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APUNTES PARA EL CAMINO

Reflexiones y motivaciones cortas


sobre la fe y la vida cristiana

Matilde Eugenia Pérez Tamayo


Yo soy el Camino,
la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mí.

Jesús
(Juan 14, 6)
PRESENTACIÓN

Caminar en la presencia del Señor.


Caminar guiados por su luz que todo lo ilumina.
Caminar enriquecidos por su amor que no tiene
límites ni pone barreras.
Caminar fortalecidos por su fuerza omnipotente.

Caminar sin descanso.


Caminar sin miedo.
Caminar apoyados en la fe.
Caminar sostenidos por la esperanza.
Caminar en el amor y con amor.

Caminar primero despacio, luego un poco más


rápido, hasta alcanzar un ritmo sostenido.
Caminar mirando siempre adelante.
Caminar aunque caigamos muchas veces.
Caminar dispuestos a levantarnos cada que sea
necesario.

Caminar con el corazón lleno de alegría.


Caminar con entusiasmo.
Caminar con los otros, en grupo.
Caminar como familia, unidos en comunidad.

Caminar sin detenernos.


Caminar por el camino señalado por Jesús.
Caminar por el Camino que es Jesús.
Caminar con los ojos fijos en él.
Caminar volviendo atrás una y otra vez, para
recuperar siempre la senda perdida.

Caminar de pie... erguidos...


y también, caminar de rodillas, cuando la
ocasión así lo indique.

Caminar superando el cansancio.


Caminar venciendo los obstáculos que nunca
faltan.
Caminar y caminar...
Esto es la vida cristiana.

El libro que tienes en tus manos, querido lector,


quiere ayudarte en este caminar de cada día.

Ayudarte, apoyarte, motivarte,


guiarte, acompañarte.
Sin pretensiones.
Con humildad.

Porque nadie tiene la última palabra.


Sólo Jesús que es la Palabra eterna de Dios a la
humanidad de todos los tiempos.

La autora
SUGERENCIAS PARA LA LECTURA

Este es un libro para leer despacio,


lentamente, paso a paso. Un libro para pensar,
para meditar, para orar, para compartir con
otros.

Se puede leer en orden o en desorden, como


cada uno quiera, como le vaya mejor, porque
en realidad no tiene un orden estricto; son
apuntes, pensamientos o reflexiones
independientes entre sí.

Lo importante es hacerlo cada día, con


atención y cuidado, como se hace lo que uno
considera que es importante.

También se puede releer, comentar, compartir


con otros.

El objetivo no es sentar una doctrina


inamovible, sino mover el corazón. Ayudar a
reflexionar.

Motivar a vivir la fe cristiana como un proceso


de crecimiento y conversión constantes.
Cuando vayas a dormir,
lleva en tu pensamiento
algo con lo que duermas
plácidamente…
Una invocación, una súplica,
un pasaje de la Escritura…
De este modo,
la noche será para ti
luminosa como el día.

Carta de oro de las Cistercienses


1. Dios no es una idea, un principio, un ser
indeterminado.

Dios no es una fuerza, un poder, una energía


envolvente.

Dios no es un concepto frío, difícil de explicar y


difícil de entender.

Dios no es una entidad indefinible e inabarcable,


de la cual sólo sabemos que existe, y nada más.

Dios es un ser personal.


Dios es una persona concreta y real.
Dios es un Tú con el que podemos relacionarnos
íntima y profundamente.

Dios es un Padre que ama a sus hijos con un


amor que no tiene medida, ni pone condiciones.

Dios es Amor… El Amor.


Dios es la Bondad… El Bien absoluto
Dios es la Verdad.
Dios es la Belleza.
Dios es la Vida.

Dios es Amor…
El Amor que nos acaricia, nos estrecha contra su
corazón de Padre-Madre, nos cuida y nos
protege siempre.

El amor de Dios sana nuestras heridas, destruye


nuestros miedos, consuela nuestras tristezas,
acompaña nuestra soledad.
2. En una ocasión, dijo Jesús a sus discípulos:
Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos
dijo al padre: “Padre, dame la parte de la
hacienda que me corresponde". Y él les repartió
la hacienda.

Pocos días después el hijo menor lo reunió todo


y se marchó a un país lejano donde malgastó su
hacienda viviendo como un libertino.

Cuando hubo gastado todo, sobrevino un


hambre extrema en aquel país, y comenzó a
pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con
uno de los ciudadanos, que le envió a sus fincas
a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre
con las algarrobas que comían los puercos, pero
nadie se las daba.

Y entrando en sí mismo, dijo: “¡Cuántos


jornaleros de mi padre tienen pan en
abundancia, mientras que yo aquí me muero de
hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré:
Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no
merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a
uno de tus jornaleros".

Y, levantándose, partió hacia su padre.


Estando él todavía lejos, le vió su padre y,
conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó
efusivamente. El hijo le dijo: “Padre, pequé
contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser
llamado hijo tuyo".

Pero el padre dijo a sus siervos: “Traigan aprisa


el mejor vestido y vístanlo, pónganle un anillo en
su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el
novillo cebado, mátenlo, y comamos y
celebremos una fiesta, porque este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba
perdido y ha sido hallado". Y comenzaron la
fiesta. (Lucas 15, 11-24).

Así es Dios.
Así nos ama Dios.
3. Dios es Amor y nos ama infinitamente,
profundamente, con un amor que no conoce
barreras.

Dios es Amor y nos ama con delicadeza y


ternura. Nos protege de todo mal y peligro, nos
cuida, nos mima.

Dios es Amor y nos ama tan vivamente a cada


uno, que se compadece de nuestros
sufrimientos, de nuestros dolores físicos y
espirituales; los "sufre", los "padece" en su
propio ser de Dios.

Dios es Amor y nos ama con un amor


misericordioso, un amor que perdona, un amor
que destruye nuestras culpas y pecados, por
grandes que sean.

Tan grande es el amor de Dios por nosotros, que


san Juan afirma con contundencia en una de sus
cartas:

“Quien no ama no ha conocido a Dios, porque


Dios es Amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos
tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo
único, para que vivamos por medio de él.

En esto consiste el amor: no en que nosotros


hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó
y nos envió a su Hijo, como propiciación por
nuestros pecados” (1 Juan 4, 8-10).

No hay amor más grande que el amor que Dios


siente por cada uno de nosotros.
Por cada hombre y cada mujer, de todos los
tiempos y todos los lugares.
4. Dios nos creó por amor. Nos ama cada día de
nuestra vida, y nos amará por siempre.

Dios nos ama con todo su corazón, sin límites ni


condiciones.

Dios nos ama porque somos su hijos, y nos hizo


sus hijos porque nos ama.

El mayor deso de Dios es que nosotros


aprendamos a amar como Él, para que seamos
felices.

Sin embargo, muchas veces le tenemos miedo al


amor.

A dejarnos amar por Dios, y también a amarlo


nosotros a Él.

A amar a quienes viven a nuestro lado y a


dejarnos amar por ellos.

Tenemos miedo al amor, porque el verdadero


amor es entrega.
El verdadero amor es donación.
El verdadero amor es sacrificio.
El verdadero amor "duele" en las entrañas.
Dios es amor y nunca dejará de amarnos.
Podemos estar seguros de ello.
5. Sólo Dios es el Señor del hombre. No hay
ningún otro. Esta es la novedad perenne que
hemos de descubrir cada día.

Dios no se revela mediante el poder y la riqueza


del mundo, sino mediante la debilidad y la
pobreza.

Dios es nuestro refugio, la fuente de nuestra


serenidad y nuestra paz.

Fiarnos de Dios no resuelve mágicamente los


problemas, pero nos permite afrontarlos con el
ánimo necesario, con valentía.

Invocar a Dios como “Padre” nos pone en una


relación de confianza con Él, como un niño que
se dirige a su papá, sabiendo que es amado y
cuidado por Él.

Dios no nos abandona nunca. Esta certeza


tenemos que tenerla en el corazón. ¡Dios no nos
abandona nunca!

Papa Francisco
Las personas más desdichadas
que he conocido
no son las más enfermas,
ni las más pobres,
ni las más ignorantes,
sino las que no sienten
el amor de Dios.

Santa Teresa de Calcuta


6. Dios nos creó por amor. Quería compartir
con nosotros su felicidad que es amar. Amar
siempre y sin medida.

Dios nos ama y hace efectivo su amor por


nosotros, creándonos a su imagen y semejanza:
inteligentes, libres y capaces de amar.

Dios nos ama y su amor por nosotros es tan


grande que se vino a vivir a nuestro mundo, en
medio de nosotros, en la persona de Jesús, su
Hijo, que es Dios encarnado.

Dios nos ama tanto que entregó su vida por


nosotros en la cruz.

Dios nos ama y su amor por nosotros es tan


grande que llena nuestra vida con el regalo
maravilloso de su amor, que es el Espíritu Santo.

Dios nos ama y su amor nos llama a la


resurrección y la Vida eterna, que será – sin
duda - una vida en la plenitud del amor.

Nosotros amamos a Dios, amando con amor


verdadero y profundo, humilde y generoso, a
quienes comparten su vida con nosotros,
particularmente a los más pobres y débiles, que
son sus preferidos, porque son los que sienten la
necesidad del amor de Dios.

Todo esto nos lo enseñó Jesús.


7. El amor de Dios por nosotros es un amor
compasivo y misericordioso.

Un amor infinitamente paciente.

El amor de Dios por nosotros es un amor sin


límites ni condiciones.

Un amor que perdona nuestros pecados – todos,


sin excepción -, y sana nuestras heridas más
profundas.

Un amor de Padre y Madre a la vez.

El amor de Dios por nosotros es un amor que


nos cuida y nos protege, nos apoya y sostiene.
Un amor fuerte y profundo, tierno y delicado.

El amor de Dios por nosotros es un amor alegre


y bello, que llena el corazón de gozo, de
esperanza y de paz.

El amor de Dios por nosotros es un amor


enteramente gratuito.

No tenemos que hacer nada para conseguirlo.


¡Ya lo tenemos!
Es muy triste que en el mundo haya tantas
personas que no conocen este amor de Dios. Y
tantas otras que habiéndolo conocido lo han
olvidado.
8. Cada día Dios nos espera con los brazos
abiertos para acogernos y para comunicarnos su
amor y su fuerza salvadora, porque nos ama
con un amor absoluto e incondicional.

Invocar el amor de Dios - por nosotros mismos y


por el mundo entero -, es lo mejor que los seres
humanos podemos hacer en nuestra oración.

Necesitamos desesperadamente el amor de


Dios, su consolación, su apoyo, su bondad, su
generosidad sin límites, su paz.

En el sagrario, Jesús – que es Dios-con-


nosotros, Dios-entre-nosotros – nos espera cada
día.

Es el lugar más adecuado y también el más


especial, para encontrarnos con él.

Desde el sagrario, Jesús Eucaristía, presente en


el Pan consagrado, derrama sobre nosotros sus
dones y gracias con gran generosidad

¡Qué bueno sería que tomáramos la costumbre


de acercarnos cada día y todos los días a un
templo, para hacerle una visita!
9. Dios no nos ama porque cuando hablamos
decimos muy bellas palabras, y todos los que
nos rodean nos adulan y nos siguen.
Dios nos ama porque Él mismo es amor
y no puede no amarnos.

Dios no nos ama porque con los bienes que


poseemos hemos creado un imperio en el que
somos personas importantes, tenidas por los
demás en alta consideración. .
Dios nos ama porque su corazón sólo
sabe amar.

Dios no nos ama porque muchos hablan bien de


nosotros y reconocen nuestros méritos, o porque
en todas las actividades que hemos emprendido
hemos logrado un resultado óptimo.
Dios nos ama más allá de nuestras
obras y realizaciones, y también de
nuestros fracasos y nuestras caídas.

Dios no nos ama por lo que hacemos, por lo que


decimos, por lo que tenemos, o por lo que
representamos para la sociedad.
Dios nos ama porque somos sus hijos
muy queridos.

Dios no nos ama porque merecemos su amor.


Dios nos ama gratuitamente.

Dios no nos ama porque somos buenos.


Dios nos ama y con su amor, Él nos hace
buenos.

El amor de Dios por nosotros – por todos los


hombres y mujeres del mundo -, es lo más
maravilloso que puede pasarnos, lo más grande
que podemos tener, lo más bello y sublime que
podamos experimentar.

¡Abramos nuestro corazón para recibirlo como


se debe!

¡Abramos el corazón y dejémonos amar!


10. Dios ama con un amor sin fin, que ni
siquiera el pecado puede frenar.

Dios mira con cariño a cada uno, con nombre


propio.

El amor de Dios es un amor que permanece


siempre joven, activo y dinámico, y que atrae
hacia sí de un modo incomparable. Un amor fiel
que no traiciona a pesar de nuestras
contradicciones. Un amor fecundo que genera y
va más allá de nuestra pobreza.

Estamos llamados a caminar para entrar cada


vez más dentro del misterio del amor de Dios
que nos sobrepasa, y nos permite vivir con
serenidad y esperanza.

El amor fiel que Dios tiene por cada uno de


nosotros, nos ayuda a afrontar con serenidad y
fuerza el camino de cada día, que a veces es
ágil, a veces en cambio, es lento y fatigoso.

Si queremos conocer el amor de Dios debemos


mirar al crucificado, un hombre torturado, un
Dios vaciado de la divinidad, ensuciado por el
pecado. Un Dios que, aniquilándose, destruye
para siempre el mal.
En cualquier situación de la vida no debo olvidar
que no dejaré jamás de ser hijo de Dios. Incluso
en las situaciones más feas de la vida, Dios me
espera. Dios quiere abrazarme.

Papa Francisco
Como vemos en la historia,
Dios recompensará
no sólo lo que hagamos,
sino también
lo que hayamos deseado hacer,
aún sin tener
la fuerza suficiente
para llevarlo a cabo.
Entonces… ¡Desea sin límites!

San Maximiliano Kolbe


(Mártir de la Segunda guerra mundial)
11. En la encarnación de Jesús en el seno
virginal de María, por obra del Espíritu Santo,
Dios asumió como propia nuestra fragilidad
humana.

Asumió, es decir, hizo suyas, nuestra pequeñez


y nuestra debilidad, nuestras limitaciones y
nuestras incapacidades, nuestra lucha de todos
los días, nuestros triunfos y nuestras derrotas.

Esto quiere decir, que en Jesús y por él, Dios


que nos conoce a todos y a cada uno, como a la
palma de su mano; Dios que nos ama
infinitamente a pesar de nuestros
equivocaciones y nuestros fracasos, de nuestros
miedos y nuestras traiciones, lo apostó todo por
nosotros, y esto lo hace digno de nuestra
confianza total y absoluta, de nuestra entrega a
su Voluntad, que es siempre una Voluntad
salvadora, una Voluntad para el bien.

Sólo Dios, en Jesús, puede salvarnos de


nuestros miedos, de nuestras angustias, de
nuestros temores.

Sólo Dios, en Jesús, puede conducirnos por el


camino del bien, por el camino que lleva a la
verdadera felicidad.
12. Jesús no es un Dios "disfrazado" de
hombre, y tampoco un hombre "disfrazado" de
Dios.

Jesús no es un hombre con superpoderes, algo


así como "superman", el "hombre araña", o
cualquier otro de los héroes de las películas de
aventuras, o de ciencia ficción.

Jesús no es un Maestro de Luz, como afirma el


Movimiento de la Nueva Era.

Jesús no es simplemente un revolucionario


social, como piensan algunos.

Jesús no es una "muy buena persona", un líder


de su tiempo, como dicen otros.

Jesús es Dios mismo, presente y actuante en


nuestro mundo.

Jesús es el Hijo Único de Dios, encarnado.


Jesús es Dios verdadero y hombre verdadero.
Jesús es el rostro humano de Dios.
Jesús es nuestro Señor y nuestro Salvador.

Encontrarnos con Jesús es lo más grande que


puede sucedernos en la vida.
Pero encontrarnos de frente, cara a cara; no
para verlo con los ojos de la carne, sino para
verlo y escucharlo con los ojos y los oídos de la
fe, con los ojos y los oídos del corazón.

Encontrarnos para establecer con él una relación


de amistad, una relación de intimidad, que nos
lleve a amarlo con todo el corazón, a hacernos
sus discípulos, y a tratar de seguir sus
enseñanzas en nuestra vida de cada día.
13. La encarnación de Jesús en el seno virginal
de María, es un acontecimiento en el que
tenemos que pensar muchas más veces de las
que solemos hacerlo.

Implican muchas más cosas que la Navidad, a la


que acostumbramos reducirlo.

Jesús se encarnó y se hizo hombre, en el seno


virginal de María, por obra del Espíritu Santo, es
decir, por la Voluntad y el poder de Dios, que no
teme inclinarse, que no teme abajarse, que no
teme humillarse, para "hacerse semejante" a sus
criaturas.

Por la encarnación de Jesús, nuestra humanidad


es engrandecida y elevada de una manera
inimaginable para nosotros, y todas las
situaciones y circunstancias que afectan nuestra
condición frágil y limitada, son bendecidas.

Jesús, que es Dios encarnado, Dios


"humanizado", da valor a cada hecho humano, a
cada acontecimiento de nuestra historia
personal, desde la misma gestación en el seno
materno, hasta la muerte.
Nada queda excluido, sólo el pecado, porque el
pecado no es propio de la naturaleza humana,
sino resultado del mal uso que hacemos de
nuestra libertad.

Si lo pensamos con detenimiento, no podemos


más que sorprendernos y dar gracias con todo el
corazón.

Sorprendernos, dar gracias, y comprometernos a


vivir nuestra vida, procurando manifestar en
cada palabra y en cada acción, nuestro amor
sincero y profundo y nuestro agradecimiento a
Dios por su infinita bondad.
14. La Encarnación de Dios en la persona de
Jesús, es un misterio de amor, un milagro de
amor, que llena nuestra vida humana de alegría
y esperanza.

El corazón amoroso de Jesús es para nosotros


un verdadero refugio, un remanso de paz.

Acogidos amorosamente en él, podemos


reponer nuestras fuerzas para seguir
enfrentando con valor y esperanza, las diversas
situaciones que la vida nos trae.

Al corazón de Jesús podemos confiar todos


nuestros afanes, nuestras angustias y nuestros
temores, nuestros miedos e inseguridades,
nuestras necesidades materiales y espirituales,
nuestros anhelos y deseos, nuestras victorias y
nuestras derrotas.

Jesús, que vivió como uno cualquiera de


nosotros, y experimentó en su propia carne y en
su propia alma, las alegrías y los sufrimientos
que nos afectan a todos, es el compañero
perfecto para los momentos de soledad y de
tristeza, de temor y dolor, de búsqueda y
esperanza, de alegría y de fervor, que
experimentamos una y otra vez.
Sólo tenemos que elevar nuestro pensamiento y
nuestro corazón a él, ponernos en sus manos
con total confianza. No nos defraudará. De eso
podemos tener la absoluta seguridad.
Jesús no defrauda a nadie que ponga su
confianza en él, que se entregue a él.

Es siempre amoroso y siempre fiel.


15. La grandeza del misterio de Dios, se
conoce solamente en el misterio de Jesús, y el
misterio de Jesús es precisamente el misterio
del abajarse, del aniquilarse, del humillarse.

La ternura de Dios se revela plenamente en


Jesús. En él obra la inmensa compasión del
Padre.

Jesús es el Amor hecho carne. Jesús es el


sentido de la vida y de la historia, que ha puesto
su tienda entre nosotros.

Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los


pobres, sus gestos, su coherencia, su
generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente, su
entrega total, todo es precioso y le habla a la
propia vida.

Jesús es como nosotros. Jesús vivió como


nosotros. Es igual a nosotros en todo, menos en
el pecado. No era un pecador, pero para ser
igual a nosotros, asumió nuestro pecado.

Jesucristo, encarnación de la misericordia de


Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha
resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es
el Señor!
Cristo es el Evangelio eterno, y es el mismo
ayer, hoy, y para siempre, su riqueza y su
hermosura son inagotables. Él es siempre joven
y fuente constante de novedad.

Papa Francisco
En el diálogo amoroso
de un alma con Dios,
germinan
los grandes acontecimientos
que cambian
el rumbo de la historia.

Edith Stein
(Santa Teresa Benedicta de la Cruz
Mártir de la Segunda guerra mundial)
16. En Jesús, Dios se hace visible para nosotros
como un Dios que desciende, que se abaja, que
se humilla y se sitúa al nivel de sus criaturas.

¿Por qué?… ¿Para qué?…

Por una razón muy sencilla: nos ama y desea


compartirlo todo con nosotros. Asumir en sí
mismo todas nuestras limitaciones y fragilidades,
y participarnos la grandeza de su divinidad.

La presencia de Jesús en nuestro mundo, como


uno cualquiera de nosotros, es un don
excepcional de Dios, un regalo de su amor, que
tenemos que valorar en su verdadera dimensión.

No tenía que ser así… Fue así, es así, porque


Dios que es Amor, “sintió” que esta era la mejor
manera de estar cerca de nosotros y “decirnos”
que nos ama.

No tenía que ser así… Fue así, es así, porque


Dios, nuestro Dios, es el Dios de las sorpresas,
de los hechos inesperados; el Dios que hace
posible lo imposible, en favor de sus hijos.
Tenemos que pensar mucho en esta verdad de
nuestra fe cristiana, para valorarla en su justa
medida y agradecerla como un gran regalo.
17. Jesús en el pesebre, acostado entre pajas,
pequeño, débil, indefenso, pobre y humilde, nos
enseña que para Dios no tienen valor ni el
dinero, ni las comodidades que con él se
adquieren, ni la condición social, o el poder que
se tenga.

Lo único importante, lo que realmente vale, es lo


que somos por dentro, lo que hay en nuestro
corazón;
 nuestra capacidad de amar, de servir, de
compartir lo que somos y lo que
tenemos;
 la honestidad con la que obramos;
 la fe que nos impulsa;
 la esperanza que nos anima.

Es bueno pensar con frecuencia y profundidad


en la humanidad de Jesús.

Nos hace sentirlo más cercano a nuestra


realidad cotidiana.

Nos impulsa a relacionarnos más íntimamente


con él.
Nos ayuda a comprender que a pesar de
nuestras debilidades y de nuestras flaquezas,
podemos, como él, vencer el mal con el bien.
18. Jesús vino a nuestro mundo para
mostrarnos el amor que Dios siente por
nosotros, y para enseñarnos a vivir como
verdaderos hijos suyos.

Toda su vida, sus acciones y sus palabras, son


para nosotros guía y ejemplo que debemos
seguir, si queremos corresponder al amor de
nuestro Padre.

Jesús actuaba siempre y en todo con


misericordia.

Se compadecía de los enfermos y los curaba; de


los pecadores y los perdonaba; de las mujeres y
las defendía de quienes pensaban mal de ellas;
de los niños que no eran tenidos en cuenta para
nada, y los llamaba para acariciarlos y
bendecirlos.

Siguiendo su ejemplo, también nosotros


tenemos que ser misericordiosos con todas y
cada una de las personas que se crucen en
nuestro camino.

No hay otra manera de ser verdadero discípulo


de Jesús
19. El pesebre de Belén y la cruz del Calvario
están íntimamente unidos.

El pesebre es humildad;
La cruz es humillación.

El pesebre es pobreza;
La cruz es desprendimiento de todo.

El pesebre es aceptación de la Voluntad del


Padre;
La cruz es abandono en las manos del
Padre.

El pesebre es silencio y soledad, amor y ternura;


La cruz es silencio de Dios, soledad
interior, abandono de los amigos; amor
sin límites.

El pesebre es fragilidad, pequeñez, desamparo;


La cruz es sacrificio, don de sí mismo,
entrega total.

Coherencia de principio a fin, que nostros


tenemos que corresponder y tratar de imitar en
nuestra propia vida.
20. La cruz de Jesús, levantada en el Calvario,
es el lugar de nuestra salvación.

En ella, el Señor consumó su entrega al Padre,


por amor a nosotros, y el Padre, que nos ama
infinitamente, recibió su sacrificio.

La cruz de Jesús es el trono del amor sin


condiciones, del anonadamiento y la humildad a
prueba de todo, de la misericordia y el perdón
sin límites, de la esperanza del bien que no se
deja vencer por el mal.

También las pequeñas o grandes cruces de


nuestra vida cotidiana, tienen un valor salvador,
si las recibimos y las cargamos con paciencia y
mansedumbre, unidos a Jesús crucificado.

Por ellas y con ellas podemos alcanzar para


nosotros, para nuestros familiares y amigos,
para la Iglesia y para el mundo, abundantes
bendiciones de Dios que nos ama más allá de
nuestras fragilidades y limitaciones, y a pesar de
ellas.

Ofrezcamos a Jesús, con alegría y sencillez,


cada día, nuestras cruces personales – todos las
tenemos y cada uno conoce las suyas -, él las
presentará al Padre, y el Padre que no se daja
ganar en generosidad, y sabe sacar bienes de
los males, nos recompensará ampliamente.
Nadie como Jesús
puede liberarnos
de los ídolos
que albergamos
dentro de nosotros,
ídolos construidos
por nuestros miedos,
fantasmas
y deseos de seguridad
y bienestar.

José Antonio Pagola


21. Aunque vivió hace ya más de 2.000 años,
Jesús no es un simple recuerdo, una fábula
ejemplarizante, o una historia para contar a los
niños

Jesús es una persona real, con todo lo que ello


implica y significa.

Jesús es un “tú” con quien podemos


encontrarnos y relacionarnos, creando con él
lazós de intimidad.

Jesús es Dios que vive con nosotros, a nuestro


lado; Dios que comparte nuestras penas y
nuestras alegrías. Dios que se nos da, que se
nos entrega, para hacernos verdaderamente
libres.

Así tenemos que creerlo y sentirlo en nuestro


corazón y en nuestra vida.

Con su muerte por amor, Jesús nos hace


presente el amor salvador de Dios, por todos y
cada uno de los hombres y mujeres del mundo.
Nos lo dice san Juan en su Evangelio:
“Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su
Hijo único para que todo el que crea en él, no
perezca, sino que tenga Vida eterna” (Juan 3,
16)

No hay un amor más grande y más profundo que


este amor de Dios. Podemos estar seguros.
22. El Evangelio de Jesús no es un libro para
leer, y nada más.

El Evangelio de Jesús es Buena noticia.


Anuncio claro y firme de la Verdad de Dios,
de la Bondad de Dios,
del Amor infinito de Dios.

El Evangelio de Jesús es alimento para el


espíritu.
Camino que conduce al encuentro íntimo y
profundo con el Padre.

El Evangelio de Jesús es Vida que se nos


comunica.

El Evangelio de Jesús es fe vivida, proclamada


y compartida.

El Evangelio de Jesús es esperanza de un futuro


mejor, que nos fortalece y anima en el presente.

El Evangelio de Jesús es amor proclamado y


vivido hasta el extremo.

El Evangelio de Jesús es Jesús mismo que nos


enseña lo que tenemos que saber y lo que
tenemos que creer, lo que debemos hacer y lo
que debemos evitar.

El Evangelio de Jesús es Jesús mismo que nos


muestra en sus obras y en su vida, cómo
debemos amar y servir.

Por eso debemos leerlo cada día.


Para empaparnos de él,
para llenarnos de él,
para dejarnos penetrar por él.

Sólo así nuestra vida cambiará y se hará cada


día más cercana a la vida de Jesús, que es el
espejo donde debemos mirarnos.
23. Abrir el corazón al Evangelio, es abrir la
mente y el corazón al amor infinito que Dios
siente por nosotros, y que se nos hace vivo y
presente en Jesús, su Hijo amado.

Abrir el corazón al Evangelio, es abrir la mente y


el corazón a la persona de Jesús, el Hijo
encarnado de Dios. A todo lo que él dijo y a todo
lo que él hizo, desde el primer instante de su
existencia en el seno virginal de María, y hasta
su último suspiro en la cruz del Calvario.

Abrir el corazón al Evangelio, es abrir la mente y


el corazón a todas las palabras de Jesús y a
todos sus gestos; a sus enseñanzas y a sus
milagros, que son no sólo signo de su poder
divino, sino, sobre todo, de su amor compasivo y
misericordioso y de su acción salvadora en favor
nuestro.

Abrir el corazón al Evangelio, es empezar a


entender lo que Dios, nuestro Padre, quiere de
cada uno de sus hijos. Lo que quiere que
sepamos, lo que quiere que hagamos, lo que
quiere que anunciemos al mundo en el que
vivimos.
Abrir el corazón al Evangelio, es hacernos
disponibles a la obra que Dios quiere realizar en
nosotros, por medio de Jesús, y también, a la
obra que quiere realizar por medio de nosotros,
en el mundo entero.

Abrir el corazón al Evangelio, es llenar nuestro


corazón y nuestra vida con el amor que Dios
siente por nosotros, y hacernos presencia de ese
amor activo y profundo, para todas las personas
que viven a nuestro lado.
24. El Evangelio - los cuatro evangelios - son,
para todo cristiano que quiere ser verdadero
discípulo de Jesús, un libro de lectura obligada.

Leer el Evangelio, meditarlo, orar con él, es


fundamental para nuestro conocimiento fiel de
Jesús, y para establecer con él una relación de
amistad viva y profunda.

Hay personas que dicen creer en Jesús, y sin


embargo, aseguran también, que no han leído el
Evangelio porque “no lo entienden" y temen
"perder la fe". La verdad es que cada vez que
tomamos el libro de los Evangelios en nuestras
manos, damos un paso adelante en nuestra vida
de fe.

En el Evangelio, Jesús mismo sale a nuestro


encuentro, se pone frente a nosotros y nos invita
a conocerlo íntimamente, y como consecuencia
de ello, nuestra fe en él crece, se hace más
firme, más honda, más verdadera.

En el Evangelio, Jesús nos muestra la Verdad de


Dios que es su propia Verdad; nos hace
presente el amor de Dios, que es su amor que
se entrega por nosotros en la cruz, y nos indica
con sus palabras y su ejemplo, el camino que
lleva a la Vida Eterna.

El Evangelio hay que leerlo muchas veces.

Leerlo despacio, tomando conciencia de cada


palabra que dice.

El Espíritu Santo nos ayuda a "comprenderlo"


con la mente y con el corazón, y a asumirlo en
nuestra vida, poco a poco, paso a paso.
25. El Evangelio es el mensaje más hermoso
que tiene este mundo.

¡El Evangelio es novedad! ¡El Evangelio es


fiesta! Y sólo se puede vivir plenamente con un
corazón gozoso y con un corazón renovado.

El Evangelio ha sido escrito para cada uno de


nosotros.

El Evangelio te permite conocer al Jesús


verdadero, te lleva a conocer a Jesús vivo; te
habla al corazón y te cambia la vida.

Es necesario renovarse continuamente,


nutriéndose de la linfa del Evangelio. ¿Y cómo
se puede hacer esto en la práctica?... Sobre
todo leyendo y meditando el Evangelio todos los
días. Así, la palabra de Jesús estará siempre
presente en nuestra vida.

Escuchar el Evangelio, leerlo, meditarlo, y


convertirlo en alimento espiritual, nos permite
encontrar a Jesús vivo, hacer experiencia de él y
de su amor.
Hoy se puede leer el Evangelio con muchos
instrumentos tecnológicos. Se puede llevar la
Biblia con uno mismo, en un teléfono móvil, una
tableta. Lo importante es leer la Palabra de Dios
con todos los medios, pero leer la Palabra de
Dios. ¡Es Jesús quien nos habla allí!

Seguir el Evangelio es exigente, pero bello,


bellísimo. El que lo hace con generosidad y
valentía, recibe el don prometido por el Señor a
los hombres y a las mujeres de buena voluntad.
Como cantan los ángeles el día de Navidad:
¡Paz, paz!

Papa Francisco
Es necesario
el silencio del corazón
para poder oír a Dios
en todas partes:
en la puerta que se cierra,
en la persona que nos necesita,
en los pájaros que cantan,
en las flores y en los animales.

Santa Teresa de Calculta


26. La palabra “espíritu” significa en hebreo,
soplo, aire, viento, aliento.

El Espíritu Santo es el “soplo de Dios”, el “aliento


de Dios”, que da la Vida.

El Espíritu Santo es el espíritu creador de Dios


que hace nuevas todas las cosas.

El Espíritu Santo es el fuego de Dios que


purifica.

El Espíritu Santo es el Amor de Dios que sana


las heridas del corazón.

El Espíritu Santo es la fuerza de Dios

El Espíritu Santo es Dios que habita en nosotros.

El Espíritu Santo es la presencia activa y


vibrante de Dios en nuestro corazón.

El Espíritu Santo es Dios mismo que se nos da,


Dios que se nos entrega a todos y a cada uno,
individualmente y en comunidad – la Iglesia.

El Espíritu Santo es el espíritu de Jesús


resucitado que llena nuestro corazón y nuestra
vida de fe, de amor, y de esperanza, de gozo, de
armonía y de paz.

Toda verdad que conocemos es luz del Espíritu


Santo que ilumina nuestra mente.

Todo el bien que hacemos es inspiración del


Espíritu Santo que alienta en nuestro corazón.
Por eso decimos que es nuestro santificador.

Todo mal que evitamos es fuerza del Espíritu


Santo que nos ayuda a vencer el mal y el
pecado.
27. La Tradición de la Iglesia invoca al Espíritu
Santo con un bello himno, que en la liturgia
conocemos con el nombre de Secuencia al
Espíritu Santo.

Oremos con él con frecuencia, seguros de que


seremos escuchados, y la presencia del Espíritu
de Dios llenará nuestro corazón y nuestra vida
con sus dones y sus gracias.

Ven Espíritu Santo,


manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,


descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,


divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,


sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus Siete Dones


según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén.
28. Jesús regresa al Padre pero continúa
acompañando y enseñando a sus discípulos,
mediante el don del Espíritu Santo. El Espíritu
Santo es un don: el gran don de Jesús.

¡No estamos solos; Jesús está cerca de


nosotros, en medio de nosotros, dentro de
nosotros! Su nueva presencia en la historia
ocurre mediante el don del Espíritu Santo, por
medio del cual es posible instaurar una relación
viva con él, el Crucificado Resucitado.

El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro


interior. Nos guía por el camino justo, a través de
las situaciones de la vida.

El Espíritu Santo es el compañero de camino de


cada cristiano. También el compañero de camino
de la Iglesia.

Si escuchamos al Espíritu Santo, él nos enseña


el camino de la sabiduría, nos regala la
sabiduría que es ver con los ojos de Dios,
escuchar con los oídos de Dios, amar con el
corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio
de Dios.
Cuando nuestros ojos son iluminados por el
Espíritu Santo, se abren a la contemplación de
Dios, en la belleza de la naturaleza y en la
grandiosidad del cosmos, y nos llevan a
descubrir cómo cada cosa nos habla de su
amor. Todo esto sucita en nosotros gran estupor
y un profundo sentido de gratitud.

El Espíritu Santo, que es el amor de Dios,


alimenta dentro de nosotros la fe, y mantiene
viva la esperanza.

Papa Francisco
29. Todo es posible para Dios. Lo dice Jesús
en el Evangelio (Mateo 19,26).

Todo es posible para Dios, que sabe sacar


bienes de los males, hacer que una mujer
anciana pueda ser madre (Lucas 1, 37), y una
mujer virgen conciba en su seno un niño, sin el
concurso de ningún hombre (Lucas 1, 34-35).

Todo es posible para Dios, porque su amor no


conoce obstáculos, y ama más allá de todos los
límites y barreras.

Todo es posible para Dios.


Tienes que creerlo de verdad.
Creerlo y sentirlo en tu corazón.
Creerlo y vivirlo cada día.

Todo es posible para Dios.


Confíale tus afanes.
Pon en sus manos tus problemas y necesidades,
materiales y espirituales.
Entrégale tu vida: lo que eres y lo que tienes.
Él hará maravillas en ti y contigo, como las hizo
en María y a través de ella (Lucas 1, 49).

Todo es posible para Dios y para quien cree en


Él, para quien confía en Él, para quien lo ama,
para quien se pone a su disposición para hacer
realidad en su vida cotidiana su Voluntad
salvadora.

Todo es posible para Dios.


Tienes que creerlo de verdad.
Creerlo y sentirlo en tu corazón.
Creerlo y vivirlo cada día, en todo lo que
piensas, en todo lo que dices, en todo lo que
haces.
Con la plena certeza de que Dios no defrauda
nunca.
30. Dios confía en ti.
Te ama y confía en ti.
Eres pecador, y sin embargo, confía en ti.
Le has fallado muchas veces, pero sigue
confiando en ti.
No tiene miedo de que vuelvas a traicionarlo mil
veces más. ¡Confía en ti!

Dios confía en ti porque tú eres su hijo muy


querido.
Dios lo ha apostado todo por ti, porque aunque
tú no te hayas dado cuenta, Él te ama
infinitamente.
Dios lo ha dado todo por ti, por tu amor, por tu
salvación, por tu felicidad eterna.

Tienes que tomar conciencia de esto.


Tienes que convencerte de esto y asumirlo en tu
vida.
Y tienes también que preguntarte una y mil
veces:

¿Confío yo en Dios?...
¿Por qué confío?...
¿Cuánto confó?...
¿Cómo es mi confianza en Dios?...
¿Qué estoy dispuesto a hacer por Él y por su
amor?...
¿Hasta dónde soy capaz de llegar por Dios y por
su amor?...

Es bueno pensar en estas cosas de vez en


cuando.

Pensar primero y luego, por supuesto, cambiar lo


que haya que cambiar.

Siempre hay algo en nuestra vida que podemos


mejorar; algo que tenemos erradicar
definitivamente; algo nuevo para aprender; algo
nuevo para hacer; porque ninguno de nosotros
es perfecto, y siempre estamos en camino.
No estamos solos
en la tierra.

Hay alguien
que nos acompaña
y nos presta su ayuda
incomparable:

El Espíritu.

San Juan XXIII


31. La devoción a María es, claramente, un
elemento importante de nuestra fe cristiana
católica.

Amamos a María, "creemos" en María, porque


ella fue – es - la Madre de Jesús, el Hijo
encarnado de Dios, y porque Jesús mismo nos
la dio como Madre antes de morir (cf.Juan 19,
25-27).

María es nuestra Madre espiritual, y como tal


nos ama, nos protege, nos cuida, nos enseña,
nos guía al encuentro con Jesús, su Hijo.

Pero María es también, el más claro ejemplo de


lo que Dios puede hacer en una persona que se
entrega a su Voluntad amorosa, a su Voluntad
salvadora.

Toda la vida de María giró alrededor de Jesús, y


fue siempre y en todo, una vida agradable a
Dios. Una vida vivida con fe, con esperanza y
con amor.

La Iglesia nos enseña, que María, aún siendo la


Madre de Jesús, fue también, su primera
discípula, y como tal, aprendió de él a amar y a
servir en todo, primero a Dios, y luego a los
hermanos, a todas las personas que vivían a su
alrededor.

Nuestra devoción a María no puede ser, por


tanto, una mera devoción de rezos y novenas,
de estampitas y velas encendidas, de cadenas
por facebook y whatsapp, sino una devoción que
procura seguir su ejemplo de vida, con entereza
y amor.
32. María no es una reina, aunque en su
cabeza luce una corona de doce estrellas
(Apocalipsis 12, 1).

María no es una diosa, aunque todos sabemos


que Jesús, su hijo, es Dios (Lucas 1, 32).

María no es una supermujer, aunque con el


poder de su fe y de su entrega, venció al más
grande enemigo de Dios: Satanás (Génesis 3,
15).

María es la joven y bella virgen de Nazaret, que


conquistó el corazón de Dios con su humildad.

María es la humilde esclava del Señor, que supo


vivir su vida entera en la plenitud del amor del
Señor (Lucas 1, 38).

María es la virgen madre, en quien Dios hizo


posible lo que para todos parecia imposible.

Por María, en ella, y con ella, Dios hizo realidad


en el mundo, su presencia.

Por María, en ella, y con ella, Dios se abajó, se


encarnó, y se hizo hombre como nosotros.
Por María, en ella y con ella, Dios perdonó
nuestro pecado y nos salvó definitivamente.

La historia de María es una historia de amor y de


bondad, de fe y de humildad, de generosidad y
de entrega.

La historia de Maria es una bella historia; la más


hermosa de las historias; porque ella es, en su
cuerpo y en su alma, la más hermosa de las
hijas de los hombres.
33. El Canto de María, que conocemos con el
nombre de "Magníficat" y que encontramos en el
Evangelio según san Lucas (cf. Lucas 1, 46-55),
es una bella oración de alabanza y de acción de
gracias a Dios, que María entona en casa de
Isabel.

Una oración a la que podemos unirnos todos


nosotros, para agradecer a nuestro Padre el don
de la salvación que nos da en Jesús:

Proclama mi alma la grandeza del Señor,


se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las


generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por
mí;
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles de
generación en generación.
Él hace proezas con su brazo;
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por
siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.


Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
34. No me gustan las imágenes de María en
las que aparece vestida con velos y brocados, y
adornada con joyas y coronas; y tampoco
aquellas en las que se ve altiva y sonriente como
si fuera una rica dama de la sociedad, un hada
de cuentos infantiles, o una reina de belleza.

Me gustan sí:
 Las imágenes de María que nos
muestran por qué Dios la amó desde el
principio de los tiempos y la escogió
como Madre de su Hijo Jesús.
 Las que nos permiten acercarnos a su
realidad humana, y descubrir que fue
una mujer de carne y hueso como
nosotros.
 Las que la presentan como una joven
campesina de Nazaret, dulce y sencilla.

Me gustan las imágenes de María


 Que la representan como esposa fiel y
cariñosa, al lado de José.
 Las que la muestran con cara de mamá
tierna y delicada, sosteniendo a Jesús en
sus brazos.
 Aquellas en las que está desempeñando
las tareas del hogar. Todas ellas nos
ayudan a tomar conciencia de que para
Dios vale más lo pequeño.

Me gustan las imágenes de María:


 Que nos permiten ver en su rostro la
pureza de su corazón.
 Aquellas que transparentan su fe, su
esperanza y su profundo amor a Dios.
 Las que nos la muestran en oración
profunda. Son ejemplo y estímulo para
nosotros.

Me gustan las imágenes de María:


 Triste y llorosa, pero fuerte y valerosa,
segura y confiada, al pie de la cruz de
Jesús.
 Aquellas en las que mira con amor el
mundo en que vivimos, y a todos y cada
uno de los hombres y mujeres que en él
habitamos.
 Y otras en las que abre sus brazos en
gesto de acogida, invitándonos a poner
nuestra vida - como ella -, en las manos
de Dios.
35. Cristo y su Madre son inseparables. La
carne de Cristo, que es el eje de la salvación, se
ha tejido en el vientre de María.

En su "SI" lleno de fe, María no sabe por cuáles


caminos deberá aventurarse, cuáles dolores
deberá padecer, cuáles riesgos afrontar. Pero es
consciente de que es el Señor quien pide, y ella
se fía totalmente de Él, se abandona a su amor.
Esta es la fe de María.

La actitud de María de Nazaret nos muestra que


el "ser" viene antes del "hacer", y que es
necesario dejar hacer a Dios, para ser
verdaderamente como Él nos quiere.

María muestra que la mejor manera de servir a


Dios, es servir a nuestros hermanos que tienen
necesidad.

María es la misionera que se acerca a nosotros


para acompañarnos por la vida, abriendo los
corazones a la fe, con su cariño materno. Como
una verdadera madre, ella camina con nosotros,
lucha con nosotros, y derrama incesantemente
la cercanía del amor de Dios.
María, madre de esperanza, nos sostiene en los
momentos de oscuridad, de dificultad, de
desaliento, de aparente fracaso, o de auténticas
derrotas humanas.

¡Confíen en Dios, como la Virgen María!

Papa Francisco
El amor es
la fuerza más humilde,
pero la más poderosa
de que dispone el mundo.

Mahatma Gandhi
36. Decimos que tenemos fe, que creemos…
Pero vale la pena preguntarnos:
¿Cómo es mi fe?…
¿Hasta dónde llega?…
¿Qué soy capaz de hacer por esa fe que
digo tener?...

Porque la fe no es sólo afirmar que creemos, y


ya está.

La fe va mucho más allá de una aceptación


teórica de una verdad o de una doctrina.

La fe no es simplemente decir con los labios “Yo


creo en Dios… Yo creo en Jesús… Yo creo en la
Virgen María...”

La fe es también y sobre todo, una forma de


vivir.

La fe es un compromiso de vida.

La fe se hace concreta y clara, activa y dinámica,


en la manera de ser y en la manera de actuar
cada día. En las obras

En lo que se dice, en lo que se hace en lo que se


es.
37. La fe “ciega”, la que permanece siempre
igual, la fe que no se pregunta, la fe que no
busca, la fe que no tiene necesidad de
informarse, de hacerse conocimiento, de saber
cada vez más y mejor, no es verdadera fe, y
corre serio peligro de extinguirse.

Creer de verdad implica, en gran medida, hacer


todo lo que está a nuestro alcance para que esta
fe que decimos tener no sea, simplemente la
afirmación de una verdad o de un conjunto de
verdades que no se “conocen” ni se
“comprenden”, y que no se sabe “de dónde
salen” ni qué significan.

Creer de verdad implica – entre otras cosas -,


hacer todo lo que está a nuestro alcance para
que la fe que decimos tener, deje de ser una
actitud pasiva y se convierta en activa, dinámica;
para que busque ser cada vez con más fuerza y
decisión, un “conocimiento” profundo de Dios, de
su Ser, de su Verdad, de su Bondad, de su
Belleza, de su Amor por nosotros, de su acción
en favor nuestro, todo esto – claro está -, en la
medida en que nos es posible a los seres
humanos penetrar en el Misterio infinito de Dios,
que Él mismo nos revela según lo juzga
conveniente.
Creer de verdad implica abrir la mente y el
corazón de par en par, para acoger con decisión
todo lo que Dios tiene qué decirnos en cada
momento de nuestra vida; mantenernos atentos
a su Palabra y a su Acción, a su Amor y a su
Presencia.

Dios no deja nunca de hablarnos, no deja nunca


de llamarnos, no deja nunca de invitarnos a
creer en Él, a entrar en su intimidad, a conocerlo
profundamente, y a amarlo con toda la
intensidad de nuestro amor humano.

La verdadera fe no es, no puede ser, “cerrar los


ojos” y decir “sí”, sin saber a qué y por qué. Todo
lo contrario. La verdadera fe exige mantener los
ojos muy bien abiertos para mirar, para buscar,
para descubrir, para ver, para encontrar.

Exige abrir los oídos para escuchar y tratar de


“entender” con la mente y con el corazón, en
actitud de disponibilidad y acogida, como lo hizo
María, modelo de fe.
38. La fe es luz que ilumina el alma y la vida
entera de quien la ha recibido como un don y la
acoge en su corazón como un preciado tesoro.

Pero también puede experimentarse muchas


veces como oscuridad, silencio de Dios, soledad,
humildad,

Fue esto lo que vivieron María y José en muchos


momentos de su vida y de la vida de Jesús.

Es fácil creer cuando las cosas nos salen bien,


cuando lo vemos todo claro, nítido, cuando no
experimentamos dificultades mayores en nuestra
vida.

Sin embargo, cuando creemos en medio de las


dificultades y a pesar de ellas; cuando seguimos
creyendo aunque los problemas no se nos
solucionen, o incluso, se agraven; nuestra fe se
hace más fuerte, más firme, más segura, más
verdadera, porque es una fe probada en la
adversidad.
39. La gran enemiga de la fe es la superstición,
que nace – como la cizaña - en medio del trigo,
porque se fundamenta en el mismo acto de
creer.

Cuando la superstición toca la fe, la socaba, la


desvirtúa, y la conduce por caminos equivocados
en los que la fe deja de ser lo que tiene que ser,
para convertirse en su opuesto.

Son superstición, la hechicería, la brujería, la


magia, la adivinación la astrología, el
espiritismo, y todo lo que se relacione con ellos;
el ocultismo, lo esotérico, para hablar en un
lenguaje más actual.

La Sagrada Escritura rechaza abiertamente la


superstición y todo lo que tiene que ver con ella,
como algo totalmente contrario a lo que Dios
quiere de nosotros y de nuestra relación con Él.

En el Deuteronomio, o libro de la “segunda ley”,


leemos:

“No ha de haber en ti nadie que haga pasar a su


hijo o a su hija por el fuego, que practique
adivinación, astrología, hechicería o magia,
ningún encantador ni consultor de espectros o
adivinos, ni evocador de muertos. Porque todo el
que hace estas cosas es una abominación para
Yahveh tu Dios y por causa de estas
abominaciones desaloja Yahveh tu Dios a esas
naciones delante de ti. Has de ser íntegro con
Yahveh tu Dios. Porque esas naciones que vas
a desalojar escuchan a astrólogos y adivinos,
pero a ti Yahveh tu Dios no te permite semejante
cosa”. (Deuteronomio 18, 10-14)

Y en el Levítico:

 “No practiquen encantamiento ni


astrología”. (Levítico 19, 26b)
 “Si alguien consulta a los nigromantes, y
a los adivinos, prostituyéndose en pos
de ellos, yo volveré mi rostro contra él y
lo exterminaré de en medio de su
pueblo”. (Levítico 20, 6)

Es importante que de tiempo en tiempo hagamos


un examen de nuestra manera de creer, y
alejemos de nosotros cualquier práctica que
opaque la luz de nuestra fe cristiana católica.
40. Nuestra fe no es una idea abstracta o una
filosofía, sino la relación vital y plena con una
persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se
hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos, y
vive con nosotros.

La fe es tener el deseo de encontrar a Dios, de


encontrarse con Él, de ser con Él, de ser felices
con Él.

La fe pasa por la vida. Cuando la fe se


concentra exclusivamente en las formulaciones
doctrinales, se corre el riesgo de hablar solo a la
cabeza, sin tocar el corazón. Y cuando se
concentra solo en el hacer, corre el riesgo de
convertirse en moralismo y de reducirse a lo
social.

Nuestra fe se traduce en gestos concretos y


cotidianos, destinados a ayudar a nuestro
prójimo en el cuerpo y en el alma.

La lámpara es el símbolo de la fe que ilumina


nuestra vida, mientras el aceite es el símbolo de
la caridad que alimenta, hace fecunda y creíble
la luz de la fe.
Este es el comienzo de la fe: vaciarnos de la
orgullosa convicción de creernos buenos,
capaces, autónomos y reconocer que
necesitamos la salvación.

Vivir la fe en contacto con los necesitados es


importante para todos nosotros. No es una
opción sociológica, no es la moda de un
pontificado, es una exigencia teológica. Es
reconocerse como mendigos de la salvación,
hermanos y hermanas de todos, pero
especialmente de los pobres, predilectos del
Señor.

Papa Francisco
En medio de la sombra
y de la herida
me preguntan si creo en Ti.
Y digo que tengo todo
cuando estoy Contigo:
el sol, la luz, la paz,
el bien y la vida.

José Luis Martín Descalzo


41. La oración es a la fe, lo que el alimento es
a la vida. Sin la oración, nuestra fe se debilita,
enferma y muere.

Hay muchas maneras de orar y todas son


válidas, en cuanto cumplan ciertos requisitos que
nos permitan alcanzar su objetivo fundamental,
que es el encuentro profundo e íntimo con Dios
que nos ama. Estos requisitos son:

1. LA FE: Oramos porque confiamos en Dios,


tenemos fe en Él, pero a la vez, la oración hace
crecer, fortalece y profundiza la fe que ya
tenemos.

2. LA RECTA INTENCIÓN: Oramos desde el


corazón y con el corazón, no sólo con las
palabras, seguros de que la oración nos lleva al
encuentro personal con Dios.

3. LA HUMILDAD: En la oración reconocemos


nuestra condición de criaturas, nuestra
pequeñez y pobreza, frente a la grandeza de
Dios que es nuestro Padre y merece todo
nuestro amor y nuestro agradecimiento.

4. LA CONSTANCIA: No oramos hoy sí y


mañana no. Nuestra oración tiene que ser
perseverante. Oración de todos los días y en
todas las circunstancias,

5. PEDIMOS COSAS BUENAS: El Espíritu


Santo es el gran regalo que Dios nos comunica
en la oración. El Espíritu Santo que es Él mismo
entregándose a nosotros con todo su amor.
42. Las jaculatorias son pequeñas oraciones
que podemos repetir varias veces en el día, y
que nos ayudan a mantener la mente y el
corazón unidos a Dios, en medio de nuestras
actividades, para ser "contemplativos en la
acción", como diría san Ignacio de Loyola.

ACTO DE FE
Señor, yo creo en Ti, pero te pido que aumentes
mi fe y la hagas fuerte.

ACTO DE AMOR
Jesús, yo te amo con todo mi corazón y quiero
amarte cada día más.

ACTO DE ESPERANZA
Señor, yo espero en Ti y en tu Palabra, y anhelo
el día en que vaya a encontrarme Contigo al
final de mi vida.

ACTO DE HUMILDAD
Jesús, te ofrezco mi pequeñez y mi pobreza. No
soy persona importante, pero quiero servirte en
todo lo que Tú necesites de mi.

PETICIÓN DE PERDÓN
Jesús crucificado, ten piedad de mí, y perdona
todos mis pecados.
43. Los Salmos son la oración del pueblo de
Dios. La oración de Israel, en la primera alianza,
y la oración de la Iglesia, en la nueva alianza.

Jesús, María y José, como buenos israelitas que


eran, oraban con los Salmos, y la Iglesia, hoy,
ora también con ellos, en la llamada Liturgia de
las Horas, que rezan el Papa, los obispos, los
sacerdotes, los religiosos y religiosas, y también
muchos laicos, en diferentes momentos del día,
especialmente en la mañana con las Laudes, y
al atardecer con las Vísperas.

Todos nosotros oramos también con los Salmos


en la Eucaristía, después de la Primera Lectura y
antes de escuchar el Evangelio.

Es bueno aprender de memoria partes de los


Salmos que más lleguen a nuestro corazón, para
orar con ellos en momentos especiales de
nuestra vida.

El Señor es mi pastor, nada me falta. (Salmo 23)

El Señor es mi fuerza y mi escudo, en Él confía


mi corazón. (Salmo 27)
A Ti, Señor, me acojo, no quede nunca
defraudado. (Salmo 30)

Misericordia, Dios, mío, por tu bondad,


por tu inmensa compasión borra mi culpa.
(Salmo 50)

Señor, Dios nuestro,


qué admirable es tu nombre en toda la tierra.
(Salmo 8)

Te doy gracias, Señor, de todo corazón. (Salmo


9)
44. Una oración urgente, cada día, es la
oración por los sacerdotes. No lo olvidemos.

Los sacerdotes son personas muy importantes


para nuestra vida de fe.

Por su mediación Dios nos comunica los dones


de la salvación, en los sacramentos, y se hace
vivo y presente en todos los rincones de la tierra
por su predicación del Evangelio y la celebración
de la Eucaristía.

Los sacerdotes necesitan con urgencia nuestro


apoyo espiritual. Su trabajo en medio de la
comunidad cristiana es exigente. Llevan un gran
tesoro en "vasijas de barro". Son frágiles por su
condición humana y pueden dejarse arrastrar por
el pecado como cualquiera de nosotros.

Pero la oración, cuando se hace con fe,


humildad y perseverancia, es poderosa, y puede
alcanzar para ellos la protección especial de
Dios ante las tentaciones que se les presentan.

Donde hay buenos sacerdotes habrá también


buenos cristianos, porque la fuerza de su
testimonio se impondrá.
Encomendemos de manera especial a la
protección de María, a aquellos sacerdotes que
en cualquier parte del mundo se sienten
cansados, o desilusionados; a los que se sienten
solos; a los que experimentan la tentación de
abandonar la tarea que les fue confiada; a los
que se sienten atraídos por el poder o por el
dinero.

Necesitan la fuerza de Dios para vencer en su


lucha, y la oración por ellos es la mejor manera
de ayudarles para conseguirla.
45. La vida cristiana no se limita a la oración,
pero requiere un compromiso diario y valiente
que surge de la oración.

Nuestra oración no se puede reducir a una hora


el domingo. Es importante tener una relación
cotidiana con el Señor.

Ante tantas heridas que nos hacen mal y que


nos podrían endurecer el corazón, estamos
llamados a zambullirnos en el mar de la oración,
que es el mar del amor ilimitado de Dios, para
gustar su ternura.

La verdadera oración viene del corazón, del


momento que uno vive. Es la oración de los
momentos de oscuridad, de los momentos de la
vida donde no hay esperanza, donde no se ve el
horizonte.

¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo o de


rodillas delante del Santísimo. Ser ante sus ojos!
¡Cuánto bien nos hace dejar que él vuelva a
tocar nuestra existencia, y nos lance a
comunicar su vida nueva!
Cultiven en la oración el gusto por las cosas de
Dios. Sean testigos de que sólo Dios es nuestra
fuerza.

La oración debe ser trinitaria: Padre, Hijo, y


Espíritu Santo. Jesús es el compañero de
camino que nos da lo que le pedimos; el Padre
que nos ama y nos cuida; y el Espíritu Santo que
es el don, es ese plus que da el Padre, lo que
nuestra conciencia no osa esperar.

Papa Francisco
La fe es
vivir en comunión
permanente
con Dios,
que se esconde
detrás de todo,
y habita el corazón
del universo
y de las personas.

Leonardo Boff
46. Después del nacimiento, el Bautismo es el
acontecimiento más importante de nuestra
historia personal.

En el Bautismo y con él, Dios nos acoge como


sus hijos muy queridos, miembros de su gran
familia que es la Iglesia.

Pero el Bautismo no es simplemente un rito, que


se celebra un día, y nada más.

No podemos reducirlo a un hecho puntual.

El Bautismo está presente en toda nuestra vida.

Tenemos que vivir el Bautismo cada día, cada


hora, cada minuto. En todos y cada uno de
nuestros pensamientos, de nuestras palabras y
de nuestras acciones.

Porque el bautismo es, esencialmente, un


compromiso, un pacto, una alianza que sellamos
con Dios. Él nos hace sus hijos y nosotros,
felices de serlo, nos comprometemos a mirarlo
como Padre y a vivir siempre tratando de
corresponder a su amor con nuestras buenas
obras.
El Bautismo es un gran don de Dios. Por eso es
importante que pensemos en él y que le demos
en nuestra vida el valor que tiene.
47. El bautismo es el fundamento de toda la
vida cristiana. Es el primero de los sacramentos,
ya que es la puerta que permite a Cristo, el
Señor, tomar morada en nuestra persona, y a
nosotros sumergirnos en su Misterio.

Desde nuestro Bautismo, Dios nos ha


perdonado una deuda insoluble: el pecado
original. Eso la primera vez. Luego, con una
misericordia sin límites, Él nos perdona todas las
culpas tan pronto como mostramos sólo un
pequeño signo de arrepentimiento.

En el Bautismo… fuimos curados de la sordera


del egoísmo y del mutismo de la cerrazón y del
pecado, y fuimos injertados en la gran familia de
la Iglesia; podemos escuchar a Dios que nos
habla y comunicar su Palabra a cuantos no la
han escuchado nunca o a quien la ha olvidado, o
sepultado bajo las espinas de las
preocupaciones y de los engaños del mundo.

El Bautismo no es una formalidad. Es un acto


que toca en profundidad nuestra existencia. Por
el Bautismo somos inmersos en esa fuente
inagotable de vida que es la muerte de Jesús...
Y gracias a su amor podemos vivir una vida
nueva, no ya en el poder del mal, del pecado y
de la muerte, sino en la comunión con Dios y
con los hermanos.

Estamos llamados a vivir cada día nuestro


Bautismo, como realidad actual en nuestra
existencia.

En virtud del Bautismo recibido, cada miembro


del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo
misionero.

Todos nosotros bautizados, somos discípulos


misioneros, y estamos llamados a convertirnos
en un Evangelio viviente.

El Bautismo permite a Cristo vivir en nosotros y


a nosotros vivir unidos a él, para colaborar en la
Iglesia, cada uno según su condición, en la
transformación del mundo.

Papa Francisco
48. La Eucaristía es Amor palpitante.
La Eucaristía es Vida entregada.
La Eucaristía es Sangre derramada.

La Eucaristía es Presencia real.


La Eucaristía es Pan partido y compartido.

La Eucaristía es Sencillez.
La Eucaristía es Humildad.
La Eucaristía es Fraternidad.
La Eucaristía es Paz.

Celebrar la Eucaristía, participar en la Eucaristía,


recibir la Eucaristía, exige de nosotros dejar a un
lado el egoísmo que nos cierra el corazón, la
soberbia que nos hace creer mejores que los
demás, la vanidad, la pereza, la glotonería, la
lujuria, el consumismo, la mentira, la hipocresía,
y poner en el centro de nuestra vida a Dios,
como su único Dueño y Señor.

Celebrar la Eucaristía, participar en la Eucaristía,


recibir la Eucaristía, exige de nosotros dejar a un
lado los odios y los rencores, las envidias y los
celos, las rencillas y las murmuraciones, y abrir
el corazón de par en par, para que puedan entrar
en él todos los hombres y mujeres del mundo,
con sus necesidades y carencias, porque son
nuestros hermanos.

Celebrar la Eucaristía, participar en la Eucaristía,


recibir la Eucaristía, es un regalo de Dios – de
Jesús - en el que él mismo se nos da.

Un regalo que tenemos que valorar y agradecer


en su justa medida.
49. Recibir la Eucaristía. Comulgar.
Comer la carne de Jesús y beber su sangre.
Asumir su vida en nuestra vida, llenarnos de su
fe, de su amor y de su esperanza.

Recibir la Eucaristía. Comulgar.


Comer la carne de Jesús y beber su sangre.
Aprender a ser humildes como él fue humilde.
Aprender a compadecernos de los sufrimientos
de los demás como él se compadeció de los
sufrimientos de sus contemporáneos, y como se
compadece de los nuestros;
Aprender a servir con alegría y sencillez de
corazón, como él lo hizo en su vida terrena.

Recibir la Eucaristía. Comulgar.


Comer la carne de Jesús y beber su sangre.
Aprender a ser honestos y veraces, generosos y
amables, bondadosos y tiernos, como él fue
siempre.

Comer la carne de Jesús y beber su sangre,


acercándonos a recibir la Eucaristía, nos da el
vigor y la fuerza que necesitamos para ser
capaces de vivir en nuestra vida de cada día, el
querer de Dios para nosotros.
La Eucaristía es un regalo del amor generoso de
Jesús a cada uno de nosotros. Recibirla con
frecuencia es la mejor manera de corresponder a
ese amor que se nos ha dado sin merecerlo.

El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene


vida eterna, y yo lo resucitaré el último día (Juan
6,54).
50. La Eucaristía no es una oración privada o
una bella experiencia espiritual, no es una
simple conmemoración de aquello que Jesús ha
hecho en la Última Cena… La Eucaristía es
“memorial”, o sea un gesto que actualiza y hace
presente el evento de la muerte y resurrección
de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo
ofrecido por nosotros, el vino es realmente su
Sangre derramada por nosotros.

La Eucaristía es Jesús mismo que se dona


totalmente a nosotros… Nutrirnos de él y vivir en
él mediante la Comunión eucarística, si lo
hacemos con fe, transforma nuestra vida, la
transforma en un don a Dios y en un don a los
hermanos.

Jesús nos deja la Eucaristía con una finalidad


precisa: que nosotros podamos convertirnos en
una sola una cosa con él. De hecho dice: “El que
come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él” (Juan 6, 56)… La comunión es
asimilación: comiendo a Jesús, nos
transformamos en él. Pero esto requiere nuestro
“si”, nuestra adhesión a la fe.

Comulgar significa entrar en sintonía con el


corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, sus
pensamientos, sus comportamientos. Significa
entrar en un dinamismo de amor y convertirnos
en personas de paz, personas de perdón, de
reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo
que Jesús ha hecho.

En la Eucaristía, Jesús se pone a nuestro lado,


peregrinos en la historia, para alimentar en
nosotros la fe, la esperanza y la caridad; para
confortarnos en las pruebas; para sostenernos
en el compromiso por la justicia y la paz.

La Eucaristía es el don más grande que sacia el


alma y el cuerpo. Encontrar y recibir en nosotros
a Jesús, “pan de Vida”, da significado y
esperanza al camino - a menudo tortuoso - de la
vida. Pero este “pan de Vida” nos es dado con
una tarea, es decir, para que podamos, a su vez,
saciar el hambre espiritual y material de los
hermanos, anunciando el Evangelio por doquier.

Cuando caminamos hacia el altar para recibir la


comunión, es Cristo quien viene al encuentro.
¡La Eucaristía es un encuentro con Jesús!

Papa Francisco
Los cristianos predicamos
un Dios bueno, comprensivo,
generoso y compasivo.
Pero, ¿lo predicamos también
a través
de nuestras actitudes?
Si queremos ser coherentes
con lo que decimos,
todos deben poder ver
esa bondad, ese perdón,
y esa comprensión
en nosotros.

Santa Teresa de Calcuta


51. No se puede vivir la vida, así, como llega.

La vida hay que orientarla hacia un objetivo


concreto.

A la vida hay que marcarle un rumbo, hay que


seguir un camino que conduzca a alguna parte.

La vida tiene que tener un propósito, porque la


vida es búsqueda sin fin.

La vida tiene que ser vivida sin miedo, sin


angustia, con valentía; con empeño, con
entusiasmo, con entereza, con alegría, con
tesón.

La vida tiene que ser vivida con dinamismo, con


ilusión, con fe y esperanza; con amor y en el
amor; amando.

Porque la vida es un esfuerzo constante, una


batalla que hay que librar cada día, cada hora,
cada minuto, sin decaer.

La vida tiene que ser vivida no pensando sólo en


sí mismos, sino también en los demás, en
quienes nos necesitan, en quienes son más
débiles y requieren nuestro apoyo, en quienes
estan solos y necesitan nuestra compañía, en
los tristes que necesitan nuestro consuelo.

La vida tiene que ser vivida individualmente,


personalmente, asumiendo nuestro propio ser,
cada uno el suyo, su mismidad; y también
comunitariamente, porque somos miembros de
un grupo social, y tenemos que enfrentar las
responsabilidades que nos corresponden como
tales.

La vida es una responsabilidad grande, pero


sobre todo es un don. El primero y más grande
don de Dios, de quien procede y hacia quien se
encamina.

Por eso no podemos vivirla así, como llega y


nada más.
52. Vivir la vida a plenitud no es hacer todo lo
que a uno se le cruza por la cabeza, sin
detenerse a pensar en los riesgos que se
enfrentan, en el peligro en el que se pone la
misma vida, en las consecuencias de lo que
hacemos.

Vivir la vida a plenitud no es experimentar todas


las sensaciones posibles en el cuerpo y en el
alma. Rumbear sin descanso, comer, beber,
bailar y "disfrutar" sin límites de ninguna clase.

Vivir la vida a plenitud es, simplemente, vivir


cada instante con la conciencia del enorme
regalo que Dios nos dio al crearnos; las enormes
posibilidades que nuestra existencia nos ofrece,
en la relación con el mundo y con los otros, y el
compromiso que ella representa.

Vivir la vida a plenitud es reír cuando hay que


reír, llorar cuando hay que llorar, compartir todo
lo que somos y lo que tenemos, servir con
alegría, buscar el bien y la verdad siempre y en
todo, amar con todo el corazón.

Vivir la vida a plenitud es saber enfrentar con


entereza las circunstancias difíciles que se nos
presentan, vencer el miedo que tantas veces no
nos deja ir adelante, superarnos a nosotros
mismos.

Vivir la vida a plenitud es abrir la mente y el


corazón a los otros, trabajar con entusiasmo por
la buena convivencia, construir la paz en el
mundo, ser justos, honestos y veraces, siempre
y en todo.
53. Toda vida humana es valiosa, porque es
participación de la Vida de Dios. No importa que
sea una vida debilitada por la enfermedad, o
limitada por la ancianidad.

Todo ser humano, por el sólo hecho de serlo,


tiene una dignidad esencial y merece vivir.

Y todo ser humano que vive, merece ser


ayudado y sostenido en la vida, aunque padezca
una grave enfermedad, o tenga una
discapacidad que limite sus facultades físicas,
intelectuales, sociales y/o espirituales.

De aquí que para un cristiano, el aborto, la


eutanasia y cualquier forma de rechazo,
abandono, marginación, trata de personas o
exclusión, están fuera de discusión.

Lo mismo que el asesinato, la pena de muerte, la


guerra, la tortura, o cualquier clase de violencia
que, sea como sea, es una agresión contra la
vida y la dignidad humanas.

Tenemos que saberlo y también enseñarlo a


otros, para que se haga realidad en la sociedad
y en el mundo.
Los cristianos somos – o debemos ser -, pro-
vida.

Los cristianos pertenecemos – o debemos


pertenecer -, al movimiento de la no-violencia.

Los cristianos sabemos que toda persona


merece respeto y consideración.

Los cristianos trabajamos – o debemos trabajar -


por la paz.

Los cristianos luchamos – o debemos luchar -,


por la justicia y contra la exclusión.
54. La vida del ser humano – nuestra vida - ,ha
sido y será siempre, un ir y venir de cosas
buenas y de cosas malas, de circunstancias
propicias y de momentos difíciles, de luchas y
tropiezos, de triunfos y fracasos, de victorias y
derrotas.

Los cristianos - que somos en primer lugar seres


humanos, con todo lo que ello implica -, vivimos
esta condición de nuestra vida con serenidad y
confianza, porque tenemos nuestra fe y nuestra
esperanza puestas en el Señor, y estamos
absolutamente seguros, de que suceda lo que
suceda, podremos contar siempre con su ayuda
y su protección, su amor y su bondad.

Pase lo que pase en nuestra vida personal,


podemos orar cada día al Padre, diciéndole:

Padre, me pongo en tus manos,


haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea te doy las gracias,
estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal de que tu Voluntad se cumpla en mí
y en todas tus creaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma.
Te la doy con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo y necesito darme a Ti
sin limitación ni medida,
con una confianza infinita,
porque Tú eres mi Padre.
Amén

Él, que nos ama infinitamente, nos dará la fuerza


y el valor necesarios para seguir adelante,
superando los obstáculos que se nos presenten.
55. La vida humana es siempre sagrada,
válida e inviolable, y como tal debe ser amada,
defendida y cuidada.

La vida humana, don de Dios creador, tiene un


carácter sagrado. Por tanto, la violencia que
busca una justificación religiosa, merece la más
enérgica condena, porque el Todopoderoso es
Dios de la vida y de la paz.

A la luz de la fe y la recta razón, la vida humana


es siempre sagrada, y siempre "de calidad". No
existe una vida humana cualitativamente más
significativa que otra, sólo en virtud de medios,
derechos, oportunidades económicas y sociales
mayores.

Una sociedad es verdaderamente acogedora


frente a la vida, cuando reconoce que ésta es
valiosa incluso en la vejez, en la discapacidad
grave, en la enfermedad, y cuando se está
apagando.

No es lícito liquidar, matar una vida humana,


para resolver un problema…
En la custodia y en la promoción de la vida, en
cualquier estado y condición que se encuentre,
podemos reconocer la dignidad y el valor de
cada ser humano individual, desde la
concepción hasta la muerte.

La pena de muerte es inadmisible... Es una


ofensa a la inviolabilidad de la vida y a la
dignidad de la persona humana, que contradice
el designio de Dios sobre el hombre y la
sociedad, y su justicia misericordiosa, e impide
cumplir con cualquier finalidad justa de las
penas.

No hay que olvidar que el derecho inviolable a la


vida, don de Dios, pertenece también al criminal.

Cada vida es una vida amada por el Señor, en


cada rostro se ve el rostro de Cristo.

Papa Francisco
En la vida
todo es proceso.
Hay que perforar la vida,
atravesarla,
y así,
descubrir a Dios.

Madelein Lebrel
56. Fuimos creados por amor y para el amor.
Y no podemos vivir sin recibir el amor de alguien,
y tampoco sin amar a alguien.

Nuestra vida crece y se hace más fuerte cuando


el amor está presente y activo. Cuando amamos
y nos dejamos amar.

Por eso tenemos que preguntarnos:


 ¿Cómo es el amor que doy a los demás?
 ¿Cómo amo?...
 ¿Qué características especiales tiene mi
amor: el amor que doy, y también el amor
que yo quiero recibir?...

La respuesta más acertada a estas preguntas


nos la da san Pablo en su bellísmo Himno al
amor, que encontramos en su Primera Carta a
los cristianos de la ciudad de Corinto, y que vale
también para los cristianos de todos los tiempos
y todos los lugares:

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y


de los ángeles, si no tengo amor, soy como
bronce que suena o un címbalo que retiñe.
Aunque tuviera el don de profecía, y conociera
todos los misterios y toda la ciencia; aunque
tuviera plenitud de fe como para trasladar
montañas, si no tengo amor, nada soy.
Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara
mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada
me aprovecha.

El amor es paciente, es servicial; el amor no es


envidioso, no es jactancioso, no se engríe; el
amor es decoroso; el amor no busca su interés;
el amor no se irrita; el amor no toma en cuenta
el mal; el amor no se alegra de la injusticia; el
amor se alegra con la verdad.

El amor todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo


espera. Todo lo soporta.
El amor no acaba nunca”. (1Corintios 13, 1-8)
57. No te hará feliz el mucho dinero que
puedas conseguir, ni los bienes y objetos que
con ese dinero puedas adquirir.

Tampoco te harán feliz, los títulos y diplomas que


logres alcanzar, ni los altos puestos que puedas
desempeñar.

No te harán feliz los amigos que te halaguen, ni


el prestigio social que llegues a tener.

Los seres humanos sólo podemos ser felices


sintiéndonos amados y amando a los demás,
con un amor verdadero, salido del corazón; un
amor que no se queda en las palabras, sino que
tiene manifestaciones concretas y reales.

Serás feliz cuando abras tu corazón a Dios de


una manera clara y decidida.

Serás feliz cuando logres salir de ti mismo, de tu


egoísmo, de tu deseo de situarte en el primer
lugar, de buscar que todos tus deseos sean
considerados siempre como lo más importante,
que tus ideas sean siempre las que se realizan.

Serás feliz cuando aprendas a compartir con los


otros lo que eres y lo que tienes, tus bienes
espirituales, tus cualidades, y también, por
supuesto, tus bienes materiales, tus posesiones,
tu bienestar, tu dinero.

Serás feliz cuando dejes de pensar en tu


felicidad personal, y te dediques a pensar, a
buscar, y a trabajar por la felicidad de los otros.
58. Un día, se levantó un doctor de la ley, y dijo
para poner a prueba a Jesús: "Maestro, ¿qué he
de hacer para tener en herencia vida eterna?".

Él le respondió: "¿Qué está escrito en la Ley?


¿Cómo lees?"
Contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas
y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti
mismo".
Díjole entonces Jesús: "Bien has respondido.
Haz eso y vivirás".

Pero el doctor de la ley, queriendo justificarse,


preguntó: "Y ¿quién es mi prójimo?"

Entonces Jesús dijo: "Bajaba un hombre de


Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de
salteadores, que, después de despojarle y
golpearle, se fueron dejándolo medio muerto.

Casualmente, bajaba por aquel camino un


sacerdote y, al verlo, dio un rodeo.

De igual modo, un levita que pasaba por aquel


sitio lo vio y dio un rodeo.
Pero un samaritano que iba de camino llegó
junto a él, y al verlo tuvo compasión; y,
acercándose, vendó sus heridas, echando en
ellas aceite y vino; y montándolo sobre su propia
cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él.

Al día siguiente, sacando dos denarios, se los


dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas
algo más, te lo pagaré cuando vuelva.”

Preguntó entonces Jesús: "¿Quién de estos tres


te parece que fue prójimo del que cayó en
manos de los salteadores?"

El doctor de la ley respondió: "El que practicó la


misericordia con él".

Díjole Jesús: "Vete y haz tú lo mismo". (Lucas


10, 25-37)

He aquí la parábola más comprometedora del


Evangelio.
La parábola que nos muestra hasta dónde tiene
que llegar nuestro amor por los demás.
Nuestra compasión y nuestra capacidad de
servicio.
59. El verdadero amor es amar y dejarse amar.
Como ama el Padre, así aman los hijos. Como
Dios es misericordioso, así estamos llamados
nosotros a ser misericordiosos, los unos con los
otros.

Lavarse los pies los unos a los otros significa


acogerse, aceptarse, amarse, servirse
mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al
enfermo, al excluido.

El amor es el don libre de quien tiene el corazón


abierto. ¡Es el compromiso cotidiano de quien
sabe realizar grandes sueños!

No tengan miedo a amar a todos, amigos y


enemigos, porque el amor es la fuerza y el
tesoro del creyente.

No hay amor sin sacrificio.

El amor se alimenta de confianza, de respeto y


de perdón.

El verdadero desafío es amar cada vez más.

Papa Francisco
60. Amar y perdonar son el signo concreto y
visible de que la fe ha transformado nuestro
corazón.

¡El cristiano debe perdonar... porque ha sido


perdonado!

El perdón es la esencia del amor, que sabe


comprender el error y ponerle remedio.

El cristiano jamás puede decir "me las pagarás".


¡Jamás!... La ofensa se vence con el perdón,
para vivir en paz con todos.

Jesús nos pide ser instrumentos del perdón,


porque hemos sido los primeros en haberlo
recibido de Dios.

El perdón es el instrumento puesto en nuestras


frágiles manos, para alcanzar la paz del
corazón.

Jesús nos pide que creamos que el perdón es la


puerta que conduce a la reconciliación.
Diciéndonos que perdonemos a nuestros
hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente
radical, pero también nos da la gracia para
hacerlo.
Un cristiano que no es capaz de perdonar,
escandaliza. No es cristiano.

El corazón que perdona, acaricia. Tan lejano de


aquel gesto: ¡Me las pagarás!

Amar y perdonar como Dios ama y perdona.


Este es un programa de vida que no puede
conocer interrupciones o excepciones.

Papa Francisco
La oración es
como un arma
que debemos tener
siempre dispuesta
para defendernos
en el momento del peligro.
Hay que rezar
con una esperanza ilimitada
de ser escuchados.

San Juan Bosco


61. Todos los seres humanos sufrimos física y/
o espiritualmente, en los diversos momentos de
nuestra existencia en el mundo. Ninguna
circunstancia nos exime de ello.

Sufren los ricos a pesar de su riqueza; sufren los


pobres por su pobreza.
Sufren los hombres y sufren las mujeres.
Sufren los niños, sufren los jóvenes, sufren los
adultos y sufren los ancianos.

Unos más que otros.


Unos por una razón y otros por otra.
Pero todos, absolutamente todos,
experimentamos el dolor en nuestra carne y
sangre, y en nuestro corazón.

No podemos escapar al sufrimiento, pero sí


podemos decidir cómo sufrir.

Enfrentándonos al dolor con rabia, o con


paciencia.
Aceptando el dolor como un hecho natural, u
oponiéndole resistencia.
Amargándonos la vida y amargándosela a
quienes viven a nuestro alrededor, u ofreciendo
a Dios nuestro dolor por las necesidades
personales y familiares, por las necesidades de
la Iglesia y del mundo, o por las necesidades de
las personas más débiles de la sociedad de la
que formamos parte.

Mirar a Jesús en la cruz, da sentido y valor a


nuestro sufrimiento.

Mirar a Jesús en la cruz nos permite sufrir con


paz, con amor y con esperanza.

No entendemos el sufrimiento, pero lo


aceptamos y ofrecemos, como Jesús aceptó y
ofreció el suyo, y esperamos con fe que Dios
transformará un día nuestro dolor en alegría y
paz.
62. Las tragedias que todos los días ocurren en
el mundo, no pueden ser para nosotros sucesos
indiferentes.

Lo que le pasa a un ser humano, sea quien sea


y esté donde esté, es un dolor para la
humanidad entera, porque Dios nos creó a todos
como hijos suyos, y hermanos unos de otros.

No puede ser indiferente para nosotros, el


hambre que sufren millones de personas en los
países de África y de América Latina, incluyendo
nuestro país.
Ni tampoco las guerras que se libran en
diversos países del Medio Oriente y de
África, en las que se han perdido tantas
vidas en los últimos años.

No podemos pasar de largo ante los miles de


personas que cada día abandonan su lugar de
origen a causa de la violencia que los amenaza,
o de las condiciones precarias de vida que
padecen.
Y tampoco ante los cientos, tal vez miles,
de personas que habitan en las calles de
nuestras grandes ciudades, mendigando
el alimento diario, por las razones que
sea.
Estas y otras muchas situaciones semejantes,
reclaman de nosotros una toma de posición
clara, y también una acción concreta y decidida.

Seguro que hay algo que podemos hacer. Tal


vez lo más sencillo, pero no lo menos
importante, encomendar estas necesidades y a
estas personas, en nuestra oración de cada día.
63. ¡Hay tantas realidades dolorosas que no
conocemos!... ¡Tantas que ni siquiera
imaginamos!... ¡Tantas que "necesitan" nuestra
oración ferviente y perseverante!...

Los niños abandonados, los niños maltratados


en el seno de sus familias, los niños abusados
sexualmente, los niños víctimas de la trata de
personas, los niños sometidos a trabajos que no
se corresponden con su edad, los niños que no
reciben la educación adecuada, los niños
enfermos, los niños que mueren de desnutrición.

Los ancianos solos y abandonados; las mujeres


maltratadas, las víctimas de la prostitución, las
víctimas de la trata de personas; los refugiados
de las guerras que se libran en tantas partes del
planeta; los inmigrantes que salen de sus países
de origen y ponen su vida en peligro con tal de
llegar a un lugar en el que creer que podrán
encontrar un futuro mejor para ellos y sus
familias; los hombres y mujeres perseguidos a
causa de su religión; los jóvenes que no tienen
trabajo ni posibilidades cercanas de conseguirlo;
los presos en las cárceles en las que el
hacinamiento ofende su dignidad personal; los
enfermos con enfermedades desconocidas y de
difícil tratamiento; los pacientes de Sida que son
sometidos a aislamiento forzado, en fin.

No podemos estar a su lado por diversas


circunstancias. No podemos acompañarlos, ni
compartir sus dolores físicos y espirituales. Pero
sí podemos apoyarlos con nuestra oración.

Es una manera de no desentendernos de su


dolor, que bien podría ser el nuestro."
64. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo libra de sus angustias".

Estas palabras del salmo 33 nos recuerdan que


Dios – nuestro buen Padre -, está siempre atento
a nuestras necesidades, y nos socorre con su
amor y con su gracia, con prontitud, cuando se lo
pedimos con fe.

Es una verdad que tenemos que tener siempre


presente en nuestra mente y en nuestro corazón.
Una verdad que nos permite mirar la vida con
esperanza, sea cual sea nuestra situación.

"Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo


libra de sus angustias".

Elevar nuestro corazón a Dios, con humildad y


con confianza, nos comunica siempre paz,
alegría y consuelo.

Elevar nuestro corazón a Dios, con humildad y


con confianza, cuando estamos pasando por una
situación difícil, nos da fuerza para seguir
adelante a pesar de las circunstancias
desfavorables.
Elevar nuestro corazón a Dios, con humildad y
con confianza, en las situaciones límite de la
vida, nos hace capaces de cosas que antes nos
parecían imposibles.

Elevar nuestro corazón a Dios, con humildad y


con confianza, llena nuestro corazón de
esperanza, y la esperanza nos anuncia la Vida
eterna y nos conduce a ella.
65. El sufrimiento no es un valor en sí mismo,
sino una realidad que Jesús nos enseña a vivir
con la actitud justa.

Cuando el Hijo de Dios fue crucificado, destruyó


la soledad del sufrimiento, e iluminó su
oscuridad.

Sólo Cristo da sentido al escándalo del


sufrimiento de los inocentes.

En el misterio del sufrimiento, frente al cual, el


pensamiento y el progreso se rompen como
moscas sobre el vidrio, Jesús nos ofrece el
ejemplo de cómo comportarse: no huye del
sufrimiento, que pertenece a esta vida, pero no
se deja aprisionar por el pesimismo.

Las lágrimas de los que sufren no son estériles.


Son una oración silenciosa que sube hasta el
cielo.

No lo olvidemos jamás: ante el sufrimiento de


tanta gente agotada por el hambre, por la
violencia y la injusticia, no podemos permanecer
como espectadores. ¡Ignorar el sufrimiento del
hombre, significa ignorar a Dios!
El dolor es dolor, pero vivido con alegría y
esperanza, te abre la puerta a la alegría de un
fruto nuevo.

Cuando lleguen las dificultades, recordemos


esto: el Señor da la fuerza, siempre, no falta. El
Señor no nos prueba más de lo que nosotros
podemos tolerar. Él está siempre con nosotros.

Papa Francisco
¿Por qué
he de preocuparme?
No es asunto mío
pensar en mí.
Asunto mío es
pensar en Dios.
Es cosa de Dios
pensar en mí.

Simone Weil
66. La buena semilla y la mala semilla.
El trigo y la cizaña.
El bien y el mal.

Nuestra vida humana se mueve entre estas dos


realidades que se enfrentan mutuamente, en una
batalla constante.

No somos buenos del todo ni malos del todo.


Ningún ser humano lo es.

En todos nosotros hay una semilla de bien, que


quiere crecer y desarrollarse, y dar buenos
frutos, y una semilla de mal que quiere hacer lo
mismo e intenta ahogar los buenos y bellos
propósitos de nuestro corazón.

Es la consecuencia más clara y directa del


pecado original que nos afecta a todos sin
distinción.

La buena semilla y la mala semilla.


El trigo y la cizaña.
El bien y el mal.

Hacer crecer el bien tanto como nos sea posible,


y reducir al mal a su mínima expresión, es
nuestra tarea, la tarea más importante de
nuestra vida, como hijos de Dios y discípulos de
Jesús.

El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús resucitado,


que habita en nosotros por el Bautismo y la
Confirmación, es nuestro gran aliado; Él nos
comunica la fuerza y el valor que necesitamos
para lograr nuestro propósito.
67. Todos somos pecadores. Todos estamos
inclinados a pecar, una y otra vez, en esto y en
aquello. Es nuestra gran debilidad.

Todos somos pecadores. Lo sabemos nosotros y


lo sabe Dios que conoce los corazones.

No podemos ecapar del pecado. Caemos en él


con más frecuencia de la que quisiéramos.

A veces son cosas menores, pero otras son


cosas graves, cosas realmente dañinas para
nosotros mismos y también para quienes viven
cerca de nosotros.

Unas veces son pensamientos, otras veces son


palabras, otras acciones, y otras omisiones,
porque el bien que dejamos de hacer también
cuenta.

Tener conciencia de esta realidad personal, es


una gracia de Dios, un regalo de su amor.

Porque sólo cuando tomamos conciencia de


nuestra debilidad, de nuestra inclinación a pecar,
y de nuestros pecados concretos, grandes y
pequeños, podemos arrepentirnos de ellos y
enmendar nuestra conducta equivocada.
Pidamosle a Dios, cada día, con humildad, esta
gracia. Nos hará mucho bien.
68. El pecado, los pecados, los tuyos y los
míos, los de todos, nacen siempre de nuestro
egoísmo.

El egoísmo que nos impulsa a ponernos a


nosotros mismos en el centro de la escena, y
querer que todo sea como nosotros lo
deseamos, como lo pensamos, como lo tenemos
previsto.

El egoísmo que nos hace creer que sabemos


más que los demás, que somos mejores que los
demás.

El egoísmo que poco a poco se vuelve vanidad,


orgullo, soberbia.

¿Y qué podemos hacer para que el egoísmo no


crezca en nosotros, y con él, el dominio del
pecado en nuestra vida?...

La respuesta la tiene san Pablo en su Carta a los


Romanos:

"Nada hagan por rivalidad ni por vanagloria, sino


con humildad, considerando cada cual a los
demás como superiores a sí mismo (Filipenses
2, 3)
69. La conciencia de pecado, de nuestros
pecados, grandes y pequeños, tiene que
llevarnos directamente a la conversión.

Somos pecadores, lo reconocemos,


reconocemos nuestra debilidad, nuestra
inclinación al mal, y asumimos con humildad la
necesidad que tenemos de convertirnos, es
decir, de cambiar de vida, de cambiar nuestra
conducta.

La conversión es una verdadera lucha contra el


pecado, una lucha intensa con nuestras
conductas pecaminosas, para dejar atrás el mal
que hemos hecho; una lucha que exige todo
nuestro esfuerzo para crecer cada día en la
práctica del bien.

Pero no nos convertimos de una vez para


siempre, y eso tenemos que tenerlo en cuenta
para no desanimarnos.

La conversión es un proceso, un largo proceso


con subidas y bajadas, con días buenos y días
malos, con triunfos y con fracasos.

Así tenemos que vivirlo. No hay otra posibilidad.


Es nuestra realidad humana.
Pero hay una buena noticia: lo importante para
Dios no serán sólo los resultados que
obtengamos, sino el empeño que pongamos en
el proceso, nuestra voluntad de cambiar, de ser
mejores, de incrementar nuestras obras buenas,
y el amor con el que lo hagamos.
70. La miseria más peligrosa, causa de todas
las demás: la lejanía de Dios, la presunción de
poder prescindir de Él.

La vanidad es peligrosa porque nos hace caer


inmediatamente en el orgullo, la soberbia, y
después todo termina ahí.

Sentirnos justos es una actitud mala. ¡Es


soberbia!

El orgullo nos hace esclavos, esclavos de


nosotros mismos, esclavos de tantos ídolos, de
tantas cosas.

El egoísmo, la rabia, hacen el corazón pequeño,


pequeño... Y se endurece como la piedra.

La soberbia y el egoísmo que son causa de todo


desacuerdo, nos hacen intolerantes, incapaces
de escuchar y aceptar a aquellos que tienen una
visión o una posición diferente a la nuestra.

El signo de que estamos lejos del Señor es la


hipocresía. El hipócrita no tiene necesidad del
Señor, se salva por sí mismo, así piensa, y se
viste de santo.
Estamos en un tiempo en el que se juega con la
vida, y eso es pecado contra Dios.

El pecado de la pereza es un feo pecado... Es


peor que tener el corazón tibio. Es vivir pero no
tener ganas de ir adelante, no tener ganas de
hacer algo en la vida, haber perdido la memoria
de la alegría.

Papa Francisco
Jesús es todo para nosotros.
Si quieres curar una herida,
él es médico; si estás
ardiendo de fiebre, él es
fuente; si estás oprimido por
la iniquidad, es justicia; si
tienes necesidad de ayuda,
es fuerza; si tienes miedo de
la muerte, es vida; si deseas
el cielo, es camino; si huyes
de las tinieblas, es luz; si
buscas comida, es alimento.

San Ambrosio de Milán


71. El mal se vence con el bien.
Obrando el bien.
Haciendo cosas buenas todos los días.

El odio se vence con el amor.


Amando con generosidad, sin condiciones, a
todos.

El orgullo se vence con la humildad.


Haciéndonos servidores de los demás.

El egoísmo se vence saliendo de nosotros


mismos, de nuestras preocupaciones e intereses
personales.
Yendo hacia los otros, para ayudarlos en sus
necesidades.

La mentira se vence hablando siempre palabras


de verdad, y actuando con honestidad en todo.
Sin dobles intenciones.

La injusticia se vence buscando que todo lo que


decimos y hacemos, reconozca y respete los
derechos de los demás.

Las discordias se vencen perdonando las


ofensas recibidas, y tratando de dar siempre
más importancia a lo que nos une a los otros,
que a lo que nos separa de ellos.

La violencia y la guerra se vencen actuando en


todo de manera pacífica, hablando palabras de
paz, haciendo obras de paz.
72. Luchar contra el egoísmo, que anida en
nuestro corazón, es una tarea que todos
tenemos pendiente.

El egoísmo que nos encierra en nosotros


mismos, y en nuestros propios intereses y
deseos, como el único objetivo de nuestra vida.

El egoísmo que nos cierra los ojos a la realidad


de tantas personas que en todo el mundo, sufren
injusticia, pobreza, violencia, abandono, soledad.

El egoísmo que muchas veces se convierte en


nuestro corazón en egolatría, y nos mueve a
pensar que somos – en todo - mejores que los
demás, más inteligentes, más bellos, más
importantes.

No es una tarea fácil, pero sí una tarea urgente;


una tarea imprescindible e inaplazable, que
todos debemos emprender lo más pronto
posible, porque el egoísmo está en la raíz de
todo pecado, y nos desvía del plan que Dios
tiene para cada uno de nosotros.

Ser egoístas es todo lo contrario de ser


cristianos. O dicho de otra manera: los
cristianos, por el sólo hecho de serlo, nos
declaramos totalmente opuestos al egoísmo
como forma de ser y de actuar. Es lo que nos
enseñó Jesús con su palabra y con su ejemplo.

El egoísmo sólo se puede vencer con el amor,


amando.

Un amor activo y generoso, compasivo y


misericordioso.

Un amor que centre su mirada en las


necesidades de quienes nos rodean, antes que
en las propias.

Un amor que no se quede en palabras y


promesas, sino que se haga real y concreto en
obras de servicio.
73. "Omitir", significa, según el diccionario,
abstenerse de hacer algo, abstenerse de
ejecutar una acción. La "omisión" – por su parte -
es el hecho mismo de haber dejado de hacer
algo que es necesario o conveniente, en una
circunstancia determinada.

Los "pecados de omisión", de los cuales


pedimos perdón en el acto penitencial con el que
comienza la Misa, son aquellos pecados que
cometemos cuando dejamos de obrar el bien,
cuando dejamos de hacer un acto bueno,
teniendo la oportunidad de realizarlo,
simplemente por falta de conciencia, por pereza,
por descuido, o por mala voluntad.

Los pecados de omisión, son más comunes en


nosotros, de lo que creemos, más comunes de lo
que estamos dispuestos a reconocer.

La vida cotidiana de cualquier persona, está


llena de momentos y de circunstancias en los
que es posible y también necesario, prestar un
servicio a alguien, colaborar en alguna tarea
comunitaria, decir una palabra de consuelo a
quien está triste, acompañar a un enfermo o un
anciano en su soledad, elevar a Dios una
oración por quien vive una situación
problemática, compartir con cariño algo que se
posee con quien está necesitado, en fin.

Sólo hace falta tener ojos para ver, y la


sensibilidad "bien educada" para saber distinguir
estos momentos y estas circunstancias.

Es muy importante para nuestra vida cristiana,


tener claridad sobre esto, y muy especialmente,
examinarnos con frecuencia al respecto.

Dejar de hacer el bien que podemos hacer es


tan grave como ejecutar el mal directamente,
porque también daña.
74. Somos pecadores, nadie puede negarlo.
Constantemente estamos alejándonos del bien
que nos acerca a Dios, y obrando el mal, que
nos separa de Él.

Unas veces lo hacemos con más conciencia que


otras, pero eso no quita nuestra responsabilidad
al respecto.

Sin embargo, Dios que nos ama infinitamente y


nos conoce íntimamente a cada uno, nos mira
siempre con ternura y espera pacientemente que
invoquemos su perdón. Y cuando lo hacemos,
nos perdona, y lo hace para siempre.

Con su amor misericordioso, Dios destruye


nuestro pecado, lo elimina totalmente de su
pensamiento, para no volver a recordarlo nunca.

Aprovechemos esta "debilidad" de Dios,


hagamos un buen examen de conciencia y
acerquémonos a un sacerdote para celebrar el
Sacramento de la Confesión.

El Sacramento de la Confesión es un regalo


maravilloso de Dios, que es infinitamente
compasivo y misericordioso, conoce nuestra
fragilidad y no le asusta, porque ella le da la
oportunidad de mostrarnos cuán grande es su
amor por nosotros.

No hay por qué posponerlo más.


75. Todos somos pecadores, pero todos
somos perdonados.

Dios está siempre disponible al perdón, y no se


cansa de ofrecerlo, de manera siempre nueva e
inesperada.

Cuando nosotros pecadores nos convertimos y


nos hacemos encontrar por Dios, no nos
esperan reproches y dureza, porque Dios salva.
Vuelve a recibirnos en casa con alegría, y
festeja.

El perdón de Dios cancela el pasado, y nos


regenera en el amor. Ésta es la debilidad de
Dios. Cuando nos abraza y nos perdona pierde
la memoria.

El perdón de Dios es el signo más grande de su


misericordia. Un don que todo pecador
perdonado está llamado a compartir, con cada
hermano y hermana que encuentra.

Perdonar significa para Dios, darnos la certeza


de que Él no nos abandona jamás.

Dios olvida nuestros pecados y nos consuela. Si


nosotros confiamos en Él, con un corazón
humilde y arrepentido, Él destruirá los muros del
mal, llenará los vacíos de nuestras omisiones,
allanará las montañas de la soberbia y de la
vanidad, y abrirá el camino del encuentro con Él.

El perdón divino es sumamente eficaz, porque


crea lo que dice. No esconde el pecado sino que
lo destruye y lo borra; pero lo borra desde la
raíz.

El perdón de Dios es el signo más grande de su


misericordia. Un don que todo pecador
perdonado está llamado a compartir, con cada
hermano y hermana que encuentra.

El perdón de Dios es un perdón pleno, total, con


el que nos da la certeza de que aún cuando
podemos recaer en los mismos pecados, Él
tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos.

Esto es lo que hoy nos pide el Señor: ¡coraje!


"Dame tus pecados y yo te haré un hombre
nuevo, una mujer nueva".

Papa Francisco
Cuando Dios ama
lo único que quiere
es ser amado.
Si Él ama
es para que nosotros
lo amemos a Él,
sabiendo que el amor mismo
hace felices
a los que se aman entre sí.

San Bernardo
76. “Por sus frutos los conocerán”, dice Jesús
en el Evangelio. “¿Acaso se recogen uvas de los
espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol
bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da
frutos malos... Por sus frutos los reconocerán
(Mateo 7, 16-17.20).

No son tanto nuestras palabras las que dicen


quiénes somos y cómo somos, las que
manifiestan nuestra fe en Dios y nuestro
seguimiento de Jesús, sino sobre todo nuestras
obras, nuestras actitudes de vida, lo que
hacemos y cómo lo hacemos.

A veces hablamos mucho y hacemos poco,


decimos muchas cosas verdaderas y bellas,
pero nuestras obras no las realizan, predicamos
pero no practicamos.

Y todos sabemos que "las palabras se las lleva


el viento".

Cuando los que veían a Jesús y lo seguían,


estaban "asombrados de su doctrina, porque
hablaba con autoridad" (Lucas 4, 32), era
precisamente por esto.
Jesús decía y hacía, obraba siempre y en todo
en perfecta coherencia; era Maestro porque
enseñaba con las palabras, pero también era
Testigo, porque no se quedaba en las palabras,
sino que actuaba conforme a lo que decía,
mostraba lo que proclamaba, entonces sus
acciones eran verdaderos "frutos buenos".

Nuestras obras de cada día, las grandes y las


pequeñas, manifiestan cómo es nuestra fe,
hasta dónde llega, de qué es capaz.

Por eso tenemos que preocuparnos de que


nuestras obras sean el "fruto bueno" que Dios
quiere cosechar.
77. “Obras son amores, y no, buenas
razones”, dice el refrán popular.

El amor no es sólo bellas palabras.


El verdadero amor necesita las obras.

Las palabras se las lleva el viento.


Las obras son concretas y reales.

Muchas veces se miente con las palabras.


Las obras no pueden mentir.

Si dices que amas a alguien, demuéstrale tu


amor con obras concretas que confirmen tus
palabras.

Amar a Dios no es simplemente ponerse de


rodillas frente a un altar. Amar a Dios es también
y sobre todo, amar a sus hijos más queridos, que
son los más pobres y débiles de la sociedad, no
sólo con las palabras, sino también y de un
modo especial, con acciones concretas que los
ayuden en sus necesidades.

Tenemos mucho que aprender sobre el amor.

Tenemos mucho que aprender para amar de


verdad, para empeñar la vida en el amor, como
lo hace Dios, cada instante, con nosotros. Como
lo hizo Jesús cuando entregó su vida, en la cruz,
sólo por amor, amándonos hasta el extremo
(Juan 13, 1).
78. Todos somos diferentes. Iguales en
dignidad, pero diferentes en todo lo demás.

Sin embargo, las diferencias que tenemos no


ponen a nadie por encima de nadie.

Ninguna persona es más que otra porque tiene


un determinado color de piel, porque nació en un
determinado país, o porque sus facciones son
más bellas.

Y tampoco, porque sabe más, porque tiene más


dinero, porque ocupa en la sociedad un lugar
más importante.

Las diferencias no nos catalogan, sino que nos


enriquecen.

Las diferencias enriquecen la sociedad,


enriquecen la humanidad entera, enriquecen a
cada uno.

Tenemos que hacernos conscientes de esta


verdad, para asumirla en nuestra vida, para
hacerla realidad en nuestros comportamientos
de cada día.
Pensamos diferente, amamos diferente,
valoramos las cosas de manera diferente,
sentimos diferente, actuamos diferente, y esas
diferencias de todos y cada uno nos enriquecen
mutuamente.

Unos somos enriquecidos por otros y a la vez,


siendo como somos, enriquecemos a otros. Sólo
tenemos que abrir nuestra mente y nuestro
corazón para acoger estas diferencias, dejando
a un lado toda prevención, todo prejuicio.

Tolerancia y respeto, apertura y acogida, amor


generoso, activo y efectivo, son actitudes
fundamentales en nuestra vida cristiana.
79. El Evangelio de Jesús es, de una manera
muy especial, el Evangelio de la acogida, la
buena noticia de que Dios nos ama a todos sin
excepción, y desea infinitamente que nos
sintamos abrazados por su amor, estrechados
contra su corazón de Padre, íntimamente unidos
a Él.

Esto implica, que quienes somos discípulos del


Señor, tenemos que ser también, por supuesto,
en primer lugar, personas acogedoras con los
demás, particularmente con todos aquellos que
por alguna circunstancia de su vida, se sienten
rechazados, marginados, excluídos, por la
sociedad.

Era lo que hacía Jesús en su tiempo y lo que


tenemos que hacer nosotros en el nuestro.

Sé bien que se dice fácil, y también, que


realizarlo puede resultar particularmente difícil,
pero sea como sea, esta es la verdad del
Evangelio y no podemos desentendernos de
ella, simplemente porque nos cuesta.

Al contrario. Como nos cuesta tanto, tenemos


que insistir e insistir, hasta que lleguemos a
asumirlo como corresponde.
Pidamos a Jesús, desde lo más profundo de
nuestro corazón, con amor y perseverancia, que
nos ayude en este propósito que hoy nos
hacemos, para vivir con más compromiso
nuestra fe en Él: ser cristianos acogedores con
los demás, con los gestos y con las palabras,
con las actitudes y con las acciones.

En una palabra, personas que saben hacer la


diferencia en el mundo.
80. Nuestra vida es un camino iluminado por
luces que nos permiten entrever el sendero,
hasta encontrar la plenitud de la verdad y del
amor, que nosotros, cristianos, reconocemos en
Jesús, Luz del mundo.

Cada momento de nuestra vida no es


provisional, es definitivo, y cada una de nuestras
acciones está llena de eternidad.

¡En la medida con la cual se recibe de Dios, se


dona al hermano, y en la medida con la cual se
dona al hermano, se recibe de Dios!

Cuando en nuestro corazón hay cabida para el


más pequeño de nuestros hermanos, es el
mismo Dios quien encuentra puesto. Cuando a
ese hermano se le deja fuera, el que no es bien
recibido es Dios mismo.

Comprometerse es dar la vida, es jugarse la


vida, y la vida tiene sentido solamente, si uno
está dispuesto a jugarla, a hacerla correr, para el
bien de los demás.
El cristianismo es gracia, es sorpresa, y por este
motivo presupone un corazón capaz de
maravillarse.

El corazón del apóstol no fue hecho para cosas


pequeñas.

Un futuro esperanzador se forja en un presente


de hombres y mujeres justos, honestos, capaces
de empeñarse en el bien común.

Papa Francisco
El fuerte cuide del débil
y el débil respete al fuerte.
El rico suministre al pobre
y el pobre dé gracias a Dios
que le deparó
quién remedie su necesidad.
El sabio demuestre
su sabiduría
no en sus palabras
sino en buenas obras.

Clemente Romano
81. Aunque el perdón es urgente para todos, y
sin él es imposible vivir una vida plena y feliz
como la deseamos, la verdad es que a todos nos
cuesta mucho perdonar a quien nos ha ofendido.

Nos cuesta perdonar, pero tenemos que


aprender a hacerlo, y también, aprender a pedir
perdón, por las ofensas causadas.

Tenemos que aprender a perdonar de verdad,


con los pensamientos, con las palabras y con las
acciones; perdonar con el corazón y desde el
corazón.

El perdón rompe la cadena del odio y del rencor


que hace tanto daño al mundo hoy, y a cada
persona concreta.

El perdón nos acerca al corazón de Dios que


siempre perdona nuestras debilidades y nuestros
pecados, por grandes que ellos sean.

El perdón, cuando es verdadero, renueva la vida


de quien lo da, y también, por supuesto, de
quien lo recibe.

¿Y cuántas veces tengo que perdonar?...


La respuesta nos la da Jesús en el Evangelio:

Pedro se acercó a Jesús y le dijo: "Señor,


¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas
que me haga mi hermano? ¿Hasta siete
veces?". Y Jesús le respondió: "No te digo hasta
siete veces, sino hasta setenta veces siete"
(Mateo 18, 21-22)
82. Perdonar a las personas que nos han
ofendido, no es fácil, es una gracia que
debemos pedir: Señor, enséñame a perdonar
como Tú me has perdonado a mí.

Si tú no tienes conciencia de ser perdonado,


jamás podrás perdonar... El perdón... sólo se
puede hacer cuando yo siento mi pecado, me
avergúenzo... y pido perdón a Dios, y me siento
perdonado por el Padre. Y así puedo perdonar.
Si no, no se puede perdonar, somos incapaces
de ello. Por esto el perdón es un misterio.

El perdón de las ofensas es la expresión más


evidente del amor misericordioso, y para
nosotros cristianos, es un imperativo del que no
podemos prescindir.

Es triste constatar cómo la experiencia del


perdón, en nuestra cultura, se desvanece cada
vez más. Incluso la palabra misma, en ciertos
momentos parece evaporarse.

El mundo necesita el perdón; demasiadas


personas viven encerradas en el rencor, e
incuban el odio, porque, incapaces de perdonar,
arruinan su propia vida y la de los demás, en
lugar de encontrar la alegría de la serenidad y
de la paz.

Amar y perdonar como Dios ama y perdona.


Este es un programa de vida que no puede
conocer interrupciones o excepciones.

Papa Francisco
83. Ser cristiano no es, simplemente, tener una
religión, creer en una doctrina, ir a la iglesia con
cierta regularidad.

Ni es tampoco, hacerle un altar a la Virgen,


encenderle una vela a un santo, repetir unas
oraciones cada día, enviar una cadena de
promesas por whatsapp, compartir en facebook
historias sorprendentes.

Ser cristiano es, simple y llanamente, haberse


"encontrado" con una persona: Jesús de
Nazaret, el Hijo de Dios encarnado, y entablar
con él una estrecha y profunda relación de
amistad.

Ser cristiano es permitirle a Jesús iluminar con


su luz cada rincón de nuestra alma y de nuestra
vida, y llenarnos con su amor que se entrega sin
condiciones ni regateos.

Ser cristiano es abrir la mente y el corazón cada


día, para escuchar de nuevo su palabra de
verdad y de vida, de esperanza y de paz.

Ser cristiano es dejarnos conducir por Jesús


hacia los hermanos, que nos esperan ansiosos
porque necesitan nuestro amor y nuestro
servicio.

Ser cristiano es tratar de parecerse a Jesús en


todo, cada uno según sus circunstancias.
84. Ser cristiano es, ante todo, ser testigo de
Jesús. Hablar de él, no sólo con palabras, que
tantas veces se las lleva el viento, sino sobre
todo con hechos, con acciones concretas y
claras, que todos puedan ver y sentir; hacerlo
presente en el mundo por nuestras obras de
amor y de servicio.

Ser cristiano es ser testigo de Jesús en el mundo


en que vivimos, intentando amar y servir a las
personas que encontramos en nuestro camino,
como él amó y sirvió a las personas que
encontró en el suyo, aunque a veces parecieran
un poco raras, y se salieran de los esquemas
establecidos por la sociedad de su tiempo.

Se dice muy fácil, pero puede resultar muy difícil.


¡Es muy difícil!... ¡Necesitamos con urgencia que
él mismo nos enseñe y nos ayude a hacerlo!...

Por eso tenemos que mantener fijos nuestros


ojos y nuestro corazón en él, intentando con
generosidad, pasar del pensamiento y los
deseos, a las acciones concretas y reales que
beneficien a quienes comparten su vida con
nosotros.
Jesús amó a los otros negándose a sí mismo y
haciéndose servidor incondicional de quienes lo
buscaban, y lo mismo tenemos que hacer
nosotros. Sólo así podemos ser verdaderos
seguidores suyos.
85. Ser cristianos no significa principalmente,
pertenecer a una cierta cultura o adherir a una
cierta doctrina, sino sobre todo, vincular la
propia vida, en cada uno de sus aspectos, a la
persona de Jesús, y a través de él, al Padre.

Ser cristianos es tener una relación viva con la


persona de Jesús; es revestirse de él, es
asimilarse a él.

Ser cristiano no es un mérito, es un camino


espiritual de perfección. No es mérito, es pura
gracia.

El cristiano debe ser una persona luminosa, que


lleve la luz, ¡siempre da luz! Una luz que no es
suya, pero es el regalo de Dios, el regalo de
Jesús.

Ser cristiano significa "tener los mismos


sentimientos que fueron de Jesucristo",
sentimientos de humildad y de donación, de
desapego y de generosidad.

Ser cristiano es volverse necio en cierto


sentido... Es renunciar a esa astucia del mundo
para hacer todo lo que Jesús nos dice que
hagamos, y que si hacemos las cuentas, si
hacemos un balance, parece en perjuicio
nuestro.

Nuestra dignidad de cristianos consiste, en


definitiva, en el compromiso de adorar sólo a
Dios y amarnos mutuamente, de estar al servicio
los unos de los otros, y de mostrar mediante
nuestro ejemplo, no sólo lo que creemos sino
también lo que esperamos, y quién es Aquel en
quien hemos puesto nuestra confianza.

Papa Francisco
La fe es
vivir en comunicación
permanente
con Dios,
que se esconde
detrás de todo,
y habita en el corazón
del universo y de las
personas.

Leonardo Boff
86. "Ser coherente" es una de las
características más importantes de quien se
confiesa cristiano, es decir, discípulo y seguidor
de Jesús.

Es coherente quien hace que haya perfecta


correspondencia entre lo que piensa, lo que dice
y lo que hace; entre sus ideas y sus acciones;
entre lo que afirma creer y las obras con las que
hace concreta esa fe que dice tener; entre la fe y
la vida.

Jesús fue una persona perfectamente coherente


a lo largo de su vida en el mundo. Esa
coherencia era lo que hacía que la gente que lo
escuchaba sintiera en su corazón, que "hablaba
con autoridad y no como los escribas y fariseos",
como anotan los evangelios.

La coherencia llevó a Jesús hasta la cruz, donde


entregó su vida con generosidad, por amor a
Dios, su Padre, y por amor a cada uno de
nosotros.

También nosotros – tú y yo – tenemos que ser


coherentes, tenemos que hacer corresponder
nuestra fe en Jesús y nuestra vida cotidiana. Es
la única manera de ser cristianos de verdad.
87. No permitas que tu vida cristiana sea una
vida mediocre, rutinaria, sin brillo, semejante a
una carga pesada que arrastras sin mucho
convencimiento y con bastante incomodidad.

Ser cristiano es un regalo inmenso de Dios, que


debemos aprender a valorar y a agradecer cada
día.

Ten presente en tu mente y en tu corazón, las


palabras de Jesús a sus discípulos y a quienes
se habían reunido para escucharlo aquella
mañana en la montaña, y que nos transmite san
Mateo en su Evangelio:

Ustedes son la sal de la tierra. Mas si la sal se


desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve
para nada más que para ser tirada afuera y
pisoteada por los hombres.

Ustedes son la luz del mundo. No puede


ocultarse una ciudad situada en la cima de un
monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la
ponen debajo del celemín, sino sobre el
candelero, para que alumbre a todos los que
están en la casa.
Brille así su luz delante de los hombres, para
que vean sus buenas obras y glorifiquen a su
Padre que está en los cielos. (Mateo 5, 13-16)

Que quienes comparten su vida contigo, se


sientan motivados a creer lo que tú crees y a
vivir lo que tú vives, porque tu fe es alegre e
iluminadora.
88. San Pablo da a los cristianos de Roma, una
serie de recomendaciones para su vida, que
también nosotros debemos tener en cuenta en la
nuestra.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero


la humanidad sigue siendo la misma, y también
el Evangelio de Jesús, en quien creemos y a
quien hemos entregado nuestra vida.

Dijo san Pablo en aquel tiempo y nos dice


también a nosotros hoy:

Su caridad sea sin fingimiento; rechazando el


mal y adhiriéndose al bien; amándose
cordialmente los unos a los otros; estimando en
más cada uno a los otros; con un celo sin
negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al
Señor; con la alegría de la esperanza;
constantes en la tribulación; perseverantes en la
oración; compartiendo las necesidades de los
santos, practicando la hospitalidad.

Bendigan a los que los persiguen, no maldigan.


Alégrense con los que se alegran; lloren con los
que lloran. Tengan un mismo sentir los unos
para con los otros; sin complacerse en la altivez;
atraídos más bien por lo humilde; no se
complazcan en su propia sabiduría. Sin devolver
a nadie mal por mal; procurando el bien ante
todos los hombres: en lo posible y en cuanto de
ustedes dependa, en paz con todos; no tomando
la justicia por su cuenta... Antes al contrario: si tu
enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene
sed, dale de beber... No te dejes vencer por el
mal; antes bien, vence al mal con el bien
(Romanos 12, 9-18).
89. Siempre podemos ser más buenos de lo
que somos.

Siempre podemos amar más de lo que amamos.

Siempre podemos creer con una fe más firme y


más profunda.

Siempre podemos tener una esperanza más


fuerte y decidida.

Siempre podemos ser más sencillos, más


humildes, más generosos.

Siempre podemos ser más amables, más


acogedores, más bondadosos.

Siempre podemos ser más cariñosos, más


pacientes, más tolerantes.

Siempre podemos servir más y mejor.

Siempre podemos tener un corazón más puro y


limpio.

No hay medida para el bien.


No hay medida para el amor.
No hay medida para la fe.
No hay medida para la esperanza.
No hay medida para la generosidad.

Lo dijo Jesús, muy claramente: "Sean perfectos


como es perfecto su Padre celestial" (Mateo 5,
48); "Sean compasivos, como su Padre celestial
es compasivo" (Lucas 6, 36).

La medida de es Dios mismo, y Dios no tiene


límites.

El modelo es Jesús, y Jesús "nos amó hasta el


extremo" (Juan 13, 1).
90. La tarea de los cristianos en este mundo es
abrir espacios de salvación, como células de
regeneración capaces de restituir la linfa a lo
que parecía perdido para siempre. Cuando el
cielo esta nublado, es una bendición quién sabe
hablar del sol.

Jesús no quiere discípulos capaces sólo de


repetir fórmulas aprendidas a memoria. Quiere
testigos: personas que propagan esperanza con
su modo de acoger, de sonreír, de amar.

El cristiano es un misionero de esperanza. No


por su mérito, sino gracias a Jesús, el grano de
trigo que cae en la tierra, ha muerto y ha dado
mucho fruto.

Si algo debe inquietarnos santamente y


preocupar nuestra conciencia, es que tantos
hermanos nuestros, vivan sin la fuerza, la luz y
el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una
comunidad de fe que los contenga, sin un
horizonte de sentido y de vida.

Papa Francisco
Ensalza lo humilde,
multiplica lo poco,
recompensa la injuria
con bondad,
corta el problema en su brote,
y siembra lo grande
en lo pequeño.

Lao Tsé
91. No amontonen tesoros en la tierra, donde
hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones
que socavan y roban. Amontonen más bien
tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven
y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará
también tu corazón (Mateo 6, 19-21).

¿Cuál es tu tesoro?... ¿Dónde lo tienes?...

¿Es acaso el dinero que posees en tu cuenta


bancaria?...
¿O son las propiedades inscritas a tu nombre en
la Notaría?...

¿Son las joyas de la caja fuerte?...


¿O es la ropa, los zapatos, las carteras, y todos
los objetos que guardas en el armario?...

Donde esté tu tesoro, alli estará también tu


corazón, dice Jesús.

¿Entonces tu corazón está en el Banco?... ¿O


está en la Notaría?...
¿Está en la caja fuerte?... ¿O está en el
armario?...
¿O tal vez en todas las anteriores?…
¿Será que vale la pena preocuparse por
conseguir tantas cosas materiales, que hoy
están y mañana no?...

¿Será que vale la pena poner el corazón en


tantas cosas que sólo pueden darnos una
satisfacción aparente, un bienestar
momentáneo, una "felicidad" pasajera?...

El ser humano ha sido creado para cosas más


grandes.

El corazón humano sólo alcanza su realización,


cuando no se queda en lo material, sino que
apunta a lo espiritual y trabaja por ello.

Que el tener no te domine ni señale tu rumbo.


92. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios (Mateo 5, 8).

Tener limpio el corazón es obrar siempre con


rectitud de intención, buscando sólo lo que es
bueno, bello, verdadero y justo.

Tener limpio el corazón es ser sincero en todo y


con todos. Amar la verdad, la honestidad, y la
justicia, en las palabras y en las obras, y luchar
por ellas y con ellas.

Tener limpio el corazón es rechazar la mentira en


todas sus formas; rechazar la hipocresía, la
falsedad, la mera apariencia.

Tener limpio el corazón es saber reconocer las


propias debilidades, y también las
equivocaciones que tantas veces cometemos, y
asumir las consecuencias de lo que hacemos y
decimos, sin echar la culpa a otros.

Tener limpio el corazón es no tener dos caras:


una para mostrar a quien necesito dar una
buena impresión, y otra, la que sólo conozco yo
mismo, y que es opaca, huraña, oscura.
Tener limpio el corazón es rechazar con todas
las fuerzas, los malos pensamientos y los malos
deseos, que conducen a las malas acciones.

Tener limpio el corazón es mantener nuestra


mirada puesta en Jesús que es la Verdad, la
Bondad, la Justicia, la Santidad, y trabajar con
todas nuestras fuerzas para asemejarnos a él.
93. La paciencia es una virtud humana y
cristiana, un don de Dios que debemos pedir con
insistencia, porque es buena para nosotros y
también para quienes viven a nuestro alrededor.

La paciencia es la "ciencia de la paz", y todos la


necesitamos para vivir en armonía con nosotros
mismos, con los demás, y con el mundo exterior.

Ser pacientes no es ser tontos, y tampoco,


insensibles.

Ser pacientes es saber que todas las personas


somos distintas, aceptarnos a nosotros mismos
como somos, y aceptar a los otros como ellos
son, con sus virtudes y sus defectos, en paz, sin
discusiones, sin descalificaciones.

Ser pacientes es permanecer tranquilos, aún en


los momentos más difíciles de nuestra vida, con
la certeza de que lo que nos sucede, pasará,
que las aguas volverán a su cauce, que más
pronto de lo que podemos imaginarnos todo
estará de nuevo en su lugar.

Ser pacientes es mantener el dominio de sí


mismo en todos los momentos y todas las
circunstancias, seguros de que Dios está a
nuestro lado y que su amor nos protege y
acompaña siempre.

Ser pacientes es saber esperar lo que vendrá, lo


que sucederá, sin prisas que hacen daño.

Ser pacientes es conocer el valor de la paz, y


empezar a construirla en nuestro entorno más
cercano.
94. La paciencia y la humildad son dos virtudes
humanas y cristianas, que crecen juntas, porque
se soportan mutuamente.

Donde hay paciencia seguro que hay también


humildad, y donde hay humildad tiene que haber
por fuerza paciencia.

Cuando pienso en estas dos virtudes así unidas,


me remito siempre a Jesús en los
acontecimientos de la Pasión, que conocemos
por los relatos de los evangelistas.

¡Cuánta paciencia tuvo que tener Jesús para


soportar en silencio las falsas acusaciones que
le hacían, y también, por supuesto, cuánta
humildad, para no dejarse llevar de la tentación
de demostrar su poder de Dios, y liberarse de
quienes lo acusaban y juzgaban sin autoridad!

¡Cuánta paciencia y cuánta humildad tuvo Jesús,


para dejarse clavar en la cruz, por los soldados
romanos, sin reivindicar en ningún momento su
condición de Hijo de Dios y Enviado suyo!

Humildad, porque asumió sin reclamar ni


defenderse, un castigo que era injusto desde
todos los puntos de vista.
Paciencia, porque en medio del dolor supo
mantener la compostura; no gritó, no forcejeó, no
amenazó; conservó la paz del corazón, y hasta
fue capaz de perdonar a quienes lo ofendían de
una manera tan injusta y violenta.

Que Jesús nos ayude a todos a ser pacientes y


humildes como él, para que la paz de Dios, su
paz, reine en nuestros corazones y en el mundo
entero.
95. El cristianismo es una religión alegre. La
alegría es parte de su esencia.

El Evangelio de Jesús es una "buena noticia", y


las buenas noticias siempre llenan nuestro
corazón de alegría.

Por eso no se puede concebir un buen cristiano


que no sea alegre, que no respire optimismo,
que no viva con esperanza, aún en los
momentos y circunstancias más difíciles, que a
nadie faltan.

El cristiano, que tiene muy claro en su mente y


en su corazón, que Dios lo ama infinitamente,
tiene que mantenerse alegre.

El amor de Dios por nosotros es la mayor fuente


de alegría y felicidad verdaderas, que pueda
existir.

Pero no podemos ser felices solos. La alegría, la


felicidad, son para compartirlas con los demás.

Somos verdaderamente felices cuando podemos


compartir nuestra alegría con otras personas,
generalmente quienes están más cerca de
nosotros: nuestros familiares y amigos, nuestros
vecinos y conocidos, nuestros compañeros de
trabajo o estudio, aunque no podemos excluir a
nadie que esté a nuestro alcance.

Un bello propósito sería, sin duda, proponernos


vivir siempre con una sonrisa en los labios.

Una sonrisa que alegre el corazón y la vida de


las personas que nos rodean.

Una sonrisa que muestre a todos, que para


nosotros, creer en Jesús y seguirlo no es una
carga pesada, sino un acontecimiento que nos
hace felices, que nos llena de entusiasmo, que
nos anima íntimamente.
El amor se ha de poner
más en las obras
que en las palabras.

San Ignacio de Loyola


96. Elimina de tu vocabulario, de una vez por
todas, las palabras violentas, las palabras
despectivas, las palabras que ofenden la
dignidad de las personas, las palabras que
discriminan en algún sentido.

No digas nunca de nadie: "es un desechable"...,


"es una rata"..., "es una basura", u otras cosas
semejantes.

Y tampoco: "ese negro"..., "ese indio"..., "ese


viejo"..., "esa vieja"...

Ningún ser humano, sea lo que sea y haga lo


que haga, merece un trato así.

Por encima de todo está su dignidad como hijo o


hija de Dios, creado por el Padre a su imagen y
semejanza, y redimido por Jesús, que asumió
plenamente nuestra naturaleza humana y la
elevó a la altura de Dios.

Que tus palabras sean siempre palabras de


bendición.
Palabras bellas, respetuosas, motivadoras.
Palabras amorosas, palabras tiernas
Palabras de verdad y de justicia. Palabras de
paz.
Palabras que construyan.
Palabras que sanen heridas.
Palabras que llenen los corazones de
esperanza.
97. "No dejes para mañana lo que puedes
hacer hoy", dice el refrán popular.

No hay por qué, ni para qué, postergar los


deberes y responsabilidades que tenemos en
nuestra vida diaria, y tampoco los proyectos y
planes que nos hemos hecho.

Sólo tenemos en nuestras manos el presente, y


en ese presente es en el que tenemos que vivir y
actuar. El pasado ya pasó y está en las manos
de Dios; el futuro no sabemos cómo será.

Aquí y ahora creemos, amamos y esperamos.

Aquí: en el lugar en el que Dios nos puso a cada


uno, en las circunstancias que nos acompañan,
y con las personas que comparten su vida con
nosotros.

Ahora: ya, porque no sabemos si el mañana


existirá para nosotros.

"No dejes para mañana, lo que puedes hacer


hoy".

El bien hay que hacerlo aquí y ya, con las


personas que viven a nuestro lado, sin demoras
ni regateos, sin escatimar esfuerzos,
aprovechando al máximo lo que Dios tuvo a bien
darnos cuando nos creó, para que lo
compartiéramos con los demás.

El futuro lo construimos en el presente concreto,


con el corazón lleno de fe, de amor y de
esperanza.
98. Ofrecer nuestra vida a Dios cada día.
Poner en sus manos todo lo que somos y lo que
tenemos; lo que nos sucede, sea bueno o malo;
las alegrías y las tristezas, los triunfos y los
fracasos, la salud y la enfermedad, es una buena
manera de darle gracias por todo lo que nos ha
dado, comenzando por nuestra misma
existencia.

Ofrecer nuestra vida a Dios cada día, es el mejor


modo de corresponder a su amor de Padre-
Madre, que es un amor infinitamente tierno y
generoso; un amor que se da sin condiciones ni
exclusiones; un amor compasivo y
misericordioso, que "sufre" con nuestros dolores
y se "alegra" con nuestras alegrías.

Ofrecerlo y vivirlo todo con alegría y entusiasmo.


Con paciencia y dignidad.
Con valentía y decisión.
Con fe y esperanza.
Con amor y generosidad.

Seguros de que Dios sabrá recibirlo y acogerlo


todo con su bondad y su misericordia.

Absolutamente convencidos de que en sus


manos y por su amor, todo alcanza su plenitud.
No importa que no seamos personas
"importantes", y tampoco que no tengamos
"grandes realizaciones" a nuestro haber.

Lo único que interesa es que lo hagamos desde


el corazón, con recta intención, con amor
verdadero, sencillamente, generosamente.

Porque Dios no se queda en las apariencias,


sino que conoce lo más profundo de nuestro ser.
99. Nuestra vida, aunque aparentemente sea
sencilla y rutinaria, debe estar marcada por el
agradecimiento.

Sea como sea y pásenos lo que nos pase,


siempre tenemos algo por lo que dar gracias a
Dios; basta que nos detengamos un momento a
pensar en ello, para que enseguida lo
encontremos.

El sólo hecho de existir, de estar aquí en el


mundo, ya es un hermoso regalo de Dios, que al
crearnos nos ha hecho sus hijos muy queridos.

La fe que profesamos – nuestra fe cristiana


católica - es un don que da sentido a todo lo que
somos y a todo lo que hacemos, a lo que nos
sucede y a lo que no, a lo que nos hace reír y a
lo que nos hace llorar, a las alegrías que
experimentamos y a los sufrimientos que
padecemos.

La belleza del mundo en el que habitamos es un


don.

La familia de la cual formamos parte es un don.


La salud que nos permite crecer y desarrollarnos
adecuadamente como personas capaces, es un
don.

Los amigos que comparten su vida con nosotros,


son un don.

El trabajo que nos permite conseguir lo que


necesitamos, es un don.

Saquemos un tiempo para pensar en todo lo que


a lo largo de nuestra vida hemos recibido del
Señor, y démosle gracias como se debe.
100. Dios es muy generoso con nosotros, y
nosotros estamos invitados a reconocer siempre
sus beneficios, su amor misericordioso, su
paciencia y su bondad, viviendo en un
agradecimiento incesante.

La actitud de agradecer nos dispone a la


humildad, a reconocer y a acoger los dones del
Señor.

En los momentos bellos, demos gracias a Dios


con la oración de agradecimiento.

Tres actitudes que no deberían faltar nunca a los


discípulos de Jesús: primero, aprender a dar
gracias, siempre y en cada lugar, y no solo en
ciertas ocasiones, cuanto todo sale bien;
segundo: hacer de nuestra vida un don de amor,
libre y gratuito; tercero: construir la concreta
comunión, en la Iglesia y con todos.

Eucaristía significa acción de gracias. Acción de


gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que
nos envuelve y nos transforma en su comunión
de amor.

Papa Francisco
Tengo que llegar a ser
una persona que ama,
una persona
de corazón abierto,
que se conmueve
ante la necesidad del otro.
Entonces encontraré
al prójimo,
o mejor dicho,
será él quien me encuentre.

Benedicto XVI

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