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TEMA DE PORTADA

Lo que nadie le ha dicho sobre la creación

MILES de millones de personas han leído o escuchado lo que dice la Biblia sobre el origen del
universo. Dicho relato —de 3.500 años de antigüedad— comienza con la famosa frase: “En el
principio Dios creó los cielos y la tierra”.
Lo que muy poca gente sabe es que los dirigentes de muchas religiones, así como los llamados
creacionistas y fundamentalistas, han transformado el relato bíblico de la creación en una sarta de
cuentos que apenas se parecen a la historia original. Esos cuentos, que ni están en la Biblia
ni concuerdan con los hechos probados por la ciencia, han llevado a muchos a creer que el relato
de la creación no es más que una leyenda.
La verdadera historia de la creación es prácticamente desconocida. Y eso es una lástima, ya
que la Biblia ofrece una explicación lógica, creíble y científica sobre el origen del universo. ¿Le
gustaría conocerla? De seguro se llevará una grata sorpresa.
EL CREADOR SIN CREADOR
De acuerdo con el relato bíblico de la creación, existe un Ser Supremo, un Dios todopoderoso
que creó todas las cosas. ¿De quién se trata? ¿Cómo es él? La Biblia muestra que es muy
diferente de los dioses que se exaltan en la cultura popular y las religiones actuales. Aunque es el
Creador de todas las cosas, la mayoría de la gente sabe muy poco sobre él.
• Dios no es una fuerza que vaya flotando por el espacio; tiene personalidad, pensamientos,
sentimientos y metas.
• Dios tiene poder y sabiduría infinitos. De ahí que se observe un diseño complejo en toda la
creación, sobre todo en los seres vivos.
• Dios existía antes de que hubiera materia. De hecho, él la creó, de modo que no puede estar
hecho de materia. Él es un espíritu.
• La existencia de Dios no depende del tiempo. Siempre ha existido y siempre existirá; no fue
creado por nadie.
• Dios tiene nombre, el cual aparece miles de veces en la Biblia. Ese nombre es Jehová.
• Jehová ama a los seres humanos y se interesa por ellos.
¿CUÁNTO TARDÓ DIOS EN CREAR EL UNIVERSO?
La Biblia afirma que Dios creo “los cielos y la tierra”. Esta es una declaración muy general;
no especifica cuánto tiempo le tomó crear el universo ni los métodos que empleó. En cambio, los
creacionistas piensan que Dios creó el universo en seis días de veinticuatro horas. Esta idea,
rechazada por la comunidad científica, se basa en una grave malinterpretación de lo que enseña la
Biblia. Veamos qué dice en realidad este libro.
• La Biblia no apoya la afirmación de los creacionistas y fundamentalistas de que los días creativos
duraron veinticuatro horas cada uno.
• Vez tras vez, la Biblia usa el término día para hablar de diversos períodos de tiempo, a veces de
duración indeterminada. Ese es el caso del relato de la creación, que aparece en el libro bíblico de
Génesis.
• Cada uno de los seis días creativos de Génesis pudo haber durado miles de años.
• Cuando comenzó el primer día, Dios ya había creado el universo y la Tierra.
• Todo parece indicar que los seis días creativos fueron largos períodos de tiempo durante los que
Jehová preparó nuestro planeta para ser habitado por el ser humano.
• El relato bíblico de la creación no contradice los cálculos científicos sobre la edad del universo.
¿SE VALIÓ DIOS DE LA EVOLUCIÓN?
Muchas de las personas que no creen en la Biblia piensan que la vida surgió al azar a partir de
compuestos químicos inertes mediante algún proceso misterioso. Supuestamente, en cierto
momento se formó un organismo semejante a una bacteria capaz de duplicarse. Con el tiempo, de
aquel organismo evolucionaron todas las especies que existen hoy. Eso querría decir que el ser
humano, con su diseño extraordinariamente complejo, desciende de las bacterias.
Hay otras personas que creen tanto en la evolución como en la Biblia. Creen que Dios produjo
la vida en la Tierra y luego se limitó a supervisar —y quizás dirigir— el proceso de evolución. Sin
embargo, la Biblia no dice nada por el estilo.
• Lo que la Biblia dice es que Jehová creó los diversos géneros de plantas y animales, así como a
un hombre y una mujer perfectos con conciencia de sí mismos y la capacidad de amar y actuar con
sabiduría y justicia.
• Obviamente, los géneros de animales y plantas que Jehová creó han experimentado cambios,
con lo cual se han producido variaciones dentro de cada género. En algunos casos, las diferencias
son muy marcadas.
• El relato bíblico de la creación no contradice las observaciones científicas de variaciones que
tienen lugar dentro de los géneros.
LA CREACIÓN HABLA DE SU CREADOR
A mediados del siglo XIX, el biólogo británico Alfred Russel Wallace llegó a las mismas
conclusiones que Charles Darwin sobre el papel de la selección natural en la evolución. Pero se
dice que incluso este renombrado evolucionista mencionó lo siguiente: “Para aquellos que tienen
ojos y una mente acostumbrada a reflexionar, está claro que detrás de la célula más diminuta, de la
sangre, de la Tierra y del universo entero [...] hay inteligencia y dirección; en otras palabras, una
mente maestra”.
Casi dos mil años antes de que naciera Wallace, un escritor bíblico hizo esta observación sobre
Dios: “Las cualidades invisibles de él se ven claramente desde la creación del mundo en adelante,
porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder [eterno] y Divinidad” (Romanos 1:20).
Deténgase de vez en cuando a reflexionar en las maravillas de la naturaleza, desde una brizna de
hierba hasta los incontables astros del universo. Meditar en la creación le permitirá percibir a su
Creador.
“Pero si realmente hay un Dios que nos ama —quizás se pregunte—, ¿por qué permite tanto
sufrimiento? ¿Habrá abandonado a la humanidad? ¿Qué nos depara el futuro?” La Biblia contiene
muchas otras historias desconocidas; contiene verdades que han quedado sepultadas bajo
infinidad de ideas humanas y doctrinas religiosas, y por lo tanto escondidas de la mayoría. Los
editores de esta revista, los testigos de Jehová, tendrán el gusto de ayudarle a conocer lo que la
Biblia enseña realmente y a descubrir más sobre el Creador y el futuro de la creación humana.
[
EL PRINCIPIO
Los cielos y la Tierra fueron creados (Génesis 1:1).
OSCURIDAD
La Tierra estaba sin forma, vacía y en oscuridad (Génesis 1:2).
PRIMER DÍA
Al parecer, una luz difusa penetraba la atmósfera terrestre, pero si hubiera habido alguien en la
superficie, no habría alcanzado a ver la fuente de dicha luz. Con todo, se empezó a distinguir la
diferencia entre el día y la noche (Génesis 1:3-5).
SEGUNDO DÍA
La Tierra estaba cubierta de agua y una espesa capa de vapor. Estos dos elementos fueron
separados: el agua se quedó en la superficie y el vapor ascendió, creando entre ellos un espacio
abierto. La Biblia dice que este espacio es una “expansión en medio de las aguas” y lo llama
“Cielo” (Génesis 1:6-8).
TERCER DÍA
Las aguas retrocedieron y surgió la tierra seca. La atmósfera se despejó, por lo que entró un poco
más de luz en el planeta. Apareció la vegetación; nuevas especies brotaron a lo largo del tercer día
y de los días posteriores (Génesis 1:9-13).
CUARTO DÍA
El Sol y la Luna comenzaron a verse desde la superficie de la Tierra (Génesis 1:14-19).
QUINTO DÍA
Dios creó una multitud de animales marinos y aves con la habilidad de procrearse según su género
(Génesis 1:20-23).
SEXTO DÍA
Dios creó animales terrestres de todos los tamaños. Este día culminó con una obra maestra de la
creación: la primera pareja humana (Génesis 1:24-31).
EL PUNTO DE VISTA BÍBLICO
La creación

¿Creó Dios la Tierra en seis días de veinticuatro horas, como afirman algunos
creacionistas?
“En el principio Dios creó los cielos y la tierra.” (Génesis 1:1)
LO QUE DICE LA BIBLIA Dios creó el universo —incluida la Tierra— en el pasado remoto, “en el
principio”, como dice Génesis 1:1. La ciencia moderna concuerda en que el universo tuvo principio.
Según un estudio reciente, tiene unos 14.000 millones de años de edad.
La Biblia también habla de seis “días” creativos. Sin embargo, no dice que hayan sido de
veinticuatro horas (Génesis 1:31). La palabra día se emplea para hablar de diversos períodos de
tiempo. Por ejemplo, se llama al entero período creativo “el día que Jehová Dios hizo tierra y cielo”
(Génesis 2:4). Así que, al parecer, esos días duraron incontables milenios (Salmo 90:4).
POR QUÉ ES IMPORTANTE SABERLO Las ideas equivocadas de los creacionistas podrían
llevarnos a calificar de absurda a la Biblia. En cambio, si esta contiene un relato creíble de la
creación, de seguro también contiene un caudal de sabiduría del que podemos beneficiarnos
(Proverbios 3:21).
¿Se valió Dios de la evolución para producir todos los seres vivos terrestres?
“Dios pasó a decir: ‘Produzca la tierra almas vivientes según sus géneros’.” (Génesis 1:24)
LO QUE DICE LA BIBLIA Dios no creó formas de vida simples para que evolucionaran en seres
más complejos. Más bien, creó “géneros” de plantas y animales complejos que se reproducirían
“según sus géneros” (Génesis 1:11, 21, 24). Este proceso, que continúa hasta el día de hoy, ha
resultado en que la Tierra esté habitada por los mismos “géneros” que Dios creó originalmente
(Salmo 89:11).
La Biblia no especifica qué grado de variación puede haber dentro de cada género, como cuando
ocurre un cruce o un animal se adapta a su entorno. Aunque algunos ven las adaptaciones como
una forma de evolución, la realidad es que no se produce ningún género nuevo. Los estudios más
recientes apoyan la idea de que las categorías básicas de plantas y animales cambian muy poco a
lo largo de enormes períodos de tiempo.
POR QUÉ ES IMPORTANTE SABERLO La Biblia es científicamente exacta al hablar de los
“géneros” básicos de plantas y animales, lo cual le confiere credibilidad en otros campos, como la
historia y las profecías.
¿De dónde salió la materia prima del universo?
“Mis propias manos han extendido los cielos.” (Isaías 45:12)
LO QUE DICE LA BIBLIA Dios es la Fuente infinita de poder, o energía (Job 37:23). Este es un
detalle muy relevante, ya que los científicos han descubierto que la energía puede transformarse
en materia. La Biblia dice que Dios es la Fuente de la “energía dinámica” que produjo el universo
(Isaías 40:26). Y él promete que usará ese poder para mantener intacta su creación. La Biblia dice
lo siguiente sobre el Sol, la Luna y las estrellas: “[Dios] los tiene subsistiendo para siempre, hasta
tiempo indefinido” (Salmo 148:3-6).
POR QUÉ ES IMPORTANTE SABERLO El astrónomo Allan Sandage dijo una vez: “La ciencia
no puede responder las preguntas más fundamentales. En cuanto uno pregunta por qué hay algo
en vez de nada, ha traspasado los límites de la ciencia”. La Biblia no solo explica la creación de un
modo que armoniza con la ciencia, sino que también responde las preguntas que esta no puede
contestar, como por ejemplo, qué propósito tiene Dios para la Tierra y la humanidad.
¿Es la evolución una realidad?

“LA EVOLUCIÓN es una realidad tan innegable como el calor del Sol”, afirma el profesor
Richard Dawkins, destacado científico evolucionista. Pues bien, que el Sol emite calor puede
demostrarse tanto por observación directa como por experimentos. Pero ¿sucede lo mismo con la
teoría de la evolución? ¿Puede confirmarse por observación directa y por experimentos que sea
una realidad indiscutible?
Antes de responder esa pregunta, conviene hacer una aclaración. Muchos científicos han visto
que los seres vivos van experimentando cambios ligeros en las sucesivas generaciones. Charles
Darwin llamó a ese proceso “la descendencia con modificaciones”. Tales cambios se han
confirmado por pruebas experimentales y observación directa y se han utilizado ingeniosamente en
la reproducción de animales y plantas. Puede decirse que son una realidad. Ahora bien, los
científicos los engloban bajo el término microevolución, dando así a entender que es cierto lo que
muchos de ellos afirman, a saber, que los cambios mínimos antes mencionados demuestran la
existencia de otro fenómeno completamente diferente —y que no se ha observado—, al que llaman
macroevolución.
Darwin fue mucho más allá de los pequeños cambios observables. En su famoso libro El origen
de las especies escribió: “Considero todos los seres no como creaciones especiales, sino como los
descendientes directos de un corto número de seres”. Según él, este “corto número de seres” (las
llamadas formas de vida sencillas) evolucionaron lentamente mediante “modificaciones ligerísimas”
a lo largo de períodos de tiempo muy extensos, dando lugar a los millones de distintas formas de
vida que existen en la Tierra. Los evolucionistas afirman que tales cambios pequeños se fueron
acumulando hasta producir los grandes cambios necesarios para convertir peces en anfibios y
simios en hombres. Es a esos supuestos cambios grandes a lo que llaman macroevolución.
A muchos les parece lógica esta teoría. Su razonamiento es: si dentro de una especie ocurren
modificaciones pequeñas, ¿por qué no puede la evolución producir cambios mayores a lo largo de
períodos extensos de tiempo?
La teoría de la macroevolución se basa en tres hipótesis principales:
1. Las mutaciones son el origen de las nuevas especies.
2. La selección natural contribuye a la formación de nuevas especies.
3. El registro fósil demuestra que hubo cambios macroevolutivos en plantas y
animales.
¿Hay pruebas contundentes de que la macroevolución sea un hecho?
¿Pueden las mutaciones producir nuevas especies?
Muchas características de las plantas y los animales vienen determinadas por las instrucciones
del código genético, los “planos” contenidos en el núcleo de cada célula. Se ha descubierto que las
mutaciones (modificaciones aleatorias) del código genético pueden causar alteraciones en la
descendencia de plantas y animales. En 1946, el premio Nobel Hermann J. Muller, pionero en el
estudio de las mutaciones genéticas, aseguró: “Esta acumulación de cambios poco comunes y casi
siempre mínimos es el principal método de mejora artificial de plantas y animales. Pero, más
importante aún, es lo que ha dado lugar a la evolución bajo la guía de la selección natural”.
En realidad, la teoría de la macroevolución parte de la premisa categórica de que las
mutaciones pueden producir no solo nuevas especies, sino también familias totalmente nuevas de
plantas y animales. ¿Hay forma de demostrar si tal premisa es cierta? Veamos lo que ha revelado
la genética tras cien años de investigaciones.
A finales de la década de 1930, los científicos acogieron con entusiasmo la idea de que si la
selección natural producía nuevas especies de plantas a partir de mutaciones aleatorias, el hombre
también debía ser capaz de producir nuevas especies, y con mayor eficacia, mediante la selección
artificial de mutaciones. “Entre los biólogos en general, y los que se dedican a la genética y a la
reproducción de plantas y animales en particular, se desató la euforia”, dijo a ¡Despertad! Wolf-
Ekkehard Lönnig, científico del Instituto Max Planck para la Investigación de la Reproducción
Vegetal, en Alemania. ¿A qué se debía la euforia? Lönnig, quien lleva veintiocho años estudiando
las mutaciones genéticas en las plantas, explicó: “Pensaron que había llegado la hora de cambiar
radicalmente el método tradicional de reproducir plantas y animales. Creyeron que provocando y
seleccionando mutaciones beneficiosas, obtendrían nuevas y mejores variedades”.
Gracias a generosos aportes económicos, científicos estadounidenses, asiáticos y europeos
pusieron en marcha programas de investigación en los que emplearon métodos que prometían
acelerar la evolución. Después de más de cuarenta años de intensa labor, ¿qué resultados hubo?
“Pese a la gran cantidad de dinero invertido —señaló el investigador Peter von Sengbusch—,
fracasó la mayoría de los intentos de conseguir mediante irradiación variedades de rendimiento
cada vez mayor.” Lönnig dijo: “En los años ochenta se desvanecieron las esperanzas y la euforia
de los científicos, y en los países occidentales se dejó de investigar la reproducción mediante
mutaciones como especialidad aparte. Casi todas las variedades mutantes presentaban ‘valores de
selección negativos’, es decir, morían o eran más débiles que las variedades silvestres”.
Aun así, tras investigar por cien años las mutaciones en general y por setenta años la
reproducción mediante mutaciones en particular, los científicos cuentan con suficientes datos para
sacar conclusiones sobre la posibilidad de que las mutaciones den lugar a nuevas especies.
Después de examinar las pruebas, Lönnig aseguró: “Las mutaciones no pueden transformar una
especie original [de planta o animal] en otra totalmente nueva. Esta afirmación concuerda con los
resultados de todos los experimentos y estudios realizados en el campo de las mutaciones durante
el siglo XX, así como con las leyes de la probabilidad. Por lo tanto, de la ley de la variación
recurrente se deduce que las especies bien definidas genéticamente tienen límites claros que las
mutaciones accidentales no pueden eliminar ni traspasar”.
Analicemos las implicaciones de lo anterior. Si científicos muy preparados no logran producir
nuevas especies provocando y seleccionando mutaciones beneficiosas, ¿qué probabilidades hay
de que lo consiga un proceso ciego y carente de inteligencia? Si las investigaciones demuestran
que las mutaciones no pueden transformar una especie original en otra totalmente distinta, ¿cómo
es posible que tuviera lugar la macroevolución?
¿Contribuye la selección natural a la formación de nuevas especies?
Darwin creía que lo que él llamaba selección natural favorecía a las formas de vida más
adecuadas para el entorno y que las menos adecuadas acababan desapareciendo. Según los
evolucionistas modernos, cuando las especies se esparcían y se aislaban, la selección natural
escogía aquellas cuyas mutaciones genéticas las hacían más aptas para su nuevo entorno.
El resultado, dicen ellos, fue que los grupos aislados se convirtieron a la larga en especies
totalmente nuevas.
Como se ha mencionado antes, los resultados de las investigaciones son concluyentes: las
mutaciones no producen nuevos tipos de plantas y animales. Entonces, ¿en qué se basan los
evolucionistas para afirmar que la selección natural genera nuevas especies a partir de mutaciones
beneficiosas? Un folleto editado en 1999 por la Academia Nacional de Ciencias, de Estados
Unidos, dice: “Un ejemplo muy claro de especiación [formación de una nueva especie] es el de las
trece especies de pinzones estudiados por Darwin en las islas Galápagos, ahora conocidos como
pinzones de Darwin”.
En la década de 1970, un grupo de investigadores dirigidos por Peter y Rosemary Grant se
pusieron a estudiar estos pinzones y descubrieron que tras un año de sequía, los de pico algo más
grande sobrevivieron con mayor facilidad que los de pico más pequeño. Puesto que el tamaño y la
forma del pico son dos de las principales características que distinguen a las trece especies de
pinzones, tales hallazgos se consideraron importantes. El mencionado folleto señala: “Los Grant
han calculado que si, por término medio, se produce una sequía en las islas cada diez años, al
cabo de solo doscientos años podría surgir una nueva especie de pinzón”.
No obstante, este folleto de la Academia Nacional de Ciencias omite algunos datos
significativos que le resultan incómodos. En los años posteriores a la sequía, en la población de
pinzones volvieron a predominar los de pico más pequeño. En 1987, Peter Grant y el estudiante de
posgrado Lisle Gibbs escribieron en la revista científica Nature que habían comprobado que en
esos años “la selección operó en dirección inversa”. Grant publicó en 1991 que “la población,
sujeta a la selección natural, oscila en un sentido y en otro” con cada cambio climático. Los
investigadores también observaron que algunas de las distintas “especies” de pinzón se cruzaban y
tenían descendientes que sobrevivían con mayor facilidad que sus progenitores. Peter y Rosemary
Grant llegaron a la conclusión de que si las “especies” seguían cruzándose, después de doscientos
años podría darse el caso de que dos se fusionaran en una.
En 1966, el biólogo evolucionista George Christopher Williams escribió: “Es lamentable que la
teoría de la selección natural surgiera como explicación del cambio evolutivo. Resulta mucho más
útil para explicar la continuidad de la adaptación”. El teórico de la evolución Jeffrey Schwartz
aseguró en 1999 que si las conclusiones de Williams son correctas, la selección natural quizás esté
ayudando a las especies a adaptarse a las vicisitudes de su existencia, pero “en ningún caso crea
nada nuevo”.
Lo cierto es que los pinzones de Darwin no se han transformado en “nada nuevo”. Siguen
siendo pinzones. Y el hecho de que se puedan cruzar pone en entredicho los criterios que siguen
algunos evolucionistas para definir las especies. Todo eso, además, revela que hasta las más
prestigiosas academias científicas son parciales a la hora de presentar las pruebas.
¿Demuestra el registro fósil que hubo cambios macroevolutivos?
El folleto antes mencionado deja al lector con la impresión de que los fósiles hasta ahora
descubiertos demuestran sobradamente la macroevolución. Dice así: “Se han hallado tantas
formas intermedias entre peces y anfibios, entre anfibios y reptiles, entre reptiles y mamíferos, y
dentro de la cadena evolutiva de los primates, que en muchos casos es difícil precisar cuándo se
produce la transición de una especie a otra”.
Esta afirmación tan categórica resulta sorprendente. ¿Por qué? En el año 2004, la revista
National Geographic en Español dijo que el registro fósil “es como una película sobre la evolución
de la cual se han perdido 999 de cada mil cuadros [fotogramas] en el cuarto de edición”. ¿Puede
decirse que los “cuadros” que no se han perdido aportan pruebas del proceso de la
macroevolución? ¿Qué demuestra realmente el registro fósil? Niles Eldredge, evolucionista
acérrimo, admite que dicho registro revela la existencia de períodos largos de tiempo durante los
cuales “se acumularon pocos cambios evolutivos, si acaso alguno, en la mayor parte de las
especies”.
Hasta la fecha se han desenterrado y catalogado 200 millones de fósiles grandes y una
infinidad de microfósiles. Muchos científicos concuerdan en que este vasto y detallado registro
demuestra que todos los grupos principales de animales aparecieron de repente y se mantuvieron
casi inalterados, y que numerosas especies desaparecieron de forma igual de súbita. Tras repasar
las pruebas del registro fósil, el biólogo Jonathan Wells escribe: “Es obvio que en el nivel de los
reinos, los filos y las clases, la descendencia con modificaciones a partir de antepasados comunes
no es un hecho comprobado. A juzgar por las pruebas del registro fósil y de los sistemas
moleculares, ni siquiera es una teoría bien fundamentada”.
La evolución: ¿mito o realidad?
¿Por qué insisten muchos evolucionistas destacados en que la macroevolución es una
realidad? Tras criticar algunos argumentos del profesor Dawkins —citado al inicio de este artículo
—, el influyente evolucionista Richard Lewontin explica así por qué tantos hombres de ciencia
no dudan en aceptar teorías contrarias al sentido común: “Tenemos un compromiso previo, un
compromiso con el materialismo”. Una gran cantidad de científicos se niegan a considerar siquiera
la posibilidad de que haya un Diseñador inteligente. Como dice Lewontin, “no podemos aceptar la
más mínima alusión a lo divino”.
La revista Scientific American recoge el siguiente comentario del sociólogo Rodney Stark
al respecto: “Desde hace doscientos años se viene fomentando la idea de que para dedicarse a la
ciencia, uno tiene que mantenerse libre de las ataduras de la religión”. Stark también señala que en
las universidades donde se realizan labores de investigación, “la gente religiosa no se atreve a
abrir la boca”, y “la antirreligiosa la discrimina”. Según él, “en las escalas superiores [de la
comunidad científica] se recompensa a quienes son antirreligiosos”.
Para aceptar como válida la teoría de la macroevolución, hay que creer que los científicos
agnósticos o ateos no dejan que sus convicciones personales influyan en sus interpretaciones de
los hallazgos científicos. Hay que creer que las mutaciones y la selección natural dieron lugar a
todas las complejas formas de vida existentes, aunque después de estudiar por cien años una
infinidad de mutaciones se haya demostrado que estas no han convertido ni una sola especie bien
definida en otra totalmente nueva. Hay que creer también que todos los seres vivos evolucionaron
de forma gradual a partir de un antepasado común, si bien el registro fósil demuestra claramente
que los principales tipos de plantas y animales aparecieron de súbito y no se transformaron en
otros tipos, sin importar que hubieran transcurrido períodos larguísimos de tiempo. ¿Le parece,
entonces, que la teoría de la evolución se basa en hechos, o que es un mito?
[Notas]
Los criadores de perros cruzan sus animales con el objetivo de obtener a la larga descendientes
con las patas más cortas o el pelo más largo que sus antecesores. No obstante, las
modificaciones resultantes por lo general se deben al mal funcionamiento de determinados
genes. Por ejemplo, el tamaño reducido del teckel, o perro salchicha, es consecuencia de un
defecto en el desarrollo del cartílago, lo que produce enanismo.
Aunque la palabra especie aparece con frecuencia en este artículo, cabe mencionar que el libro
bíblico de Génesis no utiliza “especie”, sino “género”, término de significado mucho más amplio.
En numerosos casos, lo que para los científicos constituye evolución de una nueva especie es
tan solo una variación dentro del “género” bíblico.
Véase el recuadro “¿Cómo se clasifican los seres vivos?”.
Se ha demostrado que el citoplasma, las membranas y otros elementos de la célula también
determinan hasta cierto punto las características de los seres vivos.
Sus comentarios no representan necesariamente la opinión del Instituto Max Planck.
Todos los experimentos sobre mutaciones demostraron que cada vez se obtenían menos mutantes
nuevos y que siempre reaparecía el mismo tipo de mutantes. Lönnig dedujo de este fenómeno
la “ley de la variación recurrente”. Por otra parte, menos del 1% de las mutaciones de plantas
fueron elegidas para realizar más experimentos, y de estas, menos del 1% resultaron aptas
para uso comercial. Al aplicar el método de la reproducción mediante mutaciones a los
animales, los resultados fueron aún peores, por lo que el método se abandonó por completo.
El materialismo, en este sentido, se refiere a la teoría filosófica según la cual la materia física es la
realidad única o fundamental, lo que implica que el universo entero, con todas sus formas de
vida, llegó a existir sin ningún tipo de intervención sobrenatural.
SER HUMANO MOSCA DEL VINAGRE
Especie sapiens melanogaster
Género Homo Drosophila
Familia Homínidos Drosofílidos
Orden Primates Dípteros
Clase Mamíferos Insectos
Filo Cordados Artrópodos
Reino Animal Animal
¿Es razonable creer en Dios?

¿ALGUNA vez se ha detenido a pensar por qué todas las cosas, desde las partículas atómicas
hasta las inmensas galaxias, están reguladas por leyes matemáticas precisas? ¿Ha reflexionado
sobre la vida en sí: su diversidad, su complejidad y su fascinante diseño? Muchas personas
atribuyen la existencia del universo y la vida a un gran accidente cósmico y a la evolución; otras
consideran que es la obra de un Creador inteligente. ¿Qué postura le parece más razonable?
Es obvio que ambas ideas se apoyan en la fe. Creer en Dios exige fe. Como dice la Biblia, “a
Dios ningún hombre lo ha visto jamás” (Juan 1:18). Así mismo, creer en la evolución exige fe.
Ningún humano presenció la formación del universo ni el comienzo de la vida, y nadie ha visto
jamás a una especie evolucionar hasta convertirse en otra superior o distinta. El registro fósil indica
que las principales categorías de animales aparecieron de manera súbita y han permanecido
prácticamente inalteradas. La pregunta clave es: ¿Cuál fe tiene un fundamento sólido: la fe en la
evolución, o la fe en un Creador?
¿Se apoya su fe en pruebas sólidas?
La auténtica fe, según la Biblia, es “la demostración evidente de realidades aunque no se
contemplen” (Hebreos 11:1). La Biblia de Jerusalén vierte este versículo así: “La fe es [...] la prueba
de las realidades que no se ven”. Sin duda, podemos pensar en muchas cosas que, aunque
no vemos, son muy reales para nosotros.
A modo de ilustración: muchos historiadores respetables creen que Alejandro Magno, Julio
César y Jesucristo vivieron alguna vez. ¿Es válida su creencia? Sí, porque pueden señalar pruebas
históricas fidedignas.
También los científicos creen en realidades que no se ven pero de cuya existencia hay
“demostración evidente”. Por ejemplo, en el siglo XIX, el químico ruso Dimitri Mendeleiev quedó
fascinado con la relación que existe entre los elementos, que son los componentes básicos del
universo. Observó que presentaban características comunes y que se podían ordenar según su
peso atómico y sus propiedades químicas. Confiando en el orden de tales grupos, elaboró la tabla
periódica de los elementos y predijo con certeza la existencia de elementos desconocidos hasta
entonces.
Los arqueólogos sacan deducciones sobre civilizaciones antiguas estudiando objetos que llevan
sepultados miles de años. Imaginemos que uno de ellos desenterrara decenas de bloques de
piedra del mismo tamaño cuidadosamente cortados y puestos uno encima del otro, formando una
figura geométrica que no se da en la naturaleza. ¿A qué conclusión llegaría? ¿Diría que su
hallazgo es una obra del azar? No; más bien, lo interpretaría como una prueba de actividad
humana en el pasado, lo cual sería una conclusión lógica.
Siendo consecuentes, ¿no deberíamos aplicar el mismo razonamiento al diseño que se percibe
en el mundo natural? Muchas personas, entre ellas científicos reputados, así lo han hecho.
¿Ciego azar, o diseño con propósito?
Hace años, el astrónomo, físico y matemático inglés sir James Jeans escribió que a la luz del
progresivo conocimiento científico, “el Universo comienza a parecerse más a un gran pensamiento
que a una inmensa máquina”. También afirmó que “el Universo parece haber sido concebido por
un matemático puro” y que “patentiza la existencia de un poder que concibe y domina y que tiene
algo de común con nuestras mentes individuales”.
Desde entonces, otros hombres de ciencia han llegado a la misma conclusión. “La organización
general del universo ha sugerido a muchos astrónomos un elemento de diseño”, escribió el físico
Paul Davies. Y uno de los físicos y matemáticos más brillantes de todos los tiempos, Albert
Einstein, escribió: “El hecho de que [el mundo natural] sea comprensible es un milagro”. Para
muchos, ese milagro incluye la vida misma, desde sus bloques fundamentales hasta el prodigioso
cerebro humano.
El ADN y el cerebro humano
El ADN es el material genético de todos los organismos celulares y la base molecular de la
herencia. Este complejo ácido ha sido comparado a un plano o una receta, pues porta
instrucciones codificadas químicamente y almacenadas en un ámbito molecular capaz de
interpretarlas y ejecutarlas. ¿Cuánta información contiene el ADN? Si convirtiéramos sus unidades
básicas (llamadas nucleótidos) en letras del alfabeto, “ocuparían más de un millón de páginas de
un libro”, dice una obra de consulta.
En casi todos los organismos, el ADN está encerrado dentro de corpúsculos en forma de
filamentos llamados cromosomas, que se agrupan en el interior del núcleo de cada célula.
El núcleo, a su vez, tiene un diámetro de unas cinco micras (0,0002 pulgadas). ¡Imagínese! Toda la
información necesaria para la formación de su cuerpo, que es único, está almacenada en paquetes
tan pequeños que solo se observan a través del microscopio. Como bien dijo un científico, los
organismos vivos poseen “con mucho el sistema de almacenamiento y recuperación de datos más
compacto que se conozca”. Eso es mucho decir, teniendo en cuenta la capacidad de memoria de
los chips de las computadoras, los videodiscos digitales (DVD) y otros aparatos. Y el ADN no ha
destapado todos sus secretos, ni mucho menos. “Cada descubrimiento revela una nueva
complejidad”, afirma la revista New Scientist.
¿Sería lógico atribuir tal perfección de diseño y organización al ciego azar? Digamos que usted
se topa con un manual sumamente técnico de un millón de páginas escrito en un código eficaz y
elegante. ¿Concluiría que de algún modo se escribió a sí mismo? ¿Y si fuera tan diminuto que
necesitara un microscopio potente para leerlo? ¿Y si, además, contuviera instrucciones específicas
para la fabricación de una máquina inteligente que se reparara y se duplicara sola, compuesta de
miles de millones de piezas que encajaran unas con otras en el momento exacto y de forma
precisa? De seguro, jamás se le ocurriría pensar que dicho libro apareció de la nada.
Luego de examinar los trabajos de investigación sobre el funcionamiento interno de la célula, el
filósofo inglés Antony Flew, quien fuera uno de los máximos exponentes del ateísmo, afirmó: “La
increíble complejidad de los mecanismos que son necesarios para generar vida [demuestra] que
tiene que haber participado una inteligencia superior”. Flew es partidario del principio de “seguir la
prueba adondequiera que esta lleve”. En su caso, las pruebas lo llevaron a cambiar por completo
su manera de pensar y a aceptar la existencia de Dios.
El cerebro humano también deja atónitos a muchos expertos. Producto del ADN, el cerebro ha
sido descrito como “el objeto más complicado del universo”. Hasta la más avanzada
supercomputadora parece verdaderamente rudimentaria al lado de esta masa gris rosácea de
neuronas y otras estructuras que pesa aproximadamente 1,5 kilos (3 libras). En opinión de un
neurocientífico, cuanto más se aprende sobre el cerebro, que es el asiento de la mente, “más
espléndido e incognoscible se vuelve”.
Piense en esto: el cerebro nos permite respirar, reír, llorar, armar rompecabezas, construir
computadoras, montar en bicicleta, escribir poesía y contemplar los cielos nocturnos con
admiración reverente. ¿Es razonable —o mejor aún, coherente— atribuir estas facultades y
capacidades a las fuerzas ciegas de la evolución?
Creencia fundada en pruebas
Para entender la naturaleza humana, ¿deberíamos mirar hacia abajo, por así decirlo, a los
monos y otros animales, como hacen los evolucionistas? ¿O deberíamos mirar hacia arriba, a
Dios? Es verdad que compartimos elementos comunes con los animales. Tenemos que comer,
beber y dormir, por ejemplo, y somos capaces de reproducirnos. Sin embargo, nosotros somos
únicos de muchas maneras. La razón indica que los rasgos que nos caracterizan como seres
humanos proceden de un Ser superior, esto es, de Dios. La Biblia condensa este pensamiento al
decir que Dios formó al hombre “a su imagen”, hablando en sentido espiritual y moral (Génesis
1:27). ¿Por qué no meditar en las cualidades de Dios, algunas de las cuales se mencionan en
Deuteronomio 32:4; Santiago 3:17, 18 y 1 Juan 4:7, 8?
Nuestro Creador nos ha dado la capacidad intelectual para estudiar el mundo que nos rodea y
hallar respuestas satisfactorias a nuestros interrogantes (1 Juan 5:20). A este respecto, el físico y
laureado nobel William D. Phillips escribió: “Al examinar el orden, la comprensibilidad y la belleza
del universo, llego a la conclusión de que una inteligencia superior diseñó lo que veo. Mi
entendimiento científico de la coherencia y la exquisita sencillez de la física reafirma mi creencia en
Dios”.
Hace dos mil años, un perspicaz observador del mundo natural escribió: “Las cualidades
invisibles de [Dios] se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se
perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad” (Romanos 1:20). El escritor
de estas palabras, el apóstol Pablo, era un hombre inteligente e ilustrado en la Ley de Moisés.
Su fe basada en la razón lo hizo ver a Dios como alguien real, en tanto que su marcado sentido de
la justicia lo movió a darle la debida honra por sus obras creativas.
Es nuestra sincera esperanza que usted también comprenda que creer en la existencia de Dios
no se opone en absoluto a la razón. Ojalá haga más que simplemente aceptar la existencia de Dios
—siguiendo el ejemplo de Pablo y de millones de personas— y llegue a entender que Jehová Dios
es un ser espiritual con cualidades encantadoras que nos tocan las fibras del corazón y nos atraen
a él (Salmo 83:18; Juan 6:44; Santiago 4:8).

¿JUSTIFICAN EL ATEÍSMO LAS ATROCIDADES COMETIDAS POR LA RELIGIÓN?


Muchas personas no creen en la existencia de un Creador a causa de los abusos y la corrupción
que manchan la historia de muchas religiones. ¿Es esta una razón sólida para no creer? No. “Los
excesos y atrocidades cometidos por la religión organizada no tienen ninguna relación con la
existencia de Dios, del mismo modo que la amenaza de la proliferación nuclear no tiene nada que
ver con la fórmula E=mc2”, puntualiza Roy Abraham Varghese en su prefacio al libro There is a
God (Sí hay Dios), de Antony Flew
¿A quiénes debe creer?

“Por supuesto, toda casa es construida por alguien, pero el que ha construido todas
las cosas es Dios.” (HEBREOS 3:4.)

¿ESTÁ usted de acuerdo con este razonamiento que se expone en la Biblia? En los dos mil
años transcurridos desde que se redactó ese versículo, se han producido grandes avances
científicos. ¿Todavía hay quien piensa que el diseño evidente en la naturaleza exige creer en un
Diseñador o un Creador, en Dios?
Sí, mucha gente así lo cree, incluso en los países industrializados. Por ejemplo, una encuesta
realizada por la revista Newsweek en el año 2005 indicó que el 80% de los estadounidenses
“considera que Dios creó el universo”. ¿Será que quienes opinan así tienen un bajo nivel
educativo? ¿Habrá científicos que crean en Dios? Pues bien, un estudio efectuado entre biólogos,
físicos y matemáticos reveló que el 40% cree no solo que Dios existe, sino que escucha y
responde las oraciones, según publicó la revista científica Nature en 1997.
Por otra parte, hay investigadores que piensan de forma totalmente distinta. El premio Nobel
Herbert A. Hauptman afirmó hace poco en un congreso científico que la creencia en lo
sobrenatural, y en particular en Dios, es incompatible con la verdadera ciencia. Dijo que “este tipo
de creencia le hace mucho daño a la humanidad”. Hasta los científicos que creen en Dios dudan en
enseñar que el diseño manifiesto en las plantas y los animales sea una prueba irrefutable de la
existencia de un Diseñador. ¿Por qué? El paleobiólogo Douglas H. Erwin, del Instituto
Smithsoniano, da la siguiente razón: “Uno de los fundamentos de la ciencia es que los milagros
no existen”.
Por consiguiente, cada uno de nosotros tiene ante sí dos posibilidades: dejar que los demás le
digan lo que debe pensar y creer, o examinar las pruebas por sí mismo y llegar a sus propias
conclusiones. En las siguientes páginas se habla sobre varios descubrimientos científicos
recientes. Lo animamos a que, mientras lee la información, reflexione en si es lógico concluir que
existe un Creador.

¿SON CREACIONISTAS LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ?


Los testigos de Jehová aceptan el relato de la creación que ofrece el libro bíblico de Génesis. Sin
embargo, no puede decirse que sean creacionistas. ¿Por qué? En primer lugar, muchos
creacionistas sostienen que el universo y la Tierra, con todos los seres vivos que la habitan, fueron
creados en seis días de veinticuatro horas hace unos diez mil años. Pero esto no es lo que enseña
la Biblia. Los creacionistas defienden también muchas otras doctrinas que carecen de fundamento
bíblico. En el caso de los testigos de Jehová, sus enseñanzas se basan exclusivamente en la
Palabra de Dios.
Además, en algunos países, el término creacionistas se asocia con los llamados grupos
fundamentalistas cristianos que participan activamente en política y presionan a miembros del
gobierno, jueces y educadores para que se aprueben leyes y planes de estudio acordes con las
doctrinas creacionistas.
Los testigos de Jehová, por su parte, son neutrales en cuestiones políticas. Respetan el derecho
de las autoridades a promulgar leyes y velar por su cumplimiento (Romanos 13:1-7). Pero, a la vez,
viven en armonía con la afirmación de Jesús de que sus discípulos “no son parte del mundo” (Juan
17:14-16). Mediante su obra evangelizadora ofrecen a la gente la oportunidad de conocer los
beneficios de seguir las leyes divinas. Sin embargo, no apoyan a los grupos fundamentalistas que
luchan por la aprobación de leyes civiles que obliguen a los ciudadanos a adoptar las normas
bíblicas, pues tal apoyo implicaría renunciar a la neutralidad cristiana (Juan 18:36).
No es tan simple como parece

La teoría de la evolución química afirma que la vida en la Tierra evolucionó a partir de


una reacción química espontánea ocurrida miles de millones de años atrás.

Dicha teoría no sostiene que, por accidente, la materia sin vida se haya transformado
directamente en aves, reptiles u otras formas de vida complejas. Más bien, propone que una serie
de reacciones químicas espontáneas dieron origen, con el tiempo, a formas de vida sencillas, como
algas y otros organismos unicelulares.
Basándonos en los conocimientos actuales, ¿es razonable concluir que estos seres unicelulares
son tan sencillos que pudieron aparecer por casualidad? Por ejemplo, ¿qué tan simples son las
algas de una sola célula? Examinemos un género de algas verdes unicelulares denominado
Dunaliella, del orden de las volvocales.
Singulares organismos unicelulares
Las células del género Dunaliella son ovoides, o de forma de huevo, y muy diminutas: miden
solo unas diez micras de largo, de modo que harían falta 1.000 de ellas, una al lado de la otra, para
abarcar un centímetro. Poseen dos flagelos en uno de los extremos, que les permiten nadar; se
valen de la fotosíntesis para generar energía, al igual que las plantas; procesan su alimento a partir
del dióxido de carbono, los minerales y otros nutrientes que absorben, y se reproducen por división.
Estas algas subsisten hasta en aguas saturadas de sal. De hecho, es de los poquísimos
organismos de cualquier especie que pueden vivir y reproducirse en el mar Muerto, cuya
concentración salina es unas ocho veces mayor que la de los océanos. Además, este organismo
“simple” es capaz de sobrevivir a los cambios repentinos en la salinidad de su hábitat.
Está, por ejemplo, la Dunaliella bardawil de las marismas saladas y poco profundas del desierto
de Sinaí. En esas marismas, la concentración salina puede o bien disminuir muy deprisa al diluirse
el agua durante una fuerte tormenta, o bien alcanzar el punto de saturación cuando el extremado
calor del desierto evapora el agua. No obstante, el diminuto organismo tolera tales extremos
gracias, en parte, a su capacidad de producir y acumular glicerina en la cantidad precisa, la cual
sintetiza a gran velocidad minutos después de ocurrir un cambio en la salinidad. A fin de adaptarse,
produce o elimina glicerina. Esta facultad es sumamente valiosa, ya que en algunos hábitats
ocurren marcados cambios en la concentración de sal en cuestión de horas.
Ahora bien, al vivir en marismas someras del desierto, la Dunaliella bardawil se halla expuesta a
la intensa luz del sol. Esta circunstancia sería perjudicial para la célula si no fuera por la protección
que le proporciona cierto pigmento que actúa como filtro solar. Cuando se cultiva en un medio
nutritivo favorable y dispone de suficiente nitrógeno, esta especie presenta un color verde brillante,
que le confiere la clorofila, la cual la protege del sol. Pero si el nitrógeno escasea y la concentración
salina, la temperatura y la intensidad lumínica aumentan, el cultivo pasa de verde a anaranjado o
rojo. ¿Por qué? En tan duro ambiente tiene lugar un complicado proceso bioquímico. El nivel de
clorofila desciende considerablemente, y en su lugar se produce un pigmento alternativo, el
betacaroteno. De no ser por su singular capacidad de producir dicho pigmento, la célula moriría.
Así, el cambio de color obedece a la presencia de betacaroteno en grandes cantidades: hasta el
10% del peso en seco del alga en tales circunstancias.
En Estados Unidos y en Australia se lleva a cabo el cultivo comercial de las algas Dunaliella en
enormes estanques con el fin de satisfacer la demanda de betacaroteno natural en el mercado de
la nutrición humana. Hay, por ejemplo, grandes instalaciones de ese tipo en el sur y el occidente de
Australia. El betacaroteno también se produce de forma sintética; sin embargo, solo dos empresas
poseen las costosas y complejas plantas bioquímicas capaces de sintetizarlo a escala comercial.
Lo que al hombre le ha costado décadas y enormes sumas de dinero invertidas en la investigación,
el cultivo y la producción, una simple alga como la Dunaliella lo realiza con facilidad en una fábrica
en miniatura, tan pequeña que ni se percibe a simple vista, y como reacción inmediata a las
exigencias cambiantes de su entorno.
Otra facultad singular de este género de algas se observa en la especie Dunaliella acidophila,
descubierta en 1963 en aguas y suelos sulfurosos por naturaleza, que se caracterizan por su alta
concentración de ácido sulfúrico. Según pruebas de laboratorio, la Dunaliella acidophila es capaz
de vivir en una solución de ácido sulfúrico, que es unas cien veces más ácida que el jugo de limón.
Por su parte, la Dunaliella bardawil sobrevive en ambientes altamente alcalinos. Todo esto
demuestra la gran adaptabilidad ecológica de estas algas.
Cuestiones para reflexionar
Las aptitudes insólitas del género Dunaliella son sobresalientes. Con todo, representan apenas
una pequeñísima parte del impresionante conjunto de recursos de los que se valen los organismos
unicelulares para sobrevivir y reproducirse en ambientes variados y a veces hostiles. Dichos
recursos permiten al género Dunaliella satisfacer sus necesidades vitales, elegir su alimento, evitar
sustancias tóxicas, expeler desechos, prevenir enfermedades o sobreponerse a ellas, escapar de
los depredadores, reproducirse, etc. Los seres humanos necesitan unos cien billones de células
para realizar las mismas tareas.
¿Es razonable afirmar que esta alga unicelular es tan solo una simple y primitiva forma de vida,
que se formó por puro accidente a partir de unos cuantos aminoácidos en un caldo orgánico? ¿Es
lógico atribuir a la casualidad estas maravillas de la naturaleza? Resulta mucho más razonable
atribuir la existencia de los seres vivos a un Hacedor magistral que creó la vida con un propósito.
Los seres vivos son de una naturaleza tan compleja e interactúan a tal grado, que su existencia
tiene que provenir de Alguien con una inteligencia y habilidad inimaginables.
Un análisis cuidadoso de la Biblia, libre de dogmas religiosos o científicos, proporciona
respuestas satisfactorias a las preguntas sobre el origen de la vida. Millones de personas, muchas
de ellas con educación científica, han enriquecido su vida mediante dicho análisis.

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