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Introducción
¿Cuál es tu mayor deseo? Si podríamos pedir algo de Dios, ¿qué sería? Hay una hermosa
promesa en la Biblia, que tiene que ver con nuestros deseos. Dice, “Deléitate asimismo en
Jehová, y Él te concederá las peticiones de tu corazón (Sal 37:4).
Pero Dios también tiene deseos. Uno de Sus mayores deseos en tener un pueblo que le
adore (“el Padre…busca que le adoren”, Juan 4:23). Por eso, cuando Dios sacó a Israel de
Egipto, uno de Sus propósitos principales era tener un pueblo que le alabe y glorifique. La
orden de Dios al Faraón fue, “Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto” (Éx
5:1). Esa “fiesta” iba a ser una fiesta espiritual, en la cual Israel iba a alabar a Dios, y
glorificar Su nombre. El Salmista lo expresa en esta manera:
A lo largo del Antiguo Testamento, leemos que el pueblo de Israel fue creado para la gloria
de Dios, y para Su alabanza (Is 43:21).
Lamentablemente, Israel no fue fiel a su llamado. A partir de los días de David, el pueblo
de Dios se fue apartando poco a poco de Él, hasta terminar en la idolatría. En vez de ser un
pueblo que alababa y glorificaba a Dios, Israel llegó a honrar a los dioses falsos de las
naciones paganas. Por eso Dios decidió poner a un lado a Israel, y formar un nuevo pueblo
– la Iglesia de Cristo. El propósito de Dios seguía siendo el mismo; Él deseaba tener una
comunidad que alabe y glorifique Su nombre. Como Pedro lo expresa,
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las
tinieblas a Su luz admirable”
1 Ped 2:9-10.
En Efe 1:3-14, Pablo describe algunas de las bendiciones espirituales que tenemos como
creyentes en Cristo. Ante la pregunta, ‘¿Por qué Dios hace todo eso a favor de nosotros, los
pecadores?’, la respuesta es clara. La salvación que Dios nos da en Cristo es “para
alabanza de la gloria de Su gracia” (Efe 1:6, 12, 14). En otras palabras, el propósito
principal de nuestra salvación es alabar y glorificar a Dios. La pregunta es, ¿cómo lo
hacemos? ¿Cómo alabamos y glorificamos a Dios? No sólo personalmente, sino como
Iglesia. Porque la Iglesia es llamada a ser una comunidad que alaba y glorifica a Dios.
Veamos las TRES maneras principales en que la Iglesia debe glorificar a Dios:
1. DEBE GLORIFICAR A DIOS CON SUS LABIOS
Los animales también lo hacen; especialmente las aves del cielo, con su canto matutino. Si
toda la creación alaba a Dios y expresa Su gloria, cuánto más no lo debe hacer el creyente.
El autor de Hebreos afirma que debemos alabar a Dios con nuestros labios.
“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es
decir, fruto de labios que confiesan Su nombre”
Heb 13:15
Pero, ¿cómo debemos hacerlo? Veamos algunas pautas que nos da el autor de este libro.
iv. Reconocemos Su Grandeza (“…el fruto de labios que confiesan su nombre”). El énfasis
en nuestra alabanza debe ser persona de Dios. Nos reunimos los domingos para
confesar y reconocer quién Él es. Lamentablemente, muchas veces lo que pasa por
‘adoración’ es nada más que una confesión de lo que YO siento, de MIS necesidades; no
de quién Dios es, y lo que Él merece. Hay lugar para confesar nuestras necesidades,
deseos, etc., pero sólo después de haber pasado mucho tiempo confesando y
reconociendo quien es Dios.
Pero, ¿cómo alabamos y glorificamos a Dios con nuestros labios? Haciendo CUATRO cosas:
- Cantando.
- Predicando.
- Enseñando.
- Testificando.
REFLEXIÓN: ¿Somos una comunidad que alaba y glorifica a Dios con sus labios?
Uno de los peligros en la alabanza que damos a Dios con nuestros labios es que fácilmente
puede ser una adoración ‘de labios para fuera’. Es decir, no lo hacemos de todo corazón;
alabamos a Dios, pero con un corazón ‘frío’. Esa fue la acusación de Dios en el Antiguo
Testamento. En Is 29:13, Dios describe la adoración del pueblo de Judá en la siguiente
manera: “Porque este pueblo se acerca a Mí con su boca, y con sus labios me honra, pero
su corazón está lejos Mí”. El pueblo iba al templo, hacía los sacrificios, y cantaba los
salmos, pero sus corazones estaban llenos de pecado. Por eso Dios pidió que cerraran el
templo, y que anularan los cultos (Is 1:11-14). Algo parecido estaba ocurriendo en el
primer siglo, cuando Cristo vino a la tierra. Él pudo ver que los escribas y los fariseos eran
iguales. Pretendían honrar a Dios con sus esfuerzos por guardar la ley, pero en sus
corazones no había un verdadero amor por Dios. Por eso Cristo citó las palabras de Isaías
(Mat 15:8).
¿Cómo evitamos esa trampa espiritual? Cuidando nuestras vidas, y asegurándonos que no
sólo adoramos a Dios con nuestros labios, sino que lo hacemos también con nuestras vidas.
Pablo habla de esto en Rom 12:1-2. Pero, ¿qué significa ello en la práctica? ¿Cómo
podemos alabar y glorificar a Dios con nuestras vidas?
i. Por medio del buen uso de nuestros cuerpos. Escribiendo a los creyentes en
Corinto, Pablo dijo, “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en
vuestro cuerpo” (1 Cor 6:20). ¿De qué estaba hablando Pablo? La respuesta está en 1
Cor 6:18, donde Pablo exhorta a los creyentes a huir de la fornicación. La fornicación es
un pecado sexual; es tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. En Corinto había
un templo pagano, dedicado al culto de una diosa – la diosa del amor. Cada noche,
cientos de mujeres prostitutas, salían del templo, ofreciendo satisfacer los deseos
sexuales de los hombres en la ciudad. Cada noche, las calles de Corinto atestiguaban la
abundancia de pecados sexuales cometidos. Lamentablemente, algunos creyentes
participaban en todo eso. Pablo estaba escandalizado. Mientras entregaban sus cuerpos
al placer sexual, estaban deshonrando a Dios con sus vidas.
ii. Por medio de nuestras buenas obras. El creyente no debe limitarse a no cometer
pecado; debe también hace buenas obras. Esa es otra manera de alabar y glorificar a
Dios con nuestras vidas. El Señor Jesús lo afirmó: “Así alumbre vuestra luz delante de
los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos” (Mat 5:16). Algunas personas hacen buenas obras para ser vistos por
los hombres, y ser ‘glorificados’ por ellos. No debemos ser así. Debemos hacer buenas
obras para que el mundo glorifique a Dios.
Para ello, es importante dejarnos guiar por Dios a aquellas ‘buenas obras’ que Él ha
pedido de nosotros (Efe 2:10).
EJEMPLO: Servir a Dios en un ministerio; orar por las misiones; compartir el evangelio;
etc.
iii. Por medio del sacrificio de nuestras vidas (Fil 1:20). Cristo merece ser
“magnificado” (literalmente, ‘hacerlo grande’). El ‘mundo’ magnifica tantas cosas –
futbolistas (Mesi), cantantes (Shakira), actores (Tom Cruise). Pero esas personas son
verdaderos ‘enanos’ en comparación con Dios. Lo triste es que el ‘mundo’ minimiza lo
que es realmente grande (Dios, Cristo, Su Reino), y agranda lo que es realmente
pequeño (futbolistas, cantantes, etc.). La Iglesia debe ser totalmente lo opuesto.
Debemos vivir en tal manera que Dios sea glorificado en nuestras vidas, siguiendo el
ejemplo de Pablo. A él poco le importaba si vivía o si moría. Lo único que le importaba
era que Dios sea glorificado por medio de su vida.
La Iglesia debe ser una comunidad que glorifica a Dios por medio de sus vidas (Hch 4:32-
37).
Dios obra en nosotros, los creyentes, para que nosotros seamos para Su gloria y alabanza
(Efe 1:6, 12, 14). ¡Todo el plan de salvación apunta a ello! Pero aparte de lo que Dios
hace, en la gran obra de salvación, Él quiere obrar en nosotros, produciendo en nuestras
vidas ciertos cambios que también glorifican a Dios.
Cristo habla de eso en Juan 15:8. La vida cristiana consiste en dejar que Cristo viva en
nosotros (Gal 2:20). Lo hace por Su Espíritu (la ‘savia’). Pero. ¿de qué ‘frutos’ está
hablando? ¿Cuáles son aquellos ‘frutos’ que honran a Dios?
- Otro ‘fruto’ de la Iglesia es la manifestación del carácter de Cristo en ella (Gál 5:22-
24). Tenemos que trabajar para lograr eso (2 Ped 1:5-8); pero sólo lo podremos hacer
si permanecemos en Cristo (Juan 15:4-8). Una iglesia grande, llena de gente, no honra
a Dios, a nos que esas personas tengan el carácter de Cristo.
Conclusión