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RESURRECCIÓN

SUMARIO: l. Los primeros testimonios de la resurrección de Jesús: l. Las profesiones de fe; 2. Las
fórmulas de anuncio; 3. La tradición autorizada de la resurrección, ll. La resurrección de Jesús en
los evangelios y en los Hechos: l, El anuncio de la resurrección junto al sepulcro; 2. Los relatos de
aparición de Jesús resucitado: a) Apariciones de reconocimiento, b) Apariciones de misión; 3. El
anuncio de la resurrección en los Hechos, lll. La resurrección: promesa de Dios y esperanza
humana: l. La resurrección en el AT y en la tradición judía; 2, Jesús anunció su esperanza de
resurrección; 3. La resurrección de los muertos en los evangelios; 4. La resurrección de los
cristianos; 5. Experiencia histórica y misterio de la resurrección: a) Lenguaje y modelos expresivos,
b) Resurrección y esperanza humana.

La palabra resurrección evoca inmediatamente a los lectores el acontecimiento que ocupa el


centro de la fe cristiana y que constituye su núcleo unificador y germinador. Los testimonios sobre
el acontecimiento de la resurrección de Jesús son varios y múltiples, diseminados, y están en el
canon de las Escrituras cristianas. De la experiencia inicial se pasa a la formulación lingüística del
encuentro con Jesús resucitado, hasta la comunicación en forma de anuncio. Así pues, la historia
de la resurrección de Jesús corre paralela a la génesis y al desarrollo de los textos cristianos.

Pero hay un segundo aspecto conexo con la resurrección. Se trata de la esperanza humana frente
a la muerte, que se funda en la fidelidad del Dios Vivo, en su dominio, al cual no escapa ni siquiera
el reino de la muerte. Los dos aspectos: la resurrección de Jesús y la resurrección de los muertos,
se entrecruzan, tanto a nivel de vocabulario y modelos expresivos como al nivel más profundo de
experiencia espiritual y religiosa.

Jesús es el primero en afirmar su esperanza frente a la muerte, apelando a la iniciativa de Dios, el


viviente, que resucita a los justos y glorifica a los mártires. Por tanto, el tratamiento de este tema
debe recorrer la historia de la experiencia cristiana desarrollada en torno a la resurrección de Jesús
y los precedentes de la tradición bíblica y judía respecto a la esperanza humana frente a la muerte.

I. LOS PRIMEROS TESTIMONIOS DE LA RESURRECCIÓN DE JESUS.

Un dato histórico indiscutible es el de la existencia del movimiento cristiano en la primera mitad


del siglo l. Los convertidos del judaísmo y del paganismo que constituyen las primeras
comunidades de creyentes se proclaman seguidores de Jesús de Nazaret, un judío de Palestina, al
que dieron muerte al principio de los años treinta, y que ahora es reconocido, venerado y
proclamado en las pequeñas comunidades cristianas como el Cristo (Cristos en griego), el mesías
hebreo, el Señor (en griego, Kyríos). Los primeros escritos cristianos datables son las cartas de /
Pablo, de las cuales al menos siete se reconocen unánimemente como auténticas. Éstas se
distribuyen en un lapso de tiempo que corre desde los principios de los años cincuenta al sesenta
d.C. Dentro de estos escritos se pueden reconocer algunas fórmulas que son el eco de la vida de fe
de las comunidades. Junto a ellas se encuentran también frases que representan la proclamación o
el anuncio hecho a los de fuera, judío y pagano.

l. LAS PROFESIONES DE FE. Las fórmulas de profesión de fe más antiguas relejan el uso del
ambiente, de la cultura y de la lengua aramaico palestinense. Un fragmento de estas profesiones
de fe se puede reconocer en la frase referida por Pablo antes de la bendición final en la primera
carta a los Corintios: “Maldito sea el que no ama al Señor; Maranatha: ven, Señor nuestro” (lCor
16,22). En una carta escrita en griego Pablo cita esta invocación, que remite al contexto litúrgico
de lengua aramaica.

En aquel ambiente judío se llama a Dios en arameo Mareh, en paralelismo con 'Elaha (Dios), y
corresponde al griego Kyrios. Una conurbación de este origen palestinense se podría obtener de
un texto de la Didajé, de la segunda mitad del siglo I, donde, al final de la oración eucarística, se
menciona esta declaración: “Si alguno es santo, venga; si alguien no lo es, que se convierta;
Maranathá. Amén” (Did. X, 6). La expresión aramea Maranatha se puede traducir como
invocación: “Maranathá, Señor, ven”, o bien como una aclamación: “Maranathá, el Señor viene”.
Este último significado podría sugerirlo el comentario catequístico que hace Pablo de la fórmula
tradicional de las palabras sobre el pan y sobre el cáliz, enviada a la comunidad de Corinto: “Pues
siempre que coméis este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva”
(lCor 11,26).

“Jesús es Señor” corresponde a la profesión de fe referida por Pablo en la misma carta, y se hace
depender de la acción del Espíritu de Dios (lCor 12,3b). Esta confesión es para Pablo el criterio para
discernir el origen de los dones espirituales o carismas. El apóstol vuelve sobre este contenido
esencial de la fe cristiana en una amplia reflexión de la carta a los Romanos al final de los años
cincuenta. El contenido de la profesión de fe (homología) cristiana consiste en esto: “Jesús es el
Señor” (Rom 10,9).

A ésta corresponde el fragmento de un himno cristológico, citado por Pablo en la carta a los
Filipenses para fundar la comunión profunda entre los creyentes. A la inmersión de Jesucristo en la
historia humana, vivida hasta la forma extrema de la muerte de cruz, corresponde la iniciativa
eficaz de Dios, que lo ha exaltado sobre todo y le ha dado “un nombre que está por encima de
cualquier otro nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y
en el abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,10-
11).

En resumen, Se puede decir que los vestigios de la antigua profesión de fe conservados en los
textos de las cartas paulinas se compendian en esta proclamación solemne del señorío de
Jesucristo, conexo con su resurrección.
2. LAS FÓRMULAS DE ANUNCIO.

La comunidad cristiana, que se reúne para el culto, elabora también las fórmulas y los esquemas
para comunicar esta experiencia de fe al ambiente externo, lo mismo al judío que al griego-
pagano. El eco de estas fórmulas se encuentra todavía en las cartas paulinas, donde se remite al
anuncio fundante inicial para motivar la exhortación parenética o los desarrollos catequísticos. Un
ejemplo de estas fórmulas se encuentra en la primera carta escrita por Pablo a la comunidad de
Tesalónica. Al término de una rápida retrospectiva sobre la actividad evangelizadora y sobre el
nacimiento de la comunidad cristiana, el apóstol puede recordar el cambio de la conversión y de la
fe: “Dejasteis la idolatría y os convertisteis para servir al Dios vivo y verdadero, con la esperanza de
que su Hijo Jesús, al que resucitó de entre los muertos, vuelva del cielo y nos libre la ira venidera”
(lTes 1,9-10). La referencia a la conversión como paso del culto de los ídolos a la fe en el Dios vivo
y verdadero remite al contexto del anuncio del evangelio a los paganos. Pero la fórmula citada por
Pablo sobre la resurrección de Jesús tiene su origen en el contexto judío palestinense, en el cual se
proclama la victoria sobre la muerte por iniciativa de Dios.

Esto lo confirma una segunda cita de la misma carta en el contexto más amplio de la catequesis
sobre la esperanza cristiana frente a la muerte. A los cristianos en crisis por el deceso de sus
parientes, Pablo les insta apremiantemente a no abandonarse a la tristeza “como los que no
tienen esperanza”. Y sigue invocando el motivo y el fundamento de la esperanza cristiana: “Porque
si creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado, así también reunirá consigo a Los que murieron
unidos a Jesús” (lTes 4,14). La primera parte de esta cita paulina menciona el contenido esencial
del anuncio cristiano, que es también la base de la fe. Jesús ha muerto y ha resucitado. Esta
estructura binaria antitética, donde la resurrección se contrapone a la muerte, se encuentra en
una serie de otros textos distribuidos por las cartas auténticas de Pablo: Rom 4,25; 8,34; 14,9;
2Cor 5,15: “Cristo ha muerto y ha vuelto a la vida”. Esta constancia de las fórmulas referidas por
Pablo remite a una tradición que está detrás de él, probablemente de origen judeo-cristiano.

Al mismo ambiente con toda probabilidad hay que hacer remontar la fórmula acreditada que cita
Pablo al principio de la carta a los Romanos como síntesis del evangelio de Dios (Rom 1,3-4). Este
evangelio, dice Pablo, ha sido prometido por medio de los profetas en las Sagradas Escrituras y se
refiere al Hijo de Dios. El texto paulino continúa así: “Nacido de la estirpe de David según la carne,
constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santificación por su resurrección de la
muerte, Jesucristo, nuestro Señor” (Rom l, 3b—4). También en esta fórmula se puede reconocer
la estructura binaria: por una parte, la solidaridad histórica de Jesús en la línea del mesianismo
davídico, y por otra su exaltación y constitución en la función de Hijo de Dios en la línea del
Espíritu de santificación mediante la resurrección de los muertos. El doble aspecto de la función de
Jesús: “según la carne y según el Espíritu”, transcribe de modo original la dialéctica pascual
“muerto según la carne, resucitado y vuelto a la Vida según e1 Espíritu” (lPe 3,18).
Así pues, en las cartas de Pablo se encuentran las fórmulas que son eco de la fe de las primitivas
comunidades cristianas y los esquemas del anuncio hecho hacia fuera, y que se convierten a su vez
en síntesis del credo cristiano.

3. LA TRADICION AUTORIZADA DE LA RESURRECCION.

En la primera carta enviada a la Iglesia de Corinto, a mediados de los años cincuenta, Pablo refiere
una síntesis del anuncio cristiano, que está en la base del credo tradicional. El mismo Pablo llama a
este texto el “evangelio que él ha anunciado” y que los corintios han recibido. La condición de su
eficacia salvífica es conservarlo en la forma en que ha sido anunciado (lCor 15,1-2). Luego e1
apóstol cita las bases del anuncio y del “credo”, anteponiendo una formula protocolar de la
tradición autorizada. “Os he transmitido en primer lugar lo que a mi vez recibí: que Cristo murió
por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y resucitado al tercer día, según las
Escrituras; y que se apareció a Pedro y luego a los doce” (1Cor 15,3-5). La estructura de la fórmula
tradicional citada por Pablo está articulada en dos pequeñas unidades, que a su vez están
constituidas por dos frases: “Murió por nuestros pecados..., fue sepultado/y resucitado... y se
apareció”. El sujeto único de estos cuatro verbos es Cristo, aunque la formula pasiva “fue
resucitado... y fue visto” remite discretamente a la acción e iniciativa de Dios. E1 análisis de la
estructura gramatical y sintáctica —parataxis— confirma e1 origen judeo-aramaico de esta
tradición. También el nombre dado al primer testigo autorizado, “Cefas-Pedro”, remite al mismo
ambiente. Así pues, el texto podría tener su origen en la comunidad bilingüe de Jerusalén o de
Antioquia de Siria, a mediados de los años treinta. Pero sobre la estructura arcaica originaria se
han hecho algunas ampliaciones de tipo interpretativa en clave soteriológica, “por nuestros
pecados”, y la referencia escritural, que subraya la conformidad con el plan de Dios: “según las
Escrituras”. También la lista de los testigos cualificados, distribuidos en dos grupos, que
constituyen, respectivamente, cabeza a Cefas (los doce) y a Santiago (los otros apóstoles), se
resiente de un trabajo de ampliación e integración (1Cor 15,5.7). El elenco de 105 testigos
confirma la realidad y exactitud de la experiencia de Cristo resucitado por iniciativa de Dios. Sólo
en una perspectiva secundaria se advierte la función legitimadora de la aparición de Jesús a los
testigos cualificados, en cuya serie, aunque sea en el fondo, se coloca el mismo Pablo. Pero el
intento fundamental es el de definir la eficacia salvífica del anuncio y de la fe que en él se funda:
“Pues bien, tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos y lo que habéis creído” (lCor 15,11).

Así pues, la formula mencionada es más breve que las referidas por Pablo. Representa una especie
de síntesis esquemática del anuncio y de la catequesis fundada en la resurrección de Jesús. Las
fórmulas de fe y de anuncio se apoyan en el hecho y acontecimiento de la resurrección, que es
atribuido a la iniciativa de Dios. El protagonista o destinatario de esta acción de Dios es Cristo, que
pasa de la muerte a la Vida mediante la resurrección, que tiene como efecto final su exaltación
gloriosa. Los títulos que resumen esta fe pascual son a1 mismo tiempo la síntesis del anuncio
cristiano. Son atribuidos a Jesús, proclamado Cristo, Señor e Hijo de Dios. En el primer título se
afirma la mesianidad trascendente de Jesús, fundada en su resurrección. El título de Señor expresa
el señorío de Jesús, asociado a1 de Dios. Como hijo, Jesús lleva a cumplimiento no solo la
esperanza mesiánica, sino que transmite la dignidad filial mediante e1 don del Espíritu a todos los
creyentes.

II. LA RESURRECCION DE JESUS EN LOS EVANGELIOS Y EN LOS HECHOS.

Dela experiencia originaria de la resurrección, expresada en las formulas de la fe y del anuncio, se


pasa progresivamente a una expresión más articulada en forma narrativa (modelo evangélico) o al
esquema de anuncio predicación, dirigida a los diversos destinatarios judíos o gentiles (Hechos de
los Apóstoles). Ambas formas responden a los diversos ambientes culturales y a las exigencias de
la vida interna de la comunidad que celebra el culto y practica 1a catequesis de formación, y
responde a las objeciones formuladas por el ambiente externo.

I. EL ANUNCIO DE LA RESURRECCION JUNTO AL SEPULCRO.

El kerigma tradicional mencionado por Pablo en la primera carta a los Corintios alude a la
sepultura de Jesús, pero sin darle particular relieve bajo el aspecto catequístico o apologético. Se
habla de la sepultura de Jesús según e1 esquema biográfico bíblico, donde se dice a propósito de
todos los reyes: “Murió y fue sepultado”. Existe, sin embargo, un dato tradicional común
subyacente a los cuatro evangelios y que se refleja también en los Hechos de los Apóstoles: Mc
16,1—8; Mt 28,1-8; Lc 24,1-10; .In 21,1-2. Esta tradición común se puede condensar en los puntos
siguientes: a) la Visita de algunas mujeres, entre las cuales descuella el nombre de María de
Magdala; e1 plural del evangelio de Juan confirma la tradición común de un grupo; b) estas
mujeres visitan el sepulcro de Jesús en Jerusalén por la mañana temprano: “el primer día de la
semana después del sábado”; c) el fin es el de completar los ritos fúnebres junto a la tumba de
Jesús, llanto o lamentaciones; d) las mujeres encuentran el sepulcro abierto y vacío, y corren a
informar a los discípulos de Jesús, entre los cuales destaca 1ª figura de Pedro; e) algunos de los
discípulos, entre ellos Pedro, corren a inspeccionar el sepulcro de Jesús. Se puede pensar que la
base histérica de esta tradición común es fidedigna por los siguientes motivos. Ante todo, el papel
de las mujeres en la experiencia del sepulcro vacío no puede haber sido inventada, ya que
contradice el valor testimonial en el contexto judeo-palestinense. Es probable que la comunidad
judeo—cristiana de Jerusalén conociera la ubicación y la identidad de la tumba de Jesús. La visita
de algunas mujeres corresponde a los usos judíos acerca de los ritos fúnebres. Finalmente, e1
sepulcro vacío no tiene un papel determinante en la catequesis apologética y en los esquemas de
anuncio. Tampoco los relatos de aparición, que insisten en la realidad y la identidad de Jesús
resucitado, remiten a la experiencia y comprobación de la tumba vacía.

Por tanto, este elemento no es funcional ni para la apologética ni para la catequesis cristiana, por
lo cual podría ser un residuo de una tradición históricamente atendible. Sobre la base de esta
tradición común se alza la interpretación de cada uno de los textos evangélicos. El evangelio de
Marcos parte de la visita de las mujeres a la tumba de Jesús para proclamar el anuncio de la
resurrección y el de la aparición a los discípulos y el de su misión en Galilea (Mc 16,6-7). A este fin,
el evangelista ha amplificado algunos elementos de la tradición común, enumerando a las tres
mujeres que van a la tumba de Jesús para embalsamar su cuerpo.

También la reflexión que hacen las mujeres sobre la piedra del sepulcro, que no se puede retirar
por ellas, prepara la aparición y el anuncio del ángel intérprete. Marcos subraya particularmente la
reacción “religiosa” de las mujeres ante el enviado celestial: “Tuvieron miedo”. Y como conclusión
del anuncio y encargo del ángel, Marcos anota: “Ellas salieron huyendo del sepulcro, porque se
había apoderado de ellas el temor y el espanto; y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo”
(Mc 16,8). Este extraño final de Marcos, que ha estimulado integraciones a finales del siglo I y
principios del 11, corresponde a la perspectiva global de su evangelio. El anuncio de la
resurrección de Jesús junto a su tumba, abierta y vacía, y el encargo de avisar a los discípulos
sobre el encuentro prometido en Galilea son e1 vértice de la revelación de Dios, que debe ser
acogida con la actitud de discreción y reserva propias de la fe cristiana.

También el evangelio de Mateo se funda en la tradición común, que es amplificada e integrada en


su perspectiva redaccional. Caracteristico del primer evangelio es el cuadro apocaliptico, en el cual
se inserta la resurrección de Jest’ls: “De pronto hubo un gran terremoto, pues un angel del Sefior
bajé del cielo, se acerco, hizo rodar la losa del sepulcro y se senté en ella. Su aspecto era como un

rayo, y su vestido blanco como la nieve” (Mt 28,2-3). Estos rasgos apocalipticos, tomados del
escenario bíblico del “dia del Senor”, sirven para expresar el tema de la Victoria de Dios sobre la
muerte. Anélogamente, Mateo encuadra la muerte de Jesús en el Calvario en un marco
apocallptico: “La tierra temblé y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos
cuerpos de santos que» estaban muertos resucitaron” (Mt 27,51-52). La poderosa manifestacién
de Dios junto a la tumba de Jesús provoca la reaccién aterrada de los guardias que los judíos
colocaron para contro-lar el sepulcro de Jesús: “Los guardias temblaron de miedo (per la aparición
del angel del Sefior) y se quedaron como muertos” (Mt 28,4). En cambio, al grupo de las mujeres
—dos en Mateo— e1 angel le comunica el anuncio pascual, que re- produce sustancialmente el de
Mar- cos. Pero, a diferencia del segundo evangelista, Mateo refiere que las mujeres, aunque
abandonaron depri- sa el sepulcro, corren con temor y gran alegria a comunicar el anuncio a los
discípulos de Jesús. A 10 largo del camino tienen el primer encuen- tro y la revelacion de J esfis
resucita- do. El les renueva e1 encargo, dado ya por el angel, de ir a anunciar “a mis hermanos que
vayan a Galilea y alli me veran” (Mt 28,9-10).

Así pues, el primer evangelista des- arrolla e1 motivo apologético ya an- ticipado en la reaccién
aterrorizada de los guardias ante la aparición del angel del Sefior junto a la tumba de Jesús. La
seccién apologética de Ma- teo responde a la polémica contra 1a resurrección del ambiente judío
(cf Mt 28,11—15; 27,62-66). Este ele- mento caracteriza a1 primer evangelio junto con la aparición
de Jest’xs a las mujeres en el camino del sepulcro con el encargo del anuncio pascual que han de
llevar a los discipulos, llamados por Jest’xs “mis hermanos”.
Es notable el hecho de que entre estos discipulos no se mencione expresa- mente a Pedro, como
se hace en el texto paralelo de Marcos. El tercer evangelista, Lucas, relee esta tradicién de la visita
de las mu-jeres y del anuncio pascual junto a la tumba de Jesfis de acuerdo con su perspectiva
teologica y espiritual. Son dos los angeles que como testi- gos e intérpretes autorizados hacen e1
anuncio de Jesus resucitado a las mujeres, las cuales no encuentran en el sepulcro e1 “cuerpo del
Sefior Je- sus” (Lc 24,1-4). El mismo autor hara intervenir dos angeles intérpretes en el momento
de la ascension de Jesus a1 cielo (He 1,10).

E1 anuncio pascual conserva algu- nos rasgos caracteristicos del tercer evangelio. Los éngeles
invitan a las mujeres atemorizadas a no buscar en- tre los muertos a1 que esta “vivo”. Esta
presentacién de Jesus resucitado como “vivo” responde a la perspecti— va lucana (cf He 1,3).
Luego, el anun- cio de la resurreccién se funda en el recuerdo de las palabras proféticas de Jesus
acerca del destino del Hijo del hombre: “Recordad lo que os dijo estando aun en Galilea, que el
Hijo del hombre debia ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y resucitar a1 tercer
dia” (Lc 24,6—7). El anuncio de la resurreccién de los angeles alas mujeres junto a1 sepul- cro de J
esus es el cumplimiento de las palabras proféticas de Jesus sobre su destino de rechazado por los
hombres, pero resucitado por Dios. Pues el he- cho de J esus crucificado y resucitado responde a1
plan de Dios, revelado en las Escrituras (cf Lc 9,22; 18,31- 33). En la edicion lucana falta el en-
cargo hecho alas mujeres de llevar el anuncio a los discipulos con la cita del encuentro en Galilea.
En el texto lucano, Galilea es 5610 el ambiente en el que Jesus hizo e1 anuncio profético de su
muerte y resurreccién. A pesar de esta tendencia del tercer evange- lista a excluir a Galilea de las
expe- riencias pascuales, se menciona e1 he- cho de que las mujeres “anunciaron todo esto a los
once” y a todos los demés. Sélo aqui enumera Lucas a las mujeres, entre las cuales destaca la
figura de Maria de Magdala, re- cordada por la tradicion comun.

Pero e1 evangelista se apresura a in— dicar que el relato y las palabras de las mujeres no fundan
la fe pascual. Pues estas palabras de las mujeres son consideradas “por los apostoles” un delirio
(Lc 24,9-11; cf 24,22-23). El tercer evangelista refiere también la tradicion particular de la visita he-
cha por Pedro, junto con otros, a1 sepulcro (Lc 24,12; 24,24). Pero tam— poco esta visita e
inspeccién de los discipulos, que encuentran e1 sepul- cro vacio pero no Violado, son origen y
fundamento de la fe pascual de la comunidad cristiana: “Pedro regresé a casa maravillado de lo
ocurrido” (Lc 24,12b).

Esta ultima nota lucana acerca de la visita de Pedro a1 sepulcro es am- pliada por el cuarto
evangelista. Juan conoce 1a tradicion comun, en la que se relata 1a visita hecha por Maria de
Magdala, “el primer dia de la sema- na, a1 rayar el alba, antes de salir e1 sol”, a la tumba de Jesus.
La encuentra abierta y vacia. La mujer corre entonces a informar a los discipulos, 10s cuales a su
vez corren a inspeccio-nar e1 sepulcro de Jesus. En el am- biente juanista se conoce también la
hipotesis de la sustraccién del cada- ver, desarrollada en la seccién apolo— gética de Mateo (cf Jn
20,2.11). Pero e1 relato de Juan se concentra en el episodic de la Visita hecha por Pedro y por el
otro discipulo a la tumba de Jesus. La escena sirve para llamar la atencién sobre el contraste entre
las dos figuras, las de Pedro y del disci- pulo. Pedro “ve” 10s lienzos por el suelo y el sudario con
que le habían envuelto la cabeza a Jesus, doblado aparte; pero no concluye nada. En cambio, el
otro discipulo “vio y cre- y6” (Jn 20,6-8). En consecuencia, e1 evangelista termina con una
reflexion sobre la relacion entre fe en la resu- rreccién y Escritura: “Pues no habían aun entendido
la Escritura segun la cual J esus tenia que resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9). En este caso la
reflexion de Juan desarrolla la fun- cién del angel intérprete de la tradi- cién sinéptica. Es notable
también e1 paralelismo entre el “debia” resucitar de entre los muertos de Juan y el de la tradicion
lucana.

El relato del cuarto evangelio sigue con la historia de Maria Magdalena, que llora junto al sepulcro
de Jesus. En este contexto se introducen los dos angeles, como en la tradicién lucana. Pero no
ejercen un papel determinante en la experiencia pascual; sirven unicamente para reiterar la
hipotesis de la sustraccién del cadaver. A la pregunta que hacen a Maria: “Mujer, (gpor qué
lloras?”, ella res- ponde: “Se han llevado a mi Sefior, y no sé donde lo han puesto” (Jn 20,13). En
este punto, el evangelista refiere la cristofania a Maria de Mag- dala, que tiene su paralelo en la
tra— dicién referida por Mateo, donde Je- sus se aparece a las mujeres en el camino del sepulcro.
El dialogo con el misterioso personaje del huerto, que al final se revela como el Sefior, se
desarrolla de acuerdo con el es- quema de las apariciones de recono- cimiento. Termina con el
anuncio de la resurreccién hecho a Maria por el mismo Jesus en términos juanistas ~“subida a1
Padre”— y con el encargo de llevar 1a buena noticia pascual a los discipulos: “Anda y di a mis
hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20,17). El
relato se cierra con la ejecucién de este encargo pascual por parte de Maria de Magdala, la cual
anuncia a los discipulos: “He visto a1 Sefior”, y también lo que le habia dicho (Jn 20,18).

For este analisis de los textos evangélicos acerca de la visita de las mujeres a1 sepulcro de Jesus,
que encuentran abierto y vacio, se ve claramente que la tradicién comun sirve para mencionar la
primera experiencia y el anuncio de Jesus resucitado segun los esquemas de la tradición
kerigmética y segun 1a perspectiva de cada uno de los evangelios.

Un eco de esta interpretacion pas-cual del sepulcro vacio de Jerusalén se encuentra también en el
segundo libro de la obra de Lucas, 105 Hechos de los Apéstoles. Aqui se menciona 1a sepultura de
Jesus por los judíos (cf He 13,29). En los discursos misioneros se intenta también una
interpretacién mesianica de la tumba vacia sobre la base de la exégesis de caracter actualizante
del Sal 16,10 y de la promesa de 28am 7,12; Sal 132,11. El sepulcro vacio de Jesus es un signo de
que él es el “santo y justo” librado de la corrupcién, segfin se le prometio a1 mesias (He 2,25-32;

13,35-37).

Asi pues, e1 examen de los textos evangélicos y el de los Hechos confirma el dato comun de la
tradición acerca de la tumba de Jesus en Jerusalén, conocida en el ambiente de la comunidad
judeo—cristiana. Este dato no lo pone en discusién e1 frente judio que impugna su significado
religioso y mesianico. En aquel ambiente se habla de sustraccién del cadaver (Mateo y Juan). Pero
lo que le interesa a la tradicién evangélica es el significado del sepulcro de Jesus, encontrado
abierto y vacio. Este hecho es el signo de la Victoria de Dios sobre la muerte y la confirmacién de
lamesianidad de Jesus crucificado. Pues la visita de las mujeres a1 sepulcro de Jesus el primer dia
de la semana es el contexto en el que se hace e1 anuncio de la resurreccion por parte del angel 0
angeles enviados por Dios, sobre la base de las palabras de J esfis 0 de la Escritura.

2. Los RELATOS DE APARICION DE JESUS RESUCITADO.

E1 nucleo mas antiguo del kerigma referido por Pablo en la primera carta a los / Corintios hace
referencia alas apariciones de Jesus y da 1a lista de los testigos cualificados: Cefas y los doce,
Santiago y todos los demas apostoles, asi como los hermanos (cf lCor 15,5-7). Al final de esta lista
coloca Pablo su propia experiencia personal de encuentro con Jesus resucitado (lCor 15,8). En el
evangelio de Marcos la aparicién de Jesus a los discipulos es solo preanunciada, pero no referida.
Las que se refieren en el final no marcan 0 son producto de una sintesis tardia de las tradiciones
evangélicas, releidas en clave popular (Mc 16,9-14). En cambio, las experiencias de apariciones de
Jesus a los discipulos son referidas ampliamente por los evangelios de Lucas y de Juan. Entre los
textos de estos dos evangelios se encuentra una afinidad en la estructura general del relato, asi
como en los temas y motivos particulares. Pero lo que llama la atención a1 lector actual de los
evangelios es la diversa ubicacion de la experiencia de encuentro o aparicién de Jesus a los
discipulos. Se puede distinguir un primer ambito de tradiciones, que refiere las experiencias de los
discípulos en Jerusalén (Lucas—Hechos, Juan, Mateo, aparicién alas mujeres; y también Lucas,
aparicion a los dos discipulos de Emafis). Otra serie de experiencias esté ambientada en Galilea
(Mateo, Juan en el apéndice, Marcos en la final tardia). También los destinatarios de estas
manifestaciones o apariciones estan distribuidos en diversos grupos. Destaca la figura de Pedro,
unanimemente mencionado en la sintesis kerigmética y catequistica de Pablo (lCor 15,5) y en la
declaracién de Lucas, referida en el momento en que los dos discípulos de Emaus a Jerusalén se
encuentran con los once y los otros discipulos.

“Realmente, el Sefior ha resucitado y se ha aparecido a Simon” (Lc 24,34). Junto a Pedro esta el
grupo de los once, a los que se afiaden grupos particulares de otros discipulos: los siete del
apéndice de Juan, los dos de Emaus, las mujeres y los “hermanos”. Ademés de esta diversificacion
de ambiente y de destinatarios, se puede captar en la actual edicion de los textos evangélicos la
diversa presentacién de la experiencia 0 Vision de Jesus resucitado. Sustancialmente se pueden
distinguir dos formas de relato de aparicion. Una, en la que se pone e1 acento en el
reconocimiento de Jesus, subrayando su realidad e identidad. Otra segunda serie de relatos se
centra en las palabras de Jesus, que encarga a los discipulos la misién.

a) Apariciones de reconocimiento. Los dos evangelios de Lucas y de Juan contienen los relatos en
los que Jesus se aparece a los discipulos y se da a conocer como el Senor. Estos textos siguen un
esquema comun articulado en algunas secuencias fijas.

La estructura base se puede reconstruir en estas fases: a) situacion de los discipulos reunidos; b)
iniciativa del resucitado, que se manifiesta o se hace e1 encontradizo en medio de los discipulos
(saludo); c) reconocimiento de la identidad de Jesus por medio de sus palabras y de los gestos per
realizados; d) separacién de Jesus del grupo de los discipulos. Esta afinidad a nivel de estructura y
de motivos teméticos remite a un contacto entre las dos tradiciones que estén en el origen de los
evangelios de Lucas y de Juan. Pero éstos se distinguen por la diversa perspectiva cristolégica y
eclesial que se puede deducir del conjunto unitario del texto.

El evangelio de Lucas coloca el relato de la aparicién de Jesus a los discipulos en el cuadro mas
amplio de un itinerario de fe que va de la duda y la perplejidad iniciales hasta la plena adhesion de
fe (Lc 24,12,52). La visita de Pedro y de los otros discipulos a la tumba de Jesus es simplemente la
ocasién para subrayar su estupor y consternacién (Lc 24, 1222-24). En cambio, el vértice de la
experiencia pascual se tiene al final, cuando Jesl’is es llevado o elevado al cielo: “Y ellos lo
adoraron y se vol- vieron a Jerusalén llenos de alegria” (Lc 24,52).

Un ejemplo de este proceso o itinerario de fe lo representa e1 episodio de fe de los dos discipulos


de Emafis. Es un relato tipico de reconocimiento, que utiliza una tradicién lucana peculiar. En ella
se conserva 61 recuerdo de una aparicién de Jesfis al grupo de los parientes o “hermanos”. De
hecho, uno de los dos protagonistas de la historia de Emails, Cleofés, es el hermano de José; por
tanto, tio de Jesfis (cf Lc 24,18). El amplio relato lucano centrado en estos dos discipulos, que
dejan la comunidad de J erusalén para volver a su pueblo de Emafis, insiste en el dialogo con
Jest'is, que se les junta bajo e1 aspecto de un peregrine. Pero sus “ojos observa e1 evangelista—
eran incapaces de reconocerlo” (Lc 24,16). Sélo después del dialogo con Jest’ls, en el que su
palabra y su gesto remiten al recuerdo histérico y a las promesas de Dios consignadas en la
Escritura, puede notar e1 evangelista: “Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron” (Lc 24,31).
Entre estas dos indicaciones extremas tiene lugar el encuentro de reconocimiento pascual de
Jesfis. Ante todo, las palabras de los dos discipulos manifiestan la profunda crisis que se ha abatido
sobre el grupo. Es una relectura del episodio de Jesfis, “profeta poderoso en obras y palabras ante
Dios y ante todo el pueblo”. Su fin tragico en Jerusalén, con la condena a muerte y la crucifixion,
ha roto las esperanzas de liberacién mesiénica nacional: “Nosotros esperabamos que él seria el
liberador de Israel” (Lc 24,21). La experiencia del sepulcro vacio de las mujeres y la inspeccién por
parte de algunos discipulos no han modificado esta situacion de profunda crisis.

En este punto es la palabra de Jes1’1s la que hace renacer la esperanza y abre los ojos de los
discipulos. Apela él a la palabra profética de la Escritura, que debe cumplirse en el mesias. El
episodio tragico de Jesfis no contradice a1 designio de Dios, sino que lo lleva a su cumplimiento de
manera paradojica. Pues e1 mesias solo entrara en la gloria a través del sufrimiento. “Y
empezando por Moisés y todos los profetas, les interpreto lo que sobre él hay en todas las
Escrituras” (Lc 24,27). Esta interpretacién profética y cristolégica de la Escritura recibe su sello en
el gesto de Jesfis, que, invitado por los dos discipulos a sentarse a la mesa con ellos, hace de
presidente de ella. Los gestos rituales y la oracién de bendicién de la mesa recuerdan los de la
filtima y profética cena antes de la muerte: “Se puso a la mesa con ellos, tomé e1 pan, lo bendijo,
lo partié y se lo dio” (Lc 24,30). Este acto es la revelación definitiva de Jesfis a los dos discipulos,
que lo pueden reconocer gracias a la palabra de Dios interpretada por él y al gesto que remite a1
don y a la oferta de su Vida. Mas en ese momento Jesfis no esta ya disponible, porque su modo de
ser presente es diverso a1 de la relacién puramente fisica.
Es él el que toma la iniciativa de manifestarse 0 de sustraerse a la relación con los discipulos: “Pero
él desaparecio de su vista” (Lc 24,3lb). Los dos discipulos interiorizan la experiencia del encuentro
con Jesfis, que tiene su m’lcleo fecundo en la interpretación de las Escrituras. Entonces cambian de
direccion y vuelven a Jerusalén, donde encuentran a los once y a los otros discipulos. Aqui, en la
comunidad de J erusalén, donde se encuentra el grupo de los discipulos histéricos de Jesfis,
reciben el anuncio pascual: “Verdaderamente, cl Sefior ha resucitado y se ha aparecido a Simén”
(Lc 24,34). Y refieren ellos cémo encontraron a Jesfis y le reconocieron en el gesto de la fraccién
del pan.

Directamente conexa con el episo— dio de los dos discipulos de Emafis esta la manifestacion de
Jest’zs a los once de Jerusalén (Lc 24,36-42). Jesfis se aparece en medio del grupo de los discipulos
y los saluda con el anuncio de la paz mesiénica. La reacción de los discipulos, estupefactos y
atemorizados, da pie a1 evangelism para una profundizacion catequistica, en la cual se subraya 1a
identidad entre e1 crucificado y Jesfis resucitado, y el realismo de su cuerpo resucitado:
“Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espiritu. El les dijo: ‘LPor qué os asustéis y dudais
dentro de vosotros? Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espiritu no
tiene carne ni huesos, como veis que tengo yo’. Dicho esto, les mostro las manos y los pies” (Lc
24,37-40). La reaccién emotiva de los discipulos remite a un estereotipo de los encuentros con
Jesfis, del cual hay huellas también en la tradición de Marcos y Mateo (cf Mc 6,49; Mt 14,26:
encuentro de J es1’1s con los discipulos en el Iago de noche). En el contexto de la catequesis
lucana esta contraposicion entre el “fantasma” y el cuerpo real de J est'ls resucitado responde a
una de las caracteristicas dificultades del ambiente greco-helenistico, donde se tiende a confundir
la resurreccion de Jesfis y su manifestacion con la supervivencia de los espiritus separados del
cuerpo. La ostensién de los signos de la pasién: las manos y los pies, confirma a los discipulos en la
identidad real entre Jesfis crucificado y el Sefior que se les revela. Una confirmacion ulterior y
signo de la plena pertenencia de J esfis a1 mundo de los vivos es la petición a los discipulos de algo
que comer; en su presencia, Jesfis come un trozo de pez asado (Lc 24,41-42; cf Lc 8,55). Este
aspecto convival de la manifestacibn de Jesfis resucitado a los discipulos se subraya
particularmente en la reconstruccién hecha a1 principio de los Hechos de los Apostoles y en
algunos fragmentos de los discursos misioneros (He 1,3-4; 10,40—41).

La misma insistencia en el reconocimiento de Jesfis y en el realismo de su corporeidad de


resucitado se encuentra en el cuarto evangelio. La presentacién de Maria de Magdala,con la
eliminacion de las otras figuras femeninas, 1e sirve a Juan para trazar e1 itinerario ideal de la fe del
discípulo que busca a su Sefior. Es la iniciativa de Jesfis la que le hace posible a la Magdalena e1
reconocimiento del misterioso hortelano que le pregunta: “Mujer, Lpor qué lloras? (,A quién
buscas?” (Jn 20,15). Las palabras de Jesfis 1e permiten a Maria “volverse” hacia él en la justa
actitud de la fe y reconocerlo como “su Sefior y maestro”. “Jesfis 1e dijo: ‘Maria’. Ella se volvié y
exclamo en hebreo: ‘Rabbuni’ (es decir, maestro)” (J n 20,16).

Jesfis le recuerda entonces a Maria la nueva relacién que se ha establecido entre él y los discipulos
en Virtud de la resurreccién: “Suéltame, que win no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos
que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20,17). La resurreccién
de Jest’ls, segt’m e1 cuarto evangelio, es un proceso dinamico iniciado ya con el don que Jesfis
hizo de si en la muerte y acelerado por la resurreccion, pero que tiene su pleno cumplimiento con
la ascension y glorificacién de Jest’xs. El realiza de ese modo la plena y definitiva comunién entre
Dios, el Padre, y los hombres, los hermanos. A esta escena del encuentro de Maria, figura del
discipulo, y J esfis sigue en el texto de Juan el encuentro de Jesfis con los otros discipulos. Esto
ocurre en dos fases distintas en el tiempo en un intervalo de ocho días (J n 20,19-23.24—29). El
primer encuentro tiene lugar 1a tarde de aquel dia, el primero de la semana. Jesfis se aparece en
medio de los discipulos en el lugar en que están encerrados por miedo a losjudíos. El saludo
pascual de Jesús corresponde a su promesa de la paz (Jn 14,27). Sigue la manifestación de Jesús,
que muestra a los discípulos las manos y el costado. La novedad respecto al texto lucano es este
último particular, que remite a la escena de la muerte de Jesús, donde el evangelista llama la
atención sobre el costado traspasado por la lanza (Jn 19,33-37). No hay dudas y perplejidades en el
grupo de los discípulos, que “se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,20b). A esta escena
implícita de reconocimiento, en la que Jesús aparece como el Señor resucitado, idéntico al que ha
muerto en la cruz, sigue el encargo de misión con una fórmula característica juanista: “Como el
Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros” (Jn 20,2lb). El don del Espíritu, comunicado a los
discípulos con el gesto simbólico de la creación inicial (cf Gén 2,7), capacita a los discípulos para su
cometido de perdonar o retener los pecados en la comunidad (Jn 20,22-23). A este primer
encuentro sigue otro segundo, colocado ocho días después, en un plazo semanal, que recuerda los
ritmos de las celebraciones comunitarias en la Iglesia primitiva.

En esta nueva escena es protagonista Tomás, uno de los doce, que representa y concentra la
figura del discípulo dudoso e incrédulo. Pues al anuncio hecho por los otros discípulos: “Hemos
visto al Señor”, replica él con la contraposición característica del cuarto evangelio entre “ver” y
“creer”: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos
y la mano en su costado, no lo creo” (Jn 20,25). El nuevo encuentro de Jesús con los discípulos
sirve para definir el verdadero estatuto del discípulo creyente. La escena está modelada según el
esquema de la precedente: Jesús aparece en medio de los discípulos, estando las puertas
cerradas; les dirige el saludo pascual de la paz, y luego invita a Tomás a verificar la identidad y la
realidad de su cuerpo de crucificado: “Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela
en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20,27). La reacción de Tomás representa la
cumbre de la profesión de fe cristológica en el cuarto evangelio: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).
Entonces Jesús, en forma de macarismo, traza el estatuto del auténtico discípulo, que funda su fe
no en “ver”, que es sólo un elemento limitado de la fe pascual de los discípulos, sino en su
testimonio, que se ha convertido en anuncio y tradición: “Has creído porque has visto. Dichosos
los que creen sin haber visto” (Jn 20,29).

También la escena sucesiva, añadida en apéndice al cuarto evangelio, conserva algunos rasgos de
la manifestación de Jesús a los discípulos a orillas del lago de Tiberíades en forma de aparición de
reconocimiento. Siete discípulos vuelven a pescar con Simón Pedro. Después de una noche
infructuosa, ven a Jesús en la orilla del lago, “pero no sabían que era Jesús” (Jn 21,4). Por su
palabra, que les invita a echar la red a la parte derecha de la barca, consiguen una pesca
maravillosa. Entonces el discípulo al que Jesús amaba, que representa al verdadero creyente, se
dirige a Pedro diciendo: “Es el Señor” (Jn21,7). Pedro gana a nado la orilla y encuentra preparado
en unas brasas pescado y pan. Luego Jesús invita a los discípulos a comer. En este punto observa el
evangelista: “Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: ‘¿Tú quién eres?’, pues sabían
que era el Señor” (Jn 2l,12). Así pues, también ésta es una escena típica de reconocimiento, donde
la palabra y el gesto convival de Jesús hacen que los discípulos pasen de la duda a la plena
adhesión de la fe en su presencia. El editor del cuarto evangelio concluye esta escena de
reconocimiento con esta observacién: “Esta fue la tercera vez que se aparecic’) a los discipulos
después de haber resucitado de entre los muertos” (Jn 21,14).

Un eco de este tema de la duda de los discipulos en el encuentro con Jesus resucitado lo tenemos
en el primer evangelio, donde se relata la manifestacién de Jesus a los discípulos en el monte de
Galilea. Los once discipulos, a1 ver 3’ Jesus, “se postraron ante él; pero algunos dudaban” (Mt
28,17). La iniciativa de Jesus, que se acerca a los discipulos, y su palabra hacen que los discipulos
pasen de la duda y de la incredulidad a la plena adhesién de la fe. Los elementos constantes de
estos relatos de aparicién, donde e1 acento se pone en el progresivo reconocimiento de Jesus, se
pueden resumir en estos datos. Ante todo se pone de relieve la iniciativa de J esus resucitado, que
se manifiesta con sus palabras y con gestos a los discipulos, bien solos, bien reunidos en grupo. Un
segundo elemento que se hace resaltar en los relatos evangélicos es la resistencia de los discipulos
a reconocer al Sefior y a aceptarlo en la fe. Su duda y perplejidad, diversamente motivadas, son
superadas por la palabra de Jesus y por sus gestos. Este conjunto de datos tiene un valor
catequistico, que corresponds alas diversas intenciones de los evangelistas. Ellos quieren subrayar
el realismo de la resurreccién de J esus y su perfecta identidad. El que ha sido crucificado es ahora
el Sefior resucitado. Los discipulos han llegado a esta conclusión de fe, superando las resistencias
iniciales, gracias a la accién misma del Sefior, que se ha hecho encontradizo con ellos.

b) Apariciones de misién. Las mamfestacwnes de Jesus a los dlscipulos estan orlentadas a la


mlslén. Esta se entrevé como tendencia comun desde el primero y mas antiguo esquema de
anuncio pascual referido por Pablo. La aparicién a Cefas y a los doce, a Santiago y a los otros
apéstoles, como la hecha de modo excepcional a Pablo, es el origen de su testimonio .y misién
autonzadas (lCor 15,3ss). También el anuncio hecho a las mujeres junto al sepulcro y la misma
manifestacién de Jesus al grupo de los discipulos o a particulares estan estructuralmente
orientados a1 encargo de mision. Maria de Magdala en Juan 0 el grupo de las mujeres (Marcos-
Mateo) son encargados de anunciar a los discipulos e1 mensaje pascual: el Sefior ha resucitado (cf
J n 20,18). Pero son los evangelios de Lucas y Mateo los que refieren los discursos mas amplios, en
los cuales Jesus encarga a los discipulos la misién pascual. Lucas, en la organizacion de su texto de
forma unitaria, menciona en la cumbre de la aparicién de reconocimiento el encargo dc misién (LC
24,44-49). En sustancia, se trata de una relectura de los textos bíblicos en clave cristolégica. Esto,
por lo demas, es un tema constante del relato pascual lucano (Lc 24,7.25-27.44). Jesus se dirige a
los once, después de su reconocimiento: “De esto es hablaba cuando estaba todavia con vosotros:
‘Es necesario que se cumpla todo lo que esta escrito acerca de mi en la ley de Moises, en los
profetas y en los salmos’. Entonces les abrié la inteligencia para que entendieran las Escrituras” (Lc
24,44-45). Después de esta evocacién del cumplimiento de las palabras proféticas de la Biblia, que
da pleno significado a1 misterio de pascua, Jesus mismo traza el programa misionero de los
discipulos, fundandolo también en el testimonio de la Escritura. Tanto e1 contenido del anuncio
como la determinación de los destinatarios se establecen sobre la base de la palabra de Dios:
Sufrir y resucitar de entre los muertos a1 tercer dia, y que “Estaba escrito que el Mesias tenia que
shay que predicar en su nombre el arrepentimiento y el perdbn de los pecados a todas las
naciones, comenzando por J erusalén” (Lc 24,46—47). El contenido del anuncio misionero de los
dis- cipulos es el kerigma pascual, la muerte y la resurreccion de Jesus; y este anuncio se convierte
en el fundamen- to de los dones de Dios en favor de todos los pueblos: “1a conversién y el perdon
de los pecados”. El programa de la misién de los discipulos es histérica y geograficamente definido
por J esus. Deben esperar en Jerusalén e1 don del Espiritu prometido, que los capacita para el
testimonio autorizado (Lc 24,48-49). A ese modelo de la misién pospascual de los discipulos
corresponde e1 cuadro reconstruido a principios del libro segundo de la obra lucana, los Hechos
de los Apéstoles. En su filtima manifestacion a los discipulos, Jesus les invita a superar las
nostalgias de la restauracién mesianico-nacional, pro-metiéndoles, en cambio, la fuerza del
Espiritu Santo, que les hace testigos suyos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los
confines de la tierra” (He 1,8). El evangelio de Juan solo ha con-servado un eco de este encargo
pas- cual de mision, porque ya ha hablado ampliamente de ello en el discurso o testamento de
adios (cf J n 20,21). En cambio, el primer evangelio ha centrado el unico encuentro o aparición de J
esfis a los discipulos en este tema (Mt 28,16-20). Es e1 vértice del evangelio entero, que concluye
con la autopresentacion de Jesus y el encargo a los discipulos de la mision universal. Jesfis se les
manifiesta en el monte de Galilea, en el lugar prefijado del encuentro, como el Hijo de Dios
constituido en la plenitud de poderes. Luego los envia a “hacer discípulos en todas las naciones”
por la adhesién a la comunidad mediante e1 rito bautismal y la observancia de todo lo que él ha
mandado. La filtima palabra de J esus es la promesa mesiénica de su presencia de Sefior hasta el
fin de la historia: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los dias hasta el fin del mundo” (Mt
28,20b). De ese modo la promesa del nombre dado a J esus, cumplimiento de las expectativas
mesianicas, Emanuel, llega con estas palabras finales a su plena verificacién. En resumen, e1 relato
de Mateo representa la autorizacion de la misién universal de los discipulos, fundada en el
reconocimiento del sefiorio de Jesus resucitado.

Este texto conclusivo del primer evangelio es particularmente significativo, si se tienen presentes
algunas anticipaciones prepascuales de la misién de los discipulos, en las cuales Pedro juega un
papel preeminente. El eco de la manifestacion pascual a Pedro, que esta en la base de la fe de la
comunidad, se encuentra en algunos relatos del evangelio de Mateo. Jesus se revela a los
discipulos en el Iago de noche y salva a Pedro con un gesto simbélico (Mt 14,28-33). A Pedro, hijo
de Juan, que reconoce la plena mesianidad de J esus y su condicién de Hijo del Dios vivo, Jesus 1e
anuncia su funcién de fundamento de la comunidad mesianica asociada a su Victoria sobre el
poder del mal y de la muerte (Mt 16,16-19). Un eco de esta funcién de la misién de Pedro,
relacionada con la experiencia pascual, lo tenemos en el evangelio de Lucas. J esus anuncia la crisis
de fe de Pedro, conexa con su pasion; pero al mismo tiempo asegura la superacién de la prueba
gracias a su oracién eficaz. De ese modo Pedro podra confirmar la fe de sus hermanos (Lc 22,31-
32; cf Lc 24,34). También e1 cuarto evangelio ha conservado e1 eco del cometido confiado a Pedro
después de haberse rehabilitado en su fe. El cometido pastoral de Pedro como prolongación del
de Jesús es transmitido al discípulo reintegrado a su relación de amor (Jn 21,15-19). Se trata de un
motivo constante de la única tradición, reproducida en los varios textos evangélicos teniendo en
cuenta la situación vital de las comunidades destinatarias de los evangelíos.

3. EL ANUNCIO DE LA RESURRECCIÓN EN LOS HECHOS.

A la obra luca na pertenece el segundo libro, conocido como Hechos de los Apóstoles, donde la
tradición pascual lucana es releída según una perspectiva cristo- lógica y eclesial particular. En ella
se tiende a subrayar la continuidad histórica y salvífica entre las promesas hechas a Israel y su
cumplimiento realizado a través de la resurrección de Jesús y en la historia de la Iglesia primitiva.
El comienzo de los Hechos recoge y relee, con algunos retoques, el final del primer libro, el
evangelio (He l,3-l l; Lc 24,36-52). En esta sección se relatan de nuevo el encuentro y la
manifestación de Jesús a los discípulos. En un contexto convival, se revela como el Señor vivo.
Después de haber trazado el programa de la misión mediante el don del Espíritu de lo alto que los
capacita para dar testimonio en Jerusalén y hasta los confines de la tierra, Jesús se separa
definitivamente de sus discípulos con la ascensión. De ese modo entra él en el mundo de Dios y se
sienta a su derecha como Señor.

El mensaje relativo a la resurrección se encuentra en aquellas secciones que marcan el ritmo de


los Hechos y que se llaman “discursos”. Se trata, en realidad, de esquemas de anuncio, que utilizan
fórmulas y modelos arcaicos, pero que están influidos por la revisión redaccional lucana. En
efecto, se puede reconstruir un esquema común de estos discursos atribuidos a Pedro o a Pablo. A
pesar de la diversidad de los destinatarios y de los ambientes: los judíos de Jerusalén o de la
diáspora y los grecopaganos de fuera de Palestina, los diversos discursos siguen un desarrollo
sustancialmente estereotipado. Por lo que atañe al tema de la resurrección de Jesús, se pueden
distinguir tres elementos constantes:

l) La contraposición dialéctica entre el rechazo de Jesús por parte de los judíos, los jefes de
Jerusalén, quelo han condenado a muerte, y la acción eficaz de Dios, que lo ha resucitado de entre
los muertos. Pedro en su primer discurso a los judíos de toda la diáspora, convocados en Jerusalén
para Pentecostés, recuerda con rápidos rasgos la vida de Jesús de Nazaret, hombre acreditado por
Dios en medio de ellos con milagros, prodigios y señales, al que “vosotros matasteis por manos de
los paganos; pero Dios lo ha resucitado, rompiendo las ligaduras de la muerte, pues era imposible
que la muerte dominara sobre él” (He 2,22-24).

2) En un segundo momento se insiste en el testimonio dado por los discípulos acreditados a la


resurrección de Jesús: “Dios ha resucitado a este Jesús, de lo que todos nosotros somos testigos”
(He 2,32).
3) En tercer lugar, se pasa al testimonio de la Escritura. El predicador recuerda algunos textos de la
tradición bíblica, en particular salmos y profetas, para mostrar la conformidad entre la vida de
Jesús, sobre todo su muerte y resurrección, y el designio de Dios preanunciado en las Escrituras
proféticas. Pablo, dirigiéndose a los judíos de la diáspora y a los temerosos de Dios durante una
liturgia sinagoga] en Antioquia de Pisidia, proclama en estos términos el contenido del kerigma:
“Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los
profetas que se leen cada sábado... Y así que cumplieron lo que acerca de él estaba escrito, lo
bajaron del lefio y lo sepultaron” (He 13,27.29). La referencia constante a las Escrituras permite
dar un significado mesianico y salvifico en particular a la resurreccion de Jesfis, que se contrapone
a1 escandalo de la muerte (cf He 3,18). También la entronizacion celestial de Jesfis como Sefior y
juez universal corresponde a1 designio de Dios, anunciado en la Escritura (cf He 2,34; 3,22,24;
10,42). Normalmente la predicacion concluye llamando a la conversién para obtener el perdén de
los pecados y la salvacion (He 2,38; 3,26).

El tema de la resurreccion, además de en los grandes discursos misioneros de los Hechos, se


encuentra en otra seccion dedicada a la apología de Pablo ante las autoridades judías 0 las
romanas. Estas audiencias del largo proceso paulino son ocasibn de dar un testimonio valiente de
Jesfis mesias y sefior. Pablo, ante e1 sanedrin de Jerusalén, resume su posicibn en estos términos:
“Yo soy juzgado por la esperanza en la resurreccién de los muertos” (He 23,6). Esta declaracion, en
la perspectiva lucana, de la cual se hace Pablo portavoz, responde a la esperanza historica de Israel
y de los padres (cf He 24,21; 26,6; 28,20). De ese modo e1 anuncio cristiano, en el cual se
proclama la resurreccién de J esfis, se sitfia dentro de la historia salvifica; su primer acto lo tiene
en las promesas hechas a Israel, y llega a su cumplimiento en la resurreccién de J esfis; ésta a su
Vez se convierte en garantia de esperanza para todos los creyentes.

111. LA RESURRECCION, PROMESA DE DIOS Y ESPERANZA HUMANA.

La resurreccion de Jest’ls es el nficleo central de la experiencia cristiana y el .fundamento de la fe,


en la cual se proclama a Jesfis Cristo y Senor. Ella es también e1 cumplimiento de las promesas de
Dios, de las cuales es portador el Israel historico, y que estén consignadas en la Sagrada Escritura:
la ley, los profetas y los salmos (los Escritos). Intérprete de esta esperanza biblica es la tradicion
judia, 1a cual, frente a la muerte, relee su fe en clave de resurreccion. Se comprende entonces que
el J esfis historico expresara su esperanza ante su propia muerte apelando a la tradicién biblica y a
los modelos lingfiisticos del ambiente judio. Su resurreccién como Victoria definitiva sobre la
muerte se convierte en la garantia de vida de todos los hombres, cambiando el significado de la
condicién humana en el mundo y en la historia.

1. LA RESURRECCION EN EL AT Y EN LA TRADICION JUDiA.


La fe explicita en la resurreccion de los muertos se encuentra en los textos biblicos del siglo 11
a.C., en la época de la crisis macabea. El primer texto que formula en términos claros la fe en la
resurreccién de los muertos es un párrafo de Daniel. En el contexto de la crisis, evocada en un
escenario apocalíptico como la gran tribulacion, se anuncia en términos proféticos la rehabilitacion
de los justos y de los mértires: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se
despertaran; unos para la vida eterna, otros para la vergfienza y la ignominia perpetua. Los santos
brillaran entonces como el resplandor del firmamento, y los que ensefiaron a muchos la justicia
brillaran como las estrellas por toda la eternida ” (Dan 12,2-3). En este texto se afirma claramente
la resurreccion de los justos, mientras que para los otros se anuncia la corrupcion o la muerte. Los
maestros de justicia seran asociados a1 mundo divino en una condicion gloriosa, “como el
resplandor del firmamento..., como las estrellas”. Este texto profético es el fundamento de la
sucesiva tradicién judia reflej ada en los textos apécrifos. En cambio, la tradición rabínica apelará a
la ley (tórah) para fundar su creencia en la resurrección de los m uertos.

El segundo texto es el de la historia de los Macabeos, escrito en griego en el siglo ll o l (2Mac 7,


donde se relata el martirio de los siete hermanos). En este amplio relato, que refleja la cultura y el
gusto retórico de los griegos, la fe en la resurrección se funda en el poder creador de Dios, que ha
hecho el mundo y es el Señor de la vida. Así pues, en el libro de los Macabeos se afirma la
resurrección de los justos que han permanecido fieles a Dios también a costa de la vida (mártires).
Probablemente el texto macabeo representa una precisión y un desarrollo ulterior respecto al
párrafo de Daniel, que coloca la resurrección al fin de los tiempos, en un contexto escatológico. En
todo caso, en ambos textos no se intenta definir ni el tiempo ni la modalidad de la resurrección. Lo
que cuenta es la certeza de la resurrección de los muertos, garantizada por la fidelidad
misericordiosa de Dios creador.

Los precedentes bíblicos de esta fe en la resurrección de los muertos, reflejada en los dos textos
mencionados, se encuentran en la tradición profética que va de Oseas a Ezequiel. Los relatos
populares de los dos profetas taumaturgos del reino del norte, Elías y Eliseo, que recuerdan la
resurrección —llamada a la vida- de dos jóvenes, pueden representar el principio de esta tradición
(cf lRe 17,17-24; 2Re 4,31-37). Pero es un texto de Oseas el que recurre al lenguaje de resurrección
para hablar del trastorno de una situación de desastre nacional en un contexto de liturgia
penitencia] (Os 6,1-3). La misma metáfora emplea el profeta Ezequiel en la célebre parábola de los
huesos vivificados por el Espíritu creador de Dios (Ez 37,1-14). También un texto de Isaías, inserto
en un contexto apocalíptico (Is 26,19), anuncia la rehabilitación salvífica por iniciativa de Dios,
sucesiva a la crisis o drama del exilio. En resumen, los textos proféticos, más que hablar de la
resurrección de los muertos, utilizan el lenguaje de la resurrección para proclamar la fidelidad de
Dios, el único que puede salvar a su pueblo de la amenaza o que lo rehabilita después de la crisis
de la dispersión. Sin embargo, esta iniciativa eficaz del Dios fiel se convierte en signo o
prefiguración de la salvación final o escatológica. Y precisamente éste es el sentido que tienen los
textos proféticos mencionados, en particular de Oseas y Ezequiel, y así son interpretados por la
sucesiva tradición judía.
En síntesis, la fe en la resurrección de los muertos en la tradición bíblica se desarrolla en torno a
algunos elementos que están en su origen y que condicionan los desarrollos de su formulación. La
resurrección de los muertos es la respuesta al drama de la muerte; una respuesta fundada en la fe
en Dios, señor de la vida y de la muerte (Dt 32,35). Dios creador, fuente y señor de la vida,
establece con el justo una relación que ni siquiera la muerte puede interrumpir. La esperanza de
los justos, de la cual se hacen portavoces los salmistas, expresa la certeza de la plena comunión
con Dios, que no puede ser atacada por la muerte (Sal 16,23; 49,16; 73,23-24). Esta certeza se
funda enlajusticia de Dios y en su fidelidad a la alianza. Dios justo y misericordioso está en la
fuente y en el fundamento de la fe, que en el siglo II se expresa en el modelo lingüístico cultural de
la resurrección. A la formulación de este lenguaje y modelo pueden haber contribuido en parte los
mitos agrarios y los ciclos estacionales de matriz cananea, y, después del destierro, el mito persa
de la restauración universal y cósmica.

Finalmente, el elemento acelerador en el proceso de formulación del credo biblico en la


resurreccién de los muertos es la crisis persa y helenistica. Ante la persecucién de los justos y la
muerte de los martires se renueva 1a certeza en la Victoria y en el triunfo de Dios sobre la muerte,
a los cuales asocia él a losjustos y a 10s max-tires La sucesiva tradicién judia se desarrolla segfin un
amplio abanico de concepciones antropologicas y escatolégicas. Dados los intercambios entre
cultura judia y helenistica, no puede extrafiar que se encuentre junto al lenguaje antropolégico
monista también la terminologia tomada del mundo greco-helenistico, donde se habla de
inmortalidad. Sobre el fondo de la fe judia, reflejada en los textos de la literatura
intertestamentaria (apécrifos) [/ Apocaliptica], esta 1a gran tradicién biblica. Estos textos no se
interesan por los particulares descriptivos tomados de la cultura 0 de la tradicién, sino que colocan
e1 acento en el hecho de que los justos son asociados a1 esplendor de Dios, parangonados a los
astros y a los angeles, Ellos participan del triunfo definitivo sobre la muerte y de la plenitud de
Vida prometida a los que son fieles a Dios y a su ley. Dentro de la pluralidad de concepciones y
formulaciones de la esperanza judia, se distinguen dos modalidades fundamentales: por una
parte, el modelo de la resurreccién; por otra, el de la elevacién o ensalzamiento. También e1
judaismo fariseo, que coloca en su interior como articulo de fe la resurreccién de los muertos
(Sanh. X, la), presenta una pluralidad de expresiones no siempre coherentes, debida en parte al
influjo helenistico. En esta tradicién se insiste con acentuado realismo en la corporeidad fisica y en
la identidad de los resucitados. La resurreccién de los muertos se hace dimanar de la iniciativa de
Dios creador y se deriva del testimonio de la to‘rah

2. J 12505 ANUNCIO SU ESPERANZA DE RESURRECCION.

Los textos evangélicos citan concordemente una serie de sentencias, en las cuales Jesfis expresa su
confianza en Dios ante 1a amenaza de muerte. En estas sentencias se reflejan diversos modelos
lingfiisticos. Un elemento constante es el esquema de anuncio, muerte y resurreccién, que refleja
1a estructura del kerigma cristiano pospascual. La tradicién sinoptica comfin refiere tres palabras
proféticas de J esfis sobre su destino en forma de instruccién o catequesis dirigida a los discípulos
(Mc 8,31; 9,31; 10,33-34). E1 elemento constante en estos tres anuncios se refiere a1 sujeto o
protagonista, e1 Hijo del hombre, que debe sufrir un destino de humillacién, que culmina en la
condena a muerte; pero después de tres dias debe resucitar (Mc 8,31). La referencia a los “tres
dias” no coincide con la f6rmula catequistica “a1 tercer dia”. Probablemente la primera expresién
reproduce un modo dc decir hebreo y de la tradicién judia, en el cual se indica la
intervencic’msalvifica de Dios “después de breve tiempo”. A la misma tradicién se puede hacer
remontar la sentencia profética de Jest’ls sobre la destruccién del templo, interpretada en la
tradicién sucesiva como anuncio de su resurreccién (Mc 14,58; cf Jn 2,19-20). También las palabras
sobre el signo de Jona’s ponen e1 acento en esta iniciativa de Dios, que rehabilita a1 profeta
escatolégico (Mt 12,38-42; of Le 11,29-32). En otros términos, Jesfis formulé su esperanza con el
lenguaje de la tradicién biblica y judia acerca de la intervencibn de Dios en favor deljusto, del
profeta perseguido y del martir. La novedad en la esperanza de Jesfis consiste en su perspectiva de
anunciador e inaugurador del reino de Dios (Mc 14,25; cf 9,1).

3. LA RESURRECCION DE LOSMUERTOS EN LOS EVANGELIOS.

La triple tradicién sinéptica refiere, en la serie de las controversias de Jesfis con los representantes
y los responsables del mundo judio de Jerusalén, un debate acerca de la resurreccién de los
muertos (Mt 22,23-33; Mc 12,18-27; Lc 20,27—40). Los interlocutores de Jesfis son los saduceos,
los cuales niegan que haya resurrección (Lc 20,27). Para ridiculizar la esperanzajudia de la
resurreccion, defendida de forma fuertemente realista por los fariseos, refieren la historia de la
mujer casada sucesivamente con siete hombres en virtud de la ley del levirato. De ese modo
muestran la abierta contradiccién entre la fe en la resurreccién de los muertos y el tenor de la
letra de la to‘rah. La respuesta de Jesfis, citada de forma unánime por los evangelios, corrige la
mentalidad de los fariseos acerca de la modalidad de la resurreccién y afirma a1 mismo tiempo
decididamente e1 hecho de la resurreccién por el poder del Dios vivo. Los que resucitan son
colocados en una condicién diversa de la historica y mundana, pues son asimilados a los angeles y
asociados al mundo espiritual de Dios. En apoyo del hecho de la resurreccién, Jesfis recurre a un
texto del Exodo, dondc Dios se presenta como el Dios de los padres 0 de los vivos (Ex 3,6; to‘rah).
Complementarios de este texto evangélico sobre la resurreccién de los muertos son algunas
secciones del evangelio de Lucas, donde se afronta expresamente e1 destino individual después
de la muerte. El justo 0 el que es salvado por Dios participa de la comunién con 61
inmediatamente después de la muerte (Lc 23,43; cf 14,14; 16,22a). Esta condicién de salvacién del
justo no excluye la resurreccién escatolégica 0 final. La ensefianza evangélica sobre la resurreccién
de los muertos hunde sus raices en la tradicién blblica y toma del ambiente de la cultura judia las
Resurreccién formulas y modalidades expresivas. La novedad la constituye la nueva motivacién y
el fundamento de la fe en la resurreccién. ES 61 anuncio del reino de Dios, ligado al destino
personal de J esfis, que inaugura el tiempo nuevo y definitivo, y se convierte en la segura garantia
de Victoria sobre la muerte.
4. LA RESURRECCION DE LOS CRISTIANOS.

La catequesis cristiana mas amplia sobre la resurreccién 1a ofrece Pablo en el capitulo filtimo de la
primera carta a los Corintios (lCor 15,1—58). A través de esta articulada reflexién, fundada en el
kerigma y credo tradicional, Pablo responde a las dificultades de los cristianos de Corinto. Hay
algunos en aquella comunidad que, aunque adhiriéndose a1 anuncio evangélico de la resurreccion
de Jes1’1s, niegan la resurrección de los muertos (lCor 15,12). Probablemente esta crisis ha de
relacionar se con el dualismo griego, que desemboca en algunos casos en un es piritualismo
entusiasta, preludio quiza de aquel movimiento de matiz gnéstico, que anticipa la resurreccién en
la historia (lCor 4,8; of 2Tim 2, 18). La catequesis paulina se desarro11a en dos grandes cuadros.
Después de recordar el acontecimiento fundante: la resurreccion de Jesfis, proclamada a1
principio de la evangelizacion de la comunidad (lCor 15,1- ll), 61 apostol muestra la eficacia
salVifica de la resurreccién para todos los creyentes (lCor 15,12-34). Luego afronta un segundo
frente de dificultades acerca del mundo de la resurreccién y la cualidad del cuerp0 de los
resucitados (1Cor 15,35-58). La eficacia salvifica de la resurreccién de J esfis es el corazén mismo
del mensaje cristiano. Estaria “vacio” y seria ineficaz e1 anuncio; estaría “vacia” y seria ineficaz la
fe, si Jesfis no hubiese resucitado. Pues el contenido del anuncio cristiano, que pro clama a Jesfls
resucitado, seria una contradiccion; y los cristianos, que lo han aceptado y han fundado en él su
adhesion de fe, estarian a1'1n en sus pecados, porque la fe en Jesus no los libraria del destino
final, que es la muerte. La eficacia salvifica de la resurreccion de Jesr’xs se funda en la solidaridad
que liga a todos los hombres, por una parte con el cabeza Adan, para la muerte, y, por otra, con la
nueva cabeza que es Jesfis, para la resurreccion y la vida (lCor 15,20-22). Pablo describe luego en
un cuadro apocaliptico las sucesivas fases que van desde 1a resurreccién de Jesfis hasta la
instauracién del pleno dominio de Dios (lCor 15,23-28).

En la segunda parte de la catequesis desarrolla Pablo algunas reflexiones acerca del cuerpo y la
modalidad de la resurreccion. Existe una discontinuidad real entre cl cuerpo que es “sembrado” o
sepultado y el cuerpo que resucita; es un cuerpo mortal el que es sembrado, y glorioso el que
resucita. Pero esta ruptura no impide a Dios mantener una relacién vital con los que mueren y
resucitan. De hecho, es el gesto creador el que ayuda a comprender la resurreccién de los muertos
segt’m el modelo de la de Jesfis. Si Adan es el prototipo del ser humano que termina en la
muerte,Jesfis, nuevo Adan, constituido mediante la resurreccién en fuente del espiritu vivificador,
es el prototipo del ser humano llamado a la resurreccién (lCor 15,44-48). El nuevo cuadro
apocaliptico trazado por Pablo subraya la necesidad de que todos sean transformados, para que lo
que es corruptible sea revestido de incorruptibilidad. Estas afirmaciones de Pablo y su respectivo
lenguaje remiten a una tradicién ya testimoniada por las primeras cartas y diseminada por casi
todo el corpus auténtico del apostol (cf lTes 4,15-18; 2Cor 4,7- 5,10; Flp 1,21-24; 3,9-14). En el
texto mas maduro de Romanos, Pablo asocia a la resurreccién de los hijos de Dios y a la
manifestacién de su condicion de gloria la liberacion del mundo, actualmente sometido a un
proceso de degradacién y a la corrupcion a causa de su solidaridad con el pecado humano (Rom 8,
18-23).
Las cartas sucesivas de la tradición paulina ven anticipada y garantizada la resurreccion en la
solidaridad con Jesfis resucitado, inaugurada por la experiencia bautismal y por la fe (Col 3,1-4; Ef
2,6). En tonos diversos, se expresa la misma realidad en el finico texto totalmente apocaliptico del
NT. En el cuadro final del Apocalipsis, después del choque entre Cristo vencedor y los
representantes del mal historico, e1 dragon, la bestia y el falso profeta, se anuncia la resurreccion
de los martires, asociados para siempre a1 triunfo real de Cristo (Ap 21,4-6). Esta es la primera
resurreccion, que libra a los martires definitivamente de la muerte. En cambio, se prevé una
especie de resurreccién para todos los muertos, a fin de comparecer ante el juicio de Dios (Ap
21,12-13).

S. EXPERIENCIA HISTORICA Y MlSTERIO DE LA RESURRECClON.

Acontecimiento de la resurreccion de Jesfis, como el de la resurreccion final 0 escatologica, escapa


a la experiencia directa. Se 10 vive en la fe y se lo formula en lenguaje humano para su
comunicacién y transmision segt’m los diversos modelos culturales. Para reconstruir 1a
experiencia histérica de la resurreccién y captar cl nficleo central de este misterio de la
manifestacién de Dios, hay que tener en cuenta la evolucion del lenguaje, de los modelos
culturales y de su impacto en la concepcion antropolégica y en la perspectiva de la historia
humana y del mundo.

a) Lenguaje y modelos expresi de Jesús sobre la muerte. El sentidoúltimo de la historia y del


mundo es definido por la resurrección de Jesús, que se convierte no sólo en modelo, sino también
en fuente de aquel dinamismo deliberación de las fuerzas de muerte que amenazan no sólo la vida
humana, sino el mundo. La resurrección de Jesús, acogida como manifestación histórica de la
acción salvadora de Dios, es garantía y anticipación de aquella plenitud de Vida a la cual están
destinados todos los seres vivos y el mundo físico.
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La risurrezione di Gesü nel messaggio degli
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I. EN LA CULTURA MODERNA. El deseo de recompensa por una conducta estimada buena y de
castigo de una acción condenada como mala, es decir, del pago justo y del justo castigo, forma
parte del sentido moral y jurídico común. La idea de retribución está relacionada con la de
responsabilidad y con la de mérito para las acciones buenas realizadas.

También el concepto de justicia, entendido en pos del derecho romano y de la concepción de


santo Tomás como “dar a cada uno lo suyo”, se inspira en la idea de una retribución justa. El
concepto de retribución, además de a la esfera jurídica y social, ha sido trasladado por las
religiones también a la relación entre el hombre y

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