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Volver a Marx, para trascender a

Marx: hacia una lectura crítica de


El Capital

Por | 04/03/2020 | Opinión
Fuentes: La Tizza

¿Qué puede significar volver a Marx para trascenderlo? ¿Cómo es posible que el capitalismo logre

mantenerse, crisis tras crisis, apenas tambaleándose pero sin derrumbarse? ¿Cómo lo sostienen sus

«mitos»? ¿Las contradicciones estudiadas en El Capital bastan para comprender el mundo

contemporáneo? ¿Continuar las pistas de El Capital? A estas, y otras preguntas, responde el

investigador costarricense Henry Mora en esta nueva conversación con La Tizza, en la cual adelanta

algunas de sus ideas sobre lo que debe ser una lectura crítica de la monumental obra marxiana.

La Tizza (LT): Comencemos por el título de estas dos jornadas «Volver a Marx, para trascender a

Marx» y podemos hacer con él una pregunta doble: uno, ¿Volver a Marx?, ¿para qué, por qué, tiene

sentido hoy?; dos, ¿qué puede significar, desde el marxismo, «trascender a Marx»?

Henry Mora (HM): Bueno, creo que es un inicio muy adecuado para la entrevista. Por «volver a

Marx» me refiero al Marx original y, por tanto, a sus textos originales, no al marxismo vulgar que se

institucionalizó durante la era soviética — tanto en la antigua Unión Soviética como en Occidente —

. Aunque desde luego, no siempre está claro si los textos no editados y no publicados por Marx son,

en realidad, de su absoluta autoría; lo cual es en especial problemático con algunas de sus obras de

juventud. Sin embargo, es posible controlar mediante una lectura hermenéutica si alguna idea clave

de juventud se sostiene a lo largo de toda su vida, aunque cambie en su forma y en el contexto en

que las desarrolla; o si, por el contrario, son con posterioridad desechadas o superadas.

¿Para qué y por qué, con qué sentido? Pienso que la institucionalización y dogmatización del

marxismo hizo mucho daño a los movimientos de izquierdas que durante el siglo xx y todavía hoy,

reivindican al marxismo como una teoría o un método que nos ayuda a luchar por otras sociedades
posibles y mejores que la actual. Por eso es muy importante detectar qué conceptos fueron mutilados

o tergiversados, al grado de convertirlos en inservibles o incluso, dañinos. Este es el caso, por

ejemplo, de la «teoría de las relaciones sociales de producción», reducida a una simple definición

vinculada con las relaciones de propiedad, mientras ignora todos los demás aspectos que en Marx se

incluyen. Por cierto, tal «teoría» no es, en realidad, una teoría, en el sentido tradicional, sino un

«marco categorial»: el marco categorial del materialismo histórico. Este marco categorial, es cierto,

incluye las relaciones de propiedad; pero también, la coordinación del trabajo social, los poderes de

apropiación y coordinación correspondientes, los valores y mitos de legitimación, entre otros. Pero la

definición de manual es casi inservible para la lucha contra el capitalismo hoy en día.

Pero además, el desarrollo que encontramos en Marx de este y otros temas claves es muchas veces

insuficiente, errático, ambiguo o simplemente ha quedado rebasado por el curso de la historia, de ahí

la importancia de volver a Marx para realizar esta triple tarea: uno, confrontar a Marx con el

marxismo vulgar; dos, desarrollar las propuestas teóricas pertinentes pero apenas esbozadas y; tres,

reconocer cómo el curso de la historia de la «sociedad burguesa» — como él solía llamar a lo que

nosotros denominamos «capitalismo» — , hace necesario aplicar a sus aportes su mismo método: el

método de la crítica.

¿Trascender a Marx? Bueno, sería iluso pensar que 150 después de la publicación del primer tomo

de El capital — por mencionar a su obra monumental — , la teoría básica del capitalismo allí

contenida no requiera de desarrollos ulteriores importantes, y no solo en lo tocante al material

histórico que sirve de ilustración o de corroboración de las «leyes objetivas» o de las «leyes de

tendencia» por Marx descubiertas, sino incluso a su misma estructura teórica. Para muestra, un

ejemplo — pero podemos mencionar al menos una decena — : Marx estudia con sumo rigor y

detalle la «subsunción formal y real del trabajo directo», en especial en las secciones tercera y cuarta

del tomo I, pero apenas alcanzó a vislumbrar la subsunción formal y real del trabajo conceptual, o

como él le llama en un breve pasaje del tomo III, el «trabajo general». Y resulta que esta ausencia es

una clave fundamental para entender la estructura y la dinámica del capitalismo en el siglo XX y lo

que llevamos del siglo XXI. Aquí necesitamos «trascender a Marx», aunque en general, sus teorías

del plusvalor absoluto y relativo mantienen plena vigencia.


LT: En tus trabajos has tratado de demostrar que el capitalismo, como sistema de coordinación del

trabajo social, es un orden entrópico. Para alguien que se acerca al tema, ¿cómo traducir esta

analogía de la física? ¿Cómo contrarresta esa condición el sistema capitalista? ¿Qué consecuencias

tiene para la reproducción de las dos fuentes «originarias de toda riqueza», el ser humano y la

naturaleza?

HM: Como ha enfatizado Franz Hinkelammert, el capitalismo, sin dudas, representa un determinado

orden, y Marx mismo lo reconoció. Pero el problema es otro, es preguntarse de qué tipo de orden se

trata y cómo se sostiene. Marx retoma la idea de Adam Smith de los «efectos no intencionales de la

acción intencional», pero en Smith esto sirve para justificar el mito de la mano invisible del

mercado, o como decía Karl Polanyi, el mito del mercado autorregulado. La economía ortodoxa solo

reconocía hasta hace poco, efectos no intencionales positivos, o como ellos los llaman,

«externalidades positivas». El término «externalidad» no es para nada adecuado, porque sugiere que

todos los efectos de las relaciones humanas no coordinadas por el mercado son efectos externos, lo

que en la práctica significa que la mayoría de las relaciones humanas y sus efectos son

externalidades. Marx reconoce la existencia de efectos no intencionales negativos y cree que estos

son de naturaleza acumulativa, y afectan las condiciones de reproducción tanto de la naturaleza

como del ser humano. Como estos efectos son de naturaleza acumulativa, el orden que se genera es

entrópico, esto es: un orden que surge como reacción al desorden, o de un equilibrio por el

desequilibrio. Y no es una simple metáfora: el mercado desenfrenado, tal como lo estudia Marx

en El capital, es un orden destructivo y, por tanto, autodestructivo, por eso la referencia a un orden

entrópico.

Pero hay más para ilustrar esta metáfora. Así como un sistema abierto puede revertir el aumento de

su entropía mediante la absorción de neguentropía de otros sistemas — «exportando» su entropía a

otros sistemas con los cuales se relaciona — , el capitalismo también ostenta una cualidad similar:

considera como su «entorno» a la naturaleza y al ser humano, y exterioriza su entropía a estos

conjuntos interdependientes, la naturaleza y el ser humano. Es muy fácil verlo a nivel de una

empresa si esta reduce sus costos con la contaminación del río aledaño al lanzar allí sus desperdicios

y si enfrenta una reducción en sus ganancias mediante el despido de trabajadores o la reducción de

sus salarios. En ambos casos la crisis de la empresa es exteriorizada a lo que considera y trata como

«su entorno», aunque en términos estrictos no lo sea, ya que la economía forma parte del entretejido
social y este forma parte del entretejido de la naturaleza externa — no «subconjuntos» como suele

decirse — .

Las crisis de las relaciones humanas, las crisis de exclusión y las crisis medioambientales no indican

más que la capacidad que el sistema capitalista ha tenido para exteriorizar sus crisis. Los negocios

marchan bien, pero el «sistema de vida» está en crisis permanente.

¿Cómo contrarrestar estas crisis? Polanyi sugería la reincrustación — embedding — del mercado y

de la economía en la sociedad, con la colocación de diques de legalidad y de sociabilidad a la

mercantilización del trabajo, de la tierra y de las finanzas. Este me parece un punto de partida

adecuado, que no es otra cosa que socializar y ecologizar los mercados, aunque hoy debemos

agregar la feminización de los mercados, ya que estos actúan con especial virulencia y explotación

contra el trabajo — remunerado y no remunerado — de las mujeres.

En términos de Marx, necesitamos ir más allá, pero aceptando que su tesis de la abolición de las

relaciones mercantiles no es factible. En un inicio, lo podemos decir en estos términos: subordinar el

valor de cambio al valor de uso; a lo que tenemos que agregar, subordinar la racionalidad

instrumental a la racionalidad reproductiva de la vida, subordinar la eficiencia abstracta a una

eficiencia reproductiva que en el acto de producir se obligue a reproducir las dos fuentes originarias

de toda riqueza: el ser humano y la naturaleza. El mercado desenfrenado es destructor y

autodestructor, incapaz de garantizar una vida digna — incluso simplemente una vida — para todos

y todas. Por este motivo hay que replantear la vieja tesis del «control consciente de la ley del valor»

en términos de una «intervención sistemática de los mercados»: intervención, claro está, no en

función de la lógica de los mercados, sino de la lógica de la reproducción de la vida.

LT: En la línea anterior, el marxismo vulgar, de amplia difusión, reduce la teoría de la plusvalía

capitalista a una «teoría de la explotación»; sin embargo, la cuestión, según el propio Marx y según

la evidencia empírica, sugiere que es algo más complejo que eso. ¿Qué aportes tienes a esa

discusión?

HM: En efecto, el problema que Marx busca demostrar con su teoría de la plusvalía, es que un

régimen de relaciones sociales de producción con coordinación ex post y coactiva del trabajo social

— Marx habla de división del trabajo a posteriori y natural — , y con propiedad privativa de los
medios de producción — propiedad privada monopolizada por una minoría — conduce, de manera

continua, al desequilibrio de las necesidades y socava: uno, las mismas relaciones de producción;

dos, el sistema de valores y; tres, las fuentes originarias de toda riqueza — ser humano y naturaleza

—.

Se trata, como ya mencionamos, de un orden entrópico. Pero el marxismo institucionalizado redujo

esta teoría al análisis de la explotación, el cual, desde luego, es consustancial a toda sociedad de

clases.

Recordemos que, en la teoría neoclásica, el equilibrio de la división social del trabajo — equilibrio

de las necesidades — es un resultado automático del equilibrio de la oferta y la demanda, de la

consistencia o coherencia formal del mercado — sistema de precios — . Marx niega

categóricamente esta posibilidad — el «mito de la mano invisible» — , que, de ocurrir, sería por

mera coincidencia. Sin dudas, toda economía puede y debe analizarse desde el punto de vista de la

consistencia formal, tanto de los medios como de los fines; pero el «orden ideal» que, en realidad,

define el equilibrio del sistema de coordinación del trabajo social es el «equilibrio material» y el

«equilibrio reproductivo», o en términos de Marx, «la reproducción material de la vida real»; la cual,

sin embargo, debe ampliarse con la consideración del equilibrio del «metabolismo social» o del

«circuito natural de la vida».

En la época de Marx no se le daba importancia al problema de la consistencia formal del sistema de

coordinación, y en su lugar se hablaba — los pensadores iluministas y los economistas clásicos —

de la institucionalización de los valores. Pero el punto es que un sistema de mercados, incluyendo al

capitalismo, no es más que una forma histórica particular de organización del sistema de división

social del trabajo o, mejor aún, de determinadas relaciones sociales de producción. Marx tuvo el

mérito de realizar esta crítica al pensamiento social y económico de su tiempo, aunque su aporte hoy

nos resulte incompleto para comprender la estructura y dinámica del capitalismo contemporáneo.

De modo lamentable — para la ciencia al menos — , la teoría neoclásica redujo el problema del

equilibrio a la mera consistencia formal de un sistema de ecuaciones simultáneas — la llamada

economía walrasiana — , pero esta nunca ha podido responder a la crítica de Marx, la cual parte de

diferenciar entre un equilibrio formal y un equilibrio material y reproductivo. Esta imposibilidad se

deriva de la reducción del sistema de coordinación del trabajo social a un «sistema de precios» y, por
tanto, a la imposibilidad de descubrir o, siquiera vislumbrar, las raíces de la explotación y de la

distribución dela plusvalía entre las distintas fracciones de la burguesía y de la burocracia estatal.

El otro punto central que el marxismo institucionalizado perdió de vista, es que en presencia de

coordinación coactiva del trabajo social y de propiedad privativa, surgen, por necesidad, poderes de

apropiación, los cuales, en última instancia, explican por qué los trabajadores directos no se apropian

de todo el fondo de consumo, y cómo una parte sustancial de este es apropiado por las clases

dominantes, ya que ostenten la propiedad privativa de los medios de producción o porque controlan

el uso y la administración de estos medios. Este «olvido» fue muy conveniente para la burocracia

soviética, pues si aplicamos con rigor la teoría de Marx, esta burocracia fue en realidad una «clase

social».

LT: La teoría de las clases sociales, bajo las vulgarizaciones del marxismo, se empobreció mucho; y

de modo particular, al vincular de manera mecánica, las clases sociales con la propiedad. ¿Cómo

entender, desde una lectura crítica las ideas esenciales de la teoría de las clases sociales en el

marxismo? ¿Qué valor puede tener para las luchas contemporáneas?

HM: Según el «plan original» de seis libros para su crítica de la economía política, el tema de las

clases sociales no podía abordarse con el rigor científico exigido por el método teórico de Marx,

hasta después de desarrollados los tres primeros libros — del capital, de la propiedad de la tierra, del

trabajo asalariado — . Sin embargo, es claro que, en la redacción final del tomo I — el único

publicado en vida de Marx — la teoría de la plusvalía contiene, más que implícitamente, una teoría

de las clases «en general». Y digo «en general», en un sentido similar a como Marx elabora su teoría

del capital «en general» en el tomo I y en las dos primeras secciones del tomo II [de El Capital].

Pues bien, según el análisis de Marx, a una teoría de las clases «en general» le corresponde elaborar:

uno, las razones por las cuales las relaciones sociales de producción capitalistas — u otras con

coordinación coactiva — hacen surgir una clase dominante; dos, cómo esta clase legitimasus poderes

de apropiación y de coordinación y; tres, mediante cuáles mecanismos se impone a la sociedad.

El problema es, entonces, demostrar los vínculos de cierta clase de coordinación del trabajo social

— ex post y coactiva, y sus correspondientes «poderes de coordinación y apropiación» — con el


surgimiento de las clases sociales, los sistemas de valores dominantesy las relaciones sociales de

produccióncorrespondientes.

Se debe reconocer que, sin dudas, el marxismo tradicional le otorgó al régimen de propiedad una

capacidad cuasi metafísica en la explicación de estos problemas que he mencionado. Pero resulta

que el régimen de propiedad — privativa en este caso — , es solo uno de los componentes centrales

de las relaciones sociales de producción. Para decirlo en palabras sencillas, el régimen de propiedad

«estructura» las relaciones sociales de producción, y el sistema de coordinación del trabajo social

«ordena» la economía; así como el sistema de valores y de mitos sirve para estabilizar y legitimar los

poderes de las clases dominantes.

En especial, la teoría de las clases «en general» devela cómo una coordinación coactiva y ex post del

trabajo sociales el punto de partida de la formación de un poder externoal control social

verdaderamente democrático, que logra «distorsionar» la sociedad en función de sus intereses de

clase y, como consecuencia de ello, también de los intereses específicos de ciertos sectores de sus

miembros — fracciones — de la clase dominante.

Pero pongamos el asunto en contexto. En la ideología liberal, la sociedad burguesa se presenta a sí

misma como una sociedad de la igualdad — claro, desde Marx sabemos que se trata de una igualdad

formal y contractual — ; y opuso esta presunta igualdad — la cual, en términos formales, sí lo es —

a las sociedades anteriores donde prevalecía la desigualdad, el poder de unos sobre otros. El único

poder que reconoce la economía burguesa es el «poder de mercado», que se presenta como una

«distorsión» con respecto a los «mercados perfectos». Por tanto, las clases solo pueden concebirse

como agregados o estratos, nunca como clases dicotómicas.

Marx descubre una estructura de poder detrás de esa igualdad formal/contractual de la sociedad

capitalista, aunque advierte que esta estructura no se desarrolla, como necesidad, de manera

intencional, aunque sí sea intencional el aprovechamiento de estos poderes. Los poderes de la clase

dominante se basan en dos pilares: uno, los poderes de coordinación — una coordinación coactiva

y ex post  del trabajo social conduce necesariamente a la propiedad privativa, a las clases sociales y a

la transformación del mercado de un «medio de coordinación» en un «medio de dominación», al

Estado, a una estructura de desigualdades y, en fin, a un sistema contradictorio de relaciones sociales

de producción — ; dos, los poderes apropiación — estos surgen del régimen de propiedad, ya sea
propiedad privativa o como control del conjunto de la propiedad de los medios de producción por el

Estado: y en sus inicios, del Palacio, del Templo — . En definitiva, la teoría de las clases «en

general» que ya descubrimos claramente en el tomo I de El capital es una teoría de las relaciones de

poder que distorsionan las relaciones humanas.

¿Cómo nos ayuda este conocimiento a encauzar mejor las luchas contemporáneas de emancipación?

Dejando atrás las versiones simplistas, tanto burguesas como marxistas, y al ubicar el problema de

las clases dentro de un marco mayor, el de las relaciones sociales de producción — que, sin

embargo, hay que seguir desarrollando — , estamos mejor preparados para la praxis revolucionaria.

Sabemos que el régimen de propiedad no lo explica todo ni lo resuelve todo, sabemos que sin la

deslegitimación de los poderes de las clases dominantes es casi imposible evitar que las crisis del

sistema se exterioricen hacia «su entorno»; sabemos que «para ser realistas, hay que soñar con lo

imposible». Esto nos permitiría transformar la dialéctica histórica de Marx en una dialéctica

trascendental, pero sobre eso podemos hablar más adelante.

LT: El capitalismo ha sido notablemente exitoso, entre otras cuestiones, en la legitimación de

determinados mitos, los cuales le son funcionales a su existencia: el de la «mano invisible del

mercado», el del «progreso», el de la sociedad del «crecimiento ilimitado», entre otros. ¿Qué

argumentos, a vuelapluma, serían posibles apuntar para deslegitimar tales mitos?

HM: Toda clase dominante necesita estabilizar y legitimar sus poderes de dominación. La

interiorización de ciertas normas de comportamiento — los valores institucionalizados — le son

fundamentales para este propósito, al extremo que determinadas normas se fetichizan hasta

convertirse en mitos: mitos de dominación. Estos mitos se introyectan de tal manera que se llegan a

«naturalizar». En lo que sigue me refiero solo a algunos de estos mitos, los que se incluyen en la

pregunta, que son de carácter supuestamente secular, aunque hay otros de igual o mayor

trascendencia, sean seculares o religiosos.

Comencemos por el mito de la «mano invisible». En este y en los demás casos, no entiendo por mito

una simple falacia, sino una narrativa, un mantra que, en este caso sirve tanto para opacar las

relaciones de poder subyacente, como para evadir la responsabilidad humana por las crisis que

provoca el mercado desenfrenado. En cuanto a lo primero, el mito de la mano invisible se presenta

como supuesta autorregulación del mercado, cuando en realidad, en toda sociedad de clases la tarea
de coordinación corresponde y es llevada a cabo por la clase dominante mediante determinados

medios e intermediarios. Pero es muy fácil achacar a las «leyes del mercado» la supuesta

inevitabilidad de determinadas consecuencias del «libre mercado». Claro que el mercado, con su

competitividad compulsiva muchas veces pone a las empresas — sean estas públicas o privadas —

en dilemas del tipo «contaminar o sobrevivir», «engañar o sobrevivir»; pero, por lo general, se trata

de una estrategia de naturalización de estas «leyes» para evadir las responsabilidades

correspondientes.

En cuanto a lo segundo, la supuesta capacidad metafísica de autorregulación del mercado se ha

mostrado una y otra vez como desastrosa, y cada vez son más frecuentes y gigantescos los

«rescates» del Estado o de los bancos centrales a empresas que, se suponen, no pueden caer. Y en la

teoría, la tesis de la mano invisible — o «teorema» según se dice — pasa por una quiebra incluso

aceptada por los propios teóricos neoclásicos; y es que incluso bajo los supuestos más «olímpicos»

— como diría Schumpeter — , la unicidad y estabilidad del equilibrio general ha quedado en

entredicho, lo que no obsta para que en los manuales introductorios de economía se siga engatusando

a los estudiantes con estas pretendidas propiedades mágicas del mercado. Por lo demás, el carácter

trascendental de los supuestos del modelo matemático del equilibrio general lleva a paradojas como

que la «competencia perfecta» es un estado en el que los mercados — o cualquier otra institución —

no son necesarios. La tesis de la «mano invisible» es un mito, y como mito cumple funciones de

legitimación ideológica.

Ahora digamos algo sobre los otros mitos mencionados. Ya sea que concibamos el término

«ideología» como un marco categorial pre o meta científico, o como sinónimo de «falsa conciencia»,

a la muy antigua idea del progreso — tiene raíces grecorromanas — , le cabe la caracterización más

reciente de ideología, en especial tal como esta ha sido elaborada en los tres últimos siglos en la

tradición occidental. La idea, ya presente en la Antigüedad Clásica y retomada en el Renacimiento,

se transforma en ideología desde el momento en que el progreso y la historia misma se conciben en

constante y ascendente perfeccionamiento al mando del hombre europeo. Se hace presente en la

sociedad inglesa del siglo XVII, con John Locke, y se confirma más tarde con la Revolución

Industrial, el desarrollo de la técnica y del «libre mercado», según Adam Smith; y aunque en un

inicio se circunscribía a la esfera económica y de la técnica, luego no hubo espacio alguno de la

actividad humana ala que no pudiera aplicarse: cientificismo, economicismo, entre otros.
Este perpetuo avance «hacia adelante» se suponía impulsado por las fuerzas de la razón, la ciencia,

la tecnología de base científica y la industria — fuerzas que se reforzaban de manera mutuamente —

; al mismo tiempo que la supuesta capacidad de progreso indefinido actuaba como una de las

palancas principales de legitimización del orden socioeconómico imperante desde tiempos de la

Ilustración, esto es, el capitalismo.

Otra característica fundamental de este mito es la fetichización de la ciencia y la tecnología: no hay

problema humano que aquellas, junto con la economía de mercado y la democracia liberal no puedan

resolver. De tal manera, se concibe un modelo de sociedad — el capitalismo o, en su defecto, el

socialismo — donde cabe el continuo perfeccionamiento, pero no los cambios estructurales en las

relaciones sociales de producción. El mundo esperó milenios por esta revolución, y de ahora en

adelante no habrá problema irresoluble. Es cuestión de tiempo. Y si el mercado no lo puede resolver,

es porque no tiene solución.

Esta concepción, a pesar de sus muchos críticos — como Iggers, Popper, Illich, entre otros — es aún

más dominante en el mundo contemporáneo, y se ha revestido de una supuesta fundamentación

«científica» en muchas de las teorías del crecimiento económico y del desarrollo, en cualquiera de

sus variantes. La ilusión de crecer de por tiempo indefinido y de modo lineal, en un planeta finito —

«sociedad del crecimiento» — , quedó instalada hasta bien entrado el siglo XX, pues en efecto, no

será hasta la década del setenta de ese siglo pasado cuando el mito comenzó a mostrar fisuras,

excepto quizás para los economistas más conservadores de la corriente principal.

Solo agreguemos que la ideología del progreso, en cuanto supuesto proceso natural en la sociedad,

se afianzó con el traslado — muchas veces acrítico — de las ideas evolucionistas que irrumpieron en

biología a mediados del siglo XIX, para con posterioridad, ya en el siglo XX, convertirse en la

convicción de que el progreso y la evolución social podrían alcanzarse por medio de esfuerzos

deliberados en procura del «desarrollo», lo que, sin dudas, choca con una de las ideas centrales de

Darwin: la evolución no tiene ningún fin intencionado, no persigue una finalidad, apenas ocurre por

medio de la selección natural.

En resumidas cuentas, toda sociedad de clases requiere de mitos de dominación para intentar

perpetuar el dominio, y la izquierda latinoamericana — con contadas excepciones — no ha puesto el

dedo en la llaga ni ha sido capaz — también hay excepciones — de levantar sus respectivos «mitos
de liberación»: los mitos de dominación no se combaten con argumentos de racionalidad — aunque

esto puede ayudar — , porque como hemos dicho, no se trata de simples falacias. Los mitos se

combaten, en lo esencial, en el espacio de la razón mítica, en la lucha por la hegemonía cultural y

frente a los cuales necesitamos anteponer mitos de liberación, al estilo, por ejemplo, de la

Pachamama.

LT: Ya hemos visto y comprobado en la práctica, de modo dramático, que las relaciones de

dominación que engendra, o desarrolla el capitalismo — porque algunas le son anteriores — son

múltiples; sin embargo, Marx apenas — y aquí, «apenas» es un eufemismo — estudió una de ellas:

la dicotomía entre el trabajo asalariado y el capital. ¿Es esa la «principal»? El estudio, el marco

conceptual que elaboró Marx para abordarla ¿tiene sentido para comprender, interpretar y superar las

otras? ¿de qué manera?

HM: El capitalismo es un modo de producción que se inscribe dentro de la modernidad — como

también el socialismo histórico — , y esta es la sociedad que se constituye y se interpreta a partir de

la racionalidad instrumental medio-fin concebida a partir del individuo. No de cualquier individuo,

sino justo del individuo calculador, poseedor, egoísta, dominador y abstracto — de una corporalidad

abstracta — . Y aunque históricamente, el colonialismo, el capitalismo y el patriarcado se

desarrollan de manera imbricada, es posible percibir, incluso a simple vista, que la lógica del sistema

no implica un solo tipo de dicotomía o contradicción en las relaciones humanas, sino varios.

En efecto, la «cuestión social» adquirió preeminencia en la crítica al capitalismo durante todo el

siglo XIX, aunque ya la Revolución Francesa deja mostrar al menos dos dicotomías más: la

sobrevivencia de la esclavitud — con el caso dramático de Haití y, desde luego, la esclavitud en el

sur de los Estados Unidos — y la opresión hacia las mujeres — solo contaban los derechos «del

hombre» — . Por esto, las tres emancipaciones de los siglos XIX y XX serán justo estas: la de la

clase obrera, la de los esclavos y, más tarde, la de la mujer. Pero las contradicciones en las relaciones

humanas no se agotan acá. Con el capitalismo y la modernidad surge también el racismo, la

discriminación por el color de la piel. Ni los helenos ni los romanos llamaban «bárbaros» a los no

blancos. Eran otros supuestos atributos los que hacían a unos y a otros superiores a los «pueblos

vándalos». Y ya hacia finales del siglo XX tomamos conciencia de la deshumanización de la misma

naturaleza, cuando el ser humano se transforma en depredador compulsivo de la misma.


Sacar a la luz una sola de estas dicotomías y otorgar a su análisis un rigor científico inédito, le

consumió a Marx los mejores veinte años de su vida. Pero hoy queda claro que la emancipación

humana incluye, sin lugar a dudas, muchas emancipaciones, como más recientemente ha resultado

claro con la discriminación y persecución hacia las poblaciones no heterosexuales. Tenemos además

la discriminación entre etnias que, ha llevado incluso a guerras fratricidas de exterminio del otro

En fin, Marx denunció y estudió un tipo de «discriminación» que sigue estando vigente, pero que

hoy ya no monopoliza las luchas sociales de emancipación. Sin embargo, hoy en día el capitalismo

ha puesto a la humanidad en una encrucijada: «La vida o el capital». Para mí — y sigo en esto a

Franz Hinkelammert — , esta es la contradicción fundamental de la modernidad tardocapitalista,

porque condiciona todas las demás. Lo que está en juego es la vida misma, amenazada por la guerra

nuclear, el agotamiento de los recursos, la crisis climática y, en última instancia, por la voracidad del

mercado total.

Bajo esta perspectiva, la lucha de clases no debe encapsular a las otras contradicciones, pues, aunque

todas tengan en común esta realidad triple del colonialismo-capitalismo-patriarcado, cada una de

ellas tiene su propia especificidad, lo que a su vez nos obliga a replantear esta lucha permanente por

la emancipación humana, o de modo más exacro, por las emancipaciones humanas. Y sí, hoy

necesitamos un marco conceptual más amplio que el legado por Marx, incluso para entender al

propio capitalismo.

LT: Ya hemos visto, en momentos anteriores, que los conceptos trascendentales de orden espontáneo

tienen un carácter orientador, pero no podemos intentar aproximarnos, de manera asintótica, a

ellos… En el entendido de que Marx habría elaborado su propio concepto transcendental — el de

una «convivencia perfecta» — ; ¿qué lectura hacer hoy del mismo? Complejicemos la pregunta:

¿cuál es la condición humana que podría hacer posible la superación — no la inversión — del

capitalismo? ¿basta con la «asociación de hombres y mujeres libres» y con relaciones humanas

directas?

HM: El concepto finalista de sociedad en Marx es la sociedad comunista, el cual lleva asociado un

concepto límite que podemos denominar «convivencia perfecta». Y para Marx, la crítica de fondo no

es la propiedad, la cual es un resultado, sino, la división del trabajo. Pero no cualquier división del

trabajo, sino aquella que denomina «natural», y que bien podemos llamar más en propiedad, división
coactiva del trabajo — en el sentido de «impuesta», «exclusiva» — : esta es la que conduce de modo

inexorable al trabajo enajenado y a las relaciones enajenantes.

A esta división coactiva del trabajo social, Marx le antepone la división voluntaria o espontánea, y

que guía sus primeras imaginaciones sobre la sociedad no enajenada, comunista. Pero no se da

cuenta que este concepto de división voluntaria del trabajo social conlleva implícitos los mismos

supuestos de otros conceptos límite de «armonía preestablecida»; como en el siglo XX fueron, la

competencia perfecta en la teoría económica neoclásica o la planificación perfecta en el pensamiento

soviético. Todos estos conceptos límite corresponden a visualizaciones de una sociedad perfecta.

¿Qué supuestos son estos? En especial el de perfecta movilidad de las personas y el conocimiento

perfecto — incluso previsión perfecta — de todo lo relacionado con la actividad de los actores

económicos y de sus comportamientos respectivos; se trata, con claridad de supuestos

trascendentales.

Estos supuestos también aparecen en la teoría walrasiana del equilibrio económico general y en la

teoría de Hayek sobre el orden espontáneo. Su carácter trascendental implica además que se trata de

supuestos con un carácter claramente antinstitucional, en el sentido de que con movilidad perfecta y

con información perfecta no harían falta las instituciones: todo podría resolverse vía relaciones

humanas directas.

Volviendo a Marx, tanto en los Manuscritos, como en La Ideología alemana y también en El

capital aparece esta idea de convivencia perfecta, bajo distintas denominaciones: coordinación

voluntaria, sociedad totalmente liberada, asociación de hombres libres, entre otras.

Pero en El capital — y Engels de manera muy clara en el Anti Dühring — , Marx se acerca a una

idea que después determinó totalmente al marxismo institucionalizado: la idea de una posible

institución sin los efectos enajenantes o fetichizantes de la institucionalización y una división de

trabajo sin los efectos propios de la división de trabajo. Es el caso, por ejemplo, de su referencia a la

empresa capitalista como una división del trabajo a priori, mientras que el mercado capitalista tiene

una división del trabajo a posteriori.

Marx habla entonces de la nueva sociedad como una aplicación de esta división de trabajo a

priori ya existente dentro de la empresa capitalista: el plan social.


Una idea similar la encontramos en los dos principios que definen las dos etapas de la sociedad

socialista — en Crítica del Programa de Gotha — : «de cada uno según su capacidad, a cada uno

según su rendimiento»; «de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad». En la

primera etapa vale el principio de la igualdad en la distribución del producto — en realidad, del

fondo para el consumo individual — , pero sigue rigiendo el principio que regula el intercambio de

mercancías en términos de valores equivalentes — no así para el trabajo — . La segunda etapa es el

comunismo total donde la misma división del trabajo desaparece.

De manera que, tanto en Marx como en Engels se pueden apreciar dos conceptos en el plano del

equilibrio de la división del trabajo. Sin embargo, no se dan cuenta del carácter distinto de esos

conceptos y los confunden de manera continua. Por una parte, el concepto que se basa en la idea del

hombre total y de la conversión de la división coactiva de trabajo en división del trabajo voluntaria o

espontánea y, en segundo lugar, el concepto que se basa en la planificación del trabajo social — a

priori — que sustituye a la coordinación a posteriori.

El primer concepto llevaría más bien a una sociedad comunista concebida en términos de

asociaciones de trabajadores autónomos, mientras que el segundo concepto tiende a concebir el

comunismo sobre la base de la planificación central.

¿Qué problema radical vemos aquí? En especial un problema de factibilidad en relación con la

condición humana. La revolución total que Marx anuncia es una revolución en nombre de la

sociedad sin clases, sin propiedad privada, sin dinero, sin relaciones mercantiles, sin Estado; pero en

la práctica no se preocupa por el problema de la factibilidad de esta revolución. Para Marx, su

factibilidad es consecuencia directa de que la humanidad se propone solo metas que puede

solucionar, lo que resulta cierto en algunas condiciones, pero no en todas.

De manera que, y para no alargarnos demasiado, puedo resumir así nuestra tesis principal: uno, el

concepto límite — la «convivencia perfecta» — implica un problema especial de factibilidad y su

realización rebasa la condición humana misma; dos, esta «barrera de factibilidad» no es apenas

histórica, sino radical; tres, las distintas teorías e ideologías de las ciencias sociales actuales evitan

confrontar este concepto y su problemática, y al hacerlo caen en el pozo de la «razón utópica» como

nos dice Franz Hinkelammert.


¿Significa lo anterior que el concepto de comunismo es descartable o desechable? De ninguna

manera, pero se mantiene vigente como «idea regulativa» que debe orientar los proyectos de

transformación social que buscan superar el capitalismo.

LT: En una carta, de 1965, del Che al flamante secretario de organización del naciente Partido

Comunista cubano, Armando Hart; el primero criticaba, por dogmáticos, los manuales soviéticos que

se habrían convertido en una biblia, y se lamentaba, sin embargo, que la Biblia para los marxistas no

fuera El Capital. Como no somos fundamentalistas, no creemos en la verdad exegética

de El Capital. A ciento cincuenta años de su primer tomo ¿qué claves están incólumes en ese texto y

cuáles ameritan una reescritura y un reanálisis?

HM: Bueno, Hinkelammert y yo hemos dicho que necesitamos con urgencia de una segunda crítica

de la economía política, con tres principales tareas por delante: uno, la crítica de la economía

burguesa de hoy en día, incluida su fundamentación mítica; dos, una actualización de la teoría básica

del capitalismo que nos legó Marx y; tres, la elaboración de una «economía para la vida» que ponga

los fundamentos de otras economías posibles. Hablemos un poco de lo segundo, y en especial del

tomo I de El capital.

Después de más de 150 años de publicado el tomo I de El Capital — me concentro en exclusivo en

esta obra — , y no obstante el monumental trabajo físico e intelectual que el mismo representó para

su autor — y su legado para la Humanidad — , es claro que, como toda obra teórica e histórica, el

paso de los años ha incidido, eventualmente, en la validez de algunos de sus principales aportes o

resultados. No me refiero al material histórico que sirve de respaldo, ya sea para ilustrar, ya sea para

construir los argumentos teóricos respectivos; sino, sobre todo, a la estructura lógica de la obra, a su

punto de partida, a sus transiciones dialécticas, y a su concordancia con los rasgos centrales del

capitalismo actual. En este sentido, la evaluación crítica a realizar no pretende anular los aportes

cimeros de Marx en dicha obra para la comprensión y crítica del capitalismo, sino más bien, levantar

un conjunto limitado de temas de discusión que el capitalismo actual nos obliga a reconsiderar, en

especial, «El proceso de producción del capital» presentado en el tomo I de El Capital. Y aunque se

trata de una investigación en curso, puedo al menos mencionar algunas de las hipótesis en las que

estoy trabajando:
Uno. El problema del punto de partida: mercancía y coordinación del trabajo social. Son conocidas

las dificultades que encontró Marx para la redacción del primer capítulo de El capital; pero no me

refiero tanto a eso, sino a la pregunta de si «La mercancía» sigue siendo el punto de partida

adecuado para el acceso al estudio de la sociedad burguesa actual. ¿No sería más pertinente, hoy en

día, partir, del sistema de coordinación del trabajo social en su conjunto?

Dos. La subsunción del trabajo conceptual.Ya hablamos algo sobre esto. Marx estudia con exquisito

detalle la subsunción formal y real del trabajo directo, pero en el tomo III se refiere a otro tipo de

trabajo productivo — productivo para el capital — : el trabajo general, expresión que usa para

referirse a la técnica, la ciencia y la innovación. Creemos más conveniente hablar en este caso de

«trabajo conceptual», y es claro que el mismo es central en la actualidad. No obstante, esta «pieza»

— la subsunción formal y real del trabajo conceptual — está ausente en el tomo I — y casi

imposible que fuera de otra manera pues el mismo proceso apenas comenzaba a vislumbrarse al final

de la vida de Marx — .

Tres. El problema del trabajo improductivo. Especialmente en el tomo II de El capital y en Teorías

de la Plusvalía — también en el llamado «Capítulo Sexto Inédito» — encontramos importantes

referencias al trabajo improductivo en el capitalismo, aunque por razones comprensibles, Marx

enfatizó el trabajo improductivo en la circulación. Pero, a decir verdad, el proceso de valorización es

un proceso entrelazado de valorización/desvalorización, es decir, la desvalorización y el trabajo

improductivo están presenten en el capitalismo, como la conservación de la energía y la entropía en

la naturaleza.

Cuatro. Explotación e invisibilización del trabajo de reproducción. La economía feminista ha

llamado la atención sobre un tema central ausente en la obra de Marx: el trabajo de reproducción. Es

imposible entender la reproducción social sin incorporar en la teoría básica del capitalismo, la

división sexual del trabajo y los llamados trabajos de cuidado. Y no se trata apenas de algo que el

capitalismo arrastra del patriarcado, ya que este trabajo de reproducción adquiere un papel, una

especificidad propia en la sociedad burguesa.

Cinco. La dinámica de la acumulación capitalista: la reproducción in natura de las «fuentes

originarias» de toda riqueza social. Me refiero, desde luego, al tema ecológico. Marx lo adelanta —

estudió mucho los efectos del capitalismo sobre la fertilidad de la tierra, por ejemplo — y contamos
con muchos aportes contemporáneos sobre cómo imbricar la dinámica de la acumulación con el

proceso concomitante destructivo de la naturaleza. El problema, de nuevo, es cómo incorporarlo en

la «matriz teórica» del tomo I.

Seis. De la acumulación originaria a la continua acumulación permanente por desposesión. El

capítulo sobre la acumulación originaria solía verse como un presupuesto histórico del capital, un

proceso emergente que ocurría y servía de «gran empuje» al capitalismo. Pero hoy es generalizada la

tesis de que la acumulación originaria no es simplemente originaria, sino que se trata de una

acumulación permanente de recursos, tierras, ideas, saberes, culturas, etc. Esta acumulación

permanente ya no puede ser vista como un anexo a la parte en rigor teórica de una teoría básica del

capitalismo.

Siete. De la explotación y el ejército de reserva a la exclusión y la población sobrante para el capital.

Ser «explotado» se está convirtiendo en un privilegio, en una condición para la existencia, de una

manera mucho más dramática que en la época de Marx, cuando el campesinado era todavía una

salida posible a la subsunción directa por el capital. De manera similar, la mayor exclusión hoy en

día no es ser parte del ejército de reserva, sino ser tratado como población sobrante por el capital.

Debemos por tanto renovarla teoría de la explotación en este sentido.

Bueno, estos son solo algunos ejemplos de lo que entiendo por una necesaria actualización de la

teoría básica del capitalismo, esa que Marx desarrolla en el tomo I y en las dos primeras secciones

del tomo II, en especial. La tarea es tan titánica como elaborar una «economía para la vida».

Fuente: https://medium.com/la-tiza/volver-a-marx-para-trascender-a-marx-hacia-una-lectura-cr

%C3%ADtica-de-el-capital-4741d1ba3fef

A propósito del derrumbe

Por José Ernesto Nováez Guerrero | 29/02/2020 | Opinión


Fuentes: La Tizza

Han transcurrido ya treinta años desde aquel nefasto 25 de diciembre de 1991, fecha que marca de

modo oficial la desintegración del primer Estado socialista de la historia: la Unión Soviética. Como

en casi todos los procesos históricos, el reconocimiento de derecho no es más que la certificación de

lo que ya se había concretado de hecho. Décadas de errores acumulados y una dirección oportunista

que en los últimos años precipitó las condiciones de desintegración fueron algunos de los factores

que determinaron este cataclismo político.

Continuar estudiando y extrayendo las lecciones adecuadas del fracaso del socialismo en Europa del

Este, lejos de ser un ejercicio ocioso de cerebros trasnochados, resulta cada vez más importante para

la experiencia socialista de Cuba y para un mundo donde la modernidad capitalista plantea con

urgencia creciente la necesidad de alternativas para la mayor parte de la humanidad.

En este sentido conviene leer el libro El derrumbe del socialismo en Europa, que ya cuenta con dos

ediciones cubanas por la Editorial Ciencias Sociales (2014 y 2016), y constituye un valioso aporte a

la comprensión de este proceso en el plano económico.

Su autor, José Luis Rodríguez (La Habana, 1946), obtuvo el grado de Doctor en Ciencias

Económicas en la URSS en 1978. Ha ocupado importantes cargos en la dirección de la economía

cubana; entre ellos, los de ministro de Finanzas y Precios de 1993 a 1995 y de Economía y

Planificación de 1995 a 2009.


Invitado a la Jornada homenaje por el Sesenta Aniversario de la Revolución Cubana, convocada por

el Departamento de Filosofía de la Universidad Central de Las Villas, de conjunto con la Uneac y la

Sectorial Provincial de Cultura en Villa Clara, accedió a dialogar sobre su libro y las problemáticas

que en él se plantean, como claves para comprender toda práctica socialista pasada y corregir toda

práctica socialista futura.

José Ernesto Nováez Guerrero (JENG): Profesor, deseo comenzar hablando respecto a la NEP. El

Che, en los Apuntes críticos a la Economía Política, considera la NEP como el gran error de Lenin,

que determinó que en la evolución económica posterior de la sociedad soviética no se resolvieran

nunca, de verdad, las relaciones de propiedad. ¿Considera usted que para las relaciones económicas

atrasadas de la URSS en los años veinte, después de la devastación de la Guerra Civil, resultaba

inevitable la reproducción de las formas capitalistas o se hubieran podido valorar nuevas formas de

socialización, tomando experiencias de la propia comuna rural rusa o de algún otro antecedente

histórico? ¿Por qué? ¿Y qué papel cree que haya jugado la NEP en este proceso?

José Luis Rodríguez (JLR): Creo que es muy difícil decir, a tantos años de distancia, que había otra

alternativa. Hay que valorar cómo triunfa la revolución en Rusia y qué condiciones tiene. Es un

proceso en el cual primero se rompe la cadena del capitalismo en Eurasia por el eslabón más débil.

No estaban desarrolladas a plenitud las relaciones capitalistas de producción. Recordemos que el

feudalismo fue superado en Rusia apenas en 1861. Ya en ese momento había ocurrido la Revolución

francesa, varios países de Europa Occidental habían transitado, de una u otra manera, a través de las

revoluciones de 1830, de 1848, hacia una forma de propiedad capitalista más o menos avanzada.

Entonces podemos decir que Rusia, junto con Japón, son los dos países que cierran el ciclo de la

transición de la sociedad feudal a la sociedad capitalista entre dos de los grandes imperios de Europa

y Asia.

Cuando triunfa en Rusia la revolución en 1917, vienen de una guerra que ha destrozado al país. Si

uno calcula las producciones que existían en 1917 y las compara con las del período de preguerra en

1913, la caída es brutal. De ahí que en marzo de 1918 las condiciones obliguen a implantar el

comunismo de guerra, como medida para lidiar con la situación económica del país que se agravaba

con la Guerra Civil, en medio de una coyuntura donde había que alimentar a la población y al
ejército. Vemos entonces que la transición al socialismo no es para nada pacífica, ni siquiera

ordenada en la primera experiencia histórica triunfante.

En medio del idealismo propio de las primeras etapas de los procesos revolucionarios, el

Comunismo de Guerra trajo en 1919, como una de sus aristas, la idea de que era posible una

transición saltándose el mercado y las relaciones monetario-mercantiles. Incluso hubo

planteamientos como el del famoso libro El ABC del comunismo, de Bujarin y Preobrazensky, de

que no se desarrollaran las relaciones monetario-mercantiles, dado lo que se había logrado hacer en

esa época de distribución directa de la producción.

Esta situación se mantiene hasta 1920, cuando el gobierno bolchevique gana la Guerra Civil, después

de unas cuantas concesiones — como el acuerdo de paz de Brest-Litovsk — y logra mantenerse en

el poder, pero en medio de una gran disputa ideológica interna entre Bujarin, Trotski y Lenin. No

obstante, Lenin logra imponerse, con una posición que pudiéramos considerar pragmática y que

ponía en un primer plano la sobrevivencia.

En marzo de 1921, en el XI Congreso del Partido Comunista Ruso, Lenin señala que en el Ejército

Rojo, el 80 % de los soldados son campesinos que van a retornar a sus tierras, devastadas por

completo en la guerra, y para los cuales no van a funcionar, en lo más mínimo, los recursos que

harían falta para desarrollar una producción cooperativa y, sobre todo, para desarrollar el interés de

esos campesinos, que venían de una etapa muy cercana todavía al feudalismo, en la producción

social. Y Lenin se percata de que hay que dar un paso atrás, un paso táctico, que tal vez si hubiera

tenido otras condiciones no hubiera asumido. Pero la prioridad era la supervivencia. Lenin hizo las

concesiones que entendió. Nosotros también, en el Período Especial a la altura del año 1994 o 1995,

hicimos concesiones que Fidel reconoció como concesiones capitalistas, pero había que garantizar

ante todo la supervivencia del país.

Para el momento de la NEP ya el Partido Bolchevique presenta varias fracciones y con

personalidades tan fuertes dentro de su liderazgo como es el caso de Trotski — quien había estado

presente en 1905 en el estallido revolucionario de Petrogrado — , y Lenin tiene que lidiar con ellas.

Estas personas no tienen la visión teórica, conceptual, incluso ideológica que él tiene, pero son

personas de las que no puede prescindir. Recordemos el famoso episodio con Zinóviev y Kámenev,

a los cuales Lenin llama «los esquiroles de la revolución», pero no los expulsa del partido, porque
Lenin también comprende la importancia de la unidad de los revolucionarios — más allá de errores

cometidos — para rebasar una coyuntura muy adversa.

Así y no obstante las diferencias, Lenin logra en vida una unidad de ese conglomerado de

personalidades diversas alrededor de su persona.

No obstante, no podemos minimizar el nivel de las contradicciones a que se enfrenta la posición de

Lenin. Por un lado, él está proponiendo determinadas concesiones, y la gente y muchos de sus

camaradas que le atribuyen el triunfo en la Guerra Civil, al menos en parte, al Comunismo de

Guerra, enfrentados con él.

Pero el líder bolchevique comprendió que no había manera de estimular la producción material en

Rusia si no se reconocía el interés material más primario en esa masa enorme de campesinos. Él

habla entonces de un capitalismo de Estado y lo plantea como un retroceso táctico que, como es

lógico, él no podía prever hasta dónde iba a llegar. Pensaba que los efectos perniciosos de este

retroceso se podían controlar desarrollando una forma de propiedad cooperativa, una forma de

colectivización primaria, de manera gradual, para convencer a los campesinos que es más productivo

trabajar asociados.

JENG: En los años veinte se da un profundo debate económico en la Rusia soviética, que incluso hay

quien lo ha leído intentando descubrir detrás de cada uno de los actores involucrados la expresión de

determinados intereses clasistas. ¿Cuáles fueron, desde su perspectiva, los principales ejes temáticos

en torno a los cuales giró este debate?

JLR: Allí se produce un vacío proveniente del hecho de que, antes de la muerte de Lenin, en el año

1922, se dan una serie de discusiones relativas al problema de las nacionalidades, y se da un fuerte

enfrentamiento de Lenin con Stalin. Por otro lado, Lenin mantiene una relación con Trostki, con el

que comparte una serie de opiniones y discrepa de otras.

Esta es una etapa en la cual Lenin, sabiendo que estaba muy enfermo, busca la manera de eliminar

las contradicciones que él estaba observando en la cúpula de la dirección partidista. A finales de

1922 la situación se agrava a tal punto que el líder bolchevique comienza a dictar lo que es

considerado como su testamento político. En este documento él hace una evaluación de las
principales figuras del partido en ese momento y deja bien claro que hay que evitar la división del

mismo entre Trostki y Stalin. Es evidente que comprendió con claridad la contradicción entre ambos

y las diferencias de sus personalidades. Trotski era un hombre culto, un buen orador y un hombre de

gran arraigo en las masas mientras que Stalin era un hombre de un carácter brusco, del aparato

interno del partido, que no tenía ese carisma, pero que además provenía de una nacionalidad no rusa,

Georgia, lo cual en el contexto adquiría relevancia. La situación llegó a un punto en que Lenin en su

testamento llega incluso a pedir la separación de Stalin del cargo de secretario general del partido,

por problemas de carácter y por el inmenso poder que había acumulado, así como el uso que hacía

del mismo.

Por infortunio, Lenin no pudo culminar su política para dejar una dirección unida. A ello se une que

la muerte del líder bolchevique va a ser un cataclismo tan grande que explica por qué, en medio de

ese gran pesar, nadie le reclama a Stalin que cumpla con lo que se plantea en el «testamento

político» de Lenin. Lo conocen, sí, los delegados del XIII Congreso PCR (b), pero la cercanía de la

muerte de Lenin creo que es todavía un trauma que pesa sobre ellos.

Por otro lado, Trotski se mantiene, de manera errónea, al margen no solo del aparato del Estado, sino

incluso de todo el proceso político en torno a la muerte de Lenin. No participa en los funerales, no se

ocupa de ventilar sus puntos de vista tampoco. Le cede el terreno a Stalin en la práctica, lo subestima

y eso fue fatal para él porque Stalin no olvidó eso. Poco después de la muerte de Lenin sacan a

Trotski del Buró Político y empieza todo el proceso de cuestionamiento hacia él en el partido, de

exilio, en Alma Atá y luego fuera del país. Viajaría sin destino fijo por Europa hasta radicarse a

principios de los años treinta en México, donde viviría hasta su asesinato en 1940.

De modo paralelo, pasa el momento donde el partido acuerda no dar a conocer el «testamento

político» de Lenin. Esto fue un triunfo formidable para Stalin, que favorece la posición del líder

georgiano al frente del partido, maniobraría de manera muy hábil para deshacerse de sus enemigos

hasta consolidar su poder, ya sin oposición visible, a partir de 1930.

Por otro lado, en 1924–1925 se da una relativa recuperación económica y comienzan los debates en

torno a la política de industrialización, pero implícitamente en ese debate está el tema de las

relaciones monetario-mercantiles en el socialismo. Ahí es donde entra el gran debate entre Nicolai

Bujarin y Evgueni Preobrazensky.


En mi opinión Bujarin que era un hombre culto y pudiera decirse que era el de mayor nivel de

conocimiento del marxismo en la dirección de partido de entonces, quería jugar una carta para

avanzar en una transición muy gradual hacia el socialismo, reconociendo — en la práctica — la

necesidad de aceptar un tránsito con la extensión de la política de la NEP. La famosa frase que lo

marcó de por vida: «¡Enriqueceos!», lo identifica con los intereses de la pequeña burguesía

campesina sobre todo. Mientras que Preobrazensky era un hombre de ultraizquierda y yo pienso que

era mejor economista que Bujarin. En su libro La nueva economía, Preobrazensky desarrolla la

teoría de la acumulación originaria en el socialismo y, de soslayo, toca el tema de las relaciones

monetario-mercantiles. Él no le encuentra una solución posible en el momento para justificar la

existencia de las relaciones monetario-mercantiles en el socialismo y plantea que son relaciones que

existen de manera objetiva, que van a jugar un papel subordinado en la acción parcialmente efectiva

de la ley del valor. Al considerarlas como relaciones subordinadas tenía razón, pero no les daba el

peso que en realidad tenían.

Ya en 1935, cuando se teoriza en torno al cálculo económico, que no es más que la racionalización

sobre la presencia del mercado en el socialismo, las tesis que prevalecen son las de Preobrazensky,

quien en la práctica no pudo disfrutar de ese hecho porque lo fusilan poco después, en 1937.

JENG: Usted afirma en su libro que a partir de 1928–1929 se comienzan a tomar una serie de

medidas que representan en la práctica el desmontaje de la NEP como política. La etapa que sigue es

la de consolidación del régimen económico y político de Stalin. Atendiendo a los resultados

económicos y el costo social de estas medidas ¿cómo valoraría la práctica económica del

estalinismo?

JLR: Bueno, primero Stalin es muy cauteloso, no toma partido en el debate que hay entre Bujarin y

Preobrazensky. En la práctica, aunque nunca lo reconocieron así ni Stalin ni nadie después, él se

afilia más a las opiniones de Preobrazensky. Por lo tanto, el choca con Bujarin de inicio, aunque

Bujarin lo sigue apoyando hasta 1929 cuando lo expulsan del partido.

Stalin se deja querer, sin comprometerse demasiado. Así, a él le va a resultar más fácil explicar la

existencia de relaciones monetario-mercantiles, que es la tesis que defiende Preobrazensky, como

producto de la existencia de las distintas formas de propiedad y afirmar que mientras exista esa

diversidad de formas existirá el mercado. Pero deja fuera del análisis la propiedad estatal, no se
responde ni por él ni antes por Preobrazensky, el por qué dentro de la propiedad estatal se mantienen

las relaciones monetario-mercantiles. Eso nunca se resuelve, ni en el texto de Stalin, de 1952, Los

problemas económicos del socialismo en la URSS, ni lo va a resolver la teoría en ese sentido hasta

los años sesenta, que es cuando viene la famosa tesis del aislamiento económico relativo y se

profundiza en la idea de que puede desaparecer la propiedad privada, pero no desaparecen las

condiciones que dan lugar a un intercambio a través de ese aislamiento, que obliga a confrontar a

través del mercado el trabajo de los hombres en la sociedad.

La falta de una respuesta adecuada en términos conceptuales de las razones de permanencia del

mercado en el socialismo trajo para la causa revolucionaria un costo enorme, porque en teóricamente

muchos autores concibieron al mercado como si fuese inocuo, ignorando todas sus contradicciones,

tratando de remendar cada vez que estallaban esas contradicciones pero no profundizaron en realidad

en el tema. Y ocurre un fenómeno. Cuando empieza el desmontaje de la NEP, ya hay intereses

creados y está la famosa huelga de abastecimiento de trigo — creo que es en el invierno de 1927–

1928 — donde los productores se niegan, si no les pagan precios mayores, a abastecer las ciudades.

Ese es el pretexto de la colectivización forzosa de la producción agropecuaria en la URSS, de ahí

arranca.

En apariencia, lo que dice Stalin es muy razonable: «Esas personas se han declarado enemigos del

Estado soviético», «Esto no puede seguir así», lo cual viene muy bien con los criterios de

ultraizquierda de Preobrazensky en lo económico. Y ya ahí, en la práctica, arranca una

contrarreforma. Lenin sabía que esas contradicciones estallarían a partir de la NEP, pero Stalin no le

da la solución gradual, política, que Lenin se imaginó a partir de la creación de cooperativas. En

lugar de eso envía los comisarios al campo, los kulaks — los campesinos ricos — son desterrados a

Siberia y los campesinos integrados por la fuerza a las cooperativas. Eso representó un costo

enorme: están las cifras del año 1932–1933, que reflejan la hambruna que se desató, porque dejaron

de abastecerse los mercados y muchas personas murieron de hambre.

Hay una cosa interesante, yo la encontré en el libro Historia de las ideas socialistas, de Cole: en el

tomo dedicado a los años treinta, él se pregunta por qué transcurren las purgas y la eliminación de

los enemigos de Stalin sin que se produzca una reacción. Él parte de un criterio que es interesante,

dice más o menos: «Bueno, imaginemos cómo era el campesino antes de ese proceso, cuando se
introduce la cooperativización forzosa y cuando comienza la industrialización». Porque al mismo

tiempo del proceso de desmontaje de la NEP, empiezan los procesos de industrialización acelerada,

en los años 1929–1930, y una gran masa de campesinos va, de manera forzosa, a trabajar como

obreros en las ciudades. Y eso, que podría parecer algo forzoso, que genera desarraigo, va a tener

también un ángulo positivo al modificar las condiciones de vida de esos campesinos. Hombres y

mujeres que vivían en tiendas de paja, sin condiciones mínimas de higiene, con una alimentación

precaria, sin condiciones para enfrentar el invierno, de pronto se ven viviendo en un edificio

colectivo, con tres o cuatro familias más en el mismo piso, pero con un baño, protegidos del frío,

mejor alimentados.

JENG: Al principio la resistencia al proceso de colectivización forzosa fue violenta. Mataban a las

reses, escondían las cosechas…

JLR: Sí, claro, pero ahí los kulaks desempeñaban un papel importante, pues la riqueza estaba en lo

fundamental en manos de estos.

Ahora bien, toda esa masa de gente que se transfiere a las ciudades cambia sus condiciones de vida.

Y el que se anota ese logro es Stalin. Esto puede explicar, según Cole, por qué esa gran colectividad

siguió oyendo lo que le decía Stalin sin preocuparse demasiado por estos procesos políticos, que eran

procesos que seguía en lo esencial la élite, la intelectualidad, pero no eran procesos en los que la

gran masa del pueblo estuviera pendiente de ellos ni nada por el estilo.

También todavía hoy hay una gran discusión sobre si en realidad había una oposición a Stalin en los

años treinta o no. Yo pienso que sí había una oposición, en particular entre los militares. Nunca ha

quedado claro el juicio secreto de mariscal Tujachevski — solo había cinco mariscales en el Ejército

Rojo por esos años — porque además fue un proceso expedito. Todo parece indicar, hay una teoría

en ese sentido, de que lograron infiltrarse los nazis en las filas de los militares de mayor rango y

logran una real conspiración allí adentro, o al menos hacen creer que la hay, o como mínimo la

apariencia de que esta conspiración existía. Los valiosos oficiales que se perdieron por este proceso

le causaron una debilidad estratégica al pensamiento militar soviético que por poco les cuesta la

derrota en la Segunda Guerra Mundial.


El caso fue que este proceso de los años treinta creó un cisma dentro de la sociedad soviética, sobre

todo en el estrato militar y en la alta dirección del partido y el Estado. El Comité Central del PCUS

del XVIII Congreso del año 1939 ni se parece al del año 1934.

JENG: En las páginas 40–41 del libro usted apunta, hablando del estalinismo como modelo político:

«(…) fue el abandono de los factores de movilización política, incluyendo la ausencia de democracia

y las prácticas represivas un elemento determinante en estos años, causando un daño que resultaría

irreparable para las ideas del socialismo en la Unión Soviética y posteriormente en la Europa

oriental, al punto de constituir un elemento cardinal para explicar las bases políticas del derrumbe

del socialismo europeo años después.» ¿Se puede entonces, sobre esta base, decir que en los años de

Stalin las medidas económicas y el ascenso y consolidación de la casta burocrática sientan las bases

para el desmontaje del socialismo en Europa en una etapa posterior?

JLR: En mi apreciación es una de las bases.

JENG: O sea, usted discrepa de los autores de El Socialismo Traicionado, en este sentido. Ellos

establecen en Jruschov el parteaguas de este proceso de desmontaje.

El socialismo traicionado. Detrás del colapso de la Unión Soviética 1917-1991

Introducción Este libro trata del colapso de la Unión Soviética y de su significado para el siglo XXI.

La magnitud de…

rebelion.org

JLR: Yo pienso que si se hace un análisis de la perspectiva histórica y sobre todo de sus relaciones

con Cuba, puede decirse que Jruschov fue un hombre extraordinariamente positivo, punto y aparte

de la Crisis de Octubre. Jruschov no es lo que pintan los autores de este libro, no es el personaje

siniestro que está gestando una transición al capitalismo. Lo que vino después de él fue peor.

JENG: ¿Entonces no es cierto que en el mandato de Jruschov, empieza un proceso de asimilación de

las ideas del socialismo de mercado, de querer competir, desde el punto de vista del consumo, con

las sociedades occidentales?


JLR: No lo veo así, aunque Jruschov se da cuenta del deterioro de la economía soviética en los años

cincuenta, cuando la productividad cae y la situación se pone tensa. Él realiza maniobras — yo diría

un poco desesperadas — y trata de darle un impulso a la economía. Así está el Congreso del PCUS

de 1961, donde se acuerda el famoso programa de construcción del comunismo, algo bastante

idealista en las condiciones concretas que se vivían entonces. Es decir, el intenta enviar una serie de

mensajes tratando de rescatar al ser soviético de la depresión y la confusión en la que lo sume la

muerte de Stalin. De pronto se hace público — por primera vez — que hay un testamento político de

Lenin y que, en esencia, Stalin violó el legado leninista. Hay que leerse el discurso de Jruschov en el

XX Congreso. Yo creo que al final era necesario este discurso y en esto discrepo de los autores

de El Socialismo…  quienes consideran el discurso injusto.

JENG: Una de las lecturas que ellos hacen es que tanto Jruschov como Gorbachov convierten a

Stalin en el saco donde echar todas las culpas de lo que iba mal en el socialismo.

JLR: Yo creo que, en efecto, no era el saco de todo lo que iba mal, pero tampoco era un inocente

cordero. En la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, cometió errores garrafales, que estuvieron a

punto de costar la derrota soviética en la guerra.

Sin dudas, era muy duro tener que admitir los errores cometidos por Stalin y otros dirigentes

soviéticos de primer nivel como Malenkov, Molotov, Kaganovich y Beria, e incluso el propio

Jruschov, pero existían múltiples evidencias de esos errores que ponían de manera seria en riesgo el

socialismo soviético.

Considero, volviendo al tema de Jruschov, que ellos estaban buscando una salida para relanzar la

economía soviética. Y tienen mucho éxito las ideas del manejo del mercado con la planificación, y

cargan la mano en el hacer frente a la planificación burocrática que era vista como un freno. Se

cuestiona así la enorme burocracia estatal que se había creado. Todo eso tenían razón en criticarlo,

pero la solución que buscaban no era profundizando en el socialismo, sino buscando en el mercado

alternativas de solución.

Hay también un hecho importante: el nivel de vida queda tan destrozado después de la guerra, en

1945, que a la gente había que darle algo. Fíjate que tanto Malenkov como Jruschov se orientan, de

manera directa, a elevar la producción de bienes de consumo después del año 1953.
JENG: Usted en su libro hace un análisis de la evolución económica de las sociedades socialistas de

Europa del Este por décadas que resulta valioso en grado sumo para entender muchas medidas

políticas de esos años: explica cómo esas economías socialistas van a tener, en un inicio, un período

de crecimiento — imagino que por todo el proceso mismo de reconstrucción luego de la guerra —

pero ya a finales de los cincuenta, principios de los sesenta, se da un proceso de estancamiento y se

empieza a dar una apertura al denominado socialismo de mercado, en lo fundamental en las

sociedades que están más cerca de Europa Occidental — la RDA, Checoslovaquia, Hungría — que

son, además, las que tenían una cultura capitalista más desarrollada antes de la guerra.

JLR: Allí, como es lógico, se lanzaron primero a las reformas de lo que podía denominarse como

una variante de socialismo de mercado, en Hungría y Checoslovaquia, que eran las que mejores

potencialidades económicas tenían. Polonia no estaba a ese nivel y los búlgaros se fueron al extremo:

las reformas más rápidas y más profundas se dieron en Bulgaria; en un solo año, 1958, lo quisieron

cambiar todo.

Por su parte, Yugoslavia había emprendido un propio proceso de reforma con la autogestión — con

un fuerte contenido de mercado para los parámetros de esa época- a partir de 1947–48 — lo que

llevó a que fuera condenada y aislada del resto de los países socialistas, situación que duraría hasta

finales de los años cincuenta.

JENG: ¿Cómo afectó este proceso de reformas en Europa del este las dinámicas económicas internas

de estos países, sus relaciones internacionales y su posicionamiento frente a cuestiones políticas y

teóricas clave, como la lucha de clases, por ejemplo?

JLR: Ahí lo que sucedió es que, en términos de la paridad militar con Estados Unidos, la Unión

Soviética a finales de los cincuenta estaba muy atrás y ellos desarrollan, en mi opinión, el concepto

de coexistencia pacífica buscando ganar tiempo en ese sentido. Lo convierten en la piedra angular de

toda su política exterior. Como es lógico, eso se impone también en las llamadas «democracias

populares» de Europa Oriental. Pero además hay procesos nacionales que impulsan, digamos, el

consumismo socialista.

Es muy interesante el caso de Hungría. Janos Kadar, dirigente del POSH, cuando llega al poder en el

año 1956 — luego del alzamiento contrarrevolucionario que se produce en octubre de ese año y que
es aplastado por tropas soviéticas — se da cuenta de que esa sociedad abrigaba un profundo

sentimiento de hostilidad hacia los soviéticos y él buscará, en lo adelante, crear una base de

desarrollo socialista, de consumo nacional, lo cual implica acercarse en cierta medida a Occidente y

desarrolla una política donde sustituye el factor ideológico con la búsqueda de un mayor nivel de

vida.

En el caso de Checoslovaquia, este fue siempre un país muy occidental, con mucho desarrollo, sobre

todo con una gran influencia de la industria alemana. No le costó mucho trabajo por tanto acercarse a

esa política y llega al poder una nueva dirección del partido en los años sesenta y son muy

manipulados por el tema de los derechos humanos. Los soviéticos, que ya venían con la experiencia

de los estallidos sociales aprovechados por la contrarrevolución, en la República Democrática

Alemana en 1953, Hungría en 1956, y Polonia en 1961, se enfrentan, de manera simultánea, a la

agudización de las contradicciones con Occidente en los sesenta, a raíz de la crisis de Octubre. Ven

el fenómeno checoslovaco enfrascado en la búsqueda de un llamado socialismo democrático y de

mercado y deciden intervenir en 1968. Sustituyen a Alexander Dubček y ponen en su lugar a Gustáv

Husák, quien había salido de los campos de concentración estalinistas apenas en 1963. La etapa que

sigue en Checoslovaquia hasta la caída del socialismo en 1989 es bastante gris, con un alto nivel de

dependencia de la URSS en ese período.

Fidel, en el discurso de agosto de 1968 — discurso que se da en medio de las contradicciones con los

soviéticos y las luchas en América Latina — afirma que por un lado es cierto que había que salvar el

campo socialista, pero por otro las tropas del Pacto de Varsovia violaban la soberanía nacional

checa. En una parte incluso llega a cuestionar si estarían dispuestos a hacer lo mismo si se produjera

en Cuba una agresión del imperialismo.

23 de agosto de 1968

Pronuncia discurso en la televisión donde realiza un exhaustivo análisis acerca de los

acontecimientos ocurridos en…

www.fidelcastro.cu
Esos años finales de la década del sesenta son años de tirantez para las relaciones cubano-soviéticas.

Luego del fracaso de la zafra del setenta, se impone una reflexión y Cuba tiene que replantearse estas

relaciones porque quedamos con una deuda de más de dos mil millones de dólares con los soviéticos

y así comienza un reacomodo de estas relaciones en el año 1971. Cuba ingresa al CAME en 1972.

JENG: En su libro usted dialoga mucho con Roger Keeran y Thomas Kenny, los autores de El

Socialismo Traicionado, y con la tesis que ellos sostienen de una continuidad entre Bujarin, Jruschov

y Gorbachov. Mientras estos cambios se están dando en las sociedades de Europa oriental, qué

ocurre en la Unión Soviética y qué hay de cierto en la afirmación de estos autores.

JLR: En realidad, no comparto esa tesis y creo que no está demostrada en el libro, tampoco. Primero,

Bujarin era un revolucionario que militaba en el campo de la teoría, nunca, fue dirigente político

efectivo. Él lo que dirigió fue el periódico Pravda y después de eso su labor fue netamente

académica. Se interesó por los análisis teóricos como los de Preobrazensky en los años veinte. Se ve

inmerso en un proceso en el que lo expulsan del partido en 1929 y vuelve a ingresar otra vez, hasta

que ya lo fusilan en 1938.

Para aquel que desee profundizar en la vida de este revolucionario soviético, le recomiendo lea el

libro de Stephen F. Cohen, Bukharin and the Bolshevik Revolucion. A Political Biography, 1888–

1938, publicado por Oxford University Press, en 1980.

No creo que él haya elaborado una gran teoría. Fue un hombre que, en un momento de

confrontación, eligió un bando y no creo que se pueda extraer de su obra un cuerpo teórico que

permita afirmar: «Jruschov estudió a Bujarin y estas fueron las lecciones que extrajo». Y Gorbachov

menos.

Mijail Gorbachov era un campesino. Fue secretario de una región agraria que, para su beneficio, en

ella radicaba el lugar a donde iban a descansar los grandes dirigentes del país en el Mar Negro. En el

caso de Gorbachov hay que reconocer también que no era el típico dirigente soviético, sobrio y

parco, sino que era un hombre con facilidad de palabra, puede decirse que era un populista.

Yo no creo que haya existido esa triple conexión que Keeran y Kenny sostienen. Creo que está

«traída por los pelos» porque, además, no hay más nadie que sostenga esa tesis. Esto por un lado.
Por otro lado, lo que estaba sucediendo en Europa oriental partía del hecho de que era un socialismo

fallido desde los inicios, por las razones que fueren. Cuando se toma, por ejemplo, el proceso de

1965 en Rumanía en que sale de la dirección Gheorghe Gheorghiu-Dej y asume Nicolae Ceauşescu,

vemos como Ceauşescu es el primero en afiliarse al FMI en los años setenta y además, dentro del

CAME, su país actuaba como una fuerza negativa, oponiéndose a todo, con posiciones hostiles con

claridad al socialismo.

JENG: Aunque Jruschov sí había asimilado ciertos mecanismos de mercado, la Unión Soviética se

abstuvo de reformas radicales de carácter mercantil, reformas que sí se verificaron en muchos países

del antiguo campo socialista.

JLR: La discusión de estas reformas fue la más larga. Desde 1958 en que arrancaron los debates

hasta el año 1965. Este debate tan largo fue resultado de que existía una resistencia por parte de

aquellos que creían que se podían resolver los problemas con la planificación. Así hay un gran

desarrollo de la modelación económica matemática en esos años — cuestión olvidada de modo

lamentable por muchos economistas — con ejemplos concretos de fábricas dirigidas mediante

programación lineal. Y están los trabajos de Alexéi Kosyguin quien planteó la reforma empresarial

sobre la base del mercado: es lo que desata un gran debate entre 1962 y 1965. Kosyguin es el

hombre bajo cuya dirección pudieron salvarse las industrias soviéticas en la Segunda Guerra

Mundial trasladándolas hasta los Urales. Él trata de componer todo este debate y tiene que enfrentar

una situación complicada con la salida de Jruschov del poder en 1964. Frente a los errores en la

dirección de Jruschov — en quien se concentraba todo el poder — se divide la dirección del país.

Emergen tres cargos fundamentales: el presidente, Anastas Mikoyán, el primer secretario del PCUS,

Leonid Brezhnev y el primer ministro Alexei Kosyguin. Esto reduce de modo drástico el escenario

de acción de Kosyguin.

Es interesante ver las ideas de Kosyguin en ese sentido, porque él trata de compatibilizar todo

aquello y de armar un modelo coherente y, en mi opinión, es uno de los factores que demora que las

reformas no se aprueben hasta el año 1965. Por un lado, los dogmáticos dentro del partido

resistiéndose a las reformas, por otro lado los matemáticos introduciendo modernas técnicas, pero

con pocas posibilidades de utilizarse en la planificación y por otro el famoso trabajo de Evsei

Liberman sobre la introducción del mercado en la gestión empresarial.


Al final llegan a una especie de solución de compromiso en ese momento. Incluso la reforma de

1965 no se llega a aplicar por completo en el caso de la Unión Soviética, empiezan a rectificarla por

el camino y se queda a medias. Esto permite darse cuenta de las contradicciones que deben haber

existido a lo interno en la dirección del país y que determinaron que eso se produjera de esa manera.

Ya bajo la dirección de Brezhnev aquello entró en una etapa de paralización e inmovilismo.

En los otros países socialistas de Europa los primeros que arrancaron con reformas fueron, como ya

dije, los búlgaros, que en el propio año 1958 ya las habían hecho, desarrollando los famosos

combinados agroindustriales. Hungría se demoró hasta el año 1967, que fue cuando introdujeron la

planificación indicativa y por primera vez se eliminó la planificación centralizada dentro del campo

socialista, aunque ya Yugoslavia, que era un actor aparte, la había eliminado desde antes. De

Checoslovaquia ya hemos hablado. Sus reformas fueron detenidas en el año 1968. Era casi una

reforma liberal, muy cercana a lo que sería después la Perestroika. Y en la RDA, por las propias

peculiaridades de la existencia de ese país, todo debía ser muy ordenado. En todos los procesos

alemanes, los soviéticos jugaban un papel político decisivo y esto determinaba todo lo demás. Por su

parte Rumanía se inclinaba cada vez más a Occidente y Polonia no logra avanzar en las reformas a

partir de la no solución de las contradicciones internas que afectaron ese país después de la guerra

mundial.

JENG: En su libro aborda todo el complejo proceso económico de los setenta y principios de los

ochenta y hay consenso en que Andropov marcó algunas directrices que, de haberse continuado,

hubieran sido muy valiosas.

JLR: Yuri Andropov no tenía todo el poder. En el año 1983 se cumple el centenario de la muerte de

Carlos Marx y él escribe un trabajo sobre eso y no se lo publican. Tuvo que publicarlo en la

revista El Comunista.

Más allá de lo anecdótico, fue un dirigente enfermo que trató de poner orden en la sociedad soviética

y de impulsar la economía que se encontraba estancada. Pero murió sin haber cumplido un año en el

cargo.

JENG: Es un líder también que, después de los tres o cuatro primeros meses de asumir el cargo, pasa

la mayor parte de su tiempo en el hospital. Su sucesor, Chernenko también tenía un estado de salud
precario y eso era del conocimiento del Comité Central. Todo esto redundó en una parálisis política

y económica para el país. La pregunta en concreto es ¿cuál era la situación en 1985 y hasta qué

punto se justificaron las reformas de Gorbachov? Y, relacionado con esto, usted en otro momento

del libro dialoga también con la tesis de Keeran y Kenny de darle mucho peso a la figura individual

de Gorbachov, de Yákovlev, como artífices del derrumbe. Entonces también quisiera que me

hablara, en el proceso del derrumbe del socialismo en la URSS, ¿qué papel jugaron los individuos y

qué papel jugaron las problemáticas económicas y sociales acumuladas a causa de las relaciones de

propiedad no resueltas en la Unión Soviética?

JLR: Bueno, la situación económica en 1985 revela que había terminado un quinquenio muy por

debajo de las tasas de crecimiento mínimas que se habían planificado. La reclamada incorporación

de la ciencia y la técnica en la producción no se logra. Y es un momento además en que muere

Brezhnev en 1982, muere Andropov en1984 y muere Chernenko en1985. Es decir, hay una ruptura

constante en el equipo de dirección, que no le da tiempo a analizar más a fondo quién era Mijail

Gorbachov.

Era una situación en la cual se requería una reforma económica y, en apariencia, digo en apariencia

porque eso ya es indemostrable, Gorbachov en un primer momento tenía intenciones honradas de

salvar el socialismo. Si uno toma el libro Perestroika, de 1986 y ve los conceptos que tiene sobre la

ciencia, la tecnología, las necesidades de mayor transparencia, se coincide con lo que planteaba Fidel

de que no se puede estar en desacuerdo con nada de eso. Ahora, el problema es cómo lo fueron

haciendo. Qué personas se fueron acercando cada vez más al centro del poder. Estaban Alexandr

Yákovlev, Edvard Shevardnadze, Boris Yeltsin junto a Mijail Gorbachov. Y este último era, de

todos ellos, el menos brillante. Yo pienso que lo manipularon con amplitud.

JENG: Yákovlev, sobre todo, era quizás el más claro en términos ideológicos…

JLR: Yákovlev tenía una gran experiencia como embajador en Occidente. Él fue director del

Instituto de Relaciones Internacionales, uno de los tanques pensantes más importantes de la Unión

Soviética. Quizás, Yákolev era el dirigente de mayor cultura — se comunicaba en varios idiomas —

y había estudiado a fondo Estados Unidos y Occidente en general.


De tal manera, esos cuatro dirigentes jugaron un papel nefasto en los últimos años del socialismo en

la Unión Soviética. Gorbachov pensaba que él los dominaba y en realidad, lo estaban dominando a

él, porque actuaron a su espalda muchas veces. Por ejemplo, todo el fenómeno del secesionismo en

el Báltico quien lo alienta es Yákovlev y después le suelta el problema a Gorbachov. En toda la

situación de disidencia dentro de la dirección, quien rompe el cordón ahí es Yeltsin, el cual ya era

alcalde de Moscú. Luego es sustituido. Pero, sin dudas, Gorbachov lo subestimó.

Estas cuatro figuras que hemos mencionado funcionaron, en la práctica, como catalizadores de una

tendencia de destrucción que ya traía el sistema.

JENG: ¿Cree usted que el problema principal está en estas mismas relaciones de propiedad no

resueltas, que representan en la práctica la supervivencia dentro del proceso de formas de conciencia

que son potencialmente nocivas al socialismo?

JLR: Ellos empiezan a tomar medidas económicas. Entre ellas la reforma de la ley de empresas, la

reforma agropecuaria, que representan cambios solo de orden burocrático y no logran resolver las

dificultades reales. Aquí no puede pasarse por alto que uno de los problemas históricos en la

agricultura soviética, además de la colectivización forzosa, fue que no lograron resolver nunca el

problema de la suficiente producción alimentaria. Con regularidad, debían acudir a la importación

para resolver el problema alimentario, incluso en rubros tradicionales como el trigo. Se puede decir

que el estado siempre mantuvo una relación no favorable con el sector agropecuario soviético,

producto de una serie de errores y medidas contradictorias que se tomaron con el campo.

JENG: ¿Y el análisis de Keeran y Kenny en torno al papel jugado por la segunda economía como

factor clave para el derrumbe del socialismo en Europa?

JLR: Yo pienso que, en efecto, existía la segunda economía, pero no con las dimensiones que ellos le

atribuyen. Yo estuve ahí muchas veces en esos años y nunca lo percibí de esa forma. Creo que no se

puede explicar de manera adecuada el derrumbe del socialismo poniendo el análisis de la segunda

economía por encima de todos los errores y desviaciones que se cometieron desde la época de Stalin

en adelante. Por cierto, ambos autores convierten a esta figura casi en un factor neutro y arremeten

contra Jruschov y Gorbachov porque eran unos desviacionistas.


JENG: ¿Y en torno a la burocracia y su papel en todo el proceso?

JLR: Sí, pero el peso de la burocracia en el Estado venía desde la época de los zares: no es un

problema del socialismo, aunque este no lo logró superar nunca. Y, por otra parte está la corrupción:

los famosos sucesos de la Calle Gorki, donde estuvo involucrado el yerno de Brezhnev en negocios

de diamantes, fenómeno reprimido por Andropov. Pero claro, este grado de corrupción es

incomparable con el que vino después de la desaparición de la Unión Soviética en 1991. Ese país

cayó en picada como un avión al estrellarse. Había que ver aquello. La gente pasando hambre, más

de doscientos mil científicos emigraron, incluyendo varios premios Nobel, la pobreza cubría el 50 %

de la población en 1998. El sistema más corrupto ahora mismo en Rusia es la educación. Allí se

compran y venden los títulos con absoluta facilidad.

Después del derrumbe de la Unión Soviética en los nuevos países que emergieron de la

desintegración, incluyendo Rusia, se dieron fenómenos muy negativos, incluyendo cosas increíbles e

inimaginables para los que conocimos la Unión Soviética.

JENG: En su opinión, ¿qué razones explican la inacción del aparato partidista y de la sociedad

soviética ante lo ocurrido en los últimos años de la Unión Soviética?

JLR: Yo creo que los privaron del poder real y sufrieron un proceso de desideologización a lo largo

de años de teorías erróneas y políticas equivocadas.

Desde el Pleno del Comité Central, de 1987, cuando se proclamó que el partido no era la fuerza

dirigente de la sociedad soviética, se privó de poder y legitimidad a todos los secretarios del partido

en todas partes del país: ya nadie les hacía caso. Esto llevó a una desmovilización al interior del

aparato partidista. Sus miembros se fueron desligando, conscientes de que se les había acabado el

poder real.

Mucha de esa gente se recompone después y van a parar al partido Rusia Unida, que es el partido

que crea Putin en 2001.

JENG: En 1991 el 70 % del pueblo soviético votó a favor de la continuidad de la unión y sin

embargo el país se desmembró sin ningún tipo de resistencia social.


JLR: Eso es resultado de la desmovilización que ya venía practicándose desde mucho antes. Serguei

Kara-Murza en uno de sus libros — La manipulación de la conciencia, editado en Cuba —

demuestra cómo se dio este proceso. Cómo se fue colocando en las cabezas de las personas, por

ejemplo, que la educación gratuita no era un logro del socialismo, sino sencillamente un derecho,

que la salud pública era gratuita, pero que no era de calidad, o que no podían viajar al extranjero. En

ese contexto era de esperar que hubiera muchas personas con ansias de emigrar a Occidente.

También había un divorcio entre los dirigentes y el ciudadano común. El único dirigente que yo

recuerdo que era respetado por los soviéticos de a pie era Kosyguin. Pero ni Brezhnev, ni Andropov.

Andropov quizás un poco más, aunque era muy temido por su pasado en la KGB.

JENG: Una última pregunta, ¿qué similitudes y diferencias se pueden percibir entre el proceso de

reformas que se dio en la Unión Soviética y los países del campo socialista en los ochenta y el

proceso que estamos viendo en Cuba hoy de reforma de la economía?

JLR: Nosotros hemos heredado algo de los antiguos soviéticos que hasta ahora no nos ha resuelto el

problema y es pensar que cambiando la documentación, con decretos, resoluciones, leyes, y otros

documentos, se van a resolver los problemas. Eso es típicamente soviético y no funciona aquí.

Nuestros procedimientos burocráticos de control son igualitos a los soviéticos. Nosotros hemos

montado mecanismos de control que crean más problemas de lo que resuelven.

Heredamos mucho de esa visión burocrática de las cosas que no funciona. Entonces eso nos genera

muchas trabas. Muchos burócratas han malinterpretado lo que dice Raúl de «Sin prisa, pero sin

pausa» y se han quedado con la primera parte nada más. El Plan mismo, su concepto determinista,

nos acaba. Eso, con los niveles de incertidumbre con que opera la economía cubana, es muy difícil

que tenga éxito. Fidel nos dijo a nosotros en el año 1997, cuando estábamos elaborando los

documentos para el V Congreso del partido, que no nos amarráramos a los números y nos sugirió

trabajar con rangos.

En fin, yo pienso que no los procesos, pero sí las prácticas, muchas prácticas, es necesario acabar de

superarlas. En los sistemas de control, en los sistemas de planificación, en los sistemas de

participación, que no pueden ser de participación formal.


Para finalizar, debo subrayar que nuestros errores no han sido nunca errores de principio y en eso —

como en otras cosas más — nos diferenciamos de las experiencias fallidas del llamado socialismo

real, por lo que creo que existen condiciones para avanzar en nuestro modelo de sociedad socialista.

Fuente: https://medium.com/la-tiza/a-prop%C3%B3sito-del-derrumbe-9777d9911f6e

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