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http://www.buenostratos.com/2013/01/es-del-todo-inadecuado-acoger-un-nino.html?

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Winnicott inició su carrera trabajando con niños desplazados debido a la Segunda


Guerra Mundial, y estudió las dificultades de los niños que tratan de adaptarse a un
nuevo hogar.

En un artículo titulado Hate in the Countertransference (El Odio en la


Contratransferencia)  [1], Winnicott dice lo siguiente:

“Es del todo inadecuado acoger a un niño adoptado y amarle. De hecho, los padres
deben ser capaces de acoger al niño adoptado en su casa y tolerar odiarle. El niño
solo puede creer que se le quiere después de que se le haya odiado, e insiste en que
no se puede subestimar la importancia de la tolerancia del odio en los procesos de
curación. Cuando a un niño hasta entonces privado de cuidados parentales
apropiados se le ofrece la ocasión de recibirlos en un ambiente familiar sano, como
el de una familia adoptiva, el niño comienza a desarrollar una esperanza
inconsciente. Pero a dicha esperanza viene asociada el miedo: cuando un niño ha
sufrido en el pasado una decepción tan devastadora, con sus necesidades físicas y
emocionales más básicas insatisfechas, se erigen unas defensas: unas fuerzas
inconscientes que protegen al niño frente a la esperanza que puede quedar
frustrada. Esas defensas, según Winnicott, explican la presencia del odio. El niño
experimentará un estallido de ira contra la nueva figura parental, mediante el cual
expresará su odio y lo suscitará a su vez en quien le cuida.

Para un niño que ha sufrido, la necesidad de odiar y ser odiado es más profunda
incluso que la necesidad de rebelarse, y la tolerancia del odio por parte de los
nuevos padres es un factor fundamental para la salud mental del niño. Debe
permitirse al niño expresar ese odio, y los padres adoptivos deben de ser capaces
de tolerar el odio, tanto el del niño como el propio.

Esta idea puede resultar chocante, y asimismo puede resultar difícil aceptar que es
odio lo que crece dentro de uno. Los padres pueden sentirse culpables teniendo en
cuenta las dificultades por las que el niño ha tenido que pasar antes; pero éste
actúa de forma hostil hacia los padres, pues proyecta las antiguas experiencias de
rechazo y abandono sobre la realidad actual.

El niño necesita ver lo que ocurre cuando aflora el odio. Lo que pasa, dice el
pediatra inglés, es que pasado un tiempo el niño adoptado concibe esperanza, y
comienza a poner a prueba el ambiente que ha hallado y la capacidad de su
guardián de odiar objetivamente.

Las emociones que el odio del niño suscita en los padres, así como en los profesores
y en otras figuras de autoridad, son muy reales. Winnicott considera clave que los
adultos reconozcan tales sentimientos y no los nieguen, lo cual podría parecer más
fácil. Deben comprender que el odio del niño no es personal: el niño expresa la
ansiedad producida por su infeliz situación anterior con las personas que tiene ahora
a su alcance.
Lo que haga la figura de autoridad con su propio odio tiene
evidentemente, una importancia fundamental. La creencia del niño de
que es malo e indigno de ser amado debe verse reforzada por la
respuesta del adulto, que ha de tolerar los sentimientos de odio y
entenderlos como parte de la relación. Esta es la única manera de que
el niño se sienta seguro y capaz de establecer un vínculo.
Por abundante que sea el cariño que se encuentre en el nuevo ambiente, para el
niño eso no borra el pasado, del cual el niño conserva sentimientos residuales. El
niño espera que el odio que siente el adulto le lleve a rechazarlo porque eso fue lo
que ocurrió antes; cuando esto no ocurre y en lugar de ello los sentimientos de odio
son tolerados, entonces estos pueden empezar a disiparse”

Os doy mi opinión.

Los niños y niñas abandonados y maltratados (sobre todo los que han vivido estas
adversas experiencias no sólo una vez sino de manera continuada
(desgraciadamente, pues deja un profundo sufrimiento y un sentimiento interno de
devaluación y desvalorización del sí mismo), son los que efectivamente odian no
solo a quienes les adoptan o acogen sino también -me atrevería a decir- que a todo
el género humano. Los adultos les han fallado gravemente. En la psicoterapia yo
mismo he vivido la expresión de ese odio, y cuando he dejado que el mismo aflore,
lo he validado como emoción que puede y es normal que sienta y he sabido
contenerlo, el niño ha terminado por vincularse al terapeuta y ha llegado a sentir
afecto positivo y abrirse para trabajar sus emociones dolorosas y sus problemas.
Pero no he actuado mi rabia o mi odio al niño echándole de la terapia o adoptando
cualquier otra consecuencia aversiva.

La cuestión –muy dura para todos, pero en especial para los padres y
familias adoptivas y acogedoras pues de un hijo no se espera odio; una
madre me dijo hace unos días, desesperada: “es que yo no estaba
preparada para que mi hija me rechazara de ese modo”- es que seamos
capaces, que podamos –buscando los apoyos que necesitemos-
comprender y aceptar que el odio no es hacia nuestra persona sino que
es, como apunta Winnicott, una proyección de fuerzas inconscientes que
le protegen de la posibilidad de ser abandonado de nuevo.
La expresión del odio puede aceptarse como emoción, pues sólo es una
emoción, si lo pensamos bien. Aceptamos sus emociones pero no las conductas
que puedan dañar. Pero… “¿tolerar que mi hijo exprese odio hacia mí, yo que sólo
le deseo lo mejor?”, podéis contestar. No es eso. Es tolerar que el hijo o el niño
exprese su dolor y su odio por el abandono y que seamos capaces de aceptar que no
va contra nosotros sino que es una proyección. Decirle que él puede sentirlo, que es
normal que lo sienta, ratificarle en que su dolor tiene su buena razón, que quienes le
tenían que cuidar le decepcionaron profundamente y que ahora cree que eso puede
volver a ocurrir y es esperable por ello que se proteja del riesgo que supone
amarnos; porque si nos ama, para él en su mente traumática existe el fantasma de
que me pueden volver a dejar, con la profunda y dura decepción que ello conlleva.
Pero es un camino que conduce a la creación del vínculo, pues en la mente del niño
opera: “Le he odiado, pero no me ha abandonado, ni pegado, ni
vejado…” Mentalizarnos que en determinados niños (sobre todo en los de apego
desorganizado) forma parte de su proceso de sanación emocional, puede
ayudarnos. Entender por qué ocurre evita que nos culpemos y le
culpemos al niño.  Y podamos ser, así, capaces también de tolerar ese
odio que el niño puede suscitar en nosotros expresando nuestras
emociones sanamente cuando el niño nos pone fuera de nuestras
casillas pero sin caer en la trampa de actuar el odio haciéndole daño con
una verbalización dura o con castigos físicos.
Termino con estas palabras de Rygaard (“El niño abandonado”) que son un
mensaje que muy bien podríamos decir a los niños adoptados o acogidos en relación
a esto que hemos tratado hoy:

“Tú no me quieres y me dices con frecuencia que te quieres marchar. Te


fallan las personas de las que provienes y también los amigos que
tenías. Tú piensas que amarme sería traicionarles. Bueno, ¿sabes una
cosa?, todo esto a mí me parece muy bien. Mira, yo sé que cuando un
niño es adoptado [acogido] se siente abandonado y tiene la impresión
de que no vale nada. Todos los niños se sienten así cuando alguien se
marcha. Eso lo entiendo. […] Te quiero tanto que tú no tienes que
amarme. Espero que un día me digas qué es lo que te hace sentir triste”

http://www.buenostratos.com/2020/01/abrazar-todo-el-ninoa-propuesta-de-joy.html?fbclid=IwAR3LSwUiN9cJxsa0T0XgpqpkWA25-
ZtnXbCnwFALkrL3ujyaaeqrlJKWkO4&m=1

Aunque sea muy complicado, teniendo que sentirse y estar muy bien apoyado, sabemos que
puede, a largo plazo, sobre todo si trabajamos desde que son pequeños, dar resultado. Hay
que convencerse primero, porque no nos han enseñado a querer y aceptar a un
niño cuando menos lo merece, cuando sus actos nos dicen lo contrario. Somos de la
generación del “quien bien te quiere te hará llorar” O “No te doy el beso de buenas noches por
haber sido malo hoy” Fijaos cuánto hemos de reflexionar y cuestionar los modelos de crianza
en los que nos hemos educado, modelos, no lo olvidemos, que se repiten de manera
inconsciente y procedimental.

Nos han enseñado que, en esos momentos de desafío, cuando nos hacen
barbaridades, hay que ser duros, contundentes con ellos. Pues no es así. Firmeza
emocional se necesita, para mantener unas consecuencias a sus actos, también.
Pero hay que tener una actitud de aceptación hacia ese otro niño rabioso que
está dentro y que se empeña en que no le queramos porque lo que nos hace nos
duele y pone cada vez más distancia, cada vez más larga, entre él y nosotros los
padres. Entonces ya ha conseguido, esa parte rabiosa, confirmar que estos
padres son como los demás, abandonarán tarde o temprano.

Tenemos que desaprender lo anterior y ser capaces de entender en todo momento


que, aunque nos hagan barbaridades, no se dirigen realmente hacia nosotros,
evitar tomarlo como algo personal. Es producto de su trauma temprano y del
daño que le hicieron los primeros padres o adultos responsables de su cuidado.
Difícil también, pero para eso está la terapia, para que trabajemos que nos duele
que nuestro hijo nos rechace y haga daño. Para que trabajemos nuestra propia
infancia. Da igual haber leído mucho y estar formado, hay que hacer trabajo
personal. 

Cuando podemos situarnos a este nivel, comprendemos y nos sentimos fuertes y apoyados,
entonces podemos entender esto que nos recomienda hacer Silberg (2019) (y con lo que
termino el post de hoy):

“Así empieza un círculo vicioso en el que la ira y la negatividad del niño y de los padres se
refuerzan mutuamente. Cuando el niño está en un estado de ánimo positivo y disfruta de una
atención positiva de los padres, estos tienen poca conciencia de que estas interacciones
positivas no están siendo codificadas, ni almacenadas, ni recordadas en toda la mente del
niño [recordemos que el niño disociado está fragmentado], sino que solo son recordadas
selectivamente por la parte “de apego” del niño. Mientras tanto, el estado de niño enfadado
se va desconectando y enfadando cada vez más cuando percibe pocas posibilidades de acceder
al amor y al afecto que se reparte cuando está tranquilo” (p. 288).

“Desde el principio de la terapia intento que los padres comuniquen mensajes de apego a
todo el yo del niño. Esas comunicaciones, que a veces preparo de antemano o que indico a los
padres que digan en mi presencia al niño, pueden ser del tipo: Ya sabes que te quiero en
tu totalidad. Quiero a tu parte divertida, quiero a tu parte boba, quiero a tu
parte bebé, e incluso quiero a la parte que rompió mi reproductor de CD.
También quiero a las voces de tu mente que a veces dicen cosas malas. Todo
esto forma parte de ti y yo te quiero a ti. Incluso quiero a tu parte enfadada
que ha destrozado cosas en casa. Ven aquí, quiero abrazarte entero. ¿Ha llegado
mi abrazo a todas las partes de tu ser? Quiero estar seguro de que hasta el bebé
que eras cuando ni siquiera te conocía, el de antes de la adopción, siente
también el abrazo. […] Estas interacciones en las que el padre o la madre abraza y dirige
su amor al niño en su totalidad resultan profundamente aliviadoras para el pequeño” (p. 288)

“Sin embargo, este ejercicio puede parecer contraproducente para algunos padres que temen
estar aceptando las malas conductas. En ese caso, y para animarles que realicen el ejercicio,
les pido que imaginen que la parte enfadad del yo es como un niño de dos años enfadado que
no deja de gritar: “te odio, te odio” ¿Acaso le responderían a ese niño de dos años “yo
también te odio? ¿O le levantarían en brazos e intentarían disipar la rabia con amor? También
les explico que esas partes disociadas del yo están atascadas en el tiempo en esos primeros
años y necesitan el tipo de amor que unos padres darían a un niño de dos años. […] De hecho,
este ejercicio por sí solo puede tener efectos en la modulación de la intensidad de las
reacciones de rabia de los niños” (p. 289)

Que sea un abrazo muy profundo y llegue a todas las partes de su ser.

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