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11/5/2020 ¿Qué fue de Bofill?

El arquitecto estrella de los 80 rompe su silencio

¿Qué fue de Bofill? El arquitecto estrella de los 80 rompe su


silencio
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9 de mayo de 2020

Actualizado:11/05/2020 12:42h Guardar
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«Mi vida es muy metódica. El coronavirus apenas ha alterado mis hábitos», responde Ricardo Bofill a la
obligada pregunta de estos días acerca de cómo está sobrellevando el confinamiento. «Estoy muy
ocupado. Estamos trabajando en muchos proyectos ahora mismo en el Taller, que está además
creciendo», agrega.

A sus 80 años (Barcelona, 1939), con una carrera en la arquitectura que comenzó apenas recién salido de
la adolescencia, en la que la individualidad y la determinación de ir por delante de lo establecido le
llevaron a proyectar obras tan obligatorias de mención en la Historia de la Arquitectura de las últimas cinco
décadas como la Muralla Roja (1971), el edificio Walden 7 (1975), el Quartier Antigone (1979), Les Espaces
de Abraxas (1982), el Teatro Nacional de Cataluña (1997), la Terminal 1 del Aeropuerto del Prat (2010), o la
sede de su propia vivienda y estudio, La Fábrica, pone énfasis al afirmar : «Mi pasado cuenta poco. Lo que
a mí me gusta es inventar arquitecturas, lenguajes, vocabularios y, a la vez, estar en los temas que
miran hacia el futuro. Esto es lo que me motiva a seguir haciendo arquitectura todos los días durante diez
horas».

Se inició en ella de la mano de su padre, y podría decirse que su espíritu cosmopolita, abierto al mundo y a
su tiempo, es un rasgo que hereda.

Mi padre procedía de una familia burguesa urbana muy liberal y culta. Mi madre era una italiana de origen
judío. Partí de influencias muy distintas: de una madre que me hablaba en italiano y de un padre
republicano. Conversábamos sobre todos los temas con gran libertad, siendo simplemente europeos. Mi
carrera se inicia en el estudio barcelonés de mi padre, que también había trabajado con GATEPAC,
colaboró con Sert, con Bonet… Tuve la suerte de poder comenzar a construir a su lado siendo aún muy
joven.

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11/5/2020 ¿Qué fue de Bofill? El arquitecto estrella de los 80 rompe su silencio

«Calatrava es una figura que muchos detestan pero que yo considero que tiene un talento brutal»

¿Qué recuerdos tiene de la Barcelona de su infancia?

Tengo el recuerdo de salir de mi casa, una casa burguesa modernista, cómoda, y sentir ese contraste frente
a una ciudad destrozada, sombría. Este sentimiento fue algo que me hizo pensar que debía dedicarme a
hacer arquitectura, porque era necesario cambiar aquella ciudad en la que vivía.

¿Y de la de sus años universitarios?

Mi grupo de amigos y conocidos estaba formado por arquitectos, pintores, escultores, músicos… Vivíamos
en una Barcelona ajena al sistema. Su poder no llegaba hasta la vida personal y podía decirse que se vivía
con cierta libertad.

No obstante, sí acabó topándose con la represión política.

Detesto profundamente el victimismo, así que no abordaré esos problemas. Diré que esos conflictos forman
ya parte de mi vida y no los veo como dramas, sino como circunstancias que me llevaron a la determinada
forma de vida que he hecho, una vida internacional. No albergo el menor resentimiento hacia ello. Fueron
circunstancias que me llevaron al trabajo, a la arquitectura, a proyectar.

Insiste en que su verdadera motivación es esto: proyectar.

Sí. Es lo que a mí me gusta: llegar a mi despacho, encontrarme con una hoja en blanco e iniciar un
proyecto, tomar decisiones… El proceso es lo que realmente me ha hecho vivir. Y lo sigue haciendo, porque
aún estoy intentando constantemente cambiar la arquitectura.

«La arquitectura hoy está incluso mal vista en una ciudad que le debe tanto como, por ejemplo, Barcelona»

El Walden 7 es posiblemente el proyecto donde más paradigmáticamente se reconoce esa voluntad suya
de desear cambiar la arquitectura y, con ello, la sociedad.

El Walden 7 es fruto de dos años de trabajo junto a investigadores, escritores, matemáticos y filósofos, con
los que creé el Taller de Arquitectura. Conjuntamente desarrollamos una teoría utópica de la ciudad -en
contraposición a Archigram y los metabolistas japoneses- llamada «La ciudad en el espacio». Planteaba
otra tipología de ciudad y manera de habitarla. Era especialmente interesante porque temas como los
modelos alternativos de familia o de propiedad inmobiliaria, que ahora protagonizan los debates sociales, ya
estaban planteados en él. Se concibió en 1968. En aquel momento yo estaba muy conectado con EE.UU.,
los movimientos contraculturales, y ese proyecto era una traducción concreta de todas aquellas ideas.

«Mi campo de trabajo ha sido esencialmente el mundo», insiste.

España es un país que me gusta, con el que siento claramente afinidades, pero que no puedo decir que
haya sentido como mi país de manera exclusiva. Dentro del mundo latino, mediterráneo, que es al que
estoy más próximo, mi visión siempre ha sido mundial.

¿Qué nombres de la arquitectura española señalaría?

Hay arquitectos que en la escala del edificio han demostrado un gran talento y cuya obra me gusta. Obras
concretas desde Sainz de Oíza hasta hoy, pasando por Fernando Higueras, que era un talento
extravagante y muy interesante, hasta Calatrava, una figura que muchos detestan pero que yo considero
que tiene un talento brutal. También Rafael de la Hoz.

Menciona a Higueras, y quizá puedan reconocerse puntos de encuentro entre sus respectivos trabajos.

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Diría que más en la actitud que en la arquitectura. Higueras era un arquitecto algo aparte del sistema. Era
un inventor. Tenía poca cultura arquitectónica pero le gustaba inventar y tenía mucho talento. Fuimos muy
amigos, incluso en ocasiones llegamos a hacer algunas pruebas en conjunto.

«La arquitectura, en la actualidad, es puramente especulación, construcción y remiendos»

Y, tal vez a contracorriente, reivindica a Calatrava.

También es un profesional que se ha radicado fuera de España y que, además, es ingeniero. Esta doble
faceta le otorga un perfil distinto, tremendamente original. Ha caído mal entre los arquitectos y las
publicaciones especializadas pero le he ido encontrando mientras he ido construyendo por el mundo. Puede
gustar más o menos, pero, independientemente de si se está o no de acuerdo con él, es alguien con talento
y capacidad propia.

Recuerdo que, en una anterior conversación, me admitió sin complejos haber sido el precursor de los
arquitectos estrella, un estatus que alcanzó cuando abandonó España para instalarse en París.

La circunstancia de que se me vetara para construir en España me llevó a tener relaciones con el gobierno
de Valéry Giscard d’Estaing, junto a quien estuve trabajando directamente. El star-system comenzó
conmigo en Francia en 1974. En ese momento, los arquitectos comenzaban a ser importantes, a tener un
protagonismo en la sociedad, y esto me llevó a adquirir gran reputación. No obstante, en ese mismo
momento comprendí que la fama era un tema respecto al que había que ser muy cuidadoso porque era
algo que te conducía a un tipo de vida y visión sobre ti mismo engañosos. Al asumir esto, la celebridad y la
competición dejaron de interesarme: lo que me interesaba era la arquitectura en sí, y adopté un perfil bajo.
Por ese motivo, he concedido muy pocas entrevistas. No me interesa tener una gran fama porque es
peligroso: te construye una personalidad que no es la adecuada para el trabajo, te transforma en un
individuo orgulloso y despectivo.

Arquitecto estrella, pero agregaría que fue también uno de los primeros que comprendieron la globalización
de la profesión. Su atención está siempre puesta en los lugares donde es precisa la transformación, el
cambio radicalmente profundo. En España, en Barcelona, a fines de los 80.

Intervine mucho en los Juegos Olímpicos y en la remodelación que propuso Pasqual Maragall. Ese fue un
periodo especialmente positivo para España. Fue la época en que se pasó de las arquitecturas muy mal
hechas de la reconstrucción a convertir en prioridad política el tema urbano. De repente, los arquitectos
perseguían la excelencia, y los políticos (porque la arquitectura tiene relación con la política), hacían caso a
los arquitectos. Para ganar las elecciones decían que querían mejorar su ciudad y cambiarla. Este periodo
ha concluido ya totalmente. Ahora los arquitectos son representantes del mundo inmobiliario, a los que sólo
les interesa construir, y no atender a esos otros temas que hoy están encima de la mesa.

¿Cuáles son esos temas?

La ciudad. Cuál será la ciudad del futuro. Cómo desarrollar una nueva tipología: ecológica, interactiva, de
baja altura… Uno de los encargos que tengo en este momento desde el gobierno chino es definir la nueva
tipología de ciudad.

«Mi pasado cuenta poco. Lo que me gusta es inventar lenguajes, vocabularios, estar en los temas que
miran al futuro»

¿En qué estado ve actualmente a la disciplina?

Es realmente mala. La última generación de grandes arquitectos ya está formada por individuos de edad
avanzada: Gehry, Foster… Los pequeños están desapareciendo y únicamente pueden trabajar en su
localidad: su campo de trabajo es mínimo. Las ciudades están detenidas y no se renuevan, y, en términos

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generales, la arquitectura hoy está incluso mal vista en una ciudad como, por ejemplo, Barcelona. En
consecuencia, la individualidad arquitectónica está desapareciendo, y esto es lamentable, ya que deja la
arquitectura en manos de las grandes compañías, sistemas de partnership, a la manera en que también
existen despachos de arquitectos que funcionan con esa estructura. Firmas con miles de empleados,
situadas mayoritariamente en EE.UU. o el Reino Unido.

¿Nunca ha tenido esa tentación?

Durante mis años en París, el gobierno francés quería que creara un despacho de gran envergadura. Así fui
convirtiéndome en un gestor y, en consecuencia, dejando de hacer arquitectura. Regresé a Barcelona en
2000 y me instalé en esta fábrica. El equipo que tengo aquí es el más pequeño posible como para poder ser
mundial: un centenar de personas. No deseo que sea mayor, porque, si lo fuera, perdería su identidad y se
convertiría en otro partnership que aceptaría ese «todo vale» imperante hoy. Es esencial tener una visión
global, pero, a la vez, entiendo y procuro que, frente a estos equipos internacionales, el proyecto ofrezca
algo distinto. Que lo que hago en Pekín no sea lo mismo que hago en Barcelona o en Chicago. Los
arquitectos creativos, aquellos que pensaban la ciudad antes que los políticos, han desaparecido
prácticamente.

La Place du Nombre d’Or (Montpellier)

Frente a la propia sociedad, diría.

Y hasta frente a la arquitectura. No se están planteando qué transformaciones va a experimentar. Los


arquitectos están mal debido a su mala situación económica. En los países ricos se considera que las
ciudades ya están acabadas. Por ejemplo, ya no hay nada que hacer en el centro de París. Y durante
aquella fase de gran éxito de los arquitectos, que inauguró la construcción del Guggenheim, únicamente
pensaron en edificios caros y singulares, pero ninguno pensó en la ciudad. Es la gran asignatura perdida
del siglo pasado y de este. El arquitecto hoy va detrás de la sociedad. Si no estrecha relaciones con otras
disciplinas científicas, poco podrá hacer en el futuro. Es una profesión en caída libre en el mundo
occidental. No obstante, ten en cuenta que sólo en China hay 380 millones de viviendas por construir para
personas que emigran del campo, o que es necesario rehacer completamente India; o el inmenso problema
que supone pensar una arquitectura para los distintos lugares de África.

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¿La causa de este problema puede ser que se constituyese como una disciplina cuyo fin era la construcción
y no tanto el pensamiento?

Así es. La arquitectura está relacionada con todos los temas. Además, había sido un arte mayor: era el de
la construcción del espacio, y en la actualidad es puramente especulación, construcción y remiendos.
También creo que hay una ruptura entre el mundo de la arquitectura y la intelectualidad. En las revistas
españolas hay un abismo entre las cosas que suceden en realidad y lo que publican. La revista es la
opinión del editor: de lo que le gusta y lo que no le gusta, como si aún hubiese ideologías del diseño.

Observando la actualidad más inmediata, ¿qué opinión le merece una exposición como la que Koolhaas
inauguró en el Guggenheim de Nueva York, proclamando que el futuro se encuentra en el campo?

Koolhaas es alguien a quien conozco bien y con quien suelo estar normalmente en desacuerdo. Es
pretencioso y, al tiempo, inteligente. Siempre es interesante saber en qué está ocupado pero, en realidad,
no está cambiando la estructura del pensamiento urbano.

Regresando a su ciudad, a Barcelona. ¿Cómo la ve hoy?

Está atravesando un periodo muy triste y necesitaría un relanzamiento, porque es una ciudad fantástica. Si
vivo aquí es porque me gusta. Cuando indagas en la población descubres unos campos de libertad e
individualismo que no existen en otras urbes y que aquí son consustanciales a su identidad.

Hoy, en esta crisis del coronavirus, vivimos en una especie de distopía provisional extraña. En esa
conversación que mantuvimos hace tiempo me dijo que las utopías estaban hechas para fracasar.

El pensamiento utópico era una forma de adelantarse a tu época e intentar estar más allá para proyectar el
futuro. Era algo que se hacía de una forma muy artesanal. Actualmente debe efectuarse de forma más
científica e informada. No sabemos qué ciudad saldrá de la crisis y nadie se preocupa. Todo el mundo
opina, pero nadie lo aborda de una manera seria y científica. Hay poco pensamiento. Y es un momento de
transformación duro, complicadísimo, pero tremendamente interesante. En estos momentos de dificultad es
cuando el ser humano tiene necesidad de rehacerse. Confío vivir aún unos años más para poder ver ese
cambio.

La Muralla Roja, en Calpe, de 1973, uno de los hitos del autor

De las revistas del colorín a las series de televisión de moda

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A Ricardo Bofill, un buen día le suplantó en el medallero de la fama más mediática su hijo de idéntico
nombre (aunque se le añadía siempre el diminutivo «-ito», Ricardito) y apellido, porque se casó con la hija
de un famosísimo cantante y, luego, para rematar la jugada del desvarío, se «arrejuntó» con una
«tonadillera» mejicana. De tal palo tal astilla, porque el padre, en su día, fue carne de la «gauche divine»
barcelonesa con sus fiestas en la discoteca Bocaccio y las fotos inmortales de Colita; como aquella en la
que Ricardo Bofill aparece sonriente en plena obra agarrado a su pareja de aquel entonces, la actriz italiana
Serena Vergano, madre del niño con el nombre en diminutivo.

Ahora, la saga Bofill, del Ricardo sénior al júnior, vive retirada en sus aposentos, en la sede de su
espectacular edificio, donde siguen dando a la manivela de una arquitectura que marcó una época y que se
adapta a las leyes de este presente aún más global, con las redes sociales multiplicando los efectos. Los
Bofill, padre e hijos (todos se dedican a la arquitectura), podrán vivir en su torre de marfil creativa ideando la
ciudad del futuro, pero el foco no se aparta de sus ojos, ni de sus obras, que hacen historia popular.

Uno de los edificios más fotografiados en Instagram, La Muralla Roja, lleva su firma, y es de 1973. Y por la
sede de su estudio y vivienda se mueven los personajes de una conocida serie de televisión, «Westworld»
(HBO), en su tercera temporada. Rebobinen y se pasearán por el interior de La Fábrica, en Sant Just
Desvern, a las afueras de Barcelona. Si Warhol tuvo su «Factory», ésta, sin duda, es la de Ricardo Bofill y
asociados (Taller de Arquitectura). Una espectacular fábrica de cemento que compró en los setenta cuando
aún funcionaba, y que fue remodelando poco a poco. Un toque industrial comido por la naturaleza. A su
sombra levantó otro de sus edificios más famosos, Walden 7, entre cuyos inquilinos de muy variado glamur
se encontraba el escritor Juan Goytisolo. Por Laura Revuelta

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