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Por Darío Mizrahi
6 de abril de 2019
dmizrahi@infobae.com
La colonización europea —primero alemana y luego belga— fue una primera escalada en
el enfrentamiento, que se agravó tras la independencia del país en 1962. La Guerra Civil
que comenzó en 1990 con la rebelión del Frente Patriótico Ruandés (FPR) contra el
régimen hutu de Juvénal Habyarimana fue el preludio del genocidio.
El 6 de abril de 1994, el avión oficial del dictador fue derribado por dos misiles
tierra aire cuando se disponía a aterrizar en el aeropuerto de la capital, Kigali.
Habyarimana, que venía de discutir en Tanzania un posible acuerdo de paz impulsado
por la ONU, murió en el atentado.
Nunca se logró determinar quién efectuó el ataque, pero las consecuencias fueron
devastadoras. Al día siguiente comenzó una masacre indiscriminada contra todos los
tutsis y contra los hutus moderados. En sólo tres meses, 1.2 millón de personas
fueron asesinadas, según las cifras del actual gobierno ruandés.
El genocidio y la guerra civil concluyeron el 4 de julio, con el triunfo del FPR, liderado por
Paul Kagame, que nunca más dejó el poder. Un cuarto de siglo después, Ruanda es un
país relativamente estable, que viene de un largo período de crecimiento
económico, pero todavía se esfuerza por digerir las secuelas de la mayor limpieza étnica
en la historia moderna de África.
Juvénal Habyarimana, dictador de Ruanda entre 1973 y 1994
Los orígenes del odio y de la violencia
Los primeros pobladores de lo que hoy es Ruanda pertenecían a la etnia Twa. Llegaron
en el siglo VI y, si bien continúan teniendo presencia, en la actualidad son un grupo muy
reducido. Los hutus arribaron en el siglo VII y los tutsis un poco más tarde, entre los
siglos VIII y IX.
Hacia fines del 1800, las divisiones entre estas dos comunidades no eran tan tajantes,
pero había una diferencia de estatus. Como los tutsis tenían ganado, algo muy
valorado en ese momento, empezaron a ser vistos como superiores. Lo curioso es
que si un hutu se hacía de ganado podía ser considerado tutsi, lo que evidencia que la
distinción era más social que racial, según cuenta la historiadora holandesa Maria van
Haperen.
Paul Kagame, líder del Frente Patriótico Ruandés y hombre fuerte de Ruanda
desde 1994
Los dos grupos estaban organizados en clanes y tenían sus propias autoridades, pero
había un poder bastante centralizado en la figura del mwami, un monarca que provenía
de los tutsis. Cuando las potencias europeas se repartieron el continente africano en la
Conferencia de Berlín (1884 — 1885), Ruanda quedó en manos del Imperio Alemán. El
canciller Otto von Bismarck eligió una colonización a distancia, y ejerció el dominio
apoyándose en los poderes preexistentes. En ese período se acentuó el sometimiento
de los hutus, que eran mayoría.
Los belgas sólo les permitían estudiar y acceder a cargos públicos a los tutsis,
profundizando la degradación del grupo mayoritario. La muerte del mwami en 1959
gatilló un alzamiento hutu, que terminó con la primera matanza masiva de tutsis.
Los colonizadores restablecieron el orden, pero se dieron cuenta de que su presencia era
insostenible, así que habilitaron una convocatoria a elecciones. Ganó el Movimiento de
Emancipación Hutu.
En plena guerra civil, combatientes rebeldes cargan morteros y municiones en
un camión (Reuters)
De un momento a otro, el balance de poder dio un vuelco abrupto. Los hutus
desplazaron a los tutsis de los principales puestos de gobierno y cientos de miles
huyeron del país, temiendo represalias. En 1963, un año después de que Ruanda se
independizara, un intento fallido de derrocar al presidente Grégoire Kayibanda terminó en
una segunda ola de ataques contra los tutsis.
Los tutsis que estaban radicados en Uganda se organizaron con la esperanza de regresar
a su país. En 1987 se fundó el Frente Patriótico Ruandés (FPR), liderado primero por
Fred Rwigyema y luego por Paul Kagame. En 1990 dieron el paso: decenas de miles
entraron sigilosamente a Ruanda, se unieron con los millones que ya estaban allí y así
comenzó la guerra civil. Hacia 1992 ocupaban buena parte de las provincias del norte.
Habyarimana, que estaba cada vez más presionado por sectores extremistas dentro de
su propio espacio político —identificados como "Poder Hutu"—, se radicalizó. Creó un
temible grupo paramilitar llamado Interahamwe y lanzó una política de
criminalización de todo lo que oliera a tutsi.
Combatientes del Frente Patriótico caminan el 16 de junio al lado del cuerpo de
una mujer asesinada días antes por hutus (AFP)
La creciente tensión llamó la atención de la ONU, que decidió intervenir. En 1993 creó la
Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (Unamir, por sus siglas en
inglés) y forzó a ambas partes a alcanzar un acuerdo de paz. A regañadientes,
Habyarimana aceptó sentarse en una mesa de negociación con el FPR en Tanzania.
Los restos de unos 500 tutsis asesinados por milicias hutus en una iglesia el 17
de junio de 1994 (Reuters)
El matadero
A las 08.20 pm, el Dassault Falcon 50 dio una vuelta al aeropuerto de Kigali, esperando
autorización para aterrizar. Cuando comenzaba el descenso, un misil tierra aire le
voló un ala. Segundos más tarde, otro proyectil le destruyó la cola. El avión se
prendió fuego y se estrelló. Los 12 ocupantes murieron.
Una niña refugiada contempla una fosa común donde fueron enterrados
decenas de cuerpos el 20 de julio de 1994 (Reuters)
Nadie se atribuyó la autoría del atentado. Las sospechas estuvieron repartidas entre
el FPR y los hutus radicalizados. Ambos podían tener razones para oponerse a la paz,
pero Stanton apuntó contra los últimos. "Akazu, un grupo que defendía el Poder Hutu,
decidió detener la aplicación de los acuerdos de Arusha. Planearon un genocidio y lo
iniciaron derribando el avión del presidente Habyarimana", afirmó.
Bagosora desplegó luego tropas del Ejército por toda la capital y bloqueó los accesos.
Nadie podía salir ni entrar. Entonces comenzó la carnicería. Soldados, paramilitares y
civiles armados empezaron a recorrer las calles de Kigali en busca de tutsis y de
hutus moderados. A cada uno que veían lo asesinaban.
Las radios difundían los nombres y las direcciones de los blancos e incentivaban a los
ciudadanos a ir a matarlos. Días más tarde, la ciudad se volvió intransitable por el
olor nauseabundo que emanaba de los cuerpos apilados.
El 75% de la población tutsi de Ruanda fue exterminada entre abril y junio de 1994.
El estado ruandés estima que 1.2 millón de personas fueron asesinadas, en un cálculo
que incluye a los cientos de miles que murieron en los campos de refugiados en Congo, a
donde habían ido creyendo que allí podían estar a salvo.
"A nivel macro, encontré tres grandes impulsores del genocidio en mis investigaciones.
Primero, que tuvo lugar durante una guerra civil por el control del Estado. Segundo, la
presencia de una narrativa ideológica que sostenía que, por ser mayoría, los hutus
debían gobernar Ruanda. Tercero, un Estado poderoso que tenía la capacidad de
movilizar personas en todo el país. A nivel micro, los impulsores más importantes fueron
las formas de presión intragrupales, porque hubo una gran movilización cara a cara; el
miedo en el contexto de la guerra, la inseguridad y los magnicidios; y el oportunismo de
aprovechar el período de violencia para acumular poder y recursos", explicó Scott Straus,
profesor de ciencia política y estudios internacionales en la Universidad de Wisconsin,
Madison, consultado por Infobae.
"Francia intervino en julio de 1994 y permitió que muchos genocidas escaparan a través
de la zona de Operación Turquesa, en el oeste de Ruanda —dijo Stanton—. Sin
embargo, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda fue autorizado por el Consejo
de Seguridad de la ONU en noviembre de 1994 y los principales líderes fueron
capturados en los muchos países a los que habían huido. Los condenados fueron 62″.
Una crisis interna eyectó a Bizimungu del gobierno en marzo de 2000. Kagame asumió
la presidencia de forma interina hasta 2003, cuando fue elegido por amplia mayoría
en elecciones muy cuestionadas. Tendría que haber dejado el cargo en 2015, ya que
no estaba autorizado a una tercera reelección, pero el 18 de diciembre consiguió el apoyo
del 98% de los votantes para hacer una reforma que le permitirá seguir gobernando hasta
2024. Como en muchos países de la región, la democracia en Ruanda es una ficción.
La economía está bastante ordenada. En 1994 sufrió una caída 41,9% del PIB, pero
desde entonces crece sostenidamente, con condiciones razonables para los
inversores. La última década promedia un alza de 7,8% anual.
"El modelo que prevaleció después del genocidio fue el ejercicio de un fuerte control
político en un entorno autoritario, junto con grandes esfuerzos para desarrollar y
rediseñar a la sociedad —dijo Straus—. También hubo una política agresiva de justicia, a
través de la celebración de tribunales comunitarios, llamados gacaca. Se adjudicaron más
de un millón de casos de esta manera. El país ha tenido un muy buen desempeño en
indicadores como salud, seguridad, facilidad para hacer negocios y crecimiento, entre
otros. Pero ese desarrollo ha ido de la mano de represión y de un fuerte control
sobre el espacio político. La gran pregunta es cuánto puede durar este modelo".
Más allá de los avances, Ruanda sigue siendo un país extremadamente pobre, con
enormes dificultades. Tiene un PIB per cápita de apenas 847 dólares y un Índice de
Desarrollo Humano bajo, de 0,524, que lo deja en el puesto 158 a nivel mundial. Y si bien
el genocidio quedó en el pasado, los conflictos étnicos continúan latentes, y cualquier
crisis económica o política podría servir como disparador para un nuevo estallido de
violencia.
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