Sunteți pe pagina 1din 9

La imagen de la mujer en Contigo pan y cebolla y A ninguna de

las tres

Luz María Martínez García

Durante el siglo XIX México atravesó por varios cambios en diferentes aspectos, político,

social, tecnológico y, por supuesto, literario. Con la llegada del movimiento romántico al

país, los artistas se sumergen en un mundo distinto al hasta entonces retratado en la

literatura, se migra del tajante neoclasicismo al liberador romanticismo y se abre paso a un

universo de paisajes y personajes innovadores. Uno de ellos es la mujer, figura

emblemática de esta corriente a la cual le son conferidas ciertas características que la

distinguen de las doncellas retratadas por otras corrientes literarias (época medieval,

renacimiento, barroco, etc.).

Esta estampa de la mujer en la literatura romántica, específicamente en el teatro de

esa época, es la que ocupa este trabajo, en el cual, a través del análisis de dos obras teatrales

representativas de la época: Contigo pan y cebolla, de Manuel Eduardo Gorostiza y A

ninguna de las tres, de Fernando Calderón, se rescatará la imagen de la mujer en el teatro

romántico mexicano.

El romanticismo

Movimiento artístico y cultural que surge en Europa a finales del siglo XVIII. Cobra gran

importancia para los jóvenes creadores que buscaban romper con las normas y el

racionalismo de la ilustración y el neoclasicismo imperantes en aquella época. Esta

corriente repercute en diversas áreas artísticas como la escultura, pintura, música y la

literatura. En este último ámbito, algunas de sus características fundamentales son:

- La importancia de los sentimientos y emociones.

1
- El abandono de la uniformidad estilística.
- La predilección por los escenarios agrestes y umbríos, y por los temas históricos,
sentimentales y sociales.
- Una ruptura de los límites de la realidad concreta.
- Creación de personajes “tipo”.
- El hecho de recurrir a los sueños y visiones.

Todas ellas las podemos ver reflejadas en los textos románticos que han llegado hasta

nuestros días.

La entrada del romanticismo en México es tardía, arriba después de la

Independencia, imponiéndose de manera definitiva durante la época del Porfiriato. En lo

literario tiene mayor auge en la poesía, aunque también la narrativa y la dramaturgia

rindieron frutos. Cabe señalar que los autores de la época se decantaron por el nacionalismo

y el costumbrismo1, gracias a lo cual hoy se pueden analizar sus obras en búsqueda de

“retratos” de la sociedad del periodo decimonónico.

Ni pan ni cebolla

En 1833 Manuel Eduardo de Gorostiza (escritor y diplomático mexicano) dio a luz su

comedia de costumbres Contigo pan y cebolla, que se convertiría en una de las más

representativas del romanticismo mexicano, en la cual el autor expone la relación amorosa

de doña Matilde y don Eduardo de Contreras. Matilde es una joven de diecisiete años que

ha crecido bajo el amparo de su padre (don Pedro de Lara) en un mundo lleno de lujos y

comodidades lo que le ha permitido tener acceso a las novelas románticas en cuya lectura

se ha enfrascado y la han llevado a convertirse en una heroína romántica que rechaza el

destino “natural y lógico al que parece estar destinada.” 2 Los atributos de Matilde, “el

lenguaje empleado, los gestos lánguidos, su aguda sensibilidad y su concepción del


1
Manifestación literaria que se deriva del romanticismo y se caracteriza por la descripción objetiva de los
usos y costumbres de una región y época específicas.
2
María de los Ángeles Ayala, “Una sonrisa romántica desde el exilio: Contigo pan y cebolla, de Manuel
Eduardo Gorostiza”. Teatro: revista de estudios teatrales, 6-7 (1995), pp. 151-162.

2
sentimiento amoroso corresponden al canon de la literatura romántica” 3, trasladándola a un

plano exagerado en el que busca a toda costa vivir un idilio tal y como se retrata en los

libros.

Por el contrario, Eduardo aparece como un hombre sensato y juicioso, que

contrarresta los desvaríos de Matilde. Es el hombre ideal para ella: joven, apuesto, “de

nacimiento ilustre, mayorazgo crecido, educación, talento y moralidad”, 4 sobrino y

heredero del mejor amigo del padre de ella, por lo cual no encuentra ningún impedimento al

momento de solicitar la mano de la mujer para posteriormente desposarla, con esto se

desmoronan por completo las aspiraciones de Matilde a una vida romántica. La ausencia de

obstáculos que impidan su relación aunada a los “defectos” de Eduardo (ser rico y noble) se

contraponen a su concepción literaria del amor por lo que su interés en el joven se ve

medrado y termina por rechazar el matrimonio.

Eduardo, desconsolado, descubre las razones de la repentina transformación del

pensamiento de su amada y en vez de darse por vencido urde un plan y solicita la

complicidad de don Pedro, así, adopta las convenciones del romanticismo literario y se

presenta ante Matilde como uno de los personajes de sus novelas, pobre (supuestamente lo

desheredan por querer casarse con ella) y valiente pues se enfrenta al rechazo de don Pedro.

Esta situación inflama el corazón de Matilde quien siente renacer su amor e interés por él y

decide casarse a escondidas de su padre.

Después del matrimonio, los esposos habitan su nuevo hogar: un pequeño

cuartucho, sucio y oscuro en el que Matilde choca de frente con la realidad: se encuentra

casada con un hombre pobre que tiene que salir a trabajar a diario para poder sostener su

3
idem.
4
Manuel Eduardo de Gorostiza, “Contigo pan y cebolla”, en Antonio Magaña Esquivel (sel., pról. y ns.),
Teatro mexicano del siglo XIX. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1982, p. 143.

3
hogar y pagar la renta, por lo tanto ella se ve obligada a realizar la tareas de un ama de casa,

para lo cual no se encuentra preparada debido a que en sus novelas románticas no se

retratan estas situaciones. La situación es abrumadora, tanto que, en el momento en que su

padre se presenta para pedirle que regrese a su antiguo hogar junto con su esposo, ella

acepta sin pensarlo pues no podía soportar más las penurias de su condición.

En esta misma obra aparecen otras dos figuras femeninas que vale la pena

mencionar (ambas son vecinas del nuevo hogar de Matilde), Nicolasa y Clementina,

examiga de Matilde, la cual se encuentra casada con un adinerado canónigo por lo que

ostenta el título de Marquesa, vive en el mejor cuarto del edificio y además tiene coche y

dos mil reales al mes de alfileres5, pero, al contrario de Matilde, se ha casado con un

hombre al que no vio hasta el día de la boda. Nicolasa, la vecina de al lado, se encuentra

casada con un “guarda de a caballo”, es pobre, vivaracha, confianzuda, se encarga de

vender retazos de tela y ciertas prendas a la Marquesa, se vanagloria de su condición (hasta

presume que su marido desayuna salchicha todos los días) y pretende que ella y Matilde

sean “uña y mugre”. En una apreciación superficial pudiera creerse que existen diferencias

notorias entre estas mujeres, pero más adelante descubriremos que en realidad son bastante

parecidas.

De las tres no se hace una

Otra obra teatral importante para la corriente romántica en el país es A ninguna de las tres,

la cual surge de la pluma e ingenio del poeta y dramaturgo Fernando Calderón en 1837, se

trata de una comedia escrita en verso y dividida en dos actos, en ella aparecen cuatro

mujeres, la madre —mujer sencilla, algo ingenua y de poca formación intelectual que se

recrea evocando su pasado a partir de las adulaciones de su marido y a la cual no parece


5
Joya más o menos preciosa que se usa para sujetar exteriormente alguna prenda del traje, o por adorno.

4
importarle mucho la educación de sus hijas ya que ante sus ojos “el cielo les ha dado

inclinaciones más altas.”— y sus tres hijas, de entre las cuales tiene que elegir esposa Juan,

hijo de un viejo amigo de don Timoteo (padre de las muchachas).

El propio don Timoteo describe las “virtudes” de sus hijas en una dialogo que

sostiene con un vecino suyo, don Antonio (que ha de jugar un papel importante dentro de la

obra) al que dice: “Mariquita toca, canta, / baila; en fin, es un modelo / de perfección: ágil,

viva, / siempre de broma y riendo. / Clara, por distinto estilo… […] / ya ve usted, siempre

leyendo / periódicos literarios / y políticos: apuesto / que sabe más ella sola, / que tres

ministros.”6 De Leonor afirma que tiene un corazón tierno, encendido y sensible, llora por

cualquier cosa, sobre todo ante los infortunios de las protagonistas de las novelas que lee.

Contrario al pensamiento de don Timoteo, las jóvenes aparecen como “defectuosas”

ante los ojos de don Antonio quien señala que una mujer debe saber las obligaciones

propias de su sexo, lo cual reafirma al final de la obra cuando hace hincapié en la falsa

instrucción de Clara, el genio ligero de María y el exceso de sensibilidad de Leonor y

resaltando los atributos que deberá tener la mujer que “un hombre de juicio recto” elija por

esposa:

… una mujer que cumpliendo / su deber, cuide su casa; / que cultive su talento / con gusto;

que si dedica / a la lectura algún tiempo / no quiera pasar por sabia; / que no esté siempre

gimiendo / por personajes ficticios; / que no ocupe su cerebro / solamente con las flores, /

los bailes y el coliseo; / ser sin ficciones sensible; / ser instruida, sin empeño / de parecer

literata. / La compostura, el aseo, / usar sin afectación, / y vivir siempre cumpliendo / las

dulces obligaciones / de su estado y de su sexo. 7

6
Fernando Calderón, “A ninguna de las tres”, en Antonio Magaña Esquivel (sel., pról. y ns.), Teatro
mexicano del siglo XIX. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1982, p. 208.
7
ibid, p. 282.

5
Esta visión es refrendada por don Juan, quien asegura que quizá en un futuro pueda hallar

en Leonor una esposa tal y como él la desea, pero por el momento no elige a ninguna de las

tres.

Contrario a lo que sucede en Contigo pan y cebolla, donde vemos a la mujer

cuestionada solo a partir de la visión masculina, en la obra de Calderón se atisba la crítica

por y hacia la mujer. En una escena del segundo acto se presenta una discusión entre las

tres hermanas en la cual Clara asevera que el tema de la política no debe ser exclusivo de

los hombres, la mujer también lo debe entender. Además, reprocha a María la veleidad y a

Leonor la sensibilidad, reconociendo que estos “defectos” se presentan en ellas debido a la

juventud que tienen y que pensarán con madurez al llegar a cierta edad.

Culmen

En la historia de la literatura la mujer ha sido retratada de diferentes maneras, como

heroína, bruja, demonio, ama de casa, prostituta, santa, etc., concepciones que han mutado

con el paso del tiempo (igual que las corrientes literarias), sin embargo, todas estas

perspectivas tienen algo en común: están supeditadas a la visión varonil. Rosa Marta

Fernández apunta que hemos vivido por siglos en una cultura sexista lo cual ha provocado

que “la subordinación de la mujer no se perciba por hombres y mujeres como un hecho

cultural impuesto y modificable sino como un orden natural y por lo mismo

incuestionable.”8

Este afán de domesticación, cosificación y adoctrinamiento de la mujer se ha dado

tanto en la práctica como en el discurso, lo que condujo a una “virilización” de la literatura,

sobre todo en Latinoamérica, donde lo ideal era que los sentimientos de la mujer, su

8
Rosa Marta Fernández, “Sexismo: una ideología”, en Elena Urrutia (comp.), Imagen y realidad de la
mujer. Secretaria de Educación Pública, Ciudad de México, 1975, p. 63.

6
creatividad y su domesticidad estuviesen en armonía, por lo cual, los “intelectuales

progresistas” ansiaban educar debidamente a las mujeres.9

Tras siglos de esta “oscuridad literaria” llegó el romanticismo como una promesa de

algo distinto, sin embargo, nos encontramos con que “la mujer debe ser débil, dulce, dócil y

bella, de una belleza tan frágil y delicada que muchas de las heroínas románticas mueren

jóvenes.”10 Por lo tanto, la figura femenina no ganó mucho, lo cual queda refrendado por

las obras antes analizadas. En ambas, el número de mujeres con protagonismo es parco; en

Contigo pan y cebolla, a pesar de que la atención se centra en Matilde y su idilio con

Eduardo, podemos ver como sus acciones están sometidas a las decisiones de las fuerzas

masculinas: primero el destino de su romance depende de la respuesta de su padre (ante la

pedida de mano), después, de si su enamorado decide rogarle o no al verla desistir y, por

último, otra vez recae en su padre ya que de él depende el tipo de vida que llevará ya

estando casada (debido al enredo que trama Eduardo). En cuanto a la vecina y la Marquesa,

queda claro que también ellas están bajo el yugo de sus maridos (y más aún, se determinan

por como ellos las conciben), a pesar de pertenecer a diferentes estratos sociales.

Pasando a la obra de Fernando Calderón, podemos ver en ella una especie de

adoctrinamiento para las mujeres de la época, ya que la única que parece ser realmente feliz

es doña Serapia, en quien se recrean los prejuicios que se tenían en torno a la figura

femenina, mientras que sus hijas se inclinan a uno u otro extremo, ninguno lo

suficientemente bueno a los ojos de los hombres. Pero, eh aquí dos factores diferentes, el

primero es que don Timoteo no se da cuenta de los defectos de sus hijas, es decir, ante sus

ojos las tres aparecen perfectas y el segundo es el papel que desempeña Clara, que aparece
9
Cfr. Jean Franco, Las conspiradoras. La representación de la mujer en México (trad. Mercedes
Córdoba). Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1994, pp. 113-132.
10
Alaíde Foppa, “Feminismo y liberación”, en Elena Urrutia (comp.), Imagen y realidad de la mujer.
Secretaria de Educación Pública, Ciudad de México, 1975, p. 85.

7
como una mujer crítica e inteligente, interesada y enterada de las cuestiones políticas de su

época, capaz de emitir un juicio objetivo de sus hermanas (lo cual la hace poco elegible

para un matrimonio); estos dos aspectos hacen una gran diferencia, porque se avizoran en

ellos trazos de literatura feminista.

Pero, ¿qué se obtiene de aquí? ¿Qué imagen femenina “romántica” se puede fijar a

partir de lo expuesto? Una imagen atemporal —porque a pesar de lo “grandes” avances que

se han hecho en cuestiones de género, aún vemos en la sociedad, aunque menos frecuentes

cada vez, casos en los que las mujeres no son capaces de dar ni un paso sin la previa

aprobación de una figura de poder, que en la mayoría de los casos es masculina— que ha

surgido del constante sometimiento a la voluntad de otros, sin importar el nivel económico

ni intelectual, pero que se acrecienta a medida que los recursos disminuyen —porque,

además, tiene que desempeñar los oficios que otras pueden delegar en sus sirvientes—. La

mujer debe ser bella y útil, debe servir de adorno y a la vez de criada, mantener en orden el

hogar y feliz al marido. Lo único que les queda a las mujeres como propio es ese ardor, ese

desborde pasional no solo hacia un ser amado, sino hacia ellas mismas y hacia lo que les

gusta, ya sea leer, adquirir conocimientos o simplemente admirar su belleza en el espejo.

Esa mujer, que ha tenido que vivir bajo el yugo primero del padre y después del

esposo, que ha tenido que ejercitar ciertas armas para tener algún tipo de participación en

las decisiones de los hombres (manipulación sutil, llanto, suplica, coquetería, mentiras

blancas, provocación de sentimientos de culpa11), busca y encuentra un pequeño espacio en

el cual poder ser plenamente.

Bibliografía
11
R. Fernández, art. cit., p. 70.

8
AYALA, María de los Ángeles, “Una sonrisa romántica desde el exilio: Contigo pan y
cebolla, de Manuel Eduardo Gorostiza”. Teatro: revista de estudios teatrales, 6-7
(1995), pp. 151-162.
CALDERÓN, Fernando, “A ninguna de las tres”, en Antonio Magaña Esquivel (sel., pról. y ns.),
Teatro mexicano del siglo XIX. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1982, pp.
202-284.
FERNÁNDEZ, Rosa Marta, “Sexismo: una ideología”, en Elena Urrutia (comp.), Imagen y
realidad de la mujer. Secretaria de Educación Pública, Ciudad de México, 1975, pp. 62-79.
FOPPA, Alaíde, “Feminismo y liberación”, en Elena Urrutia (comp.), Imagen y realidad de la
mujer. Secretaria de Educación Pública, Ciudad de México, 1975, pp. 80-101.
FRANCO, Jean, Las conspiradoras. La representación de la mujer en México (trad. Mercedes
Córdoba). Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1994, pp. 240.
GOROSTIZA, Manuel Eduardo de, “Contigo pan y cebolla”, en Antonio Magaña Esquivel
(sel., pról. y ns.), Teatro mexicano del siglo XIX. Fondo de Cultura Económica,
Ciudad de México, 1982, p. 135-197.

S-ar putea să vă placă și