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Literatura Alemana
1er cuatrimestre de 2020
Profesor: Miguel Vedda
Teórico 4
ravilloso del muchacho, editada por Achin von Arnim y Clemens Brentano.
Igualmente fuerte es, en el Romanticismo de Heidelberg, el interés por la inves-
tigación histórica, que sustituye el basamento filosófico del Romanticismo de
Jena. Como estructura ideológica, es importante señalar las vinculaciones de
este movimiento –intensamente politizado– con la estructura del pensamiento
conservador alemán, que constituye una reacción a la Revolución Francesa y a
la expansión napoleónica. Todos estos rasgos se vinculan con las circunstan-
cias históricas en las que surgió el grupo de Heidelberg: el proceso napoleónico
y las llamadas “guerras de liberación” alemanas contra la invasión francesa. El
nacionalismo de Heidelberg es parte de un programa de lucha en contra del
Clasicismo y el cosmopolitismo atribuidos a la potencia invasora; aquí surge
expresamente un Romanticismo político, un fenómeno que tendrá amplias re-
percusiones durante todo el siglo XIX alemán.
En cuanto al tercer grupo romántico, el Romanticismo de Berlín, puede
decirse que no participa del idealismo exacerbado del Romanticismo de Jena,
pero tampoco de la vena popular y tradicional que caracterizaba al de Heidel-
berg; esta vertiente, a la que pertenecían escritores tales como Adalbert von
Chamisso, Friedrich von La Motte-Fouqué y Ernst Theodor Amadeus Hoff-
mann– concedió especial importancia a una variedad de novela corta que se
aproxima a lo que específicamente se designa como lo fantástico; es decir: a
una coexistencia y, a menudo, una indecisión entre lo natural y lo sobrenatural;
de ahí el empeño en construir obras donde lo sobrenatural se combina con el
realismo. Se trata, además, de una tendencia orientada a la representación de
espacios urbanos, incluyendo los rudimentos de gran ciudad existentes en
Alemania. A esta línea histórica habría que añadir algunos escritores que no
participaron de ninguna de estas tendencias, pero que se vinculan con la esté-
tica romántica; entre ellos cabe destacar a Heinrich von Kleist, Jean Paul, Hein-
rich Heine, Wilhelm Hauff; escritores en relación con los cuales no está cerrada
la discusión sobre si es o no lícito calificarlos de románticos. Es normal vincular
la finalización del Romanticismo alemán con la Revolución de Julio en Francia
(1830): este hecho histórico, que tuvo una considerable repercusión en Alema-
nia, indujo a una politización de la literatura que quebró el idealismo de la gene-
ración anterior. Heine formuló, en este contexto, su influyente tesis acerca del
final del Kunstperiode (período artístico) en Alemania. Esto no impide que cier-
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tos artistas y escritores, después de 1830 y, al menos, hasta el final del siglo,
continúen retomando elementos del Romanticismo; los nombres de Mörike,
Schopenhauer, Nietzsche o Wagner bastan para ilustrar la relevancia del
fenómeno.
Una vez hecha esta aclaración específica, podríamos ocuparnos de
examinar un poco más de cerca los términos “romanticismo” y “romántico” a fin
de mostrar su complejidad. Hay que decir que dos aspectos conspiraron a me-
nudo en contra de un análisis histórico preciso; por un lado, el ingreso del
término en la cultura de masas, un fenómeno a partir del cual –como suele ocu-
rrir en casos análogos– estas palabras pasaron a designar caóticamente cual-
quier cosa. Son numerosos los manuales escolares (ante todo, en Latinoaméri-
ca) que emplean caracterizaciones deficitarias del Romanticismo, escolarmente
vinculadas con una serie limitada de rótulos, como “la expresión del yo”, “la
proyección de los estados de ánimo sobre la naturaleza” o “el sentido de la li-
bertad”. Al mismo tiempo, generalizan la categoría hasta incluir dentro del Ro-
manticismo a intelectuales y escritores que jamás pertenecieron a él, como
Goethe, Schiller o Herder, Este tipo de vulgata particularmente degradada, que
hace total de los casos singulares, o que generaliza a partir de algún caso par-
ticular, representa muy bien el pensamiento ahistórico y simplificador de la in-
dustria cultural. En las historiografías escolares y escolarizadas se supone, en
general, que cada época puede ser sintetizada bajo un rótulo genérico, lo cual,
en nuestro caso, no solo elude la relación conflictiva entre los diferentes román-
ticos o entre los romanticismos y otras tendencias contemporáneas, sino que
también borra la importante circunstancia de que los Romanticismo fueron, en
Alemania, tentativas de respuesta ante una situación sociohistórica extrema-
damente crítica: en la base del Romanticismo hay cicatrices históricas en el
desarrollo de Alemania. Un círculo más abajo en este descenso al infierno el
empleo literal del adjetivo “romántico” en la industria de la cultura y, más aún,
en la industria del ocio. En el averno de la propaganda, el término “romántico”
asume notas de sentido grotescas, que se vinculan con los viajes a lugares
exóticos, ciertas vivencias de la naturaleza o las cenas “románticas”; esto mar-
ca el punto en que la bovaryzación del Romanticismo se funde con el kitsch.
Un segundo problema, más complejo y específico, es que, ante todo a
fines del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX –es decir: cuando iba
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restrictiva. En correspondencia con tal ideal, idealizan al genio que desafía las
reglas en lugar de observarlas –de ahí la defensa de Shakespeare frente al
drama clásico francés–, defienden la poesía popular frente a la “civilizada”,
buscan un arte realista y próximo a la lengua hablada. Todo esto es visible en
el líder intelectual del grupo, Herder, pero quizás todavía más en su principal
escritor: el joven Goethe. Una de las evidencias de la importancia del Sturm
und Drang es que dentro de él se gesta la primera obra literaria alemana que
haya alcanzado resonancia e influencia mundiales: el Werther.
Sería importante detenernos a revisar el desarrollo de los términos “ro-
manticismo” y “romántico”. En un sentido muy lejano, remite a Romani, el sus-
tantivo latino que designaba a los súbditos de Roma, a diferencia de los habi-
tantes de los pueblos dominados por ella. Durante la Edad Media va produ-
ciéndose una suerte de inversión del término, en el marco de la empresa de
traducir las obras del latín culto a las lenguas vulgares derivadas de él; surgen
así verbos como enromancier, romancar o romanzare, así como la designación,
para las lenguas vulgares, de romanz, romant, roman o romance, de donde
surge la designación, usual en castellano, de “lenguas romances”. Hasta Her-
der, y aun después de este, es usual ligar lo romántico ante todo con las len-
guas provenzales y con la poesía provenzal; aun en 1774 define Sulzer el
género Romanze de este modo: “lo que entendemos ahora por novela (Roman)
procede del romance o de la lengua latina corrompida en la que comenzaron a
escribir los poetas provenzales”.1 Durante el siglo XVII se difunden adjetivos
como romantique, romanesque o romantic para remitir a la prosa ficcional y,
más específicamente, a las novelas de caballería, con lo que surge una dife-
renciación que podría explicarse, en nuestra lengua, a partir del par románti-
co/novelesco. En Alemania se registran usos del adjetivo romantisch en 1650,
de romanesk en 1661 y de romanisch en 1663; esporádicamente aparecen
también romanhaft y romanisch (este último, para designar las lenguas deriva-
das del latín). Significativo es que, en la introducción de estos términos en
alemán, haya jugado un papel la condena de la lectura de obras ficcionales;
para el teólogo suizo Gotthard Heidegger, romanisieren (en el sentido de “leer
novelas”) era, desde su perspectiva cristiana dogmática, un signo de decaden-
cia moral. A medida que, en el contexto europeo, la novela vaya perfeccionan-
do su tendencia realista y colocando en su centro a personajes que aprenden a
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tos géneros con lo que se narra en El rubio Ecbkert. Señalemos ante todo que
los componentes del cuento maravilloso aparecen concentrados ante todo en la
narración de Bertha; solo que el modo en que ellos se revelan diverge entera-
mente del modo en que aparecían en la forma popular. Sabemos ya que el
héroe del cuento maravilloso sale a enfrentar aventuras en un mundo presocial,
regido por fuerzas naturales mistificadas, enlazadas con lo maravilloso. El reco-
rrido que realiza el héroe hasta encontrar la felicidad plena está marcado por
una absoluta seguridad respecto del camino recorrido y las oportunidades de
alcanzar la meta: “No conoce el horror de la desorientación, porque el entero
mundo del cuento maravilloso está cortado a su medida”.3 Frente a esto, el pe-
regrinaje que emprende Bertha se caracteriza por una absoluta falta de pará-
metros de orientación; Lukács ha señalado que el héroe de la novela (moder-
na) es un individuo problemático, signado por la vivencia del desamparo tras-
cendental;4 en esta misma línea indicó Siegfried Kracauer que los habitantes
de las grandes ciudades modernas son seres espiritualmente desamparados.5
A esta realidad típicamente moderna pertenece Bertha, y partiendo de esta per-
tenencia al universo del desamparo realiza su fracasada tentativa de retorno a
la simplicidad natural. En Teoría de la novela indicó también Lukács el carácter
esencialmente moderno de la nostalgia de la naturaleza primera: esta vivencia
solo pudo gestarse por el hecho de que las instituciones, la “segunda naturale-
za” creada por el hombre, se ha vuelto hostil a este y ha despertado en él el
sentimiento de la alienación, la sensación de que la sociedad, “el entorno pro-
ducido por los hombres no es ya casa paterna, sino cárcel”.6 El cuento maravi-
lloso, como ya hemos visto, supone una realidad diversa de nuestra realidad
prosaica, e internamente unitaria; Bertha vive como ciudadana de dos mundos:
desgarrada entre su pertenencia a la cultura y su sentimental nostalgia de re-
torno a una naturaleza no problemática. Solo que, como en lo siniestro freudia-
no, la naturaleza reprimida por el proceso de civilización solo puede presentar-
se con rasgos demoníacos, amenazantes: es algo oculto que ha llegado a ma-
nifestarse. Digamos que ya el marco narrativo muestra rasgos claramente aje-
nos al cuento maravilloso: Bertha y Eckbert son individuos prosaicos, que, co-
mo señala Winfried Freund, no se elevan por encima de la medianía burguesa;7
son, para ser más precisos, pequeñoburgueses, cuya modalidad de vida se
aproxima a la del lector empírico medio. Todavía más, su modo de vida está
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ver a un ser humano, aunque fuera hostil para mí”, ibíd.). El encuentro con la
anciana, y la vida en la cabaña aparecen, pues, inicialmente ante sus ojos co-
mo un Edén: “Fue como si hubiera pasado del infierno al paraíso; la soledad y
mi impotencia no me parecían ya algo espantoso” (442). Convendría destacar
el carácter ficticio de esta felicidad; carácter que se encuentra subrayado (“fue
como sí” / “Mir war, als wenn…”). Dentro del presunto idilio boscoso, Bertha
momentáneamente olvida que la anciana tiene características extrañas; al
margen de los motivos que remiten al cuento maravilloso –vida en un escenario
natural, relación con animales “humanizados”: el perro, el pájaro–, la protago-
nista sigue careciendo de vínculos con otros seres humanos, a excepción de
los esporádicos vínculos con la anciana. Aquí encontramos indicios de que la
felicidad umbría pertenece al orden de ficción: “Ningún ser humano se extravió
por allí, ningún animal salvaje se acercó a nuestra vivienda; yo vivía contenta y
me pasaba el día trabajando. Quizás el hombre sería muy feliz si pudiera pasar
así su vida, apaciblemente, hasta el final” (444, las cursivas son nuestras). La
“soledad del bosque” no es, por un lado, lo bastante atractiva para disuadir a la
niña de regresar a la civilización; por otro, brinda un testimonio de la imposibili-
dad de que hombre y naturaleza establezcan una alianza armónica bajo las
condiciones de la vida moderna: el bosque se encuentra radicalmente sustraído
a la vida social, de la misma manera que esta ofrece indicios de su hostilidad
hacia la naturaleza. Respecto de esto último, cabe mencionar: 1) el modo en
que la pequeña Bertha es maltratada y despreciada por el padre a raíz de sus
dificultades de adaptación a la vida social –a raíz de su persistencia en el “es-
tado de naturaleza–; 2) el hecho de que el regreso de Bertha a la sociedad esté
signado por dos sacrificios de animales: el del perro y el del pájaro; 3) de un
modo más insidioso, los “sacrificios” de Eckbert: el de Walter, el del caballo;
también, en cierto sentido, el de la propia Bertha. El rubio Eckbert presenta,
pues, la regresión a un estado de identificación con la naturaleza como una
forma de vida más feliz y noble que la alienación presente; pero también mues-
tra trágicamente la imposibilidad de alcanzar esa utopía bajo las actuales con-
diciones de vida.
Pero sigamos con el desarrollo de la historia de Bertha. Así como había
surgido en ella, durante la infancia, un anhelo utópico de escapar a la estrechez
de la vida familiar, así también nace luego, durante la adolescencia, un afán de
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vida social sugerido por las lecturas en la cabaña. Se dio cuenta de que estaba
en sus manos apoderarse del pájaro y las joyas, y emprender un segundo viaje
para conocer el mundo del que tanto había leído: “Una vez enfrascada en ese
mundo, sentía verdadera aflicción cuando miraba a mi alrededor y me encon-
traba en la pequeña vivienda” (445). Puede verse la simetría respecto de la
situación inicial: el descontento de la vida social la había proyectado a la natu-
raleza; el tedio de la dicha boscosa le hace iniciar ahora un viaje para encontrar
el esplendor del “gran” mundo. Es significativo que este segundo descontento
esté puesto en relación con el despertar de la sexualidad: hasta la pubertad, la
niña se había contentado con la naturaleza cíclica (“El perro me quería mucho
y era dócil a todas mis órdenes, el pájaro contestaba con su canto a todas mis
preguntas, la rueca giraba siempre alegre y yo no tenía en el fondo ningún de-
seo de cambiar”, p. 444). Pero desde que cumple los catorce años comienza a
hacer “uso de su razón para perder la inocencia de su alma” (ibíd.), y empieza
a fantasear con un caballero hermoso. Bertha había reprimido y olvidado la vi-
da social, pero esta regresa ahora para atraerla con sus cantos de sirena; en
medio de su idealización, la joven no consigue recordar la hostilidad del viaje
(“Como la naturaleza humana es olvidadiza, creí entonces que mi viaje anterior
[...] no había sido estar tan triste y doloroso”, p. 446). Con el regreso a la civili-
zación, que inicia la tercera etapa de su vida, Bertha experimenta otros llamati-
vos olvidos: el de la anciana y la estancia en la cabaña, pero también el del
nombre del perro.
También en Eckbert, en quien encuentra la protagonista femenina una
versión pequeñoburguesa de su príncipe soñado, existe un olvido de importan-
tes consecuencias: el de su media hermana desaparecida, que finalmente re-
sulta ser Bertha: aquí, a través del incesto, la naturaleza parecería vengar lo
que la multiforme anciana califica de injusticia: el asesinato del perro, del pája-
ro, de Walter. Brittnacher ha llamado la atención sobre el curioso detalle de que
la anciana –que en sí reúne varias personalidades– considere a Bertha y Eck-
bert como un solo ser, en la medida en que identifica sus culpas: así, recrimina
a Eckbert, no solo el asesinato de Walter, sino también las muertes de los dos
animales. El carácter de Doppelgänger de los esposos incestuosos está refor-
zado incluso por la semejanza de sus nombres: Bertha-Eckbert. Pero si nos
detenemos, ahora, en este último, no solo vemos en él las huellas de su alie-
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esta tendió a polarizarse en torno a dos modelos básicos: por un lado, una no-
vela que trata de romper todos los lazos con el presente, refugiándose en un
pasado exótico –el modelo más importante es Salammbô (1863), de Flaubert–;
por otro, una novela saturada de anacronismos visibles y recurrentes –es lo
que ocurre con Una historia de dos ciudades (1859), de Dickens–. Walter Scott
–el fundador del género–, con la serie de las Novelas de Waverley, había re-
presentado, frente a esto, una tercera posibilidad: su proyecto no consistía en
reconstruir arqueológicamente el pasado, ni en usar a este como trasfondo pa-
ra el presente, sino que se trataba de escoger en la historia aquellos episodios
que se encontraban orgánicamente ligados con la historia contemporánea; de
ahí que las novelas de esta serie no se alejaran demasiado en el tiempo res-
pecto de la época de composición. A Scott no se proponía escribir la historia,
sino la filosofía de la historia del pasado; y en ese sentido no le interesaba re-
construir este “tal como realmente fue”, sino construir relatos que mostraran la
esencia del período en cuestión. Correspondería preguntar cuál es la posición
de Arnim dentro de estos esquemas. El autor de Isabella parece adecuarse al
modelo de la narración histórica “anacronística”; en la discusión con Grimm,
afirma haber recurrido a todas las fuentes históricas disponibles relacionadas
con la juventud de Carlos V, a fin de evitar toda distorsión de la realidad históri-
ca; sin embargo, la obra parece orientada menos por un propósito “arqueológi-
co” que por el empeño en realizar una construcción mítica del pasado en cuan-
to modelo para entender la actualidad. De ahí que, en la Novelle, resalte menos
el trabajo con las fuentes que la determinación arnimiana de llenar “los lugares
vacíos de la historiografía” (Leerstellen der Geschichtsschreibung) con poesía.
En efecto, la literatura parece adquirir una función compensatoria: dice, a
través de la postulación de una historia de salvación (Heilsgeschichte), lo que
la historia universal (Weltgeschichte) ha silenciado. Esta particularidad de la
narración histórica de Arnim nos conduce directamente a aquella tarea que,
según este, representa la genuina misión del arte y la literatura: devolver “el
mundo terrenalmente alienado a la comunidad eterna”. 13 Con esto, tocamos
algunos de los puntos centrales del anticapitalismo romántico arnimiano: el
sueño por el restablecimiento de una comunidad (Gemeinschaft) perdida y el
odio hacia las abstractas sociedades (Gesellschaften) vincula a Arnim con
aquella tradición del pensamiento conservador que ha llegado, en Alemania, a
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cer retardado; o que –en términos freudianos– sustituye el principio del placer
(que aspira a una satisfacción inmediata) por el principio de la realidad (que se
funda en la contención del deseo inmediato de placer). Durante años, el hom-
bre se ve condenado a realizar los trabajos más serviles, a ensuciarse y a de-
gradarse casi literalmente al nivel de un animal (un “oso”) en función de una
recompensa monetaria futura. Una vez que los años han transcurrido, obtiene
su tesoro, pero al precio de haber sacrificado la mayor parte de su vida, que
ahora está en manos del espíritu malvado. Si tenemos en cuenta que una de
las iniquidades que atribuye Arnim a la Revolución Francesa es el hecho de
haber deshonrado la dignidad del pasado, comprenderemos que la elección
privilegiada por el autor implícito tenía que ser inversa a la efectuada por el
personaje; resulta sugestivo que, en cuanto el Hombre de la Piel de Oso se
interroga sobre el aspecto que habrá de tener Pasado en el porvenir, el espíritu
le responda que será “O como las nubes, de forma que no se puede ver nada,
o como el retrato de Futuro que llevas en tu corazón y que nunca podría llegar
a pintarte suficientemente bien” (22).17 En otras palabras: según triunfe el pro-
yecto burgués (con lo que la faz de Pasado se desdibujará, tal como verá luego
el Hombre de la Piel de Oso), o el aristocrático (en cuyo caso Pasado reapare-
cerá con el bello rostro que se le atribuyó en sueños).
En el curso de la primera mitad del siglo XIX, la vinculación entre la eco-
nomía mercantil y el mal metafísico reaparece de modo recurrente en la litera-
tura en lengua alemana. La vemos corporeizada en el espíritu de Una historia
sobre el hombrecillo de la horca (1810), de Friedrich de la Motte Fouqué; en el
personaje enigmático que compra la sombra del narrador en La maravillosa
historia de Peter Schlemihl (1814), de Adelbert von Chamisso; en la balada El
Spiritus familiaris del comerciante de caballos (1842), de Annette von Droste-
Hülshoff; en el tío Simón de El haya de los judíos (1842), de la misma autora.
En Arnim, como en el segundo Fausto de Goethe, el dinero es puesto en rela-
ción con un doble asociado al mal, y que resuelve todos los deseos materiales
del hombre solo al precio de degradarlo moralmente, de “apropiarse de su al-
ma”. Pero, si esto se advierte en la narración sobre el Hombre de la Piel de
Oso, se ve con mayor nitidez aun en la historia principal. Arnim ha elegido a
Carlos V y su época porque veía en ella el origen de aquellos males cuyos
efectos se perciben en el presente; en este período de decadencia, muestra
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una ciudad de Gante gobernada por los intereses económicos. Isabella –como
el pueblo gitano en general– aparece como la única representante del idealis-
mo; pero, en la medida en que necesita engendrar a un hijo para hacer efectiva
la redención de su pueblo, se encuentra ante la necesidad de pactar con este
mundo. La vida de Bella es inversa respecto del modo de conducirse de los
burgueses de Gante: ella lleva una vida retirada, recluida en la mansión pre-
suntamente embrujada, o en medio de los bosques. Pero el cumplimiento de la
profecía hace que establezca un convenio con el mal. Es así que interroga a
Braka sobre las posibilidades de moverse con libertad, y esta le dice que el di-
nero es “la verdadera llave maestra, la verdadera raíz a cuyo contacto se abren
todas las puertas” (12). El pasaje de la Edad de Oro (das Goldene Zeitalter) a
una edad del oro (Zeitalter des Goldes) es lo que motiva que Bella se vea obli-
gada a invocar el mal; la relación entre el mal metafísico y el dinero aparece
vinculada, durante toda la narración, con la figura del Alraun: es, precisamente,
con el propósito de obtener riquezas que Bella lo engendra, y las circunstancias
de “gestación” de Cornelius están vinculadas con el mal: así, en el perro negro
sacrificado está metido, según el padre de Bella, “el enemigo malo” (13), y el
contacto con el oro marca el final de la vida infantil, para la princesa de los gi-
tanos, y el ingreso en la vida adulta del “pecado”: así es que, a partir del con-
tacto con el Alraun, Bella comete sus dos primeros pecados: le miente a Braka
respecto de las razones de la desaparición del perro, y sacrifica al gato en fun-
ción de la alimentación del Alraun. Por otra parte, Braka acaba de desechar las
muñecas de la joven –símbolo del abandono de la ingenuidad infantil–. Las
primeras faltan tendrán consecuencias negativas en su vida ulterior: así, Bella
pagará por el pecado de haber engendrado al monstruo perdiendo a su amado
a manos del Alraun; y purgará la muerte del gato en la boda burlesca con Cor-
nelius, ya que las lágrimas, al recordar la muerte del animal, le impiden respon-
der al ministro y a Carlos. Es revelador que Bella, al margen de haber pactado
con lo demoníaco, se mantenga pura y en todo momento represente lo ideal,
mientras que el Alraun consigue fácilmente corromper al resto de los persona-
jes. Lo vemos ya nítidamente en Carlos, que experimenta un desdoblamiento
entre lo material y lo espiritual, y que decide sacrificar lo segundo en función de
lo primero. Esta escisión se percibe en la relación amorosa entre Carlos y Be-
lla: esta solo ve en él la realización de sus sentimientos y un paso hacia la
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bido Solrac. El hecho de que el Scheldt represente, para los gitanos, el Nilo y,
para Carlos, la laguna Estigia, denota en qué medida la diferente valoración
depende de la perspectiva moral del observador. Corresponde enfatizar, por
último, la importancia de la remisión al presente, realizada explícitamente a
través de la alusión al cometa: la estrella fugaz que señala el nacimiento de
Solrac es un presente que remite al pasado (la estrella de Belén) y que anuncia
un futuro: el cometa de 1811, contemporáneo, poco más o menos, a la compo-
sición de Isabel de Egipto.
Sería pertinente destacar algunas diferencias entre las configuraciones
fantásticas que proponen las dos obras. La narración de Tieck, que se desarro-
lla en un nivel de abstracción sociohistórica mucho más elevado, ofrece una
perspectiva extremadamente pesimista, próxima a la postulación de un fatum
trágico. En su centro se encuentra el problema de la relación entre naturaleza y
civilización; la Novelle no procura ofrecer una explicación para los problemas
que plantea, ni proporciona soluciones tranquilizadoras. Lo que sí es percepti-
ble es que lo fantástico tiene su origen, en El rubio Eckbert, en una naturaleza
que invade el mundo prosaico en el que viven los protagonistas para vengar
una serie de pecados realizados “contra natura” (en primera línea, el incesto).
El mundo (pequeño)burgués al que pertenecen Bertha y Eckbert está caracteri-
zado por la soledad, la alienación, el individualismo, la desconfianza y la au-
sencia de algún género de comunidad.
Arnim, en cambio, coloca los hechos fantásticos dentro de una narración
histórica, con lo que los diferentes acontecimientos prodigiosos se entrelazan
con una época concreta, con personajes históricos representativos, con profe-
siones, con clases sociales, con vida popular, con dilemas políticos y económi-
cos. Aun cuando aparecen en la novela corta elementos alegóricos y simbóli-
cos que alientan diversas conjeturas, el propósito de Isabel de Egipto es ofre-
cer una explicación acerca de las fuerzas fundamentales que dominan en la
Modernidad, y ante todo desarrollar una crítica del capitalismo (y Francia como
su presunto emblema) desde un punto de vista ultraconservador. La narración
de un autor políticamente comprometido con una causa netamente reaccionaria
como Arnim procura poner en manos de los lectores una crítica del presente y
una propuesta utópica alternativa. La importancia de esta narración como una
de las más importantes de la literatura fantástica de su época, y como una obra
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1
Sulzer, Johann Georg, Allgemeine Theorie der Schönen Künste in einzeln, nach alphabetis-
cher Ordnung der Kunstwörter auf einander folgenden, Artikeln abgehandelt. Zweyter Theil.
Neue vermehrte zweyte Auflage. Leipzig: Weidmannscher Buchhandlung, 1792, vol. IV, p. 110.
2
Novalis, “Aufzeichnungen zu Auseinandersetzungen mit Wilhelm Meister”. En: –, Briefe und
os
Werke. Ed. E. Wasmuth. 4 vols. Heidelberg: Schneider, 1954, vol. 3, pp. 271-280, n 918-935;
aquí, n. 932.
3
Brittnacher, Richard, Ästhetik des Horrors. Frankfurt/M: Suhrkamp, 1990, p. 31.
4
Lukács, György, Theorie des Romans. Ein geschichtsphilosophischer Versuch über die For-
men der großen Epik. Darmstadt y Neuwied: Luchterhand, 1984, p. 32.
5
Kracauer, Siegfried, Los empleados. Introds. de Ingrid Belke y Walter Benjamin. Trad., postfa-
cio y notas de Miguel Vedda. Barcelona: Gedisa, 2008, p. 189.
6
Lukács, György, Theorie des Romans, p. 55.
7
Freund, Winfried, Literarische Phantastik: die phantastische Novelle von Tieck bis Storm.
Stuttgart, etc.: Kohlhammer, 1990, p. 17.
8
De aquí en adelante, los números entre paréntesis remiten a las páginas de la edición dispo-
nible en el campus: Tieck, Ludwig, “El rubio Eckbert”. En: VV.AA., Cuentos románticos alema-
nes. Selección y prólogo de Hugo von Hofmannsthal. Trad. de Manuel Olasagasti Gaztelumen-
di. Madrid: Siruela, 1992, pp. 439-450.
9
Brittnacher, Richard, Ästhetik des Horrors, p. 39.
10
Ibíd., p. 41
11
Cit. en Vordtriede, Werner, “Achim von Arnim”. En: von Wiese, Benno (ed.), Deutsche Dichter
der Romantik. Berlín: Erich Schmidt, 1971, pp. 253-279; aquí, p. 259.
12
Cit. en ibíd.
13
Arnim, Achim von, Die Kronenwächter. En: –, Sämtliche Romane und Erzählungen. Ed. de
Walther Migge. 3 vols., München: Carl Hanser, 1962, vol. I, pp. 519 y s.
14
Mannheim, Karl, “Das konservative Denken”. En: –, Wissenssoziologie. Berlín y Neuwied:
Luchterhand, 1964, pp. 408-508; aquí, pl. 475.
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15
Fredric Jameson distingue, en la vivencia estética del pasado, una función histórica (orientada
a la reconstrucción arqueológica), de una función hermenéutica, que puede referirse a culturas
inexistentes e hipotéticas como medio para la interpretación del presente: “Pues la hermenéutica
[…] proporciona los medios para mantener el contacto con las verdaderas fuentes de la energía
revolucionaria durante un tiempo de estancamiento; de preservar el propio concepto de libertad,
subterránemente, durante eras geológicas de represión” (Jameson, Fredric, Marxism and Form.
Towards a Dialectical Criticism. Princeton: Princeton U.P., 1971, p. 84).
16
Cit. en Ehrlich, Lothar, “Arnims Alltag in Königsberg 1806/07”. En: Pape, Walter / Burwick,
Roswitha (ed.), Die alltägliche Romantik. Gewöhnliches und Phantastisches, Lebenswelt und
Kunst. Berlín y Boston: de Gruyter, 2016, pp. 191-206; aquí, p. 198.
17
De aquí en adelante, los números entre paréntesis remiten a las páginas de la edición dispo-
nible en el campus: Arnim, Achim von, Isabel de Egipto, o el primer amor de Carlos V. Trad. de
Alfonsina Janés. Barcelona: Bruguera, 1982.