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PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

Me parece que en la ética, así como en todos los otros estudios


filosóficos, las dificultades y desacuerdos de que su historia está
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llena se deben principalmente a una causa muy simple, a saber,
al intento de responder cuestiones, sin descubrir antes con pre-
cisión qué cuestión se desea responder. No sé hasta qué punto
~I¡ se acabaría esta fuente de error si los filósofos trataran de des-
~~\ cubrir qué cuestión plantean, antes de intentar responderla;
pues la tarea de analizar y distinguir es, con frecuencia, muy di-
fícil; a menudo podemos fallar y no hacer el descubrimiento
necesario, aun cuando hagamos el intento definido de ~lcan-
zarlo. Pero me inclino a pensar que, en muchos casos, bastaría
un intento decidido para conseguir buen éxito; de tal manera
que, si sólo se hiciera este intento, desaparecerían muchos de
los desacuerdos y dificultades más notorios que encierra la filo-
sofía. Sin embargo, los filósofos parecen, en general, no hacer
el menor intento. Y, ya sea como consecuencia o no de esta
omisión, constantemente tratan de demostrar que con un "sí"
o un "no" responderán a cuestiones cuya respuesta correcta no
es ninguna de éstas, debido al hecho de que lo que tienen ante
los ojos no es una cuestión, sino varias, de las cuales algunas tie-
nen como respuesta verdadera un "no" y otras un "sí".
He tratado de distinguir claramente, en este libro, dos clases
de preguntas que los filósofos de la moral siempre hañ p;eten-
aido contestar, pero que -como trataré de mostrar- casi siem-
pre han confundido, no sólo entre sí, sino con otras cuestiones.
La primer!-de estas dos cuestiones puede expresarse en la for-
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ma: ¿qué clase de cosas deben existir por mor de sí mismas?, y mostrar que una acción debe hacerse, y cualquier otro género
la se~pda, en la forma: équé clase de acciones debemos llevar de evidencia es totalmente irrelevante. Se concluye que, si algún
a cabo. Trataré de mostrar con exactitud qué es lo que pregun- filósofo de la ética ofrece alguna prueba en favor de proposicio-
tamos acerca de una cosa cuando inquirimos si debe existir por nes de la primera clase, o bien, si respecto de proposiciones de
mor de sí misma, si es buscada en sí misma o si tiene valor in- la segunda clase falla en aducir a la vez verdades causales y éti-
trínseco, y qué es lo que preguntamos acerca de una acción cas, o si aduce verdades que no sean ni lo uno ni lo otro, su ra-
cuando preguntamos si debemos hacerla, si es una acción co- zonamiento no tiene la menor propensión a fundamentar sus
rrecta o un deber. conclusiones. Pero no sólo sus conclusiones están totalmente
Pero de una clara visión de la naturaleza de estas dos cuestio- desprovistas de peso. Más aún, tenemos razones para sospechar
nes, me parece que se desprende un segundo resultado más im- que ha caído en el error de confusión; puesto que suministrar
portante, a saber, cuál es la naturaleza de la evidencia única en evidencia fuera de propósito indica, por lo general, que el filó-
virtud de la cual puede probarse o refutarse una proposición sofo que la ofrece tiene presente no la cuestión que pretende
ética, confirmarse o tornarse dudosa. Pienso que, una vez gue contestar, sino otra enteramente distinta. Las discusiones éticas
reconozcamos el significado exacto de las dos cuestio~ se hasta ahora han consistido principalmente, quizás, en razona-
haraclaro que clases de razones exactamente tienen importan- mientos de esta Índole totalmente irrelevante.
Cia, como argumentos en pro o en contra de una respuesta par- Uno de los principales objetivos de este libro puede expre-
ticular dada a ellas. Se hace patente que no puede aducirse sarse, entonces, cambiando ligeramente ~o de los títulos fa-
nin na evidencia im ortante en favor de las res ~stas dadas mosos de Kant. He tratado de escribir los Prolegómenos a toda
<;0aprimera cuestión; no se puede in erir de ninguna otra ver- ética futura que pretenda presentarse como ciencia. En otras pala-
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dad, excepto de ellas solas, que sean verdaderas o falsas. Pode- bras, he tratado de de~cubrir cuáles son los principios funAa-
mos precavernos del error si tenemos cuidado, al tratar de dar mentales del razonamiento ético; establecer estos principios,
respuesta a una cuestión de esta clase, de tener presente esa más bien que ninguna de las conclusiones que pueden alcanzar-
cuestión sola y no alguna o algunas otras; pero trataré de mos- se mediante su uso, puede considerarse mi objetivo principal.
trar que existe el grave peligro de caer en tales errores de con- No obstante, he intentado también presentar, en el capítulo V.1.
fusión, así como también mostraré cuáles son las principales algunas conclusiones respecto a la respuesta adecuada a la pre-
precauciones con cuyo uso podemos evitarlos. Por lo que toca gunta ''"[Qué es bueno en sí?", que son muy distintas de las que
a la segunda cuestión, se hará igualmente claro que ~na de han sido defendidas comúnmente por los filósofos. He tratado
sus respuestas es capaz de probarse o no; que son, indudable- de definir las clases en que se encuadran todos los grandes bie-
ñieñte, tantas las diferentes consideraciones pertinentes a su nes y males; he sostenido que muchas cosas diferentes son bue-
verdad o falsedad, que tornan o muy difícil alcanzar una proba- nas o malas en sí, y que ninguna clase de cosas posee alguna
bilidad, o imposible lograr una certeza. Con todo, la clase de evi- otra propiedad que sea, a la vez, común para todos sus miem-
~ngp que es a la vez necesaria y la unica pertinente para bros y peculiar de ellos.
semejantes pruebas y refutación,!s capaz de ser definida exac- A fin de expresar el hecho de que las proposiciones éticas de
tamente. Tal evidencia debe contener propOSICIOnesde dos, y mi primera clase son incapaces de prueba o refutación, he seguí-
de sólo dos, clases; debe componerse, en primer lugar, de ver- do a veces la cos~mbre de Sidgwick y las he llamado '~-
dades respecto a los resultados de la acción de que se trate -de ~". Pero ruego que se observe que no soy un "intuicionist:L
verdades causales-; pero también debe contener verdades éticas en el sentido ordinario del término. Sidgwick mismo no parece
perten~cientes a nuestrapnmera clase o la clase evident , haberse percatado nunca claramente de la inmensa importan-
~. Son necesarias muchas verdades de ambas clases para de- cia que tiene la distinción que separa su intuicionismo de la
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doctrina común a la que generalmente se ha aplicado este nom- pio de las unidades orgánicas. Como consecuencia de estas dos
bre ..~I intuicionista, propiamen~ dicho, se distingue por soste- diferencias, sus conclusiones respecto a qué cosas son buenas
ner que las proposiciones de mi segunda clase -proposiciones en sí difieren también de modo muy esencial de las mías. Sin
'I~! que afirman que una-c1ertaacción es correcta o es un deber-:,.E.S! embargo, acepta que hay muchos bienes diferentes y que el
pueden demostrarse ni refutarse mediante una investi~<ión amor a los objetos buenos y bellos constituye una clase impor-
acerca de los resultados de tales acciones. Por el contrario, no tante entre ellos.
~toy menos ansioso de sostener que ~Q!:.oposiciones de esta Deseo referirme a un descuido del que sólo me percaté
clase no son intuiciones, que de sostener que las proposiciones cuando ya era muy tarde para corregirlo, y que me temo pueda
de mi primera claseSilo son. causar dificultades innecesarias a algunos lectores. He omitido
discutir directamente las relaciones mutuas de las varias nocio-
Además, desearía que se observara que, cuando denomin
nes distintas que se expresan todas con la palabra "fin". Las
"intuiciones" a tales proposiciones, pretendo meramente afirmar
consecuencias de esta omisión pueden, tal vez, evitarse recu-
que no se pueden demostrar; no doy por entendido nada res-
rriendo a mi artículo "Teleology", en el Dictionary oJPhilosophy
ecto a la manera u origen de Mestto conoCimiento de ellas.
Aún menos doy por enten I o como muchos intuicionistas and Psychology de Baldwin.
Si fuera a reescribir mi obra ahora, haría un libro muy dife-
han hecho) que cualquier proposición sea verdadera a causa de
rente y creo que lo podría hacer mejor. Pero es de dudarse si,
que la conocemos de un modo particular o mediante el ejerci-
al intentar satisfacerme, no tornara meramente más oscuras las
CIO de una facultad particular. Por el contrario, sostengo que de
ideas que más ansioso estoy de transmitir, sin la correspondien-
cualquier modo que sea posible conocer una proposición v;C::
te ganancia en perfección y cuidado. Sea lo que fuere, mi creen-
(ladera, es también posible conocer una falsa.
l' cia de que publicar el libro como está es lo mejor que puedo
Cuando había sido casi completado este libro, encontré, en
hacer no me impide percatarme con pena de que está lleno de
The Origin oJ the Knowledge oJ Right and Wrong, I de Brentano,
~ defectos.
opiniones con un parecido mucho más estrecho a las mías que
las de cualquiera otro ético que haya conocido. Brentano pare- TRINITY
COLLEGE,
Cambridge
ce estar completamente de acuerdo conmigo (1) en considerar Agosto de 1903
que todas las proposiciones éticas se definen por el hecho de
que predican un concepto objetivo particular y único; (2) en di-
vidir tajantemente tales proposiciones en las mismas dos clases; [Este libro se reimprime ahora sin ninguna alteración, excep-
(3) en sostener que la primera clase no se puede demostrar, y tuando la corrección de unas pocas erratas y errores gramatica-
(4) por lo que toca al género de evidencia que es necesaria y les. Se reimprime porque aún estoy de acuerdo con su tendencia
pertinente para la demostración de la segunda clase. Pero con- principal y sus conclusiones. y se re imprime sin alteración por-
sidera que el concepto ético fundamental no es el concepto que creo que si principiara a corregir lo que me parece necesa-
simple que yo denoto con "bueno", sino otro más complejo rio, no estaría lejos de reescribir el libro entero.
que he usado para definir "bello". Y no reconoce, sino que in-
Cambridge, 1922.
cluso niega por implicación, el principio que he llamado princi-
G.E.M.]
1Franz Brentano, The Origin o/ the Knowtedge o/ Right and Wrong, trad. ingle-
sa de Cecil Hague, Constable, 1902. He escrito una reseña de este libro que, según
espero, aparecerá en el International [oumal o/ Ethics, en octubre de 1903. Me per-
mito remitir a esta reseña al que quiera ver con más detalle las razones de mi des-
acuerdo con Brentano.

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