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ética?
Roberto Peñaranda Gómez
Módulo I – Lección 8
Lección ocho: ¿un código de ética?
El pragmatismo que caracteriza nuestra cultura, nuestra forma de vida, hace necesario
que las cosas funcionen, que resuelvan problemas, que se logren objetivos. Los roles al
interior de las instituciones son cada vez más complejos y generan dificultades no
solamente técnicas sino también éticas. En esa complejidad profesional o institucional, a
veces no es posible determinar si una acción en particular puede llegar a tener
implicaciones éticas o no1.
Por otra parte, la complejidad de la sociedad y el rápido cambio al que están sometidas,
generan desorientación en el aspecto ético. De alguna manera las opciones de
comportamiento no resultan tan claras al interior de las instituciones y en relación con el
puesto que se ocupen a su interior. En otras palabras, nos encontramos ante un dilema
ético difícil, es decir, de aquellos que necesitan reflexión. Y es aquí en donde aparece la
importancia de una ética institucional: como un mecanismo orientador de la toma de
decisiones de sus integrantes.
1
Al respecto, Atienza, Manuel, Ética Judicial: ¿por qué no un código deontológico para jueces?, en
“Jueces para la Democracia”, número 46, marzo de 2003.
¿Para qué sirve entonces un código de ética?
En primer lugar, como ya dijimos, para resolver las dudas sobre el comportamiento como
miembro de una institución. Pero también para avalar determinados comportamientos
de los integrantes, para que éstos no se muestren como arbitrarios. Cuando ejerzo un
rol al interior de una organización, lo hago en función de su telos, no del mío.
Por otra parte, un código de ética establece unos parámetros de lo que se considera un
buen miembro de la institución, ayuda a distinguir entre los buenos y los malos
integrantes. Estos parámetros se muestran en forma de valores institucionales, es decir,
de valores que definen la actividad de una institución en su sentido moral. Y aquí
hablamos de moral por cuanto de trata de las relaciones entre los integrantes de un
grupo, en este caso del que conforman los integrantes de una institución, y de éste grupo
en relación con el entorno, tanto social como institucional.
Aunque parece fácil responder que la finalidad de una universidad es la enseñanza, las
particularidades que se desprenden de esa finalidad primaria pueden tener
manifestaciones diversas en cuanto a los valores que decida adoptar y, en consecuencia,
en las actividades que necesita incentivar o desestimular.
Por ejemplo, algunos podrían entender que el telos fundamental, si no el único, de una
universidad es la excelencia académica. Si así lo entendiéramos, las actividades de una
universidad deberían estar dirigidas, como un todo, a construir conocimiento, atrayendo
las mejores cabezas y procurando un ambiente de investigación estricto. Si así fuera, el
único criterio que se debería utilizar para la admisión de nuevos alumnos tendría que ser
el de sus méritos académicos.
Pero si consideramos que una universidad debe servir para contribuir al logro de ciertos
propósitos sociales, los criterios de admisión podrían variar. Así, por ejemplo, si
consideramos que una universidad debe formar líderes sociales, los criterios de admisión
deberían incluir la capacidad de liderazgo y no simplemente los méritos académicos. Si
consideramos que una universidad debe garantizar un ambiente de diversidad, en los
criterios de admisión deberían establecerse aspectos raciales, culturales y territoriales. Si
consideramos que una universidad debe propugnar por la democratización del
conocimiento, debería incorporar acciones afirmativas entre sus criterios de selección,
con el fin de incorporar minorías excluidas o rezagadas de la vida social.
2. Garantizar el derecho social a una educación superior. A diferencia del punto anterior,
este fin se circunscribe al tema de la educación superior, no al conocimiento en general.
Si la educación superior es un derecho social, corresponde, para el logro de este fin,
incorporar criterios de admisión que tengan en cuenta la demanda social, y sus
características, al momento de establecer sus prioridades de acción, el sentido de sus
contenidos y las herramientas para desarrollarlo.
3. Una educación superior con criterio de excelencia. Este fin incorpora valores como el
respeto al mérito académico, la asignación de reconocimientos ante la creación de nuevo
conocimiento y la honestidad intelectual.
5. Una educación superior con criterio de competitividad. Este fin implica reconocer las
virtudes de los competidores y potenciar las propias para intervenir en una eventual
competencia para el logro de los fines vitales y sociales.
6. A nombre de la sociedad y con participación del Estado. Con esta proposición, se pone
en evidencia que el carácter estatal de la universidad le impone unos valores específicos
que la diferencian de las universidades privadas. En este punto, la UD se propone como
instrumento de una voluntad social con la que comparte objetivos y reconoce el carácter
político (en sentido lato) de su accionar.
En este simple ejercicio podemos ver cómo, necesariamente, el telos de una institución
determina qué valores debe promover y estimular entre sus integrantes. Por eso decimos
que la actividad de una institución es eminentemente teleológica.
Los valores adoptados por una institución determinada, pueden entrar en tensión y
convertirse en aparentemente contradictorios: ¿Qué sucede si la autonomía choca con la
demanda empresarial? ¿Qué sucede si la necesidad de adoptar acciones afirmativas en
favor de grupos discriminados entra en contradicción con el criterio de excelencia
académica? ¿O si la orientación política del Estado choca con la libertad de cátedra?
Pero ojo, los valores sobre los que se delibera deben ser valores comunes, aquellos que
contribuyen al logro del telos de la UD. No se trata de formar el carácter moral de cada
uno de sus integrantes. Si bien es un deber moral contribuir al logro de los fines
institucionales, no lo es el tener que compartir el credo religioso, la posición política, la
afición deportiva, o cualquier otro valor personal de las directivas, o los docentes, o los
estudiantes. Ni siquiera los que adoptan las mayorías.