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[...]
Dos horas después, un vapor de alto bordo era por ellos reconocido, y el nombre de
Atlanta fue transmiti-do a Tampa. El áncora no había aún mordido el fondo de la
arena, cuando quinientas embarcaciones rodeaban al Atlanta, y el vapor era tomado por
asalto.
¿Michel Ardan?
Tal era aquel pasajero del Atlanta, siempre agitado, siempre hirviendo al calor de un fuego
interior, siempre conmovido, y no por to que pretendía hacer en America, en to cual ni
siquiera pensaba, sino por efecto de su orga-nización calenturienta. Tan frenéticos fueron
los gritos, y el entusiasmo tomó formas tan personales, que Michel Ardan, después de
haber apretado millares de manos, en las que estuvo ex-puesto a dejar sus dedos, tuvo
que buscar refugio en el fondo de su camarote. ¿Sois vos Barbicane? le preguntó Michel
Ardan, cuando estuvieron solos los dos, con un tono como si hubiese hablado a un amigo
de veinte años.
¿Nada os detendrá?
Un mitin
El sitio escogido fue una inmensa llanura situada fuera de la ciudad. Pocas horas
bastaron para ponerlo a cubierto de los rayos del sol.
Atropellando por todo y para todo, apuntaba en medio del pecho argumentos ad hominem
certeros y seguros, y le gustaba defender con el pico y con las zarpas las causas
desesperadas.
¿Nada os detendrá?
Y salió del camarote para participar a la multitud la proposición de Michel Ardan. Sus
palabras fueron aco-gidas con palabras y gritos de alegría, porque la propo-sición
allanaba todas las dificultades.
Un mitin
Un sol destinado a alumbrar semejante fiesta no debía ser tan perezoso. Barbicane,
temiendo por Michel Ardan las preguntas indiscretas, hubiera querido reducir el au-ditorio
a un pequeño número de adeptos, a sus colegas, por ejemplo.
Es imposible responder con más lógica y acierto dijo el presidente del GunClub. En la
mayor parte de ellos sería absolutamente indispen-sable que los principios de la vida se
modificasen, pues, sin hablar más que de los planetas, es evidente que en al-gunos de
ellos el que los habitase se abrasaría y se helaría en otros, según su mayor o menor
distancia del Sol. Siento respondió Michel Ardan no conocer per-sonalmente a mi
distinguido antagonista para poder contestarle. Su objeción no carece de fuerza, pero
creo que se la puede combatir victoriosamente, como se pueden combatir todas las
teorías fundadas en la habi-tabilidad de los mundos.
Si yo fuese físico, diría que, si bien es verdad que hay menos calórico en movimiento en
los planetas próximos al Sol, y más calórico en mo-vimiento en los que de él están
lejos, este simple fenó-meno basta para equilibrar el calor y volver la tempera-tura de
dichos mundos soportable a seres que están organizados como nosotros. Si yo fuese
químico le diría que los aerolitos, cuerpos evidente-mente formados fuera del mundo
terrestre, han revela-do al análisis indiscutibles vestigios de carbono, el cual no debe su
origen más que a seres organizados, y, se-gún los experimentos de Reichenbach, ha
tenido nece-sariamente que ser animalizado. Es imposible decirlo, por-que los gritos
frenéticos de la muchedumbre hubieran impedido manifestarse a todas las opiniones. Ya
veis, valerosos yanquis, que yo no he hecho más que desflorar una cuestión de tanta
trascendencia.
No he venido aquí a dar lecciones, ni a sostener una tesis so-bre tan vasto
objeto. Permitidme, no obstante, insistir en un solo punto. No tendréis ningún
inconveniente en convenir conmigo en esta superioridad de Júpiter sobre nuestro
planeta, sin hablar de sus años, de los cuales cada uno vale por doce de los
nuestros. Muy poca cosa, un eje de rotación menos inclinado so-bre el plano de su órbita.
Ataque y respuesta
[...]
En Francia hay uno de ellos que sostiene que matemáticamente el pájaro no puede
volar, y otro cuyas teorías demuestran que el pez no está orga-nizado para vivir en el
agua. No se trata de esos sabios, y los nombres que yo podría citar en apoyo de mi
proposición no serían rehu-sados por vos, caballero. ¿Por qué, pues, os ocupáis de
cuestiones científicas si no las habéis estudiado? preguntó el desconocido bastante
brutalmente.
[...]
La asamblea estaba atenta y algo inquieta, por-que aquella polémica daba por resultado
llamar la atención sobre los peligros o imposibilidades de la expe-dición. Me atrevo a decir
a priori que, en el caso de haber existido alguna vez esta atmósfera, la Tierra la habría
arrebatado a su satéli-te. Pues bien, los rayos de las estre-llas que la Luna oculta, al
pasar rasando el borde del dis-co lunar, no experimentan desviación alguna, ni dan el
menor indicio de refracción. Todos miraron a Ardan con cierta ansiedad y hasta con cierta
lástima, como si previesen su derrota, pues, en realidad, siendo cierto el hecho que la
observación reve-laba, la consecuencia que de él deducía el desconocido era
rigurosamente lógica.
He aquí to que respondieron los sabios al anuncio del citado fenómeno, y to mismo
respondo yo, ni más ni menos. Quiero suponer que tenéis razón respondió Ar-dan, sin
que la contestación de su adversario le hiciese la menor mella. Es verdad, pero sin
explicarse su origen.
Muy fuerte, caballero, y añadiré que los señores Beer y Moedler, que son los más hábiles
observadores, los que mejor han estudiado el astro de la noche, están de acuerdo sobre
la falta absoluta de aire en su super-ficie. Se produjo cierta sensación en el auditorio, al
cual empezaban a convencer los argumentos del personaje desconocido. Adelante -
respondió Michel Ardan con la mayor calma, y llegamos ahora a un hecho
importante. Este fenómeno no pudo ser producido más que por una desviación de los
rayos del Sol al atravesar la atmós-fera de la Luna, sin que haya otra explicación posible.
¿Y el calor desarrollado por la velocidad del pro-yectil al atravesar las capas del
aire?
He calculado que podría llevar víveres y agua para un año respondió Ardan, y la travesía
durará cuatro días.
[...]
Pero su silencio fue más elocuente que todos los gritos de entusiasmo. El desconocido se
aprovechó de él para protestar por última vez.