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Aquí se abre la posibilidad del mal, de la culpa. Pero, ¿es posible? Freud situaba una
culpa primigenia (parricidio) en los orígenes de la civilización (Totem y tabú). La
culpabilidad radica en la posibilidad de realizar una acción mala –aunque ya desde
Aristóteles se decía que jamás podemos querer el mal por sí mismo-. Los medievales
apuntaban que en lo singular y complejo de la existencia, no siempre aparece claro lo
que debemos hacer. Y distinguían entre “bienes aparentes” (que en parte lo son) y
“bienes verdaderos” (más nucleares). Y que uno puede elegir un bien particular pero
perder lo esencial o nuclear. Allá se abriría la brecha antropológica de la culpa. De ahí
que haya un profundo principio de la ética, que es que cada individuo tiene la obligación
ética de buscar el bien en toda circunstancia. Porque si uno prescinde cae en el mal con
facilidad y perjuicio para muchos… Hay culpas individuales y culpas colectivas (se
refieren a un pueblo contra un pueblo)… La culpa entra dentro del mundo de los mitos
y está presente en las culturas y sociedades (sistemas psicológicos y religiosos de
expiación, o sistemas penitenciarios). La culpabilidad es fuente de malestar en la cultura
y los pueblos.