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Un templo como reflejo del Cosmos

El enigma escurialense de Felipe II

Existen diversas evidencias que señalan cómo Felipe II concibió la idea de


plasmar en su gigantesca obra escurialense una especie de Cielo en la
Tierra, quizá influido no sólo por las teorías lulistas, la funcionalidad de los
templos religiosos o el “hermetismo cristiano” citado, tan en boga por
aquel entonces, sino también por lo textos de corte místico que fueron
escritos por “visionarios” y hombres de fe de su época como Fray Luis de
León, San Juan de la Cruz o su muy admirada Santa Teresa, por la que
intercedió ante la Inquisición y cuyas obras leía el monarca habitualmente.
Pero además del carácter intimista y austero, como un gran espacio de
religiosidad, que el rey quiso impregnar al edificio donde pasó los últimos
años de su vida, en él Felipe II plasmó también, como digo, un auténtico
“Cosmos”, su Universo o Cielo particular –al igual que hizo Federico II en
Castel del Monte-, emulando el más simbólico edificio religioso de la
antigüedad: el Templo de Salomón1, hecho que sin embargo ha pasado
desapercibido –al menos para la gran mayoría- durante demasiado tiempo.
Aunque desde prácticamente su misma construcción se viene haciendo
referencia a la planta del edificio sacro en forma de “parrilla”,
probablemente en alusión al patrón del mismo, San Lorenzo, que según la
tradición fue sometido a martirio en el objeto de tortura del mismo nombre,
lo cierto es que, según investigadores como René Taylor –quien más datos
ha aportado para una comprensión a fondo del sentido esotérico y
hermético del monasterio- todos los análisis apuntan a que dicha hipótesis
comúnmente aceptada es errónea, y a que el diseño y trazado son
precisamente, como señala Javier García Blanco: “una evocación del
Templo de Salomón”.
No es una casualidad que en el llamado Patio de los Reyes, que sirve de
acceso al recinto y sobre la fachada de la iglesia del monasterio, éste
curiosamente esté flanqueado por las figuras de varios reyes del Antiguo
Testamento, entre ellas las de David y su hijo Salomón, artífice del templo
de Jerusalén que lleva su nombre. El mismo padre Sigüenza, en uno de sus
textos, al hacer alusión a Felipe II y a su impresionante edificación, afirma
en este sentido: “…otro templo de Salomón, al que nuestro patrón y
fundador quiso imitar en esta obra”.
Teniendo en cuenta que desde la antigüedad el rey hebreo ha sido
relacionado con la magia y que incluso en el Corán, en algunas Suras, se
1
Para un análisis en profundidad del aspecto esotérico y hermético del monasterio de San Lorenzo,
consultar las siguientes obras: TAYLOR, René, Arquitectura y magia. Consideraciones sobre la idea de
El Escorial, Ediciones Siruela, 1994.; GARCÍA BLANCO, Javier, Ars Secreta. Claves ocultas y
simbología hermética en el Arte, Espejo de Tinta, 2006; ATIENZA, Juan. G, La cara oculta de Felipe II.
Alquimia y Magia en la España del Imperio, Ediciones Martínez Roca, 1998; CUESTA MILLÁN, Juan
Ignacio, La boca del infierno. Claves ocultas de El Escorial, Aguilar, 2006.
habla de la relación de éste con el mundo de los espíritus, mientras que en
la Edad Media se atribuyeron a su autoría tratados mágicos cuyo título era
Las clavículas de Salomón, recogiendo quizá parte de su sabiduría, no deja
de ser harto curioso que Felipe II escogiera precisamente la figura del
monarca bíblico para que precediera la entrada a su templo “cristiano”. No
obstante, el soberano español ostentaba entre sus múltiples títulos el de rey
de Jerusalén, y como apuntan diversos investigadores, él mismo se veía
como un nuevo Salomón, por lo que no debe extrañarnos que quisiera
emular a esta figura en la construcción de su templo particular.
Pero estas no son las únicas evidencias que apoyan esta hipótesis; se sabe
que Juan de Herrera poseía una colección de libros titulada precisamente
Copia del Tratado que se hizo del Templo de Salomón en manuscrito,
textos en los que seguro se basó el arquitecto para llevar a cabo las obras
del monasterio.
Precisamente, Herrera dio la orden de que los trabajos de construcción del
edificio se llevasen a cabo en silencio, puesto que la obra, en palabras de
Atienza, “necesitaba paz y sosiego”. El caso es que para que existiera ese
relativo silencio de ciertas connotaciones mágicas, los sillares de piedra se
tallaron y labraron directamente en la cantera –de este modo no se
escucharía en los alrededores el constante golpeteo de los malletes y
martillos; curiosamente, al igual que ocurrió, según los textos bíblicos,
durante la construcción del Templo de Salomón.
Aquello, como es de suponer, ralentizó el avance de las obras, que
corrieron el riesgo de ser detenidas en más de una ocasión y que sangraron
los ya de por sí limitados recursos del Tesoro Real –con la repercusión que
todo ello tenía en la maltrecha economía castellana-.
Pero las similitudes entre la ambiciosa obra de Felipe II y el templo
salomónico no terminan ahí; la misma distribución de los espacios puede
hallarse en ambos templos. En el hebreo se encontraba la Casa de los
sacerdotes (Domus Sacerdotum), la Casa del rey (Domus Regia) y la Casa
del Señor (Domus Domini), mientras que en San Lorenzo se pueden
diferenciar a su vez tres espacios: el palacio, el convento y la iglesia.
En la creación de la propia planta del edificio, analizada minuciosamente
por René Taylor, nos encontramos con una combinación perfecta de las
figuras del círculo, el triángulo y el cuadrado, mediante las cuales, según
Ramón Llull, era posible representar la estructura del Universo, estructura
que puede apreciarse en los frescos que adornan los techos de la biblioteca
del monasterio donde están representadas además las llamadas artes
liberales; entre ellas, aparecen personificadas la Retórica, la Gramática, la
Aritmética, la Geometría, la Astrología y la Didáctica, junto a la Teología y
la Filosofía; y se puede apreciar además, ingeniosamente disimulado, el
famoso Sello de Salomón, una alusión más que evidente al rey hebreo y su
templo.
En 1604, el jesuita Juan Bautista Villalpando, discípulo de Herrera, publicó
De postrema Exechielis Prophetae Visione (La última visión del profeta
Ezequiel), un texto financiado por el mismo Felipe II donde el autor,
siguiendo las Sagradas Escrituras, ofrecía una imagen de cómo debió ser el
mítico Templo de Salomón, siguiendo las corrientes renacentistas según las
cuales el hombre era un reflejo del Cosmos, corrientes de pensamiento
impulsadas por hombres como Leonardo da Vinci y su hombre vitruviano,
Marsilio Ficino, Della Mirandola o Agrippa.

Extracto del libro Historia oculta de los Reyes, de Ó scar Herradó n Ameal.

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