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Juntos pero no

revueltos
La asociatividad y el comercio justo como posible medida para
disminuir los problemas de la diversidad productiva agropecuaria
en el Perú. Caso Iniciativa Papas Andinas.

Pamela Castillo Otoya - 20075030


12/3/2010
"Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y
comprometidos pueden cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que
lo han logrado." – Margaret Mead

En el contexto actual, la globalización ha traído muchos desafíos para la


participación en el mercado mundial. En países como el Perú que no cuentan con
industrias desarrolladas y competitivamente fuertes, sino que al contrario, dependen de
las industrias extranjeras para activar su economía nacional, en necesario buscar
alternativas dentro del sistema que le permitan salir de la condición de pobreza y
dependencia a sus poblaciones de productores. A continuación se presentará el caso
de la Iniciativa de Papas Andinas, como ejemplo de la controversia que causan
productos con alta diversidad en distintos aspectos para insertarse en el mercado.
Asimismo, se analizará este caso desde los ejes de comercio justo y asociatividad,
para probar que siguiendo estas propuestas, podría surgir una posible solución a los
problemas comerciales que países como el nuestro enfrentan.

El presente ensayo utiliza tres términos que es necesario definir para su cabal
comprensión. El primero de ellos es el de pequeños agricultores, que según Fernando
Eguren, Presidente en el año 2009 del Centro de Estudios Peruanos (CEPES) se
refiere a una vasta cantidad de agricultores que se diferencian por estar insertos en el
mercado con cultivos comerciales, por ser monoproductores que suelen exportar sus
producciones y por usar sus producciones tanto como para comercializar como para la
autosubsistencia.

Por otro lado, la asociatividad es definida por varias fuentes como un mecanismo
para que las poblaciones productoras más vulnerables enfrenten los desafíos que la
globalización trae consigo. En el caso peruano, existen seis tipos de formas jurídicas de
asociatividad contempladas en la normatividad vigente, éstas son las Cooperativas
Agrarias o Agrícolas, las Cooperativas de Trabajadores, las Cooperativas de Usuarios,

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las Sociedades Agrícolas de Interés Social, las Asociaciones y las Sociedades
Anónimas (Pérez, Camacho y Equipo APOMIPE 2010), de las cuales, las Asociaciones
son las más comunes entre los agricultores peruanos.

Además de las formas señaladas, existen las denominadas EMAR, Empresas


Asociativas Rurales, que proponen el desarrollo socio-empresarial fortaleciendo las
bases socio-organizacionales y las formas empresariales. Ello implica acompañar a las
organizaciones empresariales en sus procesos tanto internos como externos, para
favorecer sus oportunidades de incidencia en su entorno con el fin de dirigir su propio
cambio social y crecimiento económico sostenible (EMPRENDER 2006).

Las ventajas que la asociatividad trae a los pequeños agricultores son que, al
ser medidas estratégicas colectivas, se pueden obtener beneficios individuales
mediante acciones conjuntas, disminuyendo los costos y cargas laborales (OTOYA
2010). Asimismo, para insertarse en el mercado, se les facilitará el proceso al cumplir
con los requisitos por pertenecer a una forma asociativa reconocida legalmente. Por
último, esta condición también los favorece al buscar relacionarse con los demás
actores pertenecientes a las cadenas productivas, es decir, comerciantes, clientes,
financieras, etc.

Por lo tanto, en este trabajo se utilizará el término asociatividad para referirse a


cualquier tipo de forma asociativa en la que pequeños agricultores se unen para lograr
un objetivo mercantil en común, percibiendo las ventajas de negociar como una forma
legalmente reconocida que se basa en la confianza entre sus integrantes.

Otro término que es necesario definir es el de comercio justo. Según la serie


Economía Solidaria titulada “Comercio Justo - propuestas para intercambios
comerciales solidarios al servicio de un desarrollo sostenible”, el término comercio justo
se define como “un conjunto de prácticas socioeconómicas que representan
alternativas al comercio internacional convencional…y que permiten desarrollar nuevas
formas de intercambio y solidaridad en distintas escalas, que contribuyen a un
desarrollo sostenible y justo de los territorios y sus habitantes”. Estas prácticas
establecen relaciones a través de cadenas productivas entre productores,

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consumidores, organizaciones de certificación e importadores, las cuales se basan en
un interés compartido con equidad, colaboración y confianza. Por otro lado, los
objetivos del comercio justo son obtener condiciones más justas para los productores
marginados y, con el apoyo de los consumidores, revolucionar las prácticas y reglas del
comercio internacional (Johnson 2003).

Una definición parecida es la que la FLO presenta: el comercio justo como una
alternativa frente “al comercio convencional y se basa en la cooperación entre
productores y consumidores”. El objetivo es ofrecer condiciones comerciales más
justas y beneficiosas para los productores. Por otro lado, el comercio justo es para los
consumidores una forma de combatir la pobreza desde sus compras diarias (FLO
2010).

Una tercera definición es la que maneja la Red Peruana de Comercio Justo y


Consumo Ético, en tanto definen el comercio justo como un proceso que reconoce el
trabajo y las expectativas de los productores y consumidores, dentro de una
perspectiva de desarrollo humano que tiene presente el respeto al medio ambiente, la
mejora de la calidad de vida y la vigencia de los derechos humanos (GRESP 2009).

Sintetizando las tres definiciones, la noción que se manejará en este trabajo es


la del comercio justo como una alternativa al comercio internacional convencional, que
a través del reconocimiento de todos los actores implicados en la producción y
comercialización de productos o servicios, se integran en un objetivo en común:
conseguir condiciones justas para los más vulnerables. Asimismo, el proceso se
administra dialógicamente y con transparencia en la información, teniendo en cuenta
condiciones sociales y el respeto por el medio ambiente.

Para situar el contexto del caso a analizar, es necesario conocer, a rasgos


generales, la situación agropecuaria en el país. Su característica principal es la de
agricultores con monocultivos que trabajan sus terrenos y comercializan sus productos
de manera individual. Asimismo, la heterogeneidad entre ellos se ve incrementada por
los distintos niveles educativos, las diferencias tecnológicas y económicas y los
diversos tamaños de terrenos que poseen (Arce, Castillo, Chang – Say, Escudero y

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Soto 2010). Según el último censo agropecuario realizado en el país, “el 92% de
unidades agropecuarias tenía menos de 20 hectáreas y el 72% de agricultores
manejaba unidades menores a 5 ha. (Alvarado 2009)

En ese contexto, la asociatividad le brinda a los pequeños agricultores la


oportunidad de desarrollar capacidades y competencias distintivas que les permitan
competir en el mercado global, ya que su premisa es exigir innovación y
emprendimiento haciendo uso de las ventajas que posean tanto propias como
generadas por sus externalidades, como su ubicación geográfica en torno a un objetivo
común.

El principal problema identificado en las asociaciones de pequeña agricultura


peruana es la falta de confianza en todos los niveles, debido al temor al oportunismo,
malas experiencias previas y poca transparencia en las diversas gestiones que tienen
que realizar (Villarán 1998:160 y Chacaltana 2001: 53). A este se le suman dificultades
generadas por los costos de las transacciones, de acceso a información y el
desconocimiento de los beneficios de una asociación (Arce 2006, Otoya 2009).

Asimismo, la influencia de factores intrínsecos y extrínsecos determina la


consolidación de las asociaciones. Entre los primeros se ubica la presencia de redes de
participación ciudadana en los espacios locales, mientras que en los segundos debe
haber coordinación interinstitucional, ausencia de asistencialismo y promoción de la
asociatividad desde distintas instancias de gobierno e instituciones privadas (Artieda
2010:6). Sin embargo, en el Perú se cuenta con un Estado principalmente clientelista,
el cual perpetúa la condición de dependencia de las poblaciones más vulnerables, es
decir, no promueve el desarrollo de capital social que luego pueda utilizarse para el
desarrollo económico y social del país.

En el caso del sector privado empresarial, el problema generalizado a nivel del


funcionamiento del mercado es que una pequeña cúpula de empresas transnacionales
domina la mayor parte de los sectores del mercado, especialmente los más rentables,
en todas las instancias del ciclo de producción de bienes o servicios.

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La forma de participar de estas transnacionales en el mercado trae consigo
consecuencias sociales y medioambientales desventajosas para muchos otros actores
de la sociedad. Por ejemplo, el plátano es un producto que se cultiva en América del
Sur, y el 90% de las exportaciones van para América del Norte y Europa, volviendo
muy dependientes a los primeros de los segundos. Asimismo, el mercado del plátano lo
dominan en un 85% tres multinacionales estadounidenses, las cuales evidencian
condiciones de trabajo y de vida inaceptables para sus proveedores (agricultores), la
desaparición de formas de agremiación y el deterioro del ambiente, debido a la gran
cantidad de insumos químicos utilizados y métodos de producción intensiva. Esta y
otras razones han generado la dependencia de los países del Sur de los países del
Norte, deviniendo en que los primeros se especialicen en productos de exportación,
perdiendo autonomía económica y desarticulando territorios que pasan de ser espacios
para vivir a espacios para producir (Johnson 2003).

Es entonces cuando el comercio justo nace como medida para enfrentar las
desigualdades que el comercio internacional trae a los países y las poblaciones más
vulnerables del mundo. La toma de consciencia por parte de los consumidores acerca
de los problemas sociales y ambientales que el comercio internacional trae fomentó el
primer sello de comercio justo entre organizaciones holandesas y organizaciones de
productores de café en México (Johnson 2003).

Max Havelaar introdujo el sello de café justo en 188 para el caso mencionado en
el párrafo anterior. Este sello pretendía señalar que las condiciones de producción y
comercialización del producto fueron monitoreadas. Esta medida permite abrir más
puntos de venta dada la potencialidad de venta que el producto ofrece. Este modelo se
replicó en diversas partes del mundo durante la década de los 80: Max Haavelar
(Bélgica, Suiza, Dinamarca, Noruega y Francia), Transfair (Alemania, Austria,
Luxemburgo, Italia, USA, Canadá y Japón), Fairtrade en el Reino Unido e Irlanda,
Rättvisemärkt en Suecia y Reilu Kauppa en Finlandia (FLO 2010).

Desde 1997, la FLO (Fairtrade Labeling Organizations) juntó a Max Haavelar


con sus contrapartes en otros países y nació en Bonn, Alemania para concentrar a
todas estas organizaciones en una sola institución y así lograr estándares y

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certificaciones mundiales, logrando lanzar en el 2002 la FAIRTRADE Certification Mark.
En el 2007, FLO se divide para convertirse en FLO, estándares de comercio justo y
FLO-CERT, inspectora que certifica organizaciones de productores y auditorías. Hoy en
día se ha logrado que productores pertenezcan a la mesa directiva de FLO (FLO 2010).

Hoy en día, se registran 827 organizaciones reconocidas por el sello de


comercio justo en 58 países. Asimismo, FLO manifiesta que en el 2008 se repartieron
43 millones de euros para el desarrollo de distintas comunidades, entre el 2008 y el
2009 las ventas de productos provenientes de mercados de comercio justo subieron un
15% y en el 2008, las ventas llegaron a recaudar 3.4 billones de euros a nivel mundial
(FLO 2010).

En el Perú, existe desde el año 1997 el Grupo Red de Economía Solidaria del
Perú (GRESP), el cual fomenta la creación de Grupos de Iniciativa de Economía
Solidaria (GIES) que trabajan el desarrollo económico en el país y a nivel internacional.
También ha creado la Red Peruana de Comercio Justo y Consumo Ético y es miembro
fundador de la Red Intercontinental de Promoción del la Economía Solidaria (RIPESS)
y de la Mesa de Coordinación Latinoamericana de Comercio Justo. GRESP busca
desarrollar una propuesta teórica de Economía Solidaria y trabajar procurando el
desarrollo integral de las personas, la equidad de género y la institucionalización de la
democracia, por lo que el comercio justo es uno de sus ejes temáticos, entre otros
(GRESP 2009).

Por otra parte, la Red Peruana de Comercio Justo y Consumo Ético apoya a los
agricultores orgánicos en la inserción a mercados, influye en decisiones políticas en pro
de los pequeños productores y hace campañas para fomentar el consumo ético, que se
define como la actitud del consumidor que prefiere comprar productos que hayan
considerado la ética en el trato del factor humano en la producción y sean amigables
con el medio ambiente. Entre sus miembros se encuentran la Junta Nacional del Café,
la Red de Agricultura Ecológica del Perú, la Central Interregional de Artesanos del
Perú, entre otros que en total suman 28 instituciones integrantes (CIAP s/f).

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Sin embargo, dentro de esta red no se encuentra la Iniciativa Papas Andinas,
que nació del reciente éxito que presentan los cultivos de papas andinas en su relación
con el mercado de hojuelas de papas fritas.

La posibilidad de transformar papas nativas en hojuelas de papas fritas nació de


experimentos realizados por el CIP (Centro Internacional de la Papa) en los que se
pretendía investigar la tolerancia a la sequía en ese tipo de papas. En uno de ellos, se
descubrió que un grupo selecto de papas nativas podían ser transformadas en hojuelas
de papas fritas.

La meta del CIP es proveer una fuente de ingresos potencial para las
comunidades agrícolas altoandinas. Este proyecto busca preservar una parte integral
de de la biodiversidad y cultura de los cultivos de papas andinas creando
oportunidades de mercado para ellos. Además, busca preservar la calidad genética de
las especies de papas nativas iniciando desde las mismas parcelas de los agricultores.

En el año 2005 los pequeños procesadores comenzaron a producir hojuelas de


papas nativas a través del enfoque de participativo de cadenas productivas, y esto
llamó la atención de importantes compañías agro-industriales. Es entonces cuando se
vieron los primeros grandes resultados, ya que Frito Lay y El Grupo Gloria lanzaron al
mercado dos productos hechos a base de papas nativas: Lay’s Andinas y Mr. Chip,
respectivamente. Con ello se beneficia actualmente a más de 600 pequeños
agricultores, entre otros actores, ya que las empresas firmaron contratos con ellos para
que sean sus proveedores directos del recurso.

Por otro lado, el logro sirvió de base para que se creara una alianza público
privada con el fin de promover el comercio de papas nativas con responsabilidad social
y desarrollando tecnología y capacidades para aumentar la competitividad de los
pequeños agricultores. El resultado de esto fue la creación de la “Iniciativa Papas
Andinas”, la cual promueve el uso de papas nativas y desarrolla acuerdos basados en
el comercio justo para la comercialización de estas (CIP 2007: 22, 23).

Esta iniciativa se inserta en el debate global acerca del establecimiento de


estándares mundiales para los productos comerciales a favor del libre comercio, ya que

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siendo la papa un producto cuya característica es su diversidad de tipos, se vuelve un
caso controversial para cumplir con dichos estándares.

Si bien es de conocimiento común que el Perú es un país con una gran


biodiversidad ocupando uno de los cinco primeros lugares entre países megadiversos,
uno de sus productos bandera, la papa, es un ejemplo característico de este hecho.
Las papas nativas cuentan con una variedad de 4354 tipos, de los cuales 2694
provienen del Perú y se cultivan 3000 tipos en el país. Sin embargo, sólo 24 tipos
llegan a los mercados de provincia y una docena a los de Lima (Papas Andinas 2010).

Esta amplia variedad puede ser vista como un beneficio, pero también una
desventaja, ya que según los estándares comerciales y teniendo en cuenta la
heterogeneidad de la población de pequeños agricultores, sería muy difícil insertar en
el mercado a estos productores.

Por lo tanto, es necesario aceptar que el comercio justo es un requisito previo


para el libre comercio, es decir, es necesario el movimiento hacia la armonización entre
la diversidad de las instituciones nacionales y las políticas entre los países, con el fin de
ser tolerantes ante las distintas diferencias que puedan presentarse en otros ámbitos,
como en el caso de las papas nativas.

Este y otros casos señalan que, si se igualaran los estándares a cambio de


sanciones, y estos cambios obedecieran a los países desarrollados, los países en vías
de desarrollo sufrirían de manera directa las imposiciones debido a sus diferencias.
Esto evidencia la relación de dependencia que existe, ya que normalmente en el caso
de los países en vías de desarrollo, su bienestar económico se determina según las
oportunidades de comercio que tengan según los cambios de estándares que se
hagan.

Por otro lado, existe un miedo por parte de los países desarrollados en
referencia a perder sus estándares por tener que adecuarse a los países más
vulnerables. Esto es comparado con cambiar a estándares bajos y en consecuencia

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con la pérdida de competitividad. Sin embargo, nada asegura que los altos estándares
impuestos por los países dominantes hayan sido establecidos para imponer costos
altos a los demás países que no pueden alcanzarlos.

La justificación de los países y sectores privados que están a favor de igualar


estándares entre las naciones es que esto llevaría a un intercambio justo, sin embargo
“Fairness, like beauty, is in the eye of the beholder” (Bhagwati y Hudec), es decir, el
hecho de que esta visión no sea compartida por muchos otros actores es un aspecto
importante que también hay que tomar en cuenta.

Por estas razones, es que el comercio justo propone métodos de certificación


adaptados. La certificación de productos supone un control vertical de toda la cadena
productiva, lo cual resulta muy costoso. Sin embargo, la alternativa de sellos para la
producción basada en normas precisas por sector suena más atractiva. Es muy difícil
tratar de establecer criterios generales que regulen cuál es una condición justa para
todos, por eso, el comercio justo busca crear diálogo entre las partes, con el principio
de transparencia de la información como eje transversal en sus relaciones para
contribuir a la generación de confianza. La búsqueda de relaciones plurales descansa
en tener en cuenta las condiciones sociales y medioambientales de la producción. Así,
el enfoque de comercio sería evolutivo y no rígido con estándares que pretenden ser
justos al ser iguales para todos. En el caso de las papas nativas, es necesaria esta
flexibilidad de normas para poder insertar a las poblaciones productoras en el mercado,
y así promover su desarrollo económico, es decir, combatir su condición de pobreza.

Por otra parte, si bien las normas de certificación deben ser flexibles, es
oportuno mencionar que deben existir ciertas reglas básicas para participar en el
mercado internacional, con el fin de que todos los actores cuenten con una cantidad de
derechos y deberes comunes. Es por ello que la asociatividad es una buena opción
para cadenas productivas de cultivos como las papas nativas, ya que las provee de los
requisitos legales y la generación de capital social necesario para comercializar con las
grandes empresas internacionales y no sucumbir en el intento.

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Además, la asociatividad toma en cuenta factores intrínsecos y extrínsecos de
las asociaciones que pueden convertirse en competencias distintivas, lo cual fortalece
su posición frente a otras agrupaciones comerciales del mismo producto. En el caso de
las papas nativas, además de los valores nutricionales que brindan, son un producto
exclusivo de las zonas altoandinas peruanas.

La Iniciativa de Papas Andinas cuenta con un factor bastante controversial, que


es su diversidad de producción, el cual en el marco actual del comercio internacional es
visto como una desventaja para insertarse en el mercado. Sin embargo, las alternativas
que les brinda tanto el comercio justo como la asociatividad hacen que esta diversidad
sea una de sus mayores fortalezas, abriendo la oportunidad de un nuevo nicho de
mercado para este producto, el cual negociaría de manera sostenible, es decir,
tomando en cuenta factores medioambientales y sociales, para que todos los actores
de su cadena productiva, especialmente los agricultores por ser los más vulnerables,
sean capaces de generar capital social que luego los fortalezca como competidores en
el mercado mundial.

Como señala Stiglitz, es importante establecer un proceso de inserción de


medidas para la liberación del comercio. En el caso de los países en desarrollo, no
resulta práctico ni asequible implantar normas como reducción de aranceles u otras
distorsiones para liberalizar su mercado.

Las teorías que defienden que el aumento del comercio produce tasas de
crecimiento sostenido más rápido toman en cuenta la importancia del conocimiento, el
aprendizaje y el capital humano para la especialización y la innovación. Sin embargo,
los países en desarrollo no cuentan con dichas capacidades desarrolladas, incluso a
niveles pequeños, pero a través de la asociatividad, es mucho más fácil comenzar con
su desarrollo.

En conclusión, los países de bajos ingresos aún no cuentan con emprendedores


que se ocupen por innovar y descubrir nuevos productos y servicios, sino que todavía
permanecen bajo una relación de dependencia frente a los países desarrollados. Por lo
tanto, dependen del desarrollo de sus industrias para activar su economía nacional.

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En ese contexto, los Estados deberían promover desde sus fortalezas internas
que sus industrias se desarrollen, y en el caso peruano agropecuario, se puede lograr a
través de la promoción y fortalecimiento de asociaciones de pequeños productores que
comercialicen según los parámetros del comercio justo, para adquirir mayores
beneficios que les permitan salir más rápido y de manera sostenible de su situación de
marginalidad y vulnerabilidad.

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