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Por Víctor Maldonado
27 de mayo de 2018
No son únicamente las guerras y las catástrofes las que son capaces de destruir un país.
También lo pueden hacer las malas decisiones de sus ciudadanos y de los convocados a
dirigirlos. Es, en ese sentido, una responsabilidad compartida alrededor de una misma
disposición al saqueo. No puede denominarse de otra manera la adhesión
fundamentalista al populismo y la concomitante sumisión al caudillo.
1. Apóyese en los mitos que afirman el fracaso de los latinoamericanos. Insista en las
tesis de las décadas perdidas y de la traición contumaz a la gesta de los libertadores.
Dude sistemáticamente de las instituciones y explote la insatisfacción con lo que hemos
llegado a ser como países. Mantenga el desacuerdo generalizado sobre el futuro, acuse
al "sistema" de negar cualquier posibilidad de mejora, tenga su lista de ladrones y
corruptos, desmadre la política y declare enemigo a cualquiera que se oponga al cambio
que merecen los pueblos. Insista en que solamente un hombre fuerte es capaz de
recomponer la situación. Recuerde siempre que un pueblo que se sienta frustrado
siempre buscará quien lo saque de su fiasco. Y lo hará ciegamente.
3. Transfórmese en el líder que necesitan las masas. Construya para sí mismo una épica
"gloriosa". Conspire, intente dar un golpe de estado, si es posible pase una temporada en
la cárcel, visite a Cuba, hágale un altar al Che, adopte los "trajes Mao " y guerreras
militares como uniformes, mantenga un programa de televisión que se llame "aló
presidente", ordene cadenas de radio y televisión todos los días para cualquier cosa,
hágase el imprescindible, centralícelo todo, y organice constantemente puestas en
escena con el pueblo como telón de fondo. Cómprese tres o cuatro intelectuales de
izquierda que lo deifiquen y escriban tesis sobre "el amanecer de los pueblos" gracias a
su constante preocupación por la suerte de los oprimidos. Hágase reconocer por la lista
de los "abajo firmantes" como el ciudadano esclarecido que necesita el país para
restaurar la república. Cante, baile y vístase como los más desposeídos. Insista en su
origen popular. Muestre orgullo por su carencia de estudios y su superficialidad
intelectual. Búsquese rápidamente un enemigo externo, trate de mover las emociones del
populacho e intente, incluso, hacer de sí mismo una nueva religión donde usted es el
santón. Nunca olvide que la crueldad es un atributo exclusivo de los dioses de la política,
y usted es uno de ellos.
6. Asuma que la productividad es enemiga del pueblo y una trampa del capitalismo. No se
trata de ser competitivo sino de ordeñar las ubres hasta que queden secas. Por eso
mismo regule precios, limite los costos, aumente sistemáticamente el salario mínimo, eso
sí, sin consultar a nadie, mucho menos a los patronos privados. No permita la libre
importación y establezca aranceles altos para todos los bienes importados. Suba los
impuestos y organice un sistema de tasas y contribuciones parafiscales para "ayudar al
deporte", "mejorar la tecnología", "combatir las drogas", "desarrollar las
telecomunicaciones", "financiar las universidades", y cuanto se le ocurra patrocinar desde
el sector público, pero usando los ingresos privados. Denuncie el egoísmo como un vicio
de los capitalistas y enarbole la justicia social como excusa para acabar con todo lo que
parezca eficiente. Como usted es el patrono de todos los empleados públicos, olvídese
de la disciplina fiscal y de las restricciones presupuestarias. Gaste, gaste, gaste, sin
tomar en cuenta si antes ha producido los recursos. Imprima dinero -para eso está el
Banco Central y la Casa de la Moneda- y reparta bonos a todos sus trabajadores.
Otorgue pensiones de jubilación a todos los que se lo pidan, y no intente ninguna relación
entre los que aportan y los que reciben ese beneficio. Si se trata de construir casas,
contrate las opciones más caras, aunque sean las más malas, porque primero está "la
solidaridad entre los pueblos". Eso sí, tenga cuidado de otorgar las viviendas, pero
reservarse la propiedad. Allí está el truco, que todos mantengan esa dependencia que
transforma a los hombres libres en siervos sumisos.
7. Todos siervos del gran hermano llamado régimen. Destruya el mercado, acabe con la
capacidad adquisitiva de los salarios, aniquile las empresas, devaste los empleos, asole a
los empresarios, extinga el emprendimiento y cuando no haya ni oferta ni demanda
organice un sistema de racionamiento de los beneficios a través del carnet de la patria
-un sucedáneo del documento de identidad-. Entregue sin regularidad temporal una bolsa
de comida, que solo sirva para sobrevivir, aunque se pierda peso. Olvídese de diferenciar
entre familias con niños y familias con ancianos. Todos tienen que acostumbrarse a
comer poco de lo mismo. La leche maternizada, los pañales, las proteínas, las toallas
sanitarias o las pastillas anticonceptivas son todas ellas "instrumentos de dominación
capitalista" y herramientas para la dependencia. Recuerde siempre que "ser rico es malo"
y tener muchas cosas impide que los demás obtengan algo. De esta forma tendrá a
buena parte de la población domesticada y ansiosa, esperando la próxima bolsa que
conseguirá haciendo la siguiente fila.
9. Haga todo lo posible para que las clases medias abandonen el país. Estimule la
desbandada. Dé razones para que la gente pierda la esperanza. Fracture a las familias.
Haga de las partidas una épica personal. Provoque a los que se vayan una sensación de
triunfo y a los que se quedan sentimientos de derrota y de fracaso. Destruya el servicio
consular y ponga payasos impresentables en las embajadas. Se trata de dejarlos al
garete -a los que se van-, apátridas que no pueden votar, ni registrar a sus hijos, ni
procesar documentos. No limpie el registro electoral para que esos ausentes hagan bulto
y sean objeto de las trampas a favor del régimen. Ahórrese recursos que ellos
demandarían en comida y servicios públicos. Mándele ese problema al resto de los
países, oblíguelos a negociar con usted "porque si no lo haces te mando un gentío,
recuerda a los marielitos". El objetivo es la menor población posible.
10. Compre colaboración y financie el elenco que finge ser oposición. No hay nada más
barato que un encuestador fraudulento para generar la necesaria confusión cada vez que
se simulen elecciones libres. La cuenta no se incrementa demasiado con un puñado de
intelectuales orgánicos que prestan servicio mercenario, y que dejan colar algún mensaje
convenientemente desmoralizador. Los empresarios también suelen ser útiles. Me refiero
a aquellos que están dispuestos a todo con tal de lograr un contrato, un privilegio, una
protección, o simplemente algo de relevancia. Pero donde está el verdadero negocio es
en la cooptación de políticos que estén dispuestos a desempeñar "el valioso papel" de ser
la contraparte de todas y cada una de las jugadas del régimen, tanto si convoca a mesas
de diálogo y negociación como si es necesario montar un fraude electoral. Esos
"políticos" siempre estarán allí para argumentar a favor, usar los mismos alegatos de la
tiranía, lubricar la percepción de la realidad, y hacerle más fácil la vida al régimen. Ellos
compendian la traición de las élites ilustradas de los países. Ellos siempre son "la
izquierda exquisita" que se lucra de la desdicha de sus connacionales. Al resto
censúrelos, cierre los medios de comunicación, obstaculice su funcionamiento, oblíguelos
a la quiebra, y cuando estén desesperados, cómprelos. Nada más barato que el silencio.
Al final del manual hay una frase garabateada por el autor original: "No puedes hacer una
revolución con guantes de seda". Ella lo dice todo.