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ANTE EL COVID 19 DEBERÍAMOS ESTAR AGRADECIDOS POR LA TECNOLOGÍA


Marian L. Tupy – elcato.org

Marian L. Tupy  señala cómo la humanidad está mejor preparada que nunca antes para
enfrentar una pandemia global gracias a  la tecnología, cuyos avances nos permite tener
acceso a una mejor atención médica, mantener la oferta de alimentos, seguir trabajando en
muchos casos y mantener de diversas formas la interacción social.

“De cierta forma, todo es tecnología”, señaló uno de los historiadores económicos más destacados
del mundo Fernand Braudel en su monumental Civilización y capitalismo. “No solo los esfuerzos
más arduos del hombre sino también sus esfuerzos pacientes y monótonos para dejar una marca en
el mundo externo; no solo los cambios rápidos…sino también las mejoras lentas en los procesos y en
las herramientas, y aquellas acciones innumerables que hubieran podido no tener una importancia
significado innovador pero que son el fruto del conocimiento acumulado”, continuó él. Sí, la tierra, el
trabajo y el capital (esto es, los factores de la producción) son componentes importantes del
crecimiento. Al final del día, no obstante, el progreso humano en general y el enriquecimiento global
en particular son en gran medida dependientes de la invención y la innovación. Eso es seguramente
más claro ahora que la esperanza de la humanidad en torno al fin de la  pandemia y a nuestra
liberación del confinamiento que la acompaña depende de mayores avances científicos dentro de
la industria farmacéutica. Demos un breve repaso al impacto de la tecnología sobre la atención
médica, la oferta de alimentos, el trabajo, y la sociabilidad en los tiempos del COVID-19.

La atención médica

El impacto de la tecnología moderna es ciertamente más sentida y anticipada dentro de la esfera de


la atención médica para humanos. Considere algunas de las peores enfermedades que la humanidad
ha tenido que enfrentar en el pasado. La viruela, que se estima que mató alrededor de 300 millones
de personas solamente en el siglo XX, provino en India o Egipto hace al menos 3.000 años. La
“virulación” de la viruela, parece ser que era practicada en China desde el décimo siglo, pero no fue
hasta fines del siglo 18 que Edward Jenner vacunó al primer paciente en contra de la enfermedad. La
viruela fue completamente erradicada recién en 1980. Historias similares se podrían contar acerca de
otras enfermedades mortales. La polio, enfermedad que podemos ver representada en los tallados
egipcios de la dinastía decimoctava, es de origen antiguo. Aun así la enfermedad no fue
adecuadamente analizada hasta el año de la Revolución Francesa, y la vacuna de Jonas Salk recién
apareció en 1955. Hoy, la polio está cerca de ser erradicada (solo se reportaron 95 casos en 2019). 

La malaria, probablemente el mayor enemigo de la humanidad, existe desde hace al menos 30


millones de años (el parásito ha sido encontrando en un mosquito atrapado en un fósil ámbar que
data del periodo Paleógeno). Solo fue luego del descubrimiento del Nuevo Mundo que el
conocimiento acerca de los beneficios de la corteza del árbol de quina para reducir la fiebre se
esparció hacia Europa y Asia. La quinina primero fue aislada en 1820, y la cloroquina fue introducida
en 1946. Las medicinas de artemisinina, que todavía usamos, fueron descubiertas a fines de la
década de 1970. Esto es para demostrar que la humanidad vivió con enfermedades mortales durante
milenios sin entender completamente lo que eran, cómo eran transmitidas, y cómo podían ser
curadas. El destino de la humanidad, pensaban nuestros ancestros, fluctuaba entre la influencia
externa de la “rueda de la fortuna” y no había nada que alguien podía hacer para cambiar eso. Un día
estabas vivo y al día siguiente ya no.
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Compare el paso lento del progreso, y la aceptación fatalista de la enfermedad y la muerte, con
nuestro tiempo de reacción a la actual pandemia. La Comisión Municipal de Salud de Wuján reportó
la existencia de un cúmulo de casos de “neumonía” en Wuján el 31 de diciembre. El 7 de enero los
chinos identificaron el patógeno (un nuevo coronavirus) responsable de la epidemia. El 11 de
enero China realizó la secuencia del código genético del virus y al día siguiente estuvo disponible al
público. Eso le permitió al resto del mundo empezar a hacer kits de diagnóstico para identificar la
enfermedad.

Por ejemplo, la primera infección de COVID-19 en Corea del Sur fue identificada el 20 de enero. El 4
de febrero, el primer kit de pruebas (elaborado por Kogene Biotech) empezó a ser producido. El 7 de
febrero, este kit de prueba estaba disponible en 50 lugares alrededor del país. Otros países hicieron
algo similar.  

La Organización Mundial de Salud (OMS), que declaró al COVID-19 como una pandemia global el 11


de marzo, puede haber actuado demasiado tarde. Aun así, es notable que solo habían pasado dos
meses entre la primera señal de que había un problema y el momento en que todo el mundo
implementó medidas para desacelerar la propagación de la enfermedad. Mientras tanto, hemos
aprendido mucho acerca de la incompetencia estatal y de las regulaciones excesivas. Pero también
hemos aprendido mucho acerca de la propagación y los síntomas de la enfermedad. En lugar de
empezar desde cero, los médicos especialistas en Europa y EE.UU. pueden nutrirse de la
especialización de sus colegas en el Lejano Oriente. Antes de que apareciera el telégrafo a mediados
del siglo decimonoveno, tardaba hasta un mes llevar información desde Londres hacia Nueva York.
Hoy, aprendemos acerca de las últimas noticias e investigaciones del COVID-19 (las malas y las
buenas) en segundos.

Para mediados de abril, miles de especialistas sumamente calificados y bien financiados estaban
utilizando súper-computadoras e inteligencia artificial en distintos lugares del mundo para identificar
los caminos prometedores hacia la victoria sobre la enfermedad. Algunos 200 programas distintos
están trabajando para desarrollar terapias y vacunas que combatan la pandemia. Estos incluyen los
estudios acerca de la eficacia las medicinas antivirales existentes, tales como Remdesivir de Gilead,
el inhibidor de proteasa de Ono, y favipiravir de Fujifilm. La eficacia de medicinas genéricas como
la hidroxicloroquina y la cloroquina, también está siendo evaluada. Takeda está trabajando
arduamente en torno al plasma convaleciente (TAK-888) en Japón, mientras que Regeneron trabaja
en los anticuerpos monoclonales en EE.UU. Las nuevas vacunas, tales como la mRNA-
1273 de Moderna, la INO-4800 de Inovio, y la BNT162 de BioNTech, están en desarrollo.

No sabemos cuál de estos tratamientos (si es que alguno de ellos) funcionará, pero de esto podemos
estar seguros: nunca ha habido una mejor época para que los humanos se enfrenten y derroten a
una pandemia global. El mundo es más rico que nunca antes, y el dinero es lo que nos permite
mantener una industria farmacéutica masiva y pagar por investigaciones médicas sumamente
sofisticadas. El coronavirus puede que sea letal, pero no es la plaga bubónica, que tuvo una
mortalidad de 50 por ciento. Afortunadamente, es un virus mucho más leve que nos ha puesto
nuevamente en alerta ante el peligro de las enfermedades contagiosas. Una vez que la crisis
inmediata esté detrás de nosotros, los investigadores reunirán miles de millones de datos de docenas
de países y analizaran las distintas respuestas a la pandemia. Ese conocimiento será desplegado por
los gobiernos y el sector privado para asegurar que las mejores prácticas sean adoptadas, de tal
manera que la próxima vez estemos mejor preparados.
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Los alimentos

Cuando la peste negra azotó Europa en 1347, la enfermedad encontró una población local lista para
ser masacrada. Luego del fin del Periodo Medieval Cálido a fines del siglo trece, el clima se volvió frío
y lluvioso. Las cosechas se acortaron y las hambrunas proliferaron. Francia, por ejemplo, tuvo
hambrunas localizadas en 1304, 1305, 1310, 1315-17, 1330-34, 1349-51, 1358-60, 1371, 1374-75, y
1390. Los europeos, debilitados por la escasez de alimentos, sucumbieron ante la enfermedad en
grandes números. 

La gente de antes se enfrentaba a al menos tres problemas relacionados entre sí. Primero,
los medios de transporte y la infraestructura de transportación eran terribles. Por tierra, los
europeos usaban los mismos métodos de transporte (carrozas arrastradas por burros, caballos y
bueyes) que los antiguos habían inventado. De igual manera, gran parte de Europa continuaba
usando los caminos construidos por los romanos. La mayoría de las personas nunca salían de sus
aldeas nativas o siquiera visitaban los pueblos más cercanos. No tenían razones para hacerlo, dado
que todo lo que era necesario para mantener su existencia frugal era producido localmente.

El segundo problema era la falta de información importante. Podía tomar dos semanas alertar
acerca de una escasez inminente de alimentos, ni hablar cuánto hubiera demorado  organizar alguna
forma de alivio para las comunidades afectadas.

Tercero, el comercio regional rara vez era libre (Francia no tenía un solo mercado interno hasta la
Revolución) y el comercio global seguía siendo relativamente insignificante en términos económicos
hasta la segunda mitad del siglo diecinueve. Los alimentos eran tan escasos como caros. En
la Inglaterra del siglo quince, 80 por ciento del gasto privado de las personas comunes y corrientes se
destinaba a los alimentos. De esa cantidad, 20 por ciento se gastaba solamente en pan. Bajo esas
circunstancias, el fracaso de una cosecha local podía significar la destrucción de toda una comunidad
(Aquellos que piensan que el COVID-19 expuso la fragilidad de la sociedad moderna deberían leer
acerca de la Gran Hambruna). 

A modo de comparación, para 2013 solo 10 por ciento del gasto privado en EE.UU. se destinaba a a
los alimentos, una cifra que está todavía está inflada por la cantidad que los estadounidenses gastan
normalmente en restaurantes. Hablando de restaurantes, mientras que muchos se han visto
obligados a cerrar sus puertas, los propietarios de restaurantes utilizan aplicaciones para entregar
excelente comida a precios razonables. Además, meses después de la pandemia del COVID-19, las
tiendas están, por lo general, surtidas y su inventario es regularmente repuesto mediante el flujo –en
gran medida sin interrupción de vuelos de carga, transportes de carga, y el transporte marítimo
comercial. Debido al milagro de la refrigeración portátil, los productos frescos continúan llegando de
distintas partes de EE.UU. y del extranjero. Poco antes de escribir este ensayo, pude comprar
naranjas de California, aguacates de México, y uvas de Chile en mi supermercado local.
La globalización puede que esté bajo presión tanto desde la izquierda y desde la derecha del
espectro político estadounidense, pero si la pandemia llegase a socavar la producción agrícola
estadounidense, muchos se verán obligados a reconocer los beneficios de la oferta global de
alimentos y de nuestra habilidad de importar alimentos de las partes del mundo que no hayan sido
afectadas por el COVID-19.

Esta extensa cadena de suministro y, hasta ahora, todavía sólida es, por supuesto, una maravilla
tecnológica. Las computadoras cotejan información acerca de los ítems en las repisas que están
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escaseando, ajustando la variedad y cantidad de ítems enviados entre las tiendas, para satisfacer
nuevos pedidos, etc. De manera que el comercio que todavía se permite que siga, continúa. Lo
mismo sucede con la caridad. Feeding America, una red de más de 200 bancos de alimentos,
alimenta decenas de millones de personas a través de las despensas alimenticias, los comedores de
beneficencia, los albergues, etc. Desde 2005, la organización ha venido utilizando un mercado
computarizado interno para asignar los alimentos de manera más racional. Feeding America utiliza su
propia moneda, denominada “shares”, mediante la cual cada banco de alimentos puede participar en
una subasta por los alimentos que más necesitan. Los servicios de entrega de compras de
supermercado llevan alimentos a las puertas de aquellos que no pueden o no quieren salir de sus
casas. Los viejos y los enfermos también pueden utilizar sus teléfonos, emails y aplicaciones para
llamar a voluntarios para que les hagan sus compras y se las entreguen a domicilio.

El trabajo

La naturaleza del trabajo ha cambiado mucho durante los últimos 200 años. Antes de la Revolución
Industrial, entre 85 y 90 por ciento de las personas en el mundo occidental eran trabajadores
agrícolas. Su trabajo era intensamente difícil, como lo fue atestiguado por un médico austríaco que
observó que “en muchas aldeas [del Imperio Austríaco] el estiércol debe ser cargado sobre las
espaldas de humanos subiendo montañas altas y la tierra debe ser rasgada en una posición
agachada; esta es la razón por la que muchas de las personas jóvenes son deformes”. Las personas
vivían al borde de la hambruna, se esperaba que tanto los muy jóvenes como los muy viejos
aportaran tanto como podían a la producción económica de la familia (la mayoría de la producción
en la era pre-moderna se basaba en la unidad familiar, de ahí proviene el término griego  oikonomia,
o administración del hogar). En aquellas circunstancias, la enfermedad era una catástrofe: reducía la
producción de la unidad familiar, y por lo tanto su consumo. 

La Revolución Industrial le permitió a la gente pasar del campo a las fábricas, donde le trabajo era
mejor pagado, más placentero, y menos arduo (razón por la cual la gente en los países pobres
continúa fluyendo actualmente desde el empleo agrícola hacia el empleo en manufacturas).
Además, la riqueza se disparó (el ingreso real familiar en EE.UU. pasó de $1.980 en 1800 a $53.018
en 2016). Eso permitió una especialización cada vez mayor, que incluía una expansión masiva de
servicios que buscaban satisfacer los deseos de una población cada vez más próspera. El sector de
servicios hoy consiste de trabajos en el sector de información, servicios de inversiones, servicios
técnicos y científicos, atención médica, y servicios de asistencia social, así como también en
las artes, el entretenimiento y la recreación. Muchos de estos trabajos son menos arduos
físicamente, más intelectualmente estimulantes, y mejor pagados que lo que alguna vez fueron los
trabajos agrícolas o de manufacturas. Lo importante es que muchos de estos trabajos del sector
servicios pueden realizarse a distancia. Esto significa que incluso en medio del confinamiento
impuesto por el gobierno, algunos trabajos pueden continuar (cerca de un tercio, según sugieren las
estimaciones). Las pérdidas económicas del COVID-19, en otras palabras, serán astronómicas, pero
no totales. 

Mi propia organización, por ejemplo, cerró sus puertas a mediados de marzo. Desde ese entonces,
todos hemos estado escribiendo desde casa o apareciendo en noticieros de alrededor del mundo a
través del Internet. Todos estamos en contacto regularmente vía telefónica o a través
de Zoom y Microsoft Teams. Otras organizaciones están haciendo lo mismo. Como ya discutimos,
gran parte de las compras se están haciendo en línea. Las empresas de envíos y entregas a
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domicilio están creciendo, Amazon está contratando 100.000 trabajadores adicionales en EE.UU.


El entretenimiento en casa, por supuesto, ha crecido de manera tremenda, Netflix ha sumado
millones de clientes nuevos y está expandiendo su oferta con miles de películas y shows nuevos. Con
más de 30 millones de niños en casa, las empresas de aprendizaje en línea están experimentando
una bonanza, y los educadores desde los profesores de secundaria hasta los profesores universitarios
continúan desempeñando sus labores a distancia. La telemedicina está creciendo, permitiendo que
los pacientes vean a doctores de manera segura y conveniente. Incluso algunos procedimientos
médicos de menor importancia, como los exámenes visuales, pueden realizarse a distancia, y
múltiples empresas le entregan sus lentes en su puerta. La banca y las finanzas todavía siguen
funcionando, muchas personas gozan de tasas de interés bajas para refinanciar sus hipotecas.
Finalmente, la muchas veces vilipendiada industria farmacéutica está creciendo conforme todos
esperamos y deseamos que se anuncie una vacuna o un tratamiento terapéutico que sea eficaz
contra el COVID-19.

La sociabilidad

Aristóteles observó que el “hombre es por naturaleza un animal social” y señaló que sin amigos sería
infeliz. Pero el rol de la sociabilidad (esto es, la tendencia de asociarse con otros o formar grupos
sociales) va más allá de eso. Como William von Hippel explicó en su libro de 2018 The Social Leap, la
sociabilidad es el mecanismo que el Homo Sapiens descubrió. Cuando los primeros homínidos fueron
obligados a bajar de los árboles (quizás como el resultado de un cambio climático que secó los
bosques africanos), estos se volvieron más vulnerables ante los depredadores. Para cubrir distancias
más largas entre los árboles que desaparecían rápidamente mientras que mantenían un mínimo de
protección en contra de otros animales, nuestros ancestros desarrollaron el bi-pedalismo, lo cual les
permitió liberar la parte posterior de su cuerpo para cargar armas como ramas y piedras.

Todavía más importante fue la invención de la cooperación. Mientras que un simio que porta una
rama es ligeramente mejor que uno que no porta arma alguna, un grupo de simios armados es
mucho mejor para despachar a los depredadores. Los individuos en bandas más cooperativas
sobrevivían hasta la madurez y se reproducían con mayor frecuencia, resultando en especies más
cooperativas. Además, dado que vivir solo era equivalente a una sentencia de muerte, los simios
egoístas a los que no les importaba ser excluidos por no contribuir se morían, resultando en el deseo
de una cooperación comunal y en un profundamente arraigado miedo al rechazo por parte del
grupo.

Los primeros homínidos tenían cerebros mucho más similares a aquellos de los chimpancés que a
aquellos de los humanos modernos. Esto es así debido a las presiones evolutivas que crearon a los
primeros homínidos —como la depredación y la escasez de alimentos— podían ser superadas sin una
inteligencia tremenda. Estas presiones para sobrevivir eran parte del entorno físico —un ambiente
difícil pero estático que no requería de mucha capacidad cognitiva para navegarlo. La presión
ambiental que resultaba en los humanos modernos fue el sistema social en sí mismo. El entorno
social es mucho más dinámico que el físico. Una vez que se unieron en grupos, nuestros ancestros se
vieron forzados a forjar relaciones con otros, y evitar ser explotados por otros, todos siendo
individuos con intereses divergentes y constantemente cambiantes. Aquellos que no podían
mantenerse al día con el juego social cada vez más complejo o se morían o eran incapaces de
encontrar una pareja.
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Esta nueva presión creó un círculo evolutivo positivo: juntarse en grupos creaba sistemas sociales
más complejos, que requerían cerebros más grandes; los cerebros más grandes necesitaban ser
alimentados; y la mejor forma de obtener más comida era mediante una mayor cooperación y a
través de un sistema social más sofisticado. El principal desarrollo cognitivo que evolucionó de este
ciclo evolutivo es conocido como la “teoría de la mente”. En breve, la teoría de la mente es la
capacidad de comprender que otras mentes pueden tener razonamientos, conocimiento y deseos
distintos a los nuestros. Mientras que eso parece ser básico, la teoría de la mente nos distingue del
resto de la vida en la Tierra. Nos permite determinar si un ataque fue, por ejemplo, intencional,
accidental, o forzado. Nos permite sentir emociones como la empatía, el orgullo, y la culpa —
habilidades que son cruciales para una sociedad funcional.

De manera que la sociabilidad y los seres humanos son inseparables, como se nos ha recordado a
todos claramente mediante las súbitas restricciones a nuestra habilidad de interactuar con otros.
Mientras nos sentamos en casa, trabajando en nuestras computadoras o viendo televisión, muchos
de nosotros sentimos una tremenda sensación de aislamiento (“distanciamiento social”) de nuestras
familias, amigos y colegas. La urgencia de estar alrededor de otros es algo innato en nosotros. Esto es
lo que somos.

Insatisfechos con los modos impersonales de comunicación, como los emails y mensajes de texto,
hemos redescubierto la necesidad de interactuar cara a cara con otros humanos. Con ese fin en
mente utilizamos plataformas digitales como Zoom, Google Hangouts, Facebook Live,
y FaceTime para ponernos al día con las noticias más recientes acerca de las vidas de las personas, o
simplemente para quejarnos acerca de la miseria de la soledad y acerca de la patética incompetencia
de los funcionarios públicos (de ambos partidos). Alrededor del país, la gente participa virtualmente
en reuniones sociales, cenas, clubs de libros, clases de gimnasia, servicios religiosos, y meditaciones
grupales. Como mi colega del Instituto Cato Chelsea Follett escribió recientemente, “La tecnología ha
hecho que sea mucho más fácil organizar una ‘fiesta de película’ que sea físicamente distante y
sincronizada de tal forma que los televidentes en distintos lugares puedan ver la misma parte de una
película al mismo tiempo. Para los que disfrutamos de discutir películas mientras las vemos, la
tecnología también permite habilitar un grupo de comentarios acerca de cada escena en tiempo
real”. En los casos más tristes, la tecnología le permite a las personas despedirse de amigos y
parientes que están agonizando. De manera muy real, por lo tanto, la tecnología nos mantiene sanos
mentalmente (o al menos, más sanos). 

La tecnología, por lo tanto, nos permite lidiar con los retos de la pandemia de maneras que nuestros
ancestros ni siquiera podrían haberlo soñado. Todavía es más importante que la tecnología le
permite a nuestra especie enfrentarse a los virus con suficientes razones para ser racionalmente
optimistas. En estos días oscuros, recuerde a todos los científicos que están utilizando el
conocimiento acumulado por los humanos para derrotar al COVID-19 en un tiempo récord y todas las
maneras maravillosas (por no decir milagrosas) en que el mundo moderno nos ha mantenido bien
alimentados, psicológicamente semi-equilibrados, y (en muchos casos) productivamente activos.

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