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EL CÁLIZ ENVENENADO DE LA TIRANÍA


Manuel Hinds indica que el gobierno de Bukele, en lugar de aprovechar la cuarentena para
prepararse para combatir el virus, se está valiendo de la misma para eliminar sistemáticamente los
pesos y contrapesos del sistema democrático.
El Presidente está destruyendo la democracia en el país y a mucha gente parece no importarle. Tiene
una estrategia para tratar la crisis del coronavirus basada en dos objetivos que no tienen nada que
ver con el coronavirus o sus efectos en la salud del pueblo pero sí mucho con establecer una tiranía.
Primero, enfoca sus acciones y sus comunicaciones con respecto a la pandemia exclusivamente en el
mantenimiento cada vez más draconiano de las cuarentenas (aunque violado por el mismo gobierno
con el reparto de cheques en los bancos y el fallido en CENADE, todos llenos de aglomeraciones).
Segundo, está tratando de eliminar sistemáticamente todos los pesos y contrapesos que el imperio
del derecho impone a su ambición de convertirse en un caudillo absolutista. Hasta ahora va
avanzando muy velozmente en el logro de estos dos objetivos.
Por supuesto, los dos objetivos se complementan perfectamente. La cuarentena es lo único que el
Presidente puede mostrar que está haciendo, y es lo único que las capacidades propias y de su
gobierno le permiten hacer —desplegar policías y fuerzas armadas para que intimiden a la población
para no salir. Esto es muy triste. Es bien sabido que las cuarentenas no resuelven las pandemias, sino
solo dan tiempo para prepararse para resolverlas. Pero el Presidente y su gobierno no tienen la
capacidad que todos los otros presidentes de Centroamérica (exceptuando, quizás, a Ortega) han
demostrado que tienen para hacer esta preparación. Por eso, el Presidente trata de enfocar la visión
del pueblo entero en que él es muy competente para encerrar gente, y para tratarla mal, y en
venderle por implicación la idea de que eso es lo único que se necesita para derrotar al virus, y que
cualquiera que diga algo distinto es un Drácula que quiere matar al pueblo.
Esta estrategia tiene enormes costos para todos en el país. En los párrafos siguientes resumo los
costos para el pueblo, para el Presidente mismo, y para las Fuerzas Armadas, ordenados de los que
pierden más poder a los que más lo están ganando.
Las pérdidas para el pueblo
Estas pérdidas son las más fáciles de identificar. Por entrar en este juego que está haciendo el
Presidente con las comunicaciones, el pueblo está perdiendo la verdadera posibilidad de minimizar el
costo de la pandemia en términos de muertes y sufrimientos a través de mejorar los servicios de
salud profesionalmente. También va en camino a colapsar en un estado de pobreza y hambre sin
precedentes en la región excepto por Venezuela. Y está perdiendo su libertad y sus derechos por los
cuales se derramó tanta sangre. Estos sufrimientos se irán volviendo insoportables en la medida en la
que el Presidente siga instalando un régimen de tiránica ignorancia en El Salvador. Pero no solo el
pueblo va a perder si el Presidente no cambia el rumbo.
Las pérdidas para el Presidente
El Presidente parece no darse cuenta de que el cáliz de soberbia del que está sorbiendo está
envenenado. Como noté en un artículo que publiqué poco después de que él metió el ejército a la
Asamblea Nacional, él está mandando con sus acciones un mensaje muy claro: “Yo mando y puedo
hacer lo que quiero porque tengo conmigo el poder de los militares”. Con esto él está transfiriendo la
fuente del poder presidencial de la constitución a las armas, algo que cualquier otro puede detentar
si tiene acceso a ellas, abriendo una caja de Pandora que hay que cerrar inmediatamente, porque si
los militares piensan que ellos son la fuente del poder, al ahora presidente le quedará mucho tiempo
para estudiar la historia de Roma, y darse cuenta de cómo, cuando las instituciones democráticas de
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la República Romana colapsaron, las guardias pretorianas se convirtieron en los ejes del poder y los
emperadores en sus títeres.
Ni siquiera tiene que estudiar la historia de Roma. Puede estudiar esta lección en todas las historias,
incluyendo la de aquí. Si la posesión de las armas y las acciones violentas que con ellas se pueden
realizar se convierten otra vez en la fuente legitima del poder, como lo fue por tanto tiempo en el
país, la primera víctima va a ser la legitimidad democrática, que es la que solo él tiene como
presidente, y que depende de las instituciones que él mismo está destruyendo. En esta lógica, el día
llegará en el que un militar, o un grupo de militares, se van a preguntar que si el poder depende de
las armas, y ellos las tienen, ¿para qué necesitan a alguien más?
Dicho sencillamente, el Presidente descubriría que su poder presidencial, que él creía que salía de sus
twitts, realmente salía de las instituciones democráticas del país, que lo reconocían como presidente,
pero que con sus acciones, orientadas a derrumbar esas instituciones para ser el jefe absoluto, está
revirtiendo el país a la lógica de Mao, que decía que el poder sale de los cañones de los fusiles. Y
entendería, como lo tuvieron que entender Nerón, Calígula, y tantos otros emperadores que ese
poder lo tienen sus soldados, no ellos.
Había en El Salvador un dicho cuando los militares mandaban, que decía que los militares que no
comandaban un cuartel eran como alacranes sin chuzo. Así, un militar podría ser muy popular en el
ejército, y en el país, pero si no tenía mando directo de un cuartel, no tenía ningún poder. Por
supuesto, en esa lógica, sólo tienen poder los que tienen mandos directos de tropa, que el
emperador romano, y el Presidente, no tienen. El presidente está cometiendo un error histórico al
restablecer esta lógica, un error que deslegitima su propio poder y se lo da al que tiene más fusiles.
Las pérdidas para las Fuerzas Armadas
Las Fuerzas Armadas también tienen mucho que perder del desmantelamiento de las instituciones
democráticas que el Presidente está llevando a cabo. La guerra de los ochentas fue terriblemente
traumática para la institución, como siempre lo es una guerra en la que el ejército tiene que reprimir,
disparar, herir y matar a sus propios compatriotas. Nada es más desmoralizante que esto. Las
secuelas de la guerra han sido muy difíciles de manejar. Pero, conducidas por oficiales muy
profesionales, muy respetuosos de la ley, y enmarcadas por gobiernos que habían aprendido que lo
primero que tiene que ser un ejército es apolítico y obediente a las instituciones democráticas, las
fuerzas armadas salvadoreñas se ganaron el respeto y el afecto de propios y extraños como una
institución que auténticamente defendía a la república.
El camino por el que el Presidente está llevando ahora a las Fuerzas Armadas es muy doloroso —
convertirse en los defensores de tiranías civiles o militares, que los alejarían del pueblo y les llenarían
las manos de sangre de hermanos.
El Presidente todavía tiene tiempo para cambiar el rumbo y defender su presidencia y el país de
todos los peligros a los que su ansiedad por el poder total los está exponiendo. Y la gente todavía
tiene tiempo para darse cuenta de que esto que está pasando tiene que importarles. Es demasiado lo
que se está jugando.
Este artículo fue publicado originalmente en  El Diario de Hoy  (El Salvador) el 21 de abril de 2020.

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