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A 25 años del "holocausto africano": cómo fue y

por qué se produjo el genocidio en Ruanda


Un atentado que derribó el avión en el que viajaba el presidente el 6 de abril de 1994
desató una ola de masacres que en apenas tres meses dejó más de un millón de
muertos. Los antecedentes de la matanza y la dificultosa recuperación del país

Por Darío Mizrahi
6 de abril de 2019
dmizrahi@infobae.com

Calaveras pertenecientes a víctimas del genocidio, exhibidas en el Memorial


Nyamata, ubicado en la ciudad de Kinazi (Fanny Schertzer)
Ruanda tenía 8 millones de habitantes a principios de la década del 90. El 89,9% eran
hutus y el 9,8% eran tutsis. El conflicto entre estos dos grupos étnicos llevaba ya varios
siglos de historia, aunque no siempre se había resuelto por medio de la violencia.

La colonización europea —primero alemana y luego belga— fue una primera escalada en
el enfrentamiento, que se agravó tras la independencia del país en 1962. La Guerra Civil
que comenzó en 1990 con la rebelión del Frente Patriótico Ruandés (FPR) contra el
régimen hutu de Juvénal Habyarimana fue el preludio del genocidio.

El 6 de abril de 1994, el avión oficial del dictador fue derribado por dos misiles
tierra aire cuando se disponía a aterrizar en el aeropuerto de la capital, Kigali.
Habyarimana, que venía de discutir en Tanzania un posible acuerdo de paz impulsado
por la ONU, murió en el atentado.

Nunca se logró determinar quién efectuó el ataque, pero las consecuencias fueron
devastadoras. Al día siguiente comenzó una masacre indiscriminada contra todos los
tutsis y contra los hutus moderados. En sólo tres meses, 1.2 millón de personas
fueron asesinadas, según las cifras del actual gobierno ruandés.

El genocidio y la guerra civil concluyeron el 4 de julio, con el triunfo del FPR, liderado por
Paul Kagame, que nunca más dejó el poder. Un cuarto de siglo después, Ruanda es un
país relativamente estable, que viene de un largo período de crecimiento
económico, pero todavía se esfuerza por digerir las secuelas de la mayor limpieza étnica
en la historia moderna de África.
Juvénal Habyarimana, dictador de Ruanda entre 1973 y 1994
Los orígenes del odio y de la violencia

Los primeros pobladores de lo que hoy es Ruanda pertenecían a la etnia Twa. Llegaron
en el siglo VI y, si bien continúan teniendo presencia, en la actualidad son un grupo muy
reducido. Los hutus arribaron en el siglo VII y los tutsis un poco más tarde, entre los
siglos VIII y IX.

Hacia fines del 1800, las divisiones entre estas dos comunidades no eran tan tajantes,
pero había una diferencia de estatus. Como los tutsis tenían ganado, algo muy
valorado en ese momento, empezaron a ser vistos como superiores. Lo curioso es
que si un hutu se hacía de ganado podía ser considerado tutsi, lo que evidencia que la
distinción era más social que racial, según cuenta la historiadora holandesa Maria van
Haperen.

Paul Kagame, líder del Frente Patriótico Ruandés y hombre fuerte de Ruanda
desde 1994

Los dos grupos estaban organizados en clanes y tenían sus propias autoridades, pero
había un poder bastante centralizado en la figura del mwami, un monarca que provenía
de los tutsis. Cuando las potencias europeas se repartieron el continente africano en la
Conferencia de Berlín (1884 — 1885), Ruanda quedó en manos del Imperio Alemán. El
canciller Otto von Bismarck eligió una colonización a distancia, y ejerció el dominio
apoyándose en los poderes preexistentes. En ese período se acentuó el sometimiento
de los hutus, que eran mayoría.

 Estaba en la casa de mi tío con cinco primos. Los Interahamwe


vinieron diciendo que iban a violar a las niñas. El tío Gashugi les
suplicó que no lo hicieran, pero lo mataron con un machete
El gran salto en la escalada de odio se dio a partir de 1919, tras la Primera Guerra
Mundial. Alemania fue despojada de sus colonias y Ruanda pasó a manos de
Bélgica. Las nuevas autoridades impusieron un régimen racista. Hutus y tutsis
pasaron a ser concebidos como especies diferentes, a partir de supuestos rasgos
físicos, y empezaron a ser identificados en sus documentos como pertenecientes a una u
otra etnia. Las diferencias llegaron a niveles nunca antes vistos.

Los belgas sólo les permitían estudiar y acceder a cargos públicos a los tutsis,
profundizando la degradación del grupo mayoritario. La muerte del mwami en 1959
gatilló un alzamiento hutu, que terminó con la primera matanza masiva de tutsis.
Los colonizadores restablecieron el orden, pero se dieron cuenta de que su presencia era
insostenible, así que habilitaron una convocatoria a elecciones. Ganó el Movimiento de
Emancipación Hutu.
En plena guerra civil, combatientes rebeldes cargan morteros y municiones en
un camión (Reuters)
De un momento a otro, el balance de poder dio un vuelco abrupto. Los hutus
desplazaron a los tutsis de los principales puestos de gobierno y cientos de miles
huyeron del país, temiendo represalias. En 1963, un año después de que Ruanda se
independizara, un intento fallido de derrocar al presidente Grégoire Kayibanda terminó en
una segunda ola de ataques contra los tutsis.

"Con la independencia, los hutus tomaron el control del gobierno y comenzaron las


masacres genocidas contra los tutsis, muchos de los cuales huyeron a Uganda y a
Burundi. Pero estos retuvieron el control militar en Burundi (país con la misma
composición étnica) y llevaron a cabo un genocidio en 1972 que mató a 200.000 hutus,
incluidos los líderes más educados", contó a Infobae Gregory H. Stanton, presidente del
Observatorio de Genocidios y profesor de la Escuela de Análisis y Resolución de
Conflictos de la Universidad George Mason.
Soldados del Frente Patriótico inspeccionan los restos del avión que trasladaba
a los presidentes de Ruanda y Burundi el 6 de abril de 1994 (Reuters)
Juvénal Habyarimana lideró un golpe militar en 1973 e inauguró una dictadura que
duraría 21 años. Lo distintivo es que reprodujo el régimen de segregación racial de los
belgas, pero invertido, con los hutus al mando. En 1976 prohibió los matrimonios mixtos.

Los tutsis que estaban radicados en Uganda se organizaron con la esperanza de regresar
a su país. En 1987 se fundó el Frente Patriótico Ruandés (FPR), liderado primero por
Fred Rwigyema y luego por Paul Kagame. En 1990 dieron el paso: decenas de miles
entraron sigilosamente a Ruanda, se unieron con los millones que ya estaban allí y así
comenzó la guerra civil. Hacia 1992 ocupaban buena parte de las provincias del norte.

Habyarimana, que estaba cada vez más presionado por sectores extremistas dentro de
su propio espacio político —identificados como "Poder Hutu"—, se radicalizó. Creó un
temible grupo paramilitar llamado Interahamwe y lanzó una política de
criminalización de todo lo que oliera a tutsi.
Combatientes del Frente Patriótico caminan el 16 de junio al lado del cuerpo de
una mujer asesinada días antes por hutus (AFP)

"El preámbulo del genocidio incluye décadas de odio étnico, que culminaron en


una campaña de propaganda masiva a principios de los años 90, perpetrada por
extremistas hutu. Los tutsis eran catalogados como una 'raza de señores arrogantes',
con imágenes viles que los mostraban como hambrientos de poder, engañosos y
obsesionados con la dominación total. En transmisiones de radio y en artículos
periodísticos llegaron incluso a difundir historias inventadas sobre planes de los tutsis
para exterminar a todos los hutus", dijo Daniel Rothbart, codirector del Programa de
Prevención de la Violencia Masiva de la Universidad George Mason, en diálogo
con Infobae.

La creciente tensión llamó la atención de la ONU, que decidió intervenir. En 1993 creó la
Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (Unamir, por sus siglas en
inglés) y forzó a ambas partes a alcanzar un acuerdo de paz. A regañadientes,
Habyarimana aceptó sentarse en una mesa de negociación con el FPR en Tanzania.
Los restos de unos 500 tutsis asesinados por milicias hutus en una iglesia el 17
de junio de 1994 (Reuters)

El matadero

El 6 de abril de 1994, Habyarimana regresaba de una nueva ronda de


conversaciones en Dar es Salaam. Junto a él estaban Cyprien Ntayamira, presidente
de Burundi, y otros altos mandos del gobierno. El encuentro en la capital tanzana no
había sido uno más: el dictador había aceptado implementar los Acuerdos de Arusha, que
iban a poner fin a la guerra civil.

A las 08.20 pm, el Dassault Falcon 50 dio una vuelta al aeropuerto de Kigali, esperando
autorización para aterrizar. Cuando comenzaba el descenso, un misil tierra aire le
voló un ala. Segundos más tarde, otro proyectil le destruyó la cola. El avión se
prendió fuego y se estrelló. Los 12 ocupantes murieron.
Una niña refugiada contempla una fosa común donde fueron enterrados
decenas de cuerpos el 20 de julio de 1994 (Reuters)

Nadie se atribuyó la autoría del atentado. Las sospechas estuvieron repartidas entre
el FPR y los hutus radicalizados. Ambos podían tener razones para oponerse a la paz,
pero Stanton apuntó contra los últimos. "Akazu, un grupo que defendía el Poder Hutu,
decidió detener la aplicación de los acuerdos de Arusha. Planearon un genocidio y lo
iniciaron derribando el avión del presidente Habyarimana", afirmó.

Ante el deceso del dictador, le correspondía asumir la jefatura de Estado a Agathe


Uwilingiyimana, primera ministra desde el año anterior. Lo hizo, pero sólo duró unas
horas en el cargo. En la madrugada del 7 de abril, el coronel Théoneste Bagosora, un
halcón del supremacismo hutu y referente del Interahamwe, ordenó el asesinato de
Uwilingiyimana.

Bagosora desplegó luego tropas del Ejército por toda la capital y bloqueó los accesos.
Nadie podía salir ni entrar. Entonces comenzó la carnicería. Soldados, paramilitares y
civiles armados empezaron a recorrer las calles de Kigali en busca de tutsis y de
hutus moderados. A cada uno que veían lo asesinaban.

Las radios difundían los nombres y las direcciones de los blancos e incentivaban a los
ciudadanos a ir a matarlos. Días más tarde, la ciudad se volvió intransitable por el
olor nauseabundo que emanaba de los cuerpos apilados.

Lo mismo sucedió en el interior del país en las semanas siguientes. Autoridades


municipales coordinaron los ataques con policías, militares y la Interahamwe. Pero todo
fue más sangriento, porque en vez de fusiles y pistolas, los genocidas usaban
machetes y palos de madera cubiertos con clavos. Iban casa por casa con la
intención de que no saliera nadie con vida.

Un soldado del Frente Patriótico Ruandés examina un palo cubierto de clavos,


una de las armas utilizadas por los genocidas en las zonas rurales (Reuters)

"Estaba en lo de mi tío con cinco primos. Los Interahamwe vinieron diciendo que iban


a violar a las niñas. El tío Gashugi les suplicó que no lo hicieran, pero lo mataron
con un machete. Salí corriendo por la puerta de atrás. Todas las otras chicas fueron
asesinadas. Soy la única de la familia que sobrevivió. A veces me escondía en los
desagües con los cadáveres, fingiendo estar muerta yo misma", contó Béatha
Uwazaninka, una sobreviviente citada por Van Haperen en el libro El Holocausto y otros
genocidios: una introducción (Amsterdam University Press, 2012).

El 75% de la población tutsi de Ruanda fue exterminada entre abril y junio de 1994.
El estado ruandés estima que 1.2 millón de personas fueron asesinadas, en un cálculo
que incluye a los cientos de miles que murieron en los campos de refugiados en Congo, a
donde habían ido creyendo que allí podían estar a salvo.

Miles de refugiados cruzan la frontera hacia Tanzania el 30 de mayo de 1994


(Reuters)

"A nivel macro, encontré tres grandes impulsores del genocidio en mis investigaciones.
Primero, que tuvo lugar durante una guerra civil por el control del Estado. Segundo, la
presencia de una narrativa ideológica que sostenía que, por ser mayoría, los hutus
debían gobernar Ruanda. Tercero, un Estado poderoso que tenía la capacidad de
movilizar personas en todo el país. A nivel micro, los impulsores más importantes fueron
las formas de presión intragrupales, porque hubo una gran movilización cara a cara; el
miedo en el contexto de la guerra, la inseguridad y los magnicidios; y el oportunismo de
aprovechar el período de violencia para acumular poder y recursos", explicó Scott Straus,
profesor de ciencia política y estudios internacionales en la Universidad de Wisconsin,
Madison, consultado por Infobae.

Soldados congoleños inspeccionan armas confiscadas en la frontera a tropas del


régimen ruandés, tras la caída de Kigali, en julio de 1994 (Reuters)

Ruanda después del horror

El FPR se movió ni bien comenzó la masacre. Kagame dio por terminados los


diálogos de paz y lideró una serie de ataques selectivos. De a poco, fue capturando
ciudades de distinta envergadura, y se fue acercando a Kigali. A su paso, sumaba cada
vez más reclutas entre los sobrevivientes, que encontraban en el FPR el único refugio de
una muerte segura. En ese período, también se produjeron matanzas indiscriminadas de
tutsis contra hutus.

Antes de asaltar la capital, Kagame se aseguró de tenerla rodeada y de cortarle los


suministros. Fue un verdadero asedio. De otra manera, no habría podido derrotar a un
Ejército que estaba mucho mejor equipado. Roméo Antonius Dallaire, entonces
comandante de la Unamir, lo definió como un "maestro de la guerra psicológica".

Miles de personas que trataron de refugiarse en esta iglesia ubicada en el


interior profundo de Ruanda terminaron siendo masacradas. Sus restos
quedaron esparcidos por todo el lugar (Scott Chacon)

La caída de Kigali se consumó el 4 de julio de 1994. Ese lunes terminaron el


genocidio y la guerra civil. Hoy es celebrado como el Día de la Liberación. A fin de año,
todo el territorio nacional ya estaba en manos del FPR.

"Francia intervino en julio de 1994 y permitió que muchos genocidas escaparan a través
de la zona de Operación Turquesa, en el oeste de Ruanda —dijo Stanton—. Sin
embargo, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda fue autorizado por el Consejo
de Seguridad de la ONU en noviembre de 1994 y los principales líderes fueron
capturados en los muchos países a los que habían huido. Los condenados fueron 62″.

 Fui de casa en casa, como un animal atormentado. A veces me


escondía en los desagües con los cadáveres, fingiendo estar muerta
yo misma
Kagame, que tomó las riendas del gobierno en ese momento y no las soltó hasta la
actualidad, prefirió estar formalmente en un segundo plano al principio. Impulsó como
presidente a Pasteur Bizimungu, un hutu que había sido funcionario de
Habyarimana pero que luego se había sumado a su movimiento, y él asumió la
vicepresidencia. De todos modos, como comandante en jefe del Ejército, todas las
decisiones sensibles pasaban por él.

"Además del encarcelamiento de decenas de miles de hutus por su participación en el


genocidio, el Gobierno implementó una campaña nacional diseñada para fomentar la
reconciliación. Incluía programas educativos que enseñaban la versión gubernamental
sobre el genocidio, que mostraba a todos los hutus como perpetradores o simpatizantes
de los extremistas durante la masacre, y a todas las víctimas como tutsis. Pero lo cierto
es que un pequeño número de hutus intentó rescatar a los tutsis, y muchas
víctimas fueron hutus. También se promulgaron leyes que prohíben el uso público de
los términos hutu y tutsi. El razonamiento de los funcionarios es que, simplemente, ya no
existen. Sin embargo, en las conversaciones privadas se usan estos términos y sigue
habiendo importantes tensiones étnicas hasta el día de hoy", sostuvo Rothbart.
Fotos de algunas de las víctimas, exhibidas en el Memorial del Genocidio, en
Kigali (Jenny Paul)

Una crisis interna eyectó a Bizimungu del gobierno en marzo de 2000. Kagame asumió
la presidencia de forma interina hasta 2003, cuando fue elegido por amplia mayoría
en elecciones muy cuestionadas. Tendría que haber dejado el cargo en 2015, ya que
no estaba autorizado a una tercera reelección, pero el 18 de diciembre consiguió el apoyo
del 98% de los votantes para hacer una reforma que le permitirá seguir gobernando hasta
2024. Como en muchos países de la región, la democracia en Ruanda es una ficción.

No hay partidos políticos opositores ni periodistas independientes, porque los


pocos que había fueron encarcelados o murieron misteriosamente. Pero el país está
hoy lejos de los niveles de violencia de hace 25 años.
Huesos de víctimas del genocidio encontrados en una fosa común descubierta
en abril de 2018 (AFP)

La economía está bastante ordenada. En 1994 sufrió una caída 41,9% del PIB, pero
desde entonces crece sostenidamente, con condiciones razonables para los
inversores. La última década promedia un alza de 7,8% anual.

En 2018 inició una intensa campaña para atraer turistas, que incluyó un acuerdo con el


Arsenal, uno de los principales equipos de fútbol de la Premier League inglesa. En la
manga izquierda de la camiseta hay una leyenda que dice "Visit Rwanda" ("Visita
Ruanda").
La camiseta del Arsenal, con el logo “Visita Ruanda”

"El modelo que prevaleció después del genocidio fue el ejercicio de un fuerte control
político en un entorno autoritario, junto con grandes esfuerzos para desarrollar y
rediseñar a la sociedad —dijo Straus—. También hubo una política agresiva de justicia, a
través de la celebración de tribunales comunitarios, llamados gacaca. Se adjudicaron más
de un millón de casos de esta manera. El país ha tenido un muy buen desempeño en
indicadores como salud, seguridad, facilidad para hacer negocios y crecimiento, entre
otros. Pero ese desarrollo ha ido de la mano de represión y de un fuerte control
sobre el espacio político. La gran pregunta es cuánto puede durar este modelo".

Más allá de los avances, Ruanda sigue siendo un país extremadamente pobre, con
enormes dificultades. Tiene un PIB per cápita de apenas 847 dólares y un Índice de
Desarrollo Humano bajo, de 0,524, que lo deja en el puesto 158 a nivel mundial. Y si bien
el genocidio quedó en el pasado, los conflictos étnicos continúan latentes, y cualquier
crisis económica o política podría servir como disparador para un nuevo estallido de
violencia.

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