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CURSO DE ACTUALIZACIÓN TEOLÓGICA PARA MINISTROS

PATROCINADO POR

Asociación de Ministros Evangélicos


de las Islas Canarias
AMEIC

Consejo Evangélico de Canarias

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IMPARTIDO POR

Ceibi 

Centro Superior de Teología


CEIBI

TEMA V: DOGMÁTICA

PROFESOR

Dr. José Luis Fortes Gutiérrez


Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

DOGMÁTICA

Sumario

1. Las Escrituras

1.1. La revelación general


1.3. La Unidad de las Escrituras
1.2. La revelación especial
1.4. La Biblia, única norma de fe y conducta

2. Dios

2.1. Naturaleza de Dios


2.2. El carácter de Dios: Sus atributos
2.3. La obra creadora y sustentadora de Dios

3. El hombre

3.1. Su creación
3.2. El pacto de obras
3.3. La caída
3.4. Consecuencias de la caída

4. La salvación

4.1. El pacto de gracia


4.2. La unidad de la esperanza: no hay más Salvador que Cristo
4.3. Por gracia, por medio de la fe, no por obras… (Ef 2.8)
4.4. El nuevo nacimiento
4.5. El llamamiento externo y el interno
4.6. La fe salvadora
4.7. El arrepentimiento para vida
4.8. La justificación
4.9. La adopción
4.10. La santificación
4.11. Las buenas obras
4.12. La perseverancia de los santos

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

DOGMÁTICA

1. Las Escrituras

1.1. La revelación general

1.1.1. ¿Qué es la revelación general?

La propia Biblia nos dice que Dios ha hablado muchas veces y de muchas maneras (He
1.1). Una de éstas es lo que se conoce como “revelación general”, y podemos definirla
como una forma de hablar Dios a todos los hombres sin lenguaje y sin palabras (Sal
19.1-4). Hay dos formas o maneras en la que Dios habla por la revelación general: a
través de la creación y a través de la conciencia.

 La revelación general a través de la creación

De los cielos dice la Biblia que: “cuentan la gloria de Dios...” (Sal 19.1; 8.1). Según
esto la obra de la creación tiene el sello de Dios y le revela como su hacedor (Ro 1.19-
20), presentándole como un ser bondadoso (Sal 68.9-10; 145.4-7,9; 104.24),
misericordioso (Sal 119.64), sabio (Pr 3.19), soberano (Hch 4.24), todopoderoso (Ro
1.19-20), omnipresente (Hch 17.27), y único (en su deidad, es decir, sólo él es Dios)
(Ro 1.19-20).

 La revelación general a través de la conciencia

La conciencia, que es presentada en las Escrituras como la “ley escrita en los


corazones” (Ro 2.15), forma parte de la gracia común de Dios para todos los hombres,
entendida ésta como un medio de parte de Dios para frenar el pecado individual y
colectivo y para hacer más tolerable la convivencia humana. La conciencia funciona
como un tribunal interior en las personas que aprueba o condena las acciones u
omisiones voluntarias. Aunque no es un tribunal perfecto ni infalible, pues está sujeto a
los valores diversos y cambiantes de las sociedades humanas, será tomado en cuenta en
el día del juicio para determinar el grado de condenación de aquellos que se presenten
ante Dios sin expiar sus obras pecaminosas con la sangre de Cristo (Ro 2.6-16). ¿En qué
sentido? Es necesario entender que aunque la revelación general no es suficiente para
llevar a alguien a la salvación (1 Co 1.21), deja sin excusa a toda criatura acerca de la
existencia de Dios y de una justicia absoluta que procede de él (Ro 1.19-20).

1.1.2. ¿Cómo pervierte el hombre la revelación de Dios?

En cuanto a la creación, dice la Biblia que los hombres “se envanecieron en sus
razonamientos” (Ro 1.21) /…/ “cambiaron la gloria del Dios incorruptible” (Ro 1.23)
/…/ y “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a la
criatura antes que al creador” (Ro 1.25). Todo esto se manifiesta en la sustitución de
Dios por cualquier sucedáneo producto de la mente humana. Desde una burda imagen
de talla hasta la vaca sagrada de la ciencia, el hombre en su pecado siempre ha buscado

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

sustituir en su vida al Dios vivo y verdadero por otro hecho a imagen y semejanza de sí
mismo. ¿Cómo es que la humanidad ha llegado a esto? Dice la Escritura que “habiendo
conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias” (Ro 1.21), y es
entonces cuando la conciencia se endurece para que no cumpla con su cometido: “su
necio corazón fue entenebrecido, profesando ser sabios se hicieron necios” (Ro 1.22).
Según Pablo ha sido la rebeldía del pecado, primero de Adán y después de todos, por
cuanto todos en él pecaron, la que ha degenerado en la ceguera recalcitrante que suple a
Dios como agua viva y le sustituye por una cisterna rota que no retiene agua (Ro 5.12)
cf (Jer 2.13; 9.12-14).

1.2. La revelación especial

1.2.1. “Dios, habiendo hablado…” (He 1.1)

Según las Escrituras lo ha hecho muchas veces (He 1.1): Antes de la caída (Gn 1.28-30;
2.16-25), después de la caída (Gn 3.9), a los patriarcas (He 1.1) (Gn 6.13; 7.1; 8.15; 9.1;
12.1-3), a los profetas (He 1.1) (Is 6) (Jer 1-2); y de muchas maneras (He 1.1): Mediante
“teofanías” o manifestaciones visibles de la deidad indicando su presencia a través de
acontecimientos naturales producidos de forma sobrenatural, como fuego o nubes (Ex
3.2; 33.9), viento o aire (Job 38.1) (Sal 18.10-16), el sonido de un silbido (1 R 19.12), o
mediante el ángel de Jehová (Gn 16.13; 31.11), milagros, tipos1 y manifestaciones
directas (Mt 9.5-8) (Jn 10.37-38) (Dt 5.4) (1 P 1.11).

1.2.2. “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (He 1.1b)

El Hijo es el Verbo (palabra) de Dios hecho carne (Jn 1.1,14), que nos “habla de” o
“muestra a” Dios (Jn 1.18), a través de su persona (Mt 1.23), de manera que verle a él es
ver a Dios (Jn 14.8-11). También nos habla, como postrer Adán (1 Co 15.45), de la talla
moral y perfecta que deberíamos tener, pero que no tenemos a causa de nuestro pecado
(Ro 3.10-18,23), pero que podemos recuperar mediante la salvación que Dios nos
provee en Cristo (Jn 1.29), que nos hace ser semejantes a él (Ef 4.11-16), santos y sin
mancha (Ef 1.4). Es por todo lo anterior que Cristo es el único camino al padre (Jn 14.6)
y el único nombre bajo el cielo en que podemos ser salvos (Hch 4.12).

1.2.3. La Biblia o documento escrito de la Palabra de Dios

Las Escrituras Sagradas o Santa Biblia forman parte también de la revelación especial
de Dios para los hombres con un propósito eminentemente salvífico (Jn 20.30-31) (2 Ti
3.15). Para ello Dios se sirvió de testigos humanos (Hch 5.32) (Jn 15.26-27), hombres
1
Los tipos son símbolos proféticos del Antiguo Testamento expresados a través de personas, eventos,
animales o cosas que prefiguraban alguna realidad espiritual que había de cumplirse en Cristo o en su
obra. En el Nuevo Testamento son llamados “figuras de las cosas celestiales” (He 9.23) (Ro 5.14),
“sombras de los bienes venideros” (He 10.1) (Col 2.16-17) (He 8.5), o “ejemplos” (1 Co 10.1-6).
Algunos de estos tipos o símbolos profeticos son el Tabernáculo (He 9.8-9,23-24), la Pascua (1 Co 5.7),
La Circuncisión (Col 2.11-13), etc. Con los tipos el Espíritu Santo revelaba a las gentes del Antiguo
Testamento todo lo referente a la obra redentora del Mesías: “dando el espíritu a entender” (He 9.8) cf
(Jn 8.56) (He 11.24-27). Los tipos son para nosotros hoy en día enseñanzas que nos intruyen y amonestan
(1 Co 10.6,11), y son vitales para entender la estrecha afinidad entre lo sucedido en el Antiguo
Testamento y el Nuevo Testamento: En (Mt 12.40) nótese el “como… así”, y en (Lc 17.26) “como fue...
así también será”, y en (1 Co 15.22) “así como... también…”. En definitiva, no podemos entender el
Nuevo Testamento sin el Antiguo y viceversa (Hch 15.15) (Gá 4.21-31).

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escogidos (Gá 1.1,12,15-16), apóstoles y profetas (Mt 16.18) cf (Ef 2.20), para
escuchar, ver y palpar cuanto relatan (Lc 24.18) (1 Jn 1.1) (1 Co 15.6) (Hch 26.26), y
para escribirlo (Dt 18.18) (Is 51.16;21) (Jer 1.9) (Ap 1.11,19) bajo inspiración y guía del
Espíritu Santo (2 P 1.21) (1 P 1-10-13), evitándose con dicha inspiración la introducción
de humanos errores (2 P 1.16-20) (1 Ti 2.7), de manera que el resultado final de todo el
proceso fuese que la Iglesia tuviese un documento escrito que puede y debe llamarse
“La Palabra de Dios” (1 Tes 2.13). Es por esto que los creyentes verdaderos deben
escudriñar las Escrituras (Jn 5.39), guardarla en sus corazones (Sal 119.11), no hablar,
ni creer, ni vivir otra cosa más que ella (1 Ti 6.3-4) (Gá 1.6ss).

1.2.4. El proceso de la inspiración

¿Cómo hemos de entender la inspiración? Veamos en primer lugar lo que no es


inspiración: Están los falsos conceptos como el de “inspiración mecánica” que se
presenta como si Dios hubiese dictado a un escribiente; o el de “inspiración parcial”
(del liberalismo o modernismo) por el que unos textos son más inspirados que otros (o
inspiran más que otros) de manera que cada lector es en su propio discernimiento quien
descubre que es verdad, error o mito, en las Escrituras; o el de la “neo-ortodoxia” por el
que la Biblia no es Palabra de Dios, sino que se convierte en Palabra de Dios
subjetivamente para mí en ciertos momentos. En segundo lugar, y en contraste con lo
anterior, está lo que consideramos una recta forma de entender la inspiración bíblica:
Esta es una “inspiración orgánica” (2 P 1.19-21), que significa que el Espíritu Santo
actuó en los apóstoles y profetas aprovechando su idiosincrasia y manera de ser (2 P
3.15), iluminando sus mentes y guiando su memoria para librarles de error (1 Co 2.6ss);
es una “inspiración plenaria” (2 Ti 3.16), que quiere decir que toda la Escritura es
inspirada por Dios (tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, tanto el libro de
Números como el Evangelio según San Juan); y, es una “inspiración verbal” (1 Ti
5.18) (2 P 3.16), que supone que lo que ha quedado escrito no son meras palabras de
hombres sino “Palabra de Dios” (Mt 19.4-5) (Hch 4.25-26; 13.33-35). El testimonio del
propio Jesús confirma cada una de las afirmaciones anteriores: “Está escrito” (Mt
4.4,6,7; 11.10) (Mr 14.27) (Lc 4.4-12); “ni una jota ni una tilde pasará” (Mt 5.18); “la
Escritura no puede ser anulada” (Jn 10.35); “era necesario que se cumpliese todo lo
que está escrito” (Lc 24.44); “escudriñad las Escrituras” (Jn 5.39); “¿no habéis
leído?” (Mt 12.3-5).

1.2.5. El canon

¿Cómo sabemos que los libros que tenemos en nuestra Biblias son los únicos inspirados
por Dios? Ha esto contestamos que ellos, y nada más que ellos, cumplen los criterios de
“canonicidad”. Este término viene de “canon” (norma o medida) y contrasta con el de
“apócrifo” (oscuro), aplicado a los libros deuterocanónicos, y fue aplicado por la Iglesia
Cristiana primitiva a los escritos del Antiguo Testamento escritos por los profetas
reconocidos (Ef 2.20), siguiendo el canon de los judíos que fueron los custodios de la
Palabra de Dios en ese período (Ro 3.1-2,4). Igual criterio se aplicó a los escritos
neotestamentarios, reconociendo como Palabra de Dios a los escritos que sin lugar a
dudas provenían de los apóstoles de algunos colaboradores contemporáneos de éstos (Ef
2:20) (1 Jn 1.1-3) (2 P 1.16,18) (Lc 1.1-4). Alguien se preguntará por qué rechazamos
los libros apócrifos del Antiguo Testamento que incluye la Iglesia Católica en sus
Biblias, a lo que respondemos que éstos nunca formaron parte del canon judío, como
corrobora Flavio Josefo, ni fueron citados por Jesús o por los apóstoles como Palabra de

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Dios, ni se mencionan en ningún catálogo o lista de libros bíblicos de los tres primeros
siglos. Por otra parte, esos mismos libros no pretenden ser inspirados (2 Mac 15.39), y
enseñan doctrinas contrarias a las que se revelan en los libros canónicos, como
encantamientos mágicos, oraciones por los difuntos, etc.

1.3. La Unidad de las Escrituras

La Biblia nos muestra que Cristo vino para cumplir y no para anular todas las profecías,
promesas, enseñanzas y mandamientos contenidos en el Antiguo Testamento (Mt 5.17-
20).

1.3.1. El significado del término “cumplir”.

El término “cumplir” no tiene nada que ver con la idea de anular o abrogar como queda
demostrado por las propias palabras del Señor Jesús en (Mt 5.17). Su significado tiene
que ver, en primer lugar, con el hecho de “realizar” o “confirmar”, como evidencia la
propia Escritura en las afirmaciones siguientes: “este es aquel que había de venir” (Mt
11.13-14); y “esto sucede para que se cumplan las Escrituras” (Mt 26.56). En el
mismo sentido se manifiesta otros textos como (Lc 18.31ss). En segundo lugar, el
término nos habla de “guardar” u “observar”. En este sentido en importante destacar
que Jesús guardaba con pulcritud las enseñanzas del Antiguo Testamento. Un ejemplo
de ello lo encontramos cuando los fariseos dicen a Jesús: “... en la Ley Moisés nos
mandó apedrear a las tales. Tú, pues, ¿qué dices?; y él respondió: “el de vosotros que
esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Jn 8.5,7), dejando
constancia de que en ninguna manera su enseñanza iba en contra de la enseñanza de la
ley de Dios.

1.3.2. El Nuevo Testamento es el cumplimiento del Antiguo Testamento.

Del enunciado anterior se desprenden las siguientes conclusiones: Primera: Si no


creemos en las cosas del Antiguo Testamento no podemos creer en las del Nuevo:
“porque si vosotros creyeseis a Moisés, me creeríais a mí; pues él escribió de mí. Pero
si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?” (Jn 5.46-47). Ver también
(Hch 17.11; 28.23) (1 P 1.10-12). Segunda: Cualquier cosa del Nuevo Testamento tiene
su sombra en el Antiguo “... la ley teniendo la sombra de los bienes venideros” (He
10.1), “así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez, así
estará el hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mt 12.40).
Ver también (Mt 12.41-42) (1 Co 10.11) (Ro 15.4) (Hch 15.15) (Mt 12.3-5).

1.3.3. Cristo luchó contra quienes quebrantaban el Antiguo Testamento

Un texto fundamental para entender la actitud de Jesús hacia aquellos que


malinterpretaban las Escrituras con sus tradiciones hasta quebrantarlas o invalidarlas es
el siguiente: “Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían
venido de Jerusalén; los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan
con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban. Porque los fariseos y
todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se
lavan las manos, no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y
otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos

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de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos. Le preguntaron,


pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la
tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos inmundas? Respondiendo él,
les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo
de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran,
Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el
mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los
jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes. Les decía
también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.
Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la
madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al
padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello
con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre,
invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y
muchas cosas hacéis semejantes a estas.” (Mr 7.1-13). Como hemos visto es rotunda la
condena que hace nuestro Señor de toda negación o perversión de las enseñanzas
contenidas en la ley de Dios. Nos muestra, asimismo, que cuando esto se hace es para
hacer prevalecer intereses humanos bastardos sobre el espíritu del recto entendimiento e
interpretación de la Palabra de Dios.

1.3.4. El Antiguo Testamento contiene un mensaje permanente para los creyentes


del Nuevo Testamento (1 Co 10.6,11a)

En 1 Corintios 10.6,11a) Pablo dice hablando del Antiguo Testamento que: “Estas
cosas sucedieron como ejemplos para nosotros /…/ y están escritas para amonestarnos
a nosotros”, por tanto todo lo ocurrido en el Antiguo Testamento tiene una lección
actual para la Iglesia de después del Nuevo Testamento (Ro 15.4). Ningún creyente
puede ni debe excluirse de las lecciones morales y espirituales contenidas en sus
páginas: “no hermanos quiero que ignoréis”, dirá una vez más Pablo, refiriéndose a las
cosas experimentadas por el pueblo de Israel (1 Co 10.1). Y es que existen unas
mismas enseñanzas a lo largo de toda la Biblia. Veamos algunos ejemplos: El amor a
Dios con todo el corazón, alma y mente es algo del Antiguo (Dt 6.5) y del Nuevo
Testamento (Mt 22.37). Igual sucede con el amor al prójimo como a uno mismo (Lv
19.18) cf (Mt 22.39), con el deseo de Dios sobre “misericordia quiero y no sacrificio”
(Os 6.6) cf (Mt 9.13), con la frase “los enemigos del hombre son los de su casa (Mi 7.6)
cf (Mt 10.36); con la afirmación de que la senda antigua y Cristo ( como camino a Dios)
dan por igual descanso para el alma (Jer 6.16) cf (Jn 14.6) cf (Mt 11.29), con la
sentencia de que “el justo por la fe vivirá” (Hab 2.4) cf (Ro 1.17), con la advertencia de
que “Dios pagará a cada uno conforme a su obra” (Sal 62.12) cf (Ro 2.6), con la
enseñanza de que “no hay acepción de personas para Dios” (Dt 10.17) cf (Ro 2.11), o
con la presentación de la condición del hombre como pecador recalcitrante tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento (Sal 14.1-3; 53.1-3; 5.9; 140.3; 10.7) (Is 59.7-8)
(Sal 36.1; 143.2) cf (Ro 3.10-20).

1.4. La Biblia, única norma de fe y conducta

1.4.1. La Biblia y nada más que la Biblia ha de tomarse en cuenta para establecer
doctrina y determinar que está bien o mal delante de Dios:

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“¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha


amanecido.” (Is 8.20).

“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no
fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros
cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con
debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con
palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de
poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el
poder de Dios.” (1 Co 2.1-5)

“Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor
Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y
delira…” (1 Ti 6.3-4).

“Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno
añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro.
Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del
libro de la vida…” (Ap 22.18-19).

1.4.2. Toda la Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, debe ser tenida en cuenta
por la Iglesia a la hora de establecer normas de fe y conducta:

“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para
abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la
tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De
manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así
enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas
cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los
cielos.” (Mt 5.17-19).

“Pues lo que fue escrito anteriormente fue escrito para nuestra enseñanza, a fin de que
por la perseverancia y la exhortación de las Escrituras tengamos esperanza” (Ro 15.4).
Este texto es semejante al anterior, de nuevo Pablo hace referencia al Antiguo
Testamento como fundamental para que el cristiano del Nuevo Testamento aprenda y
sea exhortado en todo aquello que le permita perseverar en Dios y en la esperanza que
es en Jesucristo.

“Estas cosas les acontecieron como ejemplos y están escritas para nuestra instrucción,
para nosotros sobre quienes ha llegado el fin de las edades” (1 Co 10.11). Pablo habla
que lo sucedido en el Antiguo Testamento debe ser atendido por los creyentes del
Nuevo, pues se escribió con el propósito de instruirles en la fe.

“Pero, ¿qué dice la Escritura? (Gá 4.30). Con estas palabras Pablo pretende apelar a
las Escrituras (en ese momento el Antiguo Testamento) para establecer doctrina o
resolver controversias sobre cuestiones conflictivas respecto a la fe.

“Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza, para la


reprensión, para la corrección, para la instrucción en justicia" (2 Ti 3.16-17). No

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debemos olvidar que Pablo se está refiriendo en estas palabras al Antiguo Testamento,
pues el Nuevo aún no está escrito.

1.4.3. La Ley de Dios

El antinomismo es una posición teológica que lleva a despreciar la ley de Dios


considerándola como algo negativo. Pero la Biblia dice que la ley moral de Dios2 es
santa, justa, buena y espiritual (Ro 7.12,14,16). Es la expresión de la voluntad de Dios
para regular nuestra relación con él y con nuestro prójimo: “Enseña a ellos las
ordenanzas y la leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de
hacer.” (Ex 18.20; 20.1-17), y está expresada en forma de preceptos, mandamientos y
estatutos (Gn 26.5) cf (Sal 119). La Ley pone la “raya” que el ser humano no debe
pasar o transgredir en su relación con Dios y con el prójimo (1 Jn 3.4). La ley obliga por
igual a todos los hombres, sean creyentes e incrédulos (Ex 12.49). La ley de Dios nunca
fue dada como un instrumento de justificación (Gá 2.16,21), fue dada como un
instrumento para mostrar la realidad del pecado personal que hay en cada persona, para
alcanzar a ver nuestra incapacidad para salvarnos por obras y llevarnos a confiar en la
salvación por gracia mediante el arrepentimiento y la fe a Cristo (Sal 19.7-14) cf (Ro
7.7) cf (Gá 2.19; 3.11-19). La ley fue y es también un instrumento de santidad (Hch
22.12) a través del camino del amor (Ro 13.8-10).

Los que dejan la ley abiertamente: aborreciéndola (Jer 6.19), no queriéndola oír (Is
30.9) o violándola (Ez 22.26); o encubiertamente: menospreciándola (Am 2.4),
debilitándola (Hab 1.4), no confirmarla para hacerla (Dt 27.26), traspasándola (Is 24.5)
o invalidándola (Sal 119.125), alaban, justifican y toleran el pecado y a los pecadores
(Pr 28.23) con sus mentiras y lisonjas (Jer 23.32) (Ez 13.8-11) (Ap 2.14-15,20). En
contraste, los que la guardan la aman (Sal 1.2), la enseñan (Dt 4.8-14), meditan en ella y
la ponen por obra (Jos 1.8), y contienden con los impíos (Ef 5.7,11a) (Pr 28.23; 29.27)
(Ap 2.6) (Sal 119.113).

2. Dios

2.1. Naturaleza de Dios

2.1.1. Un solo Dios y tres personas

Hay un solo Dios vivo y verdadero (Dt 6.4) (1 Co 8.4) (1 Ts 1.9) (Jer 10.10), en el cual
subsisten tres personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Gn 1.26) (Mt 28.19) (1 Co
13.14) (Jn 14.26). Estas tres personas son de una misma sustancia: El Padre es Dios (1 P
1.2) (Stg 1.27) (Ap 1.6) (2 Jn 3), el Hijo es Dios (Tit 2.13) (Ro 9.5) (1 Jn 5.20), el
Espíritu Santo es Dios (Hch 5.3-4); de un mismo poder: El Padre es todopoderoso (Gn
17.1), el Hijo es todopoderoso (Ap 1.8), el Espíritu Santo es todopoderoso (Lc 1.35-37);
y de una misma eternidad (Jn 1.1; 17.5). El Padre no es engendrado ni procede de nadie;

2
Por ley moral hablamos de todos los preceptos morales que nos muestran el carácter de Dios y su
posición sobre lo que está bien y mal, y cuyo resumen de ella son los diez mandamientos (Ex 20.1-17).
No debe confundirse la ley moral que es eterna (Sal 19.9), con la ley ceremonial, la ley civil o la ley
higiénica que Dios dio a Israel y que, obviamente, tenía un carácter temporal .

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el Hijo es eternamente engendrado del Padre, y el Espíritu Santo procede eternamente


del Padre y del Hijo.

¿Qué queremos decir con la frase: “el Hijo es eternamente engendrado de Padre”? (Sal
2.7) (He 1.5). No debemos olvidar que hemos visto que el Padre y el Hijo son eternos y,
por tanto, quien es eterno no tiene principio ni fin (Ap 1.8). Si el Hijo no fuera eterno, el
Padre tampoco sería eterno. Hebreos 1.5 se refiere a la encarnación del Verbo o Hijo de
Dios (el contexto del v.5 es el v.6) cf (Jn 1.14,18).

¿Qué queremos decir con la frase: “el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y
del Hijo”? (Jn 15.26) (Gá 4.6). Recordemos, en primer lugar, que el Espíritu Santo
también es eterno. Juan 15.26 tiene que ver con su venida a morar distributivamente
entre los creyentes (Jn 16.7-15).

2.1.2. La divinidad del Hijo

 “En el principio era el Verbo” (Jn 1.1a)

“En el principio” (Gn 1.1), es una frase que nos habla de la eternidad de Dios. Jehová
es desde el principio: “¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo
mío?” (Hab 1.12). Jehová es eterno (Dt 33.27) (Is 40.28), es “desde el siglo y hasta el
siglo” (Sal 90.2) (1 Ti 1.17). La frase: “en el principio era el Verbo”, nos habla, por
tanto, de la eternidad del Verbo: El Señor es eterno: “Yo soy el Alfa y la Omega,
principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir” (Ap 1.8). El Hijo es
eterno: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve
contigo antes que el mundo fuese” (Jn 17.5). “Y él es antes de todas las cosas, y todas
las cosas en él subsisten” (Col 1.17) (Gá 4.4).

 “Y el Verbo era con Dios” (Jn 1.1b) /…/ “Este era en el principio con Dios” (Jn
1.2)

La frase “era con” es una alusión a la unión del Hijo con el Padre en la divinidad, es
una alusión al aspecto Trino de esa unión: ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre
en mí? /.../ Creedme que yo soy en el Padre y el Padre en mí (Jn 14.10-11), “Yo y el
Padre uno somos” (Jn 10.30). El Padre y el Hijo, juntamente con el Espíritu Santo
conforman un solo Dios: “En el nombre (singular, hay un solo Dios) del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo” (en Dios hay tres personas) (Mt 28.19). Un texto semejante
es (Gn 1.26): “Entonces dijo Dios (singular, hay un solo Dios) hagamos al hombre a
nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (el plural nos habla de las personas que
conforman a Dios).

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

El Hijo y el Padre compartían y comparten desde la eternidad una misma gloria, unos
mismos atributos: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria
que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Jn 17.5). Veamos una muestra de esta
igualdad de atributos:3 El Padre y el Hijo son el pastor de las ovejas (Sal 23.1) (Jn 10.7);
El Padre y el Hijo son luz (Sal 27.1) (Jn 8.12; 9.5); El Padre y el Hijo son la verdad (Dt
32.4) (Jn 14.6); El Padre y el Hijo son la puerta (Sal 118.19-20) (Jn 10.7-9); El Padre y
el Hijo son rey sobre su pueblo (Sal 24.7-9) (Jn 18.37); El Padre y el Hijo son el “yo
soy” (Ex 3.13-14) (Jn 8.24,28; 13.19; 18.4-6); El Padre y el Hijo son agua viva (Jer
2.13) (Jn 7.37-38); El padre y el Hijo son eternos (Is 9.6) (Jn 17.5); El Padre y el Hijo
son santos (1 S 2.2) (Hch 3.14); El Padre y el Hijo son soberanos (1 Ti 6.15-16) (Ap
1.5); El Padre y el Hijo son omnipresentes (Sal 139.7-12) (Mt 18.20); El Padre y el Hijo
son omnipotentes (Gn 17.1) (Ap 1.8); El Padre y el Hijo son inmutables (Mal 3.6) (He
13.8); El Padre y el Hijo son omniscientes. Ambos lo saben todo, ambos escudriñan la
mente y el corazón (Jer 17.10) (Jn 2.25); El Padre y el Hijo son misericordiosos y
perdonadores (Sal 103.1-3,17) (Lc 5.20-21). Sólo Dios puede perdonar los pecados,
Jesús perdonaba los pecados, por tanto Jesús es Dios.

 “Y el Verbo era Dios” (Jn 1.1c).

El Antiguo Testamento habla del Cristo diciendo que es Dios. La profecía decía: “Dios
mismo vendrá, y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos
de los sordos se abrirán.” (Is 35.4b-5). Esto se cumplió en Jesús (Mt 1.21) (Lc 4.16-
21). La profecía decía: “Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová;
enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios.” (Isa 40.3). Según (Mt 3.3) Juan el
bautista era el precursor de Jesús en cumplimiento de la profecía de (Isa 40.3): “Pues
este es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el
desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.” En (Is 6.1) el profeta
Isaías ve la gloria de Jehová. Según (Jn 12.38-41) el profeta Isaías vio la gloria de
Cristo y habló de él en el pasaje anterior.

El NuevoTestamento afirma que Jesucristo es Dios: “Y llamará su nombre Emmanuel,


que traducido es: Dios con nosotros.” (Mt 1.23). “De quienes son los patriarcas, y de
los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito
por los siglos. Amén.” (Ro 9.5). “Aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.” (Tit 2.4). “Pero
sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al
que es verdadero; y estamos en el verdadero en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero
Dios, y la vida eterna.” (1 Jn 5.20).4

 La obra del Verbo también nos muestra que él es el Dios creador de todo cuanto
existe y dador de la vida (Jn 1.3-4)

3
Igualdad de atributos no quiere decir igualdad de posición. El Padre ocupa una posición jerárquica
mayor que el Hijo en la Trinidad: “Mi padre /.../ es mayor que todos /.../ El padre es mayor que yo” (Jn
10.29; 14.28). Esto hace que el Hijo esté subordinado al Padre en todo (Jn 5.30).
4
Inútilmente apelaremos a estos textos con los arrianos modernos, los Testigos de Jehová, pues ellos, en
su afán de desposeer a Cristo de su divinidad, los adulteran en su versión de la Biblia la “Traducción del
Nuevo Mundo de las Santas Escrituras”. Con unos cambios al antojo en los signos de puntuación los
textos mencionados dicen otra cosa. Veamos un ejemplo de lo que dice la tendenciosa versión en
(Romanos 9:5): A quienes pertenecen los antepasados y de quienes (provino) Cristo según la carne: Dios
que está sobre todos, (sea) bendito para siempre. Amén.

11
Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho.” (Jn 1.3), “El mundo por él fue hecho.” (Jn 1.10). El Verbo es el creador de todo
cuanto existe: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y
las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean
principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.” (Col 1.16).
“Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios.” (He
11.3). Según el texto anterior el universo fue creado por la palabra (Verbo) de Dios, es
decir por Jesucristo.

“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.” (Jn 1.4). Jesucristo es la
vida y es la causa de toda vida (Jn 14.6). Jesús tiene vida en sí mismo: “Porque como el
Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo.”
(Jn 5.26). Jesús da vida al muerto: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí
aunque esté muerto, vivirá.” (Jn 11.25). Vida física (Jn 11.43-44) y vida espiritual (Ef
2.1). Jesús da vida eterna a los que en él creen (Jn 3.16,36). La vida espiritual o eterna
trae luz a los hombres: (2 Co 4.6). La vida espiritual nos aparta de las tinieblas del
pecado: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida.” (Jn 8.12). La vida espiritual nos hace andar en el reino de la
luz: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su
amado Hijo.” (Col 1.13).

2.1.3. Naturaleza del Espíritu Santo

Cuando hablamos del Espíritu Santo debemos tener en cuenta que nos estamos
refiriendo a una de las tres personas que conforman al Dios Trino, la Tercera Persona,
distinta del Padre y del Hijo (Jn 14.16-17) (Mt 28.19). Podemos constatar la realidad de
esa personalidad en por el uso que la Biblia hace de pronombres personales para
referirse a él: “cuando él venga” (Jn 16.8,13,14), o por la atribución que también se le
hace de características personales como: “venir”, “convencer” (Jn 16.8), “guiar”,
“hablar”, “oír”, “glorificar”, “hacer saber”, etc. (Jn 16.8-15)

El nombre “Espíritu Santo” (Mt 1.18; 28.19) nos habla de su carácter extremadamente
puro y santo. El nombre “Espíritu de Verdad” (Jn 16.13-15) hace referencia a su obra en
la revelación inspirando a los instrumentos humanos para la transmisión de la Palabra
de Dios (2 P 1.21) o Verdad de Dios (Jn 17.17). Los nombres: “Espíritu de Dios” (1 Co
3.16), “Espíritu de Jehová” (Is 61.1) y “Espíritu de Cristo” (1 P 1.11), subrayan su
deidad con el resto de las personas de la Trinidad.

Los símbolos por los que se le representa son: “agua” (Jn 7.37-39), que habla de su obra
de limpieza y de vida (Tit 3.5) (Ez 36.25-27) (Jn 3.3-5; 4.14); “viento” (Hch 2.2) o
“soplo” (Job 33.4), que nos habla de su obra soberana y misteriosa (Jn 3.8a); “fuego”
(Hch 2.3-4) (Mt 3.11), que habla de su poder transformador y purificador; “aceite” (Lc
4.18) (1 Jn 2.20), que nos habla de su obra capacitadora; “paloma” (Mr 1.10), que nos
habla del testimonio de Dios que acredita la gracia y la unción de Dios.

En cuanto a su obra, además de lo anteriormente mencionado, le vemos en los orígenes


de la creación (Gn 1.2) juntamente con las otras dos personas de la Trinidad (Gn 1.26-

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

27) cf (He 11.3) (Col 1.16) (Hch 17.24). Su misión fue la de perfeccionar lo creado
estableciendo orden (Gn 1.1-2), embelleciendo los cielos (Salmo 33.6) (Job 26.13),
dando vida a los animales (Sal 104:24-30a), a la vegetación (Sal 104.30b) y a la criatura
humana (Job 33.4) cf (Gn 2.7). Participa también en la obra sustentadora de la creación
juntamente con el Padre y el Hijo (Col 1.17) (Hch 17.25) (Sal 104).

2.2. El carácter de Dios: Sus atributos

Los atributos de Dios son aquellas características intrínsecas de Dios por las que
podemos conocerle y diferenciarle. Hay una interrelación perfecta entre todos los
atributos de Dios, por tanto, ¡cuidado con enfatizar un atributo en menoscabo de los
demás!

2.2.1. La santidad de Dios (Is 6.1-13)

La Biblia afirma que Dios es tres veces santo (Is 6.3). La santidad de Dios es el aspecto
de su carácter que más se enfatiza en la Biblia (Sal 89.35; 30.4; 98.1; 105.42; 103.1).
¿Qué quiere decirse con ello? Que en Dios se halla la suma de todas las excelencias
morales (Ex 15.11), “la hermosura del Señor... de la santidad” (Sal 27.4; 110.3). Que
él es pureza absoluta, sin la más leve sombra de pecado (1 Jn 1.5). Que Dios es bueno y,
por tanto, todo lo que hace es bueno (Gn 1.31). ¿Cómo se manifiesta la santidad de
Dios? Aborreciendo el mal y no teniendo ninguna comunión con él (Pr 3.32; 15.26)
(Sal 5.5; 7.11) (Hab 1.13), prohibiendo y condenando el mal (Ex 20) (Nah 1.2), amando
y fomentando el bien (Ro 7.12) (Sal 19.8-9).

¿Qué supone para nosotros este atributo? La obra de la cruz nos habla de la santidad de
Dios que llevó a su Hijo a tomar nuestro lugar (1 P 3.18) para que pudiéramos ser
santos y sin mancha ante él (Ef 1.4) (1 P 1.16; 2.9) (Ro 1.7) ( 1 Co 7.34), santos en toda
nuestra manera de vivir (1 P 1.15), en el temor de Dios (2 Co 7.1), en el culto a Dios (2
Cr 20.21), en el aborrecimiento del pecado (Am 5.15) (Ro 12.9) (Ap 2.6), no
participando de las obras de las tinieblas (Ef 5.11), en nuestra conversación (Ef 5.3), en
el discernimiento (Lv 10.10), en nuestros pensamientos (Pr 12.5), en el juicio (Stg 2.4).
¡Cuidado con parecer santos solamente! (Mt 23.27-28; 15.8). ¡Sin la santidad nadie verá
al Señor! (He 12.14)

2.2.2. La omnisciencia de Dios (Sal 139.1-6)

Que Dios es omnisciente significa que su entendimiento es infinito (Sal 147.5), que lo
conoce todo: lo que hacemos o dejamos de hacer (Sal 139.2a,3), lo que hablamos (Sal
139.4), lo que pensamos (Sal 139.2b), lo que sentimos (Ez 11.5)… Todas las cosas
están desnudas y abiertas ante los ojos de Dios (He 4.13). Él conoce las cosas antes de
que sucedan (Ap 1.1). Conoce lo que está en tinieblas (Dn 2.22), no importa cuan
ocultas sean hechas las cosas, él las sabe (Gn 4.9-10) tanto como lo realizado en público
(Gn 20.2-3). Por muy secreto que sea nuestro pensamiento o sentimiento él lo conoce
(Lc 7.39-40), aún desde su “intención” (Ro 8.7), aunque no hayamos hablado todavía
conoce nuestra palabra (Sal 139.4), aún en lo profundo de nuestro corazón (Jn 21.17),
nos conoce mejor que nosotros mismos (Sal 139.23-24)

13
Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

¿Cuáles son las implicaciones para nosotros de la omnisciencia de Dios? Dios lo sabe
todo, porque todo sucede según su determinado consejo (Hch 2.23), por tanto su
conocimiento no es mera visión anticipada del futuro sino una ordenación del mismo
según sus eternos planes (Hch 3.18; 13.48; 15.18). En el plano práctico esto supone que
ni una oración deja de ser oída por Dios (Is 65.24), y que al rendirle cuentas al final de
los tiempos (He 4.13) todo lo que hayamos hecho, hablado o pensado será considerado
por él (Gá 6.7-8) (Pr 15.3). ¡No nos cansemos pues de hacer el bien (Gá 6.9-10).

2.2.3. La soberanía de Dios (Ro 9.1-29)

La Biblia dice que Dios es soberano (Hch 4.24), ¿qué quiere decir? Que Dios es Rey y
Señor (1 Ti 6.15). Por tanto puede actuar siempre conforme a su voluntad (Dn 4.35a)
(Ef 1.11), puede hacer todo cuanto quiera hacer (Sal 115.3; 135.6), con lo suyo (Mt
20.15) (Ro 9.15), sin que nada, ni nadie pueda frustrar ni resistir su voluntad (Dn
4.35b). Esto quiere decir que siempre se hace la voluntad de Dios (Stg 4.15), siendo él
la causa de todo lo que ocurre, sea favorable o adverso (Lm 3.37-39), pues todo es de él,
por él y para él (Ro 11.36) (Ef 1.11-12). Dios puede hacer con lo

La soberanía de Dios se manifiesta en su poder (Dn 6.22-23) cf (He 11.36-37), en su


misericordia y amor (Ro 9.13-15) (Jn 21.21-22) (Ef 1.4-5), y en la concesión de su
gracia (Ro 11.5) (1 Co 1.27-31). Esta doctrina, que es rechazada por los réprobos (Jud
4), produce consuelo a los justos (Ap 19.6), les anima a esforzarse (Fil 3.14) (Is 40.29)
(Is 55.10-11) (2 Ti 2.10) (Jn 6.36-37) (1 Co 15.58) y les trae estabilidad en su carácter
cristiano (Pr 16.33)

2.2.4. La inmutabilidad de Dios (Stg 1.17)

¿Qué significa que Dios es inmutable? En cuanto a la esencia de Dios, que nunca hubo
un día en que Él no existiera ni nunca habrá un día en que Dios deje de existir. Dios
nunca ha evolucionado, crecido o mejorado (Ex 3.14). Es perfecto, nada puede hacerle
mejor o peor. En cuanto a sus atributos, que es siempre igual en su carácter (Mal 3.6)
(Stg 1.17). Que su amor, misericordia y fidelidad son eternas (Jer 31.3) (Sal 100.5). Que
es inmutable en su consejo (Pr 19.21). ¿De Génesis 6.6 se desprende que Dios se
arrepiente? ¡No! Así lo afirma la Escritura (Nm 23.19) (1 S 15.29). El lenguaje de
Génesis 6.6 es antropomórfico -ver (Sal 78.65) y (Jer 7.13)-. Por tanto, como dice
Romanos 11.29: “irrevocables son sus dones y llamamiento”, o como dice Job 23.13:
“cuándo determina una cosa ¿quién lo apartará?”, o como afirma el Salmo 33.11: “su
consejo permanecerá para siempre...”. El hombre cambia de opinión por falta de
previsión para anticiparse a los acontecimientos y falta de poder para llevarlos a cabo
(Mt 6.27) o por una naturaleza cambiante y corrupta (Jer 13.23). Pero Dios es
omnisciente, omnipotente y santo, por tanto no se arrepiente ni desiste de lo que ha
decidido hacer (Jer 4.28), nada impedirá que incumpla sus pactos o promesas (Is 54.10),
pues su palabra se cumple inexorablemente (Ex 8.19).

2.2.5. La fidelidad de Dios (Dt 7.9)

La Biblia afirma que Dios es fiel (1 Co 1.9) (1 Tes 5.24), y que la fidelidad de Dios es
grande (Lm 3.23), eterna (Sal 117.2), inmutable (Ro 3.3), compasiva y amorosa (1 Co
10.13), salvadora (Sal 40.10) y omniabarcante (Sal 33.4). ¿Qué quiere decir la Biblia
con todo esto? No olvidemos que el “fiel” es la aguja de la balanza (fiel = justo) (1 Jn

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

1.9). Un texto que nos ayuda a entender la fidelidad de Dios es (2 Ti 2.13). Hay quienes
interpretan mal el texto afirmando que Dios concede sus promesas a pesar de la
infidelidad del hombre. Esta no es la enseñanza del pasaje, el contexto lo demuestra
(v.12): “si le negáremos... él nos negará” -ver (Mt 10.32-33)- ¿Qué quiere decir el
texto? Que Dios por ser fiel cumple todo lo que promete y dice en su palabra
infaliblemente (He 10.23, aunque los hombres no entiendan bien el contenido de lo
prometido él lo cumple estrictamente (Ro 9.6-9). Sus promesas de bendición y sus
advertencias de castigo se cumplen siempre según las condiciones establecidas (Dt 7.9)
(Sal 119.75). Esto significa que debemos tomar en cuenta sus promesas (Mt 6.33) (Pr
3.10) (Sal 31.23) y sus advertencias (Stg 1.5-8). Un Dios fiel quiere que los suyos sean
fieles a Él (Hch 11.23) (1 Co 4.2) (Mt 25.21), a la Palabra de Verdad (Ap 3.10; 2.10) y
en el ministerio (Ef 6.21) (Col 1.7) (2 Ti 2.2).

2.2.6. La bondad de Dios (Sal 136.1)

El Salmo 136.1 afirma que: “Dios es bueno”, por lo que todas las obras de Dios son
buenas (Gn 1.31). Esta bondad se manifiesta en misericordiosa para con toda la creación
(Sal 145.7-9,15-16), pero sobre todo con la humanidad (Sal 33.5; 136.1,25) (Mt 5.45;
7.11). La bondad de Dios es soberana (Mt 20.15) (Ro 9.15-18) y no está reñida con la
manifestación de su justicia (Ro 11.22). En contraste con la bondad de Dios, la Biblia
afirma que no hay ninguna persona buena (Mt 19.17) (Ro 3.12), sin embargo la
salvación tiene el propósito de hacernos partícipes de su naturaleza divina (2 P 1.4),
haciéndonos buenos como Él es bueno (Hch 11.24). Pero ¿en qué consiste esta bondad?
No se trata de una forma subjetiva de bondad (Pr 20.6), sino de un discernimiento entre
lo bueno y lo malo según el criterio de Dios (Ro 12.9) (1 Tes 5.15). Él es el único que
puede determinar lo que realmente es bueno o malo (2 Cr 29.2). Es bueno quien
discierne aquello que es bueno según el criterio de Dios. Es decir, es bueno quien mira
las cosas con “los ojos” conque las mira Dios (Lc 11.34). Es bueno quien da buen fruto
(Mt 7.17), quien hace buenas obras (Hch 9.36) (Mt 12.35) (Jn 5.29), las obras que Dios
ha preparado de antemano para que andemos en ellas (Ef 2.10). Es bueno quien vive
procurando hacer siempre lo bueno (Ro 12.17) o quien vive imitando siempre lo bueno
(3 Jn 11).

2.2.7. La ira de Dios (Dt 32.39-47)

En primer lugar hemos de decir que existen actitudes erróneas sobre la ira de Dios. Hay
cristianos que parecen considerar la ira de Dios como algo que necesita excusas y
justificación. Otros lo ven como una especie de mancha o punto débil en el carácter de
Dios, y no les agrada pensar en ella. Hay quienes la destierran del pensamiento
pensando que no es compatible con un Dios de amor y bondad. Pero, ¿qué dicen las
Escrituras? Dios no ha tratado de ocultar la realidad de su ira (Dt 32.39-43)
Paradójicamente hay más referencias al enojo, furor y la ira de Dios en las Escrituras
que a su amor y benevolencia. Esto indica que la ira de Dios constituye una de las
perfecciones divinas, tan importante como las otras (Ro 9.22; 1.18a) (Sal 95.11) (Am
4.2) No olvidemos que al jurar Dios apela a sus perfecciones, ni tampoco que si el
carácter de Dios careciera de ira, no sería Dios, no sería perfecto. La indiferencia ante el
pecado es una falta moral (Ap 2.20) (1 S 2.29b-30; 3.13). La ira de Dios no es una
actitud caprichosa e injusta, como la del hombre pecador (Ef 4.26-27), sino que es su
eterno aborrecimiento de toda injusticia (Ro 1.18b; 2.5,8) (Col 3.5-6).

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

La consideración de la ira de Dios debe producir en nosotros gratitud y alabanza hacía


Él por habernos librado de su ira mediante la salvación (1 Tes 1.10) (Sal 130.3); debe
llevarnos a aborrecer el pecado (Ap 2.6) y reprenderlo desde la santidad (Ef 5.10-11) cf
(Ef 4.26-27); debe llevarnos a obedecer (Dt 32.44-47), con temor (He 12.28-29), y a
predicar y decir a cuantos no le conocen: ¡Huid de la ira venidera! (Mt 3.7) creyendo en
Cristo el Señor (Hch 16.31) (Jn 3.36).

2.2.8. La paciencia de Dios (Ro 15.5)

La Biblia afirma que Dios es el Dios de la paciencia (Ro 15.5) ¿Cómo podemos
entender la paciencia de Dios? La paciencia de Dios es, en realidad, una manifestación
de su bondad y misericordia (Ex 34.6) (Nm 14.18) (Sal 86.15). Pero esto no quiere decir
que sean lo mismo, la misericordia concierne a la criatura como miserable, y se apiada
de ella en su miseria. La paciencia concierne a la criatura como criminal, sufre el
pecado que engendró la miseria, y da lugar a más. Podemos definir la paciencia como el
control que Dios ejerce sobre sí mismo haciéndole ser indulgente con el impío,
reteniendo el castigo (Nah 1.3). Es como una autolimitación que Dios ha puesto a sus
actos que le lleva a soportar graves ofensas sin vengarlas inmediatamente (Neh 9.7) (Sal
103.8). Así sucedió en tiempos de Noé (1 P 3.20) (Gn 6.3) (2 P 3.5) o con Israel en el
desierto (Hch 13.18). De nuevo cuando los judíos crucificaron al Hijo tardó 40 años en
castigarlos (Hch 13.46). Lo mismo sucedió con los gentiles en el pasado (Ro 1.19-26)
(Hch 14.16-17), o ahora con nosotros (2 P 3.9). Ahora bien, debemos evitar confundir la
paciencia con la debilidad (Ec 8.11), la paciencia de Dios es en Él una manifestación de
su gran poder (Nm 14.17-18) (Ro 9.22) y de su salvación (2 P 3.15).

Los escogidos de Dios han de manifestar la paciencia en sus vidas (Col 3.12) (He
10.36). ¿En qué han de hacerlo? Es necesaria para correr la carrera cristiana (He 12.1).
Es de vital importancia ante el pecado ajeno (Mt 5.48): perdonando (Mt 18.26ss),
soportando (Ef 4.2), poniendo la mejilla (Mt 5.38-41), sufriendo (Ap 2.2-3),
reprendiendo (2 Ti 4.2), enseñando (He 5.2), ayudando, orando... (Mt 5.42ss). Es
fundamental ante la tribulación y adversidad (Ro 5.3) (2 Tes 1.4), y en la espera de las
promesas de Dios (Ro 8.25) (He 6.12). ¿Cómo podemos ser pacientes? Debemos tener
aquella sana paciencia (Tit 2.2) que es fruto del Espíritu Santo (Gá 5.22) y la Palabra de
Dios (Ap 3.10), produciendo dominio propio y perseverancia (2 P 1.6) (Stg 5.10-11)
ante la prueba (Stg 1.3).

2.2.9. La omnipotencia de Dios (Mt 19.26; 15.29-31)

La Biblia afirma que Dios es Omnipotente (Ex 6.3) (Job 29.5; 32.8: 40.2) (Sal 91.1).
¿Qué significa ser omnipotente? Que Dios es todopoderoso (Gn 17.1). Que nada hay
imposible o difícil para Dios (Gn 18.14) (Jer 32.27) (Mt 19.26) (Lc 1.37). Por tanto
Dios puede crear de la nada (Sal 33.6), puede hacer que la estéril de a luz (Sal 113.9)
(Is 54.1), puede dar vista al ciego (Sal 146.8), puede sanar a los enfermos (Mt 15.29-
31), puede resucitar al muerto (Jn 11.25,43-44). Significa que el poder de Dios es sobre
el sol, los vientos, el mar... (Mt 8.23-27), que puede hacer abundante lo poco (Jn 6.1-
14), que quebranta el corazón duro (Sal 55.19), que lleva a la fe al incrédulo (Ef 1.19),
que puede hacer todo lo que quiere.5
5
¿Todo? Dios no puede pecar, mentir, ni negarse a sí mismo (1 S 15.29) (2 Ti 2.13) (He 6.18). Este “no
puede” debe entenderse en el sentido de que aunque Dios puede hacer todo lo que quiere, sólo quiere y
hace el bien y nada más que el bien.

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

¿Si Dios es todopoderoso qué pasa con el Diablo? ¿Por qué anda alrededor de los
creyentes (1 P 5.8)? Debemos recordar que el diablo no hace nada a los creyentes sin el
permiso de Dios (Job 1.12; 2.6) (Lc 22.31) y que es un enemigo que está ya juzgado y
vencido (Jn 12.31) (Ap 20.10). Por tanto, si Dios es por nosotros, ¿quién contra
nosotros? (Ro 8.31) ¿Cómo no nos dará también todas las cosas? (Ro 8.32) ¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? (Ro 8.33) ¿Quién nos condenará? (Ro 8.34) ¿Quién o
qué nos separará del amor de Cristo? (Ro 8.35-39). Así pues, hemos de pedir sin límites
(Jn 14.12-14), sin más límite que la voluntad de Dios (1 Jn 5.14-15), no importa que nos
encontremos ante situaciones imposibles (1 S 17.45-47) o que la muerte nos ronde (Jn
11.25-27).

2.2.10. El amor de Dios (1 Jn 7.7-21)

Muchos hablan hoy del amor de Dios, pero ¿qué quieren decir con ello? ¿Se sabe lo que
es el amor de Dios? La Biblia dice que Dios es amor (1 Jn 4.8) No quiere decir
simplemente que Dios ame, sino que Dios es el amor mismo (1 Jn 4.8). Ahora bien
conozcamos el amor de Dios. Es un amor intrínseco, es decir no hay nada en los objetos
de su amor que pueda provocarlo, ni nada en la criatura que pueda atraerlo o impulsarlo
a amar (Dt 7.7-8) (2 Ti 4.19). Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero (1
Jn 4.19). Es un amor eterno (Jer 3.:3) (Ef 1.4-5), soberano (Ro 9.13) (Ef 1.4-5), infinito
(Ef 2.4) (Jn 3.16) (Ef 3.19), inmutable (Stg 1.17) (Cnt 8.6-7) (Ro 8.35-39), santo y justo
(He 12.6), y generoso hasta el sacrificio (Jn 3.16).

Los suyos deben amar siguiendo el orden establecido por él: primero a Dios y después
al prójimo (Mt 22.36-40; 10.37). Amar no es algo opcional, es un mandamiento del
Señor (1 Jn 3.23,11). Debemos amar siguiendo el ejemplo de Cristo: Como él nos ha
amado (1 Jn 4.10-11), con amor de entrega (Jn 3.16). El amor debe ser el móvil de todas
nuestras acciones (1 Co 13.1-3)
¿En qué se debe mostrar nuestro amor cristiano? Amando al prójimo. Aún el impío debe
recibir nuestro amor ¿Cómo? No haciendo daño a nadie. La manifestación de amor más
importante es no hacer partícipe a los demás de nuestros pecados (1 Co 13.4-8a).
Amando al enemigo (Mt 5.38-48). Cualquiera puede amar a quien también le ama; esto
hacen hasta los mundanos más mundanos. Sólo un verdadero cristiano puede ir más allá
y amar a quien no le ama, a quien lo odia e incluso hace daño. Amado al hermano, lo
cual es señal de haber pasado de muerte a vida (1 Jn 3.14; 4.7; 3.10; 4.20). Este amor
tiene que ser sincero (1 Jn 3.16-18) y trascendente (1 Jn 5.2).

2.2.11. La presciencia de Dios (1 P 1.2)

Este texto nos muestra que Dios nos amó para salvación a pesar de la miseria de nuestra
condición pecaminosa (1 Co 1.26-31). Esto quiere decir que Dios supo lo que hizo, que
nada le sorprendió, que nos amó en demérito a propósito, es decir, que nos amó cuando
aún éramos enemigos (Ro 5.8,10), cuando aún éramos hijos de ira igual que los demás
(Ef 2.3b). A pesar de todo ello nos alcanzó con su gracia (Ro 11.5) (Ef 2.4ss) para que
fuésemos santos (Ef 1.4). Nosotros le amamos a él porque él nos amó primero (1 Jn
4.19). Fuimos elegidos por su gracia para obedecer (1 P 1.2) y para creer (Hch 13.48;
18.27). La salvación es por gracia y no por obras (Ef 2:8-9). Si somos salvos no es
porque hicimos algo que otros no han hecho de sí mismos (de ser así podríamos
gloriarnos como el fariseo), sino porque Dios ha sido propicio a nosotros pecadores

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

alcanzándonos con su misericordia (Lc 18.9-14) (Mt 18.23-27). La gracia excluye


cualquier forma de obra (Ro 4.2-5,16) (Ef 2.8) (Tit 3.4-6).

2.2.12. La justicia de Dios

Dios es justo en todas sus obras (Neh 9.32-33), en todos sus juicios (Sal 19.9), en todos
sus testimonios (Sal 119.137) y en todos sus caminos (Sal 145.17). Con ello las
Escrituras quieren decir que sólo Dios puede establecer lo que está absolutamente bien y
absolutamente mal (1 R 14.22 cf 15.11-14). Es desde su justicia que Dios odia todo
pecado (Pr 6.16-19) (Ap 2.6,15), en cualquiera de sus manifestaciones (Sal 5.5-6), sea
éstas más o menos importantes a los ojos humanos. Para Él es igual la comisión del acto
mismo del adulterio o de la fornicación que la lascivia interior que queda sólo en el
deseo (Mt 5.27-28) cf (Gá 5.19). Es igual la idolatría y la hechicería que la herejía (Gá
5.20). Es igual el homicidio que la borrachera (Gá 5.21). Es igual la fornicación, la
idolatría y la hechicería que la homosexualidad o el afeminamiento (1 Co 6.9). Es igual
el robar que la avaricia (1 Co 6.10) (Ef 5.5). Es igual el estafar que el decir malas
palabras (1 Co 6.10). Es lo mismo matar que odiar o insultar (Mt 5.21-22). Es lo mismo
hacer lo malo que juzgar con inmisericordia a quien hace lo malo (Ro 2.1). El pecado en
cualquiera de sus formas ofende a Dios porque cambia la Verdad que Él mismo ha
establecido por la mentira humana (Ro 1.18-25).

La justicia de Dios castiga el pecado de forma severa (Sal 76.7-8; 90.7) (Jer 10.10), una
vez acabado el plazo de su misericordia (Mt 5.25-26). Sólo el arrepentimiento y la fe
sincera puede llevarle a proceder con soberana misericordia (2 S 24.11-16), pero de
ninguna manera dará por inocente al culpable recalcitrante e incontrito (Nah 1.3), que
no escapará a su justo juicio (Ro 2.2-9). El pecado de los que han de ser salvos merecen
castigo igual que el de los demás (Ef 2.1-8), pero fue expiado hasta satisfacer las
demandas de la justicia divina por Jesucristo que pagó con su muerte por los suyos (Is
48.9-11; 53.4-6).

2.2.13. La supremacía de Dios (Is 55.8-9)

Los hombres han tenido desde siempre conceptos equivocados sobre Dios: “¿Pensabas
que de cierto sería yo como tú?” (Sal 50.21), “Dios no es hombre... para que mienta o
se arrepienta” (1 S 15.29), “Mis caminos y mis pensamientos no son vuestros
caminos...” (Is 55.8-9), “¿A quién me asemejáis, y me igualáis, y me comparáis, para
que seamos semejantes?” (Is 46.5). Esto hace que el “dios” de quien se habla en la
mayor parte del mundo es una invención de la imaginación humana. El Dios de la
Biblia es un Dios supremo cuya distancia con la criatura es infinita: Dios es eterno,
nosotros efímeros (Sal 90.2,5-6,9-10); Dios es soberano, nosotros estamos mediatizados
(Mt 20.15; 6.27); Dios es de infinito entendimiento, nosotros somos finitos (Sal 139.1-
6); Dios es de pensamientos sublimes, los nuestros son limitados (Is 55.8-9); Dios es
todopoderoso, nosotros débiles (Job 42.2). Nada ni nadie puede impedir o desbaratar los
planes de Dios: “todo lo que quiso ha hecho” (Sal 115.3) (Ef 1.11). No hay sabiduría,
ni inteligencia, ni consejo contra Jehová (Pr 21.30). Todo obedece a Dios: el mar, los
peces, los vegetales, los insectos, el viento (Jon 1.4,17; 2.10; 4.6-8), el sol (Jos 10), las
aves (1 R 17), la materia inanimada (2 R 6.6), los hombres (Pr 21.1) (Sal 135.6).6
6
¿Y qué de los hombres que resisten la voluntad de Dios, quebrantan sus mandamientos, desestiman sus
amonestaciones y hacen oídos sordos a su Palabra? Todo esto es contra la Palabra externa de Dios, no
contra lo que Dios se ha propuesto en sí mismo (no nos olvidemos de distinguir entre voluntad preceptiva

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2.3. La obra creadora y sustentadora de Dios

Las Escrituras afirman que el trino Dios creó el mundo y todo cuanto en él existe (He
1.2) (Jn 1.2-3) (Gn 1.2) (Job 26.13; 33.4), sean personas, animales o cosas (He 11.3)
(Col 1.16) (Hch 17.24) (Gn 1.26-27), para la manifestación de su gloria (Ro 1.20) (Jer
10.12) (Sal 104.24; 33.5-6).

Dios sustenta su creación (He 1.3), dirigiendo, disponiendo y gobernando sobre todas
las criaturas, acciones y cosas (Dn 4.34-35) (Sal 135.6) (Job 38-41), desde la más
grande hasta la más pequeña (Mt 10.29-31; 6.26,30), por su sabia y santa providencia
(Pr 15.3) (Sal 145.17; 104.24), conforme a su presciencia infalible (Hch 15.18) (Sal
94.8-11, para la alabanza de la gloria de su sabiduría, poder, justicia, bondad y
misericordia (Ef 3.10) (Ro 9.17) (Sal 145.7) (Is 63.14) (Gn 45.7).

Aunque con respecto a la presciencia y decreto de Dios, causa primera, todas las cosas
sucederán inmutable e infaliblemente (Hch 2.23), sin embargo, por la misma
providencia las ha ordenado de tal manera, que sucederán conforme a la naturaleza de
las causas secundarias, sean necesaria, libre o contingente (Gn 8.22) (Jer 31.35) (Ex
21.13) cf (Det 19.5) (1 R 22.28,34) (Is 10.6-7). Dios en su providencia ordinaria hace
uso de medios (Hch 27.31,44) (Is 55.10-11), a pesar de esto, Él es libre para obrar sin
ellos (Os 1.7) (Mt 4.4) (Job 34.10), por encima de ellos (Ro 4.19-21), y contra ellos (2 R
6.6) (Dn 3.27), según le plazca.

El poder todopoderoso, la sabiduría inescrutable y la bondad infinita de Dios se


manifiestan en su providencia de tal manera, que se extiende aún hasta la primera caída
y a todos los otros pecados de los ángeles y de los hombres (Ro 11.32-34) (2 S 16.10;
24.1) (1 Cr 21.1; 10.4) (Hch 4.27-28), y esto no solo por un mero permiso (Hch 14.16),
sino por haberlos unido con un lazo muy sabio y poderoso (Sal 76.10) (2 R 19.28),
ordenándolos y gobernándolos en una administración múltiple para sus propios fines
santos (Gn 1.20) (Is 10.6-7,12), pero de tal modo que lo pecaminoso procede solo de la
criatura, y no de Dios, quien es justísimo y santísimo, por lo mismo, no es, ni puede ser
el autor o aprobador del pecado (1 Jn 2.16) (Sal 50.21) ( Stg 1.13-14,17).

El muy sabio, justo y benigno Dios, a menudo deja por algún tiempo a sus hijos en
diversas tentaciones y en la corrupción de sus propios corazones, a fin de disciplinarles
por sus pecados anteriores o para descubrirles la fuerza oculta de la corrupción y la
doblez de su corazón, para que sean humildes (2 Cr 32.25-26,31) (2 S 24.1), y para
elevarles a una más íntima y constante dependencia de Él como su apoyo, y para
hacerles mas vigilantes contra todas las ocasiones futuras del pecado, y para otros
muchos fines santos y justos (2 Co 12.7-9) (Sal 73; 77.1,10,12) (Mr 14.66-72) (Jn
21.15,17). Del mismo modo que la providencia de Dios alcanza a todas las criaturas, así
también de un modo especial cuida de su Iglesia y dispone todas las cosas para el bien
de la misma (1 Ti 4.10) (Am 9.8-9) (Ro 8.28) (Is 43.3-5,14).

y voluntad decretiva de Dios). Los hombres creen que pueden hacer lo que quieren (Stg 4.13-15), cuando
en realidad deberían saber que sus acciones ejecutan los designios de Dios (Pr 16.9) (Sal 31.15) (Hch
2.23).

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3. El hombre

3.1. Su creación

El “hombre” es en la Biblia la raza humana (Gn 1.26-27) cf (Ro 5.12). Esta constaba al
principio sólo del género masculino o varón (Gn 2.7,18) y más tarde también del
femenino o mujer o varona (Gn 2.23-24). El hombre fue creado con alma racional e
inmortal (Gn 2.7) cf (Ecl 12.7) (Lc 23:43) (Mt 10.28), y a “imagen y semejanza de
Dios” (Gn 1.26-27). Esto quiere decir que en lo moral el ser humano recibió los
atributos morales o comunicables de Dios: conocimiento, justicia, santidad,
discernimiento y libertad (Col 3.10) (Ef 4.24) (Ro 2.14-15) (Ec 7.29) cf (Gn 3.6).
También, y a semejanza del orden jerárquico existente en la Trinidad (Jn 5.30; 10.29-
30), Dios estableció un orden jerárquico en la criatura humana (Ef 5.23). Este orden no
supone desigualdad ontológica (Gá 3.28) sino orden relacional.

3.2. El pacto de obras

Dios estableció con el hombre (varón y mujer) un pacto de obras (Os 6.7) por el que
recibió el mandato de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gn 2.17a). En
ese pacto podían conservar la vida eterna recibida mediante la obediencia puntual a los
requerimientos divinos (Gn 2.17b). Mientras obedecieron fueron felices en su comunión
con Dios (Gn 3.8-11,23), tuvieron dominio sobre las criaturas (Gn 1.26,28), y vivieron
su matrimonio como “una sola carne” (Gn 2.24).

3.3. La caída

La serpiente engañó a Eva (Gn 3.13) cf (2 Co 11.3), la cual comió del fruto prohibido
así como Adán (Gn 3.1-6), produciéndose la trasgresión del pacto de obras (Os 6.7) y
las consecuencias anunciadas por Dios: Cayeron de su rectitud original (Gn 3.6-8) (Ecl
7.29); perdieron la comunión con Dios (Gn 3.24) (Ro 3.23), quedaron muertos en el
pecado (Gn 217), murieron espiritualmente (Ef 2.1), la semilla de la muerte física entró
en ellos (Gn 3.19b), quedaron corrompidos en todas las facultades y partes del alma y
del cuerpo (Tit 1.15) (Gn 6.5) (Jer 17.9) (Ro 3.10-18), cambiaron las condiciones
primigenias de vida (Gn 3.16-19a), la culpa de ellos fue imputada a toda la humanidad
que había de venir (Hch 17.26 y Ro 5.12,15-19 y 1 Cor 15.21-22,49). Su muerte y
naturaleza corrompida pasó a todos los hombres (Sal 51.5) (Gn 5.3) (Job 14.4 y 15.14).
¿Estaba prevista la caída? ¿De dónde procedió el pecado? Es evidente que la caída
estaba prevista por Dios (1 P 1.18-20), pero esto no quiere decir que en modo alguno Él
tenga algo que ver con el origen del pecado. El mal nunca procede de Dios (Stg
1.13,17), sino que tiene su causa en el Diablo (Jn 8.44) y en la propia criatura humana
(Stg 1.14-16).

3.4. Consecuencias de la caída

3.4.1. Corrupción moral y espiritual

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Esta corrupción supone la negación de la existencia de Dios, la comisión de obras


perversas, la incapacidad de hacer el bien y de buscar al Dios vivo y verdadero para
establecer con él una correcta relación: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se
han corrompido, hacen obras abominables; No hay quien haga el bien. Jehová miró
desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que
buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; No hay quien haga lo
bueno, no hay ni siquiera uno.” (Sal 14.1-3). “Como está escrito: No hay justo, ni aun
uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una
se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro
abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus
labios; Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para
derramar sangre; Quebranto y desventura hay en sus caminos; Y no conocieron
camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos.” (Ro 3.10-18)

En el texto siguiente se añaden a las anteriores manifestaciones de la corrupción del


pecado la necedad que lleva a sustituir al Dios vivo por ídolos hechos a imagen y
semejanza de alguna de las obras de la creación, y el consecuente incremento de la
depravación moral en el ser humano como consecuencia del cambio de Dios, fuente de
toda verdad, por la mentira humana: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y
cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre
corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los
entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que
deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la
mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es
bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues
aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual
modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su
lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y
recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no
aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para
hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación,
perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y
malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos,
soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales,
sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio
de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen,
sino que también se complacen con los que las practican.” (Ro 1.22.32)

3.4.2. Esclavitud (Jn 8.34-36)

El hombre se convirtió en un esclavo del pecado después de la caída (Jn 8.34). Esta
esclavitud en una inclinación permanente al mal (Gn 6.5; 8.21) cf (Ro 7.14-24), una
constante enemistad hacia Dios y su voluntad justa (Ro 8.7) y una tendencia a obrar
según los designios de la carne (Ro 8.5). La única posibilidad de escapar de esta
situación es obtener la verdadera libertad que sólo es posible en virtud de la obra de
Cristo (Jn 8.36), mediante la redención del pecado (1 Co 6.20) y co-crucifixión del viejo
hombre juntamente con Cristo (Ro 6.6), que nos hace morir al pecado y nacer para Dios
(Ro 6.11). Sólo mediante esta obra del Salvador el pecado deja de reinar en el creyente
(Ro 6.12) y la mentira es sustituida por la Verdad de Dios (Jn 8.32).

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La esclavitud del pecado lleva al hombre a la dureza de corazón, que se produce cuando
el hombre adopta actitudes y comportamientos soberbios y recalcitrantes (Sal 81.11-12)
(Ex 8.15,32), y, por otro, Dios le entrega y abandona a su pecado y le retira según sus
eternos designios toda posibilidad de gracia (Dt 2.30) (Ex 7.3) (Ro 11.5-8; 1.24,26,28)
(Dt 29.4) (Mt 13.12) (2 R 8.12-13) y entregándole al Diablo (2 Tes 2.10-12).

La libertad cristiana es una libertad gloriosa (Ro 8.21), que nos libra del poder y
corrupción del pecado (Ro 6.22; 8.2),7 que se alcanza mediante la obra del Espíritu
Santo (2 Co 3.17) (Ro 8.1) y que nos constituye en siervos (o esclavos) de la justicia
(Ro 6.18-19b), o de la obediencia a ella (Ro 6.16). No es libre quien hace lo que quiere
(Jud 4) (1 P 2.16), sino el que hace lo que se debe hacer según exige la justicia de Dios
(Stg 1.25) (1 Co 8.9).

3.4.3. El castigo del pecado

Todo pecado, original o actual, es trasgresión de la ley de Dios (1 Jn 3.4) y trae


culpabilidad sobre el pecador (Ro 2.15; 3.9,19), colocándolo bajo la ira de Dios (Ef
2.3). El pecado acarrea la maldición de la ley de Dios (Gá 3.10), que dicta como
sentencia la muerte del pecador (Ro 6.23): muerte espiritual (Ef 4.18), muerte temporal
o física (Lm 3.39) (Ro 7.20) y muerte eterna (Mt 25.41) (2 Tes 1.9).

La muerte espiritual (Gn 2.17) cf (Ef 2.1) es la incapacidad del pecador para
reencontrarse con el Dios verdadero. Como hemos visto, la Biblia dice que el hombre
natural no puede ni quiere buscar de sí mismo a Dios (Sal 10.4; 14.2) (Ro 3.11). Esto es
debido a la naturaleza corrupta y esclava del ser humano en pecado (Sal 14.3) (Ro 3.10-
18). Todos los hombres se encuentran en esta situación por naturaleza (Sal 14.1-3) (Ro
3.23). Es Dios quien busca al pecador perdido (Jn 4.23; 8.44) (Lc 19.10).8

La muerte temporal o física tiene el propósito de acabar con la vida de nuestro cuerpo,
y, con ello, con nuestra existencia en la tierra (Gn 2.17 cf 3.19). La semilla de la muerte
está en nosotros desde el mismo instante en que somos concebidos. La enfermedad y la
vejez son los medios ordinarios para desgastar nuestro cuerpo y acercarnos al momento
final en que regresa al polvo para descomponerse, y el alma marcha a morar con Dios o
lejos de él (Lc 16.22-23; 23.43), según hayamos creído o no en Cristo durante nuestra
vida (Jn 14.1-3) (Jn 3.16-21).

La muerte eterna (Gn 2.17 cf Jn 3.36) no es mera existencia, sino calidad de existencia.
Tanto el que es condenado como el que se salva tendrán existencia eterna (Jn 5.24). La
diferencia estará en que la calidad de existencia del salvo será tal que se llama “vida”,
7
El cristiano ya no es considerado un “pecador” sino alguien que es “justo” o “perfecto” (Pr 4.18) (Fil
3.15), no en el sentido de impecabilidad sino de que es alguien que no practica el pecado (1 Jn 3.7-10)
porque anda en el camino de la perfección (Fil 3.12-14). Toda la Biblia usa el término pecador para
referirse a aquellas personas malas y perversas que no sólo no disfrutan de la salvación de Dios, sino que
su norma de vida es la práctica del pecado, mostrando con ello que persiste la esclavitud espiritual al
mismo (Gn 13.13) (1 S 15.18) (Sal 1.1,6; 26.9; 51.13) (Pr 1.10; 11.31; 13.21). En el Nuevo Testamento
también se hace un contraste entre los que son de Jesús y los pecadores (Lc 6.32,34) (Jn 9.31) (1 Ti 1.8-
10) (Stg 5.20) (Jud 14-15).
8
La Biblia dice que son los creyentes quienes pueden y deben buscar a Dios. En todos los textos donde se
habla de “buscar a Dios” el contexto se refiere a creyentes (2 Cr 14.1-7) (Sal 63) (Is 55.5-7) (Am 5.4-6)
(Mt 6.32-33). Un creyente debe buscar a Dios en cada instante de su vida (Col 3.1), a través de la
meditación en la Palabra, la obediencia a ella y la oración (Sal 119.2,10-11,94; 63) (2 Cr 7.14). También
mediante un orden de prioridad en el que Dios y sus cosas ocupan el primer lugar (Mt 6.33).

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porque será una existencia junto a Dios, fuente de toda vida (Fil 1.23) (Ap 22.3-5). A su
vez la calidad de existencia del condenado es tal que se llama “muerte”, porque será
una existencia lejos de Dios, y, por tanto, en permanente ausencia de toda dicha y
felicidad (Ap 21.8).

4. La salvación

4.1. El pacto de gracia

El Pacto de Gracia fue el segundo pacto que Dios estableció con el hombre (Gn 17) cf
(Is 42.6). Por él Dios ofrece voluntariamente vida y salvación a través de la fe en el
Cristo que había de venir (Mr 16.15-16) (Jn 3.16) (Ro 10.6,9) (Gá 3.11). Por este pacto
Dios promete dar su Espíritu Santo a cuanto Él llamare de manera que produzca en ellos
la voluntad y la capacidad de creer en el Mesías redentor (Ez 36.26-27) (Jn 6.44-45). El
Pacto de Gracia se presenta en las Escrituras con el nombre de Testamento. Esto hace
referencia a la muerte de Jesucristo, el testador (He 9.15-17; 7.22) (Lc 22.20) (1 Co
11.25), y a la herencia eterna prometida (He 9.15-17).

Este pacto fue administrado de forma diferente en la época de la Ley y en la del


Evangelio. Bajo la Ley, o Antiguo Testamento, se administraba mediante promesas,
profecías, sacrificios, la circuncisión, el cordero pascual y otros tipos y ordenanzas
entregadas al pueblo judío; y todos esos medios de gracia señalaban al Cristo que había
de venir (He 8-10) (Ro 4.11) (Col 2.11-12) (1 Co 5.7), y eran suficientes y eficaces en
aquel tiempo, por la operación del Espíritu Santo, para instruir y edificar a los que
creían en el Mesías prometido (1 Co 10.1-4) (He 11.13) (Jn 8.56), por quien tenían
plena remisión de pecados y salvación eterna (Gá 3.7-9,14).

Bajo el Evangelio, o Nuevo Testamento (Lc 22.20), cuando Cristo la sustancia fue
manifestado (Col 2.17), las ordenanzas por la que este Pacto se administra son: la
predicación de la Palabra, la administración de los sacramentos del bautismo y la cena
del Señor (Mt 28.19-20) (1 Co 11.23-25), y aún cuando estos medios de gracia son
menos en número, y están administradas con más sencillez y menos gloria exterior, sin
embargo, en ellas el Pacto se muestra a todas las naciones, así a los judíos como a los
gentiles (Mt 28.19) (Ef 2.15-19), con más plenitud, evidencia y eficacia espiritual (He
12.22-27) (Jer 31.33-34).

No hay dos Pactos de Gracia diferentes en sustancia, sino uno y el mismo bajo dos
dispensaciones (Gá 3.14,16) (Hch 15.11) (Ro 3.21-23,30) (Sal 32.1) cf (Ro
4.3,6,16,17,23-24) (He 13.8).

4.2. La unidad de la esperanza: no hay más Salvador que Cristo

En la Biblia encontramos que el pueblo de Dios ha tenido siempre una misma esperanza
de salvación a lo largo de toda la historia de la humanidad. Siempre ha existido un
mismo Evangelio o mensaje de salvación para todos los tiempos. En contra de quienes
creen que el Evangelio es algo de lo que se habla solamente en el Nuevo Testamento, la

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

Biblia nos muestra que el Evangelio o Buena Nueva de salvación fue anunciado
primeramente a las personas del Antiguo Testamento: “Y la Escritura, habiendo
previsto que por la fe Dios había de justificar a los gentiles, anunció de antemano el
evangelio a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones" (Gá 3.8); "Y
todos los profetas, de Samuel en adelante, todos los que hablaron, también anunciaron
estos días” (Hch 3.24), ver contexto vv.22-25. Según esto los creyentes del Antiguo
Testamento esperaban en su fe en la misma Buena Nueva del Evangelio que esperamos
nosotros los creyentes de después de la venida de Jesucristo. Nunca ha habido dos
“esperanzas” o dos formas de salvación para la humanidad.

Jesucristo es el personaje central de la Biblia. Cada libro del Antiguo Testamento, cada
enseñanza de ellos, contiene referencias al Cristo de Dios y a su obra salvífica:
“Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los
profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciese estas cosas y que
entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés y todos los Profetas, les interpretaba
en todas las Escrituras lo que decían de él” (Lc 24.25-27 y vv. 44-47). “Escudriñad las
Escrituras /.../ ellas dan testimonio de mí /.../ Porque si vosotros creyeseis a Moisés, me
creeríais a mí; pues él escribió de mí. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a
mis palabras?”. (Jn 5.39b,46-47). Ver también (Mt 1.22-23; 2.5-6; 2.15,17-18,23; 3.3;
4.14-16; 8.17; 11.10; 12.17-21; 13.14-15; 13.35; etc.)

Sólo en Jesucristo hay salvación, nadie puede ser salvo sino por Él. Los que se salvaron
en el Antiguo Testamento fueron salvos por medio de la fe en Cristo. Nunca ha habido
ni habrá otro salvador: “Abraham se gozó que había de ver mi día, y lo vio” (Jn 8.56).
“Él (Moisés) consideró el oprobio por Cristo como riquezas superiores a los tesoros de
los egipcios, porque fijaba la mirada en el galardón” (He 11.26). “Yo sé que ha de
venir el Cristo" (Jn 4.25). "He aquí, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y
era hombre justo y piadoso; esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo
estaba sobre él. A él le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la
muerte antes que viera al Cristo” (Lc 2.25-26).

4.3. Por gracia, por medio de la fe, no por obras… (Ef 2.8)

Los hombres pecadores siempre han creído que la salvación se puede obtener por
alguna obra que ellos puedan hacer: “¿Qué cosa buena haré para tener la vida
eterna?” (Mt 19.16). Esto se funda en la creencia de que el pecador puede hacer obras
que merezcan el reconocimiento de Dios (Lc 18.9-14). Pero todas las obras que hace un
pecador, aún aquellas que formalmente parecen buenas, no tienen ningún valor delante
de Dios porque se hacen sin santidad ni fe (Is 1.10ss) (Ro 14.23), o como pago o
correspondencia mutua (Mt 5.46-47), o para ser vistos de los hombres (Mt 6.1,3-5), o
para buscar la gloria y honra del hombre (Mt 6.2), o como medio de promoción
espiritual (Hch 5.1ss) o de jactancia personal (Lc 18.9,11-12) (Dn 4.30), o para
compararnos con o juzgar a nuestro prójimo (Lc 18.11) (Ro 14.10), o, simplemente, se
hacen sin amor (1 Co 13.1ss). La obediencia a la Ley de Dios con el propósito de
ganarnos la salvación tampoco tiene ningún valor ante él (Gá 2.16-21).

Por todo lo anterior, la Biblia afirma que la salvación no es “por obras” (Ef 2.9) (Tit
3.5), pues, entre otras cosas, si así fuera “por demás murió Cristo” (Gá 2.21). La
salvación es “por gracia, por medio de la fe” (Ef 2.8). El joven que hizo la pregunta

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Tema V. Dogmática Dr. José Luis Fortes Gutiérrez

del comienzo de este apartado, no creyó a Cristo Jesús, ni confió plenamente en él (Mt
19.17ss). La confianza en un sistema de salvación por obras pone de manifiesto una
actitud autosuficiente y arrogante (Lc 18.9) que impide acudir a Cristo desde la
humillación del arrepentimiento (1 P 5.5-6) y la fe que descansa única y exclusivamente
en su obra expiatoria: “Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los
ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí,
pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.” (Lc
18.13-14)

4.4. El nuevo nacimiento

Es un cambio fundamental en la vida de una persona que experimenta la salvación, por


el que un principio de vida espiritual es implantado en ella de manera que pasa de la
muerte en delitos y pecados en la que se encuentra a la vida en Cristo (Ef 2.1,5). Esto
conlleva un cambio radical en la disposición gobernante del alma (Hch 9.1-2,5-6); un
cambio que afecta al intelecto (1 Co 2.14-15) (2 Co 4.6) (Ef 1.18) (Col 3.10), a las
emociones (Sal 42.1-2) (Mt 5.4) (1 P 1.18) y a la voluntad (Fil 2.13) (2 Tes 3.5) (Hch
13.21). Esta obra instantánea se realiza en un momento dado en la vida del pecador
produciéndole un cambio radical que le lleva a ser una “nueva criatura” (2 Co 5.17).
Este cambio se produce, en primer lugar, en la vida subconsciente por una obra secreta
de Dios que no es percibida directamente por el hombre, sino tan sólo por sus efectos
(Jn 3.8) (1 Jn 3.14). El hombre puede ser directamente consciente de esta obra cuando el
cambio producido por el Espíritu de Dios coincide con la conversión o llamamiento
externo (Hch 16.14-15), lo cual sucede con frecuencia en aquellos que son llamados a la
salvación desde la “gentilidad” (Hech 16.29ss). En el caso de alguien que se cría desde
pequeño en una iglesia (los hijos de los creyentes) puede producirse primero la
regeneración y después el llamado externo por la Palabra (2 Ti 3.15). En cualquier caso,
el nuevo nacimiento es imprescindible para que una persona pueda ver y entrar en el
reino de los cielos (Jn 3.3,5,6) (1 Co 2.14) (Gá 6.15). El nuevo nacimiento es una obra
de Dios (Jn 1.13; 1.4; 14.6), a través de su Espíritu (Jn 3.3-5) (1 Co 2.12-15) (Ef
1.17,20) aplicando con poder la palabra de vida (Stg 1.18) (1 P 1.23).

4.5. El llamamiento externo y el interno

El llamamiento externo es la presentación y ofrecimiento de la salvación en Cristo a los


pecadores (Mt 28.19), junto a una exhortación a creer en Cristo a fin de obtener el
perdón de pecados y la vida eterna (Jn 3.16; 6.35; 5.24). Este es un llamamiento
rechazable, por lo que muchos nos responden a él (Mt 22.2-14) y rechazan a Cristo y Su
Evangelio (Jn 3.36). Con todo es por medio de él que Dios manifiesta sus demandas al
pecador perdido, quien tiene el deber de arrepentirse y creer en Cristo (Hch 3.19)
volviéndose a Dios y salir de su mal camino (Hch 17.30-31), de manera que si no lo
hace incrementa su culpa y castigo (Jn 12.48). Este llamamiento es la forma general
señalada por Dios para reunir a todos cuantos han de ser salvos (Ro 10.14-17), aunque
Dios, de forma excepcional, puede usar otros medios para salvar a algunas personas (Ro
11.1-4) (Gn 19.1ss).

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El llamamiento interno es también llamado llamamiento eficaz y forma parte del


llamamiento externo para aquellos que experimentan realmente la salvación según los
eternos propósitos de Dios (Hch 13.48). Este es un llamamiento por la Palabra aplicada
por el Espíritu Santo (Hch 16.14) (Is 50.5) (Jn 8.47) (Jn 17.20) (2 Tes 2.13-14), que de
forma “eficaz” llama a la salvación (Ro 8.29) (Jn 6.37-39; 17.6-9), llevando a creer en
Cristo (Jn 3.16; 3.36). El llamamiento interno, que obra por medio del Espíritu y la
Palabra, no en una forma creativa sino persuasiva (Jn 3.1ss), es decir, es una obra en la
vida consciente del hombre dirigiéndose al entendimiento, emociones y voluntad (Mt
13.23), iluminándoles su entendimiento de modo espiritual y salvador a fin de que
comprendan las cosas de Dios (Hch 26.18) (1 Co 2.10,12) (Ef 1.17,18), quitándoles el
corazón de piedra que poseen por el pecado (Ez 36.26), induciéndoles hacia lo que es
bueno (Ez 11.19) (Fil 2.13) (Dt 30.6) (Ez 36.27), acercándoles eficazmente a Jesucristo
(Ef 1.19) (Jn 6.44-45), en plena libertad (Cnt 1.4) (Sal 110.3) (Ro 6.16-18). El fin de
este llamamiento es que el alcanzado por la gracia de Dios proceda a la comunión con
Cristo (1 Co 1.9), llegue a poseer la vida eterna (1 Ti 6.12), heredar las bendiciones
prometidas por Dios (1 P 3.9), y tener acceso a la gloria y al reino de Dios (1 Tes 2.12).

4.6. La fe salvadora

4.6.1. Una definición de la fe.

Es un “creer” (Jn 11.26-27), “actuar” (Lc 5.27-28), “abrazar” (Lc 7.37-43), “aceptar” (2
Co 12.7-10); “recibir” (Flm 21) y “descansar” en Cristo (Mt 11.28)

4.6.2. Objetivo de la fe.

Es creer que todo lo revelado en la Biblia es verdad porque Dios ha hablado en y por
ella (He 10.39). Es obedecer y temer a Dios (2 Co 4.13) (Ef 1.17-19; 2.8). Es abrazar las
promesas de Dios para esta vida y la venidera (Ro 10.14,17). Es aceptar, recibir y
descansar solo en Cristo para la justificación, santificación y vida eterna por virtud del
pacto de gracia (1 P 1.2) (Hch 20.32) (Ro 4.11) (Lc 17.5) (Ro 1.16-17).

4.6.3. Procedencia de la fe.

Cristo es el autor y consumador de la fe (He 12.2). Él es el contenido y objeto de la fe:


es “en Cristo” (Jn 3.36). Es una gracia de parte de Dios para los suyos (Tit 1.1) (He
10.39). Es la obra del Espíritu Santo en el corazón del regenerado aplicando los medios
de gracia (2 Co 4.13) (Ef 1.17-19 y 2.8), que son el ministerio de la Palabra (Ro
10.14,17), la administración de los sacramentos (Jn 3.3-5) y la oración (Lc 17.5).

4.6.4. Somos llamados a tener abundante fe

La fe puede tenerse en diferentes grados: débil y fuerte (Mt 6.30; 8.10) (1 Tes 3.10).
Pero debemos desear tener mucha fe (Lc 17.5). Esto nos permitirá experimentar el
poder de Dios (Stg 5.16b-18) y vivir en constante contacto con la gracia de Dios (Stg
1.6-7). La fe puede ser atacada y debilitada frecuentemente y de muchas maneras (Lc
22.31-32), pero resulta victoriosa y crece en muchos hasta obtener la completa
seguridad a través de Cristo (1 Jn 5.4-5) (He 6.11-12; 10.22)

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4.7. El arrepentimiento para vida

4.7.1. ¿De dónde procede el arrepentimiento?

Es una gracia evangélica (Hch 11.18), que procede de la pura gracia de Dios en Cristo
(Os 14.2) (Ro 3.24), que mediante su Espíritu (Zac 12.10), ilumina y quebranta al
pecador (Ef 1.17), para que se arrepienta (Hch 17.30). El verdadero arrepentimiento
produce vergüenza (Ez 36.31-32; 16.61-63), por tanto, nadie debe confiar en su
arrepentimiento como si fuera una satisfacción propia por el pecado o una causa de
perdón del mismo (Lc 18.13).

4.7.2. ¿Cómo se manifiesta el arrepentimiento?

Mediante un afligirse y un dolerse por el pecado, no sólo por razón del castigo sino por
comprender lo inmundo y odioso que es el pecado y contrario a la santa naturaleza y a
la justa ley de Dios (Lc 15.17-19); comprendiendo la misericordia de Dios en Cristo
para los arrepentidos y deseando apartarse del pecado y volver a Dios (Is 55.7) (Lc
15.20); confesando los pecados a Dios y a los ofendidos (Lc 15.21).9

4.7.3. Consecuencias del arrepentimiento

El que se arrepiente halla misericordia (Pr 28.13) (1 Jn 1.9) y perdón de pecados (Hech
3:19) (Is 1:16-18). Sin arrepentimiento no hay perdón (Luc 13:3,5) (Hch 17.30-31).

4.8. La justificación

La justificación es un acto jurídico por el cual Dios declara justos a los injustos. Para
ello Dios no infunde justicia a los pecadores sino que cambia su estado o situación
legal ante Él perdonando sus pecados (Hch 13.38-39) (Ef 1.7), y declarándoles justos
(Ro 3.21-27) (Col 1.21-22) a través de la imputación de la obediencia y satisfacción de
Cristo (Ro 5.17-19), mediante la fe en Jesucristo (Gá 2.16) (Fil 3.9) (Hch 13.38). Esta fe
es el único instrumento de la justificación (Ro 3.28; 5.1) (Tit 3.5,7), a lo largo de todos
los tiempos (Ro 4.1-5,22-24). Por ella se recibe y descansa en Cristo y su justicia (Ro
5.8-10), que mediante su obediencia y muerte saldó totalmente la deuda de todos
aquellos que el padre le dio para que redimiera desde antes de la fundación del mundo
(2 Co 5.21) (1 P 1.18-20). Estos escogidos para obedecer (1 P 1.2) vienen a Cristo y
creen él (Jn 6.39-40 con el don de la fe fe (Ef 2.8), que obra por el amor (Stg
2.17,22,26) (Gá 5.6). Esta justificación es un don para siempre (Lc 22.32) (Jn 10.28)
(He 10.14)

4.9. La adopción

Aunque los seres humanos no somos hijos de Dios por naturaleza, sino hijos de ira y de
desobediencia (Ef 2.2-3), así como hijos del Diablo (Jn 8.44), Dios ha elegido el acto
9
Los pecados para con Dios se arreglan sólo para con Dios (Sal 32.5-6; 51.4,5,7,9,14), y los pecados para
con el prójimo se arreglan para con Dios y el prójimo (Mt 5.23-26). Los pecados secretos se arreglan en
secreto y los públicos en público (1 Ti 5.20).

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legal denominado “adopción” como el medio para hacernos sus hijos (Ef 1.5), por lo
que nadie puede ser constituido hijo suyo por generación biológica “sangre”, ni
tampoco por voluntad humana, “carne” o “varon”, (Jn 1.13). Una persona llega a ser
hijo de Dios solamente por el designio de la voluntad de Dios (Jn 1.13b), que constituye
en sus hijos a todos aquellos que han sido justificados de sus pecados por Jesucristo (Gá
4.4-5) y la fe que es en él (Ro 5.1) (Jn 1.12) (Gá 3.26)

¿Qué supone el ser hijos de Dios? Gozar de las libertades y privilegios de los hijos de
Dios (Ro 8.17). Estar marcados con su nombre (Jer 14.9) (2 Co 6.18) (Ap 3.12). Recibir
el Espíritu de adopción (Ro 8.15). Tener acceso confiadamente al trono de la gracia (Ef
3.12) (Ro 5.2). Poder clamar “Abba padre” (Gá 4.6). Ser compadecidos, protegidos,
provistos y corregidos por Dios como Padre (Sal 103.13) (Pr 14.26) (Mt 6.30,32) (1 P
5.7) (He 12.6). No ser desechados sino sellados para el día de la redención (Lm 3.31)
(Ef 4.30). Heredar las promesas como herederos de la salvación eterna (He 6.12; 1.14)
(1 P 1.3,4). Tener la responsabilidad de vivir como pacificadores (Mt 5.9), perfectos
(Mt 5.48) e imitar a Dios (Ef 5.1).

4.10. La santificación

La santificación nos habla de la destrucción del dominio del pecado sobre la persona
entera (1 Tes 5.23), que, aunque es incompleta en esta vida (1 Jn 1.10) (Ro 7.18,23) (Fil
3.12), porque los remanentes de corrupción que quedan producen una lucha entre el
Espíritu y la carne (Gá 5.16-17) (1 P 2.11), el Espíritu siempre triunfa (Ro 7.23; 6.14) (1
Jn 5.4) (Ef 4.15-16), debilitando y mortificando las diversas concupiscencias de la carne
(Ro 8.13; 6.6) (Gá 5.24). Los llamados a ser santos son cada vez más fortalecidos y
vivificados en todas las gracias salvadoras para la práctica de la verdadera santidad (Ef
3.16) (2 P 3.18), que consiste en limpiarse de toda contaminación en el temor a Dios (2
Co 7.1), y en andar como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto (Col
1.9-11), pues sin la santidad nadie verá al Señor (He 12.14).

Los instrumentos de la santificación proceden de la gracia que emana de la muerte y


resurrección de Jesucristo (Ef 5.25-26) (He 13.12); y el poder y fuerza para la
santificación provienen de la obra del Espíritu Santo (1 Co 6.11) (2 Co 3.18), aplicando
la Palabra de Dios (Jn 17.17) (Hch 20.32) (2 Ti 3.15-17), y el resto de los medios de
gracia: oración (Mt 26.41), alabanza, testimonio, servicio, ayuda mutua, etc. (He 13.15-
16,20-21).

4.11. Las buenas obras

Son aquellas que Dios ha ordenado en su santa Palabra (Miq 6.8) (Ro 12.2) (He 13.21),
nunca las que los hombres se imaginan en ciego fervor o presunta buena intención (Mt
15.9) (Is 29.13) (1 P 1.18) (Ro 10.2) (Jn 16.2) (1 S 15.21-23). Las buenas obras son
hechas en obediencia a los mandamientos de Dios como fruto y evidencia de una fe viva
(Stg 2.18,22).

El objetivo de las buenas obras es manifestar gratitud a Dios (Sal 116.12,13) (1 P 2.9),
fortalecer la seguridad en la salvación (1 Jn 2.3,5) (2 P 1.5-10), edificar a los hermanos
(2 Co 9.2) (Mt 5.16), adornar la profesión del evangelio (Tit 2.5,9-12) (1 Ti 6.1), tapar
la boca de los adversarios (1 P 2.15), glorificar a Dios (1 P 2.12) (Fil 1.11) (Jn 15.8),

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evidenciar que somos obra de Dios (Ef 2.10) y alcanzar la santificación y por ella la
vida eterna (Ro 6.22).

Los no regenerados hacen buenas obras que proceden de la gracia común de Dios para
que se cumplan sus propósitos (Esd 1.1-4), y para hacer más tolerable la convivencia
humana y para frenar el pecado (Ro 13.1-6). Estas obras no son perfectas, ni proceden
de la fe y obediencia a la palabra (Ro 14.23), ni su fin es correcto, por tanto no pueden
agradar a Dios (Mt 6.2,5,16).

La obras de los creyentes son hechas mediante la obra de Dios por el Espíritu Santo (He
13.20-21) (Jn 15.4-6) (Ex 36.26-27) (Gá 5.22-23), a través de los medios de gracia (Hch
20.32) (2 Ti 3.16-17), y la obediencia y diligencia del creyente (Fil 2.12) (He 6.11-12)
(Is 64.7) (2 P 1.3,5,10,11) (2 Ti 1.6) (Hch 26.6) (Jud 20-21). Esas buenas obras no
merecen el perdón de pecados o la vida eterna (Ro 3.20; 4.2,4,6), pues tampoco son
perfectas (Isa 64.6) (Sal 143.2; 130.3), ni benefician a Dios. Sin embargo Él las
recompensa en sus hijos por su bondad y gracia (He 6.10) (Mt 25.21,23), y son
aceptadas por Dios por medio de Jesucristo (2 P 2.5).

4.12. La perseverancia de los santos

4.12.1. ¿Qué dice esta doctrina?

Que aquellos que Dios ha aceptado en su Amado y han sido llamados eficazmente y
santificados por su Espíritu (Fil 1.6), no pueden caer ni total ni definitivamente del
estado de gracia (2 P 1.10-11). Esto no quiere decir que los creyentes no puedan pecar o
caer en pecados más o menos graves (Mt 26.70,72,74), por el descuido de los medios
para su preservación, como dejar la sana palabra de Dios (2 Ti 2.18-19), atrayéndose el
desagrado de Dios y contristando al Espíritu Santo (Is 65.5,7,9) (Ef 4.30), quedando
temporalmente excluidos de sus gracias y consuelos (Sal 51.8,10,12), llegando a tener el
corazón endurecido, la conciencia herida y escandalizando a otros, de tal manera que
atraerán sobre sí juicios temporales (Mr 6.52) (Sal 32.3-4) (2 S 12.14) (1 Co 11.32),
sino que ciertamente han de perseverar en Él hasta el fin como evidencia de ser
eternamente salvos (Jn 10.28-29) (1 P 1.5,9).

4.12.2. ¿De quién depende la perseverancia?

No depende del que quiere ni del que corre (Ro 9.16), ni del que piensa que está firme
(1 Co 10.12), sino de la inmutabilidad del decreto eterno de Dios (Ro 8.28-39), del amor
gratuito e inmutable de Dios el Padre (Jer 31.3), de la eficacia del mérito y de la
intercesión de Jesucristo (He 10.10,14; 7:25), de la morada del Espíritu y de la simiente
de Dios en los santos (Jn 14.16,17) y de la naturaleza del pacto de gracia (Jer 32.40).

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