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Los nacionalistas peruanos emigrados de Chile buscaron la alianza del país que los
asilaba para deshacer la reunificación del Alto y Bajo Perú. La Restauración, que así
se llamó la etapa posterior a la Confederación, nos trajo de regreso al general Agustín
Gamarra y nos dio la carta de 1839 o Constitución de Huancayo, expresión legal de
ultramontanismo, centralismo y gerontocracia. El artículo 35° restringía los casos de
acusación que la Cámara de Diputados podía accionar ante el Senado en contra del
jefe de Estado, a los de atentado contra la independencia y unidad nacional. En aquel
artículo como en multitud más de ese documento se destilaba temor contra cualquier
afán confederacional. Allí debe encontrarse el porqué de la mención de los atentados
contra la unidad nacional. Al margen del caso mencionado, el Presidente era
prácticamente irresponsable durante su mandato. La responsabilidad, según el artículo
79°, había que exigirla concluida la administración. Si durante el mandato debía
responsabilizarse a alguien, allí estaban los ministros. Así lo aseveraba el artículo 95°:
los ministros son responsables de los actos del Presidente que autoricen con sus firmas
contra la Constitución y las leyes, pudiendo hacerse efectiva esa responsabilidad
durante su cargo. El artículo 118°, eje de posterior polémica entre la Suprema y los
abogados parlamentarios de Castilla, dictaba: “son atribuciones de la Corte Suprema la
de conocer las causas criminales que se formen al Presidente de la República, a los
miembros de las Cámaras, a los ministros de Estado y consejeros, según los artículos
35° y 42°. De la residencia del Presidente de la República y demás que ejerzan el
Supremo Poder Ejecutivo y la de sus ministros. Fue una Constitución longeva. Duró
hasta que se promulgó el Estatuto Provisorio del 26 de junio de 1855. En el
Reglamento de Tribunales y Juzgados de la República, promulgado el 9 de diciembre
de 1845, se dictaban normas procesales a través de las que podían hacerse efectivas las
atribuciones que la Suprema recibía del artículo 118° de la Constitución. En 1851 se
sanciona el Código de Enjuiciamientos Civiles. En su Sección Cuarta, Título VI, Libro
Segundo, en los artículos que van del 1098° al 1115° quedaban consagradas las
normas para sustanciar la Residencia de los funcionarios. El 1098° establecía: “debe
seguirse el juicio de Residencia cuando un funcionario sujeto a ella según las leyes, es
separado del destino, o lo renuncia, o cuando concluye el tiempo de su mando”.
El senado
Martes 11 de Septiembre del 2018
Los hombres que forjaron la Independencia del Perú no sólo tuvieron una filiación
demoliberal que los condujo a fundar la República, sino que fueron nacionalistas
radicales, hispanófobos que se sentían poseídos de la misión de combatir todo lo que
trajese reminiscencias de España.
Si la República tuvo como causa al liberalismo, la independencia fue efecto del
antihispanismo. Basadre declara que “la Independencia se realizó dentro de un
enconado espíritu antiespañol” y añade: “fue visible en los liberales de todo el
continente la actitud antihistoricista de considerar como tarea esencial de las nuevas
Repúblicas la de acabar con el pasado colonial”. Es cierto. Y esa fobia hizo que los
doctrineros de la Revolución proscribiesen el Juicio de Residencia juntamente con
otras ideas e instituciones de filiación española. Mariluz confiesa: “además del factor
sentimental que influyó en su rechazo por formar parte de un sistema de gobierno que
había sido abandonado y contra el cual se luchaba, el ambiente indudablemente era
poco propicio para el normal funcionamiento de las residencias”. Luis Durand Flores
agrega: “Factores que determinaron, en forma inmediata, la eliminación del juicio de
residencia de la legislación peruana, fueron: el caudillaje imperante que no toleraba
controles legales y la aceptación general de que lo heredado de España era, en
principio, malo o defectuoso…”.
Es indudable que el espíritu descrito fue el que privó en los liberales de los días
aurorales de la República. Desgraciadamente se enervó la importancia de instituciones
justas y moralizadoras, como la del juicio de residencia, mientras el decorativismo y el
feudalismo colonial sobrevivían como infraestructura de la nueva organización que se
arquitecturaba. Podríamos parodiar a quien dijo que el Virreinato fue el Incario sin el
Inca, diciendo la República fue el Virreinato sin el Virrey.
En Perú: Problema y Posibilidad, Basadre nos decía: “Los organismos políticos fueron
modificados: ya no el Virrey sino el Presidente, ya no las Audiencias sino la Corte
Suprema, ya no las Intendencias sino los Prefectos, ya no los Cabildos sino las
Municipalidades (salvo en las Constituciones de 1834 y 1839). No eran exactamente
idénticos en sus atribuciones los funcionarios mencionados; pero eran análogos. Los
documentos precontitucionales y la Responsabilidad oficial, del 12 de febrero de 1821
hasta el 8 de octubre del mismo año, estuvo en vigor el Reglamento que San Martín
promulgó en Huaura. Este documento estaba referido principalmente a establecer la
demarcación del territorio ocupado por el Ejército Libertador.
Antejuicio parlamentario peruano
Martes 25 de Septiembre del 2018
La cuarta cláusula del artículo 123°, donde se enumeran las atribuciones del Congreso,
decreta como función de éste: “Examinar las infracciones de la Constitución y
disponer lo conveniente para hacer efectiva la responsabilidad de los infractores”. Si
esta disposición la concordamos con la del precepto 26° de la Ley Fundamental,
veremos cómo es posible ejercer la acción popular. Este artículo específica, ya lo
sabemos, que “pueden interponerse reclamaciones ante el Congreso por infracciones
de la Constitución”. Pero más clara aún es la resolución numeral 11° de la vieja Ley
de Responsabilidad de Funcionarios Públicos del 28 de septiembre de 1868. Dice
textualmente: “art. 11° Cualquier Diputado por medio de una proposición, la
Comisión Permanente en el modo que lo ordena la atribución 2ª. del artículo 107° de
la Constitución, o cualquier particular por una petición escrita, podrán solicitar de la
Cámara de Diputados, que acuse a los funcionarios públicos mencionados en el
artículo 64° de la Constitución.
Cabe abrir un paréntesis y recordar que los funcionarios públicos mencionados por el
artículo 64° de la Constitución de 1860 eran los que podían ser parlamentariamente
acusados: Presidente de la República, ministros de Estado, miembros de ambas
Cámaras y vocales de la Corte Suprema. Es decir, los mismos que son citados por
nuestra Carta en vigor. La vía de acusación parlamentaria está claramente establecida
por el artículo 121°: “Art. 121° Corresponde a la Cámara de Diputados acusar ante el
Senado al Presidente de la República, a los miembros de ambas Cámaras, a los
ministros de Estado y a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, por
infracciones de la Constitución y por todo delito que cometan en el ejercicio de sus
funciones y que según la ley deba penarse”.
Veamos que la Carta de 1933, como la de 1920, se diferencia de las de 1856 y 1860 en
que no es necesario que el delito funcional revista gravedad o que esté castigado con
“pena corporal aflictiva”, o con “pena infamante”, como exigían las Cartas de 1828,
1834 y 1839. Aquí la única condición de punibilidad en los atentados contra la
“Constitución y todo delito cometido en el ejercicio de sus funciones” es que estén
sancionados por el Código Penal. De no ser así, al pasar a disposición de la Suprema
no habría pena por aplicarles. Es sabido: nulla pena sine lege.
El fiscal del juicio político
Martes 16 de Octubre del 2018
No se han producido jamás; es decir que la Cámara de Diputados haya acusado ante el
Senado a un presidente o expresidente y que se haya declarado haber lugar a la
formación de causa para su sometimiento a la Suprema. Los casos acontecidos, Pezet,
Leguía, no se ciñeron a esas reglas. La revolución del comandante Luis Miguel
Sánchez Cerro derrocó al Presidente Augusto B. Leguía.
Uno de los primeros actos de su Junta Militar fue expedir un decreto ley sin número
que en su artículo 1 expresaba: “créase en la Capital de la República un Tribunal que
se denominará ‘Tribunal de Sanción Nacional’ encargado de realizar las
investigaciones necesarias para descubrir los delitos cometidos contra los deberes de
función en que hayan incurrido los funcionarios y empleados públicos de acuerdo con
el procedimiento que se establecerá en decreto especial”.
Los decretos leyes 6878, 6902, 6910, 6964, 6992, 7041, 7043, 7122 y el 7119 (que
puso fin a su existencia), así como uno no publicado del 8 de noviembre de 1930,
estructuraron sus draconianas normas sustantivas y procesales. Los delitos perpetrados
durante el oncenio leguiísta eran imprescriptibles; las denuncias podían serlo por
acción popular; las salas sentenciadoras tenían personal escabino e inclusive militar; la
instancia era única y los fallos irrecurribles; e, ítem más, el Tribunal podía formular,
conforme al decreto ley 7041, “una relación de las personas sindicadas por la opinión
pública como presuntos defraudadores de los fondos fiscales”.
El expresidente Leguía fue internado en una lúgubre celda de la penitenciaría de Lima.
Comenzado el proceso fue defendido por el Dr. Alfonso Benavides Loredo, quien
deberá ser recordado siempre por su gran coraje cívico y su viril posición forense.
Invocó el fuero constitucional del exjefe de Estado; refutó que tuviera ocultos fondos
en la banca extranjera. Dijo: “por otra parte, a lo expuesto hay que agregar que la
demanda interpuesta contra el señor Leguía ante la Alta Corte de Justicia de Londres,
por los señores Hardman Kearsley y Cunningham, por la suma de libras 290,580,
acredita igualmente que no tiene suma alguna en el exterior –puesto que si la tuviera
ello no iba a ser desconocido– ni ignorado por tan poderosa casa habilitadora inglesa
que, en guarda de sus derechos, hubiese procedido a embargar esos imaginarios
fondos o valores, si existiesen”.
Importancia del refrendo
Martes 20 de Noviembre del 2018
Los derechos y las características del Presidente francés están expuestos por las Leyes
Constitucionales de 1875 y nos ofrecen la originalidad de que, por primera vez en la
historia, se unen para hibridizarse el régimen parlamentario dentro de una República.
Las Leyes Parlamentarias de 1875 –como apuntaba Zuanich– “sin que lo consignaran
expresamente crearon una República Parlamentaria calcada de la experiencia
monárquica”. La razón de esta creación política estuvo en que la Asamblea
Constituyente de 1875 era monárquica en su mayoría y únicamente por respeto a la
opinión pública nacional –que era republicana– es que renunciaron al Segundo
Imperio, pero buscando una transacción entre sus convicciones particulares y la
opinión nacional. Así forjaron una institución parecida a la del Rey de Inglaterra con
un Presidente como Jefe del Estado, que no gobierna y se limita a representar al
Estado en las “solemnidades nacionales”.
Perier renunció a la Presidencia de la República en 1895. En 1905 escribía al director
de Le Temps, comentando la institución presidencial de su país: “entre todos los poderes
que parecen ser atribuidos, no hay más que uno que el Presidente puede ejercer libre y
personalmente, esto es: la presidencia de las solemnidades nacionales” (…). Con gran
humorismo el mismo expresidente Perier declaraba, del Jefe de Estado francés: “puede
válidamente poner su firma al lado de otra, si se la piden; pero, salvo su dimisión, todo
lo que él sólo puede firmar no constituye más que un autógrafo de colección”.
El Presidente de Francia, a semejanza del Rey inglés, no puede actuar sólo porque es
irresponsable. No puede actuar sino llevado de la mano por un ministro. Por eso, el
ilustre Poincaré dibujaba al Presidente de la Nación calificándolo de “manchot
constitutionnel”. Igual precepto consagra en el artículo 3 de la Ley de 25 de febrero de
1875 sobre Organización de los Poderes Públicos. Para Burguess, la Presidencia
francesa es una creación de la ciencia política moderna. Trata de unir el origen
electivo con la posición y relaciones de un Rey constitucional. No hay contradicción
teórica ni práctica entre el origen electivo y el ejercicio de un poder como el ejercido
por un Rey constitucional; “pero sí parece haber incongruencia entre aquel origen y la
imparcialidad y neutralidad políticas exigidas de tal Rey… ha de seguirse con gran
interés la marcha de esta nueva institución.
Naturaleza del juicio político
Martes 11 de Diciembre del 2018
Es una Carta que tiene el peculiar interés de hablar en el idioma constitucional del
siglo veinte. Históricamente se parece a la Constitución Vitalicia, a la Carta de 1834, a
la Carta de 1867 y al Estatuto de 1879 en que duró tanto tiempo como el gobierno que
la promulgó. La Carta de Huancayo es su extremo opuesto por su falta de liberalismo.
El artículo 14° repetía lo mismo que las Cartas de 1856, 1860 y 1867: todo el que
ejerce funciones públicas es directa e inmediatamente responsable por los actos que
practique en el ejercicio de sus funciones. El Senado declaraba si había o no lugar a
formación de causa a consecuencia de las acusaciones que le hiciera la Cámara de
Diputados.
El artículo 95° afirmaba ese derecho acusatorio diciendo: “Corresponde a la Cámara
de Diputados acusar ante el Senado al Presidente de la República, a los miembros de
ambas Cámaras, a los ministros de Estado y a los vocales de la Corte Suprema por
infracciones de la Constitución y por todo delito cometido en el ejercicio de sus
funciones que, según la ley, deba penarse”. El artículo 96° repetía la taxativa de otras
constitucionales para acusar al Presidente en ejercicio.
Únicamente era procedente la acusación, en ese caso, si el jefe del Estado traicionaba,
si atentaba contra la forma de Gobierno, o si disolvía el Congreso, impedía su reunión
o suspendía sus funciones. El artículo 127° se ocupaba del refrendo. El 132°
conservaba la responsabilidad individual y solidaria de los ministros. Ese era el
régimen de la Carta de 1920. Se diferenciaba de la Carta de 1860 en que no imponía la
limitación de delitos sancionables por el Código con pena corporal aflictiva para hacer
factible una acusación contra los altos funcionarios del Estado.
En cambio, se retrogradaba en que la Constitución de la “Patria Nueva” no presentaba
disposiciones de rotundidad similares a la atribución vigésima cuarta de la Carta de
1860 en que no imponía la limitación de delitos sancionables por el Código con pena
corporal aflictiva para hacer factible una acusación contra los altos funcionarios del
Estado. Esta disposición facultaba al Congreso para examinar si los actos
administrativos del jefe de Estado del período constitucional extinguido habían estado
ajustados a la Constitución. Esta lamentable y perniciosa omisión se habría de
reproducir a la Carta de 1933, con la secuela lógica de hechos abusivos que provoca la
falta de sanción.
El pacto de Tacna
Martes 25 de Diciembre del 2018
El modo de establecer la acusación en 1834 estaba previsto por el Capítulo II, que se
extiende desde el artículo 4° hasta el 23°. Los Diputados por pluralidad absoluta de
votos, representaban la demanda ante el Senado. Esta Cámara, por resolución de los
dos tercios de los Senadores presentes, declaraba, cuando había lugar, suspenso de su
empleo al acusado, pasaba el expediente a la Suprema y hacia anunciar el “resultado
en los papeles públicos”.
En la Suprema bastaban tres vocales en vista y cuatro en revista, excepto en el caso de
discordia en el que siempre habría uno más de los que conocieron en vista (articulo
22). La ley concluía afirmando que en los casos en que según la Constitución debiera
abrirse el juicio de Residencia, se observarían las leyes de la materia. El Pacto de
Tacna: Confederación Perú-Boliviana. Los proyectos anfictiónicos de Vidaurre y
Bolivia renacieron en la Confederación Perú-Boliviana.
En efecto, el 1 de mayo de 1837 los Plenipotenciarios de las Repúblicas Nor-Peruana,
Sud-Peruana y Bolivia suscribieron en Tacna, un Pacto por el que esos tres Estados se
federaban en uno. En el Artículo XXIII de ese documento se denotaba como
atribución especial del Senado la de “Juzgar al Protector de la Confederación sólo por
los delitos de traición y retención indebida del Poder”. El Artículo XXVIII
proclamaba: “El Protector durará en el ejercicio de sus funciones diez años y podrá ser
reelecto si no ha sido condenado por el Senado a la destitución de su empleo”.
Desenvolviéndonos en un plano teórico supongamos que el Protector hubiera
incurrido en los delitos de traición o retención indebida de poder, ¿cómo se le habría
destituido? El artículo XXIII, que comentamos, habla simplemente del derecho
judicial del Senado sin prescribir quién debe acusar y en qué forma. En todo caso, de
existir normas procesales, el Protector hubiera encontrado un providencial precepto
amparador del cesarismo: el artículo XXX, inciso 22.
Allí se sostiene como facultad del Jefe de Estado: “Disolver el Congreso general en la
época de sus sesiones, cuando manifiesta e indudablemente se apodere de las Cámaras
un espíritu de desorden que amenace la paz interior de la Confederación”. La
responsabilidad presidencial en el Estado Nor-Peruano. El Reglamento Orgánico de
los Tribunales y Juzgados del Estado Nor-Peruano, promulgado el 10 de diciembre de
1836, atribuía, en su artículo 16°, a la Corte Suprema la misión de conocer
alternativamente por salas en primera instancia. Así era la acusación antaño.
Revocatoria de la extradición
Martes 1 de Enero del 2019
He cumplido ochenta y ocho años y a lo largo de ese proceso he sido apristamente dos
veces concejal, una constituyente, otra diputado, dos veces senador y una congresista.
Se me consideraba por unos un radical y por otros un burgués. Ambas críticas son
inconsistentes. Lo que soy, reitero, es aprista, lo que es una doctrina que está más allá
de las izquierdas y más allá de las derechas.
Viví desde los cinco años de edad en casa de mi abuelo materno, Max González
Olaechea, el médico más famoso de su época. Un día harto de la belicosidad existente
entre mis padres decidí telefonear al mayordomo de la casa de mis abuelos. Vivian a la
vuelta de mi casa, situada en la calle Mantequería de Boza. Mis abuelos me acogieron
con simpatía y entendieron que lo querido por mí era quedarme a vivir allí en el
inmueble de la calle divorciada. No volví a pisar la casa paterna.
Y motu proprio me dedique a estudiar utilizando la biblioteca erudita de mi abuelo.
Estudié burguesamente en el colegio de San José de Cluny, La Inmaculada (de
jesuitas), y desde segundo de primaria en el colegio de La Recoleta. Allí tuve como
maestro a Alfonso Benavides Correa, quien me inculcó ideas nacionalistas y
revolucionarias. Acabado los estudios colegiales ingresé a la pontificia Universidad
Católica del Perú. Allí no obstante que fui un alumno disciplinado, estudié en el
instituto Riva Agüero en que el profesor principal era José Agustín de la Puente y
Candamo.
Fundé en ese medio reaccionario el conversatorio “Víctor Raúl Haya de la Torre”.
Eran los años cincuenta y en cuanto supe que Ramiro Prialé había salido de la cárcel
me sumé a Ramiro con mi idioma de izquierda radical y tuve el privilegio en enero de
1956 de irrumpir en el Callao en un mitin de la Coalición Nacional. Clamé allí por
legalidad para el aprismo; el discurso fue viable porque Pedro Roselló me dijo desde
el pódium: “Señor Valle Riestra, si tiene algo que decir suba a la tribuna”.
No vacilé y subí y en medio de ultraderechistas como Mahoma Diez Canseco, Manuel
Mujica, hice un resumen en el que sostenía que no solamente pedíamos la derogatoria
de las leyes de seguridad interior, sino legalidad para los partidos proscritos. Acabado
mi speach la multitud me siguió, dejando solitarios a los organizadores de la
concentración. Allí comenzó mi vida pública aprista.
Víctor Raúl y el azar en la historia
Martes 19 de Febrero del 2019
“Víctor Raúl” fueron dos palabras a cuyo conjuro las masas salieron a combatir y a
morir por la justicia social. Fue grito de rebeldía frente al militarismo y los oligarcas.
Haya, un hidalgo provinciano de solar conocido, se identificó con los explotados y
acuñó toda una teoría interpretativa de la realidad indoamericana. Es curioso ver cómo
un hombre nacido en el siglo XIX sigue hegemónico en el siglo XXI. Socialmente era
como Pardo o como Piérola, pero políticamente Pardo aparece como representante
civilista de las minorías; y don Nicolás resulta demasiado clerical y ubicuo. Haya y el
aprismo siempre aparecerán como sinónimo de la revolución y de la izquierda. La
reforma agraria radical la hizo el octubrismo con el consiguiente despojo de los amos.
Pero, si uno hace un sondeo entre los pudientes, más odiado es el Apra que el
militarismo y más temido Haya que Velasco. Haya debió llegar en 1931 al poder. El
fraude y el fanatismo cerril lo impidieron y retrasaron todo proceso agrarista,
antiimperial, industrializador y desoligarquizador. No tuvimos así nuestra revolución
mexicana como obra de las masas. Y apareció en Indoamérica el castrismo, que en sus
inicios parecía un movimiento aprista por su presencia juvenil y su idioma que era el
nuestro. Nos robó el escenario. Mientras allí liquidaban a Batista, aquí se comía con
Prado. Dos personajes con nefastas significaciones para la democracia continental.
Debió intentarse la postulación de Víctor Raúl en 1945 (o la de José Gálvez o la de
Rafael Belaunde, personajes liberales), pero tuvimos el error de escoger a José Luis
Bustamante y Rivero, personalidad antipódica a la de Haya. Jesuítica. No sabía que su
poder era prestado. Un comodato concedido por el Apra. Y empezó la fisura que
culminó en el ausentismo parlamentario de 1947, en el intento revolucionario de la
izquierda aprista y en el golpe fascista de Odría. De allí vino el asilo y los pactos con
Prado, que pese a su alteza de miras descapitalizaron popular e ideológicamente el
Apra. Y si bien llegó el PAP al poder en 1985 no subió lo mismo que se había fundado
en 1931. La parafernalia estaba allí juntamente con los himnos, las marchas, las
jaculatorias, las tradiciones, el culto a los héroes, el culto a los muertos. Pero faltaba el
espíritu fundacional, el talento genial de Haya, el heroísmo obrero de Barreto o de
Arévalo y Negreiros.
Jurisprudencia de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos
Martes 26 de Febrero del 2019
Los Parlamentos sufren una gran depredación. Pero singularmente el nuestro padece
de un gran desprestigio. He pertenecido a Asambleas en las que han estado Haya de la
Torre, Sánchez, Heysen, Cox, León de Vivero, Prialé, por el Apra; Polar, Ramírez del
Villar, Aramburú, por el Partido Popular Cristiano; Ulloa, por Acción Popular; Del
Prado, por el Partido Comunista Peruano; o senadores vitalicios como Fernando
Belaunde Terry y José Luis Bustamante y Rivero. Ese tipo de gente ya no está en las
ágoras parlamentarias porque el país está en decadencia intelectual. Lo que mejor
produjimos en historia, literatura, derecho, política fue la generación del Centenario y
la del Conversatorio Universitario (1921): Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea,
Jorge Guillermo Leguía, Manuel Abastos, Haya. Lo posterior solo son riachuelos
desprendidos de nevados de las cumbres. Por eso no tenemos grandes lideres ni
grandes historiadores, ni grandes novelistas (Vargas Llosa no ha logrado superar el
impacto social de El mundo es ancho y ajeno). Esa crisis se refleja en el Parlamento de
hoy. Y han nacido los popys, que solo sirven para la denuncia y la persecución
calumniosa e irresponsable. No son para debates. No tienen ideas. No tienen cultura.
Para ellos un artículo titulado “técnica democrática del golpe de Estado” es golpista.
Olvidan que viene de un libro de Curzio Malaparte escrito en 1920. Están como los
soplones que encarcelaban en los días de Benavides a quienes tenían en sus bibliotecas
el libro de Ortega y Gasset La rebelión de las masas. Y aunque la morralla de hoy no
vuelva al Parlamento, el unicameralismo por su estructura genética y su origen
electoral seguirá pariendo figuras y figurones pigmeos. Los mismos del totalitarismo
fujimorista. Los mismos del totalitarismo toledano. Inquisidores que solo sirven para
denuncias escandalosas e inciertas. Enumeremos los factores políticos y jurídicos que
menguan al Parlamento y que exigen la restauración de un bicameralismo funcional.
Es decir, unas cuatro quintas partes elegidas por el pueblo en distrito electoral
departamental y en distrito electoral nacional, una quinta parte elegida indirecta e
irrevocablemente por los colegios de abogados, las universidades y facultades de
Derecho, por el capital nacional y extranjero, Fuerzas Armadas. Factores políticos son:
a) espíritu intervencionista del Estado de bienestar (sanidad, trabajo, educación) en
virtud de medidas administrativas del Poder Ejecutivo; b) sumisión de la mayoría
parlamentaria al Ejecutivo. El papel de freno y contrapeso queda solamente en manos
de las minorías.
La libertad y la interpretación de la
Constitución
Martes 12 de Marzo del 2019
Me acuso de haber escrito en los últimos años infinitos artículos que tienen el defecto
sustantivo de ser una repetición conceptual sobre la misma temática. Por eso, desde
ahora voy a tener cuidado de no reincidir en esos errores. Yo tengo mucho por relatar.
Ingresé a la actividad política en 1954 al salir Prialé de la cárcel. Y como no tenía
antecedentes me fue fácil ayudarlo utilizando como base su domicilio en la Calle
Luzuriaga. Como yo tenía 24 años me fue fácil agitar por el partido. Y así por ejemplo
debuté el 23 de enero de 1956, en que me personé en un mitin celebrado en el Callao,
para escuchar a Rosselló. Interrumpí sistemáticamente la oposición del orador y pedí
legalidad para el PAP. Roselló, protagonista del mitin, se dirigió a mí diciéndome: “no
solo es totalitario quien proscribe sino quien como usted va a los mítines a
interrumpirlos; si tiene usted algo que decir, suba a esta tribuna y alegue lo que
considere pertinente”. Contra todo lo pensado, eso hice. Y forcé a Roselló a cederme
el uso de la palabra. Al hablar resultó que las multitudes eran apristas y no adictas al
convocante del mitin. Dije: “compañeros y conciudadanos, vengo a esta reunión, no
para sabotearla sino para clamar por la legalidad del aprismo”. Los miles de asistentes
se marcharon conmigo coreando “aprismo libertad”. Roselló se quedó solo. Ese mitin
tuvo el mérito de sacar de las catacumbas a los compañeros. El Apra estaba
ilegalizada, pero desde entonces realizó concentraciones fuera de Lima. Por ejemplo:
una en Trujillo, encabezada por Villanueva. Prado fue elegido presidente de la
República, pero no se legalizó al Apra entonces. Al contrario, se nos encarceló a
Prialé, Townsend, Jorge Raygada, Luis Rodríguez Vildosola y a mí. Pero la fuerza de
la opinión pública obligó al gobierno a liberarnos. El Apra pasó a la legalidad y Prado
se vio forzado a respetarnos. El aprismo comenzó su restructuración, recobró su local
histórico, etc. Allí data la fecha que no ha terminado hasta hoy de la legalidad para el
PAP. Tuvimos representantes en los municipios, diputados y senadores. Esperábamos
la ocasión de ir a elecciones que consagraran nuestro irrecusable volumen. Me puedo
jactar así, de haber sido una pieza inicial. No logramos entonces la presidencia, pero sí
conseguimos mayorías en diputados y senadores. La presidencia llegó tarde. Ahora
nos preparamos para el próximo round 2021; y de allí saldrá nuestro jefe de Estado y
nuestro control del Congreso.
García no ha muerto, vive
Martes 30 de Abril del 2019
Desde 1969 hasta 1976 traté diariamente a Alan García en Madrid. Yo estaba
desterrado, perseguido por la “justicia” velasquista y Alan se desempeñaba como
estudiante de Derecho. Cada uno vivía dedicado a sus menesteres, pero nos
dedicábamos también a la política peruana. Lanzábamos semanalmente tirajes de
panfletos antivelasquistas. Alan no vislumbraba el destino que tendría de llegar a
gobernar el Perú dos veces. Simplemente su posición antimilitarista lo llevaba a tener
conmigo un taller del cual salían manifiestos y volantes en defensa de la democracia
peruana.
Alan y yo teníamos situaciones jurídicas distintas. Él era un estudiante de Derecho;
tendría veinte años y yo era un abogado proscrito y con un intento de extradición por
parte de la dictadura militar velasquista, rechazado por el gobierno del generalísimo
Francisco Franco.
Alan dictaba juntamente conmigo semanalmente conferencias ante auditorios
peruanos de exiliados. Alan se marchó a París en 1975 y yo volví al Perú en 1976. Nos
volvimos a reencontrar en el Perú y trabajamos juntos políticamente. El apogeo de esa
vinculación fue su candidatura victoriosa a la presidencia de la república en la que yo
fui un animador conspicuo. Pero volviendo a Madrid debo dejar fe que la fisonomía
presidenciable de Alan se vislumbraba ya, en la capital española. Él no se jactaba de
esa postura, pero los hechos lo arrastraron a la posición presidencialista.
Hay que escribir sobre Madrid porque de allí salieron una serie de líderes que actuaron
en el Perú defendiendo a Alan García Pérez y su postulación. Alan vivía en Madrid en
la calle Superunda y yo en la calle de Monte Esquinza. Esas direcciones eran la base a
la que concurrían a realizar una labor de agit prop los compatriotas autoexiliados. Alan
había nacido en 1949 y su campaña en Madrid data de 1970 a 1976. De su pluma
salieron infinitos volantes y manifiestos antivelasquistas.
Por eso cuando el consulado oficialista pretendía tomar medidas contra él, tomo el
camino de autoexiliarse e ir a vivir en Paris, donde continuó su campaña de agitación
y propaganda. Al volver al Perú, caída la dictadura, trabajamos juntos para restaurar
las libertades plenas. Pero lo que se demostró en su vida madrileña fue su posición
belicosa y beligerante contra la dictadura militar imperante en el Perú. Alan no fue así
alguien que apareció mágicamente en la política peruana, sino que venía de luchas
contra el militarismo.
El imperialismo sureño
Martes 7 de Mayo del 2019
Algunos timoratos vanidosos creen que pueden ser coaccionados para renunciar a su
cargo parlamentario, pero, cuando se es un hombre enterizo y no un cobarde, nadie le
saca a uno la renuncia contra su voluntad. Gobernaba el Perú, en 1909, don Augusto
B. Leguía. El 29 de mayo de aquel año, el hermano de Don Nicolás de Piérola, Carlos,
y sus dos hijos (Isaías y Amadeo) realizaron el golpe de Estado más audaz desde el día
en que en 1541 los almagristas asaltaron Palacio y asesinaron a Pizarro. Un
grupúsculo avanzó por la calle Pescadería y se adueñó del Ministerio de Gobierno y la
Prefectura. Entraron a la alcoba presidencial y se apoderaron de Don Augusto. Le
pidieron su renuncia, en medio de cadáveres de conjurados y leales regados en las
puertas de Palacio. Leguía se negó a firmar. Los complotados decidieron pasearlo por
las calles, y por el Jirón de la Unión. El séquito llevaba al Presidente a la cabeza,
vociferando consignas a favor de Don Nicolás. Alguien comentó: “Leguía se ha
pasado y allí viene con un grupo dando vivas a Piérola”. Luego de un desfile de una
hora lo condujeron hasta la plaza de la Inquisición, hoy del Congreso, y volvieron a
exigirle la dimisión arreciando sus amenazas. Un negro manumiso, sirviente de los
Piérola, decía con un garrote en la mano: “¿Niño Isaías, le doy ya?”. Leguía reiteró
corajudamente su decisión de no firmar. Incluso, pretextó que la fecha estaba
equivocada. Apareció, entonces, un piquete encabezado por el alférez Enrique V.
Gómez, que disparó sobre el grupo revoltoso. Leguía y su ministro Villarán se
desplomaron ilesos en el suelo. Hubo más de cien muertos. Pero, allí tenemos la
lección para los fatuos que se creen predestinados y temen ser renunciados. Si tuvieran
compañones como Don Augusto, nada deberían temer. Pero… los hombres de honor renuncian
cuando discrepan. ¿Ejemplos? Bartolomé Herrera, brillante teólogo y obispo, autor de la
teoría de la soberanía de la inteligencia, renunció en 1860 al Senado porque se
suprimió el fuero eclesiástico y volvió a pontificar magistralmente en su diócesis. En
1932, a raíz de la expulsión de los constituyentes apristas, Víctor Andrés Belaunde, el
gran autor de “La Realidad Nacional”, dejó su escaño y se fue a su cátedra en Coral
Gables, Miami. Volvió cuando se lo pidió el arzobispo de Lima. Valentín Quezada,
senador por motivos menos principistas, en 1954, renunció a su escaño y partió de
embajador a Roma.
Cómo debe ser el futuro parlamento
Martes 21 de Mayo del 2019
Para ser juzgado en territorio de Estado en que no acontecieron los hechos y por
tribunal de tercer Estado conforme a reglas de ese Estado extranjero: el antológico
caso Lockerbie, en que Libia (1999) entregó en virtud de negociaciones
internacionales, y no de extradición, a sus nacionales Al-Amin Khalifa Fhimah y
Abdelbaset Ali AL-Megrahi, a La Haya, Holanda, para su juzgamiento por una Corte
escocesa y conforme a la legislación de esa jurisdicción. El origen fue que en 21 de
diciembre de 1988 un Boeing 747, de la compañía estadounidense Pan Am, estalló por
un atentado terrorista sobre el pueblo escocés de Lockerbie y causó 270 muertos. Los
259 ocupantes del avión más 11 habitantes de la localidad. Se hizo justicia. Pero,
desde el punto de vista ortodoxamente legal el juzgamiento debió ser en Escocia por
ser el fórum delicti commissi. El celebrarlo en La Haya significó un fuero prorrogado.
No era el lugar del crimen. El avión de Pan Am no era holandés. Las víctimas no eran
de ese Estado, ni en el mismo se hallaron pruebas de la comisión del canallesco acto.
Los acusados eran de nacionalidad libia. Y tampoco existía una normatividad legal o
de tratados internacionales que lo permitiese. Y no podemos olvidar un caso de
extradición por delito ultramoderno: el caso de delincuencia por fraude electrónico o
delito informático protagonizado por Nick Leeson, de 28 años de edad, quien con un
ordenador personal –PC, personal computer– y sin ningún tipo de control hizo perder,
desde Singapur, al Barings Bank fundado en el año 1672, alrededor de 1,700 millones
de libras esterlinas precipitándolo a la quiebra, por especular en provecho propio en el
mercado de valores de Tokio; fue extraditado de la RFA hacia Inglaterra en 1995. Fue
condenado en Singapur por fraude y estafa. No es, así, la extradición una institución
arcaica o desfasada. Por ahora no irá al museo con la rueca de hilar. Pero cuando
seamos una democracia globalizada con jueces libertarios la suprimiremos.
Modernamente existen intentos de reforma de la legislación extradicional dentro de la
Unión Europea, que aspiran a eliminarla en su sentido clásico y a sustituirla por un
procedimiento rápido y veloz de entrega de la persona reclamada. Los cimientos de
este proceso serian el mutuo reconocimiento, incondicional, sin previo examen,
automático, de las resoluciones judiciales dictadas en procedimientos penales, lo que
se justificaría en la confianza recíproca, sin reservas y aplicable casuísticamente en los
ordenamientos jurídicos penales.
Un Tratado más Ley de Extradición
Martes 11 de Junio del 2019
Recuerdo que la palabra extradición, afrancesado neologismo, aparece por primera vez
en la lengua diplomática en 1804 usado en un despacho del ministro ruso, príncipe
Czartorisky, al embajador en Berlin, Alopeus. Antes se empleó los términos deditio,
remissio e intercum. Hoy se define o podemos definirla como lo hace Jiménez de Asúa
en una delimitación de alcances muy rica, pero nos atrevemos a actualizar con las
frases subrayadas: “entrega que un Estado hace a otro (o a un organismo jurisdiccional
internacional o supranacional de Naciones Unidas) de un individuo, acusado o
condenado por un delito común, que se encuentra en su territorio, para que en este país
se le enjuicie penalmente o se ejecute la pena, realizada conforme a normas
preexistentes de validez interna o internacional. De allí fluyen las siguientes
notas: a) es una entrega de carácter internacional; b) entre Estados. Aunque
modernamente tenemos la Corte Penal Internacional, a la que se puede conducir para
su juzgamiento a responsables de genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de
guerra, conforme a los artículos 6°, 7° y 8° del Estatuto de Roma de la CPI aprobado
el 17 de julio de 1998 por la conferencia Diplomática de Plenipotenciarios de las
Naciones Unidas sobre el establecimiento de una corte penal internacional; c) el
individuo debe estar acusado o condenado; aunque más exactamente sería decir
procesado con orden de detención o condenado en su presencia; d) puede ser
solicitada para enjuiciarlo o para ejecutar la pena, que puede ser también una medida
de seguridad; e) la legitimación debe ser en virtud de normas preexistentes de validez
interna o externa; esto comporta el nullumcrimene nulla poena sine lege y de allí se
desprende que el delito puede haber sido tipificado por los ordenamientos nacionales
o por ius cogens internacional, tales como el genocidio. Recuérdese a este respecto
que el segundo ítem del artículo 15° del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos dice: “Nada de lo dispuesto en este artículo se opondrá al juicio ni a la
condena de una persona por actos y omisiones que, en el momento de cometerse
fueron delictivos según los principios generales del derecho reconocidos por la
comunidad internacional”. De manera más radical, la Convención para la Protección
de los Derechos humanos y Libertades Fundamentales (Roma, 1950) aplicable en
Europa, instrumento mellizo de nuestro Pacto de San José reiteradamente invocado y
mencionado en sus fallos por la Corte Interamericana.
Los jueces del juicio político
Martes 16 de Julio del 2019
Soy aprista y estoy reinscrito en el partido, desde hace más de sesenta años. Partiendo
de ese antecedente me ocuparé de un gravísimo error político que perpetré, cuando
colaboré con el aprismo disidente capitaneado por Luis de Puente Uceda. Me retracté
de ese error y volví al PAP sin ninguna sanción ni discriminación.
Era entonces un radical, un termocéfalo y eso me llevó a ver con simpatía la influencia
de Fidel Castro en las filas del Apra, lo que dio lugar a la formación del Apra Rebelde,
capitaneada desde la cárcel, donde estaba injustamente preso De la Puente, quien años
más tarde moriría asesinado por tropas militaristas enfrentadas a su utópica guerrilla.
Cuando se produjo la Revolución Cubana, su influencia llegó al Partido Aprista; yo fui
de los influenciados. Pero Haya de la Torre, con gran visión no claudicó ante esa
fuerza que aparecía como romántica. Pese a su advertencia moral, yo empecé a asistir
a las reuniones de lo que se autollamó Apra Rebelde, en su local situado en el Jr.
Áncash.
Todos los apristas que asistían a esas reuniones fueron expulsados del PAP. Yo no. Y
es que su fidelismo los había llevado, usurpando el nombre del Apra, a convocar a una
asamblea. Torpe e ingenuamente presidí su primera Asamblea. Pese a que se cantaba
la Marsellesa aprista al comenzar y cerrar las sesiones, los discursos de los miembros
eran más de un tono leninista o estalinista.
El movimiento se hipotecó paulatina pero vertiginosamente en doctrinas no apristas,
pese a que invocaban libros hayistas, como “El Antimperialismo y el Apra”. La
situación se me volvió intolerable y remití una carta declarando que me apartaba
definitivamente de esa organización. Lleno de nostalgia y pesadumbre por mis yerros,
me reacerqué a las filas del Apra. No tuve que hacer muchos alegatos para ser
readmitido.
El propio Haya me convocó a su despacho y me invitó a viajar a Huancayo. Allí fue
donde me dijo que me amnistiaba por mis yerros pero que esperará la decisión de la
Secretaría Nacional de Disciplina sobre mi estatus. Es decir que pese a mis vaivenes se
me consideraba un aprista. La prueba fehaciente se hallaba en que pese a mi conducta
y a mi sometimiento disciplinario, Víctor Raúl me llevó de viaje con él.
Disciplinariamente el caso fue resuelto y volví con todos los honores al partido del que
soy miembro hace lustros.
La única Constitución: 1979
Martes 30 de Julio del 2019