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conducta, o conocimiento práctico en el sentido más estricto del término. Por


“fines virtuosos” se entiende aquí los modos de regulación racional de las
tendencias, de los sentimientos (pasiones) y de las acciones requeridos para
alcanzar la plenitud de la vida humana y cristiana, y que genéricamente (esto
es, sin descender a las acciones concretas que aquí y ahora se deben
realizar) llamamos prudencia, justicia, humildad, sinceridad, fortaleza,
generosidad, templanza, etc.50.

El fin virtuoso no es principio de la prudencia si se considera como una


proposición teórica que hace de premisa mayor o como un valor abstracto. Lo
que propiamente es principio de un razonamiento práctico es el deseo de un
fin; por eso, como las virtudes morales –en su aspecto intencional– consolidan
el deseo de los fines virtuosos, se dice que sin estas no puede haber prudencia.
En efecto, el último juicio práctico sobre lo que aquí y ahora es conveniente
necesariamente tiene en cuenta los deseos actuales del sujeto. Para garantizar
que este juicio sea conforme al bien, es necesaria la rectitud habitual de los
deseos del sujeto (dimensión intencional de la virtud)51. Sin embargo, para ser
prudente no bastan las virtudes morales. El recto orden habitual de las
tendencias y de la voluntad es condición necesaria, pero no suficiente.

En resumen podemos decir que la dimensión intencional de la virtud es


la ordenación estable de los apetitos y de las tendencias que permite
deliberar sin ningún obstáculo a partir de los fines de las virtudes. El vicio, al
contrario, lleva a juzgar mal no solo sobre este o aquel acto, sino que fija en el
ánimo una finalidad torcida, que se traduce en máximas como: “todo lo que
produce placer ha de ser gozado”, “hay que evitar todo esfuerzo fastidioso”,
etc., a partir de las cuales la razón delibera imprudentemente de modo
habitual. La función de la virtud no es, por tanto, meramente negativa –impedir
el obstáculo de la pasión–, sino también positiva: establecer un deseo recto
como principio práctico.
Diversa es la situación de quien no posee ni la virtud ni el vicio, ya que sus
apetitos no están establemente inclinados ni al bien ni al mal: es el caso, por ejemplo, de
aquellos que Aristóteles y Santo Tomás llaman continente e incontinente, que no tienen
la templanza ni su vicio opuesto. En los dos sujetos están presentes al mismo tiempo las
exigencias de la recta razón y de la concupiscencia, y por eso el Aquinate dice que

50
Véase la explicación de G. ABBÀ, Felicità, vita buona e virtù, cit., pp. 244-250.
51
«De donde resulta que, para tener el hábito de formular tales juicios, hace falta la
buena inclinación habitual de la facultad apetitiva, es decir, la virtud moral. Tal es la razón
por la que la “prudencia”, que así se llama el hábito relativo a esos juicios, aunque es
esencialmente una virtud intelectual, constituye, no obstante, de un modo material y
presupositivo, una virtud moral, por suponer la rectitud del apetito y tener como objeto los
actos moralmente buenos de él» (A. MILLÁN PUELLES, Fundamentos de filosofía, Rialp,
Madrid 19696, p. 654).

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