Solo la especie humana tiene la capacidad y la posibilidad de
ser ciudadano o ciudadana de una comunidad, región, país o del mismo planeta. Esto, porque la condición misma de ciudadanía se fundamenta en el acuerdo de vivir en un espacio común, decidir y/o delegar la ges- tión de lo público en relaciones de poder. En resumen, el ejercicio de la ciudadanía, es el ejercicio de la política.
Un ciudadano se concibe, desde la ética y la práctica, como una
persona (ser humano) que tiene derechos, responsabilidades y que vive y participa activamente en la comunidad y sociedad que lo circun- da, independientemente de su lugar de origen, etnia, género, condición social, edad, creencias u otras condiciones externas. Es ciudadano, por razón de ser humano y como parte de una comunidad humana y planetaria. No lo define un orden legal o jurídico, por lo que tiene de- recho a participar como actor político en las acciones o decisiones que se toman en su comunidad o país. En fin, la ciudadanía es la condición política que nos permite participar de nuestro propio destino.
Podemos ejercerla de manera defensiva, cuando reclamamos,
demandamos o exigimos la protección de derechos amenazados o violados. Las protestas, las marchas y hasta las huelgas pueden ser ejemplos. Pero también podemos ejercerla de manera propositiva, cuando participamos de acciones de reforma política y/o normativa para eliminar injusticias o para ampliar las condiciones de equidad social. Los ejemplos más recientes son los diseños participativos de leyes, la reforma de educación superior, o la creación de proyectos de microrredes para lograr una energía sostenible poshuracán María. Lo ideal sería que tengamos la capacidad y los saberes para ejercerla de manera defensiva y propositiva, como ciudadanos activos y demo- cráticos. En Puerto Rico conocemos y practicamos más la defensiva y tendemos a delegar en el Estado la propositiva, pero ambas son res- ponsabilidad de nuestro ser ciudadano.
Cuando lo hacemos en el espacio de la comunidad, vamos cono-
ciendo, acordando, respetando y actuando sobre las normas internas y externas que afectan la convivencia. Para lograr esta convivencia se requiere educación política. La literatura plantea que la educación política se alcanza cuando la ciudadanía sabe y sabe hacer. Esto es, se informa, se capacita y se compromete con los otros sobre lo que es mejor en este espacio común. Busca conocer los derechos humanos fundamentales, comprende la constitución política y la estructura del Estado, cuenta con los mecanismos, procedimientos e instancias de participación democrática, maneja la organización, estructura y senti- do de la gobernanza y reacciona desde estrategias y mecanismos para el manejo de conflictos.
Para lograr una ciudadanía desde la práctica y no solo desde el
discurso retórico, desde un pasaporte o una ley que se acuerda en un pequeño grupo, las personas debemos conocer, comprender, practicar, convivir y participar activamente en nuestras decisiones de cada día. Y como decía Dewey, “que la educación despierte en cada ciudadano la iniciativa y la disposición por los intereses de la colectividad, para con- vertir al ciudadano en un actor motivado y capaz de incidir en los pro- cesos sociales y políticos y de esta manera ir superando la pasividad, la indiferencia, y la manipulación de intereses, que terminan imponiendo la lógica del mercado y del capital, sobre cualquier otra consideración de solidaridad y bien común”.