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UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA

FACULTAD HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN


PROGRAMA DE FILOSOFÍA

Materia: Síntesis filosófica


Profesor: Mg. Julio César Barrera Vélez
Estudiante: Jaime Gómez Flórez
VIII Semestre

ÉTICA NICOMÁQUEA
LIBRO II

El presente texto busca reseñar las ideas propuestas por Aristóteles en su obra Ética a
Nicómaco para, ulteriormente, arrojar algunas aseveraciones frente al texto. Se buscará
llegar a tal fin del siguiente modo: En primera instancia, se plasmarán argumentos que den
a conocer las principales ideas acerca de la naturaleza de la virtud ética de manera
organizada. En segunda instancia, se darán a conocer algunas impresiones frente a las
aseveraciones realizadas por el estagirita. En última instancia, se concluirá el texto, mas no
la problemática. Así las cosas, se hace necesario iniciar el hilo argumentativo con:

I. Las distintas concepciones de virtud.

Aristóteles, en su pericia acerca de las cuestiones filosóficas, dirige su atención hacia


aquellos menesteres que de alguna manera permiten ver las intenciones, la esencia y las
repercusiones del actuar humano; es así como la ética cobra fuerza y vigor dentro de la
reflexión del pensador. En efecto, el por qué de la acción y todo lo que ella implica dará
ciertas luces al momento de querer atisbar alguna idea acerca de lo vicioso o virtuoso que
puede llegar a ser un acto determinado y, en consecuencia, ver quién ejecuta dicha acción y
cuál es su estatus ético. Con esto, el eje rector de la primera fase argumentativa será
¿cuándo hay recta intención en una acción? Bajo tal cuestionamiento, se hace de vital
importancia el hallazgo de un concepto que explique los diversos modos en que el hombre
actúa para, a su vez, encontrar razones que permitan dilucidar la carga ética que poseen los
mismos.

Tomando en cuenta el párrafo anterior, será la virtud el primer concepto que ayudaría a
esclarecer la cuestión. Dicho término tendría algunas distinciones, a saber: virtud
intelectual y virtud moral. Es menester expresar que, para el autor, ningún tipo de virtud es
inmanente ni innata al hombre, sino que éstas han de ser recibidas y, llegado el caso,
podrían ser ejercitadas a través de la costumbre. Sustancialmente no es posible que aquello
que es innato en el hombre pueda ser modificado o alterado a través de un acto repetitivo,
pues lo natural no está sujeto a pensamientos, modos de proceder, palabras, entre otros.
Así, las virtudes no llegan como una “capacidad” terminada que adorna o mejora al
hombre, sino que se aprenden en la medida en que se ejecutan repetidamente. Con todo, la
virtud corresponde a un hábito originado a partir de una actividad específica.

En este orden de ideas, un individuo que, por ejemplo, es carpintero permite aseverar que
su actividad específica es la carpintería, mas, los hábitos son aquellos que permiten ver de
qué manera ejerce tal oficio; ¿es honesto al momento de escoger el material que empleará
para la realización de los muebles? ¿los acabados que realiza son buenos?, etc. Así, los
hábitos dependerán de la actividad y no de otro modo. Las acciones son las que determinan
los hábitos, sean virtuosos o viciosos; no obstante, el juicio de valor que se da, según el
caso, depende de la enseñanza, pues un hábito correcto (o bueno) no se cimenta en la
reiteración de una costumbre, sino en qué ha sido enseñado como lo bueno (la costumbre
que lleva a la excelencia). Llegados a este punto, se hace necesario expresar que la virtud,
siendo que no es innata, sí ha de ser enseñada, de hecho, ¡debe ser enseñada! De allí que el
autor rece: “toda virtud se origina como consecuencia y a través de las mismas acciones. Y
el arte, igual: de tocar la cítara se originan los buenos y los malos citaristas. Y de manera
similar los constructores y todos los demás: de construir bien se harán buenos constructores
y de construir mal, malos. Porque de no ser así, ninguna necesidad habría de que alguien
enseñara, sino que todos habrían nacido buenos o malos.” [CITATION Ari05 \p 76 \l 9226 ] El
papel de la educación es crucial debido a que, bajo los parámetros proporcionados por un
buen maestro, se define correctamente qué es vicio o qué es virtud y, así, el hombre actuará
según una correcta interpretación de lo que padece (alegría y o sufrimiento). De todo esto
se sigue la pregunta: ¿qué es entonces la virtud? El estagirita responderá: “la virtud se
ocupa de afecciones y acciones en las cuales el exceso es un error lo mismo que el defecto,
mientras que el término medio se elogia y es un acierto -cosas ambas propias de la virtud-.
Por consiguiente, la virtud es una cierta condición intermedia capaz, desde luego, de
alcanzar el término medio”. [CITATION Ari05 \p 85 \l 9226 ]

Dicho lo precedente, un hombre puede ser virtuoso en la medida que ejercite sus
costumbres al punto de no llevarlas a un extremo carente o a uno sobremedido. Es decir, ha
de buscarse la mesura en toda acción (esto es una verdadera recta intención). Una acción
que se entienda como virtuosa tiene una estrecha relación con la realidad pasional del
individuo; no existe posibilidad que haya una acción virtuosa que esté, de tajo, desligada
del carácter volitivo. Esto podrá entenderse a través del siguiente ejemplo: hay dos
extremos pasionales a los cuales se les denominarán cobardía y osadía respectivamente. La
cobardía podría entenderse como el temor ante cualquier situación que implique peligro
grave o leve sin importar la circunstancia; la osadía, por su parte, podrá entenderse como
una acción extralimitada de valentía rayana en el atrevimiento. Con estos conceptos
expuestos, se procederá a proponer la situación: Un niño se está ahogando en medio de una
piscina. Al borde de la misma se encuentra un nadador profesional cuyo desempeño en el
agua ha sido notable durante toda su vida; al percatarse de la dificultad por la que atraviesa
el niño decide lanzarse y salvarlo. Dentro de la lógica contemporánea, tal acontecimiento
pudiera ser concebido como virtuoso por el hecho de haber salvado una vida; no obstante,
si al borde de la piscina hubiese estado una persona que no tenía muchos conocimientos
acerca de la natación, es más, su nado es básico y siente temor ante piscinas de relativa
profundidad, pero aún así, decide saltar a salvar al niño y, con mucha dificultad logra
hacerlo, ¿qué acto sería más virtuoso? ¿cuáles serían los parámetros que lo determinarían
como tal? ¿dónde hay un verdadero contacto con las pasiones? Si se mira al experto
nadador, podrá notarse que para él no hay una auténtica regulación de las pasiones, debido
a que entrar al agua no representa ningún tipo de peligro por lo que rescatar al infante le
resultaría una tarea relativamente fácil, e incluso normal. Aquí, en estricto sentido, no hay
cobardía puesto que sin ningún reparo se lanzó atendiendo a su habilidad para nadar;
tampoco hubo valentía puesto que para que ésta exista es necesario sentir cobardía u otro
choque de emociones que ameriten la realización de un acto realmente loable por su grado
de dificultad e implicaciones a nivel volitivo. En este caso esto no sucede. Por otra parte, el
sujeto inexperto podría tener un choque entre dos pasiones totalmente opuestas que, debido
a la situación, se ve obligado a regular a fin de actuar. Siente cobardía puesto que no es
habilidoso en las artes acuáticas, es osado al momento de lanzarse puesto que puede salvar
una vida aún sabiendo que no es un experto nadador. Así, el autor explica: “En general,
pues, la virtud es una «condición intermedia entre dos extremos viciosos, aunque en lo que
toca a la excelencia se considera un extremo. Y esta condición es la del medio «relativo a
nosotros», no el absoluto, que es el de los objetos de la aritmética y consiste en un punto
equidistante entre dos extremos; el medio moral, referido a las acciones y pasiones, es
simplemente el que no es «excesivo» ni «demasiado corto», y, por tanto, no es el mismo
para todo el mundo -igual que la cantidad de comida en una dieta «equilibrada» no es la
misma para una persona que para otra.”

Según el párrafo anterior, se hace evidente que una acción virtuosa no se trata
sencillamente de realizar una técnica perfecta que sea útil, sino que se compone, además de
lo expuesto previamente, de tres elementos suscitados en el alma, a saber: Pasiones,
facultades y modos de ser. Las pasiones son las sensaciones experimentadas por el sujeto,
las cuales son bien pasión o bien dolor. En segunda instancia, se encuentra la facultad que
en el momento padece alguna de las pasiones previamente mencionadas; en última
instancia, el modo de ser es la actitud buena o mala que toma el sujeto al momento de
actuar. Es así como se entiende que las virtudes no son, en sí mismas, volición, sino que es
el presupuesto para una buena acción.

Dicho todo esto, se hace más clara la distinción entre los dos tipos de virtud expuestos por
Aristóteles: virtud intelectual y virtud moral. La primera proviene, como se ha dicho, de la
educación recibida desde pequeños; de ahí que el conocimiento tanto intelectivo como
práctico hagan parte de tal virtud. La virtud moral, por su parte, surge como resultado de
los buenos hábitos buscando su justo medio. En una palabra, el hombre virtuoso podrá
denominarse como tal cuando éste sea prudente en todas sus acciones. Sus experiencias han
de estar cargadas de la mesura y no por los excesos o por los defectos.

Es menester expresar que, para el autor, dicho término medio no aplica para cualquier tipo
de costumbre o acto, puesto que también se pudiera decir que una persona que cometa
acciones repudiables pudiese establecer un término medio entre dos bajas pasiones que
lleven a la naturaleza del hombre a actuar indudablemente mal. Allí no habría virtud sino la
máxima expresión del vicio. Si una persona nunca ha robado en su vida y, por hacer una
apuesta con alguien decide robar el dinero que ha podido recolectar un habitante de calle
para poder comer, ¿habría también un choque pasional donde dos extremos (excesivo y
defectivo). se hacen presentes en la situación que haría a la acción realmente virtuosa?
Siguiendo el principio aristotélico que se ha explicado hasta el momento, pareciese que la
virtud, entonces, es sencillamente hallar el equilibrio entre dos pasiones. Es por ellos que se
hace necesario expresar que la educación, como se había dicho al principio desempeña un
papel fundamental, debido que los extremos se hallan únicamente en los actos que sean
buenos. Es decir, que ante la previa educación del individuo, donde éste conoce qué es y
cómo se actúa con justicia, templanza, generosidad, valentía, entre otras, sabe entonces que
sus acciones han de tender hacia la virtud, aquella que lleva al hombre a su plena
realización y no a su destrucción. Así, no se puede hallar término medio en un extremo; la
maldad o la bondad en sí mismas no tienen dicho término. Lo que es un exceso o defecto,
es sencillamente eso, un extremo del cual no existen sino sus contrarios. De ahí que el autor
exprese:

“Mas no toda acción ni toda afección admiten el término medio: en efecto, algunas han
tomado su nombre directamente por estar envueltas en la vileza: por ejemplo, la
malevolencia, la desvergüenza, el rencor, y, entre las acciones, el adulterio, el robo, el
asesinato. En efecto, todas estas acciones y otras tales son censuradas por el hecho de ser
malas en sí y no se censuran sus excesos o defectos. No es posible, efectivamente,
acertar nunca con ellas, sino siempre errar. Y el «obrar bien o no bien» con respecto a tales
cosas no reside en el con quién, cuándo, y cómo hay que cometer adulterio, sino que
realizar sencillamente cualquiera de estas acciones es errar. Semejante es, pues, el pretender
que hay término medio, exceso y defecto en el ser injusto, cobarde o libertino, pues en ese
caso habría un término medio del exceso y del defecto, así como un exceso del exceso y un
defecto del defecto.” [CITATION Ari05 \p 86 \l 9226 ]

II. Impresiones generales

La idea de virtud aristotélica es brillante e la medida en que, pese a la tradición de


pensamiento anterior, logra posicionar una virtud capaz de contemplar al individuo, las
situaciones y su entorno. El simple hecho de tener en cuenta que el hombre no es un ser
uniforme que se enfrenta a las situaciones de igual modo y vivencia sus experiencias
interiores de manera semejante ya es una ruptura crucial. No se trataría ahora de la simple
ejecución de un arte específico llevado a cabo de manera excelente, ni tampoco se trataría
de una vida intachable alejada de las realidades pasionales del hombre, sino que, por el
contrario toma en cuenta lo más salvaje del hombre junto con lo más ideal del mismo, a fin
de hallar un equilibrio ético que desencriptaría el sentido del actuar humano.

Dicho lo anterior, también es cierto que resulta problemático decir que la enseñanza, guiada
por un maestro, es quien determina lo bueno o lo malo, lo virtuoso o vicioso. Esto porque
existen experiencias que no necesariamente necesitarían de una persona que sea capaz de
dictaminar la carga moral del acto, sino que, guiado en las consecuencias de determinado
acto, podría concluir si dicha acción o acaecimiento supone detrimento propio o ajeno,
supone infelicidad y, por ende, vicio. La enseñanza puede venir de la vida misma, sin
desmeritar el papel de la educación o del maestro; mas, por ejemplo, un acto
aristotélicamente virtuoso también puede ser el producto de un acontecimiento de
supervivencia o sencillamente una situación de orden afectivo, donde el concepto de bueno
o malo, virtuoso o vicioso serían poco relevantes. Una persona que se sacrifica por defender
a un ser querido, no lo hace por ser virtuoso o por tener claros los conceptos de bien o mal,
ni siquiera lo hace para sentirse realizado, pero es una acción totalmente plausible. En el
caso de que tal situación se diera y ésta no se considerara, bajo los parámetros aristotélicos,
como una acción virtuosa, ¿entonces sería una acción viciosa? O peor ¿no es una acción de
ninguna índole? Cabría hacer tales interrogantes a fin de establecer una discusión en cuanto
a dicho tópico.

III. Síntesis

En una palabra, la virtud aristotélica es totalmente válida, incluso en la actualidad. Ésta


lleva a pensar que el ser humano no es un mero artífice de objetos o una máquina que
demuestra destreza en cierta techné, sino que su individualidad, su entorno y sus
características generan ciertas sensaciones y maneras de actuar específicas que, de acuerdo
a lo acaecido y de a cuerdo a la persona, podría considerarse como un acto bien
intencionado o no. La virtud de la prudencia, en efecto, ha de ser la directriz de todos y
cada uno de los seres humanos, pues, pese a que el hombre en esencia sea animal, también
es una suerte de misterio que ha de examinarse bien, tanto como objeto de estudio, como
sujeto que experimenta el mundo que se le presenta.

Bibliografía
Aristóteles. (2005). Ética a Nicómaco. Madrid: Alianza editorial.

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