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ROBERT KURZ

El colapso de la
modernización
Del derrumbe del socialismo de
cuartel a la crisis de la economía
mundial
Traducción Ignacio Rial-Schies

(Primera edición en castellano Editorial Marat, 2016)

Título original: Der Kollaps der Modernisierung. Vom Zusammenbruch


des Kasernensozialismus. Frankfurt am Main, 1991.

Transcrito a Word por L. D. Crespo M.

PREFACIO
ELEMENTOS PARA UNA HISTORIA DE LA
CRÍTICA DEL VALOR
(Anselm Jappe)
En 1991, tras la caída del muro de Berlín, La unión Soviética se preparaba
para extinguirse definitivamente. La euforia de la victoria se expandía entre
quienes estaban convencidos desde siempre, o desde hacía cierto tiempo,
de que la economía de mercado y la democracia occidental constituía la
última palabra de la historia. Para la izquierda radical, incluyendo aquellos
que jamás se habían hecho ilusiones sobre el “socialismo real”, el
abatimiento era fuerte: ¿Era verdad que el capitalismo era insuperable? ¿En
adelante, solo quedaba limitarse a proponer algunas modestas reformas?

En este contexto, la publicación en Alemania de un libro titulado El


colapso de la modernización, del derrumbe del socialismo de cuartel a la
crisis de la economía mundial solo podía resultar extraño. Sin embargo,
ese libro, publicado por un gran editor, tuvo un notable impacto en la
Alemania recientemente “reunificada”.1 Hasta ese momento, su autor,
Robert Kurz, era conocido únicamente en círculos marxistas restringidos
por la organización de una revista más bien confidencial que había
cambiado su nombre hacía poco de Marxistische Kritik a Krisis.2

[1] el desencanto del público alemán dos años después de la caída del Muro habría sido la causa del éxito
de El colapso de la modernización. Publicado en septiembre de 1991, alcanzó rápidamente los veinte mil
ejemplares y fue considerado por el influyente diario Frankfurter Rundschau como “la más discutida de
las publicaciones recientes”. Fue inmediatamente traducido en Brasil, donde de igual manera encontró un
éxito absoluto.

[2] Kurz nace en 1943 en Nuremberg, donde pasa toda su vida. Participa de la protesta estudiantil de
1968 en Alemania y de las inmensas discusiones surgidas en el seno de la “Nueva Izquierda”. Tras una
breve adhesión al marxismo leninismo, y sin adherir a los “Verdes”, quienes ene se momento realizaban
una transformación “realista” en Alemania, funda en 1987 la revista Marxistische Kritik.

Kurz afirmaba en su libro que el colapso de los países del Este, lejos de
representar el triunfo permanente del Occidente capitalista, no era más que
una etapa del colapso gradual de la economía mundial basada en la
mercancía, el valor, el trabajo abstracto y el dinero. Después de dos siglos
el modo de producción capitalista habría alcanzado sus límites históricos:
la racionalización d la producción, incluyendo el reemplazo d la fuerza de
trabajo humano por la tecnología, socaba la base d la producción de valor y
plusvalor. Esta es la única finalidad de la producción de mercancías, pero
es sólo el trabajo vivo –el trabajo como acto de ejecución- el que crea el
valor y plusvalor. La Unión Soviética no habría sido más que una variante
de la sociedad mundial mercantil: se trata de una “modernización
retrasada”, es decir la introducción violenta de mecanismos de base de
producción de valor en un país atrasado que de otra manera no se hubiera
convertido en una parte autónoma de un mercado mundial. El hecho de que
la Unión Soviética no fuera “socialista” no se debió únicamente a la
dictadura de una capa de burócratas como lo venía afirmando la izquierda
antiestalinista. El verdadero motivo era que las categorías centrales del
capitalismo –mercancía, valor, trabajo, dinero- no habían sido del todo
abolidas. Solo se pretendía administrarlas “mejor” al “servicio de los
trabajadores”. No representaba una “alternativa” al sistema capitalista que
se había derrumbado, sino “el eslabón más débil” de ese sistema. Sin
embargo, según Kurz, el mecanismo del cual los países llamados
“socialistas” eran víctimas, muy pronto pondría en crisis a los “vencedores”
también. Es decir, llevaría rápidamente al capitalismo occidental a una fase
de grandes turbulencias hasta el derrumbe de la sociedad basada en el
fetichismo de la mercancía. ¿De qué mecanismo se trata? De la
imposibilidad de contener el crecimiento de las fuerzas productivas, y
especialmente de los rendimientos de las enormes producciones obtenidas
por la microelectrónica a partir de 1970 dentro del chaleco de fuerza de la
producción de valor de mercancía. El valor, como forma social, no
considera la utilidad real de las mercancías, sino únicamente la cantidad de
“trabajo abstracto” que contienen, en otras palabras, la cantidad de gasto
puro de energía humana medida en tiempo.

En este primer libro de Kurz (el que sería sucedido por tres libros más en
los dos años siguientes, y por una docena en total), encontramos buena
parte de las características de la crítica del valor y la producción de Kurz en
particular. Se trata de una mordaz crítica –a menudo pronunciada en un
tono de auténtica indignación- al capitalismo en todas sus formas,
combinado con una crítica igualmente dura de los términos convenidos por
la crítica anticapitalista: la lucha de clases y el proletariado como sujeto
revolucionario, la defensa del trabajo y los trabajadores y la concepción
que considera al capitalismo esencialmente como el dominio ejercido por la
“clases capitalista” que posee los medios de producción. Todos estos
conceptos fueron sometidos por Kurz a un severo examen: no ya para
afirmar la imposibilidad de salir del capitalismo sino para descubrir que se
trata todavía de “críticas inmanentes” insuficientes que apuntan a distribuir
y administrar mejor las categorías de base del capitalismo, y no a abolirlas.

Esta combinación de “críticas rigurosas a las categorías” y análisis


detallados de los desarrollos económicos y sociales en curso constituyen un
rasgo característico de la producción de Kurz. De la misma manera,
podemos notar la actitud irrespetuosa del autor hacia casi todo el marxismo
tradicional y otras formas de la izquierda radical, como también hacia todo
el pensamiento burgués e incluso una parte de la obra del mismo Marx. Ni
siquiera la crítica de la economía política de Marx servía de fundamento
teórico a esta obra de demolición de certezas de la izquierda. Para explicar
el interés que este libro provocó, hay que agregar el estilo brillante, lleno de
vitalidad y a menudo polémico de Kurz, y su inclinación por las
descripciones drásticas de las catástrofes que vendrán en el corto plazo
(este costado “apocalíptico” ha desempeñado un papel importante en la
atracción de un público más vasto y de los medios de comunicación que se
interesaron por la crítica del valor aunque también le valió algunos
equívocos).

La crítica del valor, al momento de aparecer ante el público, no encajaba en


ninguna de las “etiquetas” con las que habitualmente ordenamos las formas
de pensamiento crítico (ni marxista ortodoxo, ni anarquista, ni consejista, ni
situacionista, ni ecologista, ni radical-demócrata, ni de la escuela de
Frankfurt, etc.). Esto se debe también a su nacimiento al margen de los
espacios de discusión habituales. El primer número de Marxistische Kritik
se publica en 1987 en Nuremberg de manera artesanal. A partir del número
8/9 en 1990, la revista se llamará Krisis será publicada por un editor. En
medio de numerosas fracturas internas se constituye un núcleo, del cual
podemos destacar además de la figura de Kurz, la de Peter Klein, Roswitha
Scholz, Ernst Lohoff y Norbert Trenkle.3 Ninguno de ellos es universitario,
mediático, ni intelectual de profesión. El mismo Kurz continuó ganándose
la vida trabajando de noche en el servicio de distribución del diario local –
la independencia tiene un precio-. El grupo Krisis no tenía casi estructura
formal pero funcionaba en base a círculos concéntricos: más allá de la
redacción (concentrada en Nuremberg por un largo tiempo), existía un
primer círculo de colaboradores que se renuncia una vez al año y dos veces
por año realizaban seminarios temáticos abiertos al público. El carácter
extrainstitucional y la organización informal que permite participar a
distintos niveles constituyen características típicas –vigentes hasta hoy- de
las revistas germanófonas que se proclaman cercanas a la crítica del valor.

[3] El autor de este prefacio se unió a Krisis en 1994.

Las rupturas, divisiones y puntos de partida que marcaron desde el


comienzo la historia de Krisis eran una consecuencia de la rápida
radicalización de su enfoque iconoclasta. Sobre todo al inicio, en cada
número de la revista se mataba otra “vaca sagrada” de la izquierda:
centralidad del proletariado, la noción misma del “sujeto revolucionario”,
la lucha de clases y finalmente el trabajo…Al mismo tiempo, se elaboraba
una teoría de la crisis según la cual el capitalismo no apuntaba tanto a la
oposición de los explotados como a su propia exigencia de creación de
valor, superada por la revolución microelectrónica. Mientras que la
referencia a la crítica de la economía política de Marx conservaba un lugar
central –en una época en que la misma izquierda “enterraba” a Marx todos
los días y proclamaba que la historia lo había refutado de manera
definitiva-. La ruptura con los adherentes al marxismo ya estaba
consumada. Para ellos, el capitalismo perduraría un largo tiempo a menos
que el sujeto revolucionario le pusiera fin. Si no era el proletariado clásico,
entonces tendría que ser uno de sus sucesores: los trabajadores precarios,
los pueblos del Sur del mundo o las mujeres. Para Kurz y sus compañeros
es al contrario: el capitalismo se derrumbará porque ya no produce
suficiente valor aunque nada garantiza que su derrumbe dé lugar a una
forma de emancipación. Ningún grupo social definido por su rol en la
producción de valor podrá ser considerado “en sí mismo” como fuera de la
lógica capitalista y por tanto necesariamente destinado a su superación.

El punto de partida de la crítica del valor consiste en una relectura de la


obra de Marx. No pretende restablecer al “verdadero” Marx, sino que
ejerce bastante peso en la distinción de un Marx “exotérico” y un Marx
“esotérico”.4 Este último se encuentra en una parte bastante restringida de
su obra de madurez (específicamente en el primer capítulo del primer
volumen de El Capital). Allí, examina las formas de base del modo de
producción capitalista, es decir: la mercancía, el valor, el dinero y el trabajo
abstracto. Marx no los trata como presupuestos neutros, naturales y
transhistóricos de toda vida en sociedad, cuya administración podríamos
discutir pero no su existencia –como sí lo hacían los economistas burgueses
que lo precedieron como Adam Smith y David Ricardo y como lo hicieron
implícitamente casi todos los marxistas que lo sucedieron-. Al contrario,
Marx los analizaba (no sin vacilaciones y contradicciones) como elementos
de la misma sociedad capitalista –y al mismo tiempo como categorías
negativas y destructoras-. En un nivel profundo, el capitalismo se
caracteriza por el dominio que esos factores anónimos e impersonales
ejercen sobre la sociedad entera y por aquello que Marx llama “fetichismo
de la mercancía”, que no es para nada reducible a una simple
“mixtificación” de la realidad capitalista.
[4] Para profundizar la lectura kurziana de Marx vea sus numerosos artículos publicados en Krisis y
Exit!, y la antología comentada Marx lessen, Frankfurt a. M. Eichborn, 2000.

En esta parte de su obra, la más innovadora, Marx había determinado los


mecanismos fundamentales del capitalismo en una época en la que estos
estaban mezclados de elementos premodernos. Sin embargo, en la mayor
parte de su obra predomina el Marx “exotérico” que describe de manera
inmejorable las formas históricas que esta lógica de base asumía en ese
momento. De esta manera, la necesidad estructural de acumulación del
valor gracias a la “absorción” del trabajo vivo ha tomado durante un largo
período histórico la forma de un proletariado industrial extremadamente
explotado y excluido, de una manera casi feudal, de sus plenos derechos (a
la huelga, al voto). No obstante, en el período de dos siglos, las formas
fenomenales que asumen esas categorías de base han cambiado
significativamente. Es evidente que Marx, quien a pesar de todo conserva
su visión de época, no podía señalar la diferencia entre el nudo del
capitalismo y sus formas históricas y empíricas, como la “lucha de clases”
entre burguesía y proletariado. El marxismo posterior5 –en casi todas sus
variantes, incluidas las más “heterodoxas”- ha dejado de lado rápidamente
la crítica marxiana (siempre se debe distinguir entre “marxista” y
“marxiano”) del valor, del dinero, de la mercancía y del trabajo, aceptando
tácita o explícitamente su existencia eterna. Para ellos se trata solamente de
su distribución: en vez de cuestionar el valor de la mercancía como el
primer regulador de la producción y la vida social, el movimiento obrero y
sus teóricos se preocupaban simplemente por lograr una distribución más
“justa”. Aceptaban el marco de la producción capitalista y se preocupaban
esencialmente por mejorar las condiciones de vida para las clases
trabajadoras. A partir de las últimas décadas del siglo XIX, el marxismo,
dejando de lado un poco la retórica, se convirtió en teoría de la integración
efectiva del proletariado en la sociedad del valor. A menudo, el
movimiento obrero ha propulsado la lógica pura del valor contra las
sesgadas visiones de los dirigentes capitalistas, todavía imbuidos en
actitudes heredadas del pasado. Finalmente, hemos visto que los altos
salarios o el derecho a sindicalizarse no eran completamente incompatibles
con el beneficio capitalista, sino al contrario. Las “conquistas” del
movimiento obrero no fueron todas obtenidas a pesar del capital sino
constituyendo una forma de desarrollo más eficaz.

[5] Kurz lo llama “marxismo del movimiento obrero” y Moishe Postone “marxismo tradicional”.
Esto es cierto sobre todo en lo que concierne a las variantes
socialdemócratas occidentales del movimiento obrero. Allí donde las
variantes leninistas habían tomado el poder, como en Rusia, y más tarde en
otros países de la periferia del mercado mundial, asistimos más bien a una
“modernización retrasada”: lejos de abolir la mercancía, el trabajo
abstracto, el valor y el dinero, el objetivo era introducirlo en los países
agrícolas. La violencia totalitaria que se desplegó entonces, y que hizo
temblar al Occidente democrático, extraía su propia legitimación de la
oposición, y no era más que un resumen acelerado de la acumulación
primitiva enmarcada por la misma violencia de Estado que había preparado
el take-off del capitalismo occidental, especialmente entre los siglos XVI y
XVIII. Los países llegados tardíamente al mercado mundial debían repetir
esa evolución mucho más rápidamente y manteniendo un régimen de
aislamiento. De lo contrario, los países “avanzados” derrumbarían de
inmediato las industrias nacientes con sus productos competitivos. De la
misma manera, otros países “retrasados” como Alemania, Italia y Japón
utilizaron medios autoritarios, respaldados por el Estado, para construir la
infraestructura necesaria y crear industrias que la iniciativa privada no
habría logrado realizar en un régimen abierto a la competencia mundial. El
Estado y el capital privado, lejos de ser antagonistas, han constituido
siempre los dos polos complementarios del desarrollo capitalista, aun
cuando sus pesos respectivos varíen según las épocas. De ningún modo
podemos afirmar que el capital privado lucha contra el Estado o intenta
limitarlo sistemáticamente.

En las sociedades de la modernización retrasada, el culto al trabajo llega a


su paroxismo (como con el famoso Stajánov). En Marx, el estatuto teórico
del trabajo no es siempre unívoco. Pese a eso, es innegable que el trabajo
bajo el aspecto de “trabajo Abstracto” de puro gasto de energía constituye
para él una categoría negativa y “fetichista”. Es el trabajo abstracto –o,
mejor dicho, el costado abstracto de todo trabajo-, y solo éste, el que da
valor a las mercancías y el que constituye la “substancia” del capital que no
es contrario al trabajo sino su forma acumulada. El trabajo vivo y el trabajo
muerto no son dos entidades antagónicas sino dos “estados de agregación”
diferentes de la misma sustancia del trabajo. El trabajador, en tanto
trabajador, no está fuera de la sociedad capitalista, pero constituye uno de
sus dos polos. De los análisis de Marx podemos concluir que una
“revolución de los trabajadores contra el capitalismo” es una imposibilidad
lógica; solo puede existir una revolución contra el sometimiento de la
sociedad y de los individuos a la lógica de la valorización y el trabajo
abstracto.

Una crítica al trabajo como esta se desencadena necesariamente del


concepto marxiano de trabajo abstracto, considerado por Marx como su
más importante descubrimiento, aun si no llegó a explorar todas sus
consecuencias. Nada de esto se conservó en el movimiento obrero; al
contrario, el trabajo es exaltado y la mayor crítica dirigida a la burguesía es
que no trabaje. Entonces la revolución se limitará a devolver a quienes
trabajan la propiedad jurídica de los medos de producción, para luego
continuar con el trabajo producto de valor, con el dinero, etc., pero “bajo
control obrero”.6 En los países “retrasados”, donde la mentalidad del
trabajo estaba poco presente, el “movimiento obrero” llega como una
fuerza de imposición del “amor al trabajo”. El “socialismo real” era una
variante –con características particulares por la ausencia de un mercado- de
la sociedad mundial mercantilista. Al inicio, logró realizar una
recuperación, que hubiera sido imposible con los medios del capital
privado. Pero, en su autarquía no fue capaz de continuar con los desarrollos
ulteriores de las fuerzas productivas y especialmente de la revolución
microelectrónica de los años 1970. Finalmente, implosionó a causa de la
imposibilidad de sostener la competitividad contra la producción
occidental, revelando de esta manera no haber sido jamás una “alternativa”
sino una vía muerta, una “rama seca” del capitalismo mundial.

[6] Casi todas las críticas antiestalinistas centraron su atención en la posesión de una casta de burócratas
de los medios de producción. Esta crítica es real aunque no es más que una consecuencia inevitable de la
continuación de la producción de mercancías casi nunca cuestionada.

De ahí en más, ningún programa de emancipación puede basarse en el


“trabajo”. Primero, porque el trabajo no ha sido jamás idéntico a la
actividad productiva humana, al “metabolismo con la naturaleza” (Marx).
El trabajo, como forma social, es una “abstracción real” que reduce todos
los actores sociales a expresiones cuantitativas de la misma substancia
social sin contenido que apunta a su acumulación. Cuando la producción no
sirve para satisfacer necesidades sino que tiene por único objetivo
transformar cien dólares en ciento diez y luego en ciento veinte, etc.
Podemos decir que el proceso es “tautológico”: sólo sirve como
acumulación reiterativa, pero a una escala cada vez más grande,
consumiendo las energías humanas y los recursos naturales guiado por un
dinamismo ciego. La valorización del valor se impone a los actores y a los
ismos capitalistas. Creer en la existencia de una gran administración oculta
en manos de los capitalistas es una forma de tranquilizarse. La realidad es
mucho más trágica: nadie controla ese mecanismo autotélico que somete el
mundo concreto a una abstracción fetichista que debe crecer toco el tiempo.
Por la misma razón, toda crítica moralista al capitalismo es inútil –aún si
nadie está obligado a creer simpáticos a los pequeños y grandes “oficiales y
suboficiales del capital” (Marx)-. Los conflictos entre las clases sociales, y
sobre todo los conflictos entre propietarios de medios de producción y
vendedores de fuerza de trabajo, entre los poseedores de capital fijo y los
de capital variable, entre los poseedores de trabajo en su estadio vivo y en
su estadio muerto, cumplen un papel importante pero no constituyen la
esencia del capitalismo. Todos esos fenómenos no son más que las formas
concretas y visibles, históricamente variables, en las que se desarrolla la
acumulación de valor sin objetivo. Las luchas sociales clásicas giran en
torno a la cuestión de compartir el plusvalor; la existencia de valor es dada
por sentado como “bien” neutro del que simplemente hay que proveerse.
La distinción capital entre riqueza concreta (la que podemos efectivamente
obtener) y el valor abstracto no es tomada en cuenta. No podremos abolir el
valor sin abolir el trabajo que lo crea. Es por esto que una oposición al
capitalismo en nombre del trabajo no tendría sentido. De igual manera,
sería insensato oponer el buen trabajo concreto al mal trabajo abstracto ya
que aún si existiera la reducción de todos los trabajos a lo que tienen en
común –gasto de energía-, no quedaría el trabajo “concreto” (esta categoría
es una abstracción en sí misma), sino una multiplicidad de actividades
ligadas a un objetivo determinado, como era el caso en las sociedades
precapitalistas que, de hecho, no conocían el término “trabajo” en el
sentido moderno.

Actualmente, esto es todavía más cierto. Históricamente, el movimiento


obrero extraía una cierta justificación del hecho de que el capitalismo, en su
larga fase de expansión, permitía una cierta redistribución con resultados en
algunos casos notables para las clases trabajadoras. Las críticas
“inmanentes”, aún si su objetivo nunca ha sido superar al capitalismo,
podrían presumir de haber obtenido grandes éxitos que podían hacer creer
que el capitalismo podía ser “domesticado” en una “democracia de
mercado”. No obstante, los progresos tecnológicos, y sobre todo la
aplicación de la microelectrónica a la producción, han reducido el rol del
trabajo vivo de manera continua. Algunas empresas particulares pueden
obtener grandes beneficios todavía, pero el sistema completo comienza a
perder su “sustancia”. El capitalismo serrucha la rama sobre la que está
sentado: la valorización del valor a través del uso del trabajo vivo. Ha
corrido este riesgo desde la Revolución industrial y la inserción de
maquinarias en la producción. Durante mucho tiempo, la disminución de
valor, y de la porción de plusvalor contenida en cada mercancía particular,
ha sido compensada (o sobrecompensada) por la extensión absoluta de la
producción, llenando el mundo de mercancías –con todas las consecuencias
que eso implicó-.7 Con el fin de la fase fordista, se agotó el último modelo
de acumulación basado en la utilización masiva de trabajo vivo. Desde
entonces, las tecnologías –que no crean valor- garantizan lo esencial de la
producción en casi todos los campos. La masa absoluta de valor, y de
plusvalor, cae en picada. Esto pone en una situación crítica toda la sociedad
basada en el valor, pero también a los mismos trabajadores. El problema
principal creado por el capitalismo ya no es más la explotación sino las
crecientes masas de seres humanos “superfluos”, innecesarios para la
producción y, por tanto, incapaces de consumir. Tras su larga fase de
expansión, el capitalismo se encuentra en recesión hace algunas décadas a
pesar de la “mundialización”. Las personas, medios, regiones capaces de
participar de un ciclo “normal” de producción y de consumo de valor se
convierten cada vez más en “islas” rodeadas de una marea ascendente de
marginados que no sirven ni siquiera apara ser explotados. Además, inútil
reivindicar “trabajo” para ellos, dado que la producción no lo precisa y que
sería ridículo obligar a las personas a ejercer trabajos inútiles como
condición preliminar de su propia supervivencia. Sería mejor reivindicar el
derecho a vivir bien para cada uno, independientemente de saber si logró o
no vender una fuerza de trabajo, que muchas veces ya nadie quiere.

[7] La principal obra de Kurz, Schawazbuch Kapitalismus. Ein Abgesang auf die Martwirtschaft,
Frankfurt am Main, Eichborn, 1999, rastrea a lo largo de casi mil páginas la historia de la sociedad
mercantil a partir de sus inicios a fines de la Edad Media y de la revolución operada por la introducción
de las armas de fuego.

¿Por qué el sistema capitalista no se ha derrumbado completamente?


Principalmente, por la “financiarización”, es decir la fuga de “capital
ficticio” (Marx). Una vez que la acumulación real casi se detuvo –el
abandono de la convertibilidad del dólar en oro en 1971 significó una fecha
simbólica- el recurso aún más masivo al “crédito” permitió “simular” la
búsqueda de la acumulación. (Este ambiente de simulación –podemos decir
de virtualización- se expandió a toda la sociedad y explica la larga difusión
de acercamientos llamados “postmodernos” en todos los campos durante
los años 1980-1990). En los créditos, se esperan beneficios futuros, -que no
llegarán jamás- y que son consumidos y mantienen viva la economía.
Como sabemos, los créditos y otras formas de dinero ficticio (valores
bursátiles, precios inmobiliarios) han alcanzado dimensiones astronómicas
y alimentan una especulación gigantesca desatando terribles repercusiones
en la economía “real”, como sucedió en 2008. La especulación, lejos de ser
la “causa” de las crisis del capitalismo y la pobreza creciente, ha ayudado
durante décadas a “retrasar” la gran crisis. La causa reside en el hecho de
que todas las mercancías y los servicios adicionales representen, a pesar de
que aumenten su cantidad, un monto siempre menor de valor. Esto implica
también que una gran parte del dinero que circula en el mundo es “ficticio”
porque no representa verdaderamente el trabajo empleado de manera
“productiva”. Todas las “políticas de reactivación” tomadas por los
gobiernos tras la crisis de 2008 son pura consecuencia de las acrobacias de
contabilidad, en las que se agrega un cero más a cifras completamente
fantasiosas. No habrá prosperidad capitalista nuevamente porque las
tecnologías que reemplazaron al trabajo no podrán ser eliminadas de la
producción capitalista. Igualmente, sería en vano esperar que China u otros
“países emergentes” salven al capitalismo: sus pretendidos éxitos
económicos se deben en parte al laza de precios de las materias primas y en
parte a la explotación unilateral hacia países ricos –lo que no durará más
que el tiempo en que la crisis irrumpa en ellos8-.No se trata entonces de
profetizar el derrumbe futuro del capitalismo sino de constatar la crisis que
ya está en curso, agravándose salvo por algunos breves períodos de
recuperación coyunturales. Lejos de ser una crisis puramente económica,
implica a su vez todo topo de convulsiones y guerras de nuevo tipo 9 hasta
alcanzar la devastación delas psicologías individuales (los tiroteos en las
escuelas han sido descritos por Kurz como manifestaciones particularmente
llamativas de la “pulsión de muerte” central del capitalismo).

[8]Kurz lo demuestra detalladamente en su libro Das Weltkapital. Globalosierung und innere Schranken
des modernen warenprodizierenden Systems, Berlín, Klaus Bittermannn, 2005. De la misma manera, lo
hacen Norbert Trenkle y Ernst Lohoff en Die grosse Entwertung. Warum Spekulation und
Staatsverschuldung nicht die Ursachen der Krise sind, Münster, Unrast, 2012.
[9] Ya no se trata del imperialismo clásico (que no tendría sentido frente a las numerosas regiones del
mundo que no presentan ningún interés económico), sino de guerras con las que los países fuertes
pretenden evitar las consecuencias de las crisis mundiales, como las migraciones incontrolables. Kurz
consagró a este tema su libro Weltordnungskrieg. Das Ende der Souveränitat und die Wandlungen des
imperalimus im Zeitalter der Globalosierung, Bad Honnef, Horlemann, 2003

Así la crítica del valor constituye una crítica radical del capitalismo y no
solo de su fase neoliberal (aunque en la década de los noventa los autores
de la crítica del valor han sido sus críticos más virulentos cuando la
izquierda parecía paralizada o fascinada). Ya no es posible una vuelta al
pleno empleo y a las recetas keynesianas, a un rol mayor del Estado y al
welfare de antaño. Su abandono no es producto de una conspiración de los
economistas neoliberales y de los rapaces capitalistas sino una
consecuencia de la dinámica capitalista en su conjunto. Esta vuelta no sería
para nada deseable. El capitalismo debe ser superado por la abolición de
sus fundamentos y no por la vuelta hacia formas aparentemente más
soportables de esclavitud y alienación.

La cuestión de la emancipación social se instala sobre nuevas bases.


Prácticamente, todo el movimiento obrero del pasado, en sus variantes
reformistas y revolucionarias, con sus teóricos más o menos marxistas, se
revela retrospectivamente como una parte inmanente al capitalismo que
pretendía combatir (esto no quita que todo lo que pudieran lograr fuera
justo y necesario). El trabajo era el terreno común al capital y al salariado.
Actualmente, las viejas concepciones de emancipación están en crisis en
conjunto con la noción e capital, lo que demuestra que siempre han tenido
relación “amor-odio”.

De hecho, la misma crítica del valor forma parte del proceso histórico. Su
aparición a fines de los ochenta no debe ser entendida como la llegada de
los teóricos que “comprendieron” todo los que los marxistas tradicionales
no habían comprendido. En cambio, podríamos decir que refleja el fin de la
expansión del capitalismo y por tanto, el fin de la posibilidad de redistribuir
sus frutos (a menudo envenenados) sin cuestionar la naturaleza del sistema
mismo. La radical crítica marxiana del valor y el trabajo abstracto, no
habían permanecido durante más de un siglo en el mismo estado que la
bella durmiente, y que parecía aparentemente poco “útil” para las luchas
reales, se mostraba como la mejor explicación del ocaso de la sociedad
mercantilista. La crítica del valor no era un simple “progreso en la teoría”
que podría haber tenido lugar en otro momento histórico. En cambio,
significó la primera toma de conciencia de lo que sería una profunda
ruptura histórica.

Sus primeras formulaciones fueron marcadas de igual manera por la


ruptura. Hostil al eclecticismo y a las suaves propuestas típicas de los
medios universitarios, la crítica del calor rechazó inscribirse en una
tradición preexistente y definirse en relación a otros pensadores marxistas –
a diferencia de casi todas las variantes del marxismo-. La crítica del valor
pretendía retomar la reflexión desde cero sirviéndose únicamente de las
armas de la crítica de la economía política de Marx. Generalmente sus
vínculos con las otras formas de crítica de social estaban marcados por una
polémica recíproca y a menudo han sido caracterizados por la hostilidad y
las tentativas de ignorarlas.10

[10] Sobre todo en Brasil, además de en la misma Alemania y con notables diferencias geográficas, la
crítica del valor constituyó una importante discusión de izquierda, incuso en los medios universitarios.
Mientras que en los países francófonos el interés por la crítica del valor va en aumento, en los países
anglófonos permanece casi desconocida. De igual manera, existe una importante variación en la atención
mediática, naturalmente intermitente, por los libros de Kurz y sus textos más teóricos. La crítica del valor,
a diferencia de otros abordajes que se autoproclaman “anticapitalistas”, no ha seguido ninguna estrategia
de autopromoción y con agrado cumple el papel de “convidado de piedra”. Además, difícilmente podría
amalgamarse o formarse a partir de fragmentos de los enfoques compuestos que arrasan hoy.

Aunque la crítica del valor no se concibe como la simple continuación de


una línea teórica ya disponible, ni siquiera de la más herética, igual
podemos descubrir algunas raíces teóricas. Constituyen las principales
influencias Historia y conciencia de clase de György Lukacs y los autores
de la Escuela de Frankfurt, especialmente Theodor Adorno (y también en
Alfred Sohn-Rethel por conceptos como el de “abstracción real” y el valor
en tanto “síntesis social”). En lo concerniente a la teoría de la crisis, Kurz
reconocía a Rosa Luxemburgo y Henryk Grossman el mérito de al menos
haber planteado el problema, aunque de manera insuficiente. Isaac
Roubine, redescubierto en los años setenta, proveyó ideas importantes para
la comprensión del valor. Sin embargo, ninguno de estos autores es
fetichizado por la crítica del valor sino que incluso han sido objeto de
severas críticas en un momento u otro. En general, la crítica del valor no se
presenta como discusión sobre las teorías de otros sino como un análisis del
presente y el pasado del capitalismo, el que eventualmente podemos pasar
bajo la lupa de otras teorías que traten el tema.
No obstante, existe un enfoque que puede llamarse la “otra rama” de la
crítica del valor –aun si no se hace llamar así. Encabezada por Moishe
Postone, profesor en Chicago y autor de Tiempo, trabajo y dominación
social: una reinterpretación de la teoría crítica de Marx. Este voluminoso
libro fue publicado originalmente en Estados Unidos en 1993,11 en el
mismo momento en que la teoría elaborada por los autores de Krisis
alcanzaba una primera forma de madurez y empezaba a encontrar eso.
Esencialmente, Postone propone una relectura de la obra de Marx –una
lectura constantemente opuesta a la del “marxismo tradicional”-. En ella, se
concentra en el concepto de “trabajo Abstracto” del que examina también
los presupuestos históricos como el “tiempo abstracto”. Postone y los
autores de Krisis elaboraron sus concepciones en el mismo período y
partiendo a menudo de los mismos presupuestos, aunque sin tener
conocimiento unos de otros. Pese a todo, encontramos resultados similares
en números puntos. La diferencia principal consiste en la falta de una teoría
explícita de la crisis en Postone; no ve un límite histórico de la
acumulación que derivaría de la “de-sustancialización” del valor.
Lamentablemente, apenas hubo diálogo entre Postone y Kurz, lo que
explica también la diferencia de estilo y la amplitud de sus enfoques.12

[11] Moishe Postone. Tiempo, trabajo y dominación social: una reinterpretación de la teoría crítica de
Marx. Madrid. Marcial Pons Ediciones Jurídicas y Sociales S. A., 2006

[12]Para leer más sobre la comparación entre Postone y la crítica del valor alemana, ver Anselm Jappe,
“Junto a Marx, contra el trabajo”, en Pensar desde la izquierda: mapa del pensamiento crítico, Madrid,
Errata naturae, 2012, pp. 101-116.

En el presente, no existen otras teorías críticas verdaderamente cercanas a


la crítica del valor. En ocasiones, un cierto número de autores dicen adherir
a la crítica del valor pero a menudo no quieren renunciar a la “lucha de
clases” ni a la búsqueda de una subjetividad que vencería finalmente al
capitalismo, mientras que la posibilidad de una crisis objetiva permanece
vagamente evocada en el mejor de los casos. Siguiendo otros caminos,
André Gorz se acercó de manera explícita a la crítica del valor en sus
últimos escritos, tras haber comenzado a formular una crítica del trabajo y
el valor hacia 1980, cuya insuficiencia él mismo admitió luego de haber
leído los escritos de la crítica del valor.13

[13]Ver Anselm Jappe, “André Gorz et la critique de la valeur”, en Alain Caillé y Chritophe Fourel
(eds.), Penser la sortie du capitalisme. Le scénario Gorz, Bordeaux, Le bord deI’eau, 2013.
La crítica del valor, al menos en su versión alemana, es una teoría en
evolución permanente desde hace veinticinco años. Aún así una gran parte
de sus descubrimientos teóricos fueron realizados antes de 1993, en los
años posteriores se sumaron importantes aportes. De hecho, actualmente,
los teóricos reunidos en torno a Exit! Prefieren hablar de la “crítica de la
disociación del valor” (Wert-Abspaltungskritik).14 El teorema de la
Abspaltung fue presentado en 1992 por Roswitha Scholz.15 Trata la
“disociación” o “escisión” que se encuentra en la base de la existencia
misma del valor como forma social fetichista: el trabajo abstracto, creador
de valor, no puede existir sin que otras partes de la reproducción social se
efectúen en una forma no-mercancía, que no representan “trabajo”.
Principalmente, se trata de actividades domésticas realizadas por mujeres.
Las dos esferas –lo “público” y lo “privado”- son igualmente necesarias en
la sociedad capitalista aunque la esfera doméstica, privada, femenina es
considerada como inferior y externa a la sociedad. El hecho de que estas
actividades no produzcan valor de manera directa no significa que se trate
de una esfera “libre” o “no cosificada”. Desempeñan un papel auxiliar para
el trabajo abstracto y llevan su impronta. Concretamente, el “trabajador”
masculino no podría crear valor si no hubiera una mujer que se ocupe de su
bienestar, de la educación de los hijos, etc. El valor es estructuralmente
“masculino” aún si las mujeres pueden producir valor o pedir su
producción. Según la crítica de la disociación del valor, la sociedad del
valor y del trabajo se basa, histórica y lógicamente, sobre una lógica de
exclusión. Considera únicamente como “sujeto” a quien ha interiorizado
completamente la mentalidad del trabajo y sus corolarios (autodisciplina,
racionalismo, severidad para consigo mismo y con os demás, espíritu de
competitividad, etc.) y expulsa a todo el resto (y esta es la disociación). La
exclusión de las mujeres, de los no-blancos y de otros sujetos
“minoritarios” no era entonces una inconsecuencia en el marco de una
lógica del valor vacía de contenido propio y que, siguiendo su principio,
debería englobar a todos y podría hacerlo algún día. Al contrario, esta
exclusión ha sido constitutiva desde el principio aunque sus formas
empíricas han cambiado mucho desde la época de la ilustración.

[14] En 2004, tras una larga serie de conflictos internos, Kurz y Scholz son expulsados de Krisis.
Inmediatamente después, fundan la revista Exit!. Los motivos de esta división no se debieron tanto a lo
teórico como a la cuestión del estatus de la teoría, como la posterior evolución habría de demostrarlo.
Mientras que Exit! radicalizaba la crítica de la Ilustración (en sentido amplio, incluyendo todo
pensamiento contemporáneo que considere adherir) y de la “disociación del valor” rechazando toda
tentativa apresurada de extraer conclusiones prácticas, Krisis (que continúa conservando el nombre y
muchos de sus colaboradores históricos como Lohoff, Trenkle, Schandl y Klein) adhería a la búsqueda de
puntos de contacto entre la crítica del valor y los movimientos sociales como el “software libre” o las
economías alternativas. Los contactos entre ambas revistas están marcados por fuertes críticas.

[15] Lo profundiza en el libro Das Geschlecht des Kapitalismus. Feministische Theorien und die
postmoderne Metamorphose des Patriarchats, Bad Honnef, Horlemann, 2020.

De hecho, la crítica del valor radicaliza la “Dialéctica de la Ilustración” por


no ver en ella más que el periodo histórico en que las categorías capitalistas
se instalaron en las mentes de manera definitiva. Mientras que casi toda la
izquierda –y el mismo Marx a menudo también- ha querido realizar, es
decir “cumplir”, los contendidos de la Ilustración que la burguesía habría
“traicionado”, la crítica del valor-disociación ve en esos mismos contenidos
el nacimiento del sujeto moderno que no existe más que por y para la
competencia capitalista. Os filósofos de la Ilustración –e Immanuel Kant
más que ningún otro_ habrían formulado, presentándolas como condiciones
de libertad, las premisas del sexismo, racismo y antisemitismo típicos de la
modernidad. La “razón” impulsada por la Ilustración y a la cual la
izquierda siempre se opuso no era para Kurz más que una “razón
sangrienta”,16 una ideología de sumisión de la vida entera a los imperativos
de la valorización que ha llevado el mundo entero a la devastación. El
irracionalismo –por ejemplo, el romanticismo, el existencialismo-
representa la otra cara de esta razón capitalista, y de ninguna manera una
alternativa a esta, que contribuyó igualmente a las catástrofes que han
marcado toda la historia del capitalismo.

[16]Vea su recopilación de ensayos Blutige Vernunft. Essais zur emanzipatorischen Krtitik der
kapitalistischen Moderne und ihrer westlichen Werte, Bad Honnef, Horlemann, 2004.

Gracias a estos análisis, la crítica del valor-disociación afirma haber


superado su enfoque “objetivista” inicial. Las ideologías no son un simple
“reflejo” de la “realidad económica”, sino que el valor posee una estructura
fetichista con un costado “objetivo” y otro “subjetivo”. La imposibilidad de
vivir en una sociedad dominada por el valor implica necesariamente el
nacimiento de otros tipos de ideologías que expliquen el sufrimiento
causado por tal sociedad y que permitan a los sujetos de trabajo proyectar
en oros las cualidades que debieron expulsar de ellos mismos (por ejemplo,
la “pereza” o las “emociones”). La crítica del valor –tanto en su versión
alemana como en la de Postone- consagró mucha atención al
antisemitismo: no será un resurgimiento premoderno sino una tentativa de
dar un aspecto pseudo-“concreto” a la terrible abstracción intocable que es
el valor.

Vemos además que la concepción de la sociedad capitalista como


esencialmente “fetichista” está lejos del “materialismo histórico” con su
distinción entre “base” y “superestructura”; las prácticas sociales fetichistas
e inconscientes dan nacimiento tanto al sujeto como al objeto. Las
acusaciones de “economicismo”, si muchas veces pueden ser justas
respecto del marxismo tradicional, no se aplican a la crítica del valor.
Incuso, el valor no es una estructura “total”, Es “totalitario” en el sentido en
que aspira a transformar todo en mercancía, pero no podrá lograrlo porque
una sociedad de esas características sería completamente insoportable (por
ejemplo, no habría amistad, educación de los niños, etc.). Sin embargo, la
necesidad del valor de aumentarse lleva a destruir el mundo concreto
entero, y en todos los niveles: económico, ecológico, social y cultural. La
crítica del valor no prevé únicamente una crisis económica de dimensiones
inéditas sino también el fin de toda una “civilización” (sí así la queremos
llamar). Pero la vida humana no siempre se basó en el valor, el dinero y el
trabajo (aún si alguna forma de fetichismo siempre parece haber existido).
Habría que señalar que estas categorías no son “ontológicas” o
transhistóricas. A diferencia de la mayoría de los marxismos, la crítica del
valor no es una teoría de la historia sino únicamente del capitalismo. Kurz
afirma en sus libro, Geld ohne Wert,17 que no podemos hablara de
comercio, dinero o mercancías en las sociedades precapitalistas y que lo
que podría perecérseles tenía funciones en verdad profundamente
diferentes.

[17] Geld ohne Wert. Grundrisse zu einer Transformation der Kritik der politischen Ökonomie , Berlín,
Horlemann, 2012. Para ver un resumen detallado, vea Anselm Jappe, “Kurz, voyage au coeur des
Ténèbres du capitalisme” en Revue des libres, n.9, enero 2013 y “Kurz, A Journey into Capitalism’s
Heart of Darkness”, en Historical Materialism, Londres, n.22, 2014.

Evidentemente, queda la pregunta: ¿cómo salir de esta situación? A


menudo se ha cuestionado a la crítica del valor su negación a indicar
posibles acciones prácticas. De hecho, ha defendido de sus inicios la
necesaria autonomía de la teoría que debe poder pensar aquello que incluso
tal vez no sea realizable en el futuro. El empobrecimiento de la reflexión
social a lo largo del siglo XX también es resultado de su subordinación a
las pretendidas exigencias inmediatas (partidos, sindicatos, movimientos
sociales). La crítica del valor ha reconocido siempre en la “falsa
inmediatez” y el “pseudo activismo”, así como también en la oposición
inmediata de la propia subjetividad a una objetividad concebida como la
eterna repetición de lo mismo, las formas puramente “inmanentes” de la
crítica. Al mismo tiempo, la crítica del valor rechazó la etiqueta de “torre
de marfil”. Se situó lejos de toda contemplación desinteresada de tipo
universitario. Desde los inicios ha señalado los aspectos dramáticos de la
crisis a la que la sociedad mercantil nos ha conducido y los sufrimientos
que ella implica. La cuestión no es tanto de “vencer” al capitalismo como
de evitar que su destrucción, ya en curso, desencadene solamente la
barbarie y la ruina. Los movimientos sociales contra los bancos constituyen
seguramente una respuesta falsa porque toman el síntoma por la causa,
reactivan viejos estereotipos sobre los “honestos” trabajadores explotados
por “parásitos” y corren el riesgo de degenerarse en populismo y
antisemitismo. En general, cualquier recurso a la “política” (y a fortori al
Estrado) es imposible, ya que el fin de la acumulación, y del dinero “real”
privaría los poderes públicos de medios de intervención. Para encontrar una
alternativa al capitalismo, hay que preguntarse primero por la naturaleza de
la mercancía y el dinero, el trabajo y el valor –categorías que parecen muy
“teóricas” pero cuyas consecuencias determinan finalmente cada uno de
nuestros actos cotidianos-.18

Anselm Jappe

Traducción del francés: Rosario Pérez Constanzó

[18] He intentado resumir todos los aspectos esenciales de la crítica del valor en mi libro Les Aventures
de la marchandise, París, Denöel, 2003 (trad. Esp. de Diego Luis Sanroman: Las aventuras de la
mercancía, Logroño, Pepitas de calabaza, 2011, y El absurdo mercado de los hombres sin cualidades.
Ensayos sobre el fetichismo de la mercancía (ensayos de Robert Kurz, Anselm Jappe y Claus Peter
Ortilieb), (tr.esp: Luis Andrés Bredlow, Logroño, Pepitas de Calabaza, 2009.)
LÓGICA Y ÉTICA DE LA SOCIEDAD DEL
TRABAJO
LOS GANADORES DESORIENTADOS

Nunca hubo tanto fin. Con el derrumbe del socialismo real desaparece una
época entera y se vuelve historia. La confiable constelación de la sociedad
mundial de posguerra se disuelve a una velocidad increíble ante nuestros
ojos. Una era completa agotó su vida; pero la pregunta sigue insistiendo:
¿cuál era en realidad? Desde la perspectiva del ahora irrelevante conflicto
Este-Oeste puede parecer que Occidente ganó, como si su sistema hubiera
demostrado ser el mejor.

Si tomamos el término conflicto sistémico literalmente, observamos en los


hechos una capitulación social y económica, práctica y teórica, de
dimensiones violentas, como nadie (y en tan poco tiempo) hubiera
considerado posible. “Un espectro que anda con bastón” (Süddeutsche
Zeitung). No solo en la Unión Soviética se descarta entre tanto “la idea de
una dictadura del proletariado”, se propaga la propiedad privada y se
anuncia la economía competitiva de mercado. Junto al coloso central
también se hincan de rodillas las sociedades periféricas, las zonas de
dependencia y los portaestandartes ideales. La República Democrática
Alemana termina por suicidio y también en Hungría “el capitalismo se
vuelve una figura positiva”. El Partido Comunista italiano,
socialdemocratizado hace ya largo tiempo, confirma: “Hoz y martillo se
funden en el viejo bloque de hierro”, mientras la clase intelectual de Italia
comete “Parricidio por desatención”. La Libia de Gaddafi “intenta
distanciarse del socialismo estricto de la revolución”, la Etiopía de
Mengistu “renuncia al marxismo” y el gobierno de Hanoi “se apoya en
John Maynard Keynes”.

Esta antología de titulares periodísticos data de 1989. No sorprende que


algunos ideólogos de los aparentes ganadores históricos tengan un ímpetu
exagerado. En el verano de 1989, el norteamericano Francis Fukuyama,
vicedirector del área de planificación del Ministerio Exterior
Estadounidense, proclamó demasiado pronto y demasiado fuerte “el fin de
la historia” en un ensayo para la revista cuatrimestral National Interest; una
sentencia que se encendió como reguero de pólvora y fue citada desde
entonces masivamente. Para colmo, el autor fundamenta dicha tesis con la
representación de Hegel de una “forma final, racional de la sociedad y del
Estado”, que debería alcanzarse en la forma peculiar del American way of
life. En el mismo sentido vergonzante, un columnista del International
Herald Tribune, con el bello nombre de Charles Krauthammer19, creía
poder contestar también “la pregunta platónica por la forma de gobierno
ideal”.

[19]  N. del T.: “Krauthammer” significa literalmente “martillo (para) coles o especias”, pero “Kraut”
también es un término usado por los británicos al menos desde la primera guerra mundial para referirse a
los alemanes, quizás porque comían coles, usaban más especias en sus comidas o porque otra excepción
de “Kraut” es “yuyo o planta molesta”. Krauthammer sería así “martillo (para) alemanes”

La evidencia de un triunfo relativo del mundo occidental casi no puede


discutirse, si se extienden las escalas del reciente conflicto sistémico y la
metacrítica sigue mostrándose impensable. Sin embargo, esa es
precisamente la pregunta. ¿Ha actuado Occidente de manera consciente y
autoconsciente en el terreno sobre el cual se declara triunfador? Si la
izquierda occidental devenida llorona se opone al grito de victoria
sospechosamente apagado de los economistas del mercado, denunciando
que el régimen absurdo de los viejos soviéticos de la economía estatal
potemkinesca20 fue una víctima de “la hegemonía y agresión permanente
del imperialismo”,21 tampoco podrán hacer por la realidad más que aquellos
guerreros fríos y seniles, que de pronto creen sentir una última primavera
en sus miembros, pero ya no saben bien qué hacer con la novia que les han
regalado. Lo espectral en las formas ideológicas de reacción de izquierda o
de derecha respecto del derrumbe del Este no sugiere solo que ellas mismas
corresponden a la era que sucumbe, sino que también deja ver a través de
su velo la peculiar carencia de sujeto de los procesos en la base social.

[20]  N. del E.: Se refiere al príncipe y no al acorazado.

[21] Según una grabación original del archivo del antiguo movimiento Trabajador-Marxista, recuperado
por el periódico Arbeiterstimme, por nombrar un solo ejemplo extremo .

Los protagonistas en esta constelación de la sociedad mundial se


descubren, a ambos lados del río Elba, empujados por el desarrollo
histórico ciego y objetivizado que dejaron a sus espaldas. Porque Occidente
se vio tan sorprendido por el derrumbe de su enemigo íntimo, el sistema del
socialismo real, como los representantes gerontocráticos del Este. Es un
ganador extraño el que se ve sorprendido de tal manera por su superioridad
y el resultado de su triunfo.

Pero si no fueron las actividades de la clase política occidental las que


llevaron al derrumbe del socialismo real, sino más bien el rezago de sus
mecanismos de funcionamiento internos, se ilumina como por un
relámpago la verdadera ignorancia sobre este potencial de catástrofe y
crisis por parte de las elites saturadas de información en ambas esferas
político-económicas, afectando a los gobernantes de aquí y allá con la
misma ceguera. Pero si ambos partidos en contienda están subordinados a
los mismos procesos sociales cuasi naturales, podremos suponer una
similitud fundamental entre los sistemas en pugna. El mismo suelo sobre el
cual se enfrentaron empezaría a tambalearse. Y ya se mezclan en la opinión
pública voces de advertencia y de duda en el ingenuo canto de victoria de
los ideólogos de la inmediatez: “¿Será esta la sociedad perfecta que triunfe
por siempre sobre el socialismo?” (Condesa Dönhoff, Die Zeit, 22/9/1989).
La sociedad del sistema occidental en verdad no parece serlo. Pero las
malas ideas de aquellos que la ven y la defienden como propia, los deja
interpretarla como un triunfo apenas moderado, que esconde detrás de esa
autocrítica una profunda satisfacción.

La pregunta es entonces en qué medida la crisis particular del sistema


perdedor, independientemente de la circunspección occidental que apenas
logra contener su soberbia por temor a desafiar la ira divina, puso a rodar
una crisis general que amenaza también a los supuestos ganadores y que
apunta a las bases comunes de los sistemas que podrían siquiera dar un
sustento para plantear una metacrítica. La ideología burguesa de la
modernidad iluminó los elementos de esa metacrítica hace tiempo sin
alcanzar, empero, las bases de la sociedad que permanecen oscuras. Ya
desde los años cincuenta las teorías de la convergencia occidentales
pronosticaron una igualación, por las buenas o por las malas, de estas
formaciones sociales que solo se distinguen en apariencia.

Por un lado, el parentesco interno se explicó por las condiciones técnicas y


de las ciencias naturales de la modernidad; sobre todo desde las corrientes
pesimistas que ven a todas las crisis del siglo XX como el producto de la
base de la sociedad industrial por antonomasia (ver, por ejemplo, Freyer,
1955) y que reconocen la posibilidad de controlarlas solo en relación a un
potencial ontológico de alienación, cuando siquiera las reconocen.22

[22]  Esta argumentación es repetida con modificaciones vernáculas por los fundamentalistas de la
ecología, que son inconscientes de la herencia de la filosofía vitalista y del pesimismo cultural, o que
buscan disputarla. Pero como siempre en su pronto bicentenaria historia, la crítica de las ciencias
naturales y la industrialización parece afirmativa en tanto que borra la historicidad de las formaciones
sociales reales y transforma a las crisis sociales en ontológicas. La irracionalidad del fundamentalismo
(tanto del ideológico como del religioso) se funda en su irrealizabilidad práctica, lo que las torna viables
como ideologías de legitimación negativa

Por el otro lado, la idea de la convergencia estuvo condimentada por


aquellas teorías económicas keynesianas que hablaban de la inevitable
necesidad de una interpenetración de los mecanismos del mercado y la
regulación estatal. De la misma manera que el Este debía asegurar los
derechos del mercado, el Oeste debía hacerlo con el Estado. Este
pensamiento moviliza aquel dualismo ecléctico solo en la medida que se
imprime en la conciencia teórica burguesa de distintos modos: el mercado y
el Estado aparecen como la pareja conflictiva entre la realidad y sus
términos, tan indisoluble como la del individuo y la sociedad o la
producción y la circulación, la economía y la política, etc. Un momento
histórico específico de la sociedad moderna se instituye también aquí, con
un pesimismo solapado, como una ontología conciliadora.

Sin embargo, la conciliación asimiladora entre mercado y Estado no


aconteció, ni tampoco una transformación ontológica de las sociedades
industriales marcadas por las ciencias naturales, sino que más bien se dio
un derrumbe histórico. Si esto no significa simplemente el triunfo sistémico
de la economía de mercado occidental por sobre un socialismo real
deshonroso y apocado, sino que apunta al peligro y a la obsolescencia de
un fundamento compartido, debemos buscar su evidencia más allá tanto del
paradigma de la sociedad industrial como de las relaciones entre mercado y
Estado. Mercado y Estado, como las agencias movilizadas por la técnica y
las ciencias naturales, una vez puestos en movimiento, obedecen a una
lógica de base social mucho más profunda; cuya identificación como
sociedad del trabajo no denomina de ninguna manera una condición
humana ontológica fundamental.

Si la desorientación entre los “triunfadores” más reflexivos es algo más que


una autocrítica hipócrita de quienes se consideran los number one de la
historia, si la crisis global madura objetivamente y brinda un fundamento
serio a los críticos y los escépticos, entonces debemos buscar la crisis en
aquel nivel donde todos los sistemas sociales conocidos de la modernidad
tuvieron su fundamento. La frase de la crisis de la sociedad del trabajo que
circula hace tiempo, aunque pareciera hasta ahora una problemática
particular y no se relacionaba en absoluto con las formas de la base social,
podría haber nacido del presentimiento de esta metacrisis en plena
maduración.

TRABAJO ABSTRACTO COMO MÁQUINA AUTOTÉLICA

Hablar de la crisis de la sociedad del trabajo puede parecer extraño cuando


no solo la ideología burguesa, sino más aún el movimiento marxista de los
trabajadores declaró ese “trabajo” como la esencia transhistórico de la
humanidad por antonomasia, convirtiéndola en la palanca general de su
crítica a la sociedad burguesa. El enfrentamiento social e histórico de la
modernidad, entendido desde el marxismo como lucha de clases, encontró
su fundamento en una sociedad del trabajo compartida, que recién ahora se
torna visible en su propia limitación y avanza de crisis en crisis hacia su
propia disolución.

El trabajo como tal, tratado en esta abstracción estéril, no es en absoluto


algo suprahistórico. En su forma históricamente específica el trabajo no es
más que la utilización económica abstracta de la fuerza de trabajo humana
y materias primas. En este sentido pertenece solo a la Modernidad, y como
tal fue practicada sin cuestionamientos en ambos sistemas en conflicto
durante el período de posguerra por igual. El trabajo en esta extraña
abstracción puede ser definido ante todo como un fin en sí mismo
igualmente extraño. Es justamente este carácter autotélico lo que
caracteriza al sistema burgués occidental y al movimiento de los
trabajadores por igual: es visible en el “punto de vista de los trabajadores”
y en la ética abstracta del trabajo aquella veneración fetichista que
posibilita un gasto mayor y más intensivo de fuerza laboral, más allá de las
necesidades concretas y sensibles al sujeto.

En ningún otro lugar se convirtió más fervorosa y rigurosamente esta ética


protestante de los trabajadores abstractos en una sociedad conformada
como máquina de trabajo, la marca constitutiva del capitalismo como la
describe Max Weber, que en el movimiento de los trabajadores y las
formaciones sociales del socialismo real.
En esto, nada cambia que la motivación para la subordinación de los
hombres a la máquina de trabajo fuera transferida del individuo al Estado y
a sus metaobjetivos económicos nacionales; el sometimiento a la
abstracción del trabajo aparece ahí tanto más cruda y rígida porque ni
siquiera adopta la apariencia de los objetivos individuales. Recién ahora
vale, mutatis mutandis, la afirmación de Max Weber:
El summum bonum de esta ética es, en cambio: ganar dinero y cada vez más dinero,
minimizando el disfrute desprejuiciado, desvestido de fases eudaimónicas o hedonistas,
pensado puramente como un fin en sí mismo que se manifiesta como algo
trascendental, más allá de la “suerte” o “utilidad” del individuo particular. El humano
se relaciona con la ganancia como un fin vital, ya no con la ganancia como medio para
la satisfacción de sus necesidades materiales de su vida (Weber, 1984/1920: 44).

Esta inversión en el contexto del “mundo de sentido”, con la que Max


Weber describe una inversión en el proceso reproductivo de la sociedad 23
que no le resulta del todo claro, prosperó primero históricamente en el
clima religioso-ideológico del protestantismo; las entonces nuevas (y
burguesas) virtudes no deben limitarse de ningún modo a ese lugar
histórico y las vestiduras ideales ahí encontradas:
La habilidad de concentrar los pensamientos y la disposición central de sentirse
“comprometido con relación al trabajo” se encuentran vinculadas con frecuencia en
una subjetividad economizada que calcula con la ganancia y su crecimiento, y se
controla con moderación y sobriedad, lo que acrecienta la capacidad de rendimiento.
El fundamento para cualquier comprensión del trabajo como fin en sí mismo, como
“vocación”, como la demanda el capitalismo, es aquí el más conveniente para abrir la
posibilidad de superar el tedio de la rutina y se ve habilitado por esta educación
religiosa. [...] El rechazo y persecución que encontraron por ejemplo los trabajadores
metodistas del S. XVIII en sus compañeros de trabajo no están relacionados con sus
excentricidades religiosas [...] sino con su “buena predisposición” al trabajo, como se
diría hoy (Weber, ob. cit.: 53).

[23]  En contraposición a Marx, falta cualquier tipo de crítica formal a esta sociedad del trabajo moderna,
cuyas formas básicas parecían a Weber tan evidentes como al movimiento marxista de los trabajadores y
a los economistas nacionales burgueses.

El socialismo del movimiento de los trabajadores nunca se alejó de esta


motivación fetichista cultivada por el antiguo protestantismo. Cuando este
hizo de la religión la autoridad del trabajo abstracto, el otro convirtió al
trabajo abstracto en una religión secularizada para el dios de la riqueza
nacional más allá de las necesidades humanas; y fue precisamente en
Rusia, que estaba en el umbral de la modernidad burguesa, donde el
socialismo resultó ser un reemplazo más o menos adecuado para los
momentos religiosos constitutivos del modo de producción capitalista en
Europa occidental desde la Reforma.

Cuando Alekséi Stajánov, el hombre que en una jornada de cinco horas y


45 minutos el 31 de agosto de 1935 en Donezbecken extrajera 102
toneladas de carbón, se convirtió en ejemplo y mito del trabajador, encarnó
a la vez el principio capitalista del gasto de fuerza laboral, en cuya traza se
propone al trabajo como un fin tautológico en sí mismo. El carácter
naturalista de la “ideología de las toneladas” expresa ese principio en
cantidades abstractas de materias y productos privados de sus cualidades
sensibles. Es premonitor el señalamiento de Thomas Mann, quien en junio
de 1919 anotó en relación a la composición de su novela La montaña
mágica:
Destaco en este contexto que la diferencia moral entre capitalismo y socialismo es tan
mínima, porque en ambos el trabajo vale como el principio más alto, como lo absoluto.
No se trata de hacer de cuenta que el capitalismo es una forma de vida improductiva y
parasitaria. Por el contrario, el mundo burgués no conocía término y valor más alto
que el del trabajo, y este principio moral se oficializa en el socialismo cuando se
convierte en un principio económico, un criterio político y humano, ante el cual uno
existe o no, y de manera tal que nadie pregunta por qué y para qué el trabajo posee esa
virtud y esa consagración. ¿O le da el socialismo un nuevo sentido y un fin al trabajo?
No que yo sepa. ¿Es el trabajo una creencia, un absoluto? No. El socialismo no está
por encima de la burguesía capitalista, espiritual, moral, humana ni religiosamente,
sino que es su prolongación. Es tan carente de Dioses como ella, puesto que el trabajo
no es divino (Mann, 1979: 268).

Esta afirmación sobre el trabajo abstracto no pierde valor por estar


expresada en el lenguaje del artista en lugar del crítico de la economía
política. Es un golpe esclarecedor en la cara del endiosamiento del trabajo,
que convirtió al socialismo del movimiento obrero en una “prolongación”
del principio capitalista en lugar de su abolición: la sociedad real en la
Unión Soviética se volvió la ejecutora histórica del principio del capital en
sí misma y en el cuerpo propio.

LA FORMA SOCIAL DEL SISTEMA DE PRODUCCIÓN DE


MERCANCÍAS
El principio protestante de la laboriosidad abstracta y desensibilizada no es
ético en sí mismo, sino que su ética específica deriva inversamente del
conjunto de formas sociales donde el trabajo se transforma primero a sí
mismo en una actividad autotélica y luego a la sociedad en una máquina de
expendio de fuerza laboral. Es justamente por tomarla como axioma
necesario que esta forma social que se le escapa no solo a Max Weber. Y es
recién desde esa forma, cuya determinación parece dar tantas dificultades,
que puede analizarse al trabajo en la modernidad como una especificidad
histórica más allá de una susceptibilidad ontológica de fondo.

Esta forma específica de ser del trabajo y su correspondiente comprensión


son irreconocibles en las formaciones sociales anteriores en la historia
humana, porque en ellas el trabajo, su producto y respectiva apropiación
aparecieron esencialmente en la forma concreta, inmediata y sensible de los
“valores de uso”, en el lenguaje de la política económica. Cuando el
trabajo, en el sentido antiguo de la labor, era la pena y la plaga en el
horizonte vital de las mayorías, su desarrollo dependía del relativamente
reducido estadio del desarrollo de las fuerzas productivas en el
“intercambio material con la naturaleza” (Marx); el trabajo era entonces
una necesidad impuesta por naturaleza, pero por eso mismo no era una
producción abstracta de fuerza laboral ni un fin en sí mismo para la
sociedad.

La lógica de esa necesidad se invirtió en el sistema de producción de


mercancías de la modernidad: en la medida en que las fuerzas productivas,
a través de la industrialización y cientifización, detonan los límites y
constricciones de la “primera naturaleza”, se vuelven una constricción
secundaria aplicada inconscientemente sobre la sociedad. La forma social
de reproducción de las mercancías se vuelve “segunda naturaleza”, cuya
necesidad se impone a los individuos con la misma ceguera y exigencia que
aquella “primera naturaleza”, aunque fuera creada socialmente.

Sociedad del trabajo como término ontológico sería una tautología, porque
en la historia de la socialización, sin importar sus derivaciones, solo podía
darse en la forma del trabajo. Una sociedad sin trabajo es una fantasía de
las representaciones inocentes del paraíso y las fábulas de la isla de Jauja.
Pero en el Renacimiento, el dinero dinamitó una brecha en la
correspondencia natural entre fatiga y riqueza productiva.
Que el trabajo vivo se convierta como producción de mercancías en un
trabajo muerto, “representado” (como expresaba Marx) en la forma
encarnada del dinero, es una obviedad para la consciencia moderna. El
dinero es de hecho una categoría real que se extiende a través de diversas
formaciones históricas, aunque la categoría subyacente de valor fuera
objeto de reflexión sistemática recién a partir de las teorías económicas
modernas. Como mercancías, los productos son cosas-valor
desensibilizadas y abstractas, y son intercambiadas en la sociedad solo en
esta forma extraña. En el contexto de la crítica marxiana de la economía
política, ese valor está determinado negativamente, cosificado, fetichizado,
desvinculado de cualquier contenido sensible concreto de los productos,
como formas de representación abstractas y muertas de un trabajo social
anterior, que en el movimiento inmanente de las relaciones de intercambio
se desarrolla hacia el dinero como “cosa abstracta”. Este valor es la marca
característica de una sociedad que no es soberana de sí misma.24

[24] Es característico para la ideología del movimiento de los trabajadores que el término crítico
marxiano del valor denunciado como forma fetichizada fuera convertido por inversión en la afirmación de
que “el trabajador crea valor”. Esa figura ideológica desdibuja totalmente la oposición irreconciliable
entre el valor de cambio fetichista y el valor de uso sensible es una grisalla incomprensible.

Por oposición a esto, la teoría burguesa inaugurada por los clásicos tomó
esta forma como un a priori y la abandonó sin haber querido siquiera
explicarla. Es que su obviedad aparente evidencia un carácter ontológico,
que no necesitaba ser aclarado teóricamente. Con ello, sin embargo, se
coarta la inversión por la cual la “primera” y “segunda” naturaleza se
habían intercambiado: es la inversión que constituyó todas las sociedades
modernas. Es ahí donde yace el carácter autotélico del trabajo moderno.

La mercancía premoderna fue totalmente distinta a la moderna. La primera


no podía constituir una forma de reproducción social, y siguió siendo una
“forma marginal” (Marx) en las relaciones de producción y apropiación
basadas en una economía natural no monetaria; en consecuencia, la
sociedad como tal tampoco era un sistema de producción de mercancías. El
trabajo que producía mercancías (por ejemplo las de los artesanos urbanos),
quedaba en el horizonte social del valor de uso: producía solamente para el
intercambio de productos concretos sensibles. En tanto puede decirse que
ese trabajo “se extingue en su valor de uso” (Marx), también lo hace a
través de la abstracción en el proceso de intercambio en el mercado.
Pero esto no se da de ninguna manera en el proceso productivo de la
mercancía moderna. El valor aparece aquí en una forma que hasta ahora no
había constituido una relación de producción, la forma de plusvalía, pero
no como una forma socialmente mediada de los valores de uso sensibles,
sino relacionada por oposición tautológicamente consigo misma: el
fetichismo se volvió reflexivo y construye así al trabajo como máquina
autotélica. El trabajo ya no “se extingue” en el valor de uso, sino que se
representa a sí mismo como movimiento propio del dinero, como la
metamorfosis de una medida de trabajo muerto y abstracto en una medida
mayor de trabajo muerto y abstracto (plusvalor) y así, como movimiento de
reproducción tautológico y autoreflexivo del dinero, deviene de esta forma
a la vez capital y moderno. En esta forma de ser del dinero como capital, se
disuelve el expendio de trabajo del contexto de la creación sensible de
valor de uso y se lo convierte en una actividad abstracta que persigue su
propia finalidad. El trabajo vivo aparece ya solo como la expresión del
trabajo muerto independizado, y el producto sensible, concreto, solo como
la expresión de la abstracción inmanente al dinero.

Los recursos humanos y materiales (fuerza de trabajo, herramientas,


materias primas y materiales) ya no pueden introducirse en el “intercambio
material con la naturaleza” con el fin de satisfacer las necesidades tan
sencillamente. Ya solo sirven a la reflexividad tautológica del dinero como
“más dinero”. Las necesidades materiales ya solo pueden ser satisfechas a
través de la producción inmaterial de plusvalía, que se impone ciegamente
como la producción de ganancia de la administración empresarial. El
mercado ya no sirve para facilitar el intercambio de bienes de uso, sino
para realizar la ganancia, es decir la conversión de trabajo muerto en
dinero, y el acceso a bienes de uso solo acontece como un fenómeno
secundario del verdadero proceso esencial que se realiza en el nivel
monetario.

El proceso vital individual y social es subordinado por entero a la terrible


banalidad del dinero y su movimiento autotélico, cuya superficie es
afirmada en escalas de variación históricas por la famosa economía de
mercado moderna. Detrás de la ligera subjetividad de intercambio en el
mercado se esconde el hombre del trabajo, que aparece en la forma cruda
de un Stajánov; y tras la fachada resplandeciente del envoltorio del valor de
uso está la característica del capital fetichista de los productos, que la
informa como una “gelatina de trabajo” espectral. Su forma de ser sensible
se convierte en algo secundario, un mal necesario en el proceso del trabajo
abstracto y del dinero.

La subordinación del contenido sensible del trabajo y de las necesidades


bajo la autorreflexividad ciega del dinero conlleva algo horroroso en sí
misma. Esta monstruosidad alcanzó su mayor expresión en el desarrollo de
la modernidad en medida creciente durante las crisis, cuando los recursos
materiales y humanos se retiraron de la actividad, porque
incomprensiblemente no lograban satisfacer aquel fin autoimpuesto de
transformar el trabajo vivo en dinero.

Por el otro lado, fue ese mismo desarrollo el que engendró las fuerzas de
producción modernas, en un proceso contradictorio en sí mismo, y
expandió las necesidades y posibilidades de los individuos de maneras sin
precedente. Los efectos secundarios imprevistos del sistema de producción
mercantil moderno recubrieron de momentos positivos, durante mucho
tiempo en su etapa de crecimiento, a su contenido negativo. Mientras
cumpliera con la “misión civilizatoria” (Marx), el sistema funcionaba,
superando todas las relaciones de producción estamentales, estáticas y
premodernas. Las crisis parecían ser meras interrupciones en su proceso de
crecimiento y en principio superables.

El movimiento moderno de los trabajadores tanto como su marxismo con


su correspondiente reflejo teórico, entra en esta constelación del sistema de
producción de mercancías en su inmenso crecimiento, y eventualmente
también la génesis de la versión real-socialista de la sociedad moderna del
trabajo, cuyo colapso acontece frente a nuestros ojos. Atrapado en el
horizonte histórico del ascenso del trabajo abstracto, no pudo superar su
carácter autotélico, ni material ni idealmente. El “mercado planificado” del
Este, ya desde su denominación, no dejó de lado las categorías del
mercado. En consecuencia, en el socialismo real aparecieron también todas
las categorías fundamentales del capital: salario, valor y lucro (la ganancia
en la administración de empresas). El principio básico del trabajo abstracto
no solo apareció, sino que ascendió al máximo. ¿En qué consistía la
diferencia sistémica que ahora comienza a disolverse? El socialismo real
nunca podría abolir la sociedad capitalista moderna. También pertenece al
sistema de producción de mercancías burgués y no disuelve esta forma
histórica de socialización en otra, sino que representa otro nivel de
desarrollo dentro de la misma formación epocal. Lo que prometía una
sociedad posburguesa del futuro terminó siendo un régimen transitorio
preburgués y estancado, en camino hacia la modernidad; un fósil
prehistórico del pasado heroico del capital.

EL PROCESO HISTÓRICO DE LA
MODERNIDAD
LA CREACIÓN DEL SISTEMA DE PRODUCCIÓN DE MERCANCÍAS
POR EL ESTADO

La diferencia sistémica que aparenta marcar el carácter no capitalista del


socialismo real convaleciente parece encontrase en la estructura de
comando estatal: la producción de mercancías está subordinada a
decisiones políticas previas. En el amanecer de la modernidad también
hubo en Occidente regímenes de transición al Estado, irónicamente tanto en
el absolutismo mercantilista como en el régimen de la revolución francesa
que lo depuso.

El Estado del absolutismo ilustrado, El comité de Salud Pública de


Robespierre y el régimen bonapartista en un imperio sintético se
diferenciaban solo gradualmente respecto de su función modernizadora
propia del capitalismo primitivo. Todos los partidos, ideas y poderes
pujantes que en aquel entonces tenían una base común, es decir, el rol
específico y el peso social del estatismo desde el siglo XVII hasta los
comienzos del XIX, difiere bastante del rol regulador y social del Estado
keynesiano y poskeynesiano en el siglo XX, aún cuando haya puntos de
contacto, superposiciones y similitudes ideológicas.

El Estado actual, de democracia de masas, social y creciente, se basa en


una estructura de socialización capitalista profundamente estratificada. Por
el contrario, el estatismo protocapitalista, mercantilista, tiene esa situación
todavía por delante. Primero tenía que lidiar con los productos en
descomposición del feudalismo, es decir, con relaciones productivas de
estructura mayormente agraria.

En relación con la reducida profundidad de la socialización capitalista, este


estatismo mercantilista no podía penetrar tan efectivamente hasta los poros
de la sociedad como lo hizo institucionalmente el Estado masivo del
capitalismo tardío. Por eso mismo debió pisotear con mayor marcialidad,
violencia represiva cruda y demandas ideológicas rígidas a la sociedad
existente. Recién cuando la sociedad capitalista se impuso y ya actuó solo
sobre sus propios fundamentos vale lo que Marx destacó como
característico d esta formación:
“La violencia extraeconómica inmediata se sigue usando, pero solo como excepción.
Para el curso corriente de las cosas el trabajador puede entregarse a las “leyes
naturales de la producción”, es decir, la dependencia del capital que emana de las
condiciones de producción mismas y se eterniza” (Marx)

Como en la violenta época primitiva del mercantilismo, la pretensión


extrínseca del Estado por falta de socialización intrínseca, se repite en las
formaciones del socialismo real, que se revela así como un régimen
modernizador protocapitalista en una sociedad burguesa atrasada. Esto se
visibiliza en ciertos fenómenos descubiertos por la glasnost, que vistos
desde Occidente se presentan como debilidades antediluvianas en las
capacidades de acción del Estado25sobre la sociedad.

[25]Que en la República Popular de China los recolectores de impuestos fueran apaleados por los
granjeros y encerrados en chiqueros corresponde con el genocidio de Estado en la Plaza de la Paz
Celestial (Masacre de Tiananmén) y los requerimientos crudos, militaristas del régimen para la economía
de mercado liberada. Estas contradicciones en el proceso de la modernización capitalista se encentran
también en los acontecimientos de la constitución histórica del capital en Europa occidental, de los que
solo nos falta el recuerdo concreto. Quien se extrañe ante los acontecimientos en Rusia y China, en lugar
de reconocer ene ellos el pasado de la sociedad del trabajo, la democracia y el estado social, es o bien un
maïf o ha caído totalmente bajo la ideología del capitalismo tardío.

Pero mientras el Estado regulador keynesiano deja a la economía de


mercado especializada preexistente tal como es, del cual es la vez producto,
limitando sus intervenciones sobre la actividad reguladora y administrativa
de su capacidad de funcionamiento, el estatismo mercantilista del
capitalismo primitivo asume el papel ilusorio de sujeto absoluto de una
sociedad y de su economía. Esto se repitió en niveles más elevados en las
pretensiones del estatismo en el socialismo real hacia fin de siglo.

El Estado absolutista de la modernidad temprana no inventó la política


económica, ni la economía nacional, de la riqueza sin sentido, para
mantener el sistema de producción de mercancías embrional en
funcionamiento dentro de su legalidad autoimpuesta. Quería más bien
subordinar a la “economía” como presunta criada, y la administración
económica nacional emergió solo por esta intención. Los señores feudales y
el ejército permanente de los monarcas absolutos, que por su parte fueron
productos de desarrollos anteriores que venían del renacimiento, ya no
podían financiarse con la producción agropecuaria de los dominios de reyes
y príncipes, que tradicionalmente componían su mayor fuente de ingresos.26

[26] Esta relación de fuerzas fue señalada con frecuencia: “No cabe duda que las guerras cada vez más
dispendiosas contribuyeron al desarrollo del mercantilismo. Con el fortalecimiento de la artillería, de los
arsenales, de las flotas de guerra, el ejército permanente y las fortalezas, los gastos de los Estados
modernos pegan un salto. Las guerras requieren dinero y cada vez más dinero, y convierten así a
acumulación del dinero, el aprovisionamiento de metales preciosos en la manía más pura y domina como
sabiduría al pensamiento y al juicio” (Braudel)

Para incrementar los ingresos de la realeza, fue necesario crear un sistema


impositivo general. Esta medida no trajo solo los rasgos básicos de una
economía financiera, sino que posibilitó también el incremento y el control
de la producción de mercancías como el objetivo principal de la
fiscalización impositiva, el estímulo de la exportación y el crecimiento
progresivo del proceso de producción de mercancías, expandiendo
constantemente los límites de las fuerzas productivas. La manufactura, la
división forzada del trabajo y el reclutamiento violento de trabajadores
asalariados entre los fragmentos sociales que dejaba el sistema feudal en
disolución llevaron a una nueva forma de producción, que hizo estallar los
objetivos limitados del absolutismo.

En su famoso capítulo sobre “La acumulación originaria”, Marx describió


los elementos que colisionan ciegamente en este proceso. Por un lado, el
capital monetario, que provenía del sistema colonial y del crédito del
Estado absolutista:
Hoy, la supremacía industrial implica la supremacía comercial. En el periodo
manufacturero, por el contrario, fue la supremacía comercial la que otorgaba el dominio
industrial. De ahí el rol predominante que tenía el sistema colonial entonces. Fue “el
Dios extranjero” quien se entronizó junto a los antiguos ídolos de Europa y un buen día
los empujo a todos del altar. Proclamó a la plusvalía como fin único y último de la
humanidad. El sistema de crédito público, es decir, de las deudas estatales, cuyo origen
descubrimos en Génova y Venecia ya en el Medioevo, se adueñó de toda Europa
durante el periodo manufacturero. El sistema colonial con su comercio marítimo y sus
guerras comerciales le sirvió de invernadero. […] El crédito público se convierte en la
palanca más potente en la acumulación originaria (Marx)
La deuda pública y con ella el momento estatista comopieza constitutiva de
la acumulación capitalista, que en el siglo XX se reb¡nueva y parece en
dimensiones mucho más violentas, se encuentra así ya en la prehistoria
moderna del posterior proceso de acumulación.

Por el otro lado, los elementos del trabajo asalariado moderno debieron
imprimirse con el uso inmediato de violencia estatal. La transformación
progresiva desde el siglo XV de los esclavos y siervos en asalariados
“libres” y la “liberación” social de las tierras a través de la caza brutal de
los granjeros independientes y arrendatarios, creando latifundios con esas
parcelas, solo podía operarse a través de la administración forzosa del
trabajo, la militarización y el terror estatal:
A los campesinos les fue expropiada su tierra y su suelo con violencia, fueron
acechados y convertidos en vagabundos a través de leyes grotescas y terroristas, y
fueron fustigados, marcados, torturados en la disciplina necesaria para el trabajo
asalariado (Marx)

De hecho, los “puestos de trabajo” que los trabajadores modernos se


esforzaban en conseguir, comenzaron literalmente en la penitenciaría y en
los cuarteles de trabajo:
“En Francia, los trabajadores, en particular los de las manufacturas reales, viven en
internados fabriles. “Los trabajadores de muchas manufacturas reales viven en
fábricas como los soldados viven en el cuartel, y salen solo durante los días festivos”.
Otros hablan del diseño estrictamente monacal de sus vidas. La duración de la jornada
y el horario laboral, el de las comidas, de las plegarias y del sueño estaban regulados.
Y aún así, esta disciplina de vida parece liviana en comparación con el trabajo en las
manufacturas de Alemania, donde un nombre frecuente en ellas es penitenciaría y
manufactura textil (Zucht-und Spinnhaus). Es decir, una parte importante de las
manufacturas centrales eran idénticas a las instituciones de encierro. Si, en Alemania
no solo se empleaba a los prisioneros como trabajadores textiles, sino al revés:
construían penitenciarías y se creaban prisioneros para obtener el producto de la
manufactura”. (Kuczynski)

Corresponde a la historia borrada del movimiento de los trabajadores que


no puedan descifrar las propias intenciones como momentos de la
modernización del trabajo penitenciario; esto se demostró notablemente en
el ejemplo de la Unión Soviética. En cada puja modernizante del sistema
productor de mercancías, e momento estatista avanza al primer plano en las
formas e investiduras más diversas. El absolutismo fue solo una de sus
apariencias más tempranas, pero no desapareció junto a ella.
El régimen revolucionario y el bonapartismo cambiaron los objetivos
sociales y las ideologías legitimadoras, pero solo para convertir a la
producción de mercancías ya extendida por el absolutismo en uno de sus
propios fundamentos. En la comprensión de os protagonistas cambió el
sujeto estatista. Sin embargo, se le dio rienda suelta a la autorreflexión
ciega del dinero, un proceso histórico que recién comienza hoy a entrar en
su estadio final.

Fue Alexis de Tocqueville quien entrevió esas relaciones y las representó


de una manera hasta hoy insuperada. En su obra El antiguo régimen y la
revolución, poner en evidencia que el quiebre con el ancien régime no fue
tan absoluto como aparentó; que al identidad interna del absolutismo y la
revolución francesa, cuya oposición radical marca solo un punto de ruptura
en un proceso de base homogéneo, marca su punto de partida teórico para
deshacer las ilusiones ideológicas de los revolucionarios:
Yo estaba convencido de que ellos, sin saberlo, conservaron las actitudes, costumbres y
también las ideas del viejo Estado, con cuya ayuda realizaron la revolución que lo
destruyó y que, sin quererlo, usaron sus escombros para construir el edificio de la
nueva sociedad (Tocqueville)

Este punto de vista está emparentado con el de Marx. La crítica de la


ideología de Tocqueville le deja reconocer y remarcar la continuidad
despótica:
[U]no entiende entonces la monstruosa violencia centralizada, que unificó e incorporó
en sí a todos los componentes de la autoridad y la influencia que anteriormente habían
estado diseminados en una serie de violencias, órdenes, clases, profesiones, familias e
individuos a través del cuerpo social. […] Mirabeau ya había visto esta forma simple,
regular u generosa a través del polvo de las instituciones destruidas. A pesar de su
tamaño, el objeto era entonces invisible a los ojos de las masas; pero en general el
tiempo lo hizo visible para todos. Actualmente constriñe sobre todo la visión de los
príncipes. Lo observaban maravillados y con envidia, no solo quienes deben sus
puestos a la revolución, sino también aquellos que le fueron extraños y quienes se
opusieron con decisión; todos están motivados a cambiar la desigualdad de derecho y
a destituir privilegios. Mezclan los estratos, igualan sus diferencias, colocan a
funcionarios en los lugares de la aristocracia, la uniformidad de las leyes en lugar de
libertades locales, el régimen homogéneo en lugar de las violencias múltiples .
(Tocqueville)

La “uniformidad” y “homogeneidad” del cuerpo social instaladas tanto por


el absolutismo como por la revolución no es otra cosa que su preparación
para el sistema de producción de mercancías naciente. Lo magnífico en
Tocqueville es que ya reconoce estas relaciones, aún cuando (como analista
de la “superestructura política”) no extraiga de ella categorías para una
crítica económica como un Marx; justamente por eso puede ser leído como
un Marx de la crítica política a la institucionalidad de la democracia
moderna sobre la base de la forma productora de mercancías.Tocqueville
toma ya por precaria la ilusión de sujeto presente tanto en el absolutismo
como en la democracia, la voluntad de control del sujeto constituido en la
mercancía, frente a la abrumadora relación de fuerzas que carece de sujeto,
sin dejarse engañar por sus ropajes ideológicos. Sería difícil explicar desde
la propia conciencia:
“que todos los hombres somos arrastrados en nuestros días por una fuerza
desconocida [!], que buscamos regular y moderar, pero nunca podremos vencer y que
pronto levará impetuosamente a la destrucción de la aristocracia (…). Algunos creen
que este poder desconocido que no parece alimentarse de nada ni debilitarse por nada,
que nadie es capaz de frenar, que no puede frenarse a sí mismo [!] empujará a la
sociedad humana a su propia disolución total y concreta” (Tocqueville)

Esta lógica de la disolución se extiende más allá de la situación de aquel


entonces, ya que fue instrumentalizada por la reacción aristocrática con
fines contrarrevolucionarios transparentes. Tocqueville se refiere mucho
más al fin de este proceso de disolución en nuestro tiempo, cuando la
mónada del individuo abstracto se construyó prácticamente como
marioneta del proceso de desplazamiento sin sujeto de la forma mercancía:
Los hombres ya no se vinculan mutuamente a través de las castas, clases,
corporaciones o géneros y son más propensos a concentrarse en sus intereses
particulares, a pensar siempre solo en sí mismos y a retrotraerse en un individualismo
donde cada virtud pública es sofocada. El despotismo, lejos de combatir estas
tendencias, las hace irresistibles, ya que les sustrae a los ciudadanos la posibilidad de
la reunión, cualquier necesidad de comunicarse, cualquier posibilidad de actuar en
conjunto; los amuralla en sus vidas privadas (!). Ya tendían a segregarse: el
despotismo los aislaba; se enfriaban los unos a los otros: el despotismo deja que se
congelen. Dado que en la sociedad nada esta fijo, todos están constantemente tensos,
en parte por el miedo de sucumbir, en parte por el empuje a enaltecerse; y porque el
dinero se ha convertido en la característica principal que clasifica a los hombres y les
da una diferencia de rango, ha proporcionado aquí una gran movilidad, pasando de
una mano a la otra, cambia el estado de los individuos, ennoblece o rebaja familias, ya
no queda casi nadie que necesite ser obligado, con distinto grado de éxito, para
esforzarse a ganárselo. (Tocqueville)
Esta afirmación es muy llamativa, porque Tocqueville no habla como
ideólogo conservador o reaccionario de la alta aristocracia, sino como
defensor crítico de la nueva sociedad, cuya subordinación al “poder
desconocido” del trabajo abstracto y su movimiento tautológico no está
dispuesto a suprimir. Y por eso mismo la frase no es adecuada solo para el
sistema productor de mercancías de los siglos XVIII y XIX temprano, sino
con una brutalidad sorprendente también para los de su etapa final hacia
fines del siglo XX y XXI.

El verdadero despotismo de la modernidad es el absolutismo del dinero, sin


sujeto, es decir, del trabajo abstracto y su utilización en la economía
mercantil. El despotismo histórico tanto de los príncipes absolutos como de
la revolución francesa, lejos de imponer con egoísmo sus propios objetivos
a la voluntad estatizante, fue la partera de este fenómeno fetichista
absoluto. Tuvo solo la función de amurallar en celdas a los hombres en su
privacidad abstracta luego de liberarlos de sus cadenas medievales, donde
todavía hoy residen en comodidad, y cuya mampostería entre tanto se
agrieta y desmorona. Cuando los hombres occidentales se asustaban y
horrorizaban frente a, por ejemplo, la “hormigas azules” de China, los
“soldados trabajadores” bajo un comando despótico veían también el
pasado de su propia sociedad a destiempo: el estado embrional d e los
sujetos que ellos hoy son en día.

La ilusión de sujeto de la modernización burguesa creada por el


absolutismo, y continuada por la revolución francesa y por el
bonapartismo, que empezó a debilitarse en Occidente hacia fines del siglo
XIX27, fue heredada a principios del siglo XX una vez más por la
revolución rusa de octubre y el socialismo real que la sucedió, cuyo disfraz
ideológico velaba solo por necesidad propia la verdadera relación
material. La teoría de Tocqueville sobre la identidad del “antiguo régimen”
y “Revolución” en el proceso de la modernización burguesa es aquí todavía
más acertada. Dadas las condiciones relativamente altas de desarrollo del
sistema de producción de mercancías en Occidente, sobre todo en relación
con la competencia en el mercado mundial, cada empuje modernizante en
regiones del mundo todavía no desarrolladas toma el carácter de un
desarrollo retrasado, a destiempo, particularmente violento, en el cual no
se repite solo el estatismo de la modernidad temprana, sino que lo hace con
mayor pureza, consecuencia y rigurosidad que en los hace tiempo
olvidados orígenes occidentales28.

[27] Esto se reconoce en los cada vez más terribles filósofos de la crisis de la subjetividad burguesa
formada por la mercancía, a más tardar desde Kierkegaard y Nietzsche, continuando con la filosofía
vitalista hasta el existencialismo. El avance de estos filósofos de la crisis corresponde a la desubjetivación
real del sistema social, hasta la desorientación poskeynesiana actual.

[28]Trotsky que permaneció encerrado en el estatismo modernizante, no tiene idea de lo que dice cuando
llama “bonapartista” a la burocracia estalinista con una intención de denuncia (“traidores de la
revolución”), mientras la analogía apunta en realidad a su carácter análogo en la historia de la formación
del sistema de producción de mercancías. Algo similar vale para el concepto de “bonapartismo” de
Ausgust Thalheimer en relación con el fascismo alemán, que no solo (sin quererlo) desmantela la
afinidad estructural del socialismo soviético y el fascismo, sino también señala el déficit conceptual en la
crítica de la economía política de los marxistas del movimiento de los trabajadores.

EL ESTADO RACIONAL DE FICHTE Y SU REFLEJO EN


SOCIALISMO REAL.

Las ideas ideológicas son en sí más consecuentes y lógicas que la realidad


social, la cual reflejan de forma distorsionada y cambiada. Por eso, dentro
de la sucesión histórica de las formaciones sociales, solo pueden ser
siquiera reconocidas y descifradas como realizadas o al menos realizables
en la realidad de una fase de desarrollo posterior, ya que fueron justamente
su anticipación. La filosofía clásica alemana ofrece, por ejemplo, desde
muchas perspectivas y bajo muchos ropajes, también de forma
epistemológica, reflexiones directas e indirectas sobre la lógica de la
mercancía moderna como anticipación de las etapas de desarrollo
posteriores. Esta relación de fuerzas aparece en ocasiones totalmente
descubierta en escritos sobre el Estado o sobre la teoría económica.

Se vuelve notorio cuando se contrasta la realidad del Estado del socialismo


real en la primera mitad del siglo XX con las más avanzadas teorías
sociológicas y reclamos de la época mercantilista tardía, representada sin
igual en Alemania por los escritos de combate de Fichte sobre el “Estado
mercantil cerrado”, escrito en el otoño de 1800, cuyas ideas centrales son
sorprendes. El “Estado racional” asume ya la existencia de un sistema de
producción de mercancías, es decir, los “productos” son producidos como
“mercancías”, mediados por el intercambio; sin embargo:
“el gobierno de esta nación debe calcular la magnitud del comercio que tiene lugar [!],
tanto como la cantidad de manos que ocupa en total y en cada una de sus ramas, de
encontrar tal distribución necesaria […]. En un Estado organizado según las bases
descritas, ningún comercio puede vender mercancías sin contar con su pronta venta, ya
que la producción y fabricación condicionada por las necesidades posibles ya está
calculada en las bases del Estado. El comercio puede hasta forzar la venta. De tal
manera que un comercio se asegura proveedores, puede asegurarse clientes
determinados. […]En este Estado todos son sirvientes del Todo. Ninguno puede
enriquecerse descomunalmente, pero tampoco puede empobrecer. […]El Estado debe
poder calcular que una cantidad determinada de mercancías llega al comercio, para
asegurar su provisión continua y la satisfacción de las necesidades de los más
perjudicados. […] Debe establecer y garantizar el precio de la mercancía [!]” (Fichte)

El intento de realizar el Estado racional fichteano de la producción


planificada de mercancías comenzó recién 120 años más tarde. De esta
manera parece evidente que el colapso actual de la economía soviética
señala antes el fracaso final del idealismo alemán burgués que la
obsolescencia de la crítica marxiana de la economía política, 29 que el
socialismo real solo pudo tomar como referencia cruda y superficial. Esta
relación sorprendente se fortalece cuando tomamos la definición fichteana
de “propiedad” junto a la producción planificada de mercancías
característica de su “Estado racional”, y el derecho al trabajo que
convertiría al trabajador por primera vez en un ciudadano del Estado:
“Qué más puede darle el Estado? Aparentemente solo la garantía de conseguir trabajo
o la venta de su mercancía, por los cuales debería obtener una parte correspondiente
de los bienes del país. Solo a través de esta garantía se une el Estado a él. Pero esto no
puede ser garantizado por el Estado si no tiene los números de quienes trabajan en la
misma rama productiva, y si no se ocupa de construir el sostén necesario de todos. […]
El Estado, digo yo, debe garantizar seguridad, debe garantizar esto. Decir que esto se
va a resolver por sí mismo, que cada uno encontrará pan y trabajo, y dejarlo llegar a él
por pura suerte, es insostenible desde una constitución legal” (Fichte)

[29]Al menos cuando se toma el texto fichteano literalmente. Sin importar aquello, la filosofía alemana
clásica (incluyendo también la de Fichte) contiene una riqueza de pensamientos todavía poco clara, que
por momentos parece disparar por encima de la inmediatez de su contemporaneidad, quizás hasta por
encima de los límites del en aquel entonces todavía incomprensible sistema de producción de mercancías.
Esto contiene no solamente a la crítica marxiana de la economía política, sino también pensamientos que
hasta hoy permanecen irreconciliables. Esto diferencia a Fichte de las miserables trivialidades tanto de los
epígonos marxistas como de los economistas de nuestra época, que se han vuelto “realistas” en el sentido
más lamentable del término.

Mercado planificado y derecho al trabajo (lo que inversamente significa:


deber de trabajar bajo dirección estatal) del programa central
socioeconómico del socialismo real es de hecho un mercantilismo
ideológico, marcado programáticamente en el amanecer de la modernidad.
Y Fichte nombra también la tercera característica decisiva de la economía
de Estado:
“Todo intercambio con el exterior debe estar prohibido a los súbditos [del Estado] y
debe ser de hecho imposible. No hace falta evidencia para demostrar que el comercio
de los súbditos con el extranjero en el sistema comercial descrito sencillamente no
cuadra. El gobierno […] debe establecer y garantizar el precio de la mercancía.
¿Cómo podría hacerlo con extranjeros, ya que no puede establecer los precios para
ellos, como aquellos que viven en su tierra y compran las primeras materias? […] Así,
el “Estado racional” es un Estado de comercio cerrado, un reino cerrado de las leyes y
los individuos. […] Si un Estado tuviera necesidad de comerciar con el exterior,
solamente el gobierno podría realizarlo” (Fichte)

Entonces, también el monopolio del comercio exterior del socialismo real


correspondía al programa derivado del mercantilismo. Todas las
características decisivas y supuesta formas de la base no-capitalista del
socialismo de Estado soviético (y todos sus regímenes emparentados) del
siglo XX ya estaban prefigurados en el capitalismo y su ideología del
progreso al alba de la industrialización, no le son esencialmente extraños al
capital o al sistema de producción de mercancías, sino que son marcas
estructurales de sus propio nacimiento histórico. Por eso tienen que
repetirse allí donde se nacimiento se realiza de nuevo. Para hacerlo, la
crítica a la economía política de Marx no fue en absoluto necesaria, cuando
todo lo esencial del socialismo ya se encontraba, una generación, en
Fichte.30

[30] El socialdemócrata Jean Jaurès ya lo había establecido cándidamente hacia fines del siglo pasado:
“Fichte fue el primero en esbozar la teoría del valor, que Marx después desarrolló. Mientras Marx aparece
para Schumpeter como epígono de Ricardo, según Jaurès lo es de Fichte. El descubrimiento de que este
pensador ya había formulado una teoría del valor trabajo, se cortocircuita con la autocomprensión
afirmativa del movimiento de los trabajadores. Con eso queda desfalcado que la teoría marxista contenga
una crítica radical al fetichismo del valor. Así no puede sorprendernos que Fichte fuera tan apreciado por
los nacionalsocialistas como por los ideólogos del movimiento de los trabajadores.

El capitalismo, es decir, el movimiento propio del dinero como sistema de


producción de mercancías liberado y convertido en sistema de producción
social, no disponía de una “libertad de mercado” pura desde el principio,
como sostienen los ideólogos tanto de derecha como de izquierda. Podría
hablarse mucho más con nuevos argumentos de un movimiento pendular de
elementos constitutivos contradictorios en la historia de la modernización
burguesa, en el cual los momentos estatistas y monetaristas se disuelven e
interpenetran31. Las teorías de la convergencia reflejan por entero esta
relación de fuerzas, sin dudas de forma atenuada; pero no como forma en
movimiento de un conflicto de base irresoluble en la modernidad, sino
como una conciliación ecléctica y desconceptualizada de la contradicción
central.

[31] Fernand Braudel habla desde el desconocimiento de su época: “Sin respuesta unívoca quedan entre
otras la pregunta con frecuencia repetida sobre si el Estado no habrá beneficiado y acelerado el
capitalismo. Con todas las reservas que puedan tenerse sobre la madurez del Estado contemporáneo,
debemos sin embargo afirmar que entre los siglos XV y XVIII extiende su influencia sobre todos y todo,
que cuenta entre las nuevas fuerzas europeas. ¿Pero sirve para explicar ya todo, subordina todo a su
orden? ¡No, y otra vez no! Sin duda que apoya y beneficia al capitalismo, pero la frase se puede expresar
desde la perspectiva opuesta para afirmar lo contrario, que el Estado inhibe el capitalismo y que a la vez
se ve obstaculizado por él. Ambas afirmaciones son correctas […] ya que la realidad comporta
complicaciones previsibles e imprevisibles” (Braudel, 1986: 613). El Estado aparece aquí como principio
abstracto, como ser independiente, que le es externo “al capitalismo”, en lugar de ser en su forma
moderna un momento constituyente y a la vez inmanente del capitalismo. Aquí se demuestra cómo los
“nuevos historiadores” (y no solo ellos), mediante la diferenciación científica, predican tan irremediable
falta conceptual, como si de tanto contra árboles dejaran de ver el bosque. No es una relación de
contradicción externa de Estado y capital, cuyo momento el Estado ya es, como en las historias más
tempranas de la construcción de esta formación social.

Estado y mercado se condicionan recíprocamente, pero no como el balance


ideal de los momentos de socialización civilizatoria, sino que se
institucionalizan como un antagonismo violento, enemistados al punto de la
eliminación mutua y la catástrofe. Cautivos en la ceguera de su propia
determinación formal, los sujetos trabajan a favor de su propia liquidación.

El verdadero conflicto básico de la modernidad no entre el “trabajo” y “no


trabajo”, como siempre supuso el ingenuo movimiento de los trabajadores
y el marxismo de la lucha de clases, sino entre el contenido social y la
forma antisocial, inconsciente del mismo trabajo. La subordinación de
todas las escalas de valor y los objetivos humanos, en general de todas las
necesidades sensibles, a la movilización de trabajo muerto sin cualidades,
de convertir un Marco32 en dos, esta exigencia monstruosa del sistema
productor de mercancías presenta la contradicción institucional permanente
entre Estado y mercado como representación externa de sus oposiciones
internas. El desgarro interno del sujeto burgués se manifiesta en su
existencia doble, como ciudadano y en lo referente a su relación con el
dinero.

[32] N. del T.: “Marco” era el nombre de la moneda de la Alemania Federal cuando Robert Kurz redactó
este texto.
El Estado, que junto al dinero es la otra palanca de enajenación, adquiere
así por su cuenta una naturaleza doble. Se lo ve históricamente en su etapa
moderna temprana, absolutista, tanto como en la revolucionaria-burguesa y
dictatorial, por un lado, como el partero del sistema de producción de
mercancías, por el otro como su componente inmanente; institucionalmente
sirve por un lado para asegurar las condiciones contextuales del
capitalismo, por el otro, avanza como instancia reguladora en el proceso de
reproducción del trabajo muerto, tan pronto los sectores “improductivos”
de la infraestructura (ciencia, basura, sistema de salud y asistencia social,
educación, reparación de los procesos de destrucción socioecológica, etc)
empiezan a crecer más que la estructura de locomoción propia del dinero;
ideológicamente aparece el Estado por un lado como Moloch, “come
hombres” y leviatán monstruoso, que amenaza con violar constantemente
la “verdadera” subjetividad burguesa, y por el otro como deus ex machina,
como instancia de conciliación para todas las fricciones y lamentos de la
socialización negativa.

Esta contradicción entre Estado y mercado, que se reproduce a sí misma


como contradicción interna del Estado, en tanto se representa como
oposición implacable de la modernidad, genera esa fluctuación histórica en
donde estatismo y monetarismo dominan con alternación, sin nunca llegar a
un equilibrio de reproducción sin trastornos: desde el estatismo de la
modernidad temprana al liberalismo manchesteriano y el “Estado vigilante”
del capital industrial creciente; luego del estatismo de la economía de
guerra de la época imperial al estado anticrisis del keynesianismo y
finalmente a su reacción monetarista y la “desregulación” global, que hoy
mismo parece obsoleta33. Al final de su historia, el sistema de producción
de mercancías pierde sospechosamente el aire. Estatismo y monetarismo se
alternan cada vez más rápidamente, como demostraremos.

[33] La percepción de la época que concluye a través del filtro del momento contradictorio dominante es
tan característica para la conciencia burguesa como para la de la izquierda, en lugar de reconocer la
complementariedad opuesta de estos momentos como pate del proceso histórico de la modernidad.

El socialismo del movimiento de los trabajadores no pudo resolver el


programa de la crítica marxiana de la economía política, ya que su tiempo
todavía no había llegado (el mismo Marx se hacía sistemáticamnete
ilusiones al respecto). En lugar de eso, el socialismo real repitió una vez
más las ideas de Fichte para el mercantilismo tardío y las “realizó”.
Inevitablemente debía enfocar y aferrar sus intereses al Estado moderno,
aquel producto y máquina productora de mercancías, que con un cambio de
signo a través de la “toma de conciencia de clase” creía poder
instrumentalizar para la liberación de la clase trabajadora.34

[34]El anarquismo y sus corrientes relacionadas (sindicalismo etc.) ofrecen al mainstream del
movimiento de los trabajadores una alternativa solo en apariencia, porque justifican su oposición al
Estado con ideologías de una producción de mercancías “autodeterminada” y “justa” (Proudhon, por
ejemplo), es decir, se confunden la legislación del sistema de producción de mercancías con la co-
dependencia interna entre la forma mercancía y el Estado moderno. Este tipo de inmanencia burguesa es
complementaria al marxismo de Estado social y representa la parte liberal o monetarista de la
contradicción burguesa en el movimiento de los trabajadores, que reproduce así las contradicciones entre
Estado y mercado, estatismo y monetarismo, sujeto de derecho y sujeto de comercio en su propio sustrato.

LA ECONOMÍA DE GUERRA ALEMANA Y EL


SOCIALISMO DE ESTADO

SOCIOLOGISMO EN LA LUCHA DE CLASES Y ENVOLTURA


FORMAL BURGUESA

La ilusión del Estado social se encuentra de manera ejemplar en Lenin,


quien declaró al Imperio Alemán como modelo para la economía soviética
naciente, aunque otro poder social condujera la suya. Es conocida su
celebración del correo alemán como modelo organizativo para la
transformación socialista en su texto El Estado y la Revolución, escrito
hacia fines del verano de 1917:
“Un ingenioso socialdemócrata alemán de la década del 70 del siglo pasado dijo que
el correo era un modelo de economía socialista. Esto es muy exacto. Hoy, el correo es
una empresa organizada al estilo de un monopolio capitalista de Estado. El
imperialismo va transformando poco a poco todos los trusts en organizaciones de este
tipo. En ellos vemos esa misma burocracia burguesa entronizada sobre los “simples”
trabajadores, agobiados por el trabajo y hambrientos. Pero el mecanismo de la
administración social está ya preparado aquí. No hay más que derrocar a los
capitalistas, destruir, con la mano férrea de los obreros armados, la resistencia de
estos explotadores, romper la máquina burocrática del Estado moderno, y tendremos
ante nosotros un mecanismo de alta perfección técnica, libre del “parásito” y
perfectamente susceptible de ser puesto en marcha por los mismos obreros unidos,
contratando a técnicos, inspectores y contables y retribuyendo el trabajo de todos
éstos, como el de todos los funcionarios “del Estado” en general, con el salario de un
obrero”

Lenin avanza la idea un poco más en su artículo Acerca del infantilismo


“izquierdista” y del espíritu pequeñoburgués de mayo de 1918, donde ni
siquiera intenta liberar del “capitalismo de Estado” al ominoso y
formalmente indeterminado “mecanismo de la conducción económica
social” bajo la presión de las relaciones materiales, sino que en adelante
pretende directamente instrumentalizarlo:
“El capitalismo de Estado es incomparablemente superior desde el punto de vista
económico, a nuestra economía actual. Eso en primer lugar. Y en segundo lugar, no
tiene nada de temible para el Poder soviético, pues el Estado soviético es un Estado en
el que está asegurado el Poder de los obreros y de los campesinos pobres... Para
aclarar más aún la cuestión, citaremos, en primer lugar, un ejemplo concretísimo de
capitalismo de Estado. Todos conocemos ese ejemplo: Alemania. Tenemos allí la
“última palabra” de la gran técnica capitalista moderna y de la organización
armónica, subordinada al imperialismo junker-burgués, Dejad a un lado las palabras
subrayadas, colocad en lugar de Estado militar, junker, burgués, imperialista, también
un Estado, pero un Estado de otro tipo social, de otro contenido de clase, el Estado
soviético, es decir, proletario, y obtendréis toda la suma de condiciones que da como
resultado el socialismo. El socialismo es inconcebible sin la gran técnica capitalista
basada en la última palabra de la ciencia moderna, sin una organización estatal
armónica que someta a decenas de millones de personas a la más rigurosa observancia
de una norma única en la producción y la distribución de los productos. Nosotros, los
marxistas, hemos hablado siempre de eso, y no merece la pena gastar siquiera dos
segundos en conversar con gentes que no han comprendido ni siquiera eso (los
anarquistas y una buena mitad de los eseristas de izquierda)”

Tales afirmaciones son extremadamente características no solo de Lenin y


los bolcheviques, sino de todo el movimiento de los trabajadores (también
en Occidente), incluidos los más inmediatos “radicales de izquierda” que se
oponían a Lenin en las disputas que siguieron. El fundamento teórico e
ideológico de ese modo de pensar es una comprensión extrañamente
sociologista de la socialización y de las formaciones sociales históricas. A
la teoría marxista devenida marxismo vulgar le fue sustraída la crítica
formal al sistema de reproducción burgués moderno; el agudo desarrollo
crítico marxiano de la forma-mercancía que culmina en el fetichismo fue
eliminado, proscripto a un más allá teórico e histórico, se lo declaró
oscurantista o se lo degradó a mero fenómeno de la conciencia subjetiva.
En el lugar de un concepto para la forma del sistema productor de
mercancías y la historia de sus condiciones apareció una comprensión tan
abreviada de la “lucha de clases” como supuesto fundamento último de la
socialización que el constitutum se transformó en constituens, el fenómeno
derivado de las clases sociales fue convertido en un hecho incuestionable.
No se criticó propiamente al capital, sino más bien a “los capitalistas”, que
debieron aparecer como sujetos personales de la relación social d ela
mercancía, en realidad carente de sujeto. Las “clases”, mistificadas como
metasujetos sociales, adquirieron así un carácter llamativamente familiar,
como los dioses de la antigüedad que se representaban con caracteres muy
terrenales.

Así, la categoría social analítica de la “clase trabajadora” se convirtió en


una persona colectiva inmediata con identidad consistente, que actúa
históricamente con independencia de las personas realmente empíricas. La
identidad de la clase encontró su fundamento en una ontología del trabajo
errónea, como se comprendía como momento y elemento del fetichismo de
la mercancía, sino en un sentido casi bíblico (más precisamente protestante)
como ser eterno de la humanidad, que solo puede ser violado desde afuera
por los sujetos de los “explotadores” de los “capitalistas”. Inversamente
podía verse del otro lado la supuesta liberación de las relaciones con el
capital como pérdida de poder de los “capitalistas”, o en el peor de los
casos como una liquidación jacobina35; la posición de los críticos “radicales
de izquierda” de Lenin es aquí mucho más burguesa-jacobina: proponían
impunemente la “eliminación total de la burguesía” como supuesta
alternativa al “capitalismo de Estado”.

[35]El rasgo burgués jacobino de los bolcheviques (lo que implicaba naturalmente un carácter girondino
de sus contrincantes mencheviques) no solo es señalado con frecuencia, sino también sostenido por ellos
mismos y especialmente por Lenin. Que esto les pareciera una comparación histórica gloriosa, aunque su
propia revolución correspondiera a “un contenido de clases distinto”, es solo una reproducción irónica de
su equivocación en un metanivel. El término personalista y acortado sociológicamente de “contrincante”,
que lo hacía parecer histórico, rebaja la solución y caracteriza al jacobinismo bolchevique como una
repetición de carácter esencialmente burgués en las condiciones materiales de principios del siglo XX

La argumentación de Lenin necesitaba resultar plausible para la


comprensión del viejo movimiento de los trabajadores. Cuando el trabajo
afirma como fundamento positivo cada “socialismo” pensable, sin importar
su determinación formal sociohistórica, esto debe ser válido para las
categorías básicas del sistema de producción de mercancías también. Una
conceptualización completa del trabajo abstracto como forma del capital
falta (no solo) en Lenin. Para ello reapareció una reflexión positiva en una
comprensión grosera, borrosa y desconceptualizada como la “contabilidad
económica” o “mecanismo de conducción social de la economía”,
cortocircuitando con “‘la última palabra’ en técnica moderna del gran
capitalismo” (!) y “la más moderna ciencia”, finalmente como la simple
“organización planificada del Estado”.

En estas construcciones conceptuales se esconde una de las lógicas del


capital en contra de una comprensión naïf y desorientada, que hoy podría
denominarse “sociotecnológica”36. Tomar la sociedad de la revolución de
octubre como un “laboratorio gigante” fue una metáfora corriente no solo
para los bolcheviques. El supuesto socialismo parecía ser una labor externa,
cuando violenta, de reorganización, que sería realizada de la misma forma
por el sujeto “correcto” en lugar del falso “latifundista-imperialista”.

[36] Alcanza dar un vistazo al índice de las obras completas de Lenin para establecer que en ellas no hay
ni la pista de una tematización del valor económico y de la crítica marxista al fetichismo; la
determinación histórica de esta inocencia teórica aclara ya que el marxismo occidental la ha arrastrado
hasta nuestros días, descontando intentos aislados, poco claros, solitarios y a la larga poco fructíferos.

Aún con la mejor voluntad, el sujeto mistificado de la “clase trabajadora”


no pudo despertar a la vida; y la actividad de las “masas trabajadoras” de
los soviets se resecó en la misma medida en que esas masas se vieron
atraídas al movimiento del expendio de fuerza laboral: dado el débil
desarrollo de la productividad, no solo de manera irremediablemente
forzada, sino que tuvo, que ser impuesta en contra de la pesada inercia de la
producción agraria de subsistencia. Así, el partido se convirtió en la
encarnación del sujeto de clase metafísico, que hubiera sido imposible
desenmascarar ideológicamente como la máquina de modernización
burguesa: el terrorismo asesino de Stalin se declara en contra de la vieja
guardia de los bolcheviques (de los cuales todos, Trotski en primerísimo
lugar, podría haberse convertido en otro Stalin).

En tanto el partido se amalgamó con la economía de guerra burocrática-


estatista creada por ellos mismos, podía justificar cualquier acción como
representante de la clase trabajadora sobre la tierra, sobre todo las más
absurdas y represivamente sanguinarias. El partido, que “siempre tiene la
razón”, creó así su comprensión de una nueva sociedad socialista, que no
era más que el reclutamiento retrasado y forzoso de una clase trabajadora
moderna siguiendo el mandato del Estado.
Los escépticos y críticos socialistas y marxistas, que en la Unión Soviética
fueron liquidados por el aparato estalinista de forma jacobina, repitiendo a
la Revolución Francesa, tampoco tenían una alternativa histórica para
ofrecer, ni estaban en condiciones de comprender conceptualmente el
proceso social que se desarrollaba frente a sus ojos. La orientación
trotskista de la “revolución proletaria en Occidente” era solo una ilusión,
porque el socialismo en un solo país y especialmente en la Rusia
“subdesarrollada” sería imposible, mientras en Occidente las condiciones
objetivas y subjetivas eran sofocadas por considerarse ya alcanzadas.

En realidad, el desarrollo de las capacidades productivas capitalistas


parecía estar en también en Occidente todavía lejos del punto de entrar en
crisis. Las revoluciones occidentales y los movimientos de masas al final
de la primera guerra mundial pertenecían tanto como la revolución de
octubre a la historia del establecimiento del sistema de producción de
mercancías y no a su superación por crisis internas. Los sujetos de estos
desarrollos era ya hombre modernos constituidos en el capitalismo, y sus
discusiones estaban marcadas por las contradicciones del sistema de
producción de mercancías, pero estas contradicciones parecían todavía
insuperables. Estas convulsiones tenían que evaporar y disolver también en
Occidente los restos y la escoria duros e inamovibles del feudalismo, el pre
y el protocapitalismo, las estructuras sociales y relaciones de dependencia,
formas legales y condiciones; tan propio de la época de las guerras
mundiales y la historia del desarrollo capitalista, que recién después de
1945 pudo desarrollarse como sistema inmediato, mundial e idéntico a sí
mismo.

El colapso del Imperio Alemán y la monarquía de los Habsburgo, la


erradicación del voto de tres clases de Prusia, el avance sucesivo del voto
femenino también en los países occidentales, etc., estaban en el programa,
no de la superación del sistema de producción de mercancías que por eso
tampoco fue formulado teóricamente por los “radicales de izquierda”
trotskistas, etc. (descontando unos pocos acercamientos abstractos y
oscuros); y por eso mismo la supuesta radicalidad quedó presa de la
mistificación de la clase trabajadora.

Esta relación de fuerzas evidencia la escasa maduración de la socialización


mundial del capitalismo. Según el mismo marxismo habría que aplicar lo
que Marx dijera ya en su Contribución a la crítica de la economía política
de 1859:
“Una formación social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las
fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su
lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de
existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia antigua
sociedad. De ahí que la humanidad siempre se plantee sólo tareas que puede resolver,
pues considerándolo más profundamente siempre hallaremos que la propia tarea sólo
surge cuando las condiciones materiales para su resolución ya existen o, cuando
menos, se hallan en proceso de devenir”

El fin de la primera guerra mundial no podría tratarse de la superación del


sistema de producción de mercancías o del capital, sino por el contrario de
la continuación de su expansión. En ningún lugar de occidente existían las
fuerzas productivas que podrían haber posibilitado la abolición de la clase
trabajadora, es decir, una desarticulación de la reproducción social del
sistema de dispendio abstracto y masivo de fuerza laboral. La alternativa
hubiera sido siempre el retorno a formas agrarias de pobreza y crudeza
premoderna37. Por eso también los críticos radicales de izquierda fueron
incapaces de representarse una sociedad revolucionaria de una forma
distinta a la de una “autocracia de la clases trabajadora”: una contradicción
en sí misma, una imposibilidad lógica porque las decisiones autónomas de
la sociedad sobre el valor de uso, respectivas al contenido de las
necesidades y la forma de ser de la disposición de las fuerzas laborales, se
excluyen mutuamente.

[37] Entre tanto esta opción se ha vuelto, para los fundamentalistas del ecologismo “críticos de las
fuerzas productivas”, con total seriedad, una discusión posible, naturalmente solo como una producción
ideológica al costo, explicable solo a partir de la distancia histórica respecto de tales relaciones que se ha
vuelto tan grande como para transfigurarse. El movimiento de los trabajadores y los bolcheviques de
1917, que creyeron tenerlas frente a sus ojos, con total justificación, no podía desperdiciar ideas en una
opción tan graciosa, reaccionaria y antiemancipatoria.

La famosa fórmula de Lenin sobre el comunismo como “poder de los


soviets más electricidad” no expresa solamente una comprensión
extremadamente tecnológica de la emancipación social, sino que refleja
una contradicción que entonces era irresoluble: los “trabajadores” como
tales no podían “gobernar”, porque no existe un fondo social de tiempo
para ellos y porque primero es necesario dejar de “trabajar” para poder
“gobernar”; si esto fuera posible, entonces no sería necesario ningún
“gobierno”, se habría vuelto, en un sentido social, completamente
superfluo. La “autocracia de la clases obrera”, sin importar su signo
ideológico, solo podía transformarse en una dictadura modernizante
burguesa y jacobina. Irónicamente y contradiciendo todas las leyendas de la
izquierda radical, la revolución proletaria nuca tuvo lugar en Occidente
justamente porque Occidente ya se había desarrollado y no necesitaba a la
modernización burguesa para dar su próximo paso..

Los comunistas (“leninistas”) y socialdemócratas occidentales, los


hermanos enemistados del antiguo movimiento de los trabajadores, no
coincidían solo en la compresión cautiva de la ideología de la sociedad de
los trabajadores, de la base y de la socialización, sino que fueron idénticos
en su función histórica y como fuerzas burguesas modernizantes de la
sociedad del trabajo. Para esta tarea, en Occidente alcanzó la
socialdemocracia y su política, mientras el subdesarrollo relativo de Rusia
requería medios más radicales. Solo por ello se explica el cisma, tanto
como la hoy reprochable “reunificación” que declara la socialdemocracia 38
unida que explica que este modelo histórico ha perdido sus objeto porque la
historia de la modernización burguesa ingresa en su crisis final.

[38] Esta reunificación socialdemocrática tuvo lugar primeramente en la forma del retorno arrepentido
del hijo leninista-comunista arrepentido: en toda Europa oriental, los símbolos de la estrella, hoz y
martillo, etc., fueron arrancados y los partidos socialistas militarizados se renombraron con rapidez
“socialistas” o “socialdemócratas”; de la forma más grotesca en el ya históricamente obligado casamiento
SPD y KPD en el SED, que quería convertirse tras un salto mortal ideológico en el partido del socialismo
democrático. Este escándalo se evaporará en la medida en que la crisis de la función modernizante de la
socialdemocracia llegue a su fin y se enfatice la propaganda de tolerancia social también en Occidente.
Mitras el “modelo sueco” sea concebido por exleninistas como perspectiva, está mortalmente enfermo en
su propia patria.

En alguna medida, los mencheviques socialdemócratas trataron


correctamente el carácter “objetivamente burgués” de la movilización en
Rusia, y aún más de lo que podían suponer; por supuesto que solo en el
sentido lógico y no en uno histórico y empírico. Porque en Rusia, el
objetivo de la modernización burguesa no podía ser realizado por un agente
responsable, por usar el término sociológico, de la “burguesía liberal”, que
en la historia revolucionaria de Rusia tenía solo un rol marginal. Solo un
partido de los trabajadores con una limitación dura respecto del capitalismo
occidental podía, en esa circunstancia, hacer emerger un desarrollo
capitalista retrasado.

En la “práctica”, los bolcheviques tuvieron razón, pero debieron engañarse


respecto del verdadero contenido de la revolución, a través de la ilusión
leninista del primado de la política. La voluntad política del partido debía
reemplazar la supresión del trabajo abstracto que en la práctica resultaba
imposible. De este modo podían, intercambiarse la identidad interna entre
“capital” y “trabajo”, en función de los soportes sociales e institucionales
de sus “máscaras de carácter” Charaktermasken, Marx) del sistema de
producción de mercancías, que puedan sistemáticamente fuera de foco. Así,
el comunismo se convirtió en una ideología proletaria que legitimaba una
modernización burguesa retrasada.

De hecho, los ventrílocuos de Lenin confunden, sin importar su bandera, el


Ser histórico de la revolución de octubre, justamente porque comparten la
ilusión leninista y proyectan al pasado las alternativas como si yacieran en
las elecciones voluntarias “correctas” o “erradas” de los sujetos en la
disputa. La liberación de las leyes coercitivas de la mercancía, es decir, la
superación de una determinación ciega, externa a los sujetos, está en sí
mismo condicionada. Hasta hoy, la tarea de los correctores de la historia de
izquierda o de la democracia radical estuvo mal formulada. Quinees
proponen de forma ahistórica e ilustrada la “autonomía”, “autogestión” y la
“democracia de base” sin conceptualizar la estructura fetichista básica del
sistema de producción de mercancías, hará valer al cielo el ideal burgués de
la libertad, igualdad y fraternidad en contra de la realidad burguesa. Esta
ilusión subjetiva burguesa no expió nada de su carácter mágico desde la
revolución francesa, y por eso sigue sonando sin descanso39.

[39] El tratamiento de la Historia como una queja respecto del pasado, cosa que ha hecho increíblemente
mal cuando podría haberlo hecho mucho mejor, es una característica típica del pensamiento iluminista, tal
como medir el pasado según principios prácticos abstractos, cuyo desarrollo histórico no reflejan en
absoluto. Este pensamiento subordina siempre al sujeto burgués y lo proyecta a los acontecimientos de la
modernidad, sin notar que la modernidad entera es en sí misma primera la historia de la constitución de
esa forma de subjetividad

EL PROBLEMA DEL ORIENTALISMO

Los radicales de izquierda, o los iluministas tardíos de la izquierda


burguesa, no hacen mucho mejor al reprocharle a bolchevismo que realizó
tan poco de los de los ideales burgueses como la misma burguesía, como
aquellos críticos de segunda línea que quieren vincular el estatismo
bolchevique con la “tradición asiática”, a los momentos despóticos del
zarismo y su herencia social (Deutschke, 1974; Bahro, 1977, entre otros).
Así reprimen y encubren las raíces y momentos estatistas y despóticos del
propio pensamiento iluminista democrático y su fundamento social; y
borran, quizás sin quererlo, las huellas históricas del sistema de producción
de mercancías occidental.

Solo un pensamiento superficial por analogías puede confundir al


despotismo asiático con el régimen de modernización de la economía de
guerras, copiado en realidad de Occidente, y que no tomaba como
referencia a Iván el Terrible, sino al mucho más terrible Correo Alemán.
Naturalmente, es fácil reunir las apariciones del despotismo en la historia
mundial bajo un concepto vacío y formal unificante; así se puede comparar
igual de bien al bolchevismo con los faraones y eso es lo que pasó, por
ejemplo, con los críticos de las fuerzas productivas del anarquismo
aristocrático, como puede reconocerse en la matriz ideológica de Lewis
Mumford en El mito de la máquina. No logra conceptualizar una sola
formación social existente con la historia de sus condiciones y de su
desarrollo.

Los fundamentos de la socialización del despotismo asiático son muy


diferentes de aquellos del sistema de producción de mercancías moderno y
completamente irreconciliables con estos. La producción agraria de
subsistencia y el “pastoreo” de una casta señorial centralizada, una
economía natural de cultivos de riego, “sociedades hidráulicas” (Wittfogel)
con burocracias administrativas coronadas despóticamente40 no tienen a la
mercancía y al dinero como nexo social básico. El estatismo de la
modernidad, por el contrario, aun cuando evidencia similitudes formales
con el despotismo oriental en estudios de desarrollo determinados, es muy
por el contrario un momento constitutivo del individuo formado por la
mercancía, abstractamente libre, cuya heteronomía interna real no crece de
la “fuerza de voluntad burocrática” sino de las leyes coercitivas de la forma
mercancía y el dinero.

[40] Wittfogel también intenta convertir su investigación sobre las “sociedades hidráulicas” en los
despotismos orientales en una crítica al bolchevismo y la sociedad soviética; su propuesta es tan inviable
así como todas las demás y parte de las mismas premisas occidentales incuestionables de la democracia y
las premisas del sistema de producción de mercancías.

Si es en las economías de guerra del Imperio Alemán y de los demás


Estados imperialistas del sistema de producción de mercancías, tanto como
en las economías de guerra de la segunda guerra mundial, cuando reaparece
el estatismo de la época mercantilista y de las revoluciones de la
modernidad primitiva con una nueva forma en un estadio más elevado de
desarrollo, donde los críticos tanto liberales como de izquierda denuncian a
la “burocracia capitalista”, “el nuevo orden mundial”, etc., como
característica negativa estructural (Jacoby, 1969), tras esta aparición no se
esconde un burocratismo autóctono de proveniencia despótica, sino la
consecuencia de la misma libertad democrática: la cosificación
administrativa forzada por la locomoción propia del dinero y la (quizás
arrepentida) consecución de los juicios que aparecen en esta legalidad
como una “segunda naturaleza”.

El estatismo despótico de la sociedad soviética que emergió estaba


orientado en contra de las bases económicas y sociales del despotismo
oriental de la herencia zarista; las afirmaciones repetidas de Lenin sobre la
necesidad de aprender de la cultura, la ciencia y la administración burguesa
de Occidente, de adoptar sus formas, están en armonía no solo con la
función modernizadora de la revolución de octubre, sino también con las
formas estatistas. Los restos del orientalismo fueron destruidos con los
mismos medios estatistas de la socialización moderna a través de la
mercancía, y remodelados como fragmentos disgregados de una sociedad
burguesa en el estatismo protomoderno occidental:
“Mientras la revolución tarde aún en “nacer” en Alemania, nuestra tarea consiste en
aprender de los alemanes el capitalismo de Estado, en implantarlo con todas las
fuerzas, en no escatimar métodos dictatoriales para acelerar su implantación más aún
que Pedro I aceleró la implantación del occidentalismo por la bárbara Rusia, sin
reparar en medios bárbaros de lucha contra la barbarie” (Lenin. Acerca del
infantilismo "izquierdista" y del espíritu pequeñoburgués)

Esta afirmación del ya mencionado artículo Acerca del infantilismo


"izquierdista" y del espíritu pequeñoburgués refleja la verdadera naturaleza
de la Revolución de octubre mejor que lo que podría haber admitido.
Porque de hecho, al igual que ya antes de la revolución francesa los
mismos príncipes y reyes había impulsado la pérdida de poder de la
nobleza, un desarrollo del cual serían próximamente víctimas, los “zares”
modernizantes” lo hicieron con desarrollos en contra del orientalismo,
decapitando a los boyardos; tanto como la revolución francesa retomó y
expandió el estatismo mercantilista, la revolución de octubre tomó los
momentos encontrados, no del despotismo oriental, sino de la estatalidad
de la modernidad primitiva para erigirlos sobre la expansión de la
producción mercantil que los proyectos industriales zaristas ya habían
comenzado. Solo un pensamiento “clasista” atrapado en el sociologismo
podría perder de vista la identidad formal de la modernidad en las distintas
etapas de su desarrollo, con los “sistemas de gobierno”, formas estatales y
“lucha de clases”.

La referencia del despotismo oriental es una maniobra evasiva que borra


los rastros sangrientos de la democracia occidental. La violencia ejemplar
de la modernización burguesa soviética se deja explicar en cómo condensó
en un brevísimo tiempo una época de doscientos años: mercantilismo y
revolución francesa, proceso de industrialización y economía de guerra
imperialista. No es sorprendente que esta sociedad se militarizara hasta los
poros, que no solo tomara al “capitalismo de Estado” de la economía de
guerra alemana, son también la pulsión militarista prusiana, la disciplina y
la obediencia, alcanzándolo al nivel de ideal instrumentalizable, revestida
de una ideología de legitimación “proletaria” en apariencia opuesta.

LA PROPIEDAD DEL CAPITAL EN LA “ACUMULACIÓN


SOCIALISTA ORIGINARIA”

Si bajo el régimen estalinista se usó por un tiempo la pena de muerte por


las llegadas tarde, para macarle a las masas agrarias de Rusia la restricción
de la disciplina fabril, no se trató de la extensión lineal de la “militarización
de la economía” trotskista en el tiempo de guerrillas, sino del reflejo del
violento proceso de modernización de la acumulación originaria de capital,
como la describiera Marx con características similares para la Inglaterra de
la industrialización. Hoy, desde otra perspectiva, los intentos
increíblemente retorcidos y toscos de legitimación ideológica pareen
demasiado chocantes y grotescos, como para que los marxistas críticos
(tanto en la Unión Soviética como en Occidente) quisieran salvar la
violenta acumulación de trabajo abstracto desencadenada como alternativa
“socialista”.

Esto les fue posible naturalmente porque no asociaban la trascendencia


posburguesa a las formas en la base de la reproducción social, sino a la
aparición de ese “proletariado” mistificado. Preobrazhensky, más tarde
condenado y ejecutado por “trotskista”, había creado el término de
“acumulación originaria socialista”41. Pero aún los marxistas occidentales
de la oposición sostuvieron hasta hace mucho después de la segunda guerra
mundial las formas de represión más espantosas de la acumulación de
capital en nombre del proletariado metafísico, en contra del proletariado
empírico:
“La dictadura del proletariado es necesaria para la clase trabajadora también en el
estadio del “socialismo”, al menos hasta que la clases trabajadora supere las
perspectivas y costumbres del capitalismo. Hasta que las formas de pensar y actuar
nuevas, socialistas y colectivas hayan sido incorporadas por las masas en la carne y en
la sangre. Es también respecto de la misma clase trabajadora y las demás clases
productivas que hasta ese momento no se puede imponer la dictadura del proletariado
sin violencia y medios represivos” (Brandler)

[41] ¿Acumulación de qué? Eso debería haberse preguntado desde el principio. Naturalmente de capital,
pero esto no parece haber molestado a los marxistas. “Acumulación originaria socialista de capital”, tal
conceptualización sin sentido evidencia solo que el “capital” y así la forma fetichizada y cosificada del
proceso de intercambio con la naturaleza aparece como cosa neutral, no especifica a la formación
(social), a la cal tanto los “capitalistas” como el “proletariado” podrían aparentemente relacionarse sin
problemas.

Afirmaciones de tono de la el comunista alemán Heinrich Brandler


demuestran como el pensamiento de la clase trabajadora está atrapado en el
fetiche del capital, también en Occidente, desde el mismo comienzo de la
tradición estatista de la modernidad primitiva. El “socialismo” era idéntico
para tal mentalidad al “buen Estado” colectivizado en el sentido de Fichte.
Así se puso de cabeza la crítica marxiana a la economía política. Solo en
ese clima ideológico, representado en Alemania por Lasalle, podría tenerse
a la ética protestante como ideal del futuro y defender casi todas las
medidas terroristas de la acumulación originaria en la Unión Soviética
como una necesidad para superar al capitalismo.

El problema de una modernización burguesa retrasada fue reescrito como


“problema del socialismo real”, hasta el derrumbe contemporáneo de esa
ilusión histórica. Leído correctamente y desvestido de su mistificación
ideológica, queda completamente clara la inevitable formulación del
problema, expresada por Stalin unívocamente, como en el manual de
Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética Bolchevique:
“Por supuesto que tales construcciones nuevas demandaron inversiones millonarias
[…] Nuestra tierra no era rica en aquel entonces. Ahí encontramos uno de nuestros
mayores obstáculos. Los países capitalistas se preocuparon por construir su industria
pesada a través del ingreso de medios de fuentes extranjeras: el saqueo de las colonias,
contribuciones de pueblos derrotados o préstamos extranjeros. La Unión Soviética no
podía por principio tomar de esas mismas fuentes, como el saqueo de pueblos
coloniales o derrotados, para reunir los medios para la industrialización. Respecto de
los préstamos internacionales, esa fuente estaba cerrada para Unión Soviética, ya que
los países capitalistas se negaban a hacerlo. Hubo que encontrar los medios dentro del
país” (Stalin)

Si no se trata de la “construcción del socialismo” sino más bien de una


construcción retrasada del capitalismo, Stalin tiene toda la razón. Por lo
menos una parte de los medios para la acumulación originaria histórica de
Europa occidental fue conocida a través de la expansión colonial desde el
siglo XVI (en particular la cantidad de oro robado de Sudamérica). Tales
vías no estaban disponibles ya para la Unión Soviética. Pero si el capital
dinerario debía conseguirse exclusivamente “dentro del país”, significaba
que el “material humano” debía ser exprimido sin piedad para lograr la
rigurosa producción de riqueza abstracta, para convertirse así en dinero o
plusvalía.

No fue solo la falta de medios externos lo que forzó la presión de


acumulación interna, sino también el carácter retrasado de todo ese
proceso, que exigía un gasto considerablemente mayor que la acumulación
originaria en Occidente. Es fácil de comprender que en esta constelación
específica, el estatismo tuvo un rol mucho más grande que en Occidente.
Aquello que a los observadores burgueses les pareció siempre un momento
del “socialismo”, que Fichte había proclamado como el “Estado racional”,
debía volverse realidad. Stalin es unívoco en ese sentido:
“Y los medios se encontraron en la Unión Soviética. En la Unión Soviética se
encontraron las fuentes de la acumulación, como no las conoce ningún estado
capitalista. El Estado soviético contaba con todas las empresas y todas las tierras, que
la revolución socialista de octubre había sustraído a los capitalistas y latifundistas, con
todos los medios de transporte, los bancos, el comercio interior y exterior. Las
ganancias de las fábricas estatales, del sistema de transporte, de comercio, de los
bancos, ya no fueron utilizados por la clase parasitaria de los capitalistas, sino para la
continua expansión de la industria. […] Todas estas fuentes de ingreso estaban
disponibles para el Estado soviético. Podían dar millones y miles de millones de rublos
para la construcción de la industria pesada” (Stalin)

Con total inocencia teórica, Stalin describe la lógica de la acumulación del


sistema productor de mercancías, que produce “ganancias” abstractas
encarnadas en la forma del dinero más allá de las necesidades sensibles.
“Poco” dinero se convierte, a través de su propio movimiento en los
procesos de administración empresarial, en “más dinero”, que bajo el
comando del Estado (expropiado de la “clase parasitaria” de los viejos
“capitalistas”) ya no se presenta más como capitalismo. El “capitalismo de
Estado” tan pobremente conceptualizado por Lenin y tan mal delimitado
por el “socialismo” se diluye en el concepto del socialismo del antiguo
movimiento de los trabajadores para formar el Ser real del régimen de
acumulación estatal.

EL CONGELAMIENTO DEL ESTATISMO Y LA MILITARIZACIÓN


DE LA SOCIEDAD.

Bajo las condiciones de partida diferentes a comienzos del siglo XX, el


estatismo modernizante bolchevique debía diferenciarse considerablemente
de las apariciones comparables en la historia de Europa occidental, sobre
todo en un punto: el ciclo estatista no podía ya ser absuelto por uno
monetarista, el movimiento senoidal esbozado más arriba en el proceso
contradictorio de la modernidad burguesa quedaba aplazado en la Unión
Soviética. El carácter particular, retrasado del proceso capitalista de base,
obligó al régimen a ser más absolutista que el absolutismo y todavía más
orientado a la economía de guerra. La ideología del trabajo “protestante”, la
militarización de la sociedad y la economía comandada por el Estado del
“mercado planificado” se petrificaron, la mano de barniz que le dieron a la
reproducción social se endureció y se convirtió en la mortaja de cualquier
posibilidad de desarrollo posterior a largo plazo.

La época del nacimiento y crecimiento de la Unión Soviética hasta llegar a


ser una potencia mundial fue también en Occidente una época estatista: las
economías de guerra de las guerras mundiales (que habían sido el ejemplo
de la “nueva economía” bolchevique), la hasta entonces desconocida
intervención del Estado en la economía durante la crisis económica
mundial, la economía alemana planificada y fascista de los años veinte, el
triunfo del keynesianismo en la ciencia económica y la construcción
ideológica del paradigma del Estado social hacían parecer que el estatismo
particularmente riguroso y consecuente de los soviéticos estaba en la punta
del proceso general y final de la socialización mundial.

Sin duda, la tendencia estatista fue comprendida en la historia precedente


de la modernidad, por sus características sociales e ideológicas, no como un
elemento integral del proceso capitalista, sino como su polo opuesto y su
potencial abolición. El momento de esta abolición parece haber llegado,
también para quienes se oponían a tal posibilidad. Si los marxistas
tradicionales veían la “preparación inmediata del socialismo” en la
tendencia del estatismo, a pesar de sus sisma político, es decir desde
Hilferding hasta Lenin, los críticos de la burocratización y del totalitarismo,
como Horkheimer y Adorno, veían el mismo desarrollo al revés, como la
“supresión incorrecta de las contradicciones capitalistas” en el terreno del
capital mismo. El “estado autoritario” total (Horkheimer) parecía ser la
tendencia general que llevaba al detenimiento general de la modernidad.

Esta perspectiva permaneció inaccesible desde la inmediatez del


acontecimiento histórico, cargada de valores positivos o negativos en la
tradición de reflexión inmanente burguesa desde el “Estado de comercio
cerrado” de Fichte. En realidad, el estatismo no podía ser de ninguna
manera la última palabra de la modernidad; en el siglo XX fue todavía un
momento transitorio del proceso de contradicciones capitalistas que no
podía abolirse sobre su misma base. De hecho, las economías de guerra y
demás apariciones del estatismo moderno occidental no podrían haber
desarrollado raíces tan profundas como en la Unión Soviética. La actividad
de los procesos mercantiles no habían estado nunca completamente bajo el
comando estatal, la relación entre Estado y mercado nunca se había
solidificado del todo. El control estatista ya se había aflojado en el periodo
de entreguerras; y el paradigma keynesiano entendía al Estado
expresamente como una asistencia reguladora del mercado y no como el
sujeto que lo controlara en general.

Era previsible entonces que la ya largamente acostumbrada apreciación del


dinero y la estructura de su propio movimiento forzara un nuevo cambio en
Occidente. Tras la segunda guerra mundial comenzó el nuevo ascenso del
paradigma monetarista en distintas etapas, en términos de la teoría
económica, el largo roll back del neoliberalismo. Empezando con la figura
simbólica del “milagro económico” de le economía de mercado de Ludwig
Erhard y se du “economía de mercado social”, hasta los filósofos
antisociales que militaban por el monetarismo como solución a la crisis,
tomando la forma de las doctrinas sociopolíticas del thatcherismo y las
reaganomics, la tendencia estatista y hasta keynesiana se debilitaron cada
vez más.

El Estado autoritario en su expansión mundial tuvo tan poca capacidad


para superar las contradicciones internas del capitalismo que llevan a las
crisis como la nueva tendencia monetarista. Esta nueva vuelta en el proceso
de la modernidad burguesa es en sí misma una reacción a nuevos
fenómenos de crisis, que la concepción preexistente del estatismo ya no
puede enfrentar, y que por eso encontrará igualmente su fin y provocará un
contragolpe estatista, en tanto la crisis mundial se acentúe y la tendencia
monetarista muestre sus propias deficiencias específicas. Mientras más nos
acercamos a las limitaciones de la sociedad moderna del trabajo abstracto,
desde perspectivas ecológicas y económicas, tanto más rápido y más
decepcionante será la sucesión de olas estatistas y monetaristas.

Pero es precisamente esta flexibilidad en las formas de reacción social, esta


habilidad de cambiar de posición en el desastroso proceso de contradicción
capitalista, la que por otro lado extiende el fin, que prolonga la vida del
capital y el derrotero de la crisis creando formas temporales de controlarla.
El capital controlado desde afuera en el estatismo en las economías de
guerra petrificadas del socialismo real no posee sin embargo esa capacidad.
La realización del “Estado racional” burgués mercantilista y la eternización
de la economía de guerra pasarían de ser una máquina de desarrollo a un
cúmulo de chatarra estancado, incapaz de reaccionar. La crisis de la
sociedad del dispendio de trabajo abstracto pega primero, más fuerte y sin
misericordia, en las pizas menos móviles, petrificadas en el estatismo del
sistema mundial de producción de mercancías.

Este derrumbe se muestra más trágico en la periferia occidental de la Unión


Soviética, y sobre todo en el Este de Alemania. Porque en estas regiones, la
estatización total del capital no podía retrotraerse a la racionalidad histórica
relativa de un desarrollo retrasado de la sociedad burguesa moderna; por lo
menos Alemania y Checoslovaquia (y en parte también Hungría y Polonia)
ya habían alcanzado, más o menos, ese estadio, por lo menos al punto
donde el proceso de modernización del capital podría haber seguido
trabajando sobre sus propias bases. La colectivización forzada de estas
sociedades en la esfera del estatismo soviético fue entonces reaccionario y
contraproductivo, sobre todo al principio, como testimonia explícitamente
la larga cadena de levantamientos populares y movimientos de masas desde
principios de los años cincuenta42.

[42] También desde esta perspectiva, el marxismo supuestamente crítico de Occidente no hizo más que
una apología, acentuando tan inocentemente el “antifascismo” de las estatizaciones forzosas y el régimen
de comando central, que desde afuera resulta vergonzante. El “antifascismo” barato se convirtió después
de la segunda guerra mundial en el término usado para contener a muchos acontecimientos y desarrollos
incomprendidos y reprimidos

Este estatismo importado, neomercantilista, de la economía de guerra


encontró sobre todo en la República Democrática Alemana una tradición
interna sobre al cual apoyarse. En el desarrollo propio de Occidente, de
todas las sociedades modernas fue la alemana, por así decirlo, siempre la
rezagada, y por consiguiente, el momento estatista del capital se desarrolló
aquí con fuerza. No es casualidad que la economía de guerra del Imperio
fuera la más pronunciada, y por lo tanto la más interesante para los
bolcheviques, y tampoco es casualidad que la economía planificada fascista
se pareciera en Alemania, de entre todos los países occidentales, más al
“Estado racional” fichteano con su “mercado planificado”. El régimen de
proveniencia bolchevique, instalado con violencia, como vástago del
proceso de una socialización burguesa retrasada, encontró en Alemania las
huellas ahora borradas de una tradición emparentada con la modernidad
primitiva.

Este régimen “típicamente alemán”, pero establecido desde afuera y


protegido por un batallón de trabajadores burócratas, sentados tan
incómodamente sobre sus bayonetas, podía –y ahí está la fantástica ironía
de la historia- relacionarse con momentos, tradiciones y estructuras de
pensamiento de la propia sociedad, a pesar de que la retórica revolucionaria
y progresista estuviera desvencijada, solo en tanto movilizara los
contenidos reaccionarios, prusianos, guillermistas (y en algún punto
también fascistas): el “paso ganso” del Ejército Popular Alemán
simbolizaba más que una mera herencia militar.

El estatismo bolchevique y el prusiano, los abortos de la historia del


desarrollo retrasado del capital de distintas épocas, se reunieron y
penetraron hasta los poros de una sociedad, convirtiéndose en un
conglomerado particularmente revulsivo. Así emergió una mezcla del
correo alemán, un campamento de boyscouts permanente de la cuna hasta
el cajón y una economía de comando militarizado. Si la economía soviética
tenía que llevar la economía de guerra al extremo, la RDA se volvió más
soviética que los soviets y por eso mismo más prusiana que Prusia. La
economía del paso de ganso y socialismo militarizado se extraviaron en la
evolución de la modernización capitalista, lo que en biología se entendía
como una pesadilla darwinista.
COMPETENCIA Y EMANCIPACIÓN

ILUSIÓN Y VERGÜENZA DE LA “ABOLICIÓN” DE LA


COMPETENCIA EN LA SOCIEDAD DEL TRABAJO

La matriz estatista y de la economía de guerra de, después de tantos años,


se le gravó al marxismo profundamente bajo la piel. La crítica marxiana
fundamental al sistema de producción de mercancías fue reprimida y
olvidada. Por eso en el discurso sobre el colapso del socialismo real, la base
compartida por ambos sistemas de la sociedad del trabajo aparece tan poco
en el panorama como su determinación básica; las deficiencias del sistema
de la economía de guerra ya fosilizado se miden contra su contrincante
occidental más desarrollado, pero no se critica la reproducción de la forma
mercantil como tal.

La izquierda, que se tropieza con su Waterloo, con un mundo conceptual


que aún para los más radicales emerge de la comprensión teórica de la vieja
socialdemocracia, comete errores colosales también en este aspecto. Lo
absurdo del “mercado planificado”, que desde siempre había estado
acechado por el sinsentido, se vuelve obvio, pero aún así se ve
distorsionado una vez más por una ideología a punto de estrellarse. Uno
desconfía de sus ojos y oídos cuando los economistas de la RDA, que
hacen ya tiempo luchaban infantilmente contra una “economía política del
socialismo”, afirman ahora categóricamente que lo que hicieron fracasar
fue una “economía natural” (!) o un falso “comunismo de la inmediatez”.
La economía de comando y de cuartel basada en la producción de
mercancías se confunde y se mezcla sistemáticamente con unan
reproducción social de forma no-mercantil, aunque todas las categorías
básicas del sistema de producción de mercancías siempre existieran; en
lugar de tomar su forma de ser críticamente, se las pone en el lugar de lo
impropio y se las escamotea de a poco, para poder saludarlas alegremente
en su nueva forma (occidental).43

[43] A la oscuridad conceptual que reina sobre la comprensión de la crítica de la economía política
marxiana, se le añade el término “economía natural”. Ya en los debates del socialismo hacia fines de la
primera guerra mundial se confundía la forma no-mercantil con una mera externa “eliminación del
dinero”: la lógica incomprendida de la basa del sistema de producción de mercancías no podía así
superarse, sino que se realizaba estatalmente en su forma cosificada sin el “velo del dinero”. Las raíces de
este debate no nacen de la crítica marxiana a la economía, sino de le economía nacional burguesa, que
aún hoy sigue discutiendo si es pensable un “sistema de intercambio mercantil” sin dinero o no; una
pregunta bastante desabrida.

Cuando se habla de categorías mercantiles “impropias”, de las que habría


que “apropiarse” para hacerlas funcionar, se confunde ideológicamente una
vez más el movimiento pendular de la conciencia y la historia burguesa real
entre estatismo y monetarismo. Dado que ahora [Kurz escribe el libro en
1991] le toca supuestamente su turno al momento monetarista, se denuncia
al momento complementario estatista como “falso”, obstructor y destructor
del “verdadero” mercado, lo que suena cómico en boca de personas que se
presentaban como marxistas estrictos. En realidad, el momento estatista
está presente en abundancia en Occidente, y a los turistas de la
administración de empresas de Polonia y la RDA se les debe haber saltado
los ojos al observar de cerca el sistema agrario de la Comunidad Europea.

El estatismo como elemento integral del sistema de producción de


mercancías reúne al socialismo real que se derrumba con Occidente en el
continuo de la modernidad, en lugar de representar un desarrollo errado,
externo y extraño. Esa continuidad va desde el absolutismo ilustrado hasta
el actual Estado de crecimiento económico, que incluye a la economía de
guerra del socialismo real, cuyo objetivo idéntico consiste en subordinar las
necesidades, propósitos y objetivos humanos a la riqueza nacional abstracta
en un sistema de producción de mercancías, cuyo incremento demanda la
orientación sistemática de los hombres a este objetivo “sin sentido”.

La diferencia sistémica no yace en el estatismo con frecuencia abjurado,


tampoco en su dominación temporal, que Occidente ya recorrió varias
veces, sino sola y exclusivamente en el detenimiento del movimiento
pendular tras el momento monetarista con su base y forma intactas. Esto no
comprende sola y exclusivamente en el detenimiento del movimiento
pendular tras el momento monetarista con su base y forma intactas. Esto no
comprende sola y simplemente la disponibilidad del dinero, sino la forma
de ser del dinero dentro del sistema productor de mercancías en el contexto
específico de la modernidad. Aquí, el dinero está vinculado con el
mecanismo funcional de la competencia, y es en ella que se expresa lo que
denominé como momento monetarista.

Curiosamente, en el socialismo real, sus ideólogos y apologetas estuvieron


siempre orgullosos de haber eliminado ese mecanismo. En la ideología
marxista del antiguo movimiento de los trabajadores, la competencia
figuraba como pura negatividad: por un lado moral, como principio
darwinista social y destructivo del “todos contra todos”; por el otro,
económico, como la conocida “anarquía del mercado”, que sería superada a
través de la “planificación racional”. Esta crítica económica al principio de
la competencia apoyada en la moral que se expresaba libremente contra la
base del sistema de producción de mercancías, quedaba sistemáticamente
desconectada de la pregunta por la emancipación social de la “clase
trabajadora”, en el sentido de su propia abolición, mientras el movimiento
marxista real, muy por el contrario, se afirmaba consecuentemente como
“trabajador”.

Aquí se encuentra un dilema hasta hoy irresuelto en el centro de la teoría


marxista. La afirmación marxiana del movimiento “de los trabajadores”,
“posición e los trabajadores”, “posición de clase”, etc., que se extiende a lo
largo de su obra, es verdaderamente irreconciliable con su propia crítica a
la economía política, que desenmascara a aquella clase trabajadora como
no ontológica, sino como categoría social constituida por el capital. La
ontología del trabajo y la crítica del trabajo abstracto se excluyen
mutuamente, tanto como la “posición del trabajador” y la crítica de la
forma del ser del trabajador.

Marx tuvo que lidiar en realidad con dos lógicas históricas distintas,
todavía no del todo distinguibles en su obra: por un lado, la toma de
conciencia de la verdadera fuerza laboral en el marco del sistema de
producción de mercancías, que a través del movimiento de los trabajadores
llevó a la emancipación capitalista de los asalariados de los resabios
feudales y patriarcales, es decir que los llevó a sus forma de ser
contemporánea como mónadas del dinero y ciudadanos del Estado; por el
otro lado, sin embargo, también a la movilización tautológica y
desubjetivada del dinero y sus limitaciones inmanentes.

Desde el punto de vista de la lógica del desarrollo histórico del sistema de


producción de mercancías, la “clase trabajadora” no podía pensarse en el
sentido de su propia superación. Los términos de la emancipación social
debían permanecer en el curso del sistema del trabajo abstracto y solo
podían comprenderse en sus propias categorías, expresados obviamente en
las frases moralizantes del derecho social, etc., que encontramos hoy
vigentes en el lenguaje desalmado de la administración laboral. El
momento racional pero hoy históricamente agotado de esta constelación fue
nada más que la emancipación de las masas hacia el trabajo asalariado
moderno, pero no de él.

Es por ello que este punto no pudo presentarse como una crítica concreta al
sistema productor de mercancías, sino que permaneció en la
indeterminación tendiente a la charlatanería ética. La crítica empírica, no
lógica de la forma de ser del trabajador implica una crítica de la
competencia igualmente inmanente, pegada a las apariencias empíricas: los
elementos de la crítica se contradicen lógicamente, no pueden transmitirse
teórica ni prácticamente de forma concreta y necesitan por eso la muleta
moral.

Por eso, la crítica de la competencia se hundió en un ocaso fatal.


Finalmente, la eliminación de la competencia no llevó de manera alguna a
la emancipación social.44 Los trabajadores siguieron siendo trabajadores
bajo el dictado de la economía oriental de cuartel tanto más que en la
economía occidental de competencia. Esto no permaneció oculto a aquellos
observadores críticos que no se dejaron cooptar como ideólogos de la
guerra fría ni como apologetas de la izquierda, en particular Adorno,
Horkheimer y su escuela. A ellos les parecía que la lógica de la base de la
sociedad del trabajo se había consolidado herméticamente en Occidente,
con una falsa racionalidad, con el estatismo del socialismo real y sus
formas emparentadas durante la época de las guerras mundiales, en un
“totalitarismo”, como si el comando estatista fuera una superación “errada”
de las contradicciones capitalistas e instalando el mecanismo del trabajo
abstracto eternamente como un sistema sin fricción y retroalimentado.
“Bajo los jacobinos, el capitalismo de Estado no superó su comienzo sangriento. Pero
Thermidor no superó su necesidad. Es reclamado en las revoluciones del siglo XIX.
[…] Y dado que en la batalla de junio los gremios y el reclamo del derecho al trabajo
no pudieron ser reprimidos dando rienda suelta a los generales, la economía de
mercado se mostró cada vez más reaccionaria. […] Bajo las condiciones de la gran
industria, la lucha se daba por quién heredaría la sociedad de competencia. Los
dirigentes de Estado clarividentes sabían tanto como las masas […] que esta había
terminado. La forma consecuente de los Estado autoritarios, que se liberaron de
cualquier dependencia del capital privado, es el estatismo integral o el socialismo de
Estado. Incrementa la producción de manera comparable solo al pasaje del
mercantilismo al liberalismo. […] Se elimina la circulación” (Horkheimer)

[44] Esto es visible en que no solamente los trabajadores subalternos, despreciados, sucios y/o mecánicos
en esta comprensión del socialismo no fueron eliminados, sino que fueron reconocidos como sus
portadores, como identificadores de ciudadanos “iguales” y hombres completos bajo la premisa de que
todos los trabajos contribuyen por igual a la riqueza nacional y por tanto otorgaban dignidad. Tras la
berretada d e la frase moral está naturalmente también la verdadera igualdad del trabajo abstracto y sus
mónadas de expendio como portadores de la verdadera fuerza laboral.

La referencia al pasado mercantilista y jacobino del comando estatista del


mercado podría haber llevado a Horkheimer a reconocer que la
competencia (el momento y motivo monetarista opuesto) no se deja por
ello excluir de la reproducción capitalista, que nunca había estado
realmente concluida. Desde esta perspectiva, Horkheimer quedó atrapado
en la comprensión tradicional (solo negativizada) del movimiento marxista
de los trabajadores y en la empiria de su época. Él no ve a toda la historia
de la modernidad como el proceso históricamente acuciante y
contradictorio del capital, irresoluble en su propio fundamento, sino como
un ascenso lógico, unilateral e irrefrenable del momento estatista hacia la
totalización, en la cual “se elimina la circulación”.

Esta ilusión es tan parecida como un huevo a otro, tanto a la representación


positiva de la posibilidad de un “mercado planificado”, como también a la
vuelta negativa contemporánea en donde la aparente falta de competencia
en el “mercado planificado” es vista espontáneamente como una economía
distributiva estatista (economía natural, comunismo de la inmediatez) sin
circulación. Se demuestra una vez más aquella llamativa ceguera teórica
que reproduce una forma de ser incorrecta de las categorías del mercado
que cree inexistentes. De ninguna manera puede la intención de planificar
la circulación significar lo mismo que su abolición.

La verdadera abolición de la circulación debería ser en todo idéntica


lógicamente con la abolición del dinero y la institución del mercado. Así
caería también la necesidad, hasta la posibilidad, del Estado, porque este no
es en la modernidad sino un momento contradictorio inmanente del sistema
de reproducción de mercancías. Quien se imagina la abolición de la
circulación de manera estatista y no puede salir de ese círculo vicioso
lógico, cree que es el Estado moderno el que ajusta el dinero y la
circulación (y así también al mercado), cuando es precisamente quien les
da rienda suelta y los impone.

El Estado moderno es el paréntesis institucional de la riqueza nacional


abstracta, para cuya acumulación sin sentido asumió todas las necesidades
e impulsos humanos en una voluntad colectiva externa a ellos. La forma de
ser de la riqueza abstracta, del trabajo muerto que se multiplica, es
justamente el dinero, que por su parte solo puede existir en el contexto del
mercado y la circulación. Si el Estado quisiera abolir el dinero y su
circulación, debería destruir su propio propósito.

DIVISIÓN DEL TRABAJO Y PRODUCCIÓN DE MERCANCÍAS EN


LA HISTORIA.

El mercado, el dinero y su circulación emergieron históricamente como un


vínculo social externo por encima del intercambio de productos de
productores no conectados en su labor inmediata; el mercado y el dinero
son así nada más que la expresión de una división laboral relativamente
poco desarrollada y todavía no completamente interrelacionada. Se
acostumbra ver esto exactamente al revés, pero entonces el patrón
comparativo puede usarse solo para sociedades que naturalmente se
reproducen sin división del trabajo45.

[45] Históricamente existieron las excepciones mencionadas por Marx de la India antigua y la sociedad
Inca, donde la división laboral erigida sobre el fundamento de la sociedad natural no comportó las
categorías de mercancía y dinero; la unión social forma aquí evidentemente instituciones religiosas, que
no tienen nada verdaderamente en común con el Estado moderno. Esta rama del desarrollo de la sociedad
no puede declararse perdida y “totalmente extraña” a la perspectiva civilizatoria; parece haber tenido por
contrario una división social del trabajo de bajo nivel(los Incas no conocían, por ejemplo la rueda). En
esta medida, solo se trata de excepciones que confirman la regla.

Tendríamos, por el contrario, que fijarnos en la división del trabajo en la


sociedad industrial para reconocer en las formaciones históricas originales
de las categorías del dinero y del mercado las contradicciones lógicas del
sistema moderno de producción de mercancías. No se comportan de
manera tal que a los sistemas de división laboral altamente desarrollados
les corresponda una expansión y generalización de las formas mercantiles y
dinerarias “naturalmente”. Una perspectiva semejante subordina la
identidad inmediata de la división social del trabajo y de la forma
mercancía, que en realidad no está dada. Si en los pueblos que viven en la
naturaleza no existen las categorías mercantiles, porque su división laboral
todavía está demasiado poco desarrollada, dentro de la civilización existen,
por el contrario, las categorías mercantiles solamente porque el sistema de
división del trabajo recién desarrolló sus formas más rudimentarias y
crudas.

Si bien en este estadio se puede hablar ya de socialización, se trata todavía


de formas embrionarias y externas de socialización, construidas solo
posteriormente a través del “intercambio”, que luego son recubiertas de
relaciones de dependencia y aprobación “naturales” (esclavismo y sistema
feudad, etc.). Las producciones reales están al menos en parte ya ordenadas
en relaciones mutuas, pero no se interpenetran y no se transmiten con
agregados logísticos de la totalidad social. Tan pronto como la división
laboral se extiende en el proceso de la modernidad por encima de estas
estructuras primitivas, y cuando la producción industrial sube de nivel y se
interpenetra directamente y se unifica hasta convertirse en un sistema total,
alimentado por agregados de la totalidad social como la ciencia, la
educación, etc.: tan pronto, entonces, como emerja una relación de fuerzas
interconectadas como una red, el “contenido”, lo “material” y técnico” del
sistema de división laboral deja de corresponder a las categorías originales
del mercado y del dinero. La división del trabajo ha convertido entonces a
la producción real (y en esto consiste la parte “material” del proceso de
modernización) en un sistema de socialización directo, mientras el mercado
y el dinero son la expresión de una socialización indirecta y posterior de la
producción real sobre la base de sistemas de división laboral crudos, poco
desarrollados, de productores individuales. Como consecuencia lógica, la
existencia continuada del mercado y el dinero, lejos de ser la expresión de
nuevas y más latas formas de división material, es bien su contradicción
más implacable.

Un incremento en la socialización directa de las producciones reales


acompaña a la generalización de las formas de la socialización indirecta
posterior, es decir, del mercado y del dinero. Ahí yace la contradicción
básica de la modernidad. La reproducción social se vuelve en contra de su
propio contenido, el movimiento autotélico del dinero en contra del mundo
sensible y concreto. Solo sobre este fundamento puede cobrar vida la
competencia como necesidad lógica y principio movilizante del sistema de
producción de mercancías. Los productos están ahora en sus relaciones
sociales ya no más por lo que son material-sensiblemente. El intercambio
en le mercado aparece igual que antes como la compra y la venta de bienes
necesarios, pero en su mediación social es de hecho nada más que la
realización del plusvalor encarnado en los productos, la transformación en
sus forma de representación dineraria. Los bienes de uso son degradados a
un mero estadio de transición en el proceso de formación del valor
económico abstracto. La competencia es solo la forma en la cual este
movimiento autopropulsado del dinero se impone a los sujetos como ley
forzada; y pone en marcha una dinamización social, cuya contradicción
debe ser explicada a partir de la relación entre producción y circulación al
interior de un sistema productor de mercancías.

LA COMPETENCIA COMO PROCESO DE DINAMIZACIÓN


HISTÓRICO

El dinero representa la abstracción real de la sociedad, es la encarnación del


trabajo abstracto por antonomasia, totalmente desencajada del contenido
concreto de la producción. Como abstracción real, el dinero es la cosa
social inmediata, de la misma manera que del otro lado la producción
material cientifizada e interconectada se vuelve inmediatamente asocial,
mientras los mismos se vuelven asociales, como mónadas dinerarias
quedan en la superficie de su propio contexto de socialización, que los
enfrenta como formaciones cosificadas extrañas y externas. La sociabilidad
del dinero, que en su masa total representa la riqueza nacional abstracta,
implica sin embargo su “fluidez” universal, muy opuesta a los incómodos
bienes materiales.

Dado que el fin de toda esta organización ya no es el intercambio de bienes


concretos, sino la conversión de dinero en (mas) dinero, emerge una
tensión extraña y una incongruencia entre la producción de plusvalor y su
realización en la esfera de la circulación. Como masa dineraria, la riqueza
abstracta corresponde inmediatamente a la totalidad social, y con ella
también el plusvalor. Como representación transitoria en la forma de los
productos concretos sigue siendo particular, asocial, todavía “inacabada”.

Sobre la tensión entre los distintos estados de agregación del plusvalor


crece, sin embargo, la competencia como la lucha de unidades
administrativas particulares por la realización del plusvalor. Mientras el
zapatero hacendoso le estaban garantizados los métodos y valores de
producción fijos, tanto como a los panaderos y a los carniceros, etc., y
podía confiar en su intercambio de bienes de uso casi sin obstáculos, firme
y estable en sus respectivos niveles, el sistema d la mercancía moderna ya
no ofrece esas garantías.

Las respectivas empresas ya no son retribuidas con la masa de plusvalor


que incorporaron respectivamente a los bienes que produjeron con horas y
minutos de trabajo abstracto. Ya no son los zapatos, el pan o la carne lo que
se corresponde proporcionalmente en el intercambio mercantil, sino que
los bienes de uso son incorporados al proceso de movilización autotélica
del dinero. La empresa no puede intercambiar su plusvalor en la forma de
bienes de uso por la cantidad correspondiente de dinero como el zapatero lo
hiciera con el pan y la carne, sino muy por el contrario: debe agenciarse
una porción del dinero como plusvalía en circulación disponible a la
totalidad social (originado por el proceso de interconexión abstracto
anterior, que proviene del trabajo viviente) por la venta de sus productos en
el mercado, que por el cambio en el objetivo de la producción ya no puede
ser fijo ni garantizar nada.

Producción y apropiación del plusvalor quedan lógicamente separados: en


la particularidad del producto y en la universalidad del dinero, en la
incongruencia entre el valor de uso material y la forma dineraria abstracta
del plusvalor. Precisamente esta falta de correspondencia, que se convierte
en la fuerza movilizante de todo el proceso de la modernización, es la
fuente de una dinámica social inverosímil. El verdadero plusvalor no es la
suma simple de los excedentes interconectados del trabajo vivo; no es fijo
ni constante, sino una cantidad móvil, pulsante, oscilante, el momento
inaugural de un proceso social desorientado. Las unidades administrativas
pueden apropiarse de esta última forma dineraria del plusvalor en una
medida mayor o menor a la que incorporaron en sus propios productos. Eso
decide su éxito o fracaso relativo en el mercado, es decir, en la esfera de la
circulación.

Es sabido que (descontando influencias “extraeconómicas” que pudieran


quitar toda su fuerza a la lógica de la base) en principio la empresa
relativamente más exitosa es aquella que puede “ofertar barato”. Esta
capacidad depende a su vez de la mayor o menor productividad que pueda
producir la empresa. Una alta productividad no significa otra cosa que
poder producir la mayor masa de productos con el menor expendio de
trabajo vivo. En cuanto a la competencia por la apropiación de la plusvalía,
es decir su transformación en dinero, obliga a incrementar constantemente
la productividad bajo amenaza de hundir a la empresa particular. Tan
pronto como fue instalado este mecanismo social, se produjo una explosión
en la productividad que, en el margen históricamente mínimo de menos
doscientos años, la incremento más que en toda la historia previa.

Esta dinámica es precisamente el “sentido” oculto de la competencia.


También es nombrada claramente en la crítica marxiana de la economía
política. Marx está muy lejos de una condena externa de la competencia, en
parte moral y en parte tecnológica-social, como era frecuente en la
comprensión del movimiento de los trabajadores. Ya que, para Marx, la
competencia fundada en el sistema de producción de mercancías es
históricamente necesaria para iniciar el proceso de emancipación humana
de las bases naturales, para liberarse del trabajo como labor, como pena del
“sudor de sus frentes”, para poder encaminarse primeramente en una forma
todavía inconsciente y fetichizada.

En las formaciones sociales precapitalistas no había motivación general


para el desarrollo de las fuerzas productivas; por el contrario, los métodos
productivos están con frecuencia explícitamente fijados bajo pena de
castigo contra quienes intentaran cambiarlos. La creencia inocente de que
los hombres podrían haber tenido la repentina idea, en estos contextos
tradicionales, de eludir consciente y colectivamente el capitalismo en el
desarrollo de las fuerzas productivas modernas a favor de un modo con
menos fricciones presupone un sujeto que no existía ni podría haber
existido. Solo la competencia como “coacción muda” (Marx) del sistema
de producción de mercancías, que emergió y operó “a espaldas” de los
sujetos, podía movilizar las fuerzas productivas de una manera tal, aún con
las contradicciones manifiestas de la destrucción y la emancipación.

Porque la competencia les roba a los hombres toda tranquilidad, pero


también reduce rigidez y el estancamiento a un nivel bajo; destruye modos
de existencia en masa, pero también torna obsolescentes a todas las
relaciones estamentales, a todas las relaciones de dependencia personales;
constantemente genera condiciones para la satisfacción de las necesidades
de masas de las personas, pero también genera nuevas necesidades para
esas masas y abarata (verwohlfeilert, Marx) el consumo de bienes
reservados de lujo y los incorpora al consumo masivo; deshumaniza a las
personas y las convierte en máscaras del dinero, pera las humaniza a la vez
en sujetos (en primer lugar abstractos, condicionados y constituidos),
mientras destruye todos los fetiches naturales y violencias institucionales,
bajo las cuales las masas vegetaban como accesorio desubjetivados de las
propiedades inmuebles.46

[46] Esta contradicción en el proceso de la modernización medida por la competencia posibilitó, en cada
etapa de su institución, una oposición conservadora, empezando por la defensa de los ideólogos del
feudalismo hasta los “conservadores del valor” (Wertkonservativen) de nuestros días. La oposición
reaccionaria contra la parte emancipadora de la modernización reprochándole el lado negativo y
destructivo del proceso.

Pero por sobre todo: la competencia obliga y fustiga a los hombres hacia el
expendio abstracto de su fuerza laboral, pero es simultáneamente el
principio dinámico que torna obsolescente y suprime tendencialmente el
“trabajo”, a través de su otra e igualmente implacable coerción hacia la
productividad y cientifización; convierte a las fuerzas productivas en
destructivas, pero eleva por sobre cualquier medida previamente conocida
la tendencia humana a apropiarse de la naturaleza. Marx no desconocía el
momento positivo, desarrollista, emancipa torio de la competencia y lo
denominó la “misión civilizatoria del capital”. Josef Schumpeter afirma,
casi sorprendido, que a pesar de su crítica fundamental, su “sentencia de
muerte del capitalismo”, Marx propuso “una representación exaltada de las
capacidades del capitalismo.

En realidad, la crítica marxiana de la economía política solo da cuenta de la


ambigüedad de la dinámica capitalista. A pesar de su potencia destructiva
contra los hombres y la naturaleza, la máquina de la competencia es a la
vez una emancipación negativa, que posibilita el desarrollo ininterrumpido
de las fuerzas productivas, para llegar inevitablemente a la cresta de una
“abolición del trabajo”, es decir, del trabajo productivo solamente
“reproductor del valor”, abstracto, repetitivo, y así abole también su propio
fundamento interno y se vuelve obsoleta a sí misma. La interconexión
interna de la reproducción hacia un sistema total de socialización directa se
opone a las categorías de la mercancía, pero el sistema autotélico de
producción de mercancías es lo que crea esta cientifización e interconexión,
y así, inconscientemente, siguiendo su objetivo “carente de sentido”,
genera su opuesto. La competencia trabaja, sin saberlo ni quererlo, hacia la
destrucción de su propio fundamento.

En otras palabras: la abolición del trabajo no aparece en la cáscara del


sistema de producción de mercancías como una forma feliz o una alegría
frívola, sino solo de forma negativa, como crisis, y de hecho como la
última crisis absoluta de la reproducción de esta forma, que se anunció en
la cadena histórica de crisis incrementales de la sociedad moderna del
trabajo. La sociedad mundial capitalista va hacia su prueba de desgaste y
resistencia, y debe llegar a un punto (que desde la perspectiva
contemporánea parecería quizás como un trecho), donde suprima al trabajo
abstracto como posibilitador de la sustancia social del valor económico. Por
el otro lado, intenta violentamente, sin embargo, conservar los engendros
monstruosos (salario, precio y ganancia) de esta forma del valor, a pesar de
su pérdida de sustancia.

Este Jano bifronte de la modernidad es lo que el movimiento marxista de


los trabajadores no pudo reconocer claramente y aceptó solo con resistencia
en su sentido general como palabra del maestro, porque conformaba parte
de su intención. Si bien la contradicción aparecía en la obra marxiana como
oposición irresuelta entre la “posición trabajadora” y la crítica de la
economía política, el marxismo de los epígonos eliminó casi por completo
la crítica decisiva a la forma del trabajo reproductor de mercancías y se
aferró así a una sólida sociedad del trabajo.

Hasta la segunda mitad del siglo XX, el desarrollo empírico no dio ningún
punto de agarre para la lógica marxiana, por esa misma razón, de
apariencia oscura. El desarrollo de las fuerzas productivas todavía no había
alcanzado la cúspide después de la cual el principio básico de la sociedad
del trabajo se vuelve obsoleto. Por eso la crítica de la competencia quedó
durante largo tiempo en el horizonte de la sociedad del trabajo y cayó bajo
la luz del ocaso. En esta comprensión, el lado emancipador de la
competencia no pudo ser siquiera reconocido.

El capitalismo fue definido entonces abstractamente como una formación


“históricamente necesaria”, cuyo tiempo se había agotado en la sociedad
del trabajo (considerada ontológicamente insuperable), o fue concebido 47
(precisamente por las supuestamente corrientes más radicales y críticas)
como un mero “error desde el comienzo”, que podría o debería haber sido
interrumpido, por supuesto desde la “posición trabajadora”. Aquí se repite
el reproche de la “izquierda radical” a los bolcheviques, que no realizaron
la utopía (en realidad, solo el ideal burgués) que supuestamente podría
haberse realizado en cualquier momento.

[47] En el mismo espíritu iluminista, como la Ilustración en “su propia falta de iluminación sobre sí
misma” (Hegel) ya había comprendido a la historia precedente como “errada” y un “distanciamiento de la
razón”; desde esta y otras perspectivas, la ideología del movimiento de los trabajadores, incluyendo
momentos determinados del marxismo, se muestran como una “segunda vuelta” de la ilustración
burguesa en el contexto del ya mentalmente superado sistema de producción mercantil y como expresión
inmanente de sus formas de conciencia ya constituidas.
Así, el momento dinamizante de la competencia parecía un escándalo
moral, un principio errado, inmediatamente abolible y puramente negativo.
El movimiento marxista de los trabajadores nunca entendió que fueron
ellos mismos quienes liberaron a los trabajadores asalariados no de la
competencia sino hacia ella; por el otro lado también apuntó
paradójicamente a aplazar y supuestamente abolir la competencia elevando
a un segmento de esa competencia a lo absoluto, propiamente la clase
trabajadora, que solo podía emerger por y en la competencia como tal.

En los países occidentales desarrollados, el objetivo del movimiento de los


trabajadores se ha cumplido. Se ha vuelto, sin énfasis ni objetivo posterior,
el momento banal de la competencia en la sociedad burguesa. En la Unión
Soviética y en otros países del socialismo real, por el contrario, la
modernización burguesa retrasada llevó a una nueva paradoja de la
reproducción social. La contradicción interna del capitalismo no fue
abolida, sino por el contrario de algún modo duplicada. La revolución de
octubre impuso un sistema moderno de producción de mercancías sin
dejarlo seguir sus propios mecanismos funcionales; la competencia de los
participantes en el mercado fue desactivada y reemplazada por comando
estatal.

LA DISOLUCIÓN DE LA DINÁMICA CAPITALISTA EN EL


SOCIALISMO REAL

La ideología de los trabajadores movilizados, cuya encarnación es el


socialismo real, se limitó solo a contraponer algunas categorizas reales
burguesas a su par complementario: “Trabajo” contra “Capital”, el
momento estatista contra el momento monetario del principio de
competencia. Pero esta ideología tenía su fundamento material en las
relaciones mismas, y su crecimiento en regiones relativamente poco
desarrolladas de la incipiente sociabilidad capitalista mundial no fue un
error, sino que estaba comprendido en esas mismas relaciones.

La paradoja lógica de un sistema de producción de mercancías sin


competencia tenía su fundamento en la paradoja histórica a comienzos del
siglo XX una economía nacional nueva, independiente, solo podía
desarrollarse en la medida en que se absolutizara el momento estatista. La
competencia debía ser eliminada por ser competencia; para apoyar a la
competencia externa con otros países occidentales más desarrollados, para
no ser absorbidos o degradados a zonas marginales de poco desarrollo,
había que mantener activa la competencia interna con un comando del tipo
estalinista. La reconducción estratégica de masas de plusvalor de la
acumulación interna, llamada violentamente a la vida, hacia sectores
centrales de las industrias básica y la infraestructura fue posible solo al
precio de quitarle cualquier fuerza a ese principio funcional en la
producción de plusvalor.

Esta cancelación paradójica de la competencia interna en el sistema d ela


economía soviética llevó necesariamente a que el medio de tornara en
contra de su objetivo, aunque tampoco había otro medio disponible para
alcanzarlo. Lo mismo que causo la absolutización y petrificación del
estatismo de la economía de guerra en la Unión Soviética, lo tornó
obsoleto. Lo que la economía comandada por el Estado construido con las
manos de la planificación del plusvalor, lo volvía a tirar abajo con el culo
gordo del estancamiento.

Esta lógica trágica de la inutilidad no fue transparente inmediatamente en la


historia, y en particular por dos razones. Por un lado, en la primera fase de
la expansión extensiva del sistema de producción de mercancías, ciertos
éxitos pudieron ser alcanzados, como fueron los altos índices de
crecimiento. Una obra de arte, las masas campesinas eran primero
“fustigadas, marcadas a fuego, torturadas”, por usar la expresión marxiana,
a la entrega abstracta de su fuerza de trabajo. Masas enormes de producción
para la subsistencia con niveles bajísimos de cobertura de necesidades, que
ni siquiera podrían aparecer en las estadísticas modernas, fueron injertadas
y reformadas industrialmente en la maquinaria social del trabajo.

Con ello se hicieron inversiones gigantescas en la industria pesada y básica,


de infraestructura, en las cuales a pesar de los déficits ya tempranamente
reconocibles en la economía de comando central, tan masivamente que casi
no se podía hacer nada mal ya que garantizaban crecimiento a gran escala
por sí mismos. Dado que estos procesos a la vez incrementaban
parcialmente el nivel de satisfacción de necesidades y traían momentos de
la “misión civilizatoria” del capital bajo la máscara socialista de la
economía de guerra estatista, La Unión Soviética se expandió por un
tiempo con el fulgor de una euforia constructiva, que más tarde se
dispararía en países del tercer mundo todavía más rápidamente y generaría
una superestructura completa de literatura socialista sobre su
construcción.48

[48] Este acompañamiento literario a la acumulación originaria rezagada, tan sincero como podía estar
intencionado al principio, se convirtió rápidamente en propaganda de Estado. En la periferia occidental de
la Unión Soviética se vio desde el comienzo como un mamarracho hipócrita, porque la construcción de
una sociedad militarizada nunca tuvo siquiera un fundamento histórico relativo en sus condiciones de
desarrollo.

Por otro lado, en esta pase podría parecer, no solo por los propios índices
de crecimiento, que la economía soviética estaría en condiciones de igualar
a Occidente en un plazo histórico previsible. Occidente se encontró durante
la primera mitad del siglo XX en una fase de estatismo creciente. Las
estructuras de las economías de guerra que se opusieron en ambas guerras
mundiales hicieron retroceder a los mecanismos de competencia del
principio monetarista, aún cuando el estatismo no se consolidara en la
misma medida que en la Unión Soviética; la crisis de crecimiento del
sistema capitalista en movimiento hacia la socialización mundial frenó el
desarrollo aún más, fortaleciendo las tendencias estatistas, y creó una
sensación de fin de los tiempos, que impregnó las reacciones ideológicas
hasta en la misma teoría crítica.

Recién el florecimiento fordista del capital, madurado en el sistema


mundial total tras la segunda guerra mundial, cambió el fundamento de la
situación. La competencia liberada de un nivel de desarrollo mayor por las
estructuras de la economía de guerra y la crisis, fustigaba nuevas oleadas de
desarrollo de las fuerzas productivas y cientifización, bajo la égida de la
pax americana, hasta llegar a la microelectronización y computarización
con potenciales de automatización hasta ahora considerados imposibles en
todos los sectores de la reproducción social. Para las empresas, este proceso
se presentaba como “coerción muda” de la creciente competencia
internacional por la intensificación del proceso de producción, como
obligación también hacia mayores grados de racionalización, cientifización
y automatización.

La intensificación de producción de plusvalor creció en órdenes de


magnitud sin precedente en este sistema dinamizado de la sociedad
mundial en el capitalismo de posguerra. Los sistemas de economía de
guerra solidificados de la producción mercantil en el socialismo real ya no
podían seguir a Occidente por esta vía. Orientadas a la producción
extensiva de plusvalor, mientras la productividad solo podía ser
incrementada por inversiones estatales y campañas de propaganda moral,
las economías de comando central militarizado del sistema soviético
volvieron a caer rápidamente, y ya tempranamente podría haberse
reconocido que eso pavimentó el camino a su ruina.

El medio se vengaba así de su fin, la anulación del principio de


competencia interna, necesario para la instalación “retrasada” de una
economía nacional en la sociedad del trabajo, repercutía no en la
competencia (sistémica) externa, sino sobre la reproducción social entera.
Una ironía de la historia: “La vida castigó” en palabras del Secretario
General del Partido Comunista de la Unión Soviética Gorbachov, “a aquel
que llegó demasiado tarde”, es decir, la “vida” del capital castigó a aquellos
que le extirparon el alma mecánica del principio de competencia y tomaron
eso por socialismo.

Irónicamente la absolutización marxista del principio capitalista del trabajo


empujó la caducidad progresiva del expendio de trabajo abstracto en el
socialismo real, ya que este caía por debajo del nivel de productividad
global. La supuesta supresión de las contradicciones del capital en su
propio fundamento no eliminó al capital como tal, dado que junto a sus
“contradicciones” se tomó también su dinámica interna.

Por eso, el socialismo real quedó, en comparación a la dinamización de


posguerra capitalista, como el imbécil de la historia, que se había tomado el
trabajo demasiado serio y en ese sentido intentó ser más capitalista que el
capitalismo. El endiosamiento del trabajo sin su principio opuesto
inmanente de la competencia, lejos de permitirle “empatar y superar” al
capitalismo de posguerra occidental, o siquiera ofrecer una alternativa de
desarrollo social cualitativo, lo convirtió en el mejor de los casos en un
fordismo ridículo de bonsái, simbolizado en Alemania por los autos para
enanos, miserables y malolientes, de la industria automotriz de la RDA.

En la larga retirada de los intentos reformistas, que partían todos de la base


de otorgarle ciertas concesiones al principio de competencia, sin tocar la
base solidificada de la economía estatista, la economía militarizada corría
cada vez más desesperada detrás de Occidente y sus propios planes. Esto se
puede demostrar en el ejemplo de la RDA en comparación con la RFA. En
una investigación publicada en 1985, una comparación de la productividad
proyectada para 1990 muestra una caída de los valores relativos de la RDA
(en porcentaje, RFA=100):

1960 1970 1984 1990


Productividad 70 55 4 35
Salario real 78 58 44 35
Fuente: Wirtschaftswoche, Nro. 36. 30/08/1985

La relación empeora cuando las industrias claves, sobre todo la automotriz,


se utilizan como parámetro. Así resumió el profesor Horst Siebert,
Presidente del Instituto de Kiel para la Economía Mundial, en una
ponencia:
“Mientras en la República Federal durante los últimos veinte años la cantidad de
empleados en la industria se redujo de 10,1 a 8 millones, en la RDA creció su número.
Siebert toma a la industria automotriz como ejemplo de su alta productividad. El grupo
IFA produjo con 65mil trabajadores 200 mil autos en un año. Con la misma dotación,
Toyota construye cuatro millones de autos. Co una relación de productividad de 1 a 20,
esta industria no está en condiciones de competir” (Handelsblatt, 25/05/1990).

Así se demuestra que el trabajo penitenciario del socialismo militarizado


conservó y congeló el “honor del trabajo” como un estándar hoy ya hace
rato superado.49 Solo por eso pudo garantizar empleo totalmente satisfecho,
celebrar el supuesto “poder de la clase trabajadora” y enorgullecerse de que
hubiera una falta de mano de obra disponible, lo que hoy equivale a
enorgullecerse por ser improductivo.50

[49] El ejemplo superior se relativiza un poco si se contabilizan las industrias tercerizadas por Toyota,
que en el grupo IFA ya están contendidas por la verticalidad de su inserción en la producción. Desde esta
perspectiva, la ganancia productiva de Toyota comprende a lo administrativo-empresarial particular (en
relación a los costos de sus proveedores), y no a la totalidad social. Contemplando este efecto, la
diferencia en la productividad social total es todavía más violenta.

[50] Todavía durante el colapso de la RDA, una parte de los apologetas críticos e izquierdistas
occidentales tuvo la caradurez de fundamentar el rezago catastrófico de la productividad de la Alemania
Oriental con las “peores condiciones iniciales” tras la segunda guerra mundial y todas sus desventajas
emergentes. En realidad, como pañis ya industrializado, la RDA es el mejor caso de referencia; como
demuestran los números, el rezago bajo las “peores condiciones iniciales” era mucho menor, todavía
hasta los años 60, que el que sentimos drásticamente hoy. Creció tanto, cuanto más se alejaban las partes
de Alemania de cualquier condición inicial y a la cual se comparaban mutuamente. La argumentación
impotente demuestra solamente cuan obstinadamente aferrada está la izquierda a esta forma de
pensamiento de posguerra, incapaz de comprender críticamente el sistema de producción de mercancías y
su lógica contradictoria.
El retraso cada vez más pronunciado en la productividad de la sociedad del
trabajo del socialismo real demuestra un retraso correspondiente en el
proceso de interconexión de la reproducción. Interconexiones desarrolladas
son el requisito para una abolición de la producción de mercancías y así
para la transformación verdaderamente revolucionaria de la sociedad
burguesa. Este retraso se puede verificar en el grado de terciarización, que
hoy demuestra el mayor nivel de cientifización. Mientras en 1987 en la
RFA todavía el 58% de los trabajadores estaba en el sector agrícola o
industrial y solo el 42 % en el sector terciario, en la RDA era el 46% el que
trabajaba en la producción material, y el 54% en el sector terciario. Este
retraso en el desarrollo de la densidad de interconexión se demuestra en la
estructura de la industria. Así dice una publicación del Instituto para la
Investigación Económica (RWI) de Renania del Norte-Wesfalia:
El entrelazamiento de los distintos sectores industriales entre sí, tanto en los servicios y
en el comercio, se mostró menor en la RDA que en la República Federal. […] Una
razón podría ser que los grupos económicos respondieran a las dificultades logísticas
con la elaboración de materias primas propias. En la República Federal, por el contrario,
la división laboral entre sectores se ha incrementado (Handelsblatt, 8/5/1990).

También desde esta perspectiva entra en juego la ironía de la historia: el


grado de socialización real, material, es mucho menor en el socialismo real
que en Occidente. En la misma medida que la relativamente baja
productividad, sin las espuelas de la competencia, en comparación con
Occidente, se petrificó muy por debajo del nivel necesario para la abolición
del trabajo, lo hizo la interconexión necesaria para la abolición de la
mercancía. Del mismo modo que la economía militarizada conservó el
expendio de fuerza laboral abstracto, también mantuvo a las empresas
separadas unas de otras en el nivel material-técnico. La contradicción
interna del capital se extinguió por debajo de su “masa crítica”. Pero dado
que el capital puede existir solo a escala mundial en la cúspide de su
desarrollo, su extinción en Oriente se dio en una dinámica de crisis y
colapso.

Desde esta perspectiva, sería un error todavía mayor esperar una solución
para los déficits catastróficos del socialismo en un empate y una adaptación
a la economía de la competencia “exitosa” de Occidente. A una
observación tan simplificada se le escapa por completo que estos déficits
mismos eran ya un resultado histórico de las contradicciones capitalistas.
La eliminación de la competencia interna fue tan poco “un error”, como
posible sería “corregirlo” ahora.

Por el contrario, la crisis en el colapso del socialismo real está, a esta altura
de la expansión global de la socialización capitalista, retroalimentada por el
estadio del desarrollo global del sistema total. Pero recién ahora parece ser
el resultado de su “asincronicidad”. La crisis de la sociedad del trabajo del
socialismo real marca el comienzo de la crisis d la sociedad del trabajo por
entero, justamente porque los mecanismos occidentales fueron tan exitosos
y socavaron los fundamentos del sistema de producción de mercancías y
los pudrieron. Está inscripto en la lógica de este sistema que los
componentes de menor productividad y menos interconectados caigan al
precipicio del colapso sistémico; pero el avance de la cientificidad por
sobre los límites lógicos del sistema de producción de mercancías, tarde o
temprano, sorprenderá también a Occidente, y las advertencias de ello son
visibles hace rato.

La vida castiga a aquellos que llegan tarde, es un hecho. Pero si los países
del antiguo socialismo real esperar conseguir la salvación por decidirse a
entrar al mercado abierto mundial salvajemente, con más empeño que
reflexión, llegan dos veces tarde y “la vida” parece tenerles reservados
castigos mucho más horribles que los que experimentaron hasta ahora. En
verdad, la sociedad del trabajo está llegando a su fin, así como las
categorías básicas de la forma mercancía y el dinero. Observar
aisladamente el colapso del socialismo real confunde totalmente la lógica
de la crisis del principio de competencia mismo, que brota como una
emancipación negativa en oleadas crecientes de la crisis del sistema
mundial de producción mercantil.

EL DILEMA ESTRUCTURAL DE LOS


MERCADOS PLANIFICADOS
LA ABSTRACCIÓN DEL VALOR DE USO SENSIBLE EN LA
PRODUCCIÓN DE MERCANCÍAS

Podría parecer que la eliminación de la competencia en la economía de


guerra sería, aún cuando disuelva el proceso de emancipación negativa por
debajo de su estadio crítico, el rescate de la sociedad de la crisis y del
colapso. En eso consiste la argumentación de Horkheimer y Adorno, que
temían la consolidación de una sociedad del trabajo no emancipada en el
“Estatismo integral” también en Occidente. Hoy, esta apariencia se ha
disipado. Pero no por eso hemos comprendido la estructura interna del
colapso del socialismo real. Un margen temporal de 70 (Unión Soviética) o
40 años (Europa del Este, China) podrá parecer eterno a los individuos,
porque abarca su tiempo vital consciente; pero históricamente se trata de un
recorte extremadamente pequeño, que empuja a dudar si el socialismo real
debería aparecer como una formación social independiente y memorable en
los Anales de la humanidad. Quizás sea una nota al pie en el proceso
históricamente breve del sistema de producción de mercancías y su crisis.

El socialismo real, consolidado en la economía de guerra, se ha mostrado


como la parte más frágil y propensa a la crisis del sistema de producción de
mercancías. La consolidación ha conservado menos de lo que mató, y la
retroalimentación burocrática del proceso de reproducción social, lejos de
entregarse a un automatismo cibernético, fue empujada por el “estatismo
integra” a su ruin incapacidad de reproducción actual. Por eso vale
investigar la crisis final de la sociedad del trabajo en el socialismo real
sobre sus propias bases antes de ponerla en relación con la crisis total de la
sociedad del trabajo moderna. La pregunta entonces es cómo se propone la
exclusión estatista de la competencia concretamente y cómo se deberían
incrementar desde ahí los procesos de crisis y derrumbe.

En la modernidad productora de mercancías, todos los sujetos trabajan


hacia su propia crisis51; en la economía militarizada estatista lo hacen solo
de una manera específica. La lógica del principio del plusvalor demanda,
como demostramos, la existencia de la circulación (del mercado) como
esfera de realización del plusvalor porque el dinero, como forma encarnada
del plusvalor, solo puede aparecer en la circulación. La pretensión del
socialismo real, de socializar a los sujetos directamente, está determinada
por la forma ya previamente dada de esos sujetos en las categorías de la
socialización negativa indirecta.

[51] Excluyendo la guerra, que en general perforó la reproducción social con menor profundidad, las
crisis de las sociedades premodernas fueron provocadas en primer lugar por la disponibilidad inmediata
de la “primera naturaleza”, es decir, aparecieron bajo la forma de catástrofes naturales, cosechas perdidas
y epidemias. Las primeras crisis del capital en el siglo XIX estuvieron, como demostró Marx,
influenciadas al menos en parte por crisis agrarias y develan así cuanto dependía aún el sistema de
producción de mercancías embrional por su cordón umbilical de las relaciones naturales primarias. Es
claro que el proceso tampoco pudo desvincularse sencillamente de sus fundamentos naturales. La crisis
social actual, en su forma altamente desarrollada, se presenta cada vez más como una crisis de la
“naturaleza socializada”, es decir, una crisis ecológica.

Porque según su forma de aparición deben (y en ello no son muy


diferentes de Occidente) ser sujetos de cambio. Pero entonces se impone
una esquizofrenia fundamental respecto de sus propias relaciones sociales.
En tanto la producción y el consumo de los bienes de uso se excluyen
mutuamente, separados por la circulación, los sujetos mismos se separan
entre productores y consumidores. Aunque cada individuo y cada empresa
sean tanto productores como consumidores de la riqueza social, su forma
de ser y sus intereses como productores o consumidores están
grotescamente separados.

Como productor, el sujeto de la mercancía o sujeto del intercambio no está


interesado en el valor de uso de sus productos sin importar que sea
“trabajador” o “capitalista”, si es gerente o director socialista. No se
produce para el consumo propio, sino para mercado anónimo, y el objetivo
de esta organización no es la satisfacción de las necesidades sensibles sino
la transformación del trabajo en dinero (salario y ganancia). Los propios
productos son, para los productores de la gelatina de trabajo abstracto
desensibilizado, portadores de las funciones de una unidad productora de
mercancías, nada más que dinero en potencia.

En principio, el productor puede producir tortas o bambas de nerones o


dados absurdos, cavar agujeros y volver a cerrarlos, etc. Naturalmente,
cualquier productor tiene en claro lo absurdo o el posible peligro público
que conllevan sus acciones, en tanto esté cuerdo; pero por el otro lado se ve
alentado por su interés monetario abstracto a producir aquello que le
permita de la manera más breve y concisa obtener la mayor cantidad de
dinero posible, a pesar de sus posibles implicaciones y consecuencias
indeseables.

El otro lado del complejo de Jekyll y Hyde de cualquier productor es su


alter ego consumidor con un interés diametralmente opuesto; como
consumidor está interesado evidentemente en aquellos valores de uso que
como productor no le preocupan. Esto vale tanto para los individuos como
para las empresas. Como consumidores de materias primeas, insumos,
máquinas, edificios en los productivo, deben cuidar los valores de uso
óptimos de los materiales comprados, que como productor resultan ser una
carga; como individuos que comen, beben, habitan y se visten, las personas
deben ser sensatas donde como productores deben ser insensatas.

Alternadamente los productores y los consumidores se encuentran en una


contradicción estable. Así pasa para el productor de gas venenoso o fideos
en mal estado, que los bodegueros derramen sus vinos contaminados52 (o
intenten suicidarse con ellos), que un gerente intente vender productos
deficientes, a causa de insumos fallados o incorrectos, a sus clientes con
una sonrisa fría, y así todos y cada uno, dadas sus relaciones sociales
interconectadas multilateralmente, a final están empujándose y dándose
patadas todo el tiempo.

[52] Nota del traductor. Poco antes de la fecha de redacción de este libro, hubo en Alemania un escándalo
en torno a una partida de vinos producida con componentes químicos ilegales, conocido en los medios
como el Glykolwein-Skandal. Es posible que el autor se refiera a ese acontecimiento.

Es fácil vislumbrar que con relaciones de reproducción tan irracionales 53,


sea solo la competencia no la que elimine la irracionalidad de base, pero sí
la que le de forma a sus curso, que se encargue de los valores de uso y las
necesidades al menos como efecto colateral y obligación secundaria del
mercado. La administración empresarial optimiza, a través de la
objetivación de la obligación a competir, también valores de uso dañinos,
propiamente irracionales y destructivos (como en la industria
armamentística o la farmacéutica, etc.), cuya necesidad emerge solo por los
irracionalismos del sistema. Pero mientras la competencia desarrolla y
fustiga a las fuerzas productivas en el sistema de producción de mercancías
a grandes rasgos, también asegura en esa forma negativa e invertida el
valor de uso y la necesidad. La presión y el interés del productor de
mercancías por incrementar sus ganancias sin considerar su valor de uso
material54 se ve contrarrestada por la competencia en el mercado y lo obliga
a considerar al valor de uso de los consumidores, a quienes debe
presentarlas y ofrecerlas.

[53] Con esto queda negada finalmente la afirmación de Max Weber sobre la “racionalidad” de la
modernidad por estas mismas relaciones, que hoy nos empujan a la crisis ecológica y de la nueva
economía mundial más que nunca. Dicho con mayor precisión: la racionalidad weberiana se refiere a una
racionalidad interna del objetivo fetichista de la producción abstracta de riquezas. Solo en este contexto
es racional, como principio económico de racionalidad. Desde la posición de su sensibilidad, del
verdadero disfrute y las relaciones concretas con la naturaleza, esa misma “racionalidad” se vuelve
irracional. Las acciones racionales del sujeto del dinero y la mercancía son racionales en el mismo sentido
que los locos dentro del sistema de su locura pueden actuar lógicamente.
[54] Estas Furias de la abstracción destructiva dormían ya en la producción mercantil premoderna,
desertándose solo esporádicamente (en las ya viejas y conocidas adulteraciones de vino y de comestibles);
que en la manufactura medieval se ven domesticadas no por las leyes del gremio, sino por el orgullo del
creador por su arte, cuyo trabajo en el proceso vivo permanece inmediatamente concreto, como objetivo
vital y forma de ser sensible. Solo se vuelve abstracto a posteriori en el intercambio dinerario. En la
relación con el capital de la mercancía moderna, sin embargo, la abstracción del trabajo y con ella su
fuerza deconstructiva está ya en el punto de partida.

Cualquier niño puede dibujar las consecuencias que tendría en tal sociedad
la supresión de la competencia y su sustitución por comandos estatistas.
Porque la presión de los productores hacia la abstracción destructiva del
valor de uso de las cosas ya no tendría más un límite objetivo. La forma de
hablar en el socialismo de la cobertura de las necesidades (en lugar de la
“explotación de la ganancia”, etc.), desde la supuesta producción de valor
es una mentira de dimensiones catastróficas.

De hecho, la economía de comando estatista creó un sistema codificado


rampante, que con meticulosidad contable intento establecer el valor de uso
de las cualidades de los productos, para evitar que los productores
generaran excedente: fue desde cualquier perspectiva un certificado de
pobreza para una sociedad que reclamaba una socialización consciente, y la
caricatura de la planificación. Pero las instancias de control pierden así la
imperturbabilidad objetiva de una ley natural. Aparece solo ya como una
forma de supervisión externa estatal-burocrática, y no como la “ley
coercitiva de la competencia” (Marx). Por eso fueron evadidas, salteadas y
agujereadas de mil maneras distintas.

A los sujetos de la economía en cualquier nivel, desde el trabajador hasta el


gerente de la administración empresarial, les es impuesto que se comporten
como productores de mercancías, con los respectivos intereses que les son
socialmente adjudicados, pero por el otro lado no pueden comportarse
consecuentemente como tales. Ya que con la caída del principio de
competencia en las relaciones internas de la economía, la obediencia a los
criterios del valor de uso, los productores de la gelatina de trabajo
desensibilizado son atraídos con pan azucarado y latigazos en campañas
eternamente repetidas, y deben establecer sin embargo una relación
sensible con su producción; las mónadas constituidas en el dinero deben ser
tomadas permanentemente con la prédica dominical del pensamiento sano,
que naturalmente nuca ayuda.
En realidad, las posibilidades de sanción del control burocrático subjetivo
están limitadas por la necesidad y el valor de uso y casi no pueden tomarse
en serio. La “ley coercitiva de la competencia” hace cumplir sus sentencias
sin dilación en forma de amenaza o bancarrota. Sin embargo, la instancia
de control burocrático es a la vez la sumatoria abstractamente general de
los propietarios de las empresas. No pueden realmente multarlas, ni hablar
de liquidarlas:
En tanto el Estado impone a las empresas un plan de producción concreto, también se
compromete a garantizar la venta de esa producción. Con este fin, cada empresa recibe
una lista de compradores para sus productos. Así se elimina la posibilidad de cualquier
tipo de competencia entre empresas con productos comparables. El comprador, por el
otro lado, no puede elegir a los proveedores más baratos o confiables, solo puede
tomar aquello que les es entregado. La situación se agrava más cuando el pago al
proveedor acontece tras la entrega de la lista de compradores por parte del banco, es
decir, antes de que el comprador pueda corroborar si las mercancías a recibir
corresponden a la calidad y totalidad del pedido. En esta secuencia se encuentra que
una parte importante de la mercancía en cuestión debe primero ser reparada por su
comprador. Esto acontece con frecuencia en la agricultura, donde los empleados
desarman los tractores y máquinas recién salidos de la fábrica, les agregan las piezas
faltantes, los reparan, los reconstruyen y los adecúan a las normas correspondientes.

Las consecuencias del Estado racional fetichista realizado, que garantiza la


venta de la producción fija por “planificación” son, en el sentido del valor
de uso para sus consumidores, altamente inconvenientes. La profunda
irracionalidad del sistema de producción de mercancías solo puede ser
eliminada junto con este, pero no “planificada racionalmente” como tal.

LEY DE PRODUCTIVIDAD Y ACUMULACIÓN DE VALOR

Esta contradicción interna específica de la economía estatista se completa y


se acentúa con la modificación del principio básico del incremento de la
riqueza nacional por la exclusión de la competencia interna. Quizás el
fenómeno más particular, tanto en lo ideológico como en el proceso de
socialización real de la economía de comando estatista es su relación con la
categoría económica (como Marx denuncia, su carácter fetichista) del
valor, la categoría central en el sistema de producción de mercancías.

La afirmación de la creación del valor como incremento de la economía


nacional abstracta debió conducir por la exclusión de la competencia a
resultados que en relación con los intereses individuales y empresariales de
los productores, incrementó hasta culminar en el absurdo su ignorancia del
valor de uso material, sensible y sobre las necesidades reales. Ya que el
desinterés principal de los productores de mercancías por el valor de uso de
sus productos no se fortalece solo con la posibilidad de burlar las instancias
burocráticas de control, sino por esa burocracia misma, que por su parte
solo se interesa por el incremento abstracto de valor.

Naturalmente también en Occidente se encuentran condiciones y


consecuencias peligrosas y hasta catastróficas de la producción y proyectos
grotescamente faltos de sentido (en la RFA se hizo famosa la construcción
del canal Rin-Meno-Danubio, que solo pudo justificarse como una terapia
ocupacional para la economía empresarial y nacional); también aquí
apareció el Estado como cómplice de este proceso autotélico que tiene cada
vez menos sentido y resulta cada vez más peligroso, ya que sus logros
dependen, como instancia de la voluntad común, del expendio de fuerza
laboral abstracta.

La diferencia con el socialismo real solo puede ser relativa. Su desquicio


objetivo es solo suavizado por la “ley coercitiva de la competencia”, que
junto al imperativo primerio del sistema sobre la utilización abstracta
máxima impone una (igualmente abstracta) optimización del “ahorro”.
Cada empresa debe así utilizar abstractamente la mayor cantidad de trabajo
y material. Lo que a primera vista parece la contradicción de dos
imperativos que en apariencia se excluyen mutuamente, encuentra su
resolución en el movimiento de la competencia mercantil. La empresa debe
utilizar la mayor cantidad posible de trabajo y material, pero puede hacerlo
solo al nivel de la productividad social. Como las unidades productivas se
ven empujadas a la austeridad abstracta más extrema de material y trabajo,
solo puede cumplir el imperativo de maximización comparativo
expandiendo su participación en el mercado, lo que acontece por
eliminación de otras empresas del mercado (lo que a mayor escala ya se
vuelve un momento de crisis) o por la expansión misma del mercado y así
de la forma de producción capitalista.

En el fondo, este movimiento contradictorio se trata solo de la forma


capitalista de aquella ley elemental de la producción de mercancías que
Marx describió en estas famosas palabras:
“Podría parecer que si el valor de una mercancía se determina por la cantidad de
trabajo gastada en su producción, cuanto más perezoso o torpe fuera un hombre tanto
más valiosa sería su mercancía, porque aquél necesitaría tanto más tiempo para
fabricarla. Sin embargo, el trabajo que genera la sustancia de los valores es trabajo
humano indiferenciado, gasto de la misma fuerza humana de trabajo. El conjunto de la
fuerza de trabajo de la sociedad, representado en los valores del mundo de las
mercancías, hace las veces aquí de una y la misma fuerza humana de trabajo, por más
que se componga de innumerables fuerzas de trabajo individuales. Cada una de esas
fuerzas de trabajo individuales es la misma fuerza de trabajo humana que las demás,
en cuanto posee el carácter de fuerza de trabajo social media y opera como tal fuerza
de trabajo social media, es decir, en cuanto, en la producción de una mercancía, sólo
utiliza el tiempo de trabajo promedialmente necesario, o tiempo de trabajo
socialmente necesario. El tiempo de trabajo socialmente necesario es el requerido
para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción
vigentes en una sociedad y con el grado social medio de destreza e intensidad de
trabajo” (Marx, El Capital)

Esta ley del tiempo de trabajo socialmente necesario en promedio funciona


ciegamente, como todas las leyes de la “segunda naturaleza” de las
sociedades productoras de mercancías. En la producción de nicho de
mercancías premodernas se realiza por la tradición, en el sistema de
producción de mercancías moderno es ejecutada por la competencia. Del
mismo modo, como respecto del valor de uso y la cobertura de
necesidades, la economía mercantil de comando estatista debe reemplazar
la legalidad compulsiva por determinaciones burocráticas de voluntad55. El
tiempo laboral requerido en promedio debería ser establecido
burocráticamente y ser redefinido constantemente, un emprendimiento casi
desesperanzado. Además de todo esto, es contrarrestado por los intereses
de la burocracia por incrementar la riqueza nacional abstracta, ironizando
de paso grotescamente la afirmación de Marx, que se extrae de su teoría del
valor trabajo:
“cuanto mayor sea la fuerza productiva del trabajo, tanto menor será el tiempo de
trabajo requerido para la producción de un artículo, tanto menor la masa de trabajo
cristalizada en él, tanto menor su valor. A la inversa, cuanto menor sea la fuerza
productiva del trabajo, tanto mayor será el tiempo de trabajo necesario para la
producción de un artículo, tanto mayor su valor. Por ende, la magnitud de valor de una
mercancía varía en razón directa a la cantidad de trabajo efectivizado en ella e inversa
a la fuerza productiva de ese trabajo” (Marx, El Capital)

[55] Más ilusorio sería por su supuesto el reemplazo del comando burocrático por una “conformación de
la voluntad democratizada” sobre la misma base social. El renacimiento contemporáneo, directamente
inflacionario, del pensamiento rousseauniano, con propuestas casi infantiles para cualquier tipo de nuevos
“contratos sociales” supone impávidamente una conciencia social sobre la base de categorías
inconscientes.
Nuevamente, las consecuencias absurdas de esta determinación simple y
lógica del valor en la economía de comando, donde la ley coercitiva debe
subjetivarse, son fáciles de calcular. El imperativo por la “creación de
valor” y su organización llevan explícitamente a que la burocracia del
sistema de castigos y recompensas (premios, asignaciones de fondos y
materiales, etc.) favorezca a aquellas empresas que generen el mayor valor.
Ya que se comportan como dice Marx más arriba, esta recompensa
equivale a la generación de una competencia para emplear la menor fuerza
productiva laboral y despilfarrar la mayor cantidad de trabajo y material,
porque el valor creado es mayor en tanto no esté controlado por el
mecanismo de la competencia. El tiempo de trabajo socialmente necesario
en promedio no solo no se deja calcular burocráticamente; también
continúa siendo sostenido objetivamente por este absurdo mecanismo de
recompensas. Así emerge una competencia de la haraganería y una
optimización contraproducente del uso de la fuerza laboral y material, sin
atender al valor de uso, como era denunciado ya en los primeros debates
reformistas en los años 1960:
“Si la producción se mide en máquinas terminadas, tenemos una falta de piezas de
recambio. Si los objetivos planificados en la organización del transporte se miden en
toneladas por kilómetros, las posibilidades óptimas de transporte son siempre
desatendidas. Si los candelabros se miden por peso, son innecesariamente pesados.
Como las unidades de investigación geológica obtienen sus planes por metro
perforado, hacen trabajos que saben que no son necesarios. Si la materia se mide por
longitud, siempre se acorta. Cuando el combinado para la construcción de Stalingrado
presentó un plan que se orientaba al material usado, se sustrajo intencionalmente
metal, para cumplir con el plan” (Strotman)

La absurda capacidad de despilfarro que tiene el hambre de insumos


abstractos del sistema, en oposición a Occidente donde está impuesto
inmediatamente y sin filtro por los movimientos del mercado, no pudo ser
suavizada por ningún tipo de esfuerzo burocrático. Veinte años tras las
denuncias citadas, la miseria señalada se acentuó:
En la economía no se desperdició solo la fuerza de trabajo, sino también los insumos
materiales, técnicos, energía, combustible, materia prima y otros. En la prensa soviética
abundan los ejemplos de pérdidas sensibles de materiales costosos. En promedio, el 20
por ciento del cemento, más de un cuarto de los productos agrícolas y más aún de la
producción maderera, se pierden. En muchas empresas, las máquinas, herramientas y
equipos se apilan esperando ser utilizadas. Por su almacenamiento inapropiado, las
máquinas se vuelven inutilizables y deben ser descartadas, sin haber sido puestas en uso
una sola vez. Esto es particularmente amargo cuando se trata de máquinas importadas a
cambio de divisas (Salawskaja)

No es sorpresa: los insumos para la actividad empresarial como los


materiales, las máquinas, etc., son entregados a la creación de valor, sin
importar si, y sobre todo cómo, serán utilizados real y materialmente. Da
igual si la energía se fue por la chimenea o si estuvo involucrada de manera
óptima en los procesos de producción; lo mismo da que una máquina sea
amortizada por su desgaste real o abandonada en un depósito por
despilfarro.

El resultado es una potenciación de todas las tendencias en contra del valor


de uso y de las necesidades en la producción de mercancías, en lugar de la
superación de esos momentos inherentes a la forma mercancía. La
abstracción destructiva del valor de uso de los productos por parte del
productor de mercancías ya no puede ser contenida por la “ley coercitiva de
la competencia”; esta deconstrucción de las inhibiciones se potencia aún
más por el imperativo burocrático de la creación del mayor valor posible,
que igualmente no puede ser compensado con la imposición de
productividad y la austeridad de la competencia. Por las propias
determinaciones de la planificación orientada al crecimiento abstracto y el
incremento del valor, la burocracia se desliza ella misma como una
instancia de control, mientras las empresas toman ese plan de forma
pícaramente literal. El ganador es, entonces, el que trabajo lento, necesita
mucha fuerza de trabajo o material y se preocupa menos por el valor de uso
de sus productos:
Naturalmente es la tarea de las autoridades centrales de planeamiento reducir los
requisitos excesivos a un nivel que coincida con los recursos disponibles. Y de hecho lo
hacen, pero la suma total, al final, parece ser demasiado alta. Una razón para ellos es
la insistencia de la conducción política en incrementar el índice de crecimiento
(Nove)

Tomados con pinza de esa manera, los aspectos del valor de uso, necesidad
e incremento de la productividad, aplicados solo posterior y externamente,
no pueden imponerse naturalmente. La economía de comando del
“mercado planificado” incrementa al extremo, siguiendo su propia lógica,
todos los irracionalismos del sistema de producción de mercancías, en lugar
de eliminarlos como principio.56
[56] De la misma forma que la burocracia y sus ideólogos animadores, solo pueden introducir la
necesidad del valor de uso didácticamente, suplicando o con amenazas, la crítica occidental del
empirismo del sentido común moviliza también, para señalar las fallas del sistema, el argumento de la
irracionalidad de la forma de producción occidental, que se impuso en su carácter histórico retrasado,
empujándolo hasta sus últimas consecuencias. La diferencia en la racionalidad es solo gradual. A una
conciencia que solo concibe las alternativas dentro de las formas del sistema de producción de
mercancías, esta perspectiva le está naturalmente clausurada.

LA TRANSFORMACIÓN VALOR-PRECIO

La irracionalidad desbocada encuentra su expresión sobre la superficie del


“mercado planificado” en el sistema de formación de precios. Cuando hoy
los reformistas dicen que este sistema está compuesto por “muchas capas
históricas”, se refieren a los múltiples intentos de las centrales de comando
burocrático por superar la irracionalidad mediante medidas de formación de
precios donde vuelve a aparecer esta irracionalidad. En lo esencial, se
puede identificar tres “capas geológicas” en la disputa por el sistema de
precios:

a) En los comienzos de los intentos de planificación y en sus debates,


en torno a la caída del comunismo de guerra, estuvo el sistema de
precios políticos. La fijación de precios burocrática era casi arbitraria
según la voluntad política, desde una perspectiva estratégica para la
industria o la sociedad. Quedan por fuera sobre todo los precios
fijados por debajo de los costos para la energía y las materias primas
(según Aganbegjan, entre dos y tres veces más bajos que en el
mercado mundial) así como los comestibles y otras necesidades
básicas como los alquileres habitacionales, el transporte público de
corta distancia, etc.
b) Del debate prescito por Stalin, que reconoce la objetividad de leyes
sociales independientes de la voluntad (es decir, la misma
objetividad de la “segunda naturaleza” impuesta por el sistema de
producción de mercancías), resultan una segunda capa de formación
de precios, donde los precios deberían igualarse al “verdadero
valor”; desde el punto de vista de la crítica marxiana a la economía
política, esto es un intento tragicómico por encontrar la cuadratura
del círculo.
c) Sobre estas antiguas formaciones (existentes todavía en distintos
niveles) se encuentra como capa más joven de la formación de
precios un sistema (con mayor precisión: una aglomeración bastante
confusa) de precios reformados, que con intentos siempre vacilantes,
casi siempre ejecutados a medias y constantemente reformulados, se
extiende desde los años setenta. La formación de precios se vuelve,
en el sentido de la correcta reproducción fetichista de la base, una
legislación autónoma tanto contra las prescripciones políticas como
en relación a la condición del supuesto valor verdadero; pero
también esta introspección permanece dependiente del sistema y se
integra a las contradicciones de la modernización retrasada.

Ninguno de estos tres enfoques puede, en esencia o siquiera en potencia,


hacer a un lado la irracionalidad de un sistema de producción de
mercancías liberado de la competencia. Es inmediatamente visible que los
defectos primarios en la base de la reproducción social, como se demuestra
en el fracaso en la consecución de imperativos e intereses propios, no son
corregibles por medidas secundarias en la superficie del mercado (es decir,
en el sistema de formación de precios). A pesar de ello o por ello mismo, es
necesario observar los mecanismos que emergen de esa inutilidad.

Los precios deberían, según afirma la ciencia económica, señalar la escasez


relativa de los bienes. El concepto de la relatividad debe sin embargo
estirarse mucho, en realidad mucho más que su capacidad expresiva, para
poder incluir emergentes tan llamativos como la destrucción masiva de
alimentos, el desempleo de recursos humanos y materiales a gran escala
(destrucción de capital, desempleo masivo), la destrucción y sucesiva
reparación con costos enormes de los depósitos naturales, así como el
desperdicio de recursos para producciones que solo tiene un fin propio, sin
un valor de uso individual o social. Objetivamente, aquí la escasez no se
relaciona de ninguna manera, ni relativa ni absoluta, o solo en casos
excepcionales (respecto de metales específicos objetivamente poco
frecuentes, etc.), con recursos naturales, materiales sensibles y humanos.

De todos modos no estamos hablando de una producción de valor de uso


sensible, sino del movimiento autotélico del dinero, tautológico y fetichista,
en cuya forma de precios deberían expresar precisamente aquella escasez.
No se trata de una escasez de nivel material sensible, lo que se verifica en
Occidente por el derroche grotesco y completamente dañino, sino de una
escasez relativa a la capacidad de compra social., que encuentra su
fundamento en la escasez relativa del so ganancial de la fuerza de trabajo.
En aquella medida en que el trabajo vivo pueda ser usado con fines de
lucro, se genera relativamente más o menos capacidad de compra en la
forma de salario y ganancia. Para las ramas productivas y las empresas,
esta constelación de relaciones representa el límite de su rentabilidad, es
decir, el límite de su capacidad de atraer una medida de la capacidad social
de compra que contenga una renta adecuada a los pecios obtenibles. La
capacidad de producción y distribución de los bienes no está limitada en lo
más mínimo por una escasez relativa de recursos naturales, sensible, sino
solamente por el fetichismo del capital y las leyes de su movimiento. Solo
en ese sentido es que los precios representan algún tipo de escasez relativa.

Marx demostró esto en el tercer volumen de El Capital con la


transformación de los valores en pecios de producción, que no se ven
representados inmediatamente en la suma de las cantidades de trabajo
utilizadas, sino en el movimiento social de la plusvalía y su transformación
en renta empresarial. Los precios de producción (que coinciden con el valor
primeramente en un nivel de la totalidad capitalista no realizado por
ninguna instancia) se establecen sobre el índice de ganancia promedio de la
sociedad, que por su lado solo emerge en el proceso ciego de la
competencia y se renueva constantemente:
Los precios que emergen de la suma del promedio de las distintas tasas de ganancia de
las distintas esferas productivas a los costos de las mismas esferas se llaman precios de
producción. Su requisito es la existencia de una tasa de ganancia general, y esta a su
vez requiere que las tasas de ganancia en cada esfera productiva particular tomada en
sí misma haya sido previamente reducida en concordancia. […] El precio de
producción de una mercancía es entonces igual al costo sumado a la tasa de ganancia
general correspondiente, la ganancia porcentual que le es asignada, o igual al costo
más la ganancia promedio. (Marx)

Lo que demuestran los precios de producción es la escasez relativa de


rentabilidad social en la producción de bienes, lo que a la vez no significa
otra cosa que el límite relativo de las capacidades productivas de la
sociedad. Pero este no es alcanzado donde no faltan recursos, sino ahí
donde la producción caería por debajo de la tasa de ganancia promedio.
“escasez” y “rentabilidad” no significan en la jerga económica nada más
que eso.57

[57] La izquierda marxista es una figura triste tanto en Occidente como en Oriente, que olvida todo
fundamento de la crítica a la economía marxiana tan pronto como pasan de la prédica dominical de
filosofía crítica al análisis y la pregunta por la “praxis” de problemas socioeconómicos concretos actuales.
Con gran sentido común se confabula sobre al “escasez” en buen lenguaje económico, y sobre la
“rentabilidad”, como si estas famosas categorías no tuvieran nada que ver con el primer plano de los ya
discutidos objetivos de la “ganancia” y la “explotación”, sino como si fueran simplemente
determinaciones cuasi ontológicas de la reproducción social. No es sorpresa que la izquierda teórica tras
el colapso del socialismo real solo siga teniendo relevancia crítica en la esfera de la charlatanería política .

La reproducción del socialismo real, aunque se proponga como


acumulación de capital, carece de cualquier mecanismo interno para que la
plusvalía social se divida en los diferentes modos de la ganancia para ser
reapropiado como tal por las distintas empresas ene l movimiento de la
competencia. Por eso no pueden conformarse los precios de producción, 58
que en el juego de las fuerzas en competencia, y por la distribución de
recursos en las distintas ramas productivas, señalan la relación con la
escasez, es decir la rentabilidad de la producción.59

[58] Los precios de producción no son idénticos a los precios empíricos del mercado, lo que aquí
asumimos para simplificar: En la empiria se dan más las modificaciones. Aquí solo podemos tratar de
trabajar sobre el problema fundamental, para destacar el déficit decisivo en el sistema de formación de
precios del socialismo real.

[59] De esta situación problemática resulta al fin una discusión teórica en apariencia totalmente repetida,
tanto dentro del marxismo como entre éste y l ciencia económica de la academia, en particular sobre el
problema de la transformación del valor en precio de producción. Cada vez que se afirmó que Marx no
habría solucionado satisfactoriamente en el tercer volumen de El Capital este problema (los que haría que
el primer y tercer volumen estuvieran teóricamente desarticulados), fue una sola razón: los críticos no
aceptan el carácter ciegamente objetivo del valor o el “sujeto automático” (Marx) y todas sus
emanaciones, sino que prefieren circunscribir la formación de precios en la subjetividad burguesa del
intercambio mercantil. Mientras se trate de marxistas, este debate implica el atrevimiento tanto práctico
como teórico y la imposibilidad positiva de no abolir la legalidad fetichista del valor sino de “planearla
conscientemente”, lo que naturalmente implica una transformación “planificada” del valor en precio de
producción. ¡Que esta formación problemática permaneciera teóricamente irresoluble y que haya
fracasado prácticamente no es tomada como una oportunidad para contemplar la locura de sus propias
premisas, sino por el contrario para descartar la teoría marxiana del valor trabajo! Si la transformación de
valor en precio no es esencialmente “panificable”, entonces la teoría marxiana debe ser falseada porque
ya había mostrado esa imposibilidad. Este es el paso de baile teórico donde el marxismo de los
movimientos de trabajadores fracasó de la peor manera, para el beneficio de la ciencia económica .

Las empresas se relacionan así inmediatamente, sin la intervención del


mecanismo de mediación social correspondiente, con el plusvalor social
total subordinado al comando burocrático externo. Se trata de un
capitalismo, cuyo sistema circulatorio fue interrumpido y ya solo puede ser
movilizado artificialmente por un bypass cardiopulmonar, pero uno
producido en el socialismo real, o sea defectuoso y disfuncional. Las
dificultades y niveles del sistema de formación de precios reflejan la
imposibilidad lógica y práctica de la subjetividad burocrática de realizar
una transformación de valor en precio y de llegar a precios de producción
adecuados.
Tanto los costos de una empresa como su ganancia, donde debería
constituirse el precio de producción, no pueden construirse en el
movimiento de la competencia como corresponde a su esencia, sino que
deben ser establecidos individualmente en negociaciones entre las
empresas y la burocracia. Pero como con la falta del mecanismo de
competencia cayó también cualquier fundamento objetivo para esa
transformación de valor en precio, las decisiones voluntarias se imponen
necesariamente, y no pueden ser otra cosa que compromisos entre los
deseos y los intereses de la burocracia y las empresas. A falta de cualquier
racionalidad sistémica, en el sentido de la lógica del capital aún presente,
solo pueden hacer lugar en la superficie de precios a la disposición social al
derroche ya instalada:
Cuando el precio de un material, del que se sabe que es realmente escaso, no refleja
esta condición, entonces se usa en los proyectos de inversión más de lo que está
disponible; y por eso se requieren lineamientos administrativos o medidas de
racionamiento. Otro ejemplo que contiene un aspecto principalmente importante:
Imaginemos que los pecios se basan en los cotos, e imaginemos aún más que hay dos
máquinas, que para su productor son igualmente caras e igualmente rentables; pero
una máquina, en su uso, es mucho más productiva que la otra. Si el hecho de la mayor
productividad no se condensa en el precio y la ganancia, la decisión que se rige por la
norma de la efectividad para el productor vista desde la perspectiva de la totalidad
sociales equivalente a menos eficiente . (Nove, Alec. La economía soviética.
Gredos. Madrid. 1966)

El hambre por la mayor cantidad abstracta posible de insumos y fuerza de


trabajo o tiempo laboral empuja a los costos de las empresas
tendencialmente a alturas cada vez mayores. Bajo la ley de la competencia
no se podía tomar ningún tipo de consideración al respecto, porque estos
se configuran por el movimiento del mercado con independencia de los
costos individuales. Sin esta ley, el nivel de los costos debe de hecho crecer
constantemente, también socialmente, en lugar de ser bajado por la presión
de la productividad.

Dado que el “verdadero valor” por lo menos dentro de los límites del
sistema de economía de comando es absurdamente alto y crece
constantemente, no por la expansión intensiva de los mercados sino por la
expansión extensiva de los costos, debe haber también un incremento
constante del nivel de los precios, que genera una presión inflacionaria. La
burocracia tiene una mala mano respecto de las empresas si quiere
presionarlas para que bajen los precios, porque su propio imperativo
respecto de la maximización del valor en las condiciones dadas del sistema
resulta en su opuesto, con insumos abstractos (y costos igualmente
abstractos), pero así también al crecimiento de los precios. Además, las
empresas poseen de hecho el monopolio de la información sobre los
verdaderos costos y pueden reportar a las instancias burocráticas lo que
quieran. Esto es válido también finalmente cuando la burocracia otorga
márgenes para el incremento de precios para la innovación productiva, para
mejorar la calidad del valor de uso. Las empresas usan esto para alcanzar
pecios más altos con pseudo innovaciones potemkinescas a través de
cambios de nombre y mejoras aparentes:
Una vez visité una empresa que fabrica maquinaria pesada, que contenía en su
programa un supuesto 38 por ciento de nuevos productos. A mí, los productos del siglo
pasado que colgaban en la sala de reuniones me parecían idénticos a los que se
producen hoy. Cómo llegaba la empresa a un índice de innovación del 38 por ciento es
simplemente el arte del contador de cargo (Cornelsen)

A la ganancia obtenida no le va mejor que a los costos de la producción,


que son la bases de los precios. Ya que estos no se conforman por la
mediación de la competencia en el mercado, sino que se fijan
burocráticamente, les falta cualquier tipo de criterio objetivo. Así, el
ganado se convierte en jardinero, cuando el cálculo problemático de los
costos básicos es elevado al rango de criterio objetivo para establecer las
ganancias:
Además se crean en las empresas intereses por mantener los costos productivos altos,
ya que el margen de ganancia se calcula como un porcentaje de los costos productivos
(Salslawskaja)

Entonces, en lugar de contener la tendencia a la inflación de costos, el


criterio para establecer la ganancia lo potencia. Ninguna reforma dentro de
la estructura de la economía de comando puede cambiar nada en este
dilema porque no existe otro criterio.

Es esclarecedor que bajo estas condiciones una inflación de costos


permanente tendría por consecuencia una hiperinflación de precios. Ni el
criterio inocente del “verdadero valor” ni la liberación de la formación de
precios a las empresas puede cambiar algo en la lógica interna de la
estructura básica estatista. El “verdadero valor” regresa tautológicamente a
los “costos reales” y estos son mantenidos en lo alto fundamentalmente por
las empresas, que siguen las condiciones del sistema. La liberación de la
formación de precios, por el otro lado, mientras no esté, afectada por la
competencia mercantil abierta y la posibilidad de la bancarrota, traerá una
inflación de precios totalmente voluntaria, ya que la lógica empresarial no
establece una competencia por el precio más bajo, sino por el más alto.60

[60] En este dilema han fracasado todos los intentos de formar precios en el socialismo real bajo la
premisa de “más economía de mercado”, que quisieron darle mayor independencia. En esa medida tiene
razón aquellos críticos occidentales que dicen que “un poco más de mercado” es tan poco posible como
“un poco más de embarazo”. La liberación de los precios solo puede bajar los costos cuando la
competencia también es permitida sin “si” o “pero”, lo que es naturalmente idéntico a la rendición
incondicional de la economía de comando estatista y sus élites burocráticas, que tendría por prerrequisito
el colapso total que hoy de hecho se está dando. Que del pasaje a la lógica de la competencia “normal”
occidental no resulta ninguna mejora para la situación vital de las masas, sino la entrada en la lógica de la
crisis del mercado mundial, es todavía peor, como se demostrará más adelante .

Inevitablemente, el camino a la solución que queda es cada vez más


precario y esencialmente sostenible solo dentro de límites acotados, que es
la creciente subvención estatal de los precios. En esa medida, la capa más
antigua de formación de precios, el precio político subvencionado, que
apunta a los fundamentos de la economía de guerra y sus ejemplos ideales,
no solo está plenamente activo sino que debe ser expandido. En el fondo,
los precios son precios políticos, porque el “estado racional” del “mercado
planificado” está basado en la ilusión de la voluntad política de la
subjetividad burguesa.61También los precios subvencionados
indirectamente (por ejemplo, el monopolio estatal del comercio exterior)
son al final políticos y contribuyen a la presión inflacionaria, ya que los
productos extranjeros más baratos no pueden ser importados.

[61] También desde esta perspectiva debe acentuarse que fenómenos correspondientes no son de ninguna
manera desconocidos para el capitalismo occidental. No solo en las economías de guerra occidentales
hubo precios políticos subvencionados. Subvenciones proteccionistas directas e indirectas se encuentran
sin excepción en todas las economías de mercado; es suficiente recordar el masivo y costosísimo sistema
de subvenciones de la agricultura en la Comunidad Europea. También son conocidas las subvenciones a
los precios por políticas sociales del fascismo en Alemania, Italia y España, del peronismo en Argentina o
de la mayoría de los regímenes del tercer mundo hoy en día. La diferencia con el socialismo real es
también aquí solo relativa, debido al estatismo solidificado: en el Oeste y en el Sur, los sistemas de
subvención son corroídos por el principio monetarista contrario y no pueden aferrarse y expandirse a la
medida de la rígida economía de comando centralizado.

Pero la presión de las notorias subvenciones directas se torna cada vez


más insostenible. Dado que la inflación de los costos empresariales crece
constantemente, las subvenciones estatales a los precios debe subir
también, lo que a falta de ingresos estatales es posible solo a través de la
impresión de billetes. De esta manera se abre la tijera monetaria, que dentro
de la lógica estatista ya no puede cerrarse y trabaja hacia el colapso de las
finanzas estatales y del sistema monetario. La insostenibilidad de la
subvención de precios se puede señalar fácilmente con claridad en los
precios de los alimentos. En la Unión Soviética se dada así:
En este momento, los precios del pan tanto como los de la carne y de los productos
lácteos están fijados demasiado bajos en el comercio estatal y caen por debajo de los
precios de producción. Con un precio de venta promedio de 1,8 Rublos por kilo, el
comercio de carne está subvencionado en más de 3,5 Rublos por kilo. En total, las
subvenciones estatales para este grupo de comestibles (con ingresos estatales de una
suma total de 480 mil millones de Rublos) están por encima de los 60 mil millones de
Rublos (Aganbegjan)

En la RDA no estaban ni un ápice mejor, aunque la industria y la


infraestructura allí estaba mucho más desarrollada que en la Unión
Soviética en promedio y al mayor grado de todo el bloque del Este:
Más de cuatro quintas partes de los verdaderos costos para la producción o la
importación de comestibles son asumidas por el Estado en la RDA. […] Luego, el
Estado gasta otros 33 mil millones de marcos y carga así con un 84 por ciento de los
costos. (Frankfurter Rundschau, 23/11/1989)

Las subvenciones totales solo para los comestibles corresponden


actualmente en al Unión Soviética a más de 100 mil millones de Rublos
(Aganbegjan), en la RDA correspondía hacia el final al 20 por ciento del
presupuesto estatal (Cornelsen). El crecimiento en las últimas décadas es
notable:
“Las subvenciones, que en el pasado fueron la “vaca sagrada” de la RDA, crecieron
entre 1970 y 1989 de 8 a 58 mil millones de Marcos (RDA), esto implica un incremento
del 7 por ciento anual, con un crecimiento relativo del ingreso nacional de entre 3,5 y 4
por ciento” (Handelsblatt. 15/11/1989).

No podemos olvidar que estas consecuencias fatales no yacen en simples


“errores” del sistema, sino en que el sistema mismo es producto de la
lógica histórica de la modernidad. Las “contradicciones sistémicas” del
sistema de producción de mercancías están fundadas ellas mismas en el
sistema, y la corrección de sus supuestos “errores” lleva nuevos “errores”,
como ya será demostrado. Primeramente es necesario perseguir las
contradicciones inmanentes y potenciales de crisis en la economía del
“mercado planificado”, que no se agotan de ninguna manera en las formas
manifiestas del sistema disfuncional de precios.

ESTRUCTURA DE LAS CONSTRUCCIONES Y “CONSTRUCCIÓN


DE CATEDRALES”

La disfuncionalidad se extiende lógicamente al sistema de las inversiones


reales de las empresas y del Estado. Aquí vale en principio la misma
irracionalidad que empuja absurdamente a todas las contradicciones del
sistema de producción de mercancía al máximo, tanto en relación al valor
de uso como en la productividad de la producción actual; que expresadas y
potenciadas por el sistema de precios es disfuncional por igual. Siguiendo a
la lógica del crecimiento abstracto (el incremento del valor), se impone el
imperativo de expandir la reproducción más allá de las necesidades y así un
crecimiento fundamental del sector de bienes de inversión. De tal modo de
verifica en el sistema de la economía de comando una contradicción
llamativa: por un lado parece que faltan inversiones cuando se habla del
aparato productivo anticuado desgastado; por el otro se denuncian
inversiones excesivas (ver Nove), que entorpecen la producción actual,
sobre todo en la industria de bines de consumo.

Esta contradicción se explica por la indiferencia objetivamente


condicionada del valor de uso y productividad que naturalmente debe
expresarse en el comportamiento de la inversión. Como las empresas
individualmente pueden imponer su éxito monetario en la producción a
través del simple incremento de costos y de trampas con el valor de uso,
también lo hacen con las inversiones para sustitución y expansión. Y una
vez más, la burocracia se engaña a sí misma y desoye su propia función de
control, retribuyendo el “crecimiento” abstracto no filtrado por la
competencia del mercado.

La primera limitación para un comportamiento racional de las inversiones


(y no puedo repetirlo lo suficiente, “racional” naturalmente solo en el
sentido fetichizado), se da ya en el hecho de que las ganancias, que podrían
ser destinadas a la reinversión, no pueden ser generadas por las empresas y
usadas a su discreción, sino que deben obtenerse del Estado, para el cual
componen la fuente principal de ingresos.62 La sustracción centralizada de
la ganancia está naturalmente fundada en la lógica de la modernización
retrasada que fue empujada por la competencia exterior. Esta lógica
permitió una planificación estratégica del plusvalor para los sectores
básicos necesarios de la infraestructura, la industria pesada, etc., y en
contra de la lógica de la economía empresarial. Pero este método se
demuestra irracional cuando las exigencias de inversión se encuentran con
un crecimiento “intensivo”, como pasó irrefutablemente al primer plano
luego de la segunda guerra mundial.

[62] Por esta misma razón un sistema impositivo general como el de Occidente o bien no existe en
absoluto o está totalmente subdesarrollado, o no es tomado verdaderamente en serio y tampoco parece ser
aplicable. Cuando es el Estado como propietario previo de las ganancias quien quita el total de las
ganancias de las empresas, esto también es lógico.

La burocracia está predispuesta primeramente por la carga de su herencia


( y quizás también por la estructura de su pensamiento sobre la sociedad) a
la megalomanía, a megaproyectos de inversión como usinas eléctricas,
represas, desviación de ríos enteros, edificios monumentales y
naturalmente también al armamento bélico.63 En segundo lugar, ella misma
chupa como una esponja gigante una parte considerable de las ganancias
obtenidas y las distribuye para fines dudosos o privados en estructuras
nepotistas. En tercer lugar, no cuenta ella misma siquiera con suficiente
información concreta para estimar las inversiones requeridas en el ámbito
empresarial. Los requerimientos de las empresas mismas tampoco
necesitan seguir el imperativo de la productividad por falta de la presión de
la competencia.

[63]Este fenómeno es el núcleo real de las teorías orientalistas y faraónicas del socialismo real. Tanto
como pueden recordar a formaciones históricas antiguas estos superproyectos megalómanos tan evidentes
como burocráticos están relacionados respectivamente con mecanismos de base por completo distintos .

Ya con solo estos factores se puede explicar que la sobreinversión fluya


mayormente a estos proyectos sin sentido. Esta tendencia se fortalece por el
imperativo abstracto del crecimiento filtrado por la burocracia en lugar de
la competencia económica. La burocracia no genera solo una inflación de
costos en la producción, sino también en las inversiones. Pero esto afecta
sobre todo a las inversiones para la sustitución y la expansión. Cada
empresa occidental está forzada por la competencia a renovar y modernizar
las máquinas que amortizaron tras un tiempo, en relación al nivel de
productividad social. Y recién cuando satisfacen este imperativo primario
de la inversión pueden pensar en inversiones para expandir, para
incrementar su participación en el mercado y para hacer crecer sus
ingresos. Ya que esta presión falta en las economías de comando
centralizado y por otro lado el “crecimiento” de la economía nacional por
inversiones expansivas es favorecido por la burocracia con asignaciones de
fondos y materiales, las consecuencias son previsibles: las inversiones para
la sustitución, que son menos lucrativas, son descuidadas groseramente; la
maquinaria se sigue amortizando, pero nunca es realmente renovada, por lo
cual envejece y requiere siempre de reparaciones, empujando el nivel
productivo hacia abajo:
“Lamentablemente debemos notar, que por décadas [!] no se utilizaron medios para
renovar o para comprar máquinas para la producción. Un 60€ de las empresas que
producen bienes de consumo son anticuadas”. (Aganbegjan)

Esto vale para todos los países del socialismo real por igual. Tampoco
desde esta perspectiva reinaron en la RDA mejores condiciones por ser el
país más desarrollado de la economía de comando centralizado. Los
expertos y consultores de Europa occidental que tras la apertura de las
fronteras pudieron viajar a visitar empresas a lo largo de la RDA (y sobre
todo las provincias más ocultas a la vista del público) se horrorizaron y
conmocionaron; las imágenes de ruinas industriales totalmente
desmoronadas que todavía producían resultaban opresivas. Atestiguar eso
fue mucho peor que lo que hacía tiempo se suponía y ya había sido dicho:
“Nada está correctamente organizado, las máquinas con frecuencia son viejas y están
rotas. Por eso muchas empresas en la RDA deben emplear una cantidad inimaginable
de gente para realizar reparaciones. Además, estas máquinas y equipos anticuados
requieren demasiado material y electricidad, y eso lleva a mayor escasez” .
(Cornelsen)

Mientras el aparto productivo y las máquinas son desastrosos, porque la


renovación bajo las condiciones dadas no genera mayor ganancia y no
contribuye al éxito monetario, la burocracia desarrolla sus inversiones para
la expansión con el método probado por el príncipe Potemkin. La
sobreinversión fluye hacia los proyectos de construcción, porque se
adecúan mejor a las maniobras burocráticas y al derroche de medios. Cómo
funciona esto, nos lo confiesa el “reformista” Aganbegjan una vez más:
“En la construcción, por ejemplo, se eligió la amplitud de los proyectos realizados
como fundamento: si se construye un edificio caro, los salarios son más altos, si solo se
instala equipamiento, los salarios son más bajos. El resultado de esta política fueron
construcciones inconclusas por el valor total de 30 millones de Rublos. Las empresas
constructoras se adecuaron inmediatamente a estas nuevas condiciones: los proyectos
tenían basamentos formidables, pero nada era terminado”. (Aganbegjan)

Estas condiciones tampoco son tan nuevas, como demuestran las


resonantes denuncias del pasado. En ningún lado se demuestran más
claramente los engaños en torno al valor de uso, el cumplimiento
meramente formal de lo planeado, que en la industria de la construcción,
sobre todo en los grandes edificios, que podrían considerarse un proyecto
medieval de construcción de catedrales:
El número de las construcciones no concluidas crece a pesar de la exhortación a
“concentrar los medios para concretarlas”. Año a año, el ministerio de finanzas
denuncia lo qué denomina la “disipación de medios en la industria de la construcción”.
[…] Dejar fluir los medios y bienes centralmente en una región tiene sus beneficios, ya
que puede utilizarse algunos de ellos para otros objetivos, y así no existe ningún motivo
para la rápida concreción de un proyecto. (Nove)

Las inversiones ya no solo fluyen estructuralmente a través de la absorción


centralizada hacia proyectos disfuncionales y megalómanos, sino que estos
ya ni siquiera son finalizados. A las ruinas industriales y aparatos
productivos dignos de museos, por la falta de inversiones para su
reemplazo y modernización, se suman las ruinas d la inversión en grandes
proyectos de construcción, que colman los países con economías de
comando centralizado. Y para empeorar las cosas, estas ruinas de inversión
están vinculadas con la misma inflación de costos que todas las demás
producciones, que sobrecargan al presupuesto estatal y a los volúmenes de
subvenciones. Así se fagocitan los medios que deberían ser usados para la
inversión productiva. Se pone en funcionamiento una espiral que no lleva
solamente al colapso de las finanzas, sino también a una ruina cada vez
más pronunciada de la producción material.

Por el otro lado, una renuncia a la absorción centralizada por el Estado de


la ganancia y una delegación de las decisiones respecto de la inversión a las
empresas, como fue intentado en distintas propuestas de reforma, en el
marco de la estructura estatista, solo puede tener los mismos efectos
negativos que la correspondiente liberación de la formación de precios: el
comportamiento disfuncional de las empresas, en sintonía con sus intereses
abstractos, se fortalecería sin control alguno. Además, el Estado no puede
renunciar más a la absorción de la ganancia, porque está destinada al
volumen creciente de subvenciones, que ya solo puede ser combatida con
una política de emergencia monetaria que encuentre su forma entre la
inflación por emisión de pele moneda y la bancarrota del Estado.64

[64] En endeudamiento interno de los Estados del socialismo real ha crecido en dimensiones
insostenibles. Como en las economías de guerra occidentales de la época de guerras mundiales, se trata
esencialmente de un endeudamiento tan precario como inmediato con el propio banco central, mientras en
Occidente el endeudamiento estatal, que por eso se demuestra como una influencia independiente para la
crisis, continúa estando hoy transmitido por el mercado financiero nacional e internacional. El déficit
interno de la Unión Soviética llegó a 100 mil millones de Rublos, aunque la estadística sea poco confiable
y la burocracia, a pesar de las Glasnost tiende a mantener en secreto los peores números. El
comportamiento es similar en otros países del socialismo real .

CRISIS Y COLAPSO DE LA ECONOMÍA DE


COMANDO CENTRAL
ECONOMÍA DE LA ESCASEZ Y COMPETENCIA SECUNDARIA

El resultado lógico del socialismo real es una economía de escasez amplia


y extendida a todos los ámbitos, que determina la vida social e individual
entera. Luego, en este nivel se desarrolla necesariamente una competencia
secundaria, negativa, de las empresas entre sí, que acaparan materiales, se
roban unas a otras, se quitan fuerzas laborales, etc.

Las empresas compiten con el Estado por la absorción de ganancia y por


las cifras planificadas; las empresas, las ramas y las regiones compiten
entre sí por la asignación de fondos y materiales; los productores y los
consumidores compiten por los precios y los valores de uso de los bienes.
Tomando con seriedad, no debería hablarse de una liquidación total o de
una simple ausencia de competencia; la “competencia negativa” del
estatismo de la economía de guerra está puesta de costado (seitenverkehrt)
en relación a la del capitalismo occidental. Solo se eliminó la función de la
competencia que aumenta la productividad, pero no la oposición abstracta
de las instancias y los individuos sociales. Esto parece ser secundario,
porque se refiere a los imperativos subjetivos y políticos existentes y a las
especificaciones de la burocracia, mientras la “presión muda” de la
competencia en Occidente ya no es tomada siquiera como un a priori
determinante por su evidencia desubjetivada.

Esta puesta de lado o inversión especular de los problemas de la


reproducción y la predisposición a la crisis en el sistema de competencia
occidental y en el estatismo del socialismo real fue notado tempranamente,
aún cuando en aquel contexto histórico todavía no podía ser vislumbrada
del todo. El economista Lew Kritzman aborda la situación problemática
con una claridad sorprendente en su análisis del comunismo de guerra
publicado en 1924, como el “período heroico de la gran revolución rusa”.
Que limitara el marco a la “economía natural proletaria” del comunismo de
guerra, es decir no a la lógica contradictoria del mercado planificado, sino a
una muy breve y fallida fase de la “economía natural” del comunismo de
guerra,65 y que no atribuyera su fracaso a la lógica interna del proceso de
modernización, sino a la “imperfección” de un “primer intento” en
circunstancias difíciles, no hace mella en la coherencia de su análisis.

[65] La “economía natural” del comunismo de guerra tuvo de hecho algo heroico. Era un intento
necesario, condenado al fracaso, de “abolir” el dinero, que no podía ser siquiera ser formulado como un
programa y por eso mismo debía autodenominarse “proletaria”. Que estos intentos de “economías
naturales” fugaces, que quedaban limitados en el nivel de la distribución, dependieran de estructuras
estatistas de comando, de cuenta del pronto e ineludible regreso del dinero, que junto al Estado sería la
forma básica de la máquina soviética de modernización .

Ya que esta “economía natural proletaria”, que insinúa su definición como


comunismo de guerra, fue un componente y parte del recorrido del
estatismo de economía de guerra, no puede tomarse como el anticipo de
una sociedad futura que no tuviera la forma mercancía. Solo apunta a la
desgraciada rigidización de las estructuras de la economía bélica de un
“mercado planificado” en la lógica histórica de la formación burguesa
retrasada. Leído de esa forma, el análisis de Kritzman es de una actualidad
sorprendente:
La anarquía de la vida económica lleva, como ya es sabido, a que los productos que la
sociedad necesita no sean consumidos y queden en desuso. En la economía mercantil
capitalista sucede de esa manera, el consumo (la demanda capaz de pagarlo), que se ve
reducido por las limitaciones que le son impuestas por la economía capitalista, no es
suficiente para asimilar todo lo que fue producido; los productos excedentes se
acumulan del lado de los productores (de la mercancía) , al mismo tiempo que crece la
necesidad de esos productos por parte de aquellos que no los tienen o que solo los tienen
en cantidades insuficientes. En la economía natural proletaria vemos un fenómeno
esencialmente igual, es decir la imposibilidad de usar (consumir) los productos
necesarios para la sociedad como un todo. Pero este fenómeno cobra la forma inversa:
los productos excedentes no se acumulan donde los productores, sino del lado de los
consumidores. La creación de un excedente para los productores es imposible,
exceptuando cuando el producto en cuestión sea absolutamente innecesario; ya que
cuando se genera tal excedente, es distribuido de inmediato, tan pronto como se genere
la necesidad de ese producto. Pero con la multiplicidad y la interdependencia de los
órganos de distribución (!) es inevitable que por ejemplo una empresa que necesita
lámparas reciba los vidrios para ellas en su cantidad requerida (100 por ciento) de una
empresa, de otra el 60 por ciento de los pies necesarios, del tercero un 50 por ciento de
las mechas, del cuarto un 20 por ciento de los interruptores; en este caso, cuatro quintos
de los vidrios, dos tercios de los pies y tres quintos de las mechas sobran y quedan en el
depósito. Un mes después otra empresa que necesita lámparas, tendrá los mecheros que
le falten al primer fabricante. Lo mismo pasa inevitablemente con el combustible, las
materias primas e insumos de distinto tipo. En la economía mercantil capitalista, en
donde la fuerza laboral es una mercancía entre muchas, la anarquía en la vida
económica lleva a que la fuerza laboral quede inutilizada en sus propietarios originales:
se da un incremento del desempleo. En la economía natural proletaria, la fuerza laboral
queda inutilizada en sus consumidores, al desempleo corresponden aquí las
características interrupciones del circuito del trabajo, el despido de trabajadores en
consecuencia al detenimiento de la provisión de las empresas o de los mismos
trabajadores. Es el mismo fenómeno que se manifiesta aquí de forma directamente
inversa. Todas estas (y muchas otras) perturbaciones de la vida económica llevan, en su
reiteración tanto en la economía mercantil capitalista como en la economía natural
proletaria, a crisis generales de la producción (y del intercambio). La limitación de la
producción y del sistema de transporte, del intercambio, del consumo, en una palabra, el
contenido de las crisis aquí y allá del mismo tipo. Pero la forma de manifestarse es
directamente la contraria. En la economía mercantil capitalista, que se caracteriza por la
anarquía de la distribución (y por consecuencia de la venta), se manifiesta como crisis
de comercialización, como imposibilidad de transformar en efectivo los productos que
poseen los productores. En la economía natural proletaria, que se caracteriza por la
anarquía del aprovisionamiento (!), la crisis se manifiesta por el contrario como una
crisis de aprovisionamiento, como imposibilidad de obtener los productos necesarios
para el consumo. En otras palabras; en la economía mercantil la crisis de la producción
se manifiesta en la forma de una crisis de sobreproducción, en la economía natural
proletaria en la forma contraria de una crisis de subproducción. La perturbación de la
vida económica, la emergencia de la anarquía, asume en la economía mercantil
capitalista la forma de una superabundancia generalizada, en la economía natural
proletaria, la forma de una escasez generalizada. En ambos casos no quiere decir que
sea imposible consumir los productos excedentes ni producir los faltantes. Esta
imposibilidad no es de carácter natural, sino social: no está fundada en la naturaleza de
las cosas, sino en la naturaleza de la respectiva sociedad. El excedente en uno, la
escasez en el otro caso son solo las causas aparentes y superficiales de la crisis .
(Kritzman)

Dado que los mismo fenómenos no solo perduran setenta años después del
comunismo de guerra en la Unión Soviética y en todas las economías de
comando del mismo tipo, sino que se han extremado hasta lo insoportable,
podemos considerar con confianza que el “mercado planificado” posterior
y la supuesta “economía natural proletaria” se basan en la misma lógica. Si
obviamos la terminología desconcertando de Kritzman, que propone una
expresión tan graciosa como una “anarquía de la economía natural”,
podemos establecer fácilmente que con la “total igualdad” del contenido de
la crisis, que se expresa “de forma directamente inversa”, sin saberlo,
apunta a la igualdad de la lógica de la base: a la lógica de la explotación del
trabajo abstracto, por fuera de la cual Kritzman todavía no puede pensar,
porque confunde la liquidación externa y temporal del dinero con la
abolición de la “economía mercantil capitalista”.

De hecho, la identidad de la crisis con la limitación tanto de la producción


como del consumo es evidentemente inherente al sistema del trabajo
abstracto; su expresión inversa o puesta de lado marca la diferencia entre
las lógicas estatistas y monetaristas dentro de las mismas categorías
básicas. La dinámica de la competencia y el juego flexible entre
monetarismo y estatismo en Occidente corresponden a u cambio en la
dinámica de prosperidad y crisis, mientras la rigidización del estatismo en
Oriente implica una rigidización consecuente de la crisis en a forma de una
economía de la escasez permanente y estancada.

Sin embargo, Kritzman describe de forma adecuada el mecanismo puesto


de lado en la relación de producción, distribución, circulación y consumo
de los bienes en una economía de comando estatista, aún cuando él mismo
no sea consciente de su alcance real. Lo que describe como un acopio de
“el excedente del lado de los consumidores” aparece en los debates
reformistas contemporáneos como “el dictado de los productores” a vencer;
y de hecho se trata del mismo fenómeno de la competencia secundaria
negativa. Mientras en Occidente, los productos sobrantes en apariencia se
acumulan donde los productores, porque son invendibles, en las economías
de comando central los productores tiene la venta asegurada de manera
fichteana. Mientras las empresas se encuentran, por el contrario a los
consumidores, en el “consumo productivo”, acumulan bienes que están
obligados a recibir por las razones más diversas.

Esto no se trata solo de una distribución desigual como en el ejemplo de los


pies de lámparas, mechas y mecheros de Kritzman; tal desigualdad podría
corregirse o al menos mejorarse con medidas organizativas. Pero mucho
más significativo es que las empresas se proveen mutuamente con chatarra,
que naturalmente acumulan en su lugar de consumidores, para ser reparada,
adaptada o simplemente desechada, aún si requiere espacio para su
depósito, etc. Pero eso no es suficiente. La economía de la escasez genera
también la necesidad de ordenar, acaparar, retener y así hacer
“desaparecer” bienes, materiales y máquinas verdadera o supuestamente
escasos, independientemente de sus verdadera necesidad; y es justamente
en este territorio donde acontece buena parte de la competencia
secundaria.66 Que las empresas produjeran de pura desesperación sus
propios insumos, piezas de recambio y máquinas e intentaran así
reemplazar al sistema de la división social del trabajo que colapsaba, 67
completa la imagen que da el ejemplo relativamente inofensivo de
Kritzman.

[66] Esto incluye naturalmente las vías de aprovisionamientos informales e ilegales. En la Unión
Soviética existe con este propósito en cada empresa la institución cuasilegal del tolkatsch, cuya única
tarea consiste en el aprovisionamiento y acopio de materiales a través de los negocios en el mercado
negro. Cosas similares se registraron en los países del Este europeo. En la RDA no era para nada
infrecuente que los directores de empresas se dirigieran al campo en sus propios vehículos en la búsqueda
de piezas para reparaciones: una verdadera coronación de la “economía planificada” y del “estado
racional” fichteano.

[67] Esto explica también concretamente la reducción en la densidad y profundidad de la interconexión


industrial en la reproducción de la economía de comando.

CRISIS DEL CONSUMO, EXCEDENTE DE DINERO Y MERCADO


NEGRO

Si la economía de la escasez aparece, del lado de las empresas, como


competencia negativa y acumulación de materiales en parte inutilizables,
en parte apropiados, del lado del consumo individual se muestra como una
pobreza generalizada, como una contracción en los niveles en os niveles de
consumo de masas. Es así porque la productividad baja y estancada fuerza
a una baja correspondiente de los salarios. La distancia respecto del
estándar occidental se ha incrementado cada vez más, como demuestra la
comparación entre RDA y la RFA desde 1961:
Ya entonces el estándar de vida en la RFA estaba por encima del de la RDA. Las
diferencias eran en realidad todavía pocas. En Este y Oeste, los salarios en sus
respectivos Marcos eran similares. En las casas de cambio de Berlín, el Marco Este era
cambiado por 25 centavos de Marco Oeste. Hoy, los salarios en la República Federal
son dos veces y media mayor a los de la RDA en sus respectivas monedas, y las
jubilaciones son cuatro veces mayores. En el curso libre, el Marco Este se cambia por
10 centavos de Marco Oeste. (Engels)
El argumento de Engels, un profesor de economía, no es correcto, en tanto
la comparación de los salarios y los tipos de cambio no dice nada sobre el
poder adquisitivo real en estos distintos sistemas. El poder adquisitivo de
un salario de la RDA no era en absoluto tan bajo como sugieren los
criterios de esta comparación. Si se toma el tipo de cambio sugerido, en el
año 1989 a un salario de 2 mil Marcos occidentales en el Oeste hubiera
correspondido a un salario de 80 Marcos en el Este. Por el carácter del
Marco Este como moneda interna no convertible y en función del sistema
de precios subvencionado, el poder adquisitivo era naturalmente mucho
mayor. Sin embargo, es un hecho indiscutible que el poder adquisitivo del
salario promedio en la RFA cayó continuamente en comparación con el
Oeste desde 1961.

En segundo lugar, cada vez hay menos cosas para comprar con estos
salarios ya relativamente reducidos. El tiempo de espera para adquirir un
auto en la RDA hacia el final era de 15 a 20 años, para una conexión
telefónica, a partir de los 25 años. La producción de bienes de consumo
para las necesidades diarias ya habían tenido cuellos de botella; las colas
para conseguirlos eran conocidas en todo el Este. Estos salarios más bajos
ya no pueden siquiera ser gastados y se acumulan a través de los años y las
décadas en las cajas de ahorro de la población:
Los ingresos fijos de la población superan la producción de bines de consumo y de servicios, y la
relación entre la demanda con capacidad de pago y la satisfacción material de las necesidades no se
reduce, sino que se acrecienta. (Aganbegjan)

Este crecimiento de la demanda con capacidad de pago, que no puede


realizarse, lleva a un excedente de dinero en manos privadas cada vez más
peligros, que amenaza cualquier formación de precios con un potencial
inflacionario contenido como una represa, donde la carencia de valor de
este dinero no se muestra en los precios, sino que se expresa en su
inutilidad por la falta de oferta:

Los hogares tienen acceso a medios de pago líquidos por el valor estimado
de 500 mil millones de Rublos, pero las estanterías de los negocios están
vacías (Frankfurter Rundschau, 14/12/1989)

Este fenómeno vale para todas las economías de comando centralizado. Y


también se ha vuelto un problema para la unión monetaria alemana, cuyo
potencial inflacionario solo se realizará en el futuro. Otros efectos
colaterales se muestran en la motivación de la fuerza laboral:
Actualmente, la capacidad de ahorro promedio corresponde a la suma de siete salarios
mensuales promedio; el ahorro total es del 80 por ciento de los fondos anuales. En
consecuencia, una parte importante de la población tiene, desde una perspectiva
económica, la posibilidad de no trabajar por un período extendido de tiempo y, por
ejemplo, buscarse un trabajo mejor (Saslawskaja)

No faltaría mucho para que la izquierda apologética occidental nos quisiera


vender este tipo de desempleo como una conquista social. De hecho, lleva
naturalmente al empobrecimiento que enferma hasta los poros de la
cotidianeidad de las personas. El comprador alfabetizado que hace colas y
lee Pushkin es una leyenda. Lo que para el observador occidental a la
distancia parece ser una vagancia despreocupada,68 no es otra cosa que la
caza agotadora de bienes de consumo, el cuidado de las relaciones, etc.
Esta forma preocupante de hacer negocios, fomentada por las necesidades
más banales, que en Occidente pueden satisfacerse en cualquier
supermercado, es conocida en todas las economías de guerra en crisis
donde, al igual que en las épocas de posguerra, el aprovisionamiento en
pequeña escala se convierte en la actividad más importante, que abarca el
horizonte temporal completo.

[68] Luego de que la glasnost hiciera un poco más transparente la situación real, también en relación a la
cotidianeidad de las masas y de las relaciones estructurales reales, podría parecer que el lector de Pushkin
con frecuencia citado es el único alfabetizado de la cola. Mientras más cerca se lo mira, tanto más
escurridizo se hace ese supuesto excedente de alfabetización. No solo porque los bienes para la
educación, como por ejemplo los libros, están sujetos a las consecuencias de la economía de la escasez,
sino porque las instituciones educativas también están sujetas al decaimiento general .

Tan conmovedora como las imágenes de las ruinas industriales tras la


apertura de las fronteras fue el comportamiento de las masas de la RDA
que en los primeros días saquearon las revistas pornográficas a todo color
de los kioscos de las ciudades fronterizas. ¿Qué podía esperarse de gente
que en la monotonía de su vida militarizada no tenían nada mejor para
hacer que coleccionar envoltorios de los productos occidentales de
consumo como joyas y reliquias? Que hubiera ataques de llanto frente la
superabundancia repentinamente accesible de los centros comerciales de la
Alemania que triunfó en el mercado internacional no puede sorprender en
personas que nacieron y fueron criadas en el código de la economía de la
escasez. A eso corresponde también el acostumbramiento a complicados
negocios de intercambio natural para acceder a las cosas más imples. Esto
es sin embargo un caricatura de la “abolición del dinero”, cuya miseria ni
siquiera Kritzman podría haberse dejado imaginar.
Los ciudadanos de la RDA denominan “Ringtausch” (“anillo de intercambio”) a ese
tipo de negocio: Anton necesita un caño de escape nuevo. Pregunta en su círculo de
amigos quién puede darle uno y se entera de que Berthold tiene uno, pero solo lo daría
a cambio de un inodoro. Entonces recurren a la camarada Christiane, que no puede
conseguir un inodoro, pero tiene unos azulejos para el baño que cambiaría por cinco
cajones de Pilsner Urquell para la próxima fiesta. Anton, que necesita el caño de
escape, consiguió los cinco cajones de cerveza con descuento hace semanas. Para
cambiar los azulejos traen a u conocido de Dieter, Emil, que los cambiaría por un
inodoro. El caño de escape está casi a la mano, pero para conseguirlo habría que darle
una guadaña a Dieter, a cambio de sus servicios como mediador. Esto se simplifica si
los parientes en el oeste en su última visita dejaron “Bunte” o “Währung”
(“coloridos” o “divisas”, los sobrenombres en la RDA para los billetes occidentales),
todo saldría “como aceitado” (Frankfurter Rundschau, 1/11/1989)

Al lado del frustrante intercambio natural está el igualmente confiable


mercado negro, conocido en todas las economías de guerra en crisis, que no
es menos desmoralizante en la vida diaria; allí se intercambia con dinero (o
hasta solo en divisas), pero en correspondencia con las realidades de la
economía de la escasez, a precios tan horrorosos que la subvención “socio-
política” de los precios oficiales frente a la carencia de bienes se extiende
ad absurdum. El mercado negro se convirtió en uno de los factores más
importantes de la economía, no solo en la Unión Soviética, tanto para las
empresas (pensemos en el sistema tolkatsch) como también para los
individuos:
La “economía de las sombras” representa un problema gigante: el mercado negro,
controlado por grupos criminales organizados, maneja un volumen de 150 mil millones
de Rublos y tiene así un factor de poder considerable. (Frankfurter Rundschau,
25/11/1999)

No puede sorprendernos que las consecuencias de la economía de la


escasez de la estructura estatista petrificada impacten primero y con mayor
fuerza a aquellos socialmente más débiles, que no faltan en un sistema
semejante, sobre todo los jubilados, los enfermos, los discapacitados, los
huérfanos, etc.: todos los que no son suficientemente ágiles, que no pueden
proveerse de divisas y que no son capaces de participar en el mercado
negro. A eso se añade que la burocracia empecinada en el crecimiento, la
creación abstracta de valor y la construcción de pirámides, a pesar de sus
frases sociales, ve a todos los “improductivos” como bocas inútiles a
alimentar, tanto más cuanto más precaria es la situación de las finanzas
estatales.

Si el trato a los débiles, los viejos y los enfermos dependía en las épocas
premodernas en parte de la falta de fuerza productiva y la dependencia de
la “primera naturaleza”, en el sistema de producción de mercancías se
transforma por sí sola de manera tal que los hombres valen solo en tanto
satisfagan el imperativo del trabajo abstracto, sin considerar los recursos
reales. Las gratificaciones sociales, mientras siguen siendo lanzadas como
huesos, dependen del proceso abstracto de utilización y conducen de vuelta
sin dignidad alguna a la crisis. Esto también es así en Occidente, donde la
administración de la pobreza sigue la misma lógica perversa. También en
este caso, la economía de comando del socialismo real incrementó al
máximo las contradicciones y la lógica del sistema de producción de
mercancías, en lugar de abolirlas. Según los datos de la revista reformista
Ogonjok, alrededor de un quinto de la población soviética vive por debajo
de la línea de pobreza, y probablemente sean muchos más. Los barrios
bajos de Bakú, como demostró las Glasnost y los informes de los
progroms, dicen mucho. Estas imágenes estremecedoras mostraron a la
izquierda occidental apologética la cabeza de la medusa de sus ilusiones
sobre la “economía social de mercado” y el “mercado planificado”.

RELACIONES CON MERCADO INTERNACIONAL Y


DINAMIZACIÓN DE LA CRISIS

Se pregunta entonces como este absurdo “socialismo” militarizado pudo


siquiera sobrevivir tantas décadas. Para ello hay seguramente algunas
razones. Por un lado, los factores conscientes, tanto positivos como
negativos, no pueden ser menospreciados. La imposición de comportarse
como productor de mercancías dispuesto “sensiblemente” hacia la
producción, y aún si fuera solo para el beneficio de las generaciones
futuras, no estaba moralmente clausurada para la generación de la
revolución de octubre. Muchos de los fenómenos de la economía de la
escasez señalados por Kritzman podían, a través de la moral revolucionaria
y la fascinación que provocaba, balancearse en contra de la lógica
económica o por lo menos ser experimentadas como tolerables, mientras
reinara la ilusión de que se trataba de las dificultades de un nuevo
comienzo.

Cuando esta moral revolucionaria se agotó tras más de una década de


privaciones, se desató el terror policial de la era de Stalin, donde el miedo
desnudo ocupó el lugar de la fascinación y tornó necesario el recurso a la
disciplina para reemplazar a los mecanismos reproductivos que la
burocracia había sustraído a la sociedad en crisis sumida en la “gran lucha
por la patria”, fomentada por otra parte por la abominación de la máquina
bélica fascista, que convertía a la eficiencia de la producción en una
necesidad para la supervivencia. En esta época (y ya por segunda vez)
también las economías de guerra occidentales debieron movilizar la
disciplina militar y las coerciones de la economía del comando
centralizado.

Por otro lado, sin embargo, para la maduración de la crisis del sistema del
socialismo real debe contabilizarse un factor temporal histórico. Para
terminar de agotar el parque industrial por falta total de inversiones
sustitutivas hicieron falta algunas décadas. Y solo cuando la compensación
por reproducción intensiva se tornó imposible, tras el fin de la segunda
guerra mundial, se notaron los déficits sistémicos en general. También
pasaron décadas hasta que la disciplina impuesta por el aparto policial se
viera tan desvencijada que ya no podía ser tomada en serio. Los
socialismos reales del Este europeo que no habían conocido una fase de
“moral revolucionaria”, atravesaban un ciclo de levantamientos reprimidos
sangrientamente y sucesivas fases de ecuanimidad resignada, hasta que
llegaban al estadio de no poder tomarlo en serio, que contribuyeron a
manifestar las crisis económicas.

Quizás no bastara solo con estos factores de crisis internos para llegar al
colapso. La costumbre es uno de los poderes más terribles en la vida
humana y es justo en sistemas burocráticos estatistas rígidos donde parece
causar en las personas una parálisis mental y política. Donde no hay
dinámica, faltan las crisis repentinas y los acontecimientos motivadores.
Quizás la estructura de comando totalmente desvencijada podría haberse
arrastrado mucho tiempo más, si en el correr de los años ochenta el factor
externo de las relaciones en el mercado mundial no hubiese contribuido con
una fuerte dinamización de la crisis.
Es verdad que las economías de comando estatista tenían una tendencia
fuerte a la autarquía por la presiones de la modernización retrasada, das sus
raíces históricas. Cada economía cerrada, regulada burocráticamente, debe
aislarse del mercado mundial. Esto se entiende ya en la formulación de
Fichte del “estado de comercio cerrado”. Sin embargo, ningún sistema
industrial de producción de mercancías modernas puede conservar una
autarquía total. Las producciones industriales de alto grado de desarrollo
requieren tales niveles de insumos y combinaciones, que ni el país más
grande estaría en condiciones de producir solo con lo propio. Además, es
una tentación irresistible la de apropiarse con la ayuda de los bienes
propios en el mercado mundial del resultado del saber y de la técnica
extranjera. El intercambio del know-how se convierte en una necesidad
creciente.

El monopolio estatal de comercio exterior no cambia en lo más mínimo


porque la mercancía “real-socialista” se someta a las leyes del mercado
mundial al ingresar en él, pasando por alto su propia legalidad interna
(diferenciada, puesta de lado). El mercado mundial, una meta-esfera de la
producción mercantil nacional-económica, impone la ley de la
productividad descrita por Marx en un marco global. Ahora se configura
una medida mundial del “trabajo socialmente necesario”, que naturalmente
no se orienta según las economías retrasadas, sino según las economías
nacionales más desarrolladas. Así corresponda en el nivel del mercado
mundial a cada vez menos bienes en términos de la economía interna, aún
cuando a nivel global se extraiga un promedio ideal; la medida de la
productividad más alta es la que se impone como generalidad.69

[69] Este problema, que también afecta al tercer mundo y lo pone cada vez más bajo mayor presión, dio
vida al debate tan extenso como inocente en el sentido económico del capitalismo (y propuesto por
marxistas) sobre el “comercio justo”, que recuerda sospechosamente a las viejas ilusiones de Proudhon.
Quiere curarse la lógica de la mercancía en sí misma y no se puede o quiere comprender que las leyes de
la producción mercantil solo pueden ser superadas por la abolición de la forma mercancía al nivel del
mercado mundial.

Mientras las economías de comando del socialismo real estén retrasadas en


su productividad en una medida tolerable y se observe solo desde la
perspectiva de “alcanzar y superar”, este problema no impacta como factor
dinamizador de la crisis en la producción interna. Esto cambió
dramáticamente cuando la puja occidental hacia la racionalización y la
productividad durante los setentas y ochentas (siglo XX), acelerada por la
microelectrónica, hizo caer el socialismo en el mercado mundial, que dado
el estancamiento de su estructura interna, ya no podía siquiera intentar
perseguirla. Todos los esfuerzo “comandados” por un pánico creciente
fueron inútiles. Este desarrollo dramático se demuestra ejemplarmente en la
RDA que por falta de materias primas debía orientarse en alto grado al
comercio exterior; y resulta doblemente ejemplar la industria pesada, una
rama productiva tradicionalmente orientada hacia la exportación. Así se
decía poco antes del colapso de la RDA en una en un artículo sobre el
combinado de industria pesada “Fritz Hecker”:
Nuevos planos significan […] inmediatamente rendimientos mayores. Respectivamente
el plan para la “Brigada Juvenil Willi Reinl” prevé que en 1990 deberá montar diez
por ciento más de máquinas. Los jóvenes técnicos ya se quejan se la situación laboral.
Quisieran rendir mejor, pero la escasez aprieta de todos lados: la provisión de
herramientas es cada vez peor porque el productor nacional no llega a hacer las
entregas. También cae la calidad de los insumos. (Süddeutsche Zeitung,
05/10/1989)

La acostumbrada marcha, o mejor el trote, se vio catastróficamente


afectado por las circunstancias suscitadas en Occidente por el desarrollo de
las fuerzas productivas competitivas:
Si en 1970 la República Federal producía 1,8 veces más en términos de ingresos por
unidad que la RDA, en 1987 el múltiplo ascendía a 6. Esto significa que la RDA en su
rama más productiva, la construcción de maquinaria, debe invertir más del séxtuple de
recursos para generar el mismo valor que la República Federal. El nivel de innovación
decreciente en la industria pesada de la RDA llevó a que su participación en el
mercado de exportación de maquinaria en la OCDE se redujera de 3,5% (1973) a 0,9%
(1986). En contraposición, la participación en el mercado de regiones emergentes
como Taiwán, México, Hong Kong, Corea del Sur, Singapur, entre otras, creció
notablemente. La participación de Taiwán en las importaciones de maquinaria de la
OCDE es veinte veces mayor a la de la RDA, en cuyo territorio estuvo alguna vez el
centro de la industria pesada mundial. Incluso allí donde la RDA contaba a principios
de los años setenta con y una ventaja por sobre la República Federal, se ha revertido
ya la situación. Así, La RDA tenía en 1970 en el campo de la mecánica de precisión y
la óptica un ingreso por unidad 10% mayor al de la República Federal. La diferencia
en los ingresos por exportaciones de los Estados alemanes es notablemente mayor en
aquellas ramas donde la calidad de los productos depende de la microelectrónica. Así,
en la producción de equipamiento para oficinas, la República Federal gana casi doce
veces más que la RDA. (Maier)
Este balance aplastante de los últimos veinte años contiene el dato
deprimente de que la RDA produjo en el comercio de maquinaria pesada en
el marco de la OCDE solo un cuarto de lo que produjo Malasia (ver
Vicentz).

De la creciente miseria que padecieron en el mercado mundial de las


economías de comando resulta necesariamente dos consecuencias, que
finalmente promovieron su caída. Por un lado, las exportaciones que ya ni
siquiera podían competir, debían mantenerse a cualquier costo, para
generar las divisas necesarias para las propias importaciones. No quedó
otra alternativa que subvencionar las exportaciones tanto como a los
precios de la producción interna:
Las proyecciones de los expertos occidentales parten de la base de que la RDA hoy
vende productos en Occidente a precios que no cubren ni siquiera sus propios costos.
Esta estructura comercial no rentable está velada por la relación de descuento, tratada
como secreto de Estado, entre el mercado interno de la RDA y la deuda que mantiene
el país en moneda extranjera, es decir una unidad de cálculo artificial con la cual
Berlín del Este contabiliza su comercio exterior. (Hübner)

Naturalmente, la subvención de las exportaciones repercute enteramente en


la producción interna, porque se come a la ya difícilmente imaginable torta
de la subvención interna. Por el otro lado, sin embargo, se inicia una espiral
de endeudamiento externo, que no se puede mantener al interior con trucos
contables baratos. Así, Eugen Faude, profesor d ela Universidad de Berlín
Este para Economía “Bruno Leuschner” tuvo que admitir:
Si en 1980 necesitábamos 2,4 Marcos Este para ganar un Marco Oeste, para 1988
necesitábamos 4,40. Los costos de producción, en relación al nivel internacional se han
desarrollado tan negativamente que se ha conformado una montaña de costos que no
encuentra reconocimiento en el mercado internacional. Un […] punto es que en este
conecto, las deudas externas de la RDA ha crecido nuevamente. La efectividad
reducida y la necesidad, en consecuencia al endeudamiento neto con el exterior de diez
mil millones de dólares para producir excedentes por exportaciones y hacer frente a los
intereses y garantizar los pagos, llevan a que el ingreso nacional producido no esté
disponible en las cantidades necesarias para la economía interna. (Die Welt,
24/11/1989)

Esto quiere decir que el endeudamiento externo que crecía con rapidez
(hacia mediados de 1990 se hablaba en la RDA de 20 mil millones de
dólares; la verdadera suma se obtendrá en el cálculo de los costos de
reunificación), de la misma manera que se veía en muchos países
tercermundistas, donde las exportaciones subvencionadas ya no podían
usarse para las mismas importaciones, sino que debían ser utilizadas en la
cancelación de pagos crecientes de deuda externa. Otros países
desarrollados del socialismo real habían alcanzado este estadio de
desangramiento antes que la RDA, sobre todo Polonia. Pero entonces el
colapso del sistema se había vuelto irremediable. La crisis interna latente
fue provocada dramáticamente por la presión externa de la productividad
del mercado internacional que ya le sacaba gran distancia.

La expertocracia económica, incluidos los marxistas, solo puede


comprender al mercado mundial como una presión para restricciones
sociales cuando ya no pueden obtenerse medios de un nivel más humano a
través de la economía. El colapso del sistema de las economías de comando
centralizado no solo destruyó el objeto de estos argumentos, sino que hizo
superfluas a las soluciones propuestas.

DE LA CRISIS AL COLAPSO

Desde la segunda mitad de los años ochenta (siglo XX), la privación social
se hizo notar con una violencia brutal desconocida y desde entonces
emergió a la superficie con el colapso del abastecimiento de la cadena de
consumo. Si cuando los medios de la RDA debatían el colapso de la cadena
de abastecimiento de la ropa interior femenina, o cuando desde Siberia y
más allá del Cáucaso pedían clamando ayuda: “por el amor de Cristo,
manden jabón”, parecía al principio tratarse de los conocidos y casi
cómicos cuellos de botella, para la humorada de las agencias occidentales,
esos llamados se hicieron cada vez más agudos con el correr del año 1989.
Había que plantear la pregunta si la administración “reformista” de
Gorbachov sobreviviría el invierno:
Tras casi un lustro de Perestroika, el estado del abastecimiento en la Unión Soviética
es más oscuro y amenazador que nunca después del fin de la guerra. En algunos
lugares se declaró el colapso hacia el mediodía, también en la capital. Allí, en áreas
recientemente construidas, con muchos infantes y niños en edad escolar, ya no alcanza
la leche. Frente a góndolas refrigeradas, amenazadoras como tanques o silenciadas
por defectuosas, se amontonan de a cientos los clientes con expectativa quejumbrosa,
que esperan que le sean aventadas sin amor un par de salchichas. En las farmacias
faltan medicamentos elementales, en los hospitales se agotan las vendas y las jeringas.
Azúcar, jabón, detergente, están racionados en casi todos lados, en grandes áreas
también falta la manteca, la carne y el queso. En Petrovsk, Saratow, hay azúcar solo en
un negocio, los clientes pasan medio esperando en la fila. En el territorio de Kurang en
Siberia no hubo azúcar durante un cuarto de año, luego 250 gramos para cada uno.
Las botas y los sacos de invierno, la electrónica para el entretenimiento, bienes de uso
de calidad, como muebles o alfombras desaparecieron de los negocios hace tiempo.
Para mantener tranquilo a sus trabajadores, las empresas y sus administradores firman
contratos exclusivos con los proveedores estatales y obtienen una cantidad reducida de
productos, que luego se cambian por cupones entre colegas selectos. En el mercado
negro, un cupón para un televisor color portátil corresponde a un salario mensual
promedio, para amoblar una sala de estar, diez veces eso (Spiegel, 23/10/1989)

Desde entonces, la periferia del Este europeo se ha separado de la Unión


Soviética sin una mejora previsible para su economía. La RDA fue
liquidada e implantada en la RFA. El proceso de descomposición se acelera
en toda la región, y no por último en la Unión Soviética. En un cable de la
DPA de 1990 decía:
Los moscovitas hacían cola frente a la panadería. […] el día siguiente ni siquiera
había pan a cambio de divisas en los negocios para extranjeros. Que el abastecimiento
de este alimento básico fuera “deficitario” en la Unión Soviética –así es como se le
dice ahora a los productos faltantes- sorprendió hasta los más pesimistas de los
ciudadanos. Cada vez más en el último tiempo, en la capital se escucha hablar de un
“déficit total”, que ya no hay nada para comprar. Hasta los soviéticos acostumbrados
a la extendida escasez de los tipos más diversos están desconcertados. […] Hace
tiempo no hay autos, muebles, televisores, heladeras, lavadoras, lámparas, planchas, o
en general bienes de uso de larga duración. La justificación oficial: la población
invirtió todos sus Rublos en esos productos. Después invirtieron en conservarlos, en
nafta y en papel higiénico, que también desaparecieron sin dejar rastro en los
negocios. No hay sitios para vacacionar, ni boletos en la aerolínea oficial Areroflot ni
tampoco para tren. El periódico local, Moskowkaja Prawda, previó viviendas oscuras y
frías para el invierno por falta de combustible. El ministro de salud anticipa para el
año entrante el colapso del abastecimiento de medicamentos. […] Aún las cosas que
siempre hubo –huevos, cabras, crema agria, confitería simple, arenques en salmuera-
ya no hay. […] Hasta la huída al exterior está clausurada por el déficit
contemporáneo: no hay pasaportes –por el déficit de papel-. Quienes creían que el
déficit todavía no era total, notaron su equivocación frente a las largas colas en las
expendedoras de boletos de tren subterráneo: ahora escasean las monedas de 5 Kopeks
que son necesarias para comprar el boleto. La razón: a la acuñadora estatal de
Leningrado, que produce las monedas para todo el territorio, se le terminó la provisión
de nickel y cobre (Nürnberger Nachrichten, 8/09/1990)

El colapso total se hace de un día para otro todavía más total. Una
hambruna generalizada está en el horizonte de posibilidades, tan absurdo
como parezca esto un país industrializado. En el fondo, ni una cosecha
récord provista por la “primera naturaleza” ni los envíos de ayuda de
Occidente o créditos para la importación de alimentos pueden ya subsanar
la miseria, porque el mismo sistema de transporte colapsó y los bienes
disponibles ni siquiera pueden llegar a los consumidores:
El cuello de botella más peligroso para la economía es el transporte. Por la falta de
acoplados y por embotellamientos en el proceso, millones de toneladas de productos
quedan varadas por meses. […] Los barcos quedan en los puertos durante mucho
tiempo por la falta de capacidad para cargarlos y descargarlos. La flota de barcos
tiene más de 15-20 años. La única empresa aeronáutica del país Aeroflot, no puede
satisfacer la demanda. Los retrasos y las averías se han convertido en fenómenos
normales (Handelsblatt, 2/1/1990)

Lo dicho sobre el transporte marítimo y el aéreo vale también para le


terrestre. Como el tren tiene un rol decisivo para la Unión Soviética, su
estado lastimoso es quizás el peor impedimento para el transporte, tanto de
los alimentos de factura nacional como de los envíos de ayuda
occidentales. Los mismo vale también para los envíos soviéticos a países
del entretanto disuelto CAME, cuyo fin marcó la caída de las estructuras
decisivas para el comercio exterior. Su ruina también tiene un aspecto
técnico-material por la falta sistemática de inversiones, que ignoraron los
valores de uso elementales para el funcionamiento:
Dado que todos los países de Europa del Este dependen de las exportaciones soviéticas
de materias primas, todos padecen la insuficiencia de los trenes soviéticos. Por la
diferencia en la distancia entre rieles, los trenes deben ser descargados en los puntos
de transbordo en las fronteras. En la frontera soviético-checoslovaca, los
embotellamientos de mil vagones son frecuentes. En los transbordos entre Polonia y la
Unión Soviética, que también son importantes para la RDA, la situación es parecida.
Dentro de la Unión Soviética, el estado del tren es catastrófico. Bienes por el total de
un millón de toneladas están detenidos en estaciones y andenes de transbordo. En parte
se echan a perder. Si las pérdidas en el transporte de verduras correspondían al 30%,
hoy son casi el doble. (Die Welt, 13/12/1989)

El juicio sobre la contradicción lógica del trabajo abstracto y las leyes


formales del “estado racional” burgués de producción planificada llegó a su
sentencia final e irrevocable; el medio de modernización burguesa retrasada
fagocitó a su propio fin. La abstracción lógica del productor de mercancías
de la relación entre valor de uso y la demanda, disuelta en las relaciones
petrificadas por el estatismo d estos productores entre sí, llevó la locura
hasta sus últimas consecuencias y así alcanzó su final tanto lógico como
histórico.
LA MIRADA FIJA EN EL OESTE: DE MAL EN
PEOR
LA ILUSIÓN DEL “MODELO”

Es totalmente comprensible que el colapso lamentable de las economías de


guerra de comando central despertara en estas sociedades el clamor por una
economía de mercado “correcta”. Los harapos ideológicos que ya nadie
quiere ver se desprenden del cuerpo. Y como la oposición con el Oeste
siempre se disputó dentro del sistema moderno de producción de
mercancías, este reclamo encuentra cierta justificación inmanente. Para
volver al punto de partida: parecería que Occidente ha triunfado; y desde el
fundamento del sistema de producción de mercancías no solo parece ser
así. El problema es únicamente que ese fundamento ya no puede sostener
más nada.

El principio de competencia y el intercambio flexible entre estatismo y


monetarismo funcionaron en la historia de posguerra mejor que el
socialismo militarizado solidificado hasta la inmovilidad; garantizaron
mejor tanto el valor de uso como la productividad, y así crearon más
necesidades y satisfacciones, y liberaron mayores potenciales
emancipatorios. No tienen sentido clausurarse en esa perspectiva y
aferrarse con alguna tenacidad a una constelación pasada irrecuperable, una
concepción socialista de “mercados planificados”, como demuestran
actualmente los restos de la izquierda en apariencia radical de Occidente,
que experimentan con negatividad y desprecio el colapso de la RDA y la
“reserva socialista”, que acusa a Occidente de tener una estrategia
imperialista de anexión y se codea entre las ruinas en llamas en busca de
algo conservable, en lugar de reconocer este colapso como la liberación
negativa que verdaderamente es.

Claro: es la ilusión de liberación de una idea del socialismo inmanente al


capital en una sociedad del trabajo, que históricamente no fue más que una
rama lateral de la modernización burguesa, y ahora se extingue como la de
los Neandertales. Una perspectiva nueva que apunte hacia afuera del
sistema de producción de mercancías todavía no ha ganado; y por eso
quienes se despiden verdaderamente de las viejas ilusiones solo pueden
reemplazarlas por otras nuevas. La conciencia social todavía no reconoce
que el principio de competencia solo funcionó demasiado bien, y qué es lo
que esto verdaderamente significa. La foto histórica muestra una victoria
grandiosa de la forma occidental del sistema productor de mercancías con
una economía de competencia, aunque se resplandor provenga solo de la
comparación con el colapso del socialismo real. Que se trata de la
comparación entre dos ruinas de la modernidad en distinto grado de
derrumbe no puede reconocerse desde la perspectiva inmanente del alma de
la mercancía.

El clamor por una economía de mercado “correcta” moviliza la esperanza


de las masas de un rápido crecimiento de su nivel de vida. Todo, pero
verdaderamente todo parece mejor que el statu quo; nadie deseaba nada
más que poder comprarse algo con su dinero y salir finalmente de la
deprimente economía de la escasez, salir del gris cotidiano de la
socialización militar y de la caza entumecida del intercambio natural y los
negocios del mercado negro. La izquierda occidental, mientras no dé
indicios de nuevas perspectivas, no tiene derecho de fruncir el ceño o a
ofenderse por el fracaso de los economistas del Este, que como cualquier
niño que se quema, se convierten con todas las condecoraciones en los
mayores militantes de la ideología de la economía mercantil occidental, se
aferran a las ideas de Milton Friedman, con cuya radical idea de la mano
invisible del mercado se enfrentan a cualquier regulación estatal de la
demanda y la inversión, y ahuyentan todo avance keynesianista sobre el
Estado por parte de la socialdemocracia occidental.

Tan comprensible como puede ser esta reacción, solo puede ir de mal en
peor. El problemas fundamental de pensamiento implica considerar la
propia miseria como un simple “error”, debido al socialismo de Estado o al
mismo Karl Marx, en cuyos labios se pone ahora la sentencia temeraria y
satírica: “Lo lamento, chicos, fue solo una idea que tuve”. Detrás está la
comprensión de que hay “modelos” correctos e incorrectos para las
formaciones sociales: el indestructible pensamiento iluminista, esta vez
apuntado hacia la derecha. Pero no son modelos de un tipo u otro los que
fueron “realizados”, como la ideología subjetiva burguesa supone
constantemente; fue un proceso histórico ciego el que se impuso, en el cual
el “socialismo de Estado” de la economía de guerra comandada
centralmente fue un momento objetivamente adelantado. Y al revés, el
mercado mundial occidental no es un modelo nacido de cabezas brillantes,
sino solo un momento del mismo proceso histórico de la modernidad.

Por eso ahora no se reemplaza un modelo social o económico errado por


uno correcto, que podría llevar a la libertad, al bienestar y a las tortas con
huevos, sino a la lógica de la crisis del sistema de producción de
mercancías, que se envuelve a sí misma. El colapso de los “mercados
planificados” es solo una parte de la crisis total. Si recordamos la
representación de Kritzman del ladeamiento lógico y fáctico entre la
economía de guerra estatista y la economía de la competencia sobre la base
del mismo trabajo abstracto, es fácil sacar la cuenta de qué traerá
verdaderamente el supuesto cambio de modelo. Es una “apariencia
esencialmente igual”, es decir, el simple cambio de la forma de la crisis de
Oriente por la de Occidente.

Si las masas de las sociedades con economías comandadas centralmente no


podían comprarse nada a pesar de tener el poder adquisitivo, porque faltaba
la oferta en los negocios que fueron limpiados de productos, ahora
inversamente no pueden comprarse nada de los negocios repletos porque ya
no tienen más dinero.70 El contrabando de las empresas subvencionadas por
el Estado en la economía de la escasez es reemplazado por el desempleo
masivo y la solidificación estancada de la crisis por su dinamización. Si la
desertificación de la sociedad militarizada parecía insoportable, la
desertificación del dinero y su propio movimiento “liberado” no traerá
mejoras. La falta, que no está determinada por la escasez de recursos
naturales, materiales o humanos, sino solo por el fetichismo social del valor
abstracto, es reemplazada solo en su forma. Las empresas que antes
producían valor de uso basura por debajo de la productividad promedio de
la sociedad mundial son hoy clausuradas en masa. La imagen negativa
borrosa de las relaciones de capital es reemplazada por una imagen nítida y
positiva, cuya apariencia solo puede provocar espanto.

[70] Los ciudadanos de la RDA obtuvieron con el cambio 1:1 de sus ahorros desde esta perspectiva algo
como su última cena de consumo occidental, que a la vez sería la primavera final de la industria de bienes
de consumo d la RFA, que por lo demás está arrinconada por la coyuntura mundial ya regresiva. El
verdadero final la alcanzará inevitablemente.

EL NUEVO DARWINISMO SOCIAL


De alguna manera, este simple cambio de la forma de la miseria muestra
también una inundación de malas ideas en la conciencia, que sin embargo,
a falta de una perspectiva alternativa, no pueden ser remediadas. Al mismo
tiempo siguen floreciendo las ilusiones porque la mirada sobre la realidad
está cegada por el resplandor aparente del triunfo occidental en el mercado
mundial, sobre todo de la RFA. A esta mirada fija se le escapan
deliberadamente las manifestaciones de la crisis en Occidente, que parecen
menores en comparación a las propias. Los males del desempleo masivo y
de la nueva pobreza, como se expandieron en el Oeste desde los años
setentas (siglo XX), son totalmente conocidas, pero desde esta perspectiva
distorsionada no son tomados en serio.

En primer lugar, la pobreza de las masas en Occidente no es tan


abiertamente visible como la economía de la escasez oriental, como puede
apreciarse a diario en los supermercados pelados. Los paraísos del consumo
en las calles peatonales, por el contrario, y los grandes centros comerciales
repletos, tan contemporáneos como la ridícula ideología del lujo de los
años ochenta, con el teatro absurdo de las “experiencias de compra” que
darían vergüenza al mismo Samuel Beckett, y los outfits de moda entre las
masas occidentales, con su elegancia fantasmagórica, tienden a enceguecer
la conciencia de aquellos cuya codicia se vio oprimida por décadas de
consumo de subsistencia y ya no quieren ver otra cosa.

De la misma manera que un famélico estaría dispuesto al canibalismo, las


personas del Este están programadas para fagocitar el fetiche consumista
occidental, que se presenta ladeado a su modo de ser hambrado.71 Por eso
no quieren ni pueden comprender que la pobreza material, mental y
espiritual en Occidente se presenta cada vez más silenciosa e invisible,
quisiera decirse: cada vez más obvia. Esta pobreza casi podría parecer un
producto de la propaganda del régimen de economía militarizada que acaba
de caer, aunque de hecho hable un idioma completamente distinto. En el
otoño de 1989, mientras los titulares estaban dominados por el dramático
colapso del RDA, aparecía en las páginas posteriores la siguiente noticia
impresionante:
Más de seis millones de personas en la República Federal, un diez por ciento de la
población, es pobre. A esta afirmación llega un “Informe sobre la Pobreza” del
Deutscher Paritätischer Wohlfahrtsverband (DPWV), presentado por su presidente
Dieter Sengling el jueves en Bonn. El DPWV es una organización que agrupa a más de
6 mil organizaciones de bien público. El informe define a la pobreza no solo según
ingreso menor al 50% del promedio federal, sino que lo relaciona con el trabajo, la
vivienda, la salud, la formación y la inserción social. Muchos desempleados crónicos,
jubilados, madres solteras, familias numerosas, extranjeros, asilados, discapacitados,
enfermos mentales, sin techo y estudiantes son pobres. Los altos alquileres y las deudas
hicieron que incluso familias de clase media fueran pobres. Sengling se encargó de no
pasar por alto determinados crecimientos récord para el festejo del 40 aniversario de
la República Federal. El número de los receptores de ayudas sociales creció desde
1980 en un 46 % a más de 3 millones. Solo un 48% de las personas en condiciones de
solicitar ayudas lo hicieron, de manera que muchas personas mayores pertenecen a los
“pobres avergonzados”. El desempleo crónico creció más del 500% desde 1980 a más
de 680 mil personas. Solo un 39% de los desempleados recibió seguros de desempleo,
el resto fue marginado de la ayuda social. Sengling acusó a los políticos de mentir
sobre la pobreza. Esto posibilitó no tomar en cuenta cómo les va a las personas al
margen d e la sociedad. Por el otro lado, también habilitó la dureza de la reforma de
salud pública para los enfermos crónicos y los discapacitados, el fin de las iniciativas
para los desempleados según la inciso 9 de la ley de fomento del trabajo, y que el
aumento de las ayudas sociales quedara muy por debajo de lo necesario. Sengling instó
sobre la pobreza como fundamento para la lucha contra las emergencias sociales. Se
inventariaron sin embargo las cantidades de árboles frutales, gallos y molinos, pero no
hubo una estadística sobre la pobreza porque podría teñir a las estadísticas de éxito .
(FRankfurter Rundschau, 10/11/1989)

[71] El fetiche del consumo corresponde al fetiche del trabajo como su contracara; su crítica no puede
consistir en una imagen invertida donde se renuncie al consumo, como propone la crítica romántica
izquierdista del consumo desde fines de los años sesenta. La imposición estúpida, como reacción al vacío
de la vida fordista, de no usar batidoras, televisores o heladeras desconoce completamente el carácter del
problema fetichista: ya es visible en que las cosas inmediatas, por ser como son, sean responsabilizadas
por la miseria social. El consumo se vuelve caníbal porque el fetichismo acecha en la forma social, es
decir, porque corresponde a una producción de “trabajo muerto”. Las cosas no pueden ser objetos de
disfrute mientras estén subordinadas a la presión del trabajo abstracto, que rebota sobre el consumo y sus
formas hasta hacerlas imposibles de disfrutar. La oferta sensible del consumo es demente ya a priori por
la presión a desensibilizarse en la producción de trabajo abstracto. Esta relación básica es la que genera
nueva pobreza material en los centros mundiales de la riqueza que también le da el carácter necrófago al
consumo. Y solo desde la perspectiva de la crítica radical de esta relación fundamental puede reconocerse
la identidad y superarse la pobreza material y el consumo fetichista por igual, en lugar de oponerlos
contradictoriamente y formular críticas desde perspectivas mutuamente influyentes. Los críticos
inmanentes de la desdicha material, subordinados ellos mismos al fetichismo, siempre pedirán más dinero
para los pobres, los críticos superficiales de la manía consumista, por el contrario, pedirán abstención y la
vida simple, sin que la contradicción central llegue siquiera a su horizonte.

El aquí vergonzosamente denominado “margen de la sociedad” debe ser


bastante amplio, cuando la “sociedad de los dos tercios” se ha convertido
en un término común en un país triunfador en el comercio internacional
como es la RFA. A pesar de ello, las masas empobrecidas se han apropiado
tan poco de una perspectiva política como los “buenos economistas” del
Este, porque no pueden ni quieren ver a la realidad occidental por entero,
sino que siguen un recorte selectivo que solo se puede explicar a partir de
su propia situación histórica.

A esto se suma que el recorte selectivo es perturbado por la esperanza


irracional por una situación de quiebre, en donde todos puedan
personalmente empezar de nuevo a construir su posición social. Esta
esperanza creó la tendencia fuerte y brutal de un nuevo darwinismo social.
Las personas, hartas del emprusiamiento estructural militarizante, quieren
deshacerse no solo de la economía de la escasez, sino a la vez d las
relaciones de comando centralizado que penetran hasta la esfera más
íntima, donde la individualidad abstracta de las mónadas del dinero-
mercancía estaba subordinada cotidianamente al paso de ganso mental y
cultural. La liberación de la uniformidad ahorcante se trastoca
inmediatamente en la expresión “cada uno para sí y Dios para todos”,
porque no es una liberación del sistema del trabajo abstracto, sino más bien
la liberación de su última rienda.

Así se entierra cualquier remanso de “solidaridad” que fuera resguardado


en los nichos privados en contra del avance de la economía de guerra;
demuestra ser una solidaridad forzada en una vida acuartelada y rodeada de
alambres de púas, que se desmorona al mismo momento que desaparece su
marco de referencia negativo. Mientras se impone la codicia largamente
contendida de aquellos que quieren hacerla pasar por consumo fordista, se
desmorona cualquier ideología del rendimiento y la capacidad privada
frente a los paraísos de consumo repentinamente accesibles, que, sin
compasión por los perdedores, responsabiliza a cada uno de su suerte o su
falta en virtud de su propia individualidad abstracta.72

[72] La dama británica del monetarismo (entre tanto la ex primera ministra Margaret Thatcher, llegó al
extremo de discutir la existencia de una sociedad humana que fuera algo más que a reacción recíproca de
los individuos. Las consecuencias asesinas de esta ideología son realizadas hoy irónicamente por las
mismas víctimas de la socialización del mercado mundial; sin embargo mucho menos a la manera de
sujetos individuales calculadores, que a la de lemmings.

Esta ideología self-made73 de la sociedad productora de mercancías,


degenerada en Occidente en una pose histérica, adquiere prestigio en
Oriente con toda pompa. La creencia en el poder del éxito y el triunfo, que
en nuestra tierra puede llegar a acariciarse con esmero a través de la
gimnasia psíquica y los psicofármacos, retorna en el optimismo individual
del Este sobre todo en los jóvenes padres de familia del modo menos
fundamentado. La esperanza terrible de que uno podría imponerse contra
otros conciudadanos que compiten de todo lados por la voluntad de
producir, por los conocimientos y a los codazos, no es solamente perversa
(la crítica al respecto puede quedar a los moralistas de profesión
eclesiástica que pertenecen a los soportes del sistema), sino que es
totalmente ilusoria en el plano económico social, porque el sistema
productor de mercancías en su nivel de desarrollo actual debe producir
perdedores en masa. Masas de nuevos competidores llenos de voluntad de
producir solo pueden empujar en alza al nivel de rendimiento; se trata
entonces de la pérdida en un nivel más alto del expendio sin sentido de
“nervio, músculo, cerebro” (Marx)

[73] N. del T.: La expresión “self-made” es anglosajona y se refiere, en el sentido positivo, a la


construcción propia del individuo de su destino dentro de la sociedad, y desde una crítica ideológica,
supone la posibilidad de la construcción de una subjetividad más allá de sus determinaciones sociales .

LA PIRÁMIDE DEL MERCADO MUNDIAL

Más allá de las ideologías del mérito personal y las ilusiones del
darwinismo social que resultan de ellas, sin embargo, y este es realmente el
momento más importante, la perspectiva de las masas del Este se
distorsiona por la constricción de la mirada sobre aquellas economías de la
competencia occidentales que se presentan como economías nacionales
triunfales. Estas son en realidad solamente Japón y la RFA. Como las
masas de pobres y perdedores en la RFA triunfadora en el mercado
mundial son deliberadamente pasadas por alto (y en toda Europa del Este
desde el Ural se aferra a “esta es nuestra tierra”), la mayor de las economías
nacionales “perdedoras” en comparación con la RFA no son consideradas
dentro de la OCDE, aunque posean el “modelo correcto” de economía de
mercado, es decir, que en realidad pertenecen al proceso ciego del mercado
mundial.

De hecho, en los países del G7 de la OCDE (además de Japón y la RFA son


EE. UU, Gran Bretaña, Francia, Italia y Canadá), la crema de la economía
competitiva occidental, hoy en día se encuentran vastas regiones y
poblaciones en crecimiento que están mucho más desarticuladas de la
producción de riqueza abstracta que le tercio pobre de la RFA. 74 La muerte
agonizante de los centros industriales del Norte de Inglaterra es tan
conocida como los slums de EE. UU.: verdaderos infiernos dantescos de
abandono humano total. Los niveles y las expectativas de vida en algunos
barrios de New York, metrópoli simbólica de la libertad occidental y la
economía de competencia, están debajo de los de Bangladesh. Y la
“chance” de ser incluidos en la slumificación es mayor en los EE. UU. y
Gran Bretaña que en la RFA, porque estas ex potencias mundiales ya
pertenecen a la segunda línea.

[74] Japón cae desde esta perspectiva por fuera del marco occidental porque en su estructura interna
nunca superó realmente las relaciones de tipo tercermundista. La pobreza en la población mayor es de una
brutalidad desconocida en Europa, los salarios y los niveles de vida de los trabajadores empleados
masivamente en las industrias proveedoras de las empresas transnacionales son con frecuencia inhumanos
y la infraestructura se encuentra en estadios comparables a los europeos de los años cincuenta: viviendas
sin baño ni cloaca en los patios son la regla más que la excepción y las estructuras de dependencia,
culturales y de pensamiento están teñidas de feudalismo y conservan en su cualidad negativa
irreconciliable con la individualidad abstracta de la sociedad productora de mercancías todas las
similitudes con el colectivismo militarizado de las economías de guerra del Este europeo y soviéticas, lo
que es reconocible en patologías sociales y perturbaciones psíquicas. Esta sociedad obsoleta en sus
estructuras internas será la menos capaz de sobrevivir el embate del mercado mundial y lo primero en
sucumbir será su orientación extrema a la exportación .

Esto vale verdaderamente para la periferia europea del sur. El nivel de vida
del sur de Italia, España, Portugal, Turquía, Grecia, que son parte de la
economía mundial occidental, está muy por debajo de aquel que tuvo la
RDA de Honecker. Por no hablar de los países orientados hacia Occidente
del tercer mundo, cuyo empobrecimiento absoluto no es discutido por
nadie. El mercado mundial de las economías de competencia, del cual las
economías de guerra del socialismo real estuvieron resguardadas externa,
política y militarmente solo por un periodo histórico limitado, no se
presenta de manera positiva alguna como el mundo “más correcto”, mejor
y más feliz; sino que el mejor funcionamiento del sistema de producción de
mercancías trajo como contraparte, siguiendo su esencia, al mismo tiempo
condiciones de pobreza y potenciales destructivos, escalonados entre
ganadores y perdedores.

Japón y la RFA están hoy en la cima; y sin embargo crearon su propia


pobreza interna masiva. A estas economías nacionales triunfadoras las
sigue la segunda línea del G7, donde la pobreza y la destrucción no solo
ocupan un frente mayor, sino donde ciertas regiones y barrios se
desintegran más tajantemente en ganadores y perdedores. Todavía mayor
es la distancia en la periferia capitalista, cuyas economías nacionales con el
correr de los años ochenta, excluyendo las regiones beneficiadas por el
turismo, se acercaron cada vez más a la circunstancia del tercer mundo. El
zócalo de la pirámide está constituido por los “casos penuria” en África y
América Latina y otras regiones sumidas en la miseria del tercer mundo,
cuya situación ha empeorado dramáticamente y donde la catástrofe de la
hambruna se ha convertido en algo cotidiano, que todavía son usadas como
augurios negativos por la prensa soviética.

Solo esta observación superficial del mercado mundial y su organización


por rangos, donde son incorporadas forzosamente las economías de
comando central en pleno colapso, muestran con gran claridad que el
funcionamiento comparativamente mejor de la economía de competencia
occidental quedó en el pasado de la gran mayoría de las personas que viven
allí. Tras el velo de la ideología de la reunificación y las vestiduras lujosas
de los ochentas, esta capacidad de funcionamiento se ha desarticulado de
las necesidades de las masas como nunca antes en un ascenso histórico.

Este aspecto del mercado es convertido unánimemente en tu tabú tanto por


derechistas como por izquierdistas, por los neomonetaristas polacos como
por los impulsores de la reunificación de la RDA, por los mártires y figuras
simbólicas de los derechos civiles del Este como por le resto de las
izquierdas radicales del Oeste, aunque señale justamente la crisis total del
sistema de producción de mercancías global, en el cual están todos
atrapados en diferente grado. La relatividad en la diferencia entre
imperativos de proveniencia estatista o monetarista queda fuera de la
contemplación. La crisis y el colapso solo son diagnosticados en las
economías de comando central, mientras los fenómenos análogos en las
restantes economías mundiales son definidos según su origen ideológico o
bien como el precio social esperable del “poder desmedido del capital” o
reconocidos como el segundo mayor éxito de la economía mundial (el
primero nunca podría encontrarse). Así, la izquierda lagrimea y la derecha
entona su retórica del éxito, mientras la historia comienza a quitarles el
suelo común sobre el que están parados.

El momento de miedo histórico por el colapso del socialismo real creó un


clima ideológico muy particular, donde la tenue oposición entre Este y
Oeste, que siempre había sido relativa, se tornó absoluta en apariencia,
mientras los evidentes datos sociales y económicos fueron
sistemáticamente reprimidos o interpretados de manera totalmente
distorsionadas. La tenacidad con la cual los ideólogos occidentales rinden
culto, defienden y juran por la categorías de la economía mercantil, como si
no hubiera nadie más que un tal Marx que las hubiera criticado, solo puede
señalar la proximidad de un colapso. Solo así puede explicarse la apología
histérica del dinero a través de todos los campamentos ideológicos y
políticos, precisamente en el momento de su supuesto mayor triunfo.

En el terreno desconocido del comienzo de una transición histórica, las


viejas ideas huyen espantadas de aquí para allá, y aunque estuvieran
enemistadas hasta entonces, se reconcilian con el denominador común de la
sociedad del trabajo para calmar juntas a los ídolos del éxito mercantil por
la conservación del statu quo. Esta misa pagana ya anacrónica se expresa
junto a la alegría salvaje del optimismo y el arremangamiento, para
colocarle un último marcapasos al viejo mundo de la ganancia de dinero
que yace en coma. Pero no sería necesario jurar en nombre del statu quo
imaginario de la prosperidad fordista si esta todavía existiera. Tanto los
ideólogos como las masas del Este y del oeste y del Sur se engañan entre sí
y a sí mismos, mientras otros de cuenta como si todavía estuvieran y los
otros como si todavía fuera posible entrar en ella.

Una sola mirada sobre el verdadero estado del mundo debería demostrar
que el Este solo puede florecer ingresando en el anteúltimo y en parte ya el
último segmento de la pirámide del mercado mundial. Tan inequívoca
como parece esta opción, es igualmente imposible de aceptar por aquellos
cuya capacidad de representación está marcada razonablemente por el odio
y el rechazo de las estructuras de las economías de comando centralizado.
De acuerdo con las razones mencionadas, solo puede interpretar
selectivamente la realidad del mercado mundial occidental. Pero aún
cuando la experiencia de una pobreza y unos aprietos crecientes debería
provocar algo más que un recuerdo nostálgico por el descolorido
socialismo de Estado, todos saben que ya no hay retorno. El socialismo real
tuvo que sucumbir ante su propia irracionalidad interna, ante la forma
mercantil llevada a la cúspide del absurdo y ante las relaciones exteriores
insostenibles, en las cuales se realizaba negativamente. La época de la
modernización retrasada se ha terminado por completo, y ya nunca podrá
ser traída de vuelta.75

[75] Esto debe ser subrayado particularmente contra aquellos izquierdistas incorregibles que todavía
creen poder sacar cuenta eclécticamente de los “buenos” y “malos” aspectos del sistema social y hablan
en tono del desarmamento, por ejemplo de la “función protectora” de las monedas internas en el Este,
como si la conversión violenta de estas monedas y las manifestaciones de la crisis relacionadas con ella
(cierre de empresas y desempleo masivo) no fueran un producto de esos mismos sistemas monetarios.
También aquí se expresa una visión sesgada, cuyos problemas de percepción provienen de su
aprisionamiento en las categorías mercantiles, en cuyo marco los problemas deberían (pero no pueden)
solucionarse.

CRISIS REFORMISTA EN LUGAR DE ADAPTACIÓN AL MERCADO

A de todas las promesas e ilusiones ideológicas y los autoengaños, la


decadencia real se hace cada vez más evidente, aún cuando se la presente
por un lado como un colapso socioeconómico y político galopante, que
todavía no agotó las formas de su desarrollo, y, por el otro, como la
imposibilidad de pasar al tan esperado “modelo” occidental de una forma
distinta a la de un Lázaro cada vez más decaído. Si tal cosa existiera, uno
podría suponer, que de mes a mes y de semana a semana, el proceso de
colapso se acercaría más y más a la adopción inmediata e incondicionada
del modelo occidental. Pero los gobiernos del “cambio” y los “nuevos
economistas” tanto como la mayor parte de los “reformistas” se mienten a
sí mismos mientras vacilan y huyen espantados de acciones concretas a la
luz de su propia ideología.

En todos los Estados de la economía de comando central en colapso, la


producción industrial cayó durante el año 1989 y desde entonces no hay
nada que la contenga. En 1990 en Checoslovaquia cayó un cuatro por
ciento, en la Unión Soviética probablemente (allí las estadísticas también
funcionan cada vez pero) alrededor de un 10 por ciento, en algunas
repúblicas todavía más; en la RDA (en la antesala de la reunificación)
entre 30 y 40 por ciento, en Bulgaria un 10 por ciento, en Yugoslavia casi
un 20 por ciento, y en la Polonia radicalmente mercantilizada, por lo menos
un 30 por ciento. Se registraron tasas de crecimiento descendientes también
en Hungría, Rumanía y (en el marco extraeuropeo) China, Viet Nam y
Cuba. Las balanzas negativas se adelantan sin freno en el primer trimestre
de 1991: en Polonia, la producción industrial cayó un 25 por ciento más, en
Alemania del Este más de un 50 por ciento (lo que marcó para algunos la
crisis de la reunificación alemana), en Checoslovaquia, un 12 por ciento. Si
incluimos en el cálculo a la parte potemkinesca de la producción del
Estado, entonces muchas de las economías antiguas y todavía existentes de
comando central se encuentran en una depresión profunda, acompañadas
por empujes inflacionarios y colapsos de sus sistemas monetarios. En la
unión Soviética tanto como en toda Europa del Este, el Marco y el Dólar se
han convertido hace rato en la verdadera moneda, junto a las cuales existen
en algunas regiones los cigarrillos como moneda de cambio y otros
sustitutos del intercambio natural para el dinero.

Este proceso está acompañado por un desempleo masivo que se incrementa


semanal y casi diariamente, que en algunos países ni siquiera es
contabilizado en estadísticas y solo puede estimarse, y los pronósticos
respectivos a los próximos dos a diez años llegan en buena medida a
números horrorosos. Hasta fin de siglo, el “reformista” Abalkin calcula
entre 12 y 15 millones de desempleados; para el mismo período, las
proyecciones oficiales de China hablan de 240 a 260 millones (!). Es
juntamente China, lejos del interés público predominante por Europa del
Este, que se encamina a una catástrofe socioeconómica violenta con
consecuencias incontrolables. Ya hoy las relaciones son decepcionantes:
De las diez millones de personas que buscaban trabajo en 1989, solo la mitad lo
consiguió. Los expertos sostienen que los números fueron maquillados y calculan de la
tasa de desempleo llega al menos al 10 por ciento. En los centros urbanos, es todavía
mayor. En Xian, al noroeste, en noviembre entre un 20 y 30 por ciento de la población
no tenía salario ni pan. El desempleo en el campo ni siquiera es contemplado por a
estadística, millones de granjeros tiene, solo empleos ocasionales, hasta 60 millones de
chinos migran constantemente en búsqueda de trabajo (Spiegel, 25/12/1989)

Se está dando una ola migratoria desde el Norte de China hacia el Sur más
desarrollado y favorecido por las políticas de planificación con sus zonas
económicas especiales, que no puede ser incorporada y pone a las ciudades
bajo una presión insostenible: “En los espacios públicos, en las
instalaciones y en los parques […] se han asentado cientos de miles”. (Die
Welt, 10/05/1989)

A los países reformistas del Este europeo no les va mucho mejor. En


Checoslovaquia, a fines de 1990, más tarde durante 1991, se esperan entre
750 mil a 1 millón de nuevos desempleados por los cierres de empresas.
En Bulgaria, según los informes de la corporación industrial, “sectores
enteros de la industria están ante el colapso”. Polonia, que con la bendición
del Banco Mundial introdujo desde el 1 de enero de 1990 el “libre”
mercado, cuyo ministro de finanzas Balcerowicz sigue un curso de
austeridad con la asistencia de Sachs, el monetarista de Harvard, llevó su
tasa de desempleo oficial de cero a medio millón y hacia fines de 1991 se
esperan por lo menos dos millones.
La transición a la caída libre y este es el chiste de la cuestión, se debe tanto
a las reformas “mercantilistas” como al colapso del antiguo sistema, y en
parte también a las reacciones sociales a las consecuencias de las reformas
(paros, malestar y disturbios). El absurdo mundo ideal del monetarismo,
puede decirse sin rodeos, tendrá todavía menos que ver con la realidad
socioeconómica que en Occidente. El ex bloque del Este demuestra su
carácter capitalista justamente porque cae en la tenaza de la lógica
productiva abstracta del dinero y la necesidad social de la reproducción. La
crisis del Este se mezcla diabólicamente con la crisis del Oeste y en este
dilema entre Scylla y Caribdis se muestra ejemplarmente la lógica del
escape del sistema productor de mercancías. Cada día se acerca más el
colapso de las viejas estructuras de comando central, la situación se hace
insostenible y pide el cambio a gritos; pero cada paso de cambio y reforma
hacia la “libertad” del dinero trae consigo fenómenos de crisis, catástrofes
y condiciones insostenibles.

Así no es sorprendente que los “reformistas” y los mismos monetaristas


recién salidos del horno propongan constantemente reformas a la economía
de mercado solo para retirar rápidamente las manos del fuego. En China,
las nuevas enseñanzas de las estilizadas reformas de Deng (particularmente
los del sistema de precios) fueron en mayor medida retractadas. Esto no
pasó d manera alguna solo para salvar la pretensión de poder del partido,
como denuncian los medios occidentales desde la masacre de Tiananmen,
sino porque las consecuencias socioeconómicas de las reformas de la
economía de mercado amenazaban con salirse de control. Eta retracción
solo puso en marcha otra vez la forma de la crisis oriental, que podía
provocar un nuevo giro y seguirá así hasta quela espiral ya no pueda seguir
girando.

En la Unión Soviética no es distinto: la inundación de conceptos y


programas, leyes y proyectos, medidas y su misma retracción han llevado a
una situación que solo puede ser descrita como caos. Los primeros pasos
hacia la liberación de la propiedad privada en el sentido occidental solo
llevaron a la formación de “camaraderías” (sociedades) de especulación y
presión financiera, que son odiadas por la población y cutos miembros ya
fueron linchados. La duplicación de los precios anunciada por el primer
ministro Ryshkow a mediados de 1990, que debía se r contrarrestada por un
sistema poco claro de compensaciones sociales, colapsó inmediatamente
bajo la presión masiva de las compras por pánico. El segundo intento en
abril de 1991 (cuando el Rublo perdió de la noche a la mañana un tercio de
su valor) solo pudo ser realizado para compensar los paros y malestar en
casi todas las provincias. Los ciudadanos se quebraban en llanto frente a las
panaderías vacías tras las olas de compras alimentadas por el miedo, y
Komsolmolskaja Pravda decía con ironía melosa: “El espectro del
comunismo abandona hoy nuestra tierra junto con los restos de los
alimentos y los bienes de primera necesidad”.

Mientras los parlamentos de las repúblicas así como el Soviet supremo


anunciaban festivamente la introducción de la economía de mercado, el
intento de tomar medidas concretas demostraba ser un boomerang. Y
aunque los medios occidentales responsabilizaban al viejo aparato y a sus
intereses por la vacilación, e realidad se debe a las consecuencias
insostenibles, tal como en China, que trae cada paso práctico de la reforma.
El “decaimiento sostenido de la disciplina contractual” (Handelsblatt,
4/4/19990) de las empresas solo puede ser compensado por medidas cuyas
consecuencias se extienden al desempleo, la contracción de ramas
productivas enteras y nuevas formas de empobrecimiento.76

[76] La parálisis de la Unión Soviética ha avanzado tanto que siempre se escuchan nuevos rumores de
golpes militares. Siguiendo a las republiquetas bananeras, el dilema no podrá resolverse inmediatamente,
como debería haber demostrado el ejemplo polaco. El gobierno militar del general Jaruzelski solo se
sostuvo durante un breve tiempo, porque la lógica económica no se conformaba en lo más mínimo con la
violencia armada. Por el otro lado, ni los nuevos planes reformistas de Ryshkow (tomados originalmente
como radicales, entretanto descartados por Yeltsin por ser demasiado tibios) ni la “reforma radical” del
plan de los 500 días de Shatalin lograron la adaptación al modelo occidental que sería necesario sostener .

El estado húngaro, que fue modelo para las reformas, entró desde entonces
en la primera línea de países con el menor endeudamiento externo. Hoy se
hunde en una dura discusión sobre la política económica, donde los nuevos
“partidos democráticos”, desde el Foro Democrático, pasando por la Unión
de Demócratas Libres hasta el pequeño partido pequeñoburgués tratan de
evitar quemarse los dedos:
El crecimiento del desempleo se considera inevitable. A la vez se subraya que el cierre
de empresas que no salen de los números rojos solo puede acontecer escalonadamente.
Las terapias de choque de cualquier tipo deben ser minimizadas (Handelsblatt,
19/4/1990)
Pero aún en Polonia, donde Balcerowicz aparenta ejecutar su terapia de
choque, las compuertas del mercado no parecen haberse abierto realmente.
Las subvenciones a los precios no fueron abolidas, solo reducidas a la
mitad; la convertibilidad del Zloty77 está fuertemente limitada para las
empresas; 80 por ciento de la industria permanece en manos del Estado, y
la ley de privatización anunciada solo tras un fuerte debate todavía no fue
sancionada. De 7 mil empresas, solo 40 deberán ser vendidas hasta
mediados de 1991 y entre 200 y 300 pequeños emprendimientos
industriales serán arrasados. Así no es sorprendente que el grueso de las
empresas estatales deban ser rescatadas sin la perspectiva de una verdadera
solución. Las empresas estatales dilatan la crisis en una medida similar a
las de la ex RDA con empleo temporal y vacaciones forzadas sin pago, en
parte se pagan los salarios con divisas acumuladas en el pasado, cuando
originalmente se proyectaba usarlas para inversiones urgentes.

[77] N. del E.: Se trata de la moneda polaca.

La nueva paradoja del “movimiento de los trabajadores monetaristas”, que


se deja explicar solo desde las relaciones de fuerza anteriores como se
manifestó en el Solidarnosc, se desmorona bajo el asedio de las nuevas
contradicciones. Las opciones contrapuestas y mutuamente excluyentes de
la “libertad privada de mercado” y la reproducción social al nivel de un
país industrializado, que se dejan reunir ideológicamente solo bajo el techo
de ilusiones católicas, empiezan a desarrollarse en confrontaciones
hostiles78 sin dejar ninguna perspectiva reconocible que demuestre ser más
de un intento de los gobernantes por sostenerse tanto tiempo como pueda el
poder:
Los empleados de las empresas en la Europa del Este postcomunista no están
interesados en absoluto en las privatizaciones anunciadas para la industria estatal. En
Varsovia se desataron brevemente protestas cuando los trabajadores de la conocida
empresa de golosinas E. Wedel se enteraron de que la conducción estaba negociando
con una empresa suiza. El consejo local de Solidarnosc no aspiraba a una
modernización que llevara a la pérdida de puestos de trabajo. […] Lech Walesa es
teóricamente un partidario de la privatización, pero como político y conductor de los
trabajadores depende fuertemente de los sindicatos y los consejos de trabajadores. El
ritmo de la privatización depende así de muchos factores todavía desconocimos .
(Handelsblatt, 16/10/1990)

[78] En Checoslovaquia se desarrolla el mismo proceso de división de la antigua oposición que legó al
poder, donde la reforma civil se desintegra en confrontaciones hostiles. Václav Havel, el predicador
moralista, defensor de la paz y la libertad, se asentó como presidente sobre un barril de pólvora de
antagonismos explosivos, choques irracionales y conflictos sociales sin salida, para cuya superación no
parece poseer, descontando algunos refranes piadosos, ni siquiera la pista de un programa .

Las ilusiones reformistas del neocapitalismo estallan como pompas de


jabón: el ingreso real en Polonia es, según los datos de Walesa, un 30 por
ciento menor que durante el gobierno del Partido Comunista; uno de cada
tres húngaros vive hoy según el Ministerio Social en “una pobreza
amarga”; el número de los sin techo crece tanto como en los centros
urbanos occidentales, mientras las viviendas impagables quedan vacantes
en números crecientes:
En algunos barrios de Budapest, entre un veinte y un treinta por ciento de los
habitantes ya no pueden pagar el alquiler. Fuentes confiables afirman que un tercio de
la población húngara vive en la pobreza absoluta; como quiera que pueda definirse
esto en el ya modesto contexto húngaro. Por toda la capital se abrieron comedores
sociales: Caritas, la Orden de malta, la Cruz Roja, las hermanas indias de la Orden de
la Hermana Teresa (!) reparten al mediodía cientos de almuerzos gratuitos
(Frankfurter Allgemeine Zeitung, 20/3/1991)

El mismo romance de los comedores sociales se extiende por Polonia, bajo


el comando de la Iglesia Católica, que misericordiosamente se presta a
acompañar la miseria que ella misma genera. Son sobre todo las personas
mayores quienes pasan hambre y mueren porque ya no pueden pagar los
alimentos básicos y los medicamentos tras la caída de las subvenciones
estatales. El antiguo sistema se derrumbó, el nuevo demuestra ser tanto más
brutal, aunque todavía no pueda mostrar toda su dureza. Pero todas las
partes se aferran aún en la nueva constelación a la insostenible lógica de la
sociedad del trabajo abstracto: los trabajadores no quieren más que
conservar su salario y su pan a cualquier precio y los gobiernos y la
conducción de las empresas no quieren más que “rentabilidad”. Nadie pude
ni quiere admitir una perspectiva distinta de cambios radicales, y el tono de
demagogia creciente entre populistas como Yeltsin y Walesa no augura
nada bueno para la superación futura de este conflicto explosivo.

A pesar de la evidente falta de salida (y justamente por eso) debe seguir


construyéndose el castillo ideológico en el aire, que solo cambio de
nombre. Los antiguos e increíbles anuncios de éxito y los argumentos para
sostener el aparato de comando de la economía de guerra se disuelven en
los productos de fantasía (al menos igual de orwellianos) de la nueva
economía de mercado de la vanguardia económica y política. Cada aspecto
parcial inesencial es enaltecido para convertirlo en una noticia del éxito,
como pasa con la amortiguación temporal de la hiperinflación en Polonia,
aún cuando este “éxito” solo represente la contracara del desempleo masivo
creado.

Pero sobre todo es el futuro naturalmente más o menos cercano que se pinta
color de rosa.79 Tal como el antiguo régimen odiado, solo con signo
invertido, las nuevas e intolerables víctimas se propagan en el presente con
el deseo de u futuro tan paradisíaco como imaginario, que ahora parecería
ser el de una prosperidad neocapitalista. Y tal como los personajes más
siniestros del stalinismo, los nuevos profetas de la economía de mercado
argumentan que todas las manifestaciones actuales de la crisis, que en
verdad son la expresión de la creciente incapacidad de reproducción del
sistema productor de mercancías, serían la pesada herencia de las
estructuras “prerrevolucionarias”: “Lloran, pero aguantan” (Spiegel,
9/4/1990).80 Esta interpretación espiritual de los católicos polacos
evidentemente fijados en el masoquismo es también la preferencia por los
nuevos gobernantes.

[79] Y tanto por los nuevos ideólogos mismos como por sus contribuyentes y alentadores occidentales. Y
así se demostró la estupidez, por nombrar solo un ejemplo, del profesor sueco Aslund, al decir que
“Polonia se convertirá pronto en una de las ‘economías en ascenso’, como Corea del Sur en Asia. “Un
caricaturista agregó a la cita del profesor el epígrafe: ‘Ya se le ve la cola’ y dibujó la víbora que sale del
consulado estadounidense en Varsovia (Frankfurter Allgemeine Zeitung, 2/4/1990)

[80] Tan grotesco como suena: ni siquiera las antiguas teorías de la tradición estalinista faltan esta vez en
el sentido invertido. Con total seriedad se atribuye la vergonzante falta de éxito de la perestroika y su
héroe democrático Gorbachov al “sabotaje del viejo aparato estalinista”.

El consenso ideológico fundamental dice en primer lugar: en la transición


hacia el modelo “correcto” de la economía de mercado con competencia, es
lamentable que deban darse los dolorosos procesos de adaptación, que
luego serán seguidos por ala recompensa, en algún momento, de la
normalidad capitalista (que nuevamente se equipara con la normalidad de
los “mejores” dos tercios de la RFA triunfante en el mercado mundial).
Esta relación es representada como un cortocircuito, las condiciones y las
estructuras de la supuesta “transición” siguen siendo una caja negra. Nunca
puede decirte cómo es que esta transición se pondrá en marcha.

El mercado occidental no es precisamente un modelo estructural abstracto,


sino que es el mercado mundial altamente concreto. ¿Cómo podrían
justificarse las economías colapsantes del antiguo socialismo real en él? A
cambio del reconociendo miserable de la freedom and democracy, a la
larga no se les regalará ni un penny un in cent ni una sola máquina. La
simpatía ideológica de las élites del mercado occidental no ayuda mucho a
las finanzas. A un nivel bastante más desarrollado del mercado mundial, los
países del Este están económicamente frente a casi el mismo problema que
tras la revolución de octubre. Aunque ahora se trate mayormente de
poblaciones industriales, sus industrias son poco competentes, porque no
fueron suficientemente “productivas” y en consecuencia se alejan cada vez
más de ser capaces de insertarse en el mercado.

El bucle lógico que implica que este retroceso tenga su fundamento en


aquellas estructuras, que por otro lado abrieron la posibilidad de una
industrialización retrasada, no se disolverá en este momento.

Ya que lo que se propicia no es un reconocimiento, sino la productividad.


El problema tiene dos aspectos. Primeramente, la ilusión del modelo es
puesta en ridículo en el mercado mundial real y concreto tanto este pone
como requisito básico la capacidad de exportación. El “modelo” solo
propone la estructura de la economía de competencia, la realidad en cambio
se encarga de que esta estructura se imponga dentro del mercado mundial.
De lo contrario carecería de valor. Un país que no pude competir en el
mercado mundial queda, con o sin estructura de competencia mercantiles,
en la miseria o es derrotada en la misma competencia. La liberación de los
mercados internos no traería más que caos o ya lo trajo como parte de sus
“mejoras”. La apertura de estos mercados al exterior solo puede llevar a
que las indefensas industrias propias sean arrasadas por los competidores e
intrusos occidentales.

En segundo lugar, cuando esto es reconocido, la propia capacidad de


exportación requiere también un nivel productivo a la altura del mercado
mundial real. Este no se alcanza a través del trabajo aplicado o medidas de
orden político en el sentido occidental, sino solo a través de inversiones
inmensas, que por décadas fueron negligidas por cuestiones de estructura
interna, que era capaz de producir solo mas formas extensivas de plusvalor:
no se requieren sencillamente inversiones o inversiones “correctas”, sino a
aquellas que posibiliten una producción a “nivel mundial”. Esto significa
hoy una producción de capital intensivo en el más alto grado con una gran
empleo de maquinaria, altos costos de investigación y desarrollo, una
infraestructura logística inmensa y todo esto con el desgaste moral 81 cada
vez más rápido de los bienes de producción colectivos. La reacción en
cadena provocada por las inmensas inversiones necesarias es de una
magnitud tal que los economistas del Este no pueden verla.

[81] La expresión “desgaste moral” (moralischer Verschleib) es un término del análisis marxiano del
capital e implica la depreciación del parque productivo y la maquinaria en la economía de competencia,
que puede encontrarse técnicamente intacto, pero debe ser amortizado contablemente porque ya no
corresponde en el cambio acelerado de la producción en un nivel superior, lo que el mercado penaliza con
la pérdida de participación en el mercado y empuja lentamente a la bancarrota. Por eso se acelera también
la intensidad del capital en la reproducción, es decir, las inversiones se hacen cada vez más rápidamente
necesarias en el capital fijo constante (máquinas, robots, sistemas de control), lo que quita el aliento a
cada vez más empresas occidentales.

Los amigos de la economía de mercado recién salidos del horno deberían


extirpar a sus propios pueblos de las costillas los inimaginables medios
para la inversión de un solo golpe, y esto por años y décadas. Y aún así
frente al nivel productivo actual, que empujó también en Occidente a
muchos países a la zona de los perdedores, la relación exitosa con el
mercado mundial no está en absoluto garantizada. Los adeptos a la
competencia del Este llenos d esperanza deberían, con un mercado mundial
estancado, sacar del juego no solo a sus competidores occidentales, sino
también a los newcomers asiáticos.

Uno reflexiona sobre lo que esto significa. Mientras las masas del Este
demandan como próximo paso, y verdaderamente el más inmediato, una
recuperación del consumo y miran por eso y solamente por eso hacia el
Oeste, la orientación del mercado mundial traerá consigo lo opuesto. Los
alegres defensores neodemocráticos del pueblo y los moralistas de la
pobreza, entre quienes ninguno tiene la más mínima idea de economía,
deberán convertirse en Stalin a la tercera potencia; y aún así la empresa
sería casi imposible porque la población debería casi morir de hambre para
que las inversiones requeridas hoy puedan ser recaudadas. La estructura
dictatorial y terrorista del régimen no se explica por los defectos morales de
algunos o de la casta reinante, sino por este mismo dilema que se presenta
recién ahora y se potenciará múltiples veces aún.

Así se deja medir el poco sustento que tienen las esperanzas de que la
prosperidad de posguerra se reprodujeran ahora maravillosamente en el
Este. De hecho, la ilusión estructural de un cambio de modelo completa y
afianza a través de la ilusión histórica de la reedición del milagro
económico. Pero la historia tampoco se repite a ese nivel. Las verdaderas
causas de la prosperidad de posguerra no deben buscarse en la elección de
un “modelo correcto”, como sugiere la ilusión del sujeto ilustrado, sino en
los desarrollos carentes de sujeto del sistema productor de mercancías, que
no son repetibles porque representa etapas de una progresión irreversible. 82
el mercado mundial está hoy mucho más desarrollado que en los años
posteriores a la segunda guerra mundial, la lógica global de su
productividad se ha desplegado en una medida mucho mayor y ya no puede
haber retorno a ningún punto de partida.

[82] La analogía con el experimento de las ciencias sociales, que demuestra su verdad en la posibilidad
de su repetición, fracasa aquí por completo. Las “leyes” de la “segunda naturaleza” de los economistas
del fetiche, cuyo proceso tiene una dimensión totalmente distinta al de la historia natural, son
esencialmente otras. Porque aquí se modifican los fundamentos con el correr del proceso y hasta se
abolen así mismos. La ilusión del sujeto del pensamiento iluminista, en cambio, se equipara
inconscientemente a la “primera” y “segunda” naturalezas. Dentro de la socialización en la forma
mercancía no hay un modelo “correcto” verificable a través de experimentos empíricos, porque la
estructura misma, a diferencia de la “primera naturaleza”, subyace al proceso histórico y no puede
aferrarse a su legalidad interna.

Esto también se desayunan los expertos occidentales que en los meses de


los quiebres dramáticos de 1989-1990 se dejaron arrastrar a promesas
infundadas que ya hoy les resultan vergonzantes. La euforia sobre las
modificaciones políticas entra en pánico sobre los costos incalculables que
tendrá por consecuencia para el sistema mundial. Ya se dice con
frecuencia, hasta por científicos del Instituto Berlinés para la Investigación
Económica Aplicada, que la Unión Soviética “no sería integrable” al
sistema del mercado occidental. Para los países reformistas de Europa del
Este, un nuevo estudio del banco Mundial (abril 1991) constata
sobriamente, que podrían volver a alcanzar el nivel de vida de 1989 en el
mejor de los casos recién en 2000; que una integración a los mercados
mundiales debería calcularse “en décadas y no en años”. Pero aún esto es
dudoso porque las condiciones de crecimiento del mercado mundial que se
proyectan a futuro, ya se resquebrajan en Occidente. La normalidad y la
prosperidad capitalista esperada no se acercan mediante las reformas, sino
que se alejan hacia un futuro cada vez más neblinoso.

EL FRACASO DE LA MODERNIZACIÓN
LA PROCESIÓN SACRIFICIAL DEL TERCER MUNDO COMO
PRESAGIO
Si contemplamos el sistema de mercado occidental no como un modelo
(exitoso) sino como un momento del proceso histórico de la modernidad,
que también trajo a la supuestamente antipódica sociedad del trabajo del
“mercado planificado”, el colapso de esta última señala todo lo contrario a
una nueva era de prosperidad capitalista. El Oeste que ya ha entrado en su
estadio crítico y el Este vuelto adepto a la lógica de la competencia
capitalista se mienten mutuamente. Si el Este espera una salvación de su
situación sin salida, en la cual se solidificara en el pasado irrecuperable del
boom de posguerra occidental, el Oeste por el contrario espera el colapso
oriental, sin comprender el peligro para el sistema mercantil como un todo,
una salida a su propia acumulación de capital estancada a través de “nuevos
mercados” que existe solo en la fantasía. En ese proceso pueden estudiarse
las formas del desarrollo de las sociedades colapsadas en el ejemplo del
tercer mundo, cuyo destino el Este se encomienda perseguir.

Es que cuando se delira sobre “necesidad de recuperación” del Este y de los


“nuevos mercados” con “cientos de millones de personas”, entonces se alza
necesariamente la pregunta respecto de cómo es que los “cientos de
millones de personas” en África, América Latina y Asia, descontando los
pocos países asiáticos en crecimiento, no hicieron surgir a tales nuevos
mercados, aunque su necesidad de recuperación parezca ser todavía más
grande. Pero las necesidades sensibles y las añoranzas humanas no pueden
hacen emerger un mercado, es decir: capacidad de compra productiva.
Esta solo puede emerger de la utilización empresarial de la fuerza de
trabajo humana a la altura del estándar mundial de productividad. Pero
justamente estas condiciones del propio sistema son sistemáticamente
ignoradas con condescendencia por los expertos e ideólogos occidentales
en sus sermones dominicales.

La misma ignorancia se encuentra en grandes partes de la izquierda, pero


con un signo inverso. Es reconocible que las representaciones de una
“colonización” capitalista del Este están orientadas según el antiguo
paradigma izquierdista de la “explotación neocolonial” del Sur; y en ambos
casos la absorción de “fuerza laboral barata” por el capital vampírico se
abjura como motivo principal. Pero estas representaciones tienen su
fundamento real en la historia pre-fordista de la emergencia del capital, que
terminó hace tiempo. La fuerza laboral barata como medio principal de
acumulación, trabajo esclavo y forzado en las producciones más baratas, en
la extracción de materias primas (minería, plantaciones) o en proyectos de
infraestructura inmensos como la construcción de trenes y represas
corresponden (también en la Unión Soviética) a las fuerzas pujantes
históricas del capitalismo, es decir su “acumulación originaria”. Quien
transporta estas fuerzas y motivos sin contemplaciones al sistema global
contemporáneo, vive ideológicamente en el pasado y pasa por alto los
potenciales que trajo la cientifización y el nivel resultante de la
productividad.

La verdadera historia del tercer mudo en los años setenta y ochenta


demuestra las mentiras de estas ideologías, tanto como las palabrerías de
los expertos occidentales sobre los maravillosos mercados nuevos. El tercer
mundo ha dejado su propio colapso atrás, aún cuando la vida continúe de
alguna manera a niveles de empobrecimiento cada vez mayores tras el fin
de la “normalidad” Luego de la realización de la catástrofe originaria de la
reproducción social, tenemos que lidiar con las “sociedades post
catastróficas”,83 que están conectadas por venas angostas al sistema
circulatorio global del dinero. Una masa creciente de la población mundial
se hunde año a año en la desesperanza y vegeta en las condiciones
barbáricas que el Este tiene todavía por delante.

[83] La expresión viene del autor soviético perestroiko Vladimir Kostjuschew, que lo vincula a un
significado muy distinto (e ilusorio). Para él, la catástrofe fue el estalinismo, que en la Unión Soviética ya
no puede ser comprendido como una forma retrasada de acumulación originaria , sino que se presenta
como mero delito subjetivo, de manera tal que el término “sociedad poscatastrófica” desde esta
perspectiva describiría la incapacidad de conducción del estalinismo en la época de posguerra de
Breshnev. Que la perestroika misma es la expresión de la catástrofe del mercado mundial y que la crisis
reformista puede determinar el decurso poscatastrófico no resulta comprensible para los neodemócratas
soviéticos (ver Kostjuschew, 1990:143). Debería servir como presagio para ellos que hoy deba decirse
sobre África que: “la catástrofe durará todavía décadas” (Süddesutsche Zeitung, 12/1/1991)

La representación creada por ejemplo por autonomistas y feministas (ver


Werlhof, entre otros, 1986) de un tercer mundo donde la “acumulación
originaria” se extiende ininterrumpidamente en el proceso de utilización de
fuerza laboral barata es tan ciega a la realidad como le teorema académico
emparentado de la “nueva división del trabajo internacional”
(Fröbel/Kreye, entre otros, 1977, 1986). Ninguno de estos enfoques se
dedica al análisis del proceso global de la producción de mercancías, sino a
la generalización de estudios de campo y casos particulares. El patrón
básico de esta argumentación consiste siempre en derivar la transferencia
exitosa de crecimiento capitalista por la utilización “barata” de fuerza
laboral humana del tercer mundo, y así vuelve la antigua categoría de la
“explotación”. DE esta manera, el desempleo masivo en Occidente debería
explicarse en parte no como consecuencia de la propia cientifización
inmanente y el incremento de la productividad por encima de las
capacidades del sistema productor de mercancías, sino como la simple
relocalización del trabajo industrial al tercer mundo “más barato”; en parte
como transferencia de valor desde la producción folklórica de alfombras
tejidas o canastas de mimbre, etc. Para espolear al capital mundial: un mito
que obviamente no puede tomarse económicamente en serio.

Los fenómenos empíricos sobre los cuales esta tesis de la nueva división
internacional del trabajo se apoya, son de hecho retrógrados y tampoco
tuvieron nunca esa supuesta importancia. En todos los lugares donde se
desarrolló una industrialización con capital propio o extranjero, vale hoy la
afirmación:”pasaron de una economía de trabajo intensivo a una orientada
por la tecnología” (Handelsblatt 6/4/1987). Ya al comienzo de los años
ochenta, la Organización Mundial del Trabajo denunció en Genf: “La
técnica empobrece al tercer mundo”, ilustrando de manera inconsciente las
paradojas del sistema productor de mercancías moderno. Esta relación de
fuerzas se da también en la agricultura del tercer mundo orientada
(incrementalmente y por la necesidad) al mercado mundial:
La OIT […] investigó por primera vez la pobreza y la falta de propiedades inmuebles
en Asia continental. Esta investigación mostró que en India, Indonesia, Bangladesh, Sri
Lanka y Malasia, donde vive el 70% de la población de países tercermundistas no
socialistas, la pobreza crece a pesar de que en los últimos 25 años alcanzaran un
crecimiento económico sin precedentes. Así, en las tierras ricas para la agricultura del
Punjab en India, la nueva técnica de la “revolución verde” llevó a un crecimiento el
ingreso real per cápita del 26%, mientras la población que vive por debajo de la línea
de pobreza creció del 18 al 23 %. El desarrollo de las plantaciones de caucho en
Malasia sigue un patrón similar. […] La respuesta a la pregunta de por qué aumentó la
pobreza tiene más que ver con la estructura económica que con la tasa de crecimiento.
De cara al hecho de que las mejoras técnicas en la mayoría de los casos ahorran
fuerza laboral en lugar de crear nuevos puestos de trabajo, las inversiones de capital
útiles no tuvieron el efecto deseado para el empleo. Así, los tractores habían causado
en Pakistán la pérdida de 200 mil puesto de trabajo. Nuevos molinos de arroz en
Indonesia podría llevar a que, en lugar de los actuales 400 mil empleados queden
solamente 330 mil. (Süddeutsche Zeitung, 17/51980)

Evidentemente, este desarrollo se extendió durante los años ochenta, pero


con un ritmo acelerado. Cada paso del crecimiento agropecuario orientado
al mercado mundial fue a la vez un paso hacia la agroindustria de capital
intensivo, cuya productividad, al igual que la de los centros del mercado
mundial, corroe el crecimiento agregado del capital global, en lugar de
reforzarlo. Así se acentúan también en el sector agrario la competencia y la
concentración de capital nacional e internacional.

Con mayor razón, esto se aplica a la industria y a las inversiones


industriales directas en el tercer mundo. Las inversiones vinculadas con la
relocalización parcial de producciones a África del Norte, el Sudeste
asiático y América latina no solo estuvieron siempre muy por debajo de
aquellas hechas en los países capitalistas, sino que con el correr de los años
ochenta decrecieron con rapidez: “Las inversiones alemanas evitan los
países en desarrollo” (Süddeutsche Zeitung, 9/4/1987). El volumen de las
inversiones directas de la RFA en el tercer mundo estuvo hasta 1983 en los
2,3 mil millones de Marcos, en 1986 había bajado a 0,7 mil millones de
Marcos con una tendencia a seguir decreciendo. Lo mismo aplica para el
comportamiento de las inversiones de los demás países capitalistas. Las
razones no son primeramente de naturaleza política, sino que estriban en la
mayor intensidad de capital como en el sector agrario:
Los productores del sudeste asiático necesitaban, en lo que a tecnología
respecta, las mismas máquinas que los de otras regiones. Por eso la
proporción salarial ya no tenía el mismo significado que antes, dice
Wolfang Kummer, el presidente de Linotype AG de Eschborn. Su empresa
gasta el 80 por ciento de su presupuesto en materiales, 12 en gastos
generales y solo entre 8 y 10 por ciento en el pago de salarios. En el sudeste
asiático no se podría producir más barato que aquí. Por eso, su empresa
concentró la parte del león de su producción en la RFA. (Süddeutsche
Zeitung, 10/8/1988)

Esta lógica se muestra naturalmente no solo en ramas industriales menores


como la editorial, textil e indumentaria sino todavía más en industrias clave
como la electrónica y la automovilística. Daniel Goeudevert, otrora
presidente de la fábrica de Ford en Köln no duda al respecto:
La relocalización de la producción hacia las fuerzas laborales más baratas […] ha
perdido sentido. De cara a la presión por la rentabilidad, las empresas tienden a
rebajar los costos y así a despedir empleados. (Handelsblatt, 15/6/1989)

La tendencia estructural al crecimiento de la intensidad de capital (la


expresión fetichista para el despliegue de la “fuerza productiva científica”)
le ha quitado valor hace mucho a la oferta de fuerzas laborales “más
baratas” del tercer mundo, pero también clausura para el mismo occidente
la salida externa a sus propias crisis por la apertura de nuevos mercados.

Mientras menos pueda mantenerse el tercer mundo dentro de la


competencia por la productividad, tanto menos podrá agenciarse las
inversiones necesarias para el desarrollo de los mercados internos, y yanto
menos interesante se volverá para las inversiones directas extranjeras del
capital occidental. Se hizo dependiente de la toma de créditos al sistema
bancario occidental y de las instituciones internacionales (FMI y Banco
Mundial).

Si durante los setentas la ilusión de que el camino de los créditos podría


llevar al desarrollo interno, industrialización y capacidad de acción en el
mercado mundial, esa burbuja estalló a más tardar en 1982, cuando la
incapacidad de pago de México anunció la crisis en el pago de deudas del
tercer mundo, que no se acercó ni un milímetro a su superación. Una parte
de los créditos se filtró por la burocracia estatal del tercer mundo y por las
clases altas, fluyó improductivamente al consumo o a proyectos sin sentido
de prestigio o de armamento o fue transferido en proyectos de
enriquecimiento privado como capital improductivo con intereses de
regreso al sistema bancario occidental. Pero esta no es ni la mitad de la
verdad. Porque hay más razones objetivas y de mayor peso que la simple
sed de enriquecimiento de los clanes tradicionales de las clases altas del
tercer mundo, que llevaron al fracaso de los proyectos de industrialización
y desarrollo.

El problemas de fondo consiste en quela lógica abstracta de la rentabilidad,


como es inherente a la mercancía moderna y al mercado mundial
constituido por ella, no conoce nada parecido a una estrategia inducida
políticamente, cargada de decisiones voluntarias, y tampoco puede
permitirla. La ley de la rentabilidad debe imponerse implacablemente tarde
o temprano, y esto implica que la única producción válida y
mercantillizable es aquella que corresponde al nivel de productividad
mundial. Dado que aquí se trata de la legalidad objetiva al interior de la
lógica de la mercancía, no puede enfrentarse con los argumentos del
comercio justo, apuntando al problema del desarrollo retrasado; es
totalmente inútil y absurdo intentar argumentar y discutir con las leyes
estructurales de la producción de mercancías como si se tratara de un sujeto
consciente.84 A la lógica de la forma dinero no le interesa en absoluto que
fuera “razonable” proceder de otra manera para la satisfacción de las
necesidades, y no producir de la perspectiva abstracta de la rentabilidad,
sino en nombre del desarrollo propio, para asegurarse los niveles de
satisfacción de necesidades y expandirlo también en sectores productivos y
por debajo del estándar mundial, porque debe instituirse por sobre todos los
deseos piadosos con toda la tenacidad que le permita su “legalidad”
interna.85

[84] Esta figura del pensamiento está presente en las izquierdas por su proyección subjetiva iluminista, es
decir, que solo es capaz de criticar a los “capitalistas” como sujetos (y a sus supuestas maquinaciones,
decisiones voluntarias, etc.), y no, sin embargo al capital como el “sujeto automático” que el Marx
(reprimido) describiera en su Crítica a la Economía Política. A pesar de todos los agudos esfuerzos
teóricos, parecería que en el terreno del sistema productor de mercancías con buena voluntad y que
aquellas supuestamente “erróneas” tomadas por los “sujetos equivocados”. Esta forma de pensar
corresponde al marxismo “sociológico”, resumido, de la revolución de octubre y del tercer mundo, que ha
alcanzado su fin como momento inmanente de la modernización burguesa.

[85] Dado que no se trata de leyes naturales, las leyes del sistema productor de mercancías son
inamovibles por principio, si no es junto con el fundamento de la forma mercancía de la reproducción
social misma. Mientras no se despierte la conciencia de ello, la lógica del dinero con consecuencias cada
vez más desastrosas avanzará ciegamente sobre la conducta autonomista del sujeto burgués.

En la práctica, el dilema de esta lógica se muestra en que la divergencia


entre el incremento de la productividad provocada por la economía de la
competencia de los países capitalistas desarrollados y las posibilidades de
las regiones más atrasadas del mercado mundial crece cada vez más. La
base del inmenso stock de capital occidental, de donde se suceden los
demás incrementos, ya no podrá jamás ser alcanzada por las partes del
mundo dentro de la lógica mercantil. Cada paso del desarrollo y del
incremento de la productividad en los países atrasados es sobrecompensado
negativamente en escalones de desarrollo superiores en las regiones más
avanzadas con dos, tres o más pasos. Es la competencia entre el conejo y el
erizo, que solo puede terminar con la muerte del conejo.

A mayor nivel mundial de productividad, mayor intensidad de capital en la


producción, y tanto mayores los costos de inversión irremontables para la
mayoría de los países pobres, que se deprecian en el mismo momento que
pretenden inducir producciones para ingresar al mercado mundial. Y
mientras más alto sea el punto de referencia para la cientifización,
tecnificación y automación, tanto mayor será la necesidad de inversiones
inmensas para el sistema de logística e infraestructura social en su
conjunto, en ciencia y educación, en administración y servicios, que los
países retrasados ya no pueden conseguir.

El recurso a créditos de los mercados financieros internacionales fue por


eso más bien un paso dubitativo que uno en el camino del desarrollo
calculado. Porque los intereses y los pagos de los créditos se expandían
necesariamente más rápido para los países afectados que cualquier éxito del
desarrollo imaginable en los mercados internos y externos, la
“industrialización adeudada” fracasó objetivamente, no importa si adoptara
la forma de “sustitución de importaciones” o “industrialización de las
exportaciones”:
En general cuando se impuso la intención de reemplazar las importaciones de bienes de
consumo con producción propia, la masa de importación de bienes de inversión superó
el efecto de la sustitución de importaciones, que trajo la producción de mercancías con
requerimientos tecnológicos cada vez más altos al país, se dio un incremento en la
necesidad de importar bienes de inversión cada vez más complejos tecnológicamente.
En lugar de ahorra divisas y aliviar la balanza de pagos, se impusieron nuevos déficits
que requirieron ser financiados con medios extranjeros. Con frecuencia la
industrialización llevó al estancamiento y hasta al hundimiento de la producción de
alimentos porque los recursos internos eran desviados de la economía agraria a la
industria. Las importaciones de alimentos necesarios impactaron en la balanza de pagos
de maneras notables en algunos casos. […] Tras la fase de sustitución de importaciones,
algunos países pasaron a la industrialización de exportaciones, para detener la espiral de
endeudamiento y garantizar el pago de los vencimientos de deuda con las exportaciones
de bienes industriales terminados. El ejemplo de Brasil, sin embargo, que en una
industrialización a como dé lugar aspira hasta exportar armas para convertirse en
soberano de su endeudamiento externo, subraya que la trampa de la deuda tampoco
puede evitarse así, sobre todo cuando la crisis económica mundial y el proteccionismo
de los países industrializado limitan fuertemente las posibilidades de venta . (Körner,
Maan, Siebold, Tetzlaff, 1984:50)

De hecho, la supuesta “industrialización de exportaciones” ha llevado con


pocas excepciones a una agudización de la crisis de deuda en lugar de
probarse como una alternativa posible. Solo pocos países del tercer mundo
pudieron hacer frente a la competencia en el mercado mundial, en sectores
como la industria del carbón y el acero (entre otros por la producción de
acero barato de débil calidad), la industria textil y naturalmente la
agricultura y la industria alimenticia. Dado que el mercado mundial en base
a su propia lógica puede generar cada vez menos capacidad de compra
productiva respecto a su nivel de productividad “demasiado alto”, dado que
el movimiento expansivo ha llegado hace tiempo al estancamiento y dado
que la competencia en los mercados “más estrechos” se agudiza cada vez
más, los pocos y discretos éxitos de exportación del tercer mundo
encontraron respuesta en los sectores correspondiente de los países
occidentales, provocando medidas defensivas en la forma de subvenciones
y proteccionismos.86

[86] El caso más extremo de esta perspectiva, que profesa la ideología del libre mercado y la
competencia en su mismo rostro, es el monstruoso sistema de subvenciones agrarias en la Comunidad
Europea. Actualmente, este sistema proteccionista está bajo fuerte presión por los enfrentamientos cada
vez más fuertes en el marco del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercios (GATT). Ceder ante la
presión traería la destrucción de la agricultura europea con fricciones sociales y políticas imprevisibles
como consecuencia; no ceder, por el otro lado, traería la guerra comercial, que de todos modos se
expande desde hace años. Esto sería la pena de muerte final para muchas de las sociedades
tercermundistas que vegetan alrededor, que nunca podrían hacer frente a semejante guerra.

A la vez, la cara de los intereses y los vencimientos de los créditos ya


pulverizados, ejerce una presión tal que las exportaciones industriales y
agrarias son despilfarradas en condiciones cada vez más absurdas: los
países del Sur se desangran con nuevos empujes de empobrecimiento y
simple desindustrialización, donde estructuras industriales de papel
construidas sobre arena se colapsan bajo la presión de la competencia,
como demostró ejemplarmente Argentina ya hace tiempo:
Argentina se convirtió en el modelo de una estrategia desvergonzada de
industrialización. Entre 1975 y 1982, la producción industrial cayó un 20%, el empleo
industrial se contrajo un 40%. La crisis y el desempleo de masas llevaron a que la
participación del salario en el ingreso nacional cayera del 49% al 32,5%. El ocaso
económico dejó una estructura industrial arruinada, sin esperanza, cuyo retraso
tecnológico respecto de la competencia internacional creció todavía más (Simon,
1987:158)

El camino ejemplificado por Argentina de la “desindustrialización


endeudada” fue recorrido por la mayoría de los países del tercer mundo,
donde los fundamentos de una estructura industrial jamás fueron
constrruidos.87 La caída en la condición de “caso de ayuda social mundial”
está programada para la gran mayoría de estas regiones, con todas las
consecuencias de la desestabilización interna.

[87] Los países más pobres de África, sobre todo, pero también de Asia y América latina no tenían
chances de antemano de intentar siquiera comenzar con la industrialización y la continuación del
desarrollo social. El empeoramiento constante de los términos de intercambio de materias primas y
productos agrarios los ha convertido en “casos de ayuda social mundial” sin esperanza, que ya no puede
siquiera alimentarse por fuerza propia. Las luchas internas por la distribución llevaron a carnicerías
violentas, guerras tribales y civiles, catástrofes alimentarias y plagas.

Las pocas excepciones, sobre todo de los países emergentes del Pacífico,
cuya “industrialización de exportaciones” parece haber dado resultados
(sobre todo para los cuatro “pequeños tigres” Corea del Sur, Hong Kong,
Taiwán y Singapur), en realidad no han escapado a la trampa de la deuda,
tienen una dependencia precaria de los países occidentales y no han podido
traducir el ingreso en el mercado exterior en una modernización y
restructuración interna (esto se aplica hasta cierto grado también a Japón).
Ya que la fuerza laboral barata ha perdido peso como factor y seguirá
perdiéndolo, los éxitos de exportación solo pueden ser sostenidos al
promedio mundial de tecnificación y productividad con grandes
inversiones de capital; esto significa sin embrago que esas producciones
permanecen socialmente asiladas del mercado mundial y no pueden
emplear las masas de trabajadores que serían necesarias para un desarrollo
interno.

Esto puede ser soportado por estados pequeños o ciudades-estado como


Hong Kong o Singapur, pero ya para Corea del Sur resulta una prueba de
resistencia interna insostenible.

La estructura industrial con capacidades productivas de nivel mundial


aislada está orientada unilateralmente a la exportación, y el mercado
interno no puede desarrollarse lo suficiente, porque la industrialización de
exportaciones aparentemente lograda no puede generar un poder de
compra interior suficiente por su alta intensidad de capital; los salarios
bajos no son el factor decisivo, sino la capacidad reducida pata absorber
masas de trabajadores d estas producciones con tecnología de punta.

Los flujos de exportaciones mercantilistas unilaterales requieren también el


proteccionismo de los países importadores, lo que Japón intenta evitar con
todo tipo de trucos desde hace años. Corea del Sur, a través de restricciones
a las importaciones en la CE y EE UU, ha sufrido caída en sus
exportaciones, mientras las tensiones sociales internas se cargan y se
descargan con violencia. La dependencia total del mercado internacional
transoceánico y de los bienes de inversión occidentales y japoneses
(microchips, máquinas-herramientas, tecnología de automatización) con un
endeudamiento que no ha concluido de ninguna manera (porque pueden
entrar en procesos de endeudamiento nuevos en cualquier momento) hacen
que estos países se tornen hipersensibles a la fluctuación de la coyuntura
internacional: un breve y moderado resfrío recesivo de los EE UU podría
significar su muerte.

Se demuestra así que el tercer mundo se ha estrellado en sus intentos de


modernización –y esto se aplica a la mayoría de los países que se liberaron
tan esperanzadamente tras la conclusión de la descolonización- o que en el
mejor de los casos alcanzaron un nivel precario en las formas de países en
vías de desarrollo a salvo de la espada de Damocles del mercado mundial y
sin embargo no les permite un desarrollo interno de la sociedad en general.
El calvario del tercer mundo es en verdad el augurio para los países del
antiguo socialismo real, que todavía no pueden concebir su situación,
porque miran en la dirección equivocada: hacia el Oeste y allí solo a la
RFA triunfante en el mercado mundial, en lugar del sur, donde está el
verdadero futuro de la sociedad mundial del mercado y del dinero.

EL COLAPSO HISTÓRICO TOTAL DE LA MODERNIZACIÓN


RETRASADA

Pero mientras las masas y los estrategas de la economía del este todavía
miran con esperanza hacia Occidente y se enceguecen con el “schok de
adaptación” y la marcha por el Valle de las Lágrimas que debería llevar
pronto a la prosperidad mercantil, la crisis de reformas no es más que la
expresión de que ya se encaminan hacia el Sur. Que el tercer mundo ha
recorrido gran parte del derrumbamiento y como tal presenta el verdadero
modelo para la modernización retrasada para el resto del siglo y el
comienzo del siguiente, simplemente no es tomado en consideración.

De hecho, las estructuras internas de la modernización en el tercer mundo y


del socialismo real en retrospectiva se ven sorprendentemente
emparentadas una vez que te quitan las vestiduras ideológicas y políticas.
Una vez que el polvo ideológico se asienta, porque el movimiento histórico
que las encolumnaba se paraliza, la problemática fundamental de la
modernización retrasada cobra una relevancia evidente. En las sociedades
postcoloniales en desarrollo del tercer mundo también debió imponerse el
momento estatista de la modernidad contra el momento monetarista, en un
grado mayor que en Occidente, pero tan solo movilizar los procesos de
industrialización. Los regímenes de la modernización del hemisferio Sur,
da igual si fuera bajo la estrella del marxismo y en la forma de
“movimientos de liberación nacional” (Cuba, Viet Nam, Angola) o
dictaduras militares pro-Occidente y regímenes de la “revolución blanca”
(Brasil, Irán), trajeron estructuras del sistema productor de mercancías tal
como en el Este, y con ellas planes quinquenales, burocracias estatales y
planificadoras.

A pesar de sus contradicciones y enemistades ideológicas, todos los


regímenes se enfrentaban al mismo problemas: toda modernización
retrasada en el siglo XX, no solo la del Este se vio forzada a adoptar las
estructuras mercantilistas del siglo XVII y XVIII, por voluntad propia y en
un estadio de desarrollo mucho mayor. En todo el tercer mundo, el Estado
se convirtió en una máquina burocrática inmensa, muy por encima de la
base productiva. Las altas esferas de comando fueron ocupadas por clanes
parasitarios mientras el aparato como un todo alimentaba a una parte
considerable de la clase media y creaba un poder adquisitivo improductivo
a gran escala.

El Estado emergió, como en el socialismo real, cual propietario y


administrador de las industrias clave, o al menos las subvencionó en una
medida muy por encima de la economía de competencia occidental. De esta
manera se creó una clase trabajadora industrial estatizada y dependiente del
goteo estatal, que en la mayoría de los países se convirtió en un
componente de la clase media, mientras la masa de la población por fuera
del aparato estatal y por fuera de la producción industrial aislada para el
mercado internacional fue empujada al empobrecimiento.

Y tal como pasaría más tarde en el socialismo real, la estructura


reproductiva de la modernización retrasada fue tomada por la misma tenaza
diez años antes. Por un lado, la tendencia inflacionaria de este sistema
estalló rompiendo la superficie del mercado con fuerza. La subvención
permanente de las industrias y el hinchado aparato estatal (tal como la
subvención de alimentos básicos con los cuales satisfacer a medias a las
capas inferiores de la modernización) ya no podía ser sostenida. Solo podía
ser financiada en apariencia mediante la acuñación de moneda. Las
consecuencias fueron hiperinflaciones que estremecen a estas sociedades
hasta hoy. Por el otro lado, la mayoría de las industrias subvencionadas no
podían mantenerse en el mercado mundial por el rápido crecimiento de la
productividad y la intensidad del capital, con las consecuencias ya descritas
del endeudamiento externo y la desindustrialización.
La similitud con el proceso de derrumbamiento de socialismo real s
demasiado evidente como para ignorarla. En retrospectiva también resulta
así para las instituciones de crédito internacionales en el sentido occidental
como el FMI y el Banco Mundial, que se convirtieron en los mayores
creyentes de las economías en colapso. Repentinamente descubrieron en
los regímenes pro-Occidente los supuestos pecados de la economía de
mercado y comparan las estructuras de países como Brasil sin considerar la
superficie ideológica, que se ha caído tanto aquí como allá, con aquellas de
la RDA, la Unión Soviética, Polonia y Rumania.

Aquí también se confunde causa con efecto, tal como en las nuevas
reformas mercantilistas del Este. Las economías de comando centralizado y
subvención tampoco fueron un “error” allí, sino la respuesta a la necesidad
acuciante de sobrevivir al menos temporalmente en la cáscara del sistema
de producción de mercancías mundial. Si estas estructuras son
deconstruidas, pueden seguir más y peores proceso de derrumbe,
extendiéndose larga y agónicamente por un tiempo indeterminado.
Justamente esto es lo que demanda el FMI, dado que sigue la lógica ciega
del dinero. Pero cada paso en el desarmado de la burocracia del Estado y de
las subvenciones solo puede acelerar aún más el proceso de
desindustrialización, endeudamiento externo y empobrecimiento.

FMI, Banco Mundial y los demás grandes creyentes occidentales llevaron


hace tiempo al tercer mundo a la desestabilización social y política interna.
Ya no se trata de una estrategia alternativa y competitiva (“socialista”) del
desarrollo, modernización e industrialización, sino solo de las formas en el
proceso de colapso de las sociedades postcatastróficas. La imagen opuesta
está vacía, porque dentro de las formas del sistema de producción de
mercancía no puede haber más alternativa. Las sociedades desarrolladas
pro-occidentales se desmoronan al igual que las pro-soviéticas sobre el
mismo fundamento del trabajo abstracto. Los “movimientos de liberación”,
que solo podían moverse en este sistema de relaciones, pierden sus
objetivos y credibilidad, en parte dejan las armas, en parte se degeneran en
guardianes armados de clientes particulares en luchas barbarizadas por la
distribución, en América Latina parecen fundirse con las mafias de las
drogas.

Pero esto no puede seguir así como está. Reacciones violentas, aún cuando
sean eruptivas y sin una meta, son irremediables y se tornan frecuentes.
Testimonios de esto son no solo los disturbios contra la eliminación de las
subvenciones a la producción de alimentos impuesta por el FMI. También
las clases medias en el tercer mundo son arrolladas por la lógica despiadada
del dinero. A mayor desesperación por el fallo, más agotadora es la
búsqueda de alguna legitimación intelectual.

En partes de Asia, Arabia y África del Norte, la re-islamización como


ideología suplementaria en contra de Occidente, que deja allí sembrado un
reguero de nuevas tumbas, no tiene un objetico trascendental, pero tampoco
se asusta ante nada. El fundamentalista islámico comparte con la antigua
cultura islámica premoderna poco más que el nombre. Esta cultura no
puede separarse de su estructura reproductiva precapitalista, fundada en la
producción agraria y tradicional, que ha desaparecido hace mucho de la
tierra.

Así, el Islán no es más que una cáscara ideológica para tendencias en el


desarrollo de la barbarie secundaria, por la cual las masas desterradas y
empobrecidas intentan contraatacar y superar ciegamente a la igualmente
ciega lógica del mercado mundial. Mientras más se extienda este
fundamentalismo en las masas empujadas a la miseria y a las revueltas por
hambruna y alcance a los estratos medios, que se ven expulsados de sus
modos de vida hasta entonces y arrojados a la miseria por las leyes del
dinero y sus ejecutores del FMI, se vuelve más peligrosos y
seudoestratégico, esto se demostró en el desarrollo iraní, que no puede
haber sido la última palabra de la islamización anti-occidental.

Aunque este fundamentalismo tenga rasgos bárbaros, no son más bárbaros


que los señores “civilizados” de las instituciones financieras
internacionales, que exprimen a partes cada más grandes de la humanidad
sin siquiera pestañear. La barbarie del dinero “oficial” para la masa
creciente de “excluidos” es en lo subjetivo probablemente mucho pero que
el dominio explícito de la mafia,88 en cuya forma ilegal subterránea de la
lógica del dinero todavía puede reconocerse al menos la caricatura de un
rostro humano.

[88] De hecho, el ejemplo en Líbano tras el colapso del aparato represivo del Estado, las milicias tribales
retomaron una función de orden y mantuvieron erguidos los restos de normalidad; en las favelas de
América latina son con frecuencia quienes garantizan como fuerza única ciertas condiciones civilizadas, y
financian mucho más que el Estado mundial bajo control del FMI la construcción de cañerías, escuelas y
viviendas para hacerse celebrar como una suerte de Robín Hood. Ya se ven tendencias similares en
algunos países del exbloque comunista. Para muchos, no es el FMI ni el murmullo democrático
occidental, sino la mafia el último recuerdo de la civilización.

Si la ideología secundaria del Islám es solo una forma regresiva reactiva y


no una alternativa de socialización a la altura del desarrollo de las fuerzas
productivas modernas que pretende legitimarlas, les sirve a las masas al
menos para expresar su padecimiento en la modernidad colapsante. Por
doquier, el fundamentalismo comanda ataques kamikazes desesperados
contra los centros del mercado mundial. Toda la costa norafricana del
Mediterráneo está cooptada por corrientes fundamentalistas, y las
repúblicas musulmanas de la Unión Soviética parecen fluir en la misma
dirección. Quizás los países europeos en las costas del Mediterráneo se
alegren en el futuro no muy lejano de tener un político moderado como
Gaddafi (que por ahora sigue comportándose como el hombre de la bolsa),
cuando la agresividad despiadada del fundamentalismo islámico amenace
por primera vez a toda la región.89

[89] La falta de un objetivo y la aparente aleatoriedad con la cual la administración estadounidense y los
medios occidentales intercambian sus “villanos” y los empujan a coaliciones nuevas y cada vez menos
sostenibles en el tercer mundo muestra no solo la desorientación general tras el colapso de la antigua
imagen del enemigo, sino también la pura incomprensibilidad de cualquier lógica del mercado mundial,
cuyas consecuencias su autoproclamados protagonistas no pueden prever mínimamente y callan en vez de
intentar contener.

Pero también las sociedades en otras regiones del desastre de la


modernización están cada vez menos preparadas a obsequiarle credibilidad
a las promesas vacías de un futuro mercantil próspero. A diferencia del
socialismo real que colapsa recién ahora, grandes partes del tercer mundo
ya han dejado las experiencias acuciantes atrás, como afirman aún sus
representantes y publicistas más moderados y pro-occidentales en la euforia
mercantilista inocente de las reformas orientales:
Mientras el antiguo “Bloque Este” confluye en la línea de la economía mercantil y del
capital privado, muchos países del tercer mundo se distancian de ella. La nueva
“cortina de hierro” ideológica se corre en dirección al Ecuador. Para el primer
secretario de la delación polaca permanente en la ONU en Genf, Maciej Lebkowski,
“la doctrina de crecimiento y desarrollo de los 90 estará basada en el principio de la
economía de mercado. Le transferirá al sector no-estatal la función del motor de
crecimiento”. Según el brasileño Marcos Arruda, “el mundo debería abandonar las
leyes de la economía de mercado (!), los mismo con la lógica del capital (!) como el
mecanismo de control de la actividad económica, la distribución del poder y del saber,
porque su destino final lógico es la deshumanización y la muerte” (Handelsbaltt,
5/10/1989)
Nada puede caracterizar esta situación más apropiadamente que la
llamativa controversia que se diera en el 25 aniversario de la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo en el otoño de 1989.
Aunque una parte de los ideólogos y de la clase política del tercer mundo
empiece a abandonar las ilusiones neomercantilistas a causa de las
experiencias más amargas, las sociedades del socialismo real deben correr
cada vez más a su destrucción antes de poder reconocer que el cambio de
polo ideológico no las adelantará ni un paso.

Estados enteros del antiguo bloque Este, sin importar en qué estadio de las
reformas mercantiles se encontraran, entraron hacia fines de los años
ochenta en un endeudamiento externo galopante tal como el tercer mundo.
En primer lugar, fueron Polonia y Rumania las que cayeron en el strudel de
la “industrialización endeudada” al mismo tiempo que los países en
problemas del tercer mundo; en ambas regiones, los gobiernos financiaron
ambiciosos megaproyectos industriales con crédito de los mercados
financieros internacionales en una mezcla de sustitución de importaciones e
industrialización de exportaciones y entraron en la misma secuencia de
vencimientos que Brasil y gran parte de los países del tercer mundo.

Ya desde el comienzo fue un malentendido grandioso que el movimiento


de los trabajadores y la oposición fueran la vanguardia de la revolución del
Este contra la mala administración supuestamente socialista (que luego se
consolidó como el “modelo erróneo”), mientras detrás de la máscara
ideológica del régimen en realidad se escondía el mismo problema
fundamental de la modernización, que también subyace a los países pro-
occidentales del tercer mundo. Y con las mismas consecuencias que en el
tercer mundo, fueron las masas quienes cargaron con las consecuencias del
colapso de las estrategias de modernización y sobre quienes recayeron las
más duras restricciones, particularmente brutales en la Rumania dictatorial
que hasta la caída del Conducator Ceausescu tuvo que atravesar varios
inviernos de hambruna.90

[90] El fin espantoso del dictador, que junto a su mujer fue muerto a los tiros como un perro, fue pintado
por la prensa occidental como una advertencia sobre hacia dónde llevaría “el comunismo”; cuando en
realidad fue una advertencia para todos los jefes de gobierno de los países endeudados. Esto vale
directamente para los regímenes pro-Occidente que se reconocen democráticos, que obedecen dócilmente
las exigencias del FMI aunque sus consecuencias no sean menos brutales que las intervenciones del
“Conducator”. A las personas hambrientas y con frío, desmotivadas por la lógica del dinero, les da igual
qué ideales reconozcan sus torturadores. El balbuceo posible y frecuente entre los políticos de Occidente
cesa cuando los supuestos responsables, en realidad totalmente impotentes, caen en peligro de ser
colgados o fusilados, aún cuando detrás de los golpes, levantamientos o irrupciones de disconformidad no
haya una idea coherente.

Así se vuelve visible la ironía mordaz de la historia que en las últimas dos
décadas enfrentó a la mayoría de los pueblos del Este en nombre de los
“ideales” occidentales del mercado, y a muchos pueblos del Sur en nombre
del socialismo con la misma lógica de la modernización retrasada
condenada al derrumbe. Recién hoy se devela en el colapso la identidad
original de las ideologías en pugna dentro de esta constelación histórica.

Si al principio quiso demostrarse que los casos problemáticos como


Polonia o Rumania, más industrializados en comparación con el tercer
mundo, podrían atribuirse a simples errores estratégicos de la
administración; esa afirmación demostró ser un error a más tardar a
principios de los años noventa. Ningún país del socialismo real está exento
hoy del endeudamiento, no siquiera la antigua potencia mundial de la
Unión Soviética.

Lejos de representar “enormes mercados nuevos”, los países del Este


“perderán importancia como socios comerciales en el futuro”, como
demostró no solo un estudio del instituto Vienés para Estadísticas
Económicas Internacionales (Handelsblatt, 7/6/1988). En la misma medida
que Occidente “triunfe” y las producciones del Este pierdan la capacidad de
insertarse en el mercado internacional y sean clausuradas, perderán también
la capacidad de pago de importaciones de bines de inversión y consumo.
Lo que fuera la causa “externa” para el colapso de las estructuras del
socialismo real no puede ser corregida o siquiera superada con créditos de
los mercados financieros internacionales y las instituciones de créditos.
Esto quedó demostrado en la práctica por la experiencia del tercer mundo.

Cuando la sentencia de muerte del mercado mundial ya fue pronunciada y


las inversiones para el acceso o la expansión hacia los mercados de
exportación ya no pueden ser conseguidas por fuerza propia, el capital
innecesario tampoco puede obtenerse a través de créditos externos. Los
intereses y las deudas deben ser cancelados y llevan así a una espiral de
endeudamiento que se empina cuando los costos del crédito superan el
rendimiento de las inversiones financiadas por ellos.

Las giras de buena voluntad de Lech Walesa, que recorre países soberanos
pidiendo créditos son totalmente en vano, aún cuando los nuevos créditos
afluyan en tiempo y forma. Polonia es hoy un caso problemático para el
FMI. Con el peso de su cambio de rumbo ideológico no podrá progresar
demasiado, ya que con el derrumbe de la Unión Soviética el mismo motivo
de la competencia sistémica perdió fuerza de tracción también para los
prestadores de crédito occidentales. En principio se trata del mismo paso
errado donde falló también el tercer mundo hace tiempo. El desastre solo se
ha acelerado, los países del Este europeo se vuelven insolventes uno tras
otro:
A fines de marzo, los bancos que creyeron en Bulgaria recibieron del banco para
comercio exterior de Sofía un mensaje por telex: por el empeoramiento de la situación
económica y las reservas, Bulgaria no podría realizar en principio más pagos de deuda.
Se esforzarían sin embargo por pagar los intereses a las deudas con bancos
internacionales. Los banqueros occidentales deberían haber agradecido este SOS de
Sofía. La incapacidad de pago declarada oficialmente por los búlgaros podría ser
tomada como una señal de alerta sobre la capacidad crediticia notablemente
desmejorada de la mayoría de los países con intenciones reformistas del Este europeo.
Los búlgaros podrían ser los precursores de noticias similares de Hungría, que deben
atender deudas con bancos occidentales todavía altas. (Handelsblatt, 9/4/1990)

La misma Unión Soviética, que estaba entre los menos endeudados hasta
bien entrados los años ochenta, se convirtió por las tensiones de su colapso
violento como por los primeros pasos en la reforma, en un país en crisis de
deuda, ya que la toma de créditos no estaba asegurada por el Estado:
Los avisos sobre dificultades de paso de las empresas soviéticas fueron escuchados
atentamente por los bancos alemanes. Ahora son los exportadores de la República
Federal quienes aguardan su dinero. Pero los bancos ya revisan sus compromisos con
la URSS. El estado crediticio de la Unión Soviética ha bajado notablemente. La causa
son las repercusiones negativas de la liberalización de la economía soviética celebrada
con simpatía por Occidente. Esto trajo a las empresas de la URSS una soberanía
limitada en el comercio exterior. […] La consecuencia: las empresas tardaban cada
vez más en pagar sus deudas. […] Se sospecha que la Unión Soviética tiene graves
problemas de divisas. […] El cambio en la situación ha demostrado tener
repercusiones fuertes en el estado crediticio de la Unión Soviética. Cuando hace
algunos años se hablaba de otorgarle créditos a la URSS, los bancos se alineaban para
participar. La Unión Soviética era un destino de primera clase, los créditos eran
entregados sin grandes miramientos. Desde entonces, ha pasado la hoja. Los créditos
se encarecen. (Handelsblatt, 11/5/1990)

De este modo se evidencia la relación precaria entre los problemas de


divisas y la liberalización: en realidad, la última está forzada por la
creciente incapacidad de pago del Estado. Cuando el ingreso de divisas se
detiene, porque las exportaciones colapsan, el Estado no puede garantizar
la cancelación del endeudamiento externo. Se desentiende el problema
dejándolo a las empresas particulares, que quedan en control de los créditos
externos. Dificultades de pago similares se enuncian en China, donde la
toma de “responsabilidad propia” por parte de las empresas en el curso de
las estancadas reformas de Deng Chen dañó gravemente el estatuto
crediticio internacional de China.

Pero donde se conserva la estructura centralizada y estatal del comercio


exterior, el Estado debe suspender la cancelación de créditos externos. Esto
se demuestra ejemplarmente en el gran deudor “socialista” de Asia, Corea
del Norte, que está en el último lugar en los rankings internacionales de
solvencia, por detrás de Bangladesh y así casi totalmente excluido del
comercio internacional de mercancías. Las consecuencias no pueden faltar:
el régimen de Kim Il Sung también llegará a un fin terrorífico.

La crisis de reformas internas como reacción al derrumbe de la economía


de comando estatista, un supuesto shock de adaptación, desemboca
justamente en la siguiente crisis de deuda todavía más carentes de salidas,
que los países del tercer mundo ya no pueden tolerar en lo más mínimo. El
incremento de las exportaciones a cualquier precio para no permitir que los
pagos de deuda se interrumpan del todo lleva a un ritmo acelerado al
mismo proceso de desangramiento de África y América Latina y pasa por
la misma “desindustrialización endeudada”. Hoy ya se dan cambios de
deuda que solo generan más deuda.

Quizás las hasta hace poco orgullosas sociedades industriales del Este
lleguen a ser consideradas casos de asistencia social mundial, como ya lo
son Bangladesh, Etiopía y Chad, todavía más rápido que lo que los más
pesimistas podrían haberse permitido soñar. Esta sospecha se impone
cuando las divisas adquiridas a través de los créditos pueden utilizarse cada
vez menos para pagar las cuotas de deuda o siquiera para inversiones, sino
que debe pulverizarse en el consumo de masas más necesario (bajo
amenaza de disturbios y guerra civil).

Ya que las formas del sistema de producción de mercancías permanecen


incólumes, pero pierden sustancia “productiva” en la escala mundial de
mes a mes, se desarrolla un hambre insaciable de flujo de capital
monetario, que ya no puede ser encubierto como sustancia de valor. Los
bancos empresariales se retiran como prestadores de crédito, tal como
hicieron con los grandes deudores del tercer mundo y buscan quedarse a
través de negociaciones de quita de deuda con lo que todavía puedan
quedarse. Cada vez más países, primero del Sur y ahora también del Este
están a punto de dar el vuelco. Una vez que se vuelven casos de asistencia
social internacional, el problema llega al nivel de la política mundial.

Los créditos comerciales deben ser reemplazados por ingresos de capital


monetario de las grandes instituciones internacionales (FMI, Banco
Mundial, ONU), que así se convierten en “gobiernos paralelos” y vacían de
soberanía a los Estados endeudados. Ya que estas instituciones están
subordinadas a la misma ley del dinero y deben atender a los intereses y sus
pagos, bajan el pulgar y atornillan cada vez más sus tristemente célebres
imposiciones (desregulación, privación, quita de subsidios) y con una
frialdad habilitada solo por no tener que cargar con las posibles
consecuencias. Eso se lo dejan los a jefes de gobierno locales, cuyo trabajo
de este modo se vuelve más y más una misión suicida.91

[91] En este contexto podría establecerse que al ansiedad del “líder de los trabajadores” y premio Nobel
de la paz polaco Lech Walesa quizás haya sido un poco apresurada y poco cuidadosa. Podría llegar a una
circunstancia que solo pudiera sostener con la identificación de un chivo expiatorio colectivo y la
organización de un pogrom. Eso denotan sus afirmaciones populistas, tan esponjosas como peligrosas, en
cuyas hendiduras mugrientas ya pueden verse los rasgos antisemitas de la conciencia colectiva.

Es estadio final se alcanza cuando los casos de asistencia social mundial


son cercenados del sistema circulatorio global del dinero, cuando sus
recursos dejan de ser explotados por la falta de rentabilidad y las masas de
la población solo pueden garantizar su supervivencia a través de las
donaciones tibias de las organizaciones de ayuda internacional.
Sorprendentemente, esto también emerge en la Unión Soviética, ya que al
comienzo de sus carrera como coloso de la “desindustrialización
endeudada”. Como en son de burla, Bild y otros órganos e instituciones de
la desteñida guerra fría juntan donaciones para la población que vive en la
miseria de Moscú y Leningrado (“Un corazón para Rusia”). Esto muestra la
dinámica y la aceleración que se encuentran las sociedades post-catástrofes
del Este bajo la presión doble del colapso sistémico y la crisis de reformas.

ESCALONES Y TIPOLOGÍA DE LA ACUMULACIÓN ORIGINARIA


En la perspectiva histórica, pude hablarse tanto en el tercer mundo como en
el socialismo real de impronta soviética de una acumulación originaria,
una acumulación retrasada de hecho. Estos tipos de sociedad se distinguen
entre sí tanto en el recorrido histórico como en la acentuación
socioeconómica, pero aún más se distinguen de los procesos occidentales
tempranos de acumulación originaria en Europa desde el siglo XVII.

Estos tres tipos de acumulación originaria tienen solo una cosa en común:
la expulsión violenta que se realiza de formas barbáricas de los
“productores inmediatos” tradicionales, sobre todo de proveniencia rural de
sus medios de producción y su adaptación forzada y tortuosa en el estatuto
de la dependencia salarial moderna, cuyo estatuto masivo es demandado
por la mercancía moderna. Los productores por subsistencia en el sentido
más amplio se convierten en verdaderos o potenciales asalariados, y así en
sujetos del dinero-mercancía modernos, siempre de una forma totalmente
recrudecida, todavía afectados por los restos y resabios de las estructuras
tradicionales, estamentales y precapitalistas. Lo que Marx describiera sobre
la Inglaterra de los siglos XVI y XVII, podría referirse análogamente
también sobre Rusia o Brasil de principios de siglo o la India del siglo XX
tardío. Desde esta perspectiva, las distintas regiones del mundo se
diferencian solo en la distancia temporal sobre el proceso histórico de la
modernidad.

Pero este proceso, a mayor escalón de desarrollo, requiere y genera más


fuerzas productivas científicas, hasta llegar a la cresta actual de la
superación y sustitución de la sustancia “laboral” productiva por el mismo
capital. Y es justamente en este desarrollo e incremento de la
productividad, que es llevado por el látigo de la rentabilidad a alturas cada
vez más vertiginosas, donde se reconocen las diferencias más esenciales en
la tipología de la acumulación originaria.

En Europa, el estatismo de las penitenciarías laborales quedó limitado a la


fase temprana del mercantilismo, porque la enorme masa de los
trabajadores de la economía de subsistencia, a falta de presión externa, no
podía ser convertida con rapidez suficiente. Tampoco fue necesario. El
sistema productor de mercancías tuvo más de trescientos años para
succionar con mayor o menor violencia a las masas desvinculadas de la
producción agraria o artesanal. Esto sucedió en estadios de desarrollo
sucesivos interrumpidos por breves “crisis de instauración”.
El estado de desarrollo de las fuerzas productivas en aquel entonces, en el
cual la cientifización todavía estaba en pañales, creó –como dijo Marx- el
hambre ardiente del capital por la fuerza laboral viva. Muy lentamente, la
producción de la “plusvalía absoluta” (extensión de la jornada laboral
hasta la extenuación, el trabajo infantil, etc.) se vio desplazada por la
producción de la “plusvalía relativa” (reducción de los costos de
producción de los trabajadores a través del incremento de la productividad
y así el crecimiento proporcional del plusvalor en la producción total de
valor). El problema no era la escasez de puestos de trabajo dentro del
capital, sino la crudeza del mismo tipo de trabajo.

En la interrelación de la reforma social estatista (como la legislación de


Bismarck) y la lucha del movimiento de los trabajadores, las masas se
desarrollaron hacia la “civilización” y se convirtieron en grado sumo en
sujetos abstractos del Estado burgués democrático y del dinero. En las
carnicerías masivas de las guerras mundiales se combatieron a la vez y una
vez más los resabios estamentales y elementos residuales precapitalistas.
Así, la violencia de nuestra época ya no siguió ascendiendo, a diferencia de
lo que pasara en las revoluciones burguesas y guerras de los siglos XVIII y
XIX. El pago sangriento de las guerras mundiales fue una deuda respecto
de las contradicciones internas de la modernización, como su imposición
frente a los restos premodernos. Es porque las economías de guerra de la
época de guerras mundiales encontraron los rasgos básicos de la
subjetividad de mesas modernizada en Occidente y pudieron operar con
ellos. Hacia el fin de la primera guerra mundial algunos ataques no
demasiado profundos en la sociedad (por ejemplo, el derrocamiento de la
monarquía y del derecho al voto de clase de Prusia) fueron suficientes para
alcanzar el siguiente escalón de la modernización.

Por este histórico salto hacia adelante, la parte occidental del sistema
mundial de producción de mercancías, a pesar del impacto profundo de la
crisis económica mundial de 1929-1933, pudo conservar su estatus global y
también expandirlo con el boom fordista de posguerra. Este boom, que
capitalizó hasta el último poro de la reproducción social y se tragó a los
sectores tradicionales todavía presentes en los países occidentales (ver
Lutz, 1984) y que a la vez creó el mercado mundial como marco de
relaciones obligatorio para todos los países bajo la Pax Americana, parecía
poder absorber de una vez a toda la fuerza laboral abstracta del mundo
entero. Pero con la extinción del boom fordista y el desarrollo de las
fuerzas productivas de racionalización y la automatización totalmente
nuevas, se impusieron condiciones nuevas e irreversibles por primera vez
los límites lógicos internos del movimiento de utilización abstracto de la
fuerza laboral.

El desempleo masivo, que ya había emergido temporalmente en la crisis


económica mundial, se convirtió en un problema permanente para la
sociedad mundial. Al menos en parte, los países occidentales pudieron
“exportar” este problema a través de su ventaja histórica y su productividad
siempre más avanzada; por eso mismo, la situación del sistema mundial
productor de mercancías se precarizó en general. Esta productividad
siempre creciente que excede las capacidades de la producción mercantil
no pudo dejar de tener un efecto catastrófico en los proceso de la
acumulación originaria retrasada.

Ya el tipo soviético de la acumulación originaria a principios del siglo XX


no estaba en condiciones de impactar en el comparativamente cómodo
ritmo del desarrollo del sistema productor de mercancías de Europa
occidental. La Unión Soviética debió sobreacentuar el momento estatista,
es decir, convertir a la sociedad por entero en una máquina de trabajo
abstracto comandada militarmente para imponer la lógica del capital. Este
intento aparecía como el enemigo y hasta como “reino del mal” sobre la
misma base que el Occidente más desarrollado. Así tomó como divisa a la
ideología soviética en función de su propia legitimación. También las
masas occidentales se sintieron repelidas y disgustadas por la imagen para
nada poco realista de las “hormigas azules”, los soldados laborales de una
cotidianeidad militarizada horrorosamente gris, que parecía oponerse a la
libertad occidental.

Pero las “hormigas azules” eran históricamente nada menos que la forma
embrionaria del mismo sujeto abstracto del dinero, que en Occidente se
había entregado a la historia hace tiempo como mónada “libre” del
mercado total. De este modo, el ya concluido conflicto Este-Oeste, al
menos en lo que respecta a su lado ideológico, puede leerse como un
malentendido, como una oposición de dos escalones históricos diacrónicos
del mismo sistema de producción mercantil. El núcleo real de esta
oposición no era otra cosa que la competencia entre economías nacionales
burguesas retrasadas y avanzadas.
En la disolución de esta constelación conflictiva subyace una comprensión
ilusoria de los “modelos”. El capitalismo occidental no derrotó al
“socialismo”, sino que fue la modernización retrasada de tipo soviético la
que fracasó. Este segundo tipo de acumulación originaria trajo
históricamente una industrialización y reestructuración, que aún forcluida,
recubrió a la totalidad social. Aún así, no pudo sostener el nivel de
productividad bajo la presión del mercado mundial actual.

Las masas del Este piensan y actúan de acuerdo a estas consecuencias,


cuando aspiran a dejar de ser “hormigas azules”, soldados laborales de una
economía militarizada productora de mercancías, para finalmente emerger
como sujetos abstractos con “libertad” monetaria, de opinión u decisión
según el patrón occidental en la vida Marlboro de “libertad y aventura”.
Pero esta aventura hace rato que está programada para su segunda
catástrofe social. Porque no comprenden que la economía de comando
central con todos sus asquerosos fenómenos aparejados en realidad es el
precio histórico para que puedan existir siquiera un tiempo las estructuras
de la sociedad industrial moderna y su horizonte de necesidades. Ahora, sin
embargo, junto con las estructuras de comando económico, también cae el
contenido de la sociedad industrializada. Las “hormigas azules” se
reencuentran una vez más como sujetos del dinero abstracto, pero sin
dinero. No saben lo que les está pasando, que el camino de la segunda
miserabilización que recorren llega solo a una barbarie secundaria.

El tercer mundo, como tipo históricamente más tardío de la modernización,


ya ha dejado este camino atrás. La acumulación originaria tuvo lugar aquí
en mayor parte después de la segunda guerra mundial, es decir, en un
estadio de desarrollo y productividad del mercado mundial mucho más alto
que aquel del tipo soviético. Por eso, la clausura externa en contra de la
lógica de la productividad y la rentabilidad del mercado mundial no era
posible desde el comienzo. El desarrollo del sistema de producción
mercantil debió por ello dividirse en dos tendencias totalmente distintas en
el tercer mundo.

En la totalidad social, el proceso de la acumulación originaria avanzó desde


una perspectiva: las economías de subsistencia tradicionales, que
sobrevivieron por bastante tiempo a la época colonial, fueron destruidas
con la misma brutalidad que las de la Unión Soviética y aún antes en
Europa occidental, en parte con los mismos métodos latifundistas del
lejano Oeste como alguna vez en Inglaterra,92 en parte por la presión
indirecta del mercado mundial sobre el ingreso y a través de la destrucción
de sistemas ecológicos internos. Dado que la apertura forzada al mercado
mundial y el incremento en la presión de la productividad impidieron la
protección y la extensión de la industrialización retrasada, la acumulación
originaria no pudo concluir la tarea. Quedó a mitad de camino, es decir,
logró desarraigar a las masas, pero no pudo integrarlas a la máquina de
trabajo de la economía empresarial.

[92] En los últimos retoños, este proceso se sigue imponiendo. Al europeo occidental promedio le
sorprendería que en 1991 en países como Brasil o México, India o las Filipinas, los latifundistas e
industrialistas agrarios mantengan a pistoleros que disparan contra arrendatarios o funcionarios sindicales
con la misma naturalidad con la que se sientan a desayunar. Terrenos enormes en regiones despobladas
son convertidos en campos de pastoreo o producciones agroindustriales de capital intensivo para cadenas
de fast-food occidentales, mientras la población huye hacia los cordones de asentamientos precarios en las
monstruosas metrópolis. Tampoco puede callarse junto a los clanes nacionales, en Brasil por ejemplo,
Volkswagen está entre esos latifundistas.

La industrialización fue desde el comienzo meramente selectiva, limitada a


fábricas aisladas para la producción mundial. El sector moderno con una
infraestructura correspondiente existió siempre solo como un cuerpo
extraño en una sociedad que ya no podía abarcar en su totalidad. Solo en un
sentido negativo, la mayor parte de la sociedad fue industrializada,
puntualmente a través de la destrucción de las estructuras tradicionales, en
cuyo sitio no apareció nada nuevo. Este desarrollo proyectado para el tercer
mundo postcolonial se fortaleció monstruosamente en los años setenta.

Las masas del tercer mundo no padecen la vieja y conocida explotación del
trabajo productivo, sino que padecen por el contrario la exclusión de ella.
Por eso, en estos países no puede existir la reforma burguesa
socialdemócrata. La mayoría absoluta de estas masas desarraigadas no es
“utilizada” y vegeta improductiva por fuera de cualquier estructura
reproductiva coherente. Aún un país exitosamente desarrollado, orientado a
la exportación como Corea del Sur tuvo que demoler con topadoras sus
asentamientos de carenciados en Seúl para los Juegos Olímpicos de 1988 y
desplazar a los habitantes desafortunados para no mostrar a la opinión
pública mundial su cara enferma.

La mayoría de la población mundial se compone hoy de sujetos del dinero


sin dinero, de no-personas sociales, ni precapitalistas ni capitalistas,
organizados de modo postcapitalista en todo caso, que so traficados hacia
islas para enfermos (Secheninsel) que ya cubren la mayor parte del planeta.
No habla bien del descernimiento del mundo, que contempla este teatro
desde hace unas buenas dos décadas y sigue imperturbable persiguiendo
acríticamente aquellos negocios, que solo aceleran el camino hacia la horca
de la que al final no se salvará nadie.

Si las masas del Este se convierten en sujetos del dinero sin dinero, si más
partes del sistema de producción de mercancías se desmoronan en la nada,
deberíamos haber alcanzado el límite de lo tolerable. Pero mientras siga
habiendo ganadores en el mercado mundial, la ilusión de que la humanidad
pude seguir reproduciéndose y alcanzando nuevas costas en este sistema
sigue en pie. Las elites y estratos superiores del tercer mundo, que viven en
sus casas tras alambres de púas, no recorren grandes extensiones de sus
propios países y solo recorren las calles armados, han dejado de considerar
como seres humanos a la mayoría de sus supuestos conciudadanos.

Partes de esta minoría se aferran todavía a las estrategias de desregulación


y privatización del FMI. Es a esta ilusión que figuras tan deslumbrantes
como pasajeras, como Collor de Mello en Brasil, Carlos Menem en
Argentina o Alberto Fujimori en Perú y políticos similares en África y Asia
deben su ascenso.93 Las mismas ilusiones proliferan en Europa del Este,
pero solo en una minoría. Las masas simplemente no pueden imaginarse
que están siendo catapultadas hacia afuera de la estructura industrializada
para la satisfacción de las necesidades básicas, y que son llevados por eso a
la miserabilización.

[93] Si en Polonia durante las elecciones presidenciales de diciembre de 1990, el “Líder de los
Trabajadores” populista Lech Walesa tuvo que competir en balotaje contra el expatriado salido de la nada
Stanislaw Tyminski (es ciudadano de Canadá, Perú y Polonia a la vez), que operó con promesas vacías y
una versión estridente de la ideología del FMI, este acontecimiento angustiante dice mucho sobre la
situación histórica. Este evidente candidato de los ladrones, que aún logran alcanzar el poder político, son
la última versión de la “democratización” que el sistema moderno de la mercancía en pleno colapso puede
ofrecer.

Los perdedores del Sur y del Este no quieren comprender, que aquello
contra lo que lucharon en el paso reciente y hoy llega a su crisis ya era la
modernización, y de hecho era la única que podía existir históricamente
para ellos en el marco de relaciones del sistema mundial productor de
mercancías. No vendrá una “metamodernización”, sino solo el
empalidecimiento eterno de las sociedades poscatastrófica. El programa de
acción de las Naciones Unidas de 1981 ha fracasado lamentablemente,
como determinó la conferencia de París sobre los problemas de los estados
menos desarrollados (llamado con ironía malévola el “Club de los más
pobres”), en el otoño de 1990:
Nueve años tras anunciar con orgullo el primer programa de desarrollo mundial para los
países más pobres de la Tierra, las Naciones Unidas pudieron confirmar solo una cosa
en las conferencias que empezaron ayer en parís: el fracaso total del ambicioso
programa. Aún peor: Los ochentas no solo son una “década perdida” para los más
pobres entre los pobres. Trajeron aún un empeoramiento considerable de la miseria .
(Nüremberg Nachrichten, 4/9/1990)

Esta afirmación se convirtió en el mismo momento en una capitulación, ya


que no podía siquiera adoptarse un nuevo programa cosmético. La
Conferencia de París fracasó. Los frentes entre los países occidentales y los
asilos para pobres del tercer mundo estaban definidos desde el comienzo.
Así, el único resultado fue triste:
Ya es seguro que Liberia será incluida en el puesto 42 del “Club” de los Estados
pobres, tras la destrucción total de su industria minera en la guerra civil. Desde 1970,
este “Club” suma un miembro al año. Pero ninguno de sus miembros ha logrado
desde entonces abandonar el círculo vicioso de la miseria . (Nüremberg
Nachrichten, 15/9/1990)

Mientras más países comparten este destino, más se leja la Fata Morgana
del crecimiento y de la prosperidad mercantil para una cantidad mayor de
personas, y más clara e inescapable se presenta la perspectiva negativa: el
sistema de la mercancía moderna ha llegado a su fin, y con él también la
subjetividad burguesa del dinero, porque este sistema se ha superado a sí
mismo por su propia productividad y la mayoría de la población mundial
ya no puede integrarse a su lógica. Para que el ciclo de mercancía entre en
la conciencia social y se ahuyente sus ilusiones, necesita todavía un
perdedor más, el último: y este solo puede ser el Occidente ur-capitalista,
que debe ahogarse en su propia victoria.

LA CRISIS DE SISTEMA MUNDIAL DE


PRODUCCIÓN DE MERCANCÍAS
¿GUERRA CIVIL GLOBAL EN LUGAR DE “PAZ ETERNA”?

Aunque Occidente se queje hace ya más d una década de su tercio pobre,


aunque el boom de posguerra haya pasado hace rato, aunque la crisis
occidental sea tan real como la del Sur o la del Este, su profundidad no es
reconocida ni tomada en serio porque el consumo de masas en comoración
con el Sur y con el Este le permite a los estratos perdedores de Occidente
creer aún en la normalidad capitalista.

Sin embargo, emerge también aquí la noción de que Occidente no puede


permanecer imperturbable frente a la destrucción de otras partes del
mundo. Estas nociones son apaciguadas por la esperanza de un nuevo
milagro de la modernización y de una era futura de prosperidad y
crecimiento. No solo por los pueblos del Este y del Sur, y no solo por las
minorías internas en los países perdedores, sino también la conciencia
triunfal cree vislumbrar una Fatua Morgana.

Aún cuando la crisis del sistema mundial de producción de mercancías no


debería superar ya los límites con los que se ha encontrado, el sistema
parcial de Occidente no podrá sobrevivir el colapso global. Es impensable
que un momento particular del sistema mundial agonizante pueda
sostenerse contra la mayoría de la población mundial y contra la minoría
creciente en su propio interior.

Ya está claro que la descomposición del conflicto sistémico de la


posguerra, a pesar de todos los premios Nobel de la paz para distintos
líderes de los países perdedores y los funcionarios bienintencionados que
median entre ellos y el Estado no traerá la “paz eterna” kantiana sino, con
mayor seguridad, su opuesto. El “mundo unido”, finalmente realizado y
reconocido como una totalidad, dio a la luz la forma fetichista del sistema
productor de mercancías que se disuelve en la crisis, se devela como una
visión del horror y del terror de una guerra civil mundial que comienza, en
donde ya no hay frentes fijos, sino solo brotes ciegos de violencia en todos
los niveles.

El juego del mercado mundial, fagocita y asimila a todas las otras formas,
no deja que los perdedores se vayan cómodamente a sus casas, sino que
destruye sucesivamente cualquier posibilidad de existencia humana digna.
Cuando estas personas, pueblos, regiones y Estados reconocen que nunca
más tendrán la posibilidad de ser triunfadores y que las derrotas
subsiguientes serán insostenibles y les robarán cualquier posibilidad de
supervivencia, patearán tarde o temprano el tablero y olvidarán todas las
“reglas de juego” de las supuestas civilizaciones occidentales. Estas reglas
del juego democrático de la “racionalidad mundial” burguesa ilustrada son,
siguiendo su esencia más interna, abstractas y carentes de sentido, porque
su verdadero fundamento es el movimiento autotélico abstracto y
desensibilizado del dinero, que inauguró mecánicamente hacia su terrible
fin.

Pero no parece que las intenciones, poderes y representantes (o mascarones


de proa políticos) pongan en cuestión el automatismo del movimiento del
mercado mundial de este “mundo unido”. En su lugar quieren imponer el
respeto por aquellas reglas del juego a través de la última ratio de la
violencia militar. Pero ya no son vinculados por ello, como en el antiguo
conflicto sistémico, con el “reino del mal”. Ahora operan como violencia
policial internacional contra las huelgas de hambre, marchas de
indignados, campañas de venganza y ataques terroristas de las multitudes
de miles de millones de perdedores, para que no emerjan poderes o figuras
humanitarias vengadores de los desposeídos que actúan en su contra en la
lucha por la distribución global de una masa de valor decreciente para
lograr alguna mejora.

Ya la primera acción de este tipo de la autoproclamada policía planetaria


con el emblema de las Naciones Unidas contra el dictador iraquí Saddam
Hussein, festejada con hipocresía como una estrategia de pacificación de
una feliz “familia de los pueblos” (una expresión que frente a los hechos no
es otra cosa que una burla encubierta), se demuestra hoy, a pesar de sus
victorias militares, como un desastre político. Pero aún cuando este foco
problemático sea derrotado con el sacrificio de decenas de miles de vidas
humanas, sería así solo una victoria pírrica, porque los problemas
aumentarán en lugar de decrecer. Una tropa de ataque internacional y móvil
contra los “perturbadores de la paz” (que es también una expresión
hipócrita sacada del diccionario de la “racionalidad mundial” burguesa), a
la larga, está condenada al fracaso, porque habrá demasiados focos
problemáticos y “perturbadores de la paz”. Desde el punto de vista de la
técnica militar, los problemas logísticos a la larga no pueden ser superados,
por no hablar de los costos improductivos, que se asientan del lado del
“debe” en los libros contables de la acumulación mundial de valor.
El fundamentalismo islámico tomará el poder en más países a mediano
plazo; y nadie podrá mantenerlo alejado de las bombas atómicas y otras
armas de destrucción masiva, que siguiendo su ideología barbárica del
suicidio y la venganza, usará en contra de los centros occidentales. América
del Sur y Europa del Este se volverán sociedades poscatastrófica con un
armamento militar peligroso. Aún cuando cada alternativa ideológica se
haya disuelto, con la miserabilización continua y la desesperanza creciente,
militares golpistas o capos mafiosos podrían tomar el poder total o
parcialmente, conseguir armas intercontinentales y comenzar con ellas
maniobras de sometimiento. Podría argumentarse simple y cínicamente que
los cohetes y las bombas atómicas son lo único que todavía funciona. China
posee hace tiempo medios de destrucción masivos, que podrían caer en las
manos de warlords sin escrúpulos (que pertenecen a una antigua tradición
en las épocas de falta de organización estatal) tras la descomposición
poscatastrófica y podrían amenazar a Occidente con ellas.

A la vez, los progroms y las guerras civiles en base a la lucha desesperada


por la distribución en las sociedades poscatastrófica, que se sostienen hace
tiempo irremediablemente en América latina y Europa del Este, empezaron
en la Unión Soviética con una brutalidad externa, crean nuevas y cada vez
más grandes corrientes de refugiados, que ya casi no pueden ser contenidas.
Casi podría usarse la imagen del Imperio Romano cuando se hundía bajo
las corrientes migratorias que lo inundaban a través de sus fronteras Este y
Norte, para describir las situaciones en el Río Grande (frontera sur de los
EE UU) y la del Oder y Danubio (frontera este de la Comunidad Europea),
por no hablar de las regiones de Asia, Medio Oriente y África.

Pronto no habrá territorio en la Tierra que no sea un área de refugiados, con


todas las consecuencias que eso trae consigo. También desde esta
perspectiva, la normalidad capitalista ha dejado de existir hace tiempo. A
pesar de todo el optimismo vocacional sobre las perspectivas de los
supuestos nuevos mercados, esta tendencia catastrófica ha sido notada por
el Instituto para la Economía IFO de Múnich:
Si los países de Europa del Este no superan el shock de adaptación, la riqueza y el
resplandor de Occidente y la desolación de las perspectivas económicas de Europa del
Este “pondrán en marcha una inmigración masiva [!] de Este a Oeste”. Esta podría
ser “quizás dosificada pero no frenada” con medidas burocráticas, como propone el
IFO en su reporte para el Ministerio Federal de Economía . (Süddeutsche Zeitung,
12/10/1990)

Es evidente: la lucha global por la destrucción y la distribución no salvará a


ninguna isla económica para los bienaventurados. Amenazado por todas las
regiones perdedoras, inundado de refugiados e inmigrantes ilegales y a la
vez cargados de una minoría creciente de pobres propios, Occidente ya no
puede sostener la normalidad que se resquebraja en su superficie.

Aún cuando la policía capitalista mundial quiera combatir largamente con


medios bárbaros las reacciones bárbaras de las mayorías de perdedores, no
podrá lidiar con la criminalidad masiva interior, con el terror asesino que se
expande94 y con las reacciones de sabotaje de los insatisfechos calificados
técnica y científicamente, que pueden vulnerar más que nunca en la historia
de este sistema altamente interconectado de reproducción cientifizada.
Aquella antigua historia del dictador, cuya fortaleza parecía impenetrable
desde el exterior pero que podía colapsar desde adentro con el susurro de
una única palabra nunca fue tan verdadero como hoy.95

[94] En la misma medida que el terrorismo político pierde su sentido, los individuos patológicamente
perturbados o simplemente desesperados siguen con su plan. En la RFA se mostró esto en los atentados
contra el candidato socialdemócrata para canciller Lafontaine y el Ministro del Interior Schäuble en 1990.
En lugar del terrorismo calculado políticamente se ubica ahora el asesinato sin objetivo claro de figuras
prominentes, con el cual los “excluidos” sin conciencia y empujados a la perturbación mental intentan dar
un golpe a la objetividad que ya no pueden definir. Hans Magnus Enzensberger describió con claridad
este “Vacío en el centro del terror”: “Nos vemos confrontados por un temor que existe por su propia
voluntad, un temor sin ritual, sin objetivo, sin por qué, un terror que puede ser practicado por y que puede
afectar a cualquiera […] y ya no podemos comprender el terrorismo como una característica estructural
de nuestra civilización, como un fenómeno endémico, que crece casi naturalmente y se enmascara caso
por caso con intenciones, demandas y justificaciones diversas. Debemos admitir entonces que el terror
está vacío, y que, en la forma de masacres en las calles y los estadios de fútbol, de pornografía violenta y
de adicción a las drogas, en el maltrato masivo de mujeres y niños, tiene su fundamento último en la
constitución física del todo”. (Enzensberger 1991:248). Donde los “ganadores” y sus representantes sin
embargo ya no pueden seguir el ritmo social de la marginación de personas de cualquier edad,
proveniencia y actividad, y pueden ser atravesados por un cuchillo de cocina en cualquier momento, se
demuestra superflua cualquier descripción de una “situación se seguridad”. Por no hablar de las
consecuencias mortales de una “cultura política” degradada e insostenible sobre la base del sistema de
mercado al interior de los mismos los sujetos en el poder, como se hizo evidente en el caso Barschel. (N
del T.: Barschel, ministro presidente de la provincia alemana de Schleswig-Holstein entre acusado de
fraude electoral en los comicios de 1987 que habían resultado en su reelección. Suicidio fue la causa
declarada de muerte.)

[95] El desarrollo tecnológico trae potenciales problemas insospechados, que casi cualquier niño puede
entender. ¿Cómo pueden protegerse un sistema con los medios tradicionales de la violencia del Estado
cuando cualquier fotocopiadora a color puede convertirse en una producción de billetes falsos y cualquier
joven fanático de la computación puede, por pura insolencia, penetrar los centros e poder más rsfuardados
y deshabilitar su comunicación y capacidad de funcionar?

Los sectores triunfantes de Occidente cavan su propia tumba con la


potencia de destrucción ecológica del sistema productor de mercancías. El
gasto abstracto de la fuerza humana de trabajo aplica la misma abstracción
contra la materia natural utilizada. El trabajo abstracto como punto de
partida y llegada de la mercancía moderna destruye, desde que se convirtió
en el principio fundamental de la reproducción global, con una velocidad
creciente el fundamento natural que tiene en común hace ya tiempo.

Pero si desde la perspectiva económica el desempleo de masas y la


destrucción de capital ya no pueden “exportarse” y ser externalizados –
dado que impactan en Occidente como huidas en masa y ataques
terroristas- eso se aplica más aún para la externalización de los costos
ecológicos. La basura tóxica exportada cínicamente a los países pobres a
cambio de divisas regresa a través de los ciclos ecológicos. La destrucción
de enormes ecosistemas internos en los países pobres endeudados amenaza
con desatar catástrofes climáticas y naturales para la humanidad entera, de
las cueles ni todo el dinero del mundo podrá salvar a los “ricos”. También
en la cara ecológica de su crisis, el sistema de productor de mercancías ha
creado irremediablemente un mundo unido, cuya interconexión no debe ser
ignorada.

Desde esta perspectiva, el pronóstico de la mencionada Conferencia de


París de las Naciones Unidas es una advertencia tan urgente como falta de
compromiso sobre el impacto irremediable de los procesos de destrucción y
miserabilización en el número creciente de países perdedores sobre las
zonas triunfadoras.
Si no se hace lo suficiente para borrar rápidamente del mundo la pobreza extrema, la
miseria y la desesperación, entonces provocarán descarrilamientos demográficos y
catástrofes ecológicas, violencia, guerras y terrorismo, de cuya propagación ningún país
de la tierra estaría a salvo. (Nüremberg Nachrichten, 4/9/1990)

Pero ninguna advertencia tendrá consecuencias mientras las condiciones y


su potencial de peligro sea solo descrito y las verdaderas causas, es decir,
las “leyes” fetichistas del sistema productor de mercancías y su demanda
abstracta y destructiva de rentabilidad no se conviertan radical y
críticamente en su tema. Toda la izquierda desmoralizada se inclina frente a
estos ídolos antropófagos, porque no se atreve a pensar por fuera del
fetichismo de la forma mercancía.

Algo se pude decir desde ya: muy contrariamente a la ideología hoy


dominante y sus expectativas, la crisis traerá un nuevo salto histórico del
polo monetarista al estatista. Pero esta vez como un nuevo empuje
modernizante, sino como una creciente administración de emergencia del
sistema global que se derrumba, como estatismo del terrorismo de Estado
en el fin de los tiempos, que busca sostener la cascara vacía de las
relaciones mercancía-dinero, aún con el costo de una violenta
administración de la miseria, que se convierte en un gobierno de miedo y
finalmente en sus propia autodestrucción absoluta.

La armadura de las estructuras de la economía de guerra en la época de


guerras mundiales nunca fue desmantelada del todo. El estatismo fue
mantenido en el fondo como Estado social y armamentista endeudado para
dejarle el escenario al principio monetarista de la economía d competencia.
En el ápice de la crisis, inesperadamente se desarrollará el momento
estatista de nuevo.

La administración propia de la pobreza interna, la construcción de una


policía capitalista planetaria,96 el terrorismo de Estado al interior de a
sociedad contra las explosiones ciegas de quienes “se cayeron” del sistema,
la burocracia catastrófica de ecología (Chernóbil dio un anticipo), el control
de las huidas en masa y las migraciones del Este y del Sur, la guerra por la
protección del comercio que se avecina: todo esto requiere de
transferencias monetarias improductivas en el sentido capitalista, medidas
oficiales de gran envergadura y el crecimiento de las estructuras
económicas estatales, en lugar de su reducción. Un irónico amante del
humor negro podría suponer que el socialismo real puede triunfar aún
después de su muerte, por el mismo hecho de haber colapsado. En la misma
medida que el momento estatista pudo superar en la historia las
determinaciones materiales del sistema productor de mercancías como polo
contrario al monetarista, forzado a ejecutarlas a su propio modo, podrá la
administración estatista de emergencia hacia el “fin de la historia” difundir
la más mínima chispa emancipatoria.

[96] Los Estados Unidos como primer aspirante a policía mundial lleva adelante en contradicción
extrema con su doctrina monetarista un hiperkeynesianismo paralelo ya desde la era Reagan e incrementó
insosteniblemente la economía armamentista improductiva y con ella la participación de la economía
estatal en la reproducción a través de enormes procesos de endeudamiento interno y externo sin
precedentes históricos, arruinándose de tal manera en el proceso que para la nueva intervención en el
Golfo debe pasar hoy la gorra entre sus aliados. A la vez, la política monetarista tanto en EE UU como en
Gran Bretaña, ha dejado que las estructuras económicas y sociales internas superaran por tanto la medida
general y promedio de los países occidentales, que también desde esta perspectiva, por la consecuencia d
la crisis debe usar la misma violencia una vez más como timón, la que el monetarismo quiso desterrar
para siempre: el padre Leviatán, el monstruo de la economía estatal que siempre emerge como el fénix de
entre las cenizas cada vez que el mercado se da por vencido. La mano invisible del Estado no realiza así
ningún otro principio básico que el de la mano invisible del mercado, “hasta que todo se caiga a pedazos”.

EL ÚLTIMO ATENTADO DEL PRINCIPIO DE RENTABILIDAD

El impacto externo de las crisis globales y las regiones colapsadas sobre los
centros occidentales no será, como tampoco la insatisfacción creciente del
tercio pobre de su población, el último escalón del proceso de crisis
mundial. La promesa de una nueva prosperidad futura pone en ridículo a
las economías occidentales, cuyas zonas de normalidad ya han empezado a
reducirse. La lógica de la crisis se corre de la periferia al centro. Tras los
derrumbes del tercer mundo en los años ochenta y del socialismo real al
principio de los noventas es el turno de Occidente. El principio de
rentabilidad tiene un último atentado por delante, antes de terminar de
recorrer el doble camino de la “emancipación negativa” y la destrucción
ecológica.

Cada empresa que pertenece a los ganadores del mercado mundial que se
propia de una medida determinada del plusvalor global en la forma líquida
del dinero, participa en la realización del plusvalor total y lo hace de hecho
my por encima de su propia producción de valor. La parte de los ganadores
sale de los costos de los perdedores. Pero cuando el nivel de productividad
y su correspondiente rentabilidad es tan extremadamente alto (y hoy
llegaos a ese estadio), la “derrota” significa la eliminación del mercado de
cada vez más empresas, es decir, destrucción de capital, y así con cada
nueva vuelta del proceso de competencia, la masa total de plusvalor líquido
susceptible debe ser apropiado se vuelve menor en relación a la masa total
del capital monetario utilizado, que debe volver a transformarse en la forma
dinero para “incrementar”.

Pero cuando la transferencia de valor de las regiones de productividad débil


de los grandes perdedores hacia los centros del mercado mundial ya no
tiene efecto sobre los salarios baratos ni se apoya en la “explotación”
masiva de la fuerza humana de trabajo, sino en la absorción indirecta de
plusvalor generado en otra parte a través de una productividad superior y
ya inalcanzable, entonces esa transferencia de los perdedores a los
ganadores no puede seguir sosteniéndose. Por el contrario, con la clausura
de cada vez más recursos en una región perdedora, que cae por debajo del
nivel de rentabilidad requerido, se achica el margen para transferencias
subsiguientes de este tipo.

¿Qué debe pasar necesariamente entonces? Si regiones cada vez más


grandes del Sur y del Este dejan de ser fuentes para la transferencia de
valor hacia los países de la OCDE porque su producción fue cerrada o
porque ya no producen valor, la lucha por la distribución se desplazará a
los países mismos de la OCDE. Esto no acontecerá con la pureza de un tipo
ideal, sino en la contradicción y con retrocesos en el movimiento conjunto.
Así, las sociedades perdedoras poscatastróficas podrán transferir por largo
tiempo los restos de valor, dilapidando sus productos en el mercado
mundial para poder pagar las cargas de sus deudas. Pero esta fuente fluye
en una medida siempre decreciente cuando el desgarramiento supera los
límites de lo posible y la desindustrialización avanza.

Los grupos económicos internacionales de Occidente junto con sus


agregados de proveedores pueden percibir este problema en la superficie
del mercado porque en las sociedades poscatastróficas se genera cada vez
menos poder de compra productivo, se pierde la capacidad de pago y las
estructuras de crédito y subvenciones estatales se derrumban. En la
práctica, esto significa para los ganadores que su triunfo glorioso en la
competencia sobre la producción local de los perdedores lleva a u resultado
muy poco deseable: los mercados se resecan cada vez más para ellos
mismos. Con su “victoria” destruyeron también la capacidad de compra de
esos países. Solo una minoría decreciente de las sociedades
poscatastróficas puede acceder a los productos occidentales, mientras
desaparecen los compradores en sus mercados locales también.

Este proceso puede extenderse largamente. Sin embargo, ya desde un


estadio relativamente temprano genera crisis también para el mismo
Occidente. Cuando la capacidad de compra masiva decae en cada vez más
países, y se retrotrae a sectores cada vez más pequeños, las producciones de
mayor productividad deben hacerse presentes en todos los mercados de la
Tierra a la vez y luchar por un sector del mercado. Su competencia
recíproca debe acentuarse notablemente, y así se impone la lógica de los
perdedores y la clausura de sectores también hacia el interior de Occidente.
Este proceso empezó casi al mismo tiempo que los primeros empujes del
derrumbamiento del tercer mundo a fines de los años setenta y hoy,
aguzado por el título de las estructuras que colapsan en el antiguo
socialismo real, alcanzó un estadio peligroso: “El capitalismo fue
desencadenado y se tropezó consigo mismo”, como formulara con una
certeza inimitable el analista bancario alemán Winfried Hutmann respecto
de la situación de la economía estadounidense (citado de Die Zeit,
7/12/1990).

La pirámide del mercado mundial señala hace tiempo que hay sectores
perdedores relativos dentro de los países de la OCDE occidental, que
recorren el mismo camino que las regiones derrotadas del Sur y el Este,
solo que más lentamente, en diferido y partiendo de un nivel de
productividad más alto. Este proceso se puede comparar con la expansión
metastásica de una úlcera cancerosa en un cuerpo aparentemente sano.
Luego están el desempleo y la pobreza de os individuos sumados, casi
invisible desde afuera y solo determinable a través de estadísticas, en las
cuales se expresa la destrucción del poder de compra a través de un nivel
de productividad “demasiado alto” al interior de la lógica de la mercancía.

Pronto, la úlcera se hace visible también desde el exterior en zonas de


pobreza similares al gueto en las urbes. Con frecuencia son solo algunos
barrios que cargan con el estigma de “haberse caído del sistema” y se
convierten en focos problemáticos. Este estadio ya fue alcanzado en mayor
o menor medida por las sociedades occidentales sin excepción, también los
triunfadores “absolutos” del mercado mundial como Japón y la RFA. Pero
el proceso es irrefrenable. El próximo estadio está marcado por la caída de
regiones internas, que mueren como territorios industriales porque sus
industrias fueron derrotadas en la competencia el mercado mundial y ya no
pueden conseguir el capital monetario para seguir compitiendo en la
productividad.

De este modo, aún en Japón y la RFA, algunos sectores de industria


minera, los astilleros y algunas industrias menores fueron afectados por la
desindustrialización. Esto llevó en la RFA a procesos de clausura y a crisis
regionales sostenidas (Región del Ruhr y regiones costeras). Estas crisis
regionales se muestran todavía peores al Norte de Inglaterra y en la
periferia Sur de Europa, donde industrias enteras son desguazadas o
compradas en procesos violentos de reducción por las empresas ganadoras
(por ejemplo Seat, el corazón de la industria automotriz española, que fue
anexada por Volkswagen). Lo mismo vale para grandes regiones de los
Estados Unidos, que sin embargo pueden seguir vegetando por debajo del
nivel de productividad internacional a causa del enorme mercado interno
que aun hoy no está completamente integrado en el movimiento del
mercado mundial.

Solo cuando esas regiones perdedoras pertenecen a una economía nacional


triunfadora pueden arrastrase por un tiempo y aparentar al menos
exteriormente que están “sanas”. Esto sucede o bien porque se desarrollan
en los sectores de servicios de las zonas triunfadoras y cambian de montura
y cambian de montura al sector terciario, lo que la mayoría de las veces
solo logran parcialmente, y con poca frecuencia pueden sanar a la región
como un todo.97 O bien porque las industrias perdedoras son reanimadas
articificialmente a través de subsidios por un Estado que todavía se apoya
en otras zonas triunfantes (esto es asó también para la industria agrícola de
la Comunidad Europea).

[97] Al menos indirectamente entra aquí en foco el carácter improductivo de la mayoría de los servicios
en el sentido de la reproducción total capitalista. No se trata se sectores con acumulación de capital
autónoma; el sector de servicios depende de la verdadera acumulación industrial y así de la capacidad de
realizar el plusvalor de esa industria en los mercados mundiales. Los servicios (relacionados a personas)
pueden sobrevivir o extenderse solo cuando esa capacidad de la economía nacional se mantiene como u
todo. Los países exclusivamente dedicados a los servicios con solo pensables, o a lo sumo solo como
estados pequeños o como ciudades-estado, con un país industrializado como vecino. En todas las
economías nacionales que ya no son capaces de insertarse en el mercado mundial, el sector se servicios
colapsa porque le son recortados los ingresos monetarios.

Estas regiones se vuelven grandes zonas de pobreza, un tercer mundo


abierto en el primer mundo, en una carrera poscatastrófica interna que se
trata con grandísimas tasas de desempleo, erosión de la infraestructura y
demás, donde esas ayudas directas o indirectas, o saneamientos parciales
fracasan. Este contexto fue alcanzado en grandes partes del Norte Inglés;
tanto como en los países europeos sobre el Mediterráneo, donde solo es
suavizado por el turismo masivo que viene del Norte europeo y la
transferencia monetaria aparejada de las regiones relativamente triunfales
de Europa.98

[98] En este contexto se demuestra con mayor claridad la dependencia de los sectores terciarios de los
centros industriales para la producción de plusvalor. Si las regiones industriales de Europa central y del
Norte fueran golpeadas con toda la fuerza de la crisis, los países mediterráneos tampoco podrían vender
su patrimonio paisajístico y cultural, y enormes sectores de servicio para el turismo masivo deberían
derrumbarse casi inmediatamente.
En los territorios de la OCDE del mercado mundial falta hasta ahora el
último estadio, la expulsión de economías nacionales enteras por la
incapacidad de insertarse en el mercado mundial según el patrón Sur o
Este. Pero la creciente incapacidad de los países individuales para sanear o
subvencionar sus regiones perdedoras internas en la misma medida que
Japón o la RFA muestra que este estadio ya no está lejos. El Sur europeo y
todo el mundo anglosajón encabezado por los EE UU se han convertido en
economías deficitarias que caen en picada, que solo pueden sostenerse al
nivel de la OCDE a través de las transferencias monetarias externas. Así se
formaron relaciones de fuerza precarias para la “postergación de la crisis”
entre las economías capitalistas occidentales a un nivel internacional, cuya
disolución inevitable arrojará también a los países occidentales “triunfales”
al remolino poscatastrófico.

Occidente se encuentra frente al frente al mismo problema que llevó al Sur


y al Este la posición de grandes perdedores. Mientras la capacidad global
de compra real o productiva se reduce por la destrucción mediada por la
competencia de recursos y capital, más se acentúa la lucha entre los
ganadores restantes, y más rápidamente quedan eliminadas de la carrera de
la productividad economías nacionales enteras y caen por debajo del nivel
global de rentabilidad alcanzado hasta entonces. Las razones para ello
pueden ser diferentes. La periferia de la OCDE se corre al lugar del tercer
mundo y del antiguo socialismo real por su expulsión casi total. Esos
países quedaron bajo una presión de costos ya insuperable por medios
propios en su reproducción total. La intensidad de capital aumenta tan
rápidamente que sus inversiones ya no pueden sostenerse al nivel del
mercado mundial.

El mismo efecto se da de forma modificada en la potencia mundial número


uno, los EE UU y la antigua potencia mundial hace ya tiempo quebrada,
Gran Bretaña. Ambos trituran sus propios medios de capital líquido para un
consumo improductivo de potencia mundial que ya hace tiempo no pueden
costearse: para el armamento, la asistencia política en el extranjero, el
despliegue de tropas en el exterior e inversiones globales de cualquier tipo,
pero también para el consumo interno demandado por las clases madias sin
ahorros insuficientes.

El descenso de estos países de la OCDE en su posición en el mercado


mundial, al quedarse por debajo del nivel de productividad global, lleva no
solo a la expansión de regiones internas poscatastróficas con manchas, sino
que las vuelve cada vez más dependientes de una respiración monetaria
asistida mediante capital líquido extranjero. El recorrido de la crisis de
deudas es de cualquier modo distinto al delineado para el Sur o el Este.

Esto se demuestra en el desarrollo del comercio exterior. Dentro de la


OCDE, las corrientes de comercio internacional se volvieron
unidireccionales en el lapso de una década. Es verdad que ya hubo
desequilibrios en el comercio internacional (positivos para algunos y
negativos para otros); países individuales, como el Reich alemán que por su
estructura reproductiva (mayormente importación de materias primas y
exportación de productos terminados) tuvo durante el cambio de siglo
largas épocas de superávit de exportaciones. Pero nunca antes se habían
extremado así estos desequilibrios, tanto en lo relativo como en lo absoluto,
como lo hicieron en el movimiento del mercado mundial en los años
ochenta.

La totalidad del mundo anglosajón y la mayor parte de Europa del Sur


importa constantemente más bienes de cualquier tipo de los que pude
exportar, y han acumulado así déficits comerciales monstruosos. En este
estado de la cuestión de expresa la pérdida de productividad, rentabilidad y
con ello de competencia en el mercado mundial de estos países. Si aún así
logran mantener al menos en parte algunas regiones centrales con
estándares de vida occidentales y no alcanzan como economía nacional
aquel punto donde empezaría la carrera poscatastrófica para el Estado
entero, no es debido a su propia capacidad. Sus violentos déficits
comerciales son solo el polo “material”, de la economía de bienes, de una
relación cuya contracara se presenta como el déficit correspondiente en la
balanza de capital. Los déficits comerciales ya no son financiados a través
del ahorro propio, sino a través del ingreso de capital líquido extranjero,
que naturalmente debe cargar con intereses.

De esta manera se formaron dentro de la OCDE en el lapso de diez años


dos mega ciclos deficitarios: uno europeo y otro pacífico. En Europa
occidental la maravillosa RFA inunda de mercancías a sus socios de la CE,
reduce así a la producción local por la competencia y reemplaza
artificialmente la capacidad de compra productiva destruida a través del
préstamo de las ganancias monetarias hacia aquellos países sobre los cuales
triunfó. Japón y los pequeños países en desarrollo del sudeste asiático
juegan al mismo juego con EE UU y Canadá a través de la vía comercial
del Pacífico. Una parte considerable de los ingresos por el superávit fluye
hacia los países como capital líquido a préstamo y mantiene indirectamente
a la máquina de exportación en funcionamiento.99

[99] Este desequilibrio es mucho más agudo en los países superavitarios asiáticos que en la RFA, porque
dados sus mercados internos relativamente débiles y su infraestructura retrasada por fuera de las
producciones de tecnologías de punta para el mercado mundial, reinvierten una parte mínima de sus
integrantes en el propio país y pueden prestar una parte mayor a su “socio deficitario” EE UU. Esto
podría convertirse en una razón relevante para la rápida precarización del ciclo deficitario del Pacífico, lo
que se delineó con claridad con el correr del año 1990 (sobre todo por una situación de crisis en el
mercado financiero japonés).

En otras palabras: los países con superávit, a esta altura prácticamente solo
Japón, la RFA y de costado los “cuatro pequeños tigres”, financian sus
éxitos de exportación con el mismo mercado mundial hace años en órdenes
de magnitud inimaginables, prestando los medos necesarios a la
competencia ya derrotada de la OCDE para seguir inundándola con
importaciones. Las economías derrotadas al interior de la OCDE no
recorrieron el camino de las sociedades poscatastróficas del Sur y del Este
solo por eso, a cambio de acumular montañas de deudas ya inmanejables.
La cordillera de deudas que no tiene antecedentes absolutos o relativos es
un indicio claro de que la productividad alcanzada a escala mundial
empieza a detonar el trabajo abstracto y el sistema fetichista entero de la
modernidad. Este contexto de relaciones puede ser sostenido solo por la
sustitución artificial de valor y también solamente en el territorio
globalmente minoritario de la OCDE.

Es así que los procesos de endeudamiento internacional entre la OCDE y


las sociedades poscatastróficas, por un lado, y dentro de la OCDE, por el
otro, se presentan puestos de lado, y así entrelazados. El endeudamiento
externo del Sur y del Este sucedió a partir de unas reservas de capital local
“subdesarrolladas” ayudado por el capital líquido occidental que debía ser
recaudado a través de inversiones. El fracaso de este intento llevó
rápidamente al derrumbamiento de la credibilidad de solvencia de estos
países, que se desangran lentamente para pagar las cargas de sus deudas,
hasta aterrizar como casos de asistencia social mundial en el espantoso
Club de los Pobres. Una vez que esto sucede, cuando la capacidad de
exportación se pierde por la desindustrialización, ya solo pueden recibir
importaciones en forma de donaciones. El excedente de exportaciones
queda, mientras la transferencia indirecta de valor todavía deja restos de
capacidad en funcionamiento, del lado de los deudores y fluyen lentamente
como cancelación de deudas hacia los acreedores triunfales.

El comportamiento es exactamente inverso en el ciclo deficitario de la


OCDE. Las reservas de capital de los perdedores tienen un fundamento
histórico fuerte. Son liquidadas a lo largo de un período extenso y la
transferencia indirecta de valor resultante permite posponer la crisis de y
prolongar la solvencia crediticia. Esto pone a las relaciones deudor-
acreedor de lado: dentro de la OCDE son los acreedores los que acumulan
el excedente de exportación, y estos fluyen hacia los deudores, que pueden
sostener la cancelación de deudas por mucho más tiempo que los países del
Sur y del Este con nuevas deudas tomadas del mercado crediticio
internacional y así postergar su colapso.

Estas formas opuestas de déficit están conectadas por el hecho de que una
parte considerable de los excedentes de exportaciones del Sur y el Este que
se desangran, tal como los excedentes de Japón y la RFA fluye hacia los
grandes países deficitarios de la OCDE, en cuyo centro se encuentran los
EE UU. Los ingresos por exportaciones de los pocos ganadores en la
OCDE no solo mantienen el ciclo deficitario occidental con vida, sino
indirectamente también sostienen la cancelación de deudas del Sur el Este;
con el dinero prestado por Japón y la RFA, los EE UU y Europa occidental
pagan no solo el superávit de importaciones de Japón y la misma RFA, sino
también de Brasil, Polonia y los demás países de la “desindustrialización
endeudada”. Con créditos japoneses y alemanes, mediados por los
mercados financieros internacionales, se financia directamente el
endeudamiento de los Estados deficitarios occidentales e indirectamente la
cancelación de servicios de deuda de la crisis de deudas en el Sur y el Este.

Los absurdo de estas relaciones en el mercado mundial hacia fines del siglo
XX es tan evidente que mantenerlo a raya sería ya un logro impresionante.
La falta de salida de esta constelación no es abordada en ningún lado, y no
es siquiera reconocida. Por el contrario, cantidades de “expertos”,
instituciones nacionales e internacionales y gobiernos ofrecen promesas,
pronósticos y esperanzas en exceso, que de mesa mes se vuelven más
aventuradas. Es como si la humanidad entera hubiera tomado alucinógenos:
a pesar de la enfermedad terminal del sistema de mercado occidental que se
quebrará como último fragmento del sistema global total, se trata como
triunfador, aunque este “triunfador” ya tenga los labios azules y esté por
caerse tambaleando del ring de la lucha que es la competencia. Debe llegar
la tercera y última crisis de deuda, que afectará a las mismas economías
deficitarias occidentales y demolerá luego a los últimos supuestos
ganadores, Japón y RFA, y desatará una crisis económica mundial de
dimensiones hasta ahora desconocidas.

Si fueran solo los ingresos por exportación japoneses y alemanes los que
financian la cadena montañosa global de deudas, esta debería haber
colapsado hace tiempo. El respirador artificial del mercado mundial que
cayó en un coma profundo se alimenta desde mediados de los ochenta de
otra fuente: la superestructura especulativa, que creció de la
superestructura crediticia que se tornó precaria y todavía más aventurada
que ella.

Cuanto más Estados, regiones, empresas e individuos alcancen el estatuto


de perdedores, más poder de compra productivo internacional se destruirá.
Este poder de compra perdido no puede ser sustituido artificialmente ni
revitalizado a través de créditos. Por un lado, el crédito y el endeudamiento
se expanden, por el otro lado se contrae el potencial de poder de compra
global. Estos movimientos opuestos se superponen de manera tal que en
cada ciclo de realización del plusvalor, el ganador se queda con un resto
mayor, que no puede ser directamente invertido en la producción ni
prestado como capital líquido. En paralelo a las estructuras deficitarias
globales, en los setentas se desarrolló una aparente superabundancia de
capital monetario, que buscaba desesperadamente una utilización lucrativa;
la competencia entre los acreedores creció y los créditos se “abarataron”,
sin que la superestructura crediticia internacional pudiera absorber
totalmente el plusvalor realizado en la forma dinero.

Sobre todo Japón que encabeza la lista de advenedizos en el mercado


mundial, los ingresos de deuda que ya no podían ser reinvertidos, fluyeron
en masa hacia la compra de bienes inmuebles por parte de los grupos
económicos internacionales exitosos. La consecuencia fue una explosión de
los precios inmobiliarios superior a cualquiera de los casos comparables en
la historia. Un estacionamiento en Tokio cuesta hoy tanto como un gran
terreno en california. Naturalmente, el precio disparado por la demanda
excesiva no tiene nada que ver con el verdadero valor de estos edificios o
terrenos como puntos de venta o en la forma útil de fábricas, oficinas o
espacios habitacionales en alquiler. La especulación atrae a la especulación
y las ventas inmobiliarias se volvieron cada vez más lucrativas por los
constantes incrementos de valor, mientras los propietarios fueron
empujados a creer en un valor cada vez mayor de sus propiedades por el
creciente nivel de los precios.

Del mercado inmobiliario, la especulación saltó al mercado bursátil.


Parcialmente con ingresos producidos en la especulación en el irrisorio
boom inmobiliario, los precios de las acciones fueron empujados a alturas
vertiginosas. En el lapso de pocos años, el rendimiento real (en Japón fue
llevado prácticamente a cero) en la forma de dividendos ya no tenían
ningún rol frente al precio y así el valor aparente de las acciones fue inflado
astronómicamente por encima de su valor nominal. De empresas como
Nissan se decía irónicamente que pagaban las inversiones productivas, que
habían incrementado considerablemente, con el dinero de la caja chica. Y
pronto se dieron procesos de especulación similares en los EE UU y en
Gran Bretaña a partir del ingreso “potente” de capital especulativo japonés
alimentado por un resplandor luminoso.100

[100] Además de la especulación inmobiliaria clásica y de la bursátil, se desarrolló en una escala mayor
una forma específicamente propia de especulación en las fusiones y adquisiciones. Si en el proceso de
competencia de la economía real, el capital derrotado debía ser comprado por los ganadores por razones
de estrategia mercantil (como demuestra el ejemplo ya mencionado de la adquisición de Seat por parte de
Volkswagen), las empresas y grupos de la economía real empezaron a tener ser adquiridos por razones
puramente especulativas por el capital especulativo que creció inconmensurablemente, para luego ser
faenadas y vendidas lucrativamente por partes. La especulación en fusiones y adquisiciones se muestra
como una forma transversal de la acostumbrada especulación accionaria, que pone en evidencia la
dimensión espeluznante de este proceso.

El boom absurdo y puramente ficcional del capital especulativo, 101 que


cabalga sobre los ciclos deficitarios nacionales e internacionales, favoreció
hasta fines de los años ochenta la ilusión de que la liquidez occidental sería
prácticamente inagotable, que los procesos de endeudamiento podrían ser
extendidos al infinito y que las diversas crisis de deudas podrían ser
administradas con soltura. Una parte cada vez mayor tanto del
endeudamiento como de la cancelación e sus intereses fue alimentada
directa o indirectamente por al superestructura especulativa. De este modo,
los superávit originales de exportaciones en los sectores triunfales
decrecientes se transformaron en relaciones ficticias y finalmente también
en elementos de la superestructura especulativa.

[101] En el tercer tomo de su obra mayor, Marx analizó las características básicas de este proceso todavía
embrionario en el siglo XIX, y acuñó para él el término “capital ficticio”. Esta ficcionalidad se revela solo
al final de un recorrido más largo o más corto de la especulación. Mientras pueda, el capital ficticio que
está sustancialmente vacío debe parecer a los participantes del mercado más lucrativo que el capital
verdaderamente productivo. Es justamente eso, sin embargo, que el capital ficticio impacta en la
producción real de bienes e induce procesos de producción material, cuya invalidez se verifica solo
cuando la especulación colapsa irremediablemente. Estas relaciones son ignoradas completamente por
teóricos académicos de izquierdas, que ven al capital ficticio solo e el ámbito inmediato de los sectores
especuladores y consideran a cualquier producción en apariencia real como un momento de la
acumulación real. Pero las ganancias del capital especulativo ficticio se realizan siempre en forma de
apariencia productiva. Cuando un especulador se da el gusto de comprarse un Mercedes Benz con los
ingresos especulativos, que a él le parecen reales pero son ficticios para la reproducción social del capital,
la altamente real producción del automóvil ya no tieen en realidad un fundamento en la capacidad de
compra productiva. Los mismo vale para la gran escala internacional. Por eso es muy inocente cuando se
cree que el sector especulativo y la supuesta acumulación real se dejarían separar limpiamente una de
otra.

Pero el proceso básico de la destrucción global de capacidad de compra a


través de la productividad “demasiado alta” del sistema mundial
cientifizado no se deja burlar de este modo. La desaparición de la
capacidad de compra derrotada y con ella la de los correspondientes
mercados reales impacta contra los mercados ficcionales inflados por la
especulación. Cuando el último hilo transparente entre la acumulación y la
superestructura crediticia se corte, la especulación entera colapsará
ruidosamente, porque la cola del cometa de los intereses, que arrastra tras
de sí la reproducción total, se hará demasiado pesada y empujará al suelo
de factura propia al mundo productor de mercancías.

Algún día, el límite de carga de intereses será alcanzado. La aparente


superabundancia temporal de capital líquido se volcará hacia la escasez. El
endeudamiento y la cancelación de sus intereses se agotará absolutamente.
El crash se manifestará en adelante con una dureza total, como una
reacción en cadena. Mientras más deudas se vuelvan irrecuperables, y
ahora también dentro de los países de la OCDE, más ventas de acciones e
inmuebles deberán ser atraídas para cubrirlas, y más rápidamente se
derrumbará la especulación. En parte, esto sucede en los mercados
estadounidenses y británicos desde 1988/89. El mercado especulativo de
las adquisiciones en EE UU está prácticamente muerto y ha abandonado
ramas productivas enteras a un sobreendeudamiento fantástico. Con el
correr del año 1990, el mercado de valores japonés cayó casi un 50 por
ciento.

Sin embargo, tan pronto como la especulación global se derrumbe, se


quedará la columna vertebral del sistema crediticio internacional. La
quiebra monstruosa del sistema de cajas de ahorros estadounidense (la
savings and loans association) y la crisis que se aproxima tanto al sistema
bancario empresarial estadounidense como al japonés son anticipos de la
explosión de fuegos artificiales de los mercados financieros
internacionales, de los cuales ya ni siquiera los actuales ganadores dentro
de la OCDE podrán salvarse. La crisis de deuda de los EE UU, Gran
Bretaña, Canadá, Australia y el Sur europeo (Grecia está prácticamente
quebrada, Italia podría seguirla pronto) llevará entonces inevitablemente a
los acreedores como Japón y la RFA a la crisis, cuando según sus cálculos
deberían haberse enriquecido.

En el fondo, el mecanismo de endeudamiento al interior de la OCDE es el


mismo que en el tercer mundo y en los países del socialismo real. Sigue la
misma lógica: en todos lados, se intenta postergar la crisis con dinero e
créditos creado artificialmente, que en realidad no tiene sustancia, con la
esperanza de hacer arrancar una vez más al motor de la acumulación real.
Por su débil tenencia de capital y su bajo grado de cientifización, es decir
su incapacidad de sostener la carrera por la productividad, los países del
Este y del Sur solo pueden integrarse en una medida reducida al circuito
mercantil y dinerario. Solo pueden generar capital ficticio dentro de los
límites de sus respectivos créditos nacionales internos, de manera tal que el
inevitable endeudamiento externo debería acelerar aún más el crash de las
deudas y su derrumbe. Dentro de la OCDE, por el contrario, el capital
ficticio podría extenderse y así postergar la crisis por más tiempo a través
de su internacionalización y del crecimiento fantástico de la superestructura
especulativa.

La razón de la crisis es la misma para el sistema productor de mercancías


en todas sus partes: el retroceso histórico de la sustancia “trabajo” como
consecuencia de la productividad alcanzada a través de la competencia (la
“fuerza productiva ciencia” [Produktivkraft Wissenschaft]). El sistema
productor de mercancías está atado a su propio fin tautológico y
encomendado al crecimiento eterno de esta sustancia “trabajo” en la escala
mundial. La crisis del subsistema occidental, que es esperable durante los
años noventa, los sacará a la luz sin misericordia. El motivo o el
desencadenante inmediato de la crisis que comenzará con la ruptura de las
finanzas globales puede resultar arbitrario. El espectro de las fricciones
sociales, económicas y políticas y los factores de riesgo acumulados será al
fin suficientemente amplio. Las relaciones caóticas en Medio Oriente y el
próximo empuje del derrumbe de la Unión Soviética, con sus riesgos de
golpe de Estado y guerras civiles, son los factores con mayores chances de
provocarlo.

Es evidente que el colapso de Occidente y con éste de la última isla de


normalidad aparente no repetirá simplemente el patrón de las crisis y
derrumbamientos del Sur y el Este, tan terribles como puedan ser estos. Ya
que la normalidad capitalista prolongada artificialmente dentro de la OCDE
resplandeció sobre las sociedades poscatastróficas que emergieron hasta
hoy, no solo ideológicamente con esperanzas irracionales de prosperidad y
ambiciones de cambios de modelo, sino también realmente en la forma de
infusiones monetarias y “transfusiones de sangre”, a pesar de que la
violenta separación del sistema circulatorio global del dinero solo puede
sostener a la forma de ser burguesa con un resto cada vez más débil de vida
y normalidad.

Es así que a pesar del colapso de los sistemas monetarios nacionales en las
sociedades poscatastróficas, la forma de las relaciones mercancía-dinero
pudieron seguir siendo arrastradas, por ejemplo cuando el Dólar y el Marco
adoptaron la función que la moneda interna había perdido. Las
producciones para el mercado mundial que se aislaban cada vez más
sirvieron parcialmente como instancias mediadoras, de cuyo goteo
dependían directa e indirectamente segmentos enteros de la población,
hasta los lustrabotas y los limpiavidrios de las intersecciones, por no hablar
de la prostitución masiva. Las transferencias de divisas de los trabajadores
extranjeros desde los centros del mercado mundial todavía funcionales, a
donde había llegado desde los años sesenta y setenta por migración laboral
regular, pertenecen también a esta categoría. Pero estas instancias se
evaporarán sin dejar rastro en una nueva crisis del mercado mundial que
incluirá a Occidente. Los procesos de desindustrialización amenazan ya
hoy estas funciones de mediación. Las corrientes de la migración laboral
pasan a ser movimientos sin reglas, como con la huída de trabajadores
asiáticos de la región del Golfo. Así triunfan también las corrientes de las
transferencias de divisas.

El mercado negro y los traficantes de droga cumplen como última instancia


“civilizatoria” del dinero esa función de mediación. El dinero es bombeado
hacia regiones colapsadas solo a través del crimen organizado, conservando
así una sombra del “orden” de las relaciones mercancía-dinero.102 La mafia
tampoco sabrá cómo seguir cuando las últimas formas del dinero en
apariencia todavía “real” se consuman en el fuego de la crisis y los Dólares
y Marcos se devalúen tanto como los Rublos y las Pesetas. Los simples
sustitutos naturales del dinero de las formas del trueque no pueden sostener
el contexto de relaciones sociales a la altura civilizatoria actual; mientras
sean contemplados en los territorios en crisis o en el mercado mundial (por
ejemplo, en la forma de canjes), siempre tienen como requisito un sistema
mínimamente funcional de divisas, dinero y crédito.

[102] Haría falta investigar si la mafia no cumplió siempre con esa función social, aunque fuera en otras
condiciones. De cualquier modo no es ninguna casualidad que la mafia siempre fuera un fenómeno de
regiones subdesarrolladas y que desarrolló hoy fuertemente en todos los territorios cercenados por la
crisis (también Alemania del Este, donde emergió de los restos del antiguo aparato de Estado y de
seguridad). Sería demasiado fácil atribuir este fenómeno social objetivo únicamente a la emergencia de
energía criminal subjetiva en las regiones relativamente “alejadas del Estado”, a una “anarquía” de los
procesos de la crisis. Donde el crimen organizado representa el único vaso comunicante al sistema
circulatorio del dinero, la mafia se convierte en una instancia necesaria para la reproducción social dentro
de su lógica. Es entonces correcto que en esta circunstancia los personajes más inteligentes y con
capacidad de acción se contrapongan a las formas y los representantes de la sociedad oficial que ha
perdido su función. En esta medida, la guerra militar y política contra la mafia de las drogas en América
latina no puede ser ganada. Solo puede acelerar la crisis, cuyas cusas tanto aquí como en cualquier otro
caso yacen en Occidente.

Tan extraño e increíble como pueda sonar esto para los apóstoles de la
normalidad capitalista (menos increíble quizás para la mayoría de la
humanidad en las sociedades poscatastróficas): es esperable que el mundo
burgués del dinero y la mercancía moderna, cuya lógica constituyó en una
dinámica creciente la época que consideramos contemporánea, ingrese
antes del fin del siglo XX en una edad oscura de caos y descomposición de
las estructuras sociales, como nunca se dio en la historia mundial hasta
ahora. El carácter singular de este seguro contra todo riesgo de la
modernización, que tiene a Occidente como su verdadero artífice, yace por
un lado en su dimensión socializante global, por el otro en la dinámica
monstruosa del sistema. Nadie puede prever la duración o las formas del
desarrollo de la mayor época de crisis de la historia. Es seguro sin embargo
que ya no hay retorno a las formas del sistema de producción de
mercancías en las que hoy se confía, donde la subjetividad moderna está
cautiva en todos los niveles de su forma de ser.

SUPERACIÓN DE LA CRISIS Y “UTOPÍA”

La inercia de la vida y el pensamiento humanos parece inconmensurable y


la capacidad de los individuos para soportar el sufrimiento quizás sea tan
grande como la de los animales. A pesar de eso hay una frontera absoluta,
que es la de la “destrucción del mundo”, aún cuando nadie pueda decir
cuán lejos estamos todavía de ellos. La edad oscura de la crisis del sistema
productor de mercancías en su desarrollo y acontecimientos catastróficos
probablemente se extienda largamente hacia el siglo XXI.

Cada acontecimiento que desperté tal temor, liberado de la lógica total de la


economía mundial, puede ser interpretado y representado subjetivamente
en las construcciones más bizarras. Esto tiene por consecuencia que en
cada situación específica y en cada catástrofe particular haya reacciones
posibles que corresponden al mismo sistema. En el futuro, estas se
volverán menos “reformistas” y tomarán las formas del terrorismo de
Estado y la administración de crisis. Por eso, estas opciones no son para
nada tranquilizadoras. Se transforman en momentos del mismo desarrollo
de la catástrofe. Aquella sabiduría académica de escritorio parece tanto más
desesperada e ignorante cuando todavía hoy, con total tranquilidad, se
queja de la escatología errada en la crítica a la economía marxiana y cree
poder ridiculizar cualquier pronóstico extendido de la crisis como una
suposición irracional del fin del mundo. Como si el fin de los mundos ya
acontecidos para la mayoría global de las personas no alcanzaran. Esta
autocomplacencia no contempla la interconexión global del dinero, que
implica una dimensión igualmente global d la crisis. Así es que las
comparaciones trivializa con situaciones anteriores donde se hablaba del fin
del mundo (como al comienzo de la modernidad), después del cual el
mundo sí continuó, son invalidas para empezar. Deberíamos contemplar
con precisión desde qué sillones se trivializa esta situación y qué mechas
arden debajo.

Como mínimo debemos esperar que la lógica inmanente de la destrucción


pueda ser quebrada y manejada a través de la administración estatista de las
crisis y las emergencias. La crisis solo sería superable si un movimiento
destituyente emergiera para oponerse a la mera administración de la crisis,
un movimiento que deberá derribar estos aparatos con mayor o menor
violencia.103 En esa medida, la forma más general de las revoluciones
burguesas precedentes, que incluye a la revolución de octubre, a pesar de
las diferencias resultantes del mayor nivel de desarrollo en las relaciones
sociales, no ha perdido en absoluto su objeto.
[103] De ninguna manera la “competencia” (por ejemplo en el sentido de las ciencias naturales o de la
competencia en la capacidad de distribución de los bienes necesarios para la población) constituye la
esencia d estas administraciones de emergencia. Tales competencias ya son implementadas, según la
perspectiva estatista o monetarista, y sus portadores son motivados a la fuerza, a través de dependencias
monetarias y materiales tanto como obligaciones legales y amenazas y castigos. En lo que respecta a la
verdadera sustancia de las administraciones de emergencia, es necesario no hacerse ilusiones. Ya en los
destellos que anuncian la lógica de la emergencia, aún en la RFA triunfal en el mercado mundial (como
en los operativos por las marchas en contra del uso de la energía atómica, provocadas por la catástrofe de
Chernóbil o en las respuestas a las ocupaciones de casas), pudieron verse las pétreas muecas anónimas de
los funcionarios. El aparato de administración es tan inteligente respecto de las necesidades como un
centro de cómputos, el aparato de justicia no es menos positivista que el del Tercer Reich, y el núcleo
duro de la policía y el aparato militar profesional están en principio listos para aplicar ciegamente la
violencia. Solo la más flaca ideología de orden y silencio y la sensación corporativa de un “nosotros”
independizado del aparto sirven de fundamento legitimante para la brutalidad más aberrante. Esta
tendencia se demostró ya en todos lados donde se desató la lógica de la emergencia, sea en Pekín o
Lituania, en Londres o en Paris, al Norte de la India o en América del Sur.

La crítica de la ideología de “decapitación” jacobina no significa para nada


que la humanidad debiera encomendarse al automatismo de una
transformación pacífica del sistema productor de mercancías. Esto sería, de
cara a los acontecimientos catastróficos, una idea totalmente ajena.
Naturalmente matar personas, que no son más que máscaras de las
relaciones de producción, no modificará a esas relaciones. Esta perspectiva
no le quita fuerza a la necesidad de romper empíricamente la soberanía
desubjetivada del valor económico abstracto, que requiere a la vez quebrar
los aparatos104 que quieren conservar al valor como valor aún con el costo
(que ya se da) de la pérdida de millones de vidas humanas en la
conservación absurda de esta forma básica.

[104] El requisito para ello es, sin embargo, que tal quiebre sea solo el resultado de una movilización de
masas que formule efectivamente una alternativa social nueva y consciente, que debe ser primero
elaborada. Esto hace que tales pensamientos sean totalmente incompatibles con la lógica “simbólica” del
terror, como la RAF (N. del T.: Se refiere a la Rote Armee Fraktion conocida también como el Grupo
Baader Meinhof) que cayó bajo el jacobinismo y por eso debió terminar en una falta total de perspectiva.

Existe también el peligro de que la crítica social, que ha perdido su rumbo


práctico y teórico, se ponga al servicio de los aparatos de emergencia como
proveedora de legitimación y, en lugar de abolir a la economía fetichista, se
elimine a sí misma. Esta intervención paradójica se hace posible e incluso
probable cuando por detrás de los aparatos estatales se hace visible la
anarquía en el sentido negativo, es decir, la anarquía de una crisis
incomprensible que impacta sobre los sujetos de la mercancía. La abolición
tendencial del estatismo en la barbarie secundaria podría generar una vez
más una legitimación aparente del estado moderno y su ya caduca misión
civilizatoria, justamente en la conciencia de aquellos que tienen un dejo de
introspección en ese proceso.

De la misma manera que el absolutismo trajo en el principio cierta


liberación respecto de la sangrienta situación precedente donde las
violencias particulares intentaban comandarse mutuamente, el aparato de
emergencia podría aparecer como el último bastión de la normalidad frente
a las rebeliones bárbaras y sin objetivo posteriores de los “ahorcados” por
la lógica del dinero. En lugar de entregarse a la peligrosa misión de darle
un contenido consciente y un nuevo objetivo a esta rebelión, las
competencias intelectuales necesarias para ello podrían triunfar en el
intento de ensayar, escabullándose por detrás del aparato de emergencia, la
propia supervivencia en el antiguo mundo del dinero que sucumbe.105

[105] Es justamente en la inteligencia hasta hace poco crítica o hasta radical de los cuadros académicos
medios y superiores donde, desde la emergencia de los intelectuales del ’68, se desarrollaron tardíamente
programas de “normalidad” que señalizan implícitamente el deseo de acomodarse en la crisis “de otros”;
una toma de posición bastante desastrosa para el pensamiento teórico crítico, por no hablar de su carácter
ilusorio.

Una crítica radical de la sociedad renovada a la altura de la crisis actual del


sistema productor de mercancías debería emanciparse completamente de
las representaciones previas que se volvieron obsoletas. La crisis ya no
puede siquiera identificarse con los antiguos medios de la crítica a razón de
la situación totalmente cambiada de la sociedad mundial. En resumen, este
cambio fundamental se deja caracterizar del siguiente modo:

a) El capitalismo se ha vuelto tendencialmente “incapaz de explotar”, es


decir, la masa total del trabajo abstracto utilizado decrece también en
términos absolutos por primera vez en la historia, a casusa del crecimiento
constante de la fuerza productiva, y esto significa: con autonomía respecto
del movimiento coyuntural.

b) dado que al rentabilidad empresarial solo puede ser producida al nivel


correspondiente de la productividad alcanzada, y solo en términos de la
escala de la sociedad mundial, y como este nivel crece hasta lo inalcanzable
por la creciente intensidad de capital requerido, los recursos materiales
quedan inexplotados en cada vez más países; desaparece el poder
adquisitivo correspondiente y los mercados que de él resultarían y las
personas son cercenadas de las condiciones capitalistas para la satisfacción
de sus necesidades.
c) La “fuerza productiva científica” que es empujada ciegamente por el
capitalismo ha creado potencias en el nivel del contenido material que ya
no son reconciliables con las formas básicas de la reproducción capitalista,
pero son sin embargo forzadas violentamente a adecuarse a estas formas. El
costo de ello es la conversión de fuerzas productivas en potenciales
destructivos, que generan catástrofes ecológicas y socioeconómicas.

d) Ya que la crisis consiste en la eliminación tendencial del trabajo


productivo, y así en la abolición negativa del trabajo abstracto por el capital
y se encuentra al interior mismo del capital, no puede ser criticada o
superada desde la perspectiva ontológica del “trabajo”, de la “clase
trabajadora” o de la “lucha de clases”. La totalidad del marxismo
precedente se demuestra como un componente integral del mundo burgués
de la mercancía moderna en esta crisis y a través d ella entre él mismo en
crisis.

Solo desde este contexto de relaciones puede estimarse la peligrosidad total


de la situación histórica. La crisis irrumpe sucesivamente con toda su
fuerza, pero s interpretada erróneamente: primero como crisis particular de
los países en vías de desarrollo del tercer mundo, luego como crisis del
modelo “errado” de reproducción en el socialismo real, mientras el
verdadero centro de la crisis, la economía de competencia occidental,
parece ser “ganadora”, aún cuando lo sea históricamente solo por un
segundo. Esta interpretación errada de la crisis, es decir, la incapacidad de
reconocer su dimensión global y de descifrar su verdadera lógica interna,
proviene de todas las matrices para interpretarla siguen la forma mercancía
y no es posible siquiera interpretar la crisis del sistema productor de
mercancías desde ellas.

La izquierda en particular, en todos sus diferentes matices, pone en


evidencia su incapacidad de responder a la crisis. No puede siquiera
vislumbrar un programa, porque su pensamiento está totalmente
encadenado a las categorías del marxismo de la clase trabajadora y
permanece indistinguible de la forma mercancía. El “otro” Marx, que
trasciende la crítica de la economía política, fue empujado a un más allá
teórico o utilizado como una simple prédica dominical “filosófica”
inconexa. Cualquier señalamiento de las verdaderas consecuencias
despierta en la izquierda una defensa furiosa y acusaciones de heretismo
teórico tachado de mala conciencia. Y así es que la izquierda marca el fin
en el sentido contrario: en lugar de radicalizarse finalmente en contra de la
lógica del mercado como tal tras la debacle de los “mercados planificados”
de la modernización retrasada a la altura de la crisis de los tiempos que
corren, se acercan por el contrario más fuertemente a las formas
mercantiles del capitalismo occidental, en partes en puntas de pie, pero en
parte también pisoteando abiertamente su anterior oposición. Casi no puede
esperarse que este pensamiento tenga la fuerza para cambiar una vez más
de rumbo cuando la crisis tumbe finalmente a Occidente y devuelve sin
piedad la falta de fundamento de todos los programas de la economía de
mercado.

Pero da lo mismo si reconocen y aceptan este hecho o no: la humanidad se


ve confrontada con haber sido socializada comunistamente a sus propias
espaldas en el nivel material del contenido y “técnico” por las fuerzas
productivas por ella misma creadas. Estas condiciones objetivas son
irreconciliables con las formas subjetivas contrarias en la superficie social.
El comunismo supuestamente fracasado, con el que se confunden las
sociedades del colapso de la modernización retrasada, no es ni una utopía
ni un objetivo lejano e inalcanzable más allá de la realidad, sino que ya
está aquí, es la proximidad más inmediata de la misma realidad, en forma
invertida, negativa bajo la envoltura capitalista del sistema mundial
productor de mercancías: es un comunismo inverso de las cosas, una red
global del contenido de la reproducción humana; conducido sin embargo
por la estructura ciega y tautológica del movimiento autotélico del dinero,
que no puede seguir ninguna lógica sensible de las necesidades, mientras
los sujetos humanos experimentan sus propias condiciones como una
objetividad externa cosificada, cuyas leyes propias solo pueden observar e
investigar como si se tratara de procesos naturales (como por ejemplo en la
teoría de la coyuntura).

Así, la conciencia burguesa salta cada vez más rápido, irremediable y


desesperadamente entre el polo monetarista y el estatista de su existencia
en todas sus formas de expresión y dejando atrás todos los escalones
previos de la historia de la modernidad, sin poder escapar de los procesos
catastróficos que ella misma ha producido. Porque el “comunismo del
trabajo”, que nunca fue más que una rígida ideología burguesa
modernizante, se ha vuelto de hecho finalmente obsoleto y ya no encuentra
fundamento en la realidad, ignora la realidad comunista que está ·detrás de
su propia espalda”. Se ve totalmente distinto al socialismo que esperaba el
antiguo movimiento de los trabajadores. No fue generado por el
proletariado, sino por la “fuerza productiva ciencia”. Sobre eso se erige y
ya no tiene nada que ver con la antigua y simple ontología del trabajo
supuestamente anticapitalista.

Por eso el problema al que nos enfrentamos, y bajo amenaza de sucumbir,


ya no puede ser entendido y resuelto para nada con el antiguo pensamiento
“utópico”. Este pensamiento debió darse por satisfecho con proyecciones
abstractas de un “hombre nuevo”, porque se encontraba todavía muy de
este lado de la superación de las crisis y la abolición del sistema productor
de mercancías. Aún sus manifestaciones más radicales no podía ser el
resplandor fantástico de algo como un comunismo futuro, sino más bien los
escalones tardíos en el desarrollo de la sociedad moderna de la mercancía y
la madurez alcanzada hoy por la totalización del mercado mundial.

Pero no es el “hombre nuevo” que debería salir de alguna ideología


artificial como Atena del cráneo de Zeus, y tampoco (como para
Horkheimer y los suyos) el “opuesto total”, que debería provenir de una
racionalidad trascendental absoluta a partir de la vida hasta ahora intacta de
“lo malo” inmanente. Todas estas construcciones nacen del pensamiento
iluminista, que debe llegar a su fin junto con el sistema productor de
mercancías, porque él mismo tiene la forma de mercancía, y concibe y
reconoce al mundo invertido a través de la abstracción del contenido
sensible en la forma mercantil. Lo que se necesita ahora es una
racionalidad práctica, que pude ser totalmente inmanente, es decir,
limitada a la superación de una situación histórica determinada, porque ya
no puede sostener el requerimiento de ser absoluto que impone la
“racionalidad mundial” burguesa-iluminista realmente vacía de esencia.

Esta idea es expresada por el ya agotado pensamiento iluminista, pero


invertida una vez más, como colofón de cualquier pretensión de
reconocimiento. La renuncia apocada de los así llamados “grandes
términos” y “grandes teorías” (ver Sloterdijk, 1983), la prohibición
implícita de pensar al nivel de la estructura de la base social, la denuncia de
cualquier crítica radical a la sociedad como “arrogancia” y pensamiento
“impráctico” –todo esto es solo la contracara negativa de la pretensión del
pensamiento iluminista de volverse absoluto, del mismo modo que antes se
atribuía una “racionalidad mundial”.
En esta reducción de las pretensiones hasta llevarlas a la insignificancia no
se expresa solamente una introspección a la obsolescencia de las utopías
iluministas y del movimiento de los trabajadores (si lo fuera, sería un
verdadero avance), sino más bien el carácter mercantil secreto de este
mismo pensamiento, que ahora aparece al descubierto tras haberse liberado
de sus abultadas vestiduras históricas. Lo que este pensamiento sin cuando
ni pero comprende bajo la racionalidad práctica e inmanencia absoluta, es
el manejo práctico y vergonzante de la categoría dinero como condición
necesaria, cuyo movimiento autotélico puede finalmente reconocerse como
un principio ontológico. Es la misma racionalidad abstracta torada
destructiva del iluminismo haciendo su trabajo, forzada a ser teóricamente
fetichizada, diminutiva y caduca, acompañada de constantes culpas, porque
el sujeto que reconoce su desarrollo y su heteronomía se aferra aún
obstinadamente a su forma. La minimización de a racionalidad subjetiva
desemboca en la apoteosis de la lógica mercantil objetiva, a la cual se
arroja con sus ganas y verdaderamente masoquistas.

¡Ser práctico” significa nada más que acomodarse al movimiento abstracto


autotélico del dinero aún más en sus crisis y catástrofes, reducir la
subjetividad (incluyendo su teorización) a una suerte de schwejkiada106 de
la astucia del trabajador rural (así como la quintaesencia banal de la
“Crítica de razón cínica” en apariencia superadora de Sloterdijk) y
vincularla para colmo al ya acostumbrado gesto de la “crítica”, que así se
convierte en su propia negación. 107

[106]N. del T.: Se refiere al personaje popular checo Peter Schweijk, conocido sobre todo por
protagonizar la novela satírica “El buen soldado Schweijk”, donde usa el humor para enfrentarse a los
obstáculos de su vida como soldado del Imperio Austrohúngaro durante la primera guerra mundial.

[107]Cuánto avanzaron las ciencias sociales académicas en el “doblepensar” orwelliano se demuestra en


el actual cambio de nombre del apogeo de la cosificación en la forma mercancía como una
“Descosificación de lo social” (Giesen 1991). Está de moda la producción de términos torcidos y
desarticulados: “la crítica social misma ha renunciado a su distancia respecto del todo, para volverse
práctica y poner a lo observado en movimiento. Así ingresa en la sociedad, se convierte en una parte suya
y pierde su fuerza sintética crítica”. (Giesen 1991:246). La crítica social debe llamarse así también cuando
ya no sea tal. Simplemente se supone que la praxis del cambio debería ingresar afirmativamente en lo
existente. Esta torsión implica otra: “La posmodernidad es un producto de los intelectuales en situaciones
particulares y nuevas, en donde solo la crítica de la crítica social promete generar la distancia necesaria”.
(Giesen, op.cia). Renombrar a la crítica como afirmación y la afirmación como crítica parece afirmar su
éxito virtuoso. Un término favorito en el ser práctico “crítico”-acrítico es el de “negociar”, como si la
lógica mercantil afirmada no fuera la esfera de realización de la rentabilidad y sus leyes, sino un tipo de
bazar oriental de fuerzas sociales y culturales, como si pudieran decidirse subjetivamente a seguir
soluciones pactadas que fueran aceptables para todos. Parece que para todos los representantes del
espíritu “crítico” académico contemporáneo las hambrunas y los promoms sangrientos, los tanques que
avanzan y los mercados financieros que quiebran ya no tienen relación con la realidad.

Para superar la crisis se necesita un tipo de “racionalidad práctica” e


“inmanencia” totalmente distintas, donde la crítica social no quede roma,
sino por el contrario se afile y se radicalice. Dicho con mayor precisión: el
contenido material de las potencias de la socialización alcanzada debe ser
liberado radicalmente de la forma histórica, que envenenó ese contenido y
lo volvió altamente destructivo. Es necesaria entonces una racionalidad
sensible que sea el opuesto exacto de la racionalidad iluminista, abstracta
burguesa y de forma mercantil. Entonces se haría visible que sus
pretensiones devolverse absoluta no significan nada más que la mezcla de
contenidos sensibles totalmente distintos en lo cualitativo por la aplicación
de una sola lógica independizada. La igualación del dinero respecto del
contenido de las necesidades corresponde a la forma del pensamiento
teórico que aborda cualquier contenido posible con el método científico
positivista.

Esta lógica y esta racionalidad llegaron por eso a su fin, porque las fuerzas
productivas de materia y contenido preparadas por ella bajo el dictado de la
abstracción social preparan una devastación insoportable. Por un lado,
millones y pronto miles de millones de personas son empujadas al hambre
y a la desesperación, por el otro se clausura la explotación de recursos en
masa. Por un lado, las producciones necesarias para la vida son detenidas
sin contemplar las necesidades, por el otro, proyectos de construcción
megalíticas desarrollan sin contemplar las pérdidas. Los barcos con
contenedores que transportan ayudas materiales de donaciones caritativas
hacia las regiones de África donde padecen hambre cargan en esas mismas
regiones productos del lujo y del monocultivo de la agroindustria de
regreso a sus puertos, con los cuales la mayoría de la población local ya no
tiene nada que ver, ni como productora ni como consumidora. El sistema
agricultor de la CE, que emergió de las contradicciones de la demanda por
la rentabilidad y la relación con el mercado mundial, solo puede ser
descrito como la labor de enfermos mentales. El despilfarro de energía en
el tránsito individual absurdo y la producción autotélica sin sentido
destruyen el clima, la atmósfera, la capa de ozono y las napas, pero es sin
embargo forzado (por ejemplo en la crisis del Golfo) y asegurado con
armas de destrucción masiva en las “zonas de interés” correspondientes.
No tiene ningún sentido, de cara a las acciones suicidas a escala mundial,
seguir discutiendo sobre “reformas” particulares, mientras no acontezcan
en la perspectiva de la abolición radical de la mercancía moderna y su
sistema mundial. Para que las acciones necesarias hace rato que intenten
imponer orden (que irónicamente vendrán a la fuerza tras el fin del
“trabajo” abstracto) y la limpieza necesaria para la supervivencia de las
relaciones interconectadas que perdieron el control sean siquiera posibles a
través de una “racionalidad sensible”, el sistema mundial de la rentabilidad
y de los procesos de gasto abstracto empresariales deben ser detenidos en
todos lados y eliminados tan rápido como sea posible.

Esto sería de hecho una revolución, pero ya no donde una “clase” al


interior de la forma mercancía (y construida por esta) “triunfe” por sobre
alguna otra “clase” como sujeto antipódico. La violencia posible sedaría
cuando los representantes (gerentes, clases política, aparato de
administración y de emergencia) no renuncien voluntariamente al sistema
enloquecido que pone a todos en peligro.

Para ello, sin embargo, debe emerger primero un movimiento destituyente


como fuerza social, y esto solo puede acontecer en la conciencia y así en la
toma de conciencia, que restituya intelectualmente el contexto de
relaciones perdidas y extraiga los fenómenos destructivos de su simple
particularidad, en la cual ya no pueden ser superados. El fracaso y la
disolución de los movimientos de objetivo único da cuenta de ello.

Es esperable que muchos estén de acuerdo en que la “racionalidad


sensible” se ha vuelto tan necesaria como un bocado de pan y que es
justamente la lógica abstracta y emancipada de la rentabilidad la que
destruirá el mundo. Pero el sujeto mercantil se desconcierta y se vuelve
obstinado cuando cae en la consecuencia de lo que significaría el fin de la
ganancia de dinero, es decir, de la conocida relación mercancía-dinero, por
fuera de la cual no conoce otra forma de relación social ni quiere
desarrollarla. La crítica del dinero es identificada inmediatamente sin
sentido como una “utopía”, aunque sea todo lo contrario a eso en las
condiciones existentes. “¿Cómo seguir esto en la práctica?”, si esta
pregunta fuera formulada con seriedad, podría llevar a resultados
totalmente concretos en una discusión y un proceso práctico social. Pero se
la expresa de forma retórica, peyorativa y defensiva.
Nadie puede afirmar conocer la vía regia para abandonar la miseria; nadie
puede sacar d la galera un programa para la abolición de la mercancía
moderna. Lo fatal es que todavía no hayamos comenzado a tener una
discusión al respecto. “¿Cómo puede seguir esto en la práctica?”, esta
contrapregunta que está más que justificada, es torcida una y otra vez hacia
la lógica destructiva dominante. Los pasajeros del Titanic quieren quedarse
a bordo, y la orquesta debe seguir tocando. Si verdaderamente
estuviéramos al “fin de la historia”, así no será un final feliz.

Ya no tiene sentido oponer el mercado al Estado y el estado al mercado. La


incompetencia estatal o la incompetencia mercantil son idénticas, porque la
forma de la reproducción social moderna perdió fundamentalmente su
capacidad de funcionamiento y de integración. Así también se hizo
imposible la separación de la teoría y la praxis, sobre todo cuando los
elementos occidentales del sistema total de producción de mercancías
sientan las consecuencias de la crisis con la misma dureza que el resto del
mundo.

Hic Rhodus, hic


salta.

PEQUEÑO GLOSARIO
TRABAJO ABSTRACTO (VER VALOR)

El trabajo parece ser concreto a primera vista, una actividad útil


determinada, y la abstracción “trabajo” solo el término general para ello.
Pero en el sistema productor de mercancías, el “trabajo” simple, sin un
contenido determinado, se convierte en violencia material inmediata como
abstracción real. La abstracción, que nace de la cabeza, se enfrenta a la
cabeza en forma de dinero literalmente como realidad externa. Al dinero, la
encarnación del trabajo abstracto, no se le ve un contenido concreto; es
siempre la misma cualidad vacía, lo insensible en forma sensible, una
paradoja. Donde el dinero se torna un objetivo autotélico como imperativo
social de la generación de plusvalía (ganancia abstracta), la abstracción real
comprende al mismo proceso el trabajo material. Las personas se
convierten en mónadas de gasto de fuerza de trabajo abstracta ante
cualquier determinación con un contenido concreto. Trabajan en agregados
altamente diferenciados en relaciones sociales directas, pero en el más alto
grado de igualación recíproca y alienación. Sus necesidades sensibles solo
pueden ser satisfechas indirecta y posteriormente, en un pasaje a través del
movimiento autotélico abstracto del dinero. Proyectos de una
monstruosidad creciente de la valorización del “trabajo sans phrase”
aparecen como una obligación independizada respecto de sus ejecutores.
Cada estudiante de economía de primer semestre repite sin sentido con un
tono de obviedad la afirmación grotesca de Keynes sobre el sentido de
cavar y volver a tapar agujeros para movilizar e incrementar la riqueza
social. El trabajo es así un tipo de neurosis obsesiva económica.

Al marxismo de los epígonos le falta totalmente una crítica del trabajo


abstracto. Sostuvo al trabajo en su forma de ser precedente como el “bien”
ontológico, que sería violado externamente por el capital, y dejó al término
del trabajo abstracto sin reparo como definición positiva. En los libros de
texto económicos del socialismo real pudo así ser definido como necesidad
técnica del cálculo contable, y hasta como objetivo explícito del Estado.

ECONOMÍA EMPRESARIAL

La forma en la cual el proceso de gasto de trabajo abstracto se desarrolla y


a la vez su “ciencia”. La empresa, contemplada en su contenido como el
lugar de producción de bienes concretos, en su forma social y su objetivo
no es otro que ser célula de valorización del dinero. Como tal, funciona sin
considerar las consecuencias, necesariamente como si fuera un sistema
independiente con un accionar discreto. La producción destructiva puede
parecer así como algo útil. A través de la minimización abstracta de costos,
las cargas ecológicas y sociales son externalizadas (basura tóxica,
destrucción del medio ambiente, desempleo, etc.). Esta lógica de
transferencia de valor empresarial fue incorporada también en el socialismo
real con modificaciones, y tomada como una condición económica básica
independiente del capitalismo.

FETICHISMO (DE LA MERCANCÍA)

Un término que proviene de la crítica de la religión del siglo XVII, usado


como característica esencial de las religiones “primitivas”. Se fundaba en
las observaciones de colonos portugueses en África y se usaba para definir
aquellas creencias que imaginaban que los objetos inanimados tienen un
alma y están dotados de fuerzas sobre naturales. Marx utilizó este término
irónicamente para la sociedad moderna productora de mercancías, que se
subordina a un fetichismo análogo en la forma del dinero y su movimiento
de valorización empresarial. El término está habitado así por una crítica de
la lógica de la mercancía, pero es estrictamente demasiado general. No es
que Marx le importe que los objetos simples sean tratados como si
poseyeran fuerzas sobrenaturales totalmente diferentes de su esencia
natural, sino que la caracterización del estado social, en el cual la sociedad
no es consciente de sí misma, no puede ver su propia forma de
socialización y organizarse prácticamente en la inmediatez, sino que
necesita “representarla” en un objeto simbólico externo. Este objeto (que
también puede ser un ser viviente) gana entonces con su forma sensible u
significado sobrenatural similar. A través de él, alcanza a pesar de su
banalidad material un poder sobre todo los miembros de esa sociedad. Un
etnólogo podría quizás decir que un tótem presentaría una analogía mejor.
En los modos de producción asiáticos, el hijo del cielo o el rey dios adoptan
esta función, y en el feudalismo, la tierra y el suelo. El dinero existe como
una de las muchas formas del fetichismo en todas estas sociedades, pero no
posee todavía la función de representación general de la socialización
inconsciente, que adopta otras formas. El dinero asume esa función recién
en la modernidad. Podría definirse así como el totemismo cosificado y
secularizado de la modernidad. Los apologetas del sistema productor de
mercancías moderno señalan con frecuencia que no hunde sus raíces en lo
sacro, sin reflexionar en lo que esto implica. Solo en relación con su crítica
al fetichismo de la mercancía y su forma de representación en el dinero
puede comprenderse por qué Marx cuanta con la modernidad como “la
prehistoria de la humanidad”. Invirtiendo cualquier perspectiva etnológica
que identifique a las culturas anteriores y a los pueblos naturales como
“primitivos”, debería decirse que el sistema productor de mercancías de la
modernidad es todavía una sociedad primitiva.

FORDISMO

Nueva terminología sociológica para el estadio de desarrollo más reciente


de la producción moderna de mercancías, que duró de 1920 a 1980.
Denominada así por Henry Ford, el inventor de la línea de montaje en la
producción de automóviles. Así pudieron eliminarse los últimos restos de
habilidad artesanal en el proceso de trabajo industrial. Los Principios de la
administración científica del ingeniero norteamericano Taylor, que describe
la deconstrucción y reconstrucción de los procesos productivos bajo la
lógica de la utilización “óptima” de recursos en la empresa solo pudieron
realizarse en gran escala a través de la producción en la línea de montaje
fordista. Así, la producción en masa se hizo posible en ámbitos por fuera de
la producción automotriz, que hasta entonces estaban excluidos del cálculo
de valorización de las economías empresarial. Solo después de la segunda
guerra mundial se impuso el fordismo alrededor del mundo. Las nuevas
industrias masivas no solo se convirtieron en el centro sin precedentes de la
acumulación de capital, sino también en su “modelo social”, de una forma
de vida caracterizada por la totalización del trabajo abstracto y vinculada
con una “cultura del tiempo libre” estandarizada y compensatoria. Desde el
comienzo de los años ochenta, el fordismo se agotó desde cualquier
perspectiva; las crisis ecológicas, el desempleo industrial masivo, la
terciarización (“sociedad de servicios”), nuevas formas de la
miserabilización y colapsos sistémicos en grandes regiones del mundo
provocaron fuertes críticas al modo de vida fordista.

MERCANTILISMO

Doctrina económica y “economía política” en la época del absolutismo


europeo (aproximadamente entre 1650 y 1800). Acentuación fuerte de la
economía estatal y la acción del Estado, sobre todo para incentivar el
comercio de mercancías y sus gravámenes, tanto como para generar un
excedente en el comercio exterior. El Estado otorgaba privilegios para la
producción industrial manufacturera, apoyaba o fundaba por cuenta propia
empresas comerciales, participaba activamente en el transporte marítimo y
conquistaba colonias. El mercantilismo llegó a su cúspide ya en el siglo
XVII, con Colbert en Francia y Cromwell (y su acta de navavegación) en
Inglaterra. En el siglo XVIII, el momento de la economía estatal ya se
había debilitado, pero fue recuperado totalmente por los revolucionarios
franceses.

MONETARISMO

Con frecuencia usado como denominación de una teoría económica


específica que surge del neoclasicismo de la economía nacional o del
neoliberalismo y se opone estrictamente al control estatal de la demanda
propuesto por el keynesianismo. Jura por las “fuerzas de sanación propias”
del mercado y su “mano invisible” de Adam Smith, que sin embargo deben
ser apoyadas por una política monetaria antiinflacionaria estricta y
restrictiva. Sus mayores representantes con Milton Friedman y la Escuela
de Chicago. Con frecuencia se comprende que las políticas prácticas del
“mercado radical” de los años ochenta, como la “Reaganomics” o el
“Thatcherismo” de EE UU y Gran Bretaña, que tuvieron resultados
bastante catastróficos, están vinculadas con el monetarismo.

Pero como monetarismo también puede comprenderse en un sentido mucho


más general y fundamental el principio de competencia o la legalidad
coercitiva impuesta por el dinero. Este principio se erige como contracara
de la misma moneda que el Estatismo, el ingreso del Estado en el proceso
cuasinatural de la competencia, para cambiar su orientación o para
amortiguar sus consecuencias. Como ideologías de la economía política, el
monetarismo y el estatismo luchan por la hegemonía sociopolítica, pero se
interpenetran mutuamente y se relacionan en conjunto sobre la misma
estructura básica objetiva del trabajo abstracto, es decir, la valorización del
dinero. En épocas estatistas del sistema de producción de mercancías, el
momento monetarista también está activo, y al revés, se distinguen
solamente en su acentuación.

RAZÓN (ILUMINISTA)

Término poco claro del pensamiento occidental desde la antigüedad. En la


época de las luces (siglos XVII y XVIII), se declaró la emancipación d la
razón de las cadenas de la religión. La humanidad debía liberarse de su
minoría de edad y accionar conscientemente sobre el mundo. Pero la razón
no abolió a la religión, solo la secularizó; la inconmensurable “Diosa
Razón” fue adorada simbólicamente en la forma de una estatua durante la
revolución francesa. El carácter fetichista o totémico de la creencia en la
razón se evidenciaba en la rienda suelta dada en su nombre al proceso ciego
de la socialización mundial, en una forma directamente opuesta al auto-
conocimiento humano. La racionalidad mundial supuestamente absoluta
degeneró en una racionalidad orientada a fines en el proceso desubjetivado
de valorización del dinero, hasta llegar a la actual capitulación
incondicionada de las llamadas “ciencias humanas”. El universalismo
abstracto de la razón occidental demostró ser un simple reflejo de la
abstracción real cosificada del dinero.
En contraposición, la superación de la abstracción real fetichista es la
aplicación de un concepto de racionalidad sensible. Para los filósofos
burgueses, tal concepto parece una contradicción, dado que el
universalismo abstracto (“humano”) es para ellos idéntico a la racionalidad.
El debate ecológico y las implicancias de la interconexión podrían indicar
en qué dirección debería disolverse el concepto iluminista de racionalidad.
En este debate falta claramente hasta ahora un acercamiento crítico a las
formas de socialización a través del trabajo abstracto y con ello también de
su dimensión filosófica; se lo abrevia “prácticamente” y elude la ética y se
queda del lado práctico de la racionalidad fetichista irresuelta en el
pensamiento occidental.

VALOR

El concepto de valor parece ser todo los “bueno” y deseable tanto en lo


etimológico como en el práctico. El valor económico y los “valores”
morales y culturales se confunden a pesar de su acentuación diferencial
como sinónimos. No es por nada que el fundador de la economía política
clásica, Adam Smith, fuera a la vez un filósofo de la moral. Pero en la
conceptualidad totalmente contraria de Marx, el valor aparece directamente
invertido como el negativo central de la sociedad de la mercancía. En él se
“cosifica” el trabajo abstracto en la forma fetichista social de los productos.
Que un producto “tenga” un valor dado implica una dualidad. En primer
lugar, en tanto valor económico, se borran las cualidades sensibles de los
productos, no son más que cosas representantes de trabajo abstracto
indiferenciado y solo así pueden convertirse en la forma encarnada del
dinero. En segundo, en la forma abstracta del valor de los productos,
expresada como precio en dinero, se demuestra el absurdo social donde el
proceso vivo de la apropiación humana de la naturaleza y las relaciones
sociales que median en él toman la forma de cosas muertas. La actividad
viva de los hombres es absorbida de sus propios productos, que se elevan
así absurdamente al nivel de cuasi-sujetos sociales, mientras los hombres,
sus creadores, son degradados a meros apéndices. Es el movimiento
autotélico del dinero lo que completa esta inversión.

A diferencia de Marx, el marxismo posterior al clasicismo burgués se


refirió a la propiedad del valor de los productos positivamente, y no
negativamente, como el “buen” resultado del trabajo, mientras el concepto
de la cosificación fue minimizado a un simple fenómeno de la conciencia.
La crítica se dirigió así exclusivamente al plusvalor, es decir lo “impago”,
la medida del valor producido por los trabajadores que les es
supuestamente expropiado. Así, no se criticó la cualidad destructiva de una
socialización en la forma del valor, sino solamente el mecanismo de
distribución cuantitativo sobre esta base presupuesta ciegamente.

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marcha. Grijalbo. Barcelona.1989.

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Guadarrama. Madrid.1967.

Land, Rainer et.al. (1990) Das Umbaupapier. Berlín.

Lenin, Vladimir I. Obras Completas Tomo 36, pp.283-314. Varias


ediciones. Han habido siete ediciones de las "obras completas" de V. I.
Lenin en el idioma castellano: dos publicadas en Buenos Aires, dos en
México, una en La Habana, una en Madrid, y una en Moscú. De ellas, las
de mayor divulgación han sido la editada en Buenos Aires por Cartago
Editores y la publicada en Madrid por Akal Editor.

Cartago Editores fue un sello editorial del Partido Comunista de la


Argentina. La suya fue la edición primigenia de la Obras Completas en
castellano, siendo citada incluso en obras en castellano publicadas en la
Unión Soviética. Cartago y el PCA invirtieron cuantioso esfuerzo en la
realización de esta edición, contratando traducciones especiales para ella.
Esta versión de 50 tomos más 2 índices, publicados en varias ediciones
entre, más o menos, 1957 y 1973, es una de las versiones de las Obras
Completas con mayor amplitud de distribución y de más fácil acceso hoy.

La edición de las Obras Completas realizada por Akal Editor/Editorial


Ayuso, en Madrid empezando en 1974, es también una de las ediciones
mejor conocidas y con mayor distribución, aún hoy. En varias instancias
los tomos son re-ediciones de las traducciones realizadas por Cartago
Editores o por Editorial Progreso.

Ambas entidades, el Partido Comunista de la Argentina y Akal Editor,


tuvieron a su vez otros sellos editoriales bajo los cuales realizaron
ediciones paralelas de las Obras Completas.

El PCA tuvo Ediciones Estudio, cuya edición paralela de las Obras


Completas fue impresa en el mismo local en Buenos Aires y, dicen, a la
misma vez que la edición de Cartago. Aquella edición ha tenido muy poca
difusión, por lo que es casi desconocida y de difícil acceso.
Akal, por su parte, realizó una edición de su colección para el mercado
americano bajo el sello conjunto de Akal Editor/Ediciones de Cultura
Popular en México.

Aparte de estas ediciones hubo, a nuestro conocer, otras tres. La principal


de estas es la traducción, basada en la 5ta edición rusa, realizada por el
Instituto de Marxismo-Leninismo adjunto al Comité Central del Partido
Comunista de la Unión Soviética, y publicada por Editorial Progreso en
Moscú. Editorial Progreso fue una editora oficial de la Unión Soviética.
Su traducción de la Obras Completas se comenzó a publicar en 1981 y se
terminó en 1988. La edición consiste de 55 tomos y contiene más de 9,000
documentos. Debido a las condiciones que sucedieron a la desmantelación
de la Unión Soviética –por ejemplo, todos los libros restantes en los
almacenes de Ed. Progreso fueron triturados y reciclados a inicios de los
1990s– los tomos son relativamente difíciles de encontrar y, según parece,
la colección completa reunida en una misma biblioteca es algo inusual.

De las dos que restan, la mejor conocida es la edición cubana hecha en los
1960s por Editora Política, editorial adjunta al Partido Comunista de Cuba
y la más antigua del país en su perfil específico. Su edición se basó
directamente en la versión de la Obras Completas de Cartago Editores.

La otra es una edición prácticamente desconocida realizada por Ediciones


Salvador Allende en México. Tenemos pocos datos sobre ella salvo que la
colección consiste de por lo menos 51 tomos y que tuvo por lo menos dos
ediciones; la segunda, "aumentada", habiéndose realizado en 1978.

Mann, Thomas (1979) Diarios 1918-1921. Plaza y Janes Editores.


Barcelona. 1987.

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