués del dinero y la mercancía moderna, cuya lógica constituyó en una
dinámica creciente la época que consideramos contemporánea, ingrese
antes del fin del siglo XX en una edad oscura de caos y descomposición de
las estructuras sociales, como nunca se dio en la historia mundial hasta
ahora. El carácter singular de este seguro contra todo riesgo de la
modernización, que tiene a Occidente como su verdadero artífice, yace por
un lado en su dimensión socializante global, por el otro en la dinámica
monstruosa del sistema. Nadie puede prever la duración o las formas del
desarrollo de la mayor época de crisis de la historia. Es seguro sin embargo
que ya no hay retorno a las formas del sistema de producción de
mercancías en las que hoy se confía, donde la subjetividad moderna está
cautiva en todos los niveles de su forma de ser.
[104] El requisito para ello es, sin embargo, que tal quiebre sea solo el resultado de una movilización de
masas que formule efectivamente una alternativa social nueva y consciente, que debe ser primero
elaborada. Esto hace que tales pensamientos sean totalmente incompatibles con la lógica “simbólica” del
terror, como la RAF (N. del T.: Se refiere a la Rote Armee Fraktion conocida también como el Grupo
Baader Meinhof) que cayó bajo el jacobinismo y por eso debió terminar en una falta total de perspectiva.
[105] Es justamente en la inteligencia hasta hace poco crítica o hasta radical de los cuadros académicos
medios y superiores donde, desde la emergencia de los intelectuales del ’68, se desarrollaron tardíamente
programas de “normalidad” que señalizan implícitamente el deseo de acomodarse en la crisis “de otros”;
una toma de posición bastante desastrosa para el pensamiento teórico crítico, por no hablar de su carácter
ilusorio.
[106]N. del T.: Se refiere al personaje popular checo Peter Schweijk, conocido sobre todo por
protagonizar la novela satírica “El buen soldado Schweijk”, donde usa el humor para enfrentarse a los
obstáculos de su vida como soldado del Imperio Austrohúngaro durante la primera guerra mundial.
Esta lógica y esta racionalidad llegaron por eso a su fin, porque las fuerzas
productivas de materia y contenido preparadas por ella bajo el dictado de la
abstracción social preparan una devastación insoportable. Por un lado,
millones y pronto miles de millones de personas son empujadas al hambre
y a la desesperación, por el otro se clausura la explotación de recursos en
masa. Por un lado, las producciones necesarias para la vida son detenidas
sin contemplar las necesidades, por el otro, proyectos de construcción
megalíticas desarrollan sin contemplar las pérdidas. Los barcos con
contenedores que transportan ayudas materiales de donaciones caritativas
hacia las regiones de África donde padecen hambre cargan en esas mismas
regiones productos del lujo y del monocultivo de la agroindustria de
regreso a sus puertos, con los cuales la mayoría de la población local ya no
tiene nada que ver, ni como productora ni como consumidora. El sistema
agricultor de la CE, que emergió de las contradicciones de la demanda por
la rentabilidad y la relación con el mercado mundial, solo puede ser
descrito como la labor de enfermos mentales. El despilfarro de energía en
el tránsito individual absurdo y la producción autotélica sin sentido
destruyen el clima, la atmósfera, la capa de ozono y las napas, pero es sin
embargo forzado (por ejemplo en la crisis del Golfo) y asegurado con
armas de destrucción masiva en las “zonas de interés” correspondientes.
No tiene ningún sentido, de cara a las acciones suicidas a escala mundial,
seguir discutiendo sobre “reformas” particulares, mientras no acontezcan
en la perspectiva de la abolición radical de la mercancía moderna y su
sistema mundial. Para que las acciones necesarias hace rato que intenten
imponer orden (que irónicamente vendrán a la fuerza tras el fin del
“trabajo” abstracto) y la limpieza necesaria para la supervivencia de las
relaciones interconectadas que perdieron el control sean siquiera posibles a
través de una “racionalidad sensible”, el sistema mundial de la rentabilidad
y de los procesos de gasto abstracto empresariales deben ser detenidos en
todos lados y eliminados tan rápido como sea posible.
PEQUEÑO GLOSARIO
TRABAJO ABSTRACTO (VER VALOR)
ECONOMÍA EMPRESARIAL
FORDISMO
MERCANTILISMO
MONETARISMO
RAZÓN (ILUMINISTA)
VALOR
BIBLIOGRAFIA
Aganbegjan, Abel (1989ª) La perestroika económica: una revolución en
marcha. Grijalbo. Barcelona.1989.
Dutschke, Rudi. Lenin: tentativas de poner a Lenin sobre los pies. Icaria
Editorial. Barcelona.1976.
De las dos que restan, la mejor conocida es la edición cubana hecha en los
1960s por Editora Política, editorial adjunta al Partido Comunista de Cuba
y la más antigua del país en su perfil específico. Su edición se basó
directamente en la versión de la Obras Completas de Cartago Editores.