Sunteți pe pagina 1din 46

Primeras Civilizaciones

Oriente Próximo

    Mesopotamia, o «país entre ríos», es una extensa región recorrida por los
ríos Éufrates y Tigris. Sus límites naturales están definidos por los montes
Zagros, al este; los de Armenia, al norte, y los desiertos de Siria y Arabia, al
oeste. La única salida al mar se encuentra al sur, en la cabecera del golfo
Pérsico. Los yacimientos más antiguos del Neolítico mesopotámico se
encuentran en el norte; hacia el año 6000 a. de C. el fenómeno se extiende
hacia las zonas de llanura, pero siempre en la mitad septentrional.

    Fue en ese momento cuando tuvieron lugar las fases más desarrolladas de
Hassuna, Samarra y Halaf, esta última desde el Mediterráneo hasta los Zagros.

    En el sur, la presencia humana es más tardía. En esta zona se distinguen


cuatro fases protohistóricas a partir del último tercio del sexto milenio, Eridu,
Al’Ubaid (El Obeid), Uruk y Djemdet Nasr, entre el 5300 y el 2900 a. de C. La
fase de Eridu se encuadra en el horizonte cultural de Samarra y de Halaf, pero
más importancia tiene la fase de Al’Ubaid (4400-3750 a. de C.), cuyos
elementos característicos se repiten en la de Uruk (3750-3200 a. de C.).

    El hallazgo más sobresaliente de esta fase fue la escritura, cuyos


testimonios más antiguos se sitúan hacia el año 3300 a. de C. Finalmente, se
define la fase de Djemdet Nasr (3200-2900 a. de C.), caracterizada por una
continuidad respecto a la anterior, con extensión de la escritura y
perfeccionamiento de las técnicas de producción.

Primeras civilizaciones

Oriente Próximo

Primeras urbes

    La larga prehistoria del sur de Mesopotamia concluye, a partir de la segunda


mitad de la fase de Uruk, con el nacimiento de la civilización urbana. La ciudad
se forma en Mesopotamia a partir de los asentamientos agrarios surgidos en
las fases anteriores. En este proceso el templo desempeña un papel
protagonista, como se percibe en el gran desarrollo alcanzado por la
arquitectura religiosa, que llega a tener proporciones monumentales en Uruk,
Ur, Eridu y Lagash.

    Un elemento sobresaliente en este período es la aparición de la escritura,


que tiene su origen en las exigencias propias de la economía y administración
del templo. Con el aumento de la producción se incrementó el excedente
agrícola, que se almacenaba, lo que requería llevar una estricta contabilidad.
Las primeras muestras de escritura mesopotámica pertenecen al tipo
denominado «logográfico», en el que cada signo expresa un concepto. Muy
pronto el sistema se transformó en logosilábico, caracterizado por la utilización
de signos conceptuales junto a signos silábicos.

    El pueblo al que en mayor grado se le deben atribuir el nacimiento de la


civilización urbana y el descubrimiento de la escritura es el sumerio. Los
sumerios se denominaban a sí mismos «cabezas negras» (saggigga) y se
consideraban originarios de Melukkha, la «tierra negra». La arqueología no
responde a las cuestiones planteadas sobre su origen y tan sólo el análisis de
su lengua permite ciertas precisiones, ya que pertenece al tipo de lenguas
aglutinantes y se presenta completamente aislada.

    La entrada de los sumerios en Mesopotamia no tuvo la forma de una


invasión, pues no se observa una ruptura cultural que indique la presencia
masiva de un nuevo pueblo. Por el contrario, se produjo en oleadas migratorias
que inmediatamente se mezclaban con la población ya establecida, hasta que
el elemento sumerio se convirtió en el dirigente.

    La fase de Al’Ubaid es la que mejor se adapta para situar la entrada de los
sumerios, que alcanzarían una supremacía étnica y cultural en un momento
avanzado de la fase de Uruk, cuando el desarrollo económico del país iba a
desembocar en el nacimiento de la civilización urbana.

    El panorama étnico que existía en el sur de Mesopotamia en la primera


mitad del tercer milenio no se limita al sustrato indígena más antiguo y al
elemento dominante sumerio, pues se documentan desde muy temprano
préstamos semitas en la lengua sumeria, lo que indica que gentes que la
hablaban habitaban también en el sur. Estos semitas procedían de las estepas
semidesérticas del oeste del Éufrates y se establecieron en los valles fluviales.

   

Mesopotamia

   

    La etapa protodinástica corresponde al período comprendido entre la época


primitiva y la constitución del primer imperio mesopotámico, el de Akkad, entre
los años 2900 y 2340 a. de C. En el inicio del período, el proceso de
urbanización estaba muy avanzado y habían surgido diversas ciudades cuyo
relativo aislamiento las llevó a convertirse en estados independientes.
    Sin embargo, este aislamiento no impidió el desarrollo de una civilización
común que irradió fuera de los límites de la llanura meridional e invadió áreas
circundantes, sobre todo el Elam, región situada al oriente de Sumer.

    Uno de los elementos más destacados que definen el protodinástico es la


inestabilidad política en las relaciones entre los diferentes estados. La
homogeneidad cultural y el dominio sobre territorios restringidos y con limitados
recursos, que afectaban negativamente a una población en continuo
crecimiento, impulsaron a las ciudades a intentar imponer su hegemonía sobre
las demás, provocando una situación de guerra endémica. Una manifestación
de estas circunstancias se encuentra en la proliferación de las murallas.

    La historia de Mesopotamia en estos siglos se conoce a través de la Lista


Real, documento redactado en fechas más tardías, que menciona las dinastías
que reinaron en las ciudades, con especificación de aquella que en esos
momentos detentaba la hegemonía. Sin embargo, se conocen también más
facetas históricas a través de las tumbas reales de Ur y de los archivos de
Lagash.

    En la dinastía de Lagash destaca el rey Eannatum (2470 a. de C.), que


realizó expediciones al norte de Mesopotamia y consiguió para su ciudad la
hegemonía sobre todo el país; un relieve, la Estela de los Buitres, conmemora
sus hazañas.

    La historia de Lagash está relacionada con un antiguo conflicto que mantuvo
con Umma hasta que el rey de ésta, Lugalzagesi, destruyó Lagash. Con él la
hegemonía pasó a Umma y su titulatura asumió a los dioses protectores de las
ciudades que sometía, hasta conseguir que el clero de Nippur reconociese su
autoridad ungiéndole como rey de Sumer. Con Lugalzagesi aparece un ideal
imperialista que trasciende el horizonte de la ciudad-estado, aunque no pudo
cumplir sus proyectos, pues Sargón de Akkad le arrebató el poder y fundó un
imperio propio.

    Si en la época primitiva la vida giraba en torno al templo, durante el


protodinástico la sociedad se convierte en bipolar. Junto al templo destaca el
palacio como nuevo centro de poder, el cual asume mayor prestigio hasta
situarse por encima del primero.

    Reflejo de la situación política, caracterizada por una guerra continua, es la


aparición de una nueva forma de monarquía basada en el poder militar. La
función principal del rey es la guerra, y es en esta esfera donde demuestra su
capacidad, aunque dentro de la ciudad el rey es sacerdote, juez supremo y jefe
de la administración.
    A pesar de la pérdida de la dirección política, los templos conservaron
importantes recursos económicos. De hecho, se trataba de unidades
económicas completas que basaban su poder en la agricultura y la ganadería,
pero que también disponían de talleres artesanales y eran centros de un activo
comercio. Los archivos de Lagash muestran una imagen clara de la actividad
de los templos, provistos de una compleja y organizada administración.

    Las tierras del templo eran de tres clases: kur, o campos de subsistencia,
que se parcelaban y se entregaban en usufructo a los miembros de la
comunidad; nigenna, o tierra reservada para el dios, cuyo producto se
almacena en el templo, y de su cultivo y cuidado se encargaban todos los
miembros de la comunidad; y urula, o campos de cultivo, que se arrendaban
mediante el pago de una cuota sobre la cosecha. La mayor parte de las tierras
se encontraban en manos de los templos, que las administraban en nombre de
la divinidad, su único propietario.

    La competencia entre el templo y el palacio también se manifiesta en la


economía. El rey, los miembros de su familia y los del entorno palaciego
aumentaban su patrimonio a costa del templo, que se vio despojado de parte
de sus terrenos. Existía también una clase de hombres libres, que no
dependían del templo ni del palacio y que se dedicaban a la agricultura y al
artesanado, pero con escasas posibilidades de promoción social y económica.

   

Egipto

   

    Desde el comienzo de su historia, Egipto aparece dividido en dos partes muy


claras, el alto Egipto, al sur, y el bajo Egipto, al norte. El límite entre los dos
sectores se encuentra a la altura de El Fayum, que fija la división entre el curso
del Nilo y su desembocadura.

    Pero más que el Nilo en sí, lo que da su personalidad y su razón de ser a


Egipto es la propia crecida del río, originada en las lluvias monzónicas de
finales de primavera. Durante tres meses Egipto está cubierto por las aguas,
que al retirarse dejan el limo arrancado a las tierras volcánicas de Abisinia.
Aunque no tan peligrosas como las del Tigris y Éufrates, las crecidas del Nilo
no son regulares, por lo que su aprovechamiento favoreció las tendencias
unificadoras, la constitución de un fuerte poder centralizado y, en definitiva, la
estabilidad política.

    De este modo, la historia de Egipto comienza cuando el hombre inicia la


adecuación del valle del Nilo, momento en que aparece el Neolítico, cuyas
primeras manifestaciones datan del sexto milenio (tasiense). A partir de la
segunda mitad del quinto milenio la civilización egipcia entra en el Calcolítico,
período llamado también «predinástico», pues en él se establecen las bases de
la cultura faraónica. A partir del 3500 a. de C. la cultura egipcia comienza su
unificación con la extensión de la fase gerziense.

    La primera etapa del Egipto unificado, o época tinita, está representada por
las dinastías I y II y es un período de transición y de afianzamiento de la
unificación, con una cronología aproximada entre el 3000 y el 2700 a. de C. El
nombre «tinita» procede de Tinis, ciudad del alto Egipto y probable lugar de
origen de las familias reinantes. Los reyes de la I dinastía tenían dos tumbas,
una en Abydos, cerca de Tinis, y otra en Saqqara, en el bajo Egipto.

    La I dinastía tuvo que luchar contra algunas ciudades del norte, que no
reconocían la autoridad central, por lo que los reyes procuraban atraerse a las
gentes del delta admitiendo en su familia a destacados elementos de sus
ciudades o consagrando templos dedicados a divinidades del norte, las
principales de las cuales fueron incluidas en el protocolo real.

    Los acontecimientos se repitieron con la II dinastía, pero la tendencia


unificadora siempre salió triunfante, reforzada con el traslado de la capitalidad
del reino a Menfis, en el sur del delta, y la elaboración de un nuevo sistema
cosmogónico basado en el dios Ptah o Ftah, que sirvió de apoyo al reino
unificado.

    La institución monárquica se presenta como garantía de la unificación, hecho


que se expresaba en el protocolo y ceremonias reales. La monarquía era
absoluta y reposaba en el carácter divino del rey, identificado con Horus,
principal divinidad del reino. Por esta razón, el primer título del protocolo real es
el nombre Horus, mientras que los dos siguientes hacen alusión a la
unificación: se trata del nombre nebti («las dos señoras»), representado por el
buitre Nekhbet de Hieracómpolis (sur) y la serpiente Uadjet de Buto (delta), y el
nesutbit («el junco y la abeja»), que significa las Dos Tierras.

Primeras civilizaciones

Oriente Próximo

Imperios mesopotámicos

    La formación y características del imperio de Akkad no fueron sino una


continuación de la política practicada por las ciudades sumerias. Pero el papel
principal no lo desempeñó la etnia sumeria, sino la semita, extendida en
Mesopotamia central.
    Sin embargo, nunca hubo un contraste étnico sumerio-semita, sino que los
conflictos siempre adoptaron la forma de luchas entre ciudades. De uno de
ellos surgirá el imperio de Akkad.

    Este imperio fue fundado por Sargón hacia el año 2340 a. de C. Sargón era
un dignatario de la corte de Urzababa, rey de Kis, del que se independizó
cuando fue conquistada por Lugalzagesi, y fundó su propia capital, Agadé, y
tomó el nombre de Sarrukin, «rey justo» o «legítimo», nombre del que deriva el
de Sargón.

    Después venció a Lugalzagesi y conquistó todas las ciudades sumerias. El


éxito de esta campaña le llevó a remontar el curso del Éufrates y a apoderarse
de Mari y Tuttul. A continuación penetró en Siria y alcanzó el Mediterráneo; sus
expediciones llegaron hasta las montañas del norte de Siria y el Tauro y,
finalmente, combatió en Asiria y se apoderó del Elam.

    La sucesión de sus títulos confirma esta trayectoria ascendente: Sargón se


llamó primero rey de Akkad, luego rey de Kis y, después, rey del País. A pesar
de todo, el imperio no se consolidó y sus sucesores, Rimush y Manishtushu,
tuvieron que sofocar levantamientos de las ciudades y realizar expediciones en
el exterior.

    Con el cuarto rey, Naramsin (2260-2223 a. de C.), el imperio inició su


declive, manifestado durante el reinado de su sucesor, Sharkalishari, que no
pudo impedir que Uruk y otras ciudades sumerias recuperaran su
independencia, al igual que Elam, aunque logró retrasar la invasión de algunos
pueblos procedentes de los Zagros. A su muerte, ocurrida en 2198 a. de C., el
imperio estaba prácticamente reducido a la región originaria de Akkad.

    El orden pudo ser restablecido por Dudu (2195-2174 a. de C.), pero durante
el reinado de su sucesor, Shudurul (2174-2159 a. de C.), el reino de Akkad
desapareció. La acción simultánea de las ciudades sumerias y de los guti,
pueblo nómada del norte, consiguió destruir el imperio levantado por Sargón.

    La importancia del reino de Akkad radica en su definición como imperio


universal. Las conquistas de Sargón y de Naramsin englobaban territorios muy
extensos entre el Mediterráneo y el golfo Pérsico, aunque no fueron ocupados
de forma permanente, pues las conquistas respondían a una momentánea
necesidad de expansión que inmediatamente se abandonaba. No obstante, el
territorio dominado alcanzó límites desconocidos hasta entonces, pues
comprendía casi toda Mesopotamia y el Elam.

    Pero la característica esencial es su definición como imperio económico,


como señaló Sargón en sus inscripciones, pues su interés no era tanto dominar
nuevos territorios como asegurarse el control de aquellas materias primas
indispensables para la economía de su reino. Las rutas a los montes Tauro y
Amanus, a las costas meridionales del golfo Pérsico y a la meseta de Irán
tenían como objetivo asegurarse la madera, los metales y las canteras que
Mesopotamia necesitaba. Sólo así pudo el reino sargónida convertirse en un
imperio universal.

    Políticamente el imperio de Akkad se define como una monarquía unitaria, lo


que significa la desaparición del tradicional sistema sumerio, que defiende la
autoridad de la ciudad y del templo, y su sustitución por una política
directamente dirigida por el rey, que adopta rasgos heroicos o divinos,
elemento desconocido en Mesopotamia.

    El imperio conservó la organización política y administrativa de las ciudades


sometidas, aunque las necesidades de gobierno exigieron la creación de
sistemas de control y de criterios unificadores, como un nuevo ejército,
numeroso y bien equipado, y un amplio cuerpo de funcionarios dependientes
del rey.

    Consecuencia de este proceso fue la «acadización» de Mesopotamia, que


comportó la elevación a rango oficial del acadio, que desplazó al sumerio como
lengua de cancillería. Sin embargo, y en cuanto a la religión, los reyes
manifestaron gran devoción y respeto hacia las divinidades sumerias, aunque
ello no impidió una fuerte penetración de dioses y rituales semitas en Sumer.

   

El renacimiento sumerio

   

    En los años inmediatamente posteriores a la caída del imperio acadio se


produjo la revitalización de Sumer y la instalación de un nuevo poder en el
territorio de Akkad, representado por los guti. Si el primer acontecimiento tuvo
lugar a la muerte de Sharkalishari, el segundo es más tardío, puesto que
Shudurul representa aún la tradición del reino de Akkad.

    Los guti habitaban en las tierras altas de Mesopotamia, en los valles de la


cadena de los Zagros. La decadencia de Akkad llevó a los guti a destruir la
ciudad de Agadé, pero sólo lograron mantener un dominio intermitente en el
norte, mientras que el sur sumerio regresó a su tradicional sistema de ciudades
autónomas.

    Una de éstas, Uruk, con el rey Utukhengal a la cabeza, venció a Tiriqan,


último rey de los guti, con lo que desapareció la amenaza de este pueblo (2116
a. de C.).
    En el 2164 a. de C. Urbaba fundó la segunda dinastía de Lagash y extendió
el dominio de su ciudad por una amplia zona del sur, ya que llegó a gobernar
sobre diecisiete ciudades. El monarca más conocido de esta dinastía fue su
sucesor, Gudea (2144-2124 a. de C.), bajo cuyo gobierno Lagash disfrutó de
cierta hegemonía en Sumer, a juzgar por las construcciones religiosas que
realizó en Ur, Eridu, Nippur y Adab.

    Esta fase supuso un retorno a la situación anterior a Sargón, pues los reyes
abandonaron la titulatura acadia, adoptaron los títulos tradicionales sumerios y
asumieron el papel de servidores de la divinidad. El mapa comercial de Lagash
coincide casi exactamente con el de Akkad, pero con la diferencia de que la
primera no apoyaba su acción con medios militares y administrativos, sino con
instrumentos diplomáticos y comerciales, con los que logró una notable
prosperidad hasta finales del siglo XXII a. de C., cuando la hegemonía pasó a
Uruk.

   

La III dinastía de Ur

   

    Aunque durante unos años se volvió a la tradicional estructura sumeria de


las ciudades-estado, el ideal unitario de Akkad no se olvidó y Utukhengal de
Uruk intentó restablecerlo. Pero el gobernador que él mismo colocó en Ur,
Urnammu, se sublevó y extendió su poder hasta proclamarse rey de Sumer y
de Akkad.

    Con Urnammu se inicia una nueva fase imperial en Mesopotamia, dominada


por la III dinastía de Ur y heredera del anterior imperio acadio. Su obra de
organización se reveló muy eficaz durante el reinado de su hijo, Shulgi (2093-
2046 a. de C.), auténtico creador del imperio de Ur. Restauró santuarios y
ciudades, reformó el sistema de pesos y medidas, mejoró las comunicaciones y
reorganizó el ejército.

    Shulgi creó el primer código conocido, en el que se regulaban las relaciones


económicas y sociales de los habitantes del imperio, y transformó el reino en
un imperio de proporciones similares a las de Akkad y con las mismas
perspectivas universalistas: extendió los dominios a toda la llanura entre los
ríos, sometió el Elam y mantuvo pretensiones de hegemonía sobre Siria.

    Los triunfos de Shulgi permitieron que, durante casi veinticinco años, la paz
reinase en el imperio de Ur. Sus sucesores inmediatos, Amarsin y Shusin,
gozaron de una situación de estabilidad, sólo alterada por la amenaza de
pueblos nómadas como los amoritas o amorreos, gentes semitas que
presionaban desde el valle superior del Éufrates.

    La situación cambió en los primeros años del reinado de Ibbisin (2027-2003
a. de C.), en los que se inició una rápida decadencia que culminó con la
desaparición del reino. A este hecho contribuyeron el tradicional particularismo
sumerio, la presión en el oeste de los nómadas amoritas y las relaciones con el
Elam.

    Los amoritas, conocidos desde la época de Sharkalishari, penetraron en


Mesopotamia en pequeños grupos hasta finales del siglo XXI a. de C., en que
la presión adoptó la forma de invasión. Azotadas por el hambre y la subida de
los precios, las ciudades comenzaron a independizarse, camino que también
siguió el Elam. Un alto funcionario real, llamado Ishbierra, estableció en Isin un
principado independiente, pero el golpe definitivo llegó del Elam: una
expedición de elamitas, conducida por Kindattu, penetró en Sumer en el 2003
a. de C. y destruyó la ciudad de Ur.

    En la jerarquía de Ur, el poder del rey era ilimitado y su posición suprema
encontró su máxima expresión en su divinización, práctica que inició Shulgi y
que heredaron sus sucesores.

    Debajo del rey se encontraba el sukkalmah, que asumía la dirección de la


cancillería real, para lo que disponía de un elevado número de funcionarios, los
sukkal, que constantemente recorrían el reino. Respecto a la administración
provincial, el gobierno era ejercido por dos funcionarios, el ensi y el shagin, que
se encargaban de las funciones civiles, el primero, y de las militares, el
segundo.

    A la cabeza de la jerarquía social se encontraba la familia real; después, los


grandes dignatarios y los sacerdotes, y debajo, los funcionarios. Existía una
clase media independiente, llamada mashda, cuyos derechos eran inferiores a
los de los ciudadanos acomodados.

    La sociedad de Ur conocía un estadio intermedio entre el hombre libre y el


esclavo, los eren, que pueden definirse como siervos públicos, aunque en
ocasiones eran empleados como soldados. Los esclavos gozaban de
personalidad jurídica: podían poseer bienes, emprender negocios y casarse
con libres. Dentro de la condición esclava, los peor considerados eran los
prisioneros de guerra, los natura, que carecían de estatuto jurídico y realizaban
los trabajos más penosos.

    Los reyes favorecieron la economía eclesiástica con donaciones y favores, lo


que indica el predominio del palacio que, junto al templo, concentraba la mayor
parte de la tierra. La industria textil utilizaba mano de obra servil y femenina,
mientras que los demás artesanos pertenecían a la clase de los eren, que
estaban sometidos a inspecciones regulares.

    El abastecimiento de materias primas provocó un desarrollo del comercio al


amparo del estado, que financiaba las actividades comerciales y entregaba a
los mercaderes (damgar) aquellos productos agropecuarios que servían de
pago a las importaciones.

   

La sociedad sumerio-acadia

   

    El derecho surgió en la civilización sumeria como consecuencia de la


necesidad de regular las complejas relaciones sociales y económicas, no sólo
entre privados, sino también respecto al poder político. Su desarrollo se produjo
durante el renacimiento sumerio, primero con Gudea de Lagash.

    Pero fue Shulgi quien más destacó en este aspecto al promulgar el primer
código de leyes conocido, en el que alude a la ordalía fluvial, la situación
jurídica del esclavo y las compensaciones pecuniarias por lesiones corporales.
Estos datos indican la madurez jurídica alcanzada en esta época, precedente
del gran impulso que tendrá en la primera mitad del segundo milenio.

    Las creencias religiosas de los sumerios son consecuencia de los cambios


producidos en el Neolítico y responden a los conceptos dominantes en
sociedades agrarias y pastoriles. La influencia acadia favoreció la formación de
una religiosidad mixta, pero que al sustentarse sobre bases similares provocó
el surgimiento de sincretismos entre divinidades de uno y otro grupo.

    De ello resulta un panteón sumerio-acadio con numerosas divinidades, de


forma que se hizo necesario algún intento de organización en medios
sacerdotales. Aparecen así las tríadas, en las que la principal era la constituida
por las divinidades sumerias An (dios del cielo), Enlil (viento) y Enki (agua).

    Otra tríada de gran importancia era la formada por Nanna (Luna), protector
de los pastores, Utu (Sol), tutelar de la justicia, e Inanna (planeta Venus), diosa
del amor y de la guerra; esta tríada sumeria se correspondía con una similar
acadia compuesta por Sin, Shamash e Isthar.

Primeras civilizaciones

Oriente Próximo
Civilización de Ebla

    Cuando a comienzos del tercer milenio se inició la edad del Bronce en la


región de Siria y Palestina, no existían condiciones apropiadas para el
desarrollo de un estado universalista, sino que sufrió la influencia de sus
poderosos vecinos: Egipto y Mesopotamia.

    Situada más al sur, Palestina se convirtió en área de influencia egipcia desde


la época predinástica, incrementada a partir de la II dinastía y, sobre todo,
durante el Imperio Antiguo. Por su parte, Siria gravitaba en torno a
Mesopotamia, que utilizaba esta región como corredor hacia los recursos
minerales anatólicos.

    Tan sólo una excepción se puede invocar en este esquema general. Se trata
de Ebla, una ciudad de Siria que durante un corto período del tercer milenio
tuvo una señalada importancia en Oriente Próximo.

    Los archivos demuestran la existencia de un reino en Ebla a mediados del


tercer milenio, sincrónico de la IV dinastía egipcia y del protodinástico sumerio.
Ebla estaba situada en un lugar estratégico para el comercio, pues era paso
obligado en las rutas que unían Egipto y Mesopotamia con el Mediterráneo y
Anatolia, por lo que pretendía constituirse en imperio económico mediante el
control de las materias primas.

    La única guerra mencionada es una campaña contra Mari, ciudad del
Éufrates medio, a la que Ebla aisló diplomáticamente: la victoria fue para esta
última, que sometió Mari a su área de influencia y la obligó a pagar un fuerte
tributo. Entre los tratados reseñados destacan los que firmó con Emar, en el
Éufrates, donde se estableció una colonia eblaíta; con Hamazi, en el Elam, con
finalidades militares, y con Assur, en el Tigris superior, para proteger el
comercio en dirección a Irán.

    La dinastía de Ebla llegó a dominar casi toda Siria y gran parte de la
Mesopotamia central y septentrional, y su área de influencia alcanzaba la
meseta oriental de Anatolia. Ebla aparece mencionada en las expediciones de
Sargón y Naramsin se enorgullecía de haberla conquistado, lo que indica que
seguía teniendo importancia durante el imperio de Akkad.

    Hacia el año 2250 a. de C. se produjo la destrucción de la ciudad y la


implantación de una nueva dinastía, quizá amorita, firmemente instalada a
finales del milenio.

    El rey de Ebla llevaba el título sumerio de en y el semita de malikum y no era


un monarca absoluto, pues compartía la responsabilidad de gobierno con otras
instituciones. La reina participaba en la administración estatal, función que se
enmarca en una concepto propio del área sirio-palestina.

    Existía una masa de funcionarios sometidos a una compleja escala


administrativa a cuyo frente estaba el misita, jefe de la administración situado
por debajo del rey. El reino estaba dividido en catorce distritos, dos urbanos y
doce territoriales, gobernados cada uno de ellos por un lugal. Por debajo de
este gobernador se encontraba el ugula, jefe de la más pequeña unidad
administrativa territorial.

    Había dos categorías sociales de población: los hijos de Ebla y los


extranjeros. Los primeros identifican a los ciudadanos, partícipes de todos los
derechos y privilegios, y personas libres. En cuanto a los extranjeros, se
subdividían en transeúntes y asimilados. Los primeros eran aquellos que se
encontraban temporalmente en la ciudad y gozaban del derecho de
hospitalidad, como comerciantes, escribas y sacerdotes. Los asimilados
estaban integrados en el cuerpo social, pero sin alcanzar el estatuto de
ciudadanos. En situación de clara inferioridad se situaban los prisioneros de
guerra y los esclavos.

    El comercio era la principal fuente de riqueza, dada su estratégica situación,


y la base económica era la agricultura, pues Ebla se encontraba en una zona
muy fértil que permitía una gran variedad de cultivos, aunque predominaba la
tríada mediterránea (cereales, vid y olivo) y algunas plantas industriales, como
el lino. La ganadería estaba muy desarrollada, sobre todo la ovina y la bovina, y
las actividades artesanales ocupaban un lugar de excepción.

    La religión de Ebla indica también la gran variedad de influencias que


convergían en la ciudad. El panteón estaba dominado por Dagan, divinidad
semita que en Ebla tiende hacia el enoteísmo, pero también aparecen dioses
de procedencia moabita, amorrea, cananea, hurrita y sumeria.

Primeras civilizaciones

Oriente Próximo

Egipto: Imperio Antiguo

    El Imperio Antiguo está considerado por numerosos especialistas como los
tiempos dorados de Egipto, cuando de una manera más perfecta se plasmaron
los logros y características de esta civilización.

    La riqueza y monumentalidad del Imperio Antiguo muestran un Egipto


poderoso en todos los órdenes y altamente civilizado, poseedor de una cultura
desarrollada que tiene en el faraón su punto obligado de referencia. Y, sin
embargo, los conocimientos sobre la historia política y social son escasos,
insignificantes frente a lo que continuamente se sabe sobre su arte y
arquitectura.

    Esta fase de la historia de Egipto comprende las dinastías III-VI, seguidas de


una época conocida como «primer período intermedio», con una cronología
que abarca, aproximadamente, entre el 2700 y el 2040 a. de C.

    1) III dinastía (menfita). La historia de la dinastía (aprox. 2700-2600 a. de C.)


está dominada por la figura de Djeser, segundo rey de la misma e hijo de
Khasekhemui. Djeser afianzó en Menfis la capital y mandó construir el complejo
funerario de Saqqara, obra de Imhotep, que muestra la centralización
administrativa que ya poseía Egipto así como la capacidad para movilizar
grandes recursos económicos, claro indicio de que la unificación estaba
plenamente asumida.

    2) IV dinastía (menfita). El primer faraón de esta dinastía (aprox. 2600-2490


a. de C.) fue Snefru, cuyo reinado se caracteriza por una intensa actividad
constructiva, pues terminó la pirámide de Huni y levantó otras dos para sí en
Dashur, la acodada y la roja, esta última la primera pirámide regular. Pero el
monumento más célebre fue la gran pirámide levantada por su sucesor, Keops,
en Gizeh.

    Tras el corto reinado de Didufri, fue entronizado Khaefre (Kefrén), propietario


de la segunda gran pirámide de Gizeh y de la esfinge labrada en una pequeña
colina situada junto a su tumba. Khaefre añadió al protocolo dos nuevos títulos,
neter aa (gran dios) y sa Re (hijo de Re), de manera que el rey aparece como
hijo de Re y, a la vez, Re encarnado.

    Con ello, la teoría divina del poder se extiende a las tareas de gobierno y
todos los poderes emanan de los dioses, que a su vez dependen de Re, que no
es otro que el mismo faraón. La dinastía se cierra con los reinados de
Menkawre (Micerino), constructor de la tercera y más pequeña pirámide de
Gizeh, y de Shepseskaf.

    3) V dinastía (menfita). Según la tradición egipcia, los reyes que iniciaron
esta dinastía (aprox. 2490-2350 a. de C.) nacieron de la unión de Re con la
esposa de un sacerdote de Heliópolis, y por ello estaban predestinados al
trono. Aunque el relato es falso, con él se pretendía demostrar que el cambio
de dinastía fue obra del clero heliopolitano. Userkaf inició la costumbre,
ampliada por sus sucesores, de hacer donaciones de tierras a los dioses,
especialmente a Re, con lo que el patrimonio real se redujo.

    4) VI dinastía (menfita). Con esta dinastía (aprox. 2350-2180 a. de C.) se


aceleró el proceso de descentralización del poder y se inició la feudalización de
los cargos públicos, que adquirieron una posición tan elevada como la del rey.
Durante el largo reinado de Pepi II el proceso de decadencia se aceleró y a su
muerte una crisis dinástica provocó el hundimiento del poder central.

   

Organización del reino

   

    Egipto era un estado centralizado que tenía en el rey la fuente de toda


autoridad que, como continuación de la época tinita, era de origen divino. Por
ello, cuando se introduce una nueva línea dinástica procedente de una rama
secundaria de la dinastía anterior, el nuevo rey justifica su situación casándose
con una hermanastra descendiente de la rama principal.

    El monarca era absoluto y disponía de todos los poderes, pero para hacer
efectiva la administración desarrolló una jerarquía de funcionarios. A la cabeza
de éstos se encontraba el visir (taty), una especie de primer ministro y jefe de la
administración central, que presidía los archivos reales y asumía funciones de
juez supremo, por lo que se titulaba sacerdote de Maat, diosa de la verdad, de
la justicia y del orden universal. El visir ejercía también la dirección del tesoro y
la agricultura.

    El tesoro estaba formado originariamente por la Casa Blanca y la Casa Roja,
pero fue unificado en la Doble Casa Blanca, reminiscencia del predominio del
alto sobre el bajo Egipto. En ella se administraban todos los productos que el
país entregaba a la Gran Casa, es decir, al palacio, que se almacenaban en el
Doble Granero. El negociado de agricultura se dividía en dos servicios, que se
ocupaban de los ganados y de los cultivos. El primero se llamaba per-heri-
udjeb y estaba, a su vez, dividido en dos mitades, al igual que el segundo,
presidido por el jefe de los campos.

    Otros funcionarios de gran importancia eran los «cancilleres del dios», es


decir, del faraón, encargados de las expediciones a las minas y canteras, los
viajes comerciales al extranjero y la dirección de las operaciones militares. Por
debajo había una multitud de funcionarios cuya situación jerárquica se medía
en función de su cargo. El peso de la administración descansaba sobre los
escribas, orgullosos de su saber y de gran prestigio popular.

    El reino estaba dividido en nomos o provincias, a cuyo frente se situaba el


nomarca, cuya función principal era asegurar los cultivos mediante el cuidado
de los canales y procurar el pago de los impuestos reales. El nomarca era
designado por el rey, pero el cargo se convirtió en hereditario y al antiguo título
de adjmer se añadieron los de heqa het (gobernador del castillo) y seshem ta
(conductor del país).

    La autonomía de los nomarcas era consecuencia de las relaciones


paternalistas que el faraón mantenía con los funcionarios. En un principio, el
servicio al rey era una obligación, y a cambio de su trabajo el funcionario
recibía alimento y otros bienes de consumo, pero muy pronto la fidelidad se
manifestó en donaciones funerarias de éste a sus servidores. Los egipcios
tenían unas creencias muy desarrolladas en la vida de ultratumba, y de ahí sus
monumentales manifestaciones en el ámbito funerario.

    Pero, además, era necesario asegurarse el culto funerario, para lo que se


requerían rentas fijas, una parte de las cuales se destinaba al mantenimiento
del culto y otra al de los sacerdotes encargados de cumplirlo. Así se introdujo la
costumbre, por parte del rey, de conceder a sus funcionarios tierras cuyas
rentas se dirigían a este uso, concedidas a perpetuidad y exentas de
impuestos.

    El rey también concedía que el hijo sucediera al padre en el cargo público
que ocupaba, razón por la que el cargo de nomarca fue hereditario a partir de
la VI dinastía. De la unión de estos factores, junto a las concesiones de bienes
a los templos, resulta el desprestigio de la autoridad real y la merma de sus
recursos y, por ello, la decadencia del Imperio Antiguo.

   

Política exterior

   

    Egipto se definía, igual que el reino de Akkad y el de Ur, como un imperio


universal en el que su principal preocupación era el control de las materias
primas. En el sur, remontando el valle del Nilo a partir de la primera catarata, se
encontraba la región de Nubia, donde los egipcios se aprovisionaban de oro,
piedras para la construcción y estatuaria (diorita y granito) y productos
suntuarios.

    La primera presencia firme en Nubia data de Djeser, que conquistó y


anexionó al reino el sector septentrional, llamado por los griegos
Dodescaqueno, que sirvió de base para posteriores expediciones intensificadas
durante la VI dinastía.

    Otra importante línea en la política exterior egipcia está representada por la


dirección oriental, con tres modalidades de intervención: el comercio regular, la
expedición comercial y la expedición militar. La primera es continuación de la
que ya existía en época tinita y se dirige a las costas de Fenicia y Siria en
busca de madera para la construcción (cedro y coníferas) y metales que venían
de Anatolia.

    Las expediciones comerciales estaban dirigidas al Sinaí, rico en turquesas y


cobre. La región de Palestina era un corredor transitado por grupos nómadas
que veían Egipto como la región más idónea para asentarse, razón por la que
se mencionan expediciones dirigidas contra estos nómadas. Este mismo
sentido tienen las acciones en la frontera occidental, donde los nómadas libios
presionaban para establecerse en el delta.

   

Sociedad

   

    Se pueden considerar dos aspectos fundamentales en la vida religiosa


egipcia: el culto a los dioses y las creencias funerarias. Los grandes santuarios
tuvieron una actividad importante durante el Imperio Antiguo, pues su acción no
se limitaba al ámbito religioso, sino que influía en la actividad política del
estado.

    Había tantos santuarios como ciudades importantes, pero destacan


especialmente los de Hermópolis, Heliópolis y Menfis. La teología de
Hermópolis tenía como centro a Thot, divinidad autoengendrada,
personificación de la inteligencia, omnisciencia y omnipotencia divinas, que
mediante su propia palabra había dado vida a una ogdóada (conjunto de ocho
dioses). El clero de Heliópolis creó su propio sistema en fecha muy antigua,
pero fue con la V dinastía cuando alcanzó su momento culminante.

    El templo de Atum-Re se alzaba sobre una colina primordial, de donde


surgió el dios, y era considerado centro de las fuerzas de Atum, creador que se
creaba a sí mismo, padre de los dioses y personificación del Sol. La teología de
Menfis surgió para consolidar esta ciudad como centro del estado teocrático y
reafirmar la unificación de Egipto como una dualidad única.

    Todo partía de Ptah, dios creador que concibe todas las cosas en su mente y
las crea con su palabra. Todos los dioses fueron creados por Ptah, que sigue
permaneciendo en ellos; es el pensamiento (Atum), el corazón (Horus), la
lengua (Thot) y los dientes y labios (Ennéada), mediante los cuales confiere su
fuerza a todos los dioses.

    Junto a esta religión erudita, creada en ambientes sacerdotales, existía una


religiosidad popular que dirigía su devoción hacia divinidades locales, más
vinculadas a los ciclos de la naturaleza: Apis, representado por un buey, fue
uno de los más populares. También hay que mencionar a los grandes dioses
del panteón egipcio, entre los que se encuentran, además de los citados, Min,
en Coptos; Anubis, en Asyut; Hathor, en Denderah; Neith, en Sais, y Nekhbet,
en Hieracómpolis, más otros que tenían un culto más extendido, como Horus,
vinculado a la institución real, y Osiris e Isis, relacionados con el culto funerario.

    La religión funeraria tenía una importancia fundamental en la vida de los


egipcios, para quienes la vida terrena era de paso hacia el más allá, donde
existía una auténtica vida marcada por la eternidad. Después de la muerte, el
alma, que es eterna, necesita un soporte, y nada mejor que el propio cuerpo.
Ésta es la razón del desarrollo de las técnicas de embalsamamiento y
momificación, destinadas a conseguir que el cuerpo se mantuviese incorrupto.
Pero como podía ocurrir que, con el paso del tiempo, el cuerpo desapareciese,
las tumbas estaban repletas de estatuas que servían como sustituto de aquél.

    En cuanto al arte, representa el punto culminante de la creación artística


egipcia. Ya con la III dinastía la arquitectura dio el paso decisivo al abandonar
el adobe por la piedra, con la suficiente capacidad técnica para levantar
complejos monumentales como el de Djeser, en Saqqara.

    Fue en la construcción de las pirámides donde los progresos de la


arquitectura se manifestaron más claramente. No se trata sólo de
monumentalidad, sino de la integración del edificio con el paisaje, el concepto
del monumento como un todo orgánico, la solución a los problemas derivados
del peso mediante distribución de fuerzas con las bóvedas de descarga y otras
técnicas o el perfeccionamiento geométrico.

   

El primer período intermedio

   

    Con este nombre se conoce el período comprendido entre los imperios


Antiguo y Medio (aprox. 2180-2040 a. de C.). Es una fase de decadencia y de
anarquía en la que el poder real se encuentra desprestigiado y en la que llegan
a reinar dos dinastías simultáneamente, ambas con pretensiones
universalistas.

    La muerte de Pepi II trajo consigo una crisis dinástica que arrastró a la
administración centralizada de Menfis, en abierta decadencia desde comienzos
de la VI dinastía. A continuación reinó la VII dinastía, que algunos especialistas
consideran inexistente, y poco después la VIII, ambas con capital en Menfis, es
decir, menfitas.
    La situación fue momentáneamente superada por la rebelión del nomarca de
Heracleópolis, Kheti I, que en 2160 a. de C. inauguró la IX dinastía. La nueva
autoridad no fue totalmente reconocida y su dinastía terminó treinta años
después. A partir de entonces coexistieron la X dinastía heracleopolitana en el
norte, heredera de la IX, y la XI dinastía en el sur, fundada por los príncipes de
Tebas.

    Los reyes de Tebas impusieron su dominio tras vencer a una coalición de


nomos encabezada por Hieracómpolis, mientras que Kheti III restableció el
orden en el delta y expulsó a los nómadas asiáticos. En 2040 a. de C.
Mentuhotep I de Tebas venció al último faraón de Heracleópolis y unificó el
país con la nueva capital en Tebas.

Primeras civilizaciones

Oriente Próximo

Época paleobabilónica

    Este término designa el período comprendido entre la caída de la III dinastía


de Ur y el final de la I dinastía de Babilonia (2003-1595 a. de C.).
Históricamente se caracteriza por una nueva disgregación política, a la que
sigue la formación de otro imperio universalista representado por Babilonia.

    A partir de entonces el concepto de Sumer y Akkad es sustituido por el de


Babilonia, término que no solamente se refiere a la ciudad, sino también a la
región. Babilonia se convierte así en la protagonista de la historia de
Mesopotamia.

    Como ya se ha explicado, antes de que se produjese el destronamiento del


último representante de la III dinastía de Ur algunas ciudades y provincias se
habían independizado del poder central. De ellas, la principal era la ciudad de
Isin, que intentó monopolizar la herencia imperial, aunque los reyes de
Esnunna, Der y Larsa le disputaron este honor.

    Durante una primera fase la dinastía reinante en Isin, fundada por Ishbierra,
gozó de cierta hegemonía tras apoderarse de Uruk, Nippur, Eridu y Ur. Sus
sucesores consolidaron su poder, aunque la independencia de Larsa
amenazaba el comercio a través del golfo Pérsico. La decadencia de Isin es
simultánea al incremento de las ambiciones de Larsa, regida por Gungunum
(1932-1906 a. de C.), quien se tituló rey de Sumer y Akkad.

    Durante el siglo XIX a. de C. continuó el proceso de atomización política en


Mesopotamia, en donde nuevas dinastías reinaron en Tuttul y Uruk. A finales
de la centuria Larsa vence a Isin y Uruk, pero no a Babilonia, de manera que el
nuevo señor de Mesopotamia tendría que pertenecer a una de estas dos
ciudades: Larsa o Babilonia.

   

Las áreas periféricas

   

    1) Asiria. La cuenca septentrional del Tigris estaba ocupada por Asiria,
incluida en el imperio de Ur, que a su caída se desligó de Isin y se configuró
como estado independiente bajo el gobierno de una dinastía creada por
Puzurassur.

    El interés de los asirios estaba en el control de las materias primas y de las
rutas comerciales de Anatolia y norte de Irán, y tenían centralizado su comercio
de telas y estaño con Anatolia en la ciudad de Kanish, sede de la institución
encargada de regular el mercado asirio.

    La figura dominante en Asiria durante esta época fue Samshiadad (1814-
1782 a. de C.), de origen amorita, que venció al último representante de la
dinastía de Puzurassur y ocupó el trono de Assur. El nuevo rey extendió sus
dominios sobre el alto Khabur y conquistó Mari, con lo que el Éufrates medio
cayó en sus manos; sin embargo, su expansión se vio detenida en el oeste por
el reino de Aleppo y, en el sureste, por el de Esnunna.

    Asiria se «babilonizó» y Samshiadad adoptó tradiciones del sur: junto al título


de «vicario de Assur», tradicional de los reyes de Asiria, Samshiadad adoptó el
de «rey de la totalidad» y «prefecto de Enlil», en su pretensión de manifestarse
como sucesor legítimo de Akkad. El reino fue dividido en provincias, a cuyo
frente situó un gobernador, y la administración quedó reservada al propio rey.
Sin embargo, cuando Samshiadad murió el reino se disgregó. Su sucesor,
Ishmedagan, no pudo impedir que Ibalpiel II de Esnunna se apoderase de
Rapiqum, mientras que Zimrilim recuperaba el trono de Mari y la región del alto
Khabur. Ishmedagan se mantuvo en el trono de Asiria, pero redujo el reino a
sus dimensiones primitivas y después se declaró vasallo de Hammurabi de
Babilonia.

    2) Mari. Esta región del Éufrates medio era el vínculo entre Mesopotamia y el
Mediterráneo y casi todo el comercio entre estos dos puntos, más el que
procedía de Irán, confluía en ella. El territorio dominado por Mari no era muy
extenso, pero la preocupación de sus reyes por construir una adecuada
infraestructura hidráulica condujo al desarrollo de una próspera agricultura,
aunque fue el comercio la principal fuente de ingresos del estado.
    Por su misma situación geográfica, Mari estaba en el centro de todos los
conflictos políticos, pues a la ambición que sobre ella manifestaban todas las
potencias orientales se unía la continua amenaza de las tribus nómadas.

    3) Siria. Durante esta época, Siria aparece dividida en un gran número de
pequeños estados, dominados casi todos por dinastías amoritas, aunque
también hay que señalar la fuerte presencia de los hurritas. El más poderoso
de todos era el de Aleppo, que incluía en su esfera de influencia a reinos como
Alalakh y Ebla.

    Aleppo se había opuesto a las pretensiones de expansión de Samshiadad,


por lo que tras la desaparición del poder asirio adquirió mayor predominio. Su
principal rival era Qatna, en la llanura del Orontes, que fue utilizada por Asiria
como contrapeso al poder de Aleppo. Otras ciudades importantes de la región
eran Ugarit y Biblos, situadas a orillas del Mediterráneo, y Karkemis, en el
norte, con importantes ramificaciones comerciales hacia Anatolia.

   

El imperio de Hammurabi

   

    La situación de fragmentación política que atravesó Mesopotamia tras el


hundimiento de la III dinastía de Ur fue superada por Babilonia, que impuso su
dominio en los imperios orientales. Babilonia había sido un centro de
importancia secundaria en el tercer milenio, pero con el establecimiento de una
dinastía amorita en 1894 a. de C. luchó por alcanzar la hegemonía.

    En 1792 Hammurabi llegó al trono de Babilonia y con él los acontecimientos


cambiaron de signo. Los primeros años los dedicó a consolidar la situación de
su estado, tanto hacia el interior como hacia el exterior. Una vez reorganizadas
sus fuerzas y desaparecido uno de sus más significativos rivales, Samshiadad
de Asiria, inició una serie de campañas que le condujeron al dominio de
Mesopotamia.

    Primero venció a Elam, después conquistó Larsa, a continuación se deshizo


de Esnunna y Asiria y, finalmente, conquistó Mari (1759 a. de C.). Hammurabi
se tituló no sólo rey de Sumer y Akkad, sino también rey de las cuatro regiones,
en un manifiesto propósito de aspirar al imperio universal. Estableció una
burocracia y un ejército organizados, introdujo el acadio como lengua oficial y
una religión común a todos presidida por Marduk, el gran dios babilonio.

    A Hammurabi le sucedió su hijo, Samsuiluna (1749-1712 a. de C.), que tuvo


que hacer frente a graves amenazas en el interior y en el exterior de su
imperio. En el noveno año de su reinado se produjo una primera incursión de
los cassitas, que desde los montes Zagros presionaban sobre Babilonia. Hacia
1735 a. de C. el País del Mar, situado al borde del golfo Pérsico, se
independizó y obligó a Samsuiluna a levantar una línea de fortificación; lo
mismo ocurrió en Asiria, separada del control administrativo de Babilonia. El
reino había quedado ya reducido a sus fronteras primitivas.

    La mala situación económica y social y la amenaza de los cassitas


acrecentaron el declive del imperio de Hammurabi, que llegó a su fin en 1595 a.
de C., cuando una expedición conducida por Murshilis I, rey de los hititas, en
coalición con los cassitas, conquistó Babilonia.

    El vacío de poder creado en Babilonia fue ocupado por la dinastía del País
del Mar, cuyos reyes se consideraban herederos de la tradición imperial
mesopotámica. Esta dinastía se mantuvo en el poder durante veinticinco años,
hasta que los cassitas instauraron una nueva dinastía.

    Al frente del estado de Babilonia se encontraba el rey, respetuoso y


temeroso de los dioses, pero que mantiene el concepto del origen divino del
poder. Era la cúspide de una compleja jerarquía administrativa, caracterizada
por su rigidez y por el gobierno del isaku.

    El código de Hammurabi sanciona la secularización del poder político, de


forma que el templo no es más que una institución de la ciudad y del estado y
situada bajo el control real.

    Las leyes garantizaban la libre actividad del ciudadano y le concedían


derechos inherentes a su situación, lo que demuestra el nuevo concepto de la
justicia, que es entregada a tribunales civiles. El código introduce un sistema
procesal más desarrollado y asegura la equidad de los jueces.

    En la sociedad babilónica se garantizaban los derechos de cada categoría:


awilum, muskenum y wardum. Los primeros eran los ciudadanos libres, que
gozaban de la plenitud de los derechos; proporcionaban la base para el
reclutamiento de los funcionarios y de los cuadros superiores del ejército. Los
segundos estaban en situación intermedia entre el hombre libre y el esclavo;
eran sujetos de derecho, pero su inferioridad era patente en materia penal y
salarial. En el último escalón estaban los wardum, los esclavos, que tenían
reconocidos ciertos derechos.

    En esta época se asiste a un tránsito desde una economía centralizada


hacia un sistema más flexible, en el que la iniciativa privada adquiere mayor
peso impulsada por el desarrollo de los derechos individuales. El palacio y el
templo tienen sus propios circuitos económicos, más poderosos que los
privados, y el estado asume una función reguladora. Todavía no existe una
economía de mercado, sino que toda la actividad emana en última instancia del
poder público.

Primeras civilizaciones

Oriente Próximo

Egipto: Imperio Medio

    Tradicionalmente se considera que el Imperio Medio cubre el reinado de dos


dinastías, la XI y la XII, seguida esta última de una nueva época oscura y
anárquica que recibe el nombre de «segundo período intermedio».

    1) XI dinastía (tebana). Esta dinastía (2040-1991 a. de C.) se fundó durante


el primer período intermedio en el sur, a la vez que en el norte lo hacía la X
dinastía. Del enfrentamiento entre ellas, y con el triunfo del sur sobre el norte,
reaparece el Egipto unificado. Los faraones de esta dinastía tienen todos el
nombre de Mentuhotep, lo que ha suscitado discusiones a propósito de su
número (tres o cinco).

    La obra de la XI dinastía se centró en la reconstrucción política del país, en


el desarrollo económico y la apertura al exterior. Las bases económicas ya
habían sido puestas en el período anterior, por lo que los Mentuhotep iniciaron
las expediciones comerciales al Sinaí y el norte de Nubia regresó a la esfera de
influencia egipcia.

    2) XII dinastía (tebana). El primer faraón de la XII dinastía (1991-1786 a. de


C.) fue Amenemat I, que justificó su ascenso al trono en La profecía de Neferty,
obra en la que se predecían las desgracias que iban a abatirse sobre Egipto y
cómo Ameny, diminutivo familiar de Amenemat, restablecería el orden y la
prosperidad.

    El faraón trasladó la capital de Tebas a Menfis, pues se hacía necesario


crear un nuevo aparato de gobierno y resucitar la figura del escriba, de lo que
dejó constancia en la Sátira de los oficios. Su situación política no era firme, por
lo que asoció al trono a su hijo, Sesostris. Cuando el rey murió víctima de una
conspiración palaciega, la entronización del nuevo monarca se produjo sin
dificultad.

    Los inmediatos sucesores de Amenemat continuaron la misma línea política


y alcanzaron notables frutos en el terreno económico, como la revalorización
agraria de El Fayum. La situación cambió con Sesostris III (1878-1843 a. de
C.), bajo cuyo reinado el Imperio Medio alcanzó su apogeo. Instauró una
administración centralizada con la supresión del nomarca, logró una nueva
etapa de estabilidad social y realizó una intensa política exterior que extendió el
poder de Egipto a amplias zonas de Nubia y Asia.

   

Organización del reino

   

    Durante el Imperio Medio se siguieron las pautas marcadas por los reyes del
Imperio Antiguo, de forma que no se observan muchas diferencias en cuanto a
la organización política, social y económica.

    La figura del rey se había desprestigiado durante el primer período


intermedio, por lo que era necesario un esfuerzo de rehabilitación de la
institución real, que ya no podía asumir las características del Imperio Antiguo.
Probablemente, por influencia de la religión de Osiris, la figura del rey se
humaniza y las virtudes del rey son cualidades humanas, en contraste con la
autoridad de los faraones de la IV dinastía.

    Una peculiaridad de la XII dinastía fue la costumbre de asociar al trono al


heredero, que actuaba como corregente durante los últimos años de su
antecesor. Este sistema fue introducido por Amenemat I y fue utilizado por los
restantes reyes de la dinastía, síntoma de que la institución real había perdido
parte de su antigua esencia.

    Los nomos se administraban desde el palacio a través de tres


departamentos, el Uaret del Norte (bajo Egipto), el Uaret del Sur (Egipto medio)
y el Uaret de la Cabeza del Sur (alto Egipto), a cuyo frente estaba un alto
funcionario ayudado por un consejo.

   

Política exterior

   

    Las directrices de actuación exterior durante el Imperio Medio siguen las


líneas marcadas en el tercer milenio: contención de las tribus nómadas en el
oeste, expediciones a los desiertos orientales, extensión del dominio en Nubia
y relaciones comerciales con Asia.

    Nada más producirse la reunificación de Egipto, comenzaron las


expediciones hacia el Sinaí, con la reapertura de las minas de turquesas, y
hacia el mar Rojo, donde se fundó el puerto de Sau. En el desierto occidental
se incrementó la actividad destinada a controlar los movimientos de las tribus
nómadas de los libios y otros pueblos y a evitar que accediesen al valle del
Nilo.

    En Nubia se había establecido un reino independiente que dificultaba el


tráfico comercial hacia el sur, por lo que Mentuhotep I intentó restablecer el
dominio de Egipto en la región. Las expediciones no consiguieron la ocupación
del país, pero sí su sumisión formal y el libre tránsito.

    Pero como la posesión de Nubia era fundamental para Egipto, pues se


aprovisionaba allí de oro y otros productos necesarios para su economía, los
faraones de la XII dinastía llevaron a cabo una política más agresiva.
Amenemat I conquistó el Dodescaqueno, hasta la segunda catarata, y
Sesostris III dirigió cuatro expediciones hasta la tercera catarata con el objetivo
de destruir toda oposición.

    La actitud egipcia frente a Asia experimentó cambios a lo largo de la


dinastía. Amenemat construyó los «muros del príncipe», sistema de fortalezas
para evitar la invasión de tribus asiáticas, pero al mismo tiempo los faraones
procuraron intensificar las relaciones comerciales con los puertos de Fenicia y
Siria, sobre todo Biblos y Ugarit.

    La región de Palestina estaba dominada por pequeños príncipes que


mantenían estrechas relaciones con Egipto. Sesostris I inauguró la «política de
regalos» a cambio de la alianza de estos príncipes, pero la situación cambió
con las incursiones militares de Sesostris III. Este hecho demuestra las
pretensiones egipcias en Asia y la presión de las poblaciones asiáticas sobre el
país del Nilo, preámbulo de su presencia durante el segundo período
intermedio.   

Sociedad

    De la arquitectura de esta época queda el templo funerario de Mentuhotep I


en Deir el-Bahari, donde se combinan armónicamente construcción y
naturaleza. De la XII dinastía datan los comienzos monumentales del santuario
de Karnak, en Tebas, uno de los complejos más representativos de la
arquitectura egipcia.

    La literatura conoció entonces su edad de oro. Amenemat I propició la


composición de obras que servían a sus intereses, lo que favoreció
directamente el desarrollo de este arte, que creó entonces las obras
consideradas clásicas, como Cuento del náufrago o Diálogo de un hombre con
su alma. También se produjeron obras de carácter científico, reflejado en
numerosos papiros de temas médicos y matemáticos.
   

El segundo período intermedio

   

    No existe en toda la historia del antiguo Egipto una época más oscura que el
segundo período intermedio, comprendido entre el final de la XII dinastía (1786
a. de C.) y el advenimiento de la XVIII (1552 a. de C.). En poco más de 225
años se sucedieron cinco dinastías que en algún momento llegaron a reinar al
mismo tiempo.

    La XIII dinastía (1786-1633 a. de C.) sucedió sin dificultad a la XII, pero el
elevado número de reyes que se suceden en el trono indica el desprestigio de
la autoridad real. A partir del 1730 a. de C. el poder de la XIII dinastía se
desmoronó y los asiáticos, llamados hicsos por los egipcios, invadieron el delta
del Nilo y ocuparon Avaris.

    La autoridad de los faraones se redujo y los hicsos culminaron su conquista


con la ocupación de Menfis (1675 a. de C.) y la instauración de su propia
dinastía, la XV, con capital en Menfis. Sin embargo, los príncipes de Tebas
crearon en el 1650 a. de C. una nueva dinastía, la XVII, que coexistió con la
XIV, de origen incierto y capital en Xois, en el delta occidental.

    La presencia de los hicsos en el valle del Nilo fue el resultado de la presión
que los nómadas ejercían sobre los pueblos sedentarios. No pertenecían a una
única etnia, sino que formaban un conglomerado de pueblos, en su mayor
parte de origen semita, que se vieron empujados por la presión de otros
pueblos desde el alto Éufrates.

    Estos pueblos se infiltraron en pequeños grupos, pero su número aumentó al


tiempo que el poder egipcio se veía impotente para detener el proceso y
llegaron a expulsar de las ciudades a la dinastía reinante. A partir de entonces,
los hicsos se consideraron legítimos soberanos de Egipto y su poder fue
reconocido, al menos formalmente, por los príncipes de Tebas.

    El proceso de reunificación comenzó, como había sucedido en la formación


del Imperio Medio, a partir de los reyes de Tebas y la creación de la XVII
dinastía. El territorio controlado por los tebanos abarcaba desde Elefantina
hasta Abydos, pero su poder distaba mucho de ser absoluto. Por otra parte, en
Nubia se había constituido el reino independiente de Kus, que ocupaba el
espacio entre las dos primeras cataratas con capital en Buhen, la fortaleza
creada por la XII dinastía.
    Con la llegada de Kamose al trono de Tebas se inició la guerra que condujo
a la unificación. Kamose realizó una serie de campañas contra el norte que
llegaron hasta Avaris, pero no pudo cumplir su propósito de expulsar a los
asiáticos, aunque sí situó el límite más al norte, en la entrada de El Fayum. En
1552 a. de C. murió Kamose y le sucedió Amosis, quien tras varios años de
lucha conseguirá reunificar el país.

Primeras civilizaciones

Oriente Próximo

Época mesobabilónica

    Este período comprende la segunda mitad del segundo milenio, durante el


cual reinaron en Babilonia dos dinastías sucesivas, la de los cassitas, heredera
del imperio de Hammurabi tras el interregno del País del Mar, y la segunda
dinastía de Isin.

    Un elemento que hay que tener en cuenta es la amplitud del horizonte
histórico-geográfico de Mesopotamia. Aunque el centro pueda situarse en
Babilonia, heredera de toda la tradición sumerio-acadia, el período está
protagonizado también por pueblos como los asirios y los hurritas, que
disputarán un lugar destacado en el nuevo mapa político de Oriente Próximo,
donde también se encuentran otras fuerzas no mesopotámicas, como los
egipcios y los hititas, pueblo de Anatolia que irrumpió con fuerza en este
milenio.

   

Babilonia

   

    La dinastía de los cassitas (1570-1157 a. de C.), tras haber sido rechazados
por los babilonios y fundar un reino en la región del río Khabur, se instaló en
Babilonia bajo el reinado de Agum II, quien legitimó su entronización a través
de los dioses babilonios Marduk y Zarpanitu. En su titulatura se refleja la
extensión que abarcaba el reino, es decir, Babilonia y las regiones orientales,
hacia los Zagros; sin embargo, el sur era independiente. La unidad se logrará a
comienzos del siglo XV a. de C., cuando el rey Ulamburiash conquiste el País
del Mar.

    Más preocupados por la reorganización del reino y la fijación de sus


fronteras, los reyes cassitas se mantuvieron al margen de la actividad de las
grandes potencias, que entonces dirigían sus objetivos hacia el dominio de
Siria. La situación cambió cuando Karaindas intensificó las relaciones con
Egipto y su faraón, Tutmosis III.

    Babilonia, llamada entonces Kardunias, adquiere rango de gran potencia con


Kurigalzu I, quien quiso vincularse con el imperio de Akkad, construyó una
nueva capital en Dur Kurigalzu y utilizó el determinativo «divino», que añadió a
su nombre. Todo ello indica las pretensiones universalistas de la dinastía
cassita y de Kurigalzu, cuya política exterior estuvo basada en los contactos
con el Egipto de Amenofis III.

    Los sucesores de Kurigalzu extendieron las buenas relaciones a Asiria, que


con el reinado de Assuruballit se había liberado de la tutela extranjera. Sin
embargo, los cassitas, que temían la influencia asiria en Babilonia, asesinaron
al sucesor de Assuruballit, suceso que supuso el inicio del declive cassita.

    El creciente poderío asirio fue la causa principal de esta decadencia, que
obligó a Babilonia a buscar el apoyo del reino hitita. Además, Kurigalzu II no
había logrado completar la sumisión del Elam, cuyos ataques se intensificaron
a mediados del siglo XIII a. de C.

    El rey asirio Tukultininurta I ocupó Babilonia en 1235 a. de C. y sumió al


reino en un estado de debilidad. Amenazados por asirios y elamitas, los
cassitas fueron derrotados por estos últimos en 1157 a. de C.

    A pesar de su victoria, Babilonia no aceptó el dominio del Elam y se


formaron núcleos de resistencia como el de Isin, que se declaró heredera de la
tradición babilónica. La dinastía de Isin (1156-1027 a. de C.) expulsó a los
elamitas y alcanzó su cumbre durante el reinado de Nabucodonosor I (1124-
1103 a. de C.), quien extendió el reino a costa de Asiria y conquistó el Elam.

    Sin embargo, a comienzos del siglo XI a. de C. comenzó una rápida


decadencia a la que contribuyeron la nueva expansión asiria con Tiglatpileser I
y la presión de los nómadas arameos. Las campañas del rey asirio debilitaron
Babilonia y destruyeron los logros de los primeros monarcas de la dinastía de
Isin, lo que coincidió con el progresivo avance de los arameos. Un jefe arameo,
Adadaplaidina, se erigió en rey de Babilonia en 1068 a. de C.

    Por otra parte, al instaurarse como nuevos señores de Mesopotamia, los


cassitas se babilonizaron y adoptaron las estructuras existentes, aunque
introdujeron elementos desconocidos en la tradición babilónica que eran
propios de su historia. En el vértice de todo el sistema aparece el rey, que
adopta la titulatura tradicional de Babilonia y organiza una administración
centralizada.
    La preocupación del rey era asegurar la producción agraria y organizar el
comercio para el abastecimiento de las materias primas. Toda la administración
estaba enfocada al logro de estos objetivos, estructurada en un esquema
piramidal con una rama central y otra provincial.

    El reino estaba organizado en provincias, a cuyo frente estaba el gobernador


o shaknu, responsable ante el rey del establecimiento de la ley y el orden, de la
percepción de los tributos y el control de las obras públicas, funciones que a un
nivel inferior correspondían también al khazannu o jefe de una pequeña
comunidad.

    La presencia estatal domina la vida económica y planifica la estructura


social. La economía estaba dirigida desde el palacio, que englobaba en un
estrecho círculo toda la producción y distribuía posteriormente los productos
manufacturados. El rey era el mayor propietario de tierras, seguido por los
templos, que ampliaban sus propiedades con concesiones reales.

    La propiedad privada de la tierra se mantiene en los territorios próximos a las


ciudades, continuación del espíritu individualista de la legislación de
Hammurabi. Sin embargo, en aquellos lugares donde se establecieron las
tribus cassitas se instauró un sistema de propiedad comunal.

    Al frente de la estructura social se encontraba una aristocracia de origen


cassita, que formaba los cuadros dirigentes de la administración y del ejército.
Son las llamadas «gentes del carro», que reciben este nombre porque forman
la elite del ejército y combaten sobre el carro de guerra.

    La masa de la población es el pueblo bajo, los muskhenu, sometidos a


impuestos y a prestaciones personales de diversa naturaleza. En esta visión de
la sociedad no hay que olvidar a la burguesía urbana, escasa pero de gran
influencia.

   

Los hurritas y Mitanni

   

    Los hurritas eran un pueblo que habitaba en la alta Mesopotamia, aunque


muy pronto se extendieron hacia otras regiones. Los primeros estados hurritas
aparecen en el curso superior del río Khabur tras el hundimiento del imperio de
Akkad, en forma de pequeños principados. Esta misma situación se encuentra
después en Anatolia y en algunas ciudades de Siria.
    En el siglo XVI a. de C. se produjo una nueva aportación hurrita, mezclada
con elementos indoeuropeos, que se impuso a la anterior asentada en la alta
Mesopotamia y unifica el conjunto con la constitución del reino de Mitanni.

    Hacia el 1500 a. de C. Mitanni era ya una de las potencias dominantes en


Oriente Próximo. Probablemente el protagonista de esta elevación fue
Saushsatar, quien aprovechó la decadencia del reino hitita y se apoderó de
Asiria. Con capital en Wassuganni, el reino de Saushsatar comprendía un
extenso territorio que iba desde Nuzi, en el valle del río Zab, afluente de Tigris,
hasta la costa mediterránea y el valle del Orontes, en Siria.

    La única potencia que podía inquietar a Mitanni era Egipto, que desde los
primeros faraones de la XVIII dinastía mantenía ambiciones sobre Asia, que se
tornaron en imperialistas con la llegada al trono de Tutmosis III. Este faraón
llevó a cabo campañas en Siria, donde se enfrentó a los mitannios, aunque no
pudo expulsarlos. Hacia 1440 a. de C. se llegó a un equilibrio egipcio-mitannio
en Siria que se mantuvo durante ochenta años.

    A la muerte de Shuttarna II se produjo en Mitanni una crisis dinástica que


condujo a la entronización de Tushratta, hecho que coincidió con el
renacimiento hitita, conducido por Shuppiluliuma, y con un fuerte impulso
independentista asirio. La conjunción de estos factores, unida a la crisis interna
y a un cierto alejamiento de Egipto, supuso un proceso de decadencia que
terminó con Mitanni.

    Los hititas afirmaron su dominio en Siria en detrimento de los mitannios,


cuya capital será saqueada por una expedición conducida por Shuppiluliuma,
quien pretendía crear en Mitanni un estado-tapón que le protegiese del
creciente poderío de Asiria, totalmente independizada tras la muerte de
Tushratta. Sin embargo, Mitanni se plegó ante los asirios Assuruballit y
Adadnirari y, hacia el 1270 a. de C., se integró en el imperio de Salmanasar.

   

Asiria

   

    La historia de Asiria hasta mediados del siglo XIV a. de C. se caracteriza por
la inestabilidad política y, en el exterior, por la dependencia hacia Babilonia y
por el sometimiento a Mitanni.

    La situación cambió con la llegada al trono de Assuruballit (1365-1330 a. de


C.), que transformó Asiria en potencia internacional: se desprendió del dominio
mitannio, intervino en Babilonia y entabló relaciones con Egipto.
    La expansión tuvo lugar con Adadnirari I, Salmanasar I y Tukultininurta I, que
consolidaron el dominio asirio en amplias zonas del norte de Mesopotamia
(Mitanni y Urartu), en los Zagros y en Babilonia, conquistas que permitieron a
Tukultininurta titularse rey de las cuatro regiones y retomar así el antiguo
concepto imperial de Akkad.

    A la muerte de Tukultininurta (1208 a. de C.) Asiria entró en una fase de


depresión. Los nómadas arameos invadieron la alta Mesopotamia, mientras
que la recuperada Babilonia intervenía en los asuntos internos de Asiria y
ejercía sobre ella una especie de protectorado. A finales del siglo XII a. de C. el
reino asirio vivió una nueva fase de expansión bajo el mandato del rey
Tiglatpileser I (1117-1077 a. de C.), que extendió sus dominios hacia el norte y
por el Éufrates y Siria hasta alcanzar el Mediterráneo, donde exigió tributo a las
ciudades fenicias.

    El carácter más señalado de este período asirio es su definición como


estado militar que le aseguraba la estabilidad interna. La guerra se transformó
en un concepto religioso: el dios Assur asumió un carácter guerrero, con
pretensiones de dominio universal, de forma que el dios, el país y la capital,
todos ellos denominados con el mismo término, Assur, constituyen una entidad.

    La organización administrativa no era muy diferente de la babilónica. El rey


concentraba en sus manos todo el poder, aunque delegaba parte de su
autoridad en los gobernadores provinciales. Sus títulos reflejan la propia
tradición asiria, dominada por la figura del dios Assur, y la influencia de la
tradición imperial mesopotámica.

    La estructura social tampoco era muy diferente de la que existía en la


Babilonia de Hammurabi o en la de los cassitas. Por debajo de las clases
privilegiadas estaban los hupshu, equivalentes a los mushkenu de Babilonia,
que eran pequeños campesinos y artesanos.

    La economía era esencialmente agraria y el comercio estaba en un plano


secundario, pues las materias primas se conseguían mediante la guerra, el
saqueo y los tributos impuestos a los vencidos. Los dominios imperiales
dependían de los palacios provinciales, que no eran sólo centros
administrativos, sino también grandes empresas de explotación agraria
servidas por una abundante mano de obra servil. Las tierras privadas tenían
dimensiones menores, aunque se observa un proceso de concentración de la
propiedad en manos de las grandes familias a costa de los pequeños
propietarios.

    También existían tierras que eran concedidas por el rey a particulares según
el sistema ilku, es decir, que estaban vinculadas a una función civil o militar. Si
el beneficiario no cumplía con sus obligaciones, el rey podía retirarle la
concesión; pero, por el contrario, el titular de una concesión podía vender sus
derechos, siempre bajo el control estatal, que exigía que el servicio vinculado a
la tierra fuese asegurado.

Primeras civilizaciones

Oriente Próximo

Los hititas

La península de Anatolia aparecía como zona marginal, rica en metales y


pretendida por las sucesivas potencias mesopotámicas, que la incluían dentro
de su red comercial. En la segunda mitad del segundo milenio esta región entró
con fuerza en el panorama histórico al adquirir un rango de protagonismo en
competencia con los restantes reinos orientales. Los autores de esta
transformación fueron los hititas, pueblo de origen indoeuropeo que creó un
potente estado en Anatolia.

    Los indoeuropeos hicieron su aparición en Anatolia a finales del tercer


milenio y comienzos del siguiente y se impusieron allí donde se establecieron,
como muestra la progresiva extensión de las lenguas indoeuropeas y la
desaparición de las indígenas. Tres fueron los principales pueblos
indoeuropeos que se establecieron en Anatolia: los hititas, que ocuparon el
codo del río Halys; los palaítas, que se asentaron al noroeste del mismo río, y
los luvitas, establecidos en el suroeste de la península.

    Los textos más antiguos que hablan de la situación en Anatolia son las
tablillas encontradas en Kanish, que hacen referencia a la parte central y
occidental de la península, donde existía gran variedad étnica (hurritas, nesitas
e hititas). El panorama político recuerda al de Sumer presargónido por la
existencia de pequeños estados en constante conflicto entre sí. Cuando un
principado era vencido por otro, aquél mantenía su organización interna y
reconocía cierto vasallaje.

    A finales del siglo XIX a. de C. este equilibrio se deshizo por las ambiciones
de un principado dispuesto a la formación de un estado centralizado. Anitta, rey
de Kushara, ciudad hitita, conquistó Nesa, Zalpuwa, Purushkanda y Khattusha
y estableció su capital en la primera de ellas. La consecuencia fue la aparición
de una época de inestabilidad y de guerra, una de cuyas víctimas fue el
comercio asirio.

    A mediados del siglo XVII a. de C. aparece un reino hitita ya definido, con
capital en Khattusha. Los anales hititas remontaban la creación de su estado a
Labarna, a quien sucedió Khattushili, considerado descendiente de la dinastía
de Kushara y con quien comienza la historia del reino hitita.
    Khattushili I (1650-1620 a. de C.) elevó su pequeño reino a la categoría de
gran potencia internacional. Su sucesor, Murshili I (1620-1590 a. de C.),
continuó la misma política y combatió contra los hurritas y Aleppo; su acción
más señalada fue la expedición dirigida contra Babilonia, que puso fin a la
dinastía de Hammurabi. A su regreso de Babilonia, Murshili fue asesinado.

    La entronización de Khantili (1590-1560 a. de C.) supuso el inicio de un


período de decadencia del reino. Atacado por los hurritas, en el este, y por los
gasga, pueblo montañés del norte de Anatolia, el estado se redujo a su
extensión originaria y perdió los territorios conquistados por los primeros reyes.

    El gobierno de Telepinu (1525-1500 a. de C.) puso de nuevo orden en el


reino mediante el fortalecimiento de las fronteras y la solución de los problemas
sucesorios. Estas medidas surtieron efecto y durante mucho tiempo hubo
estabilidad, pero en el exterior se inició un nuevo período de crisis en
coincidencia con el esplendor de Mitanni, situación de la que resurgirá de
nuevo la potencia hitita gracias a uno de sus reyes, Shuppiluliuma, quien elevó
el reino a la categoría de imperio.

    La continua situación de guerra defensiva que había sufrido el país hitita
había acentuado su carácter guerrero y la tendencia hacia una forma
monárquica más próxima a la oriental, en lo que también incidió la influencia
hurrita y egipcia. Shuppiluliuma supo aprovechar este nuevo concepto del
poder durante su largo reinado (1380-1346 a. de C.) para crear un auténtico
imperio y desarrollar una activa política exterior.

    Primero asentó el dominio hitita en Anatolia, donde alternó las campañas


militares con las diplomáticas. Azzi, Hayasa y Arzawa volvieron a la esfera
hitita, los gasga fueron reducidos y el reino de Kizzuwatna fue unido mediante
un tratado de amistad. A continuación las operaciones de Shuppiluliuma se
dirigieron hacia el este y el sur, en dirección a Siria, donde las grandes
potencias se disputaban la hegemonía oriental.

    Los hititas suplantaron a Mitanni en Siria y se establecieron en el norte de


esta región, a pesar de la oposición egipcia; respecto a los mitannios,
Shuppiluliuma condujo contra ellos diversas campañas y saqueó su capital.

    Los sucesores inmediatos de Shuppiluliuma tuvieron que enfrentarse a


levantamientos de diversos pueblos y regiones de Anatolia, pero consiguieron
afianzar el poder hitita. También era preocupante la situación en la frontera del
Éufrates, amenazada por el expansionismo asirio, y en Siria, donde de nuevo
se planteaba la amenaza egipcia, que tras la entronización de la XIX dinastía
intentaba restablecer su dominio en esta región.
    El conflicto hitita-egipcio alcanzó su punto culminante en el 1300 a. de C.,
cuando frente a la ciudad de Qadesh se produjo el enfrentamiento entre el
ejército egipcio, conducido por el faraón Ramsés II, y el hitita, mandado por el
rey Muwatalli. El resultado de la batalla fue indeciso y apenas modificó la
relación de fuerzas existente en Siria.

    A la muerte de Muwatalli fue entronizado Urkhi-Teshup, depuesto poco


después por Khattushili. Durante el reinado de este monarca se asistió a un
nuevo expansionismo asirio, que terminó con la desaparición de Mitanni y la
fijación en el Éufrates de la frontera entre hititas y asirios. Para hacer frente a
este peligro, Khattushili desarrolló una intensa actividad diplomática, que le
llevó a firmar un tratado con el rey de Babilonia, Kadashmanturgu, y a
establecer la paz definitiva con Egipto (1284 a. de C.).

    Su sucesor, Tudhaliya IV, recibió un imperio pacificado, pero a mediados del
siglo XIII a. de C. la situación se complicó en las provincias occidentales por la
oposición de Arzawa y por la presión de otros pueblos, como los akhkhiyawa,
identificados con los aqueos griegos.

    Durante el reinado del último monarca, Shuppiluliuma II, el estado era


todavía poderoso, pero sucumbió rápidamente. Es probable que el proceso lo
desencadenara la presencia de los Pueblos del Mar, un conglomerado étnico
que emigraba a Egipto a través del mar. Cuando el rey hitita marchó a su
encuentro para evitar el saqueo de Ugarit, fue derrotado, lo que aprovecharon
los gasga, los frigios y los mushki, los dos últimos de procedencia occidental,
para dar el golpe definitivo al imperio hitita y destruir su capital, Khattusha.

    Hacia el 1200 a. de C. el mapa de Anatolia había variado sustancialmente.


Los restos de la cultura hitita se refugiaron en las ciudades orientales del
antiguo imperio, donde se formarán los estados neohititas.

   

Reino y sociedad

   

    1) El rey. La institución real sufrió una evolución desde la fase del antiguo
reino a la imperial, en la que asumió unos conceptos más próximos a las
monarquías orientales de la época y en la que el rey abandonó su antiguo
carácter de «primero entre la nobleza» para adquirir rasgos más autoritarios e
incluso cierto teocraticismo.

    Entre sus funciones destacan la religiosa y la militar, que el rey cumplía


directamente, mientras que la judicial solía delegarla. Era el representante de la
divinidad en la Tierra y, en consecuencia, sumo sacerdote, y como del
cumplimiento de sus obligaciones religiosas dependía la prosperidad del reino,
esta función no podía abandonarla en ningún momento, por lo que debía ceder
el mando del ejército cuando tenía que celebrar una festividad religiosa.

    La reina ocupaba un lugar señalado. Tenía título oficial, Tawananna,


derivado del nombre de la esposa de Labarna, y una posición independiente.
La mujer no podía ejercer la realeza, como estipulaban las normas sucesorias
de Telepinu, pero podía actuar de regente. No era la única mujer del rey, pero
ocupaba el primer puesto: ella era la sakuwasar (justa, verdadera), y después
estaba la esposa de segundo grado, llamada esirtu, y otras categorías de
mujeres cuyos hijos ya no tenían derecho a la corona.

    2) El gobierno. La organización del gobierno tenía un esquema piramidal. En


el escalón inferior estaban las aldeas, pequeñas comunidades regidas por un
consejo de ancianos que se encargaba de la administración local y de impartir
justicia. El segundo nivel estaba ocupado por las provincias, territorios
conquistados que se entregaban a los hijos del monarca y, después, a
miembros de la aristocracia nombrados por el rey.

    El gobernador concentraba todos los poderes y contaba con la colaboración


de los ancianos del distrito. Al margen de este esquema se situaban los centros
religiosos (Nerik, Arinna o Zippalanda), en los que el sumo sacerdote actuaba
como gobernador civil.

    Cuando las conquistas rebasaron un primer circuito, el sistema varió. En el


norte de Siria, algunas ciudades principales, como Karkemis o Aleppo, fueron
incorporadas al reino y reservadas para príncipes reales, que las gobernaban
como un tipo especial de vasallos. Los reinos sometidos eran gobernados por
sus propios reyes, que se declaraban vasallos del hitita, es decir, con
soberanía dentro de su territorio pero sin facultades en el exterior.

    3) La sociedad. En la cúspide social estaba el rey e, inmediatamente debajo,


los nobles, en cuyo seno se diferencian dos grupos. Por un lado, los miembros
de la familia real, de donde salían los más altos dignatarios. Por otro, el resto
de la nobleza, los «hombres superiores y servidores del rey», que constituían el
panku, asamblea de gran importancia durante el antiguo reino. Los nobles
alternaban la guerra con la administración y recibían tierras del rey como
compensación a los servicios que prestaban.

    El pueblo estaba compuesto por campesinos y artesanos, llamados


«hombres de la herramienta», que también podían poseer tierras. Las clases
subyugadas estaban formadas por los esclavos y los deportados.
    4) El derecho. Uno de los documentos significativos de la civilización hitita es
su código, recopilación de leyes en dos series de tablillas. Presenta muchos
puntos de contacto con los códigos mesopotámicos, pero también diferencias,
como un menor rigor en las penas y un carácter más dinámico.

    5) La religión. El panteón era numeroso, pues a los dioses nacionales


sumaron otros de diferente procedencia, fundamentalmente hurrita, que en
ocasiones se fundieron con los hititas mediante el sincretismo.

    La religión oficial tenía al frente a la diosa solar Wurusemu, del santuario de
Arinna, a cuyo lado estaba el dios del Tiempo, transformado en Teshup por la
influencia hurrita. En otro gran santuario, el de Nerik, se adoraba a Telebinu,
dios de la vegetación. En el santuario de Yazilikaya se representa el panteón
hurrita, mientras que los dioses tradicionales hititas tienen un papel muy
escaso.

Primeras civilizaciones

Oriente Próximo

Egipto: Imperio Nuevo

    Esta fase de la historia de Egipto está comprendida entre el segundo y el


tercer período intermedio, en que comienza la baja época. En términos de
cronología absoluta, se trata de la segunda mitad del segundo milenio, entre
los años 1552 y 1069 a. de C., con los reinados sucesivos de las dinastías
XVIII, XIX y XX.

    1) XVIII dinastía (tebana). La historia de la dinastía comienza con la


expulsión de los hicsos, que aún resistían en Avaris, por obra de Amosis,
sucesor de su hermano, Kamose. Los primeros faraones se enfrentaron a la
tarea de reorganización del reino, y en este proceso se beneficiaron tres grupos
principales: la corona, el ejército y el dios Amón. Este último era una divinidad
local de Tebas que durante la XVII dinastía se afirmó como protector de la
monarquía del sur, por lo que fue elevado a nivel nacional cuando se produjo la
reunificación de Egipto.

    Esta preeminencia teológica de Amón fue organizada por Amenofis I,


sucesor de Amosis, que se vio acompañada de grandes donaciones
patrimoniales que convirtieron al dios en la primera fuerza económica del país.
La capital del nuevo reino se instaló en Tebas, lugar de origen de la dinastía,
aunque Menfis conservó su importancia administrativa.

    Una originalidad de los primeros reyes de esta dinastía fue el matrimonio


consanguíneo, que suponía la idea de que los faraones nacidos de esposa
secundaria tenían que legitimar su poder esposando a la hija de un faraón
anterior y de su hermana-esposa, para así asegurar la «pureza de la sangre del
Sol», aunque ello no era opuesto a la idea de que era Amón, mediante la
revelación oracular, quien verdaderamente concedía el poder.

    Así sucedió con Tutmosis I, quien se casó con una hija de su padre,
Amenofis I, y con Tutmosis II, que esposó a Hatshepsut, hija de Tutmosis I.
Esta última es uno de los personajes más significativos de la XVIII dinastía: a la
muerte de su marido heredó el trono Tutmosis III, hijo de Tutmosis II y de una
esposa secundaria, pero al ser menor de edad, Hatshepsut ocupó la regencia.

    2) Akhenaton y el fin de la XVIII dinastía. A mediados del siglo XIV a. de C.


surgió la figura controvertida de Amenofis IV, Akhenaton, hijo y sucesor de
Amenofis III. El rey siguió las tradiciones de sus antepasados, pero pronto se
separó de la ortodoxia y creó la religión de Atón, basada en especulaciones
teológicas que identificaban a Atón con el disco solar, tenido como fuerza
eterna y vivificante.

    Este culto aparece con Tutmosis IV y Amenofis III, pero adquiere un nuevo y
potente desarrollo con Amenofis IV, que cambió su nombre por el de
Akhenaton. En esta revolución herética se esconden profundos motivos
políticos, que se resumen en la fuerte oposición a Amón y a su clero,
convertido en primera potencia económica del reino y dotado de gran fuerza
política.

    Akhenaton pretendía crear una nueva autocracia basada en su nueva


religión, de la que él era el sumo sacerdote y único intérprete, por lo que
abandonó Tebas y construyó una nueva ciudad, Akhetaton (Tell el-Amarna),
como capital del reino. La religión atoniana es monoteísta y universalista y no
necesita representaciones antropomórficas, pues el disco solar es
omnipresente. Al ser excluyente, los otros cultos fueron prohibidos, en especial
el de Amón, que sufrió una auténtica persecución.

    Akhenaton no tuvo hijos varones, por lo que fueron sus yernos quienes
heredaron el trono, primero Semenkhare, quien reinó conjuntamente con
Akhenaton y murió poco antes de éste, y luego Tutankhaton, quien permaneció
fiel al culto atoniano durante tres años, tras los cuales volvió al uso tradicional y
tomó el nombre de Tutankhamon.

    Tras varias incidencias sucesorias el poder pasó a Horemheb, un militar que


casó con una princesa real y contó con el apoyo del clero de Amón. Aunque
está considerado el último faraón de la XVIII dinastía, en realidad es el
fundador de la siguiente, pues sentó las nuevas bases de Egipto. Su obra,
resumida en el Edicto de Horemheb, se centró en la reconstrucción del reino en
los aspectos religioso (persecución de la herejía atoniana), político y
económico.

    3) XIX dinastía (tebana). Esta dinastía (1305-1186 a. de C.) fue inaugurada
por Ramsés I, quien no pertenecía a la familia real, sino que era originario de
Tanis, en el delta, pero que llegó al trono en edad muy avanzada. Fueron sus
inmediatos seguidores, Sethi I y Ramsés II, quienes desarrollaron una intensa
actividad exterior y reafirmaron el dominio egipcio en Asia frente a las
aspiraciones hititas.

    Los primeros síntomas de crisis se perciben tras el largo reinado de Ramsés


II. Su sucesor, Merenptah, tuvo que salvar una peligrosa invasión de tribus
libias, pero no pudo impedir que el imperio egipcio de Asia empezara a
desmoronarse. En el interior la situación también era preocupante, pues los
recursos del monarca eran limitados. Egipto vivió un corto período de crisis,
marcado por conflictos internos, desórdenes y usurpaciones. La dinastía se
cierra con el reinado de una mujer, Tausret.

    4) XX dinastía (tebana). El orden fue restablecido con el advenimiento de la


XX dinastía (1186-1069 a. de C.) y de Sethnakht, quien, pese a su corto
reinado, supo restaurar la autoridad real y los bienes de los templos. Su
sucesor fue Ramsés III, considerado el último gran rey del Imperio Nuevo.

    Ramsés III continuó la política de su padre y reinició los grandes trabajos


arquitectónicos. Tuvo que hacer frente a un grave peligro exterior, la invasión
de los Pueblos del Mar, que habían provocado la desaparición del imperio
hitita. El faraón pudo rechazarlos tras dos victorias, una terrestre y otra naval, y
salvó a su reino de una segura destrucción.

    Los reinados de los restantes ramésidas -todos los sucesores de Ramsés III
llevan el mismo nombre- asistieron a una progresiva decadencia de Egipto.
Aunque todos pertenecían a la misma familia, hubo constantes luchas entre la
rama principal y la secundaria, lo que desembocó en un debilitamiento
creciente del poder real. La situación llegó a un punto límite con el reinado de
Ramsés XI y, cuando murió, el nuevo rey, Smendes de Tanis, ya no pertenecía
a la XX dinastía.

   

Organización del reino

   

    Ya tradicional en la monarquía egipcia, el rey era el dueño absoluto del


estado. Sin embargo, la dimensión alcanzada por la administración le obligó a
delegar funciones que dispersaban su autoridad. Junto a él, la reina ocupa un
lugar que no había conocido hasta entonces.

    Como en fases anteriores, el visir se encontraba al frente del gobierno,


inmediatamente por debajo del rey, pero la complejidad administrativa aconsejó
desdoblar el cargo, de forma que a partir de Tutmosis III existían dos visires,
uno en el norte, con sede en Menfis, y otro en el sur, con residencia en Tebas.

    El visir tenía competencias en administración de justicia, investigación y


policía, economía, obras hidráulicas y hacienda pública, entre otras muchas.
También era responsable del mantenimiento de las fortalezas e instalación de
guarniciones, del cuidado del material bélico y, en definitiva, de proporcionar al
rey un ejército capaz y preparado.

    El cargo de virrey de Nubia fue instituido por Amenofis I y era uno de los más
importantes de la administración egipcia. El territorio estaba dividido en dos
sectores, Uauat, al norte, y Kus, al sur, separados por la segunda catarata, y
tenían a su frente un idenu o vicegobernador. La función del virrey de Nubia era
asegurar la regularidad de los tributos debidos al rey de Egipto y la explotación
de los recursos naturales.

    En cuanto al gran sacerdote de Amón, pese a ser un cargo religioso, tenía
gran importancia política. Los sacerdotes se dividían en dos grupos, el alto y el
bajo clero. El primero estaba formado por los «sacerdotes divinos», los únicos
que participaban en las ceremonias del sacrificio, mientras que el segundo lo
componía un número muy variado de sacerdotes que intervenían en funciones
secundarias. También había un personal femenino numeroso, formado en
principio por las «cantoras», a las que se añadieron las «concubinas del dios»,
que formaban el séquito de la reina.

    El sacerdocio de Amón se enriqueció mediante el incremento de tierras y de


depósitos de materias primas y otros productos procedentes de los tributos
extranjeros que el rey concedía al dios. Para mantener esta estructura disponía
de un personal laico muy numeroso, de forma que Amón formaba un estado
dentro del estado.

    El poder del clero de Amón llegó a constituir una amenaza para el propio rey
y, a finales del Imperio Nuevo, existían dos dinastías paralelas, la del rey y la
del sacerdote, de las que esta última era la más poderosa.

    Fue en esta época cuando apareció en Egipto un auténtico ejército,


profesional, derivado de las necesidades de política exterior, de espíritu
imperialista, y de una nueva forma de hacer la guerra con armas que, como el
carro, exigían una preparación adecuada y un entrenamiento continuo.
    Las tropas estaban formadas por egipcios, cuyo número fue incrementado a
dos, tres y cuatro ejércitos denominados con nombres de dioses (Amón, Re,
Ptah y Seth), a los que hay que añadir los contingentes de mercenarios y de
prisioneros, que eran incorporados a los egipcios. Una vez finalizadas las
campañas militares, los soldados no eran licenciados, sino que se acantonaban
en guarniciones situadas en lugares fronterizos y en los grandes cuarteles de
Tebas y Menfis.

   

Política exterior

   

    Las directrices de intervención egipcia en el exterior son las mismas que en


períodos anteriores, aunque con profundos cambios en su contenido. Hacia el
oeste se trata de contener la presión de los nómadas libios. En el sur, Nubia
sigue siendo objetivo preferente. Y en Asia la tradicional política defensiva o de
intercambio es sustituida por otra conquistadora, que llevará a la formación de
un imperio egipcio en Asia en rivalidad con otras potencias orientales.

    El interés egipcio por Nubia se incrementó durante el Imperio Nuevo por
razones económicas y políticas. Las primeras tienen su justificación en el oro,
cuyas minas se encontraban a partir de la tercera catarata y en los desiertos
limítrofes; las segundas estriban en la necesidad de asegurar la frontera
meridional, amenazada durante el segundo período intermedio por la
constitución en Nubia del reino de Kus. Además, proporcionaba un gran
número de soldados, imprescindibles en la política de expansión militar.

    Las primeras campañas en Nubia fueron dirigidas por Amosis e


inmediatamente continuadas por Amenofis I. Pero fue a partir de Tutmosis I
cuando se inició una conquista sistemática. Este rey llegó hasta la tercera
catarata y consolidó las posiciones con la fundación de una fortaleza en
Tombos.

    Sin embargo, el país de Kus no estaba totalmente dominado, por lo que


Tutmosis II ejerció una política de represión. El gran conquistador fue Tutmosis
III, quien llevó el dominio egipcio hasta la cuarta catarata y extendió el área de
control hasta más allá de la quinta, en las regiones de Karoy e Irem. Nubia
estuvo en poder de Egipto durante todo el Imperio Nuevo y Kus no recuperó su
independencia hasta el fin de la XX dinastía.

    Por otra parte, la apertura de Egipto hacia Asia se había revelado peligrosa
para la seguridad del reino, como se demostró con la invasión de los hicsos
durante el segundo período intermedio. Cuando Amosis expulsó
definitivamente a los hicsos de Egipto, les persiguió hasta Palestina e inició la
política expansionista en Asia. Tutmosis I llegó hasta el Éufrates, pero no con el
objetivo de anexionar todos los territorios, sino sólo para establecer la
hegemonía egipcia con el fomento del comercio, que alcanzaba hasta el Egeo,
y asegurándose el tributo de los pequeños estados sirio-palestinos.

    Tras una etapa de decadencia, la influencia egipcia volvió a Asia de la mano


de Tutmosis III. A lo largo de numerosas campañas, procedió a la incorporación
de Siria y Palestina y derrotó en varias ocasiones al rey de Mitanni, con el que
firmó un tratado por el que se reconocía el límite de la influencia egipcia en el
valle medio del Orontes.

    Egipto instauró en estos territorios una administración de tipo colonial,


basada en la existencia de guarniciones militares en puntos estratégicos y de
comisarios que aseguraban la percepción de los tributos. Aun así, el dominio
no era firme, pues los faraones tenían que demostrar su poder reprimiendo
alzamientos de los príncipes asiáticos.

    El imperio egipcio en Asia se mantuvo durante los reinados de Amenofis II y


Tutmosis IV, pero comenzó a decaer con Amenofis III y, sobre todo, con
Akhenaton, cuya pasividad provocó cierta anarquía en Palestina que coincidió
con el resurgir de los hititas conducidos por Shuppiluliuma.

    La recuperación se produjo con Horemheb, quien consiguió mantener


Palestina bajo el dominio egipcio, aunque no inició nuevas conquistas, pues la
obra de reorganización interna exigía su atención. Fueron los primeros reyes
de la XIX dinastía quienes retomaron la política expansiva de sus antecesores.
Sethi I y, después, Ramsés II, llevaron de nuevo los límites del dominio egipcio
hasta Siria, donde se enfrentaron a los hititas en la batalla de Qadesh (1300 a.
de C.).

    Poco después se firmó la paz entre ambos reinos y el dominio egipcio en


Asia quedó consolidado, pero la inestabilidad del Mediterráneo oriental a finales
del siglo XIII a. de C. afectó a las posesiones egipcias y, en la segunda mitad
del siglo siguiente, ni siquiera Palestina estaba ya en poder de Egipto.

    Como ya se ha indicado, durante el Imperio Nuevo la presión de los


nómadas del desierto occidental se hizo más patente, sobre todo a partir de la
XIX dinastía. Ya Ramsés II tuvo que hacer frente a este peligro, que se acentuó
con Merenptah. En esa época los libios fueron reforzados por otros pueblos
nómadas que trataban de instalarse en el delta del Nilo, pero también está
documentada la presencia de contingentes étnicos relacionados con los
Pueblos del Mar, de forma que las guerras en este sector tuvieron una
importancia desconocida hasta entonces.
    En el quinto año de su reinado, Merenptah consiguió una gran victoria, pero
no fue suficiente. De nuevo Ramsés III tuvo que enfrentarse, por un lado, a la
invasión masiva de los Pueblos del Mar, detenidos en las bocas del Nilo, y por
otro, a los nómadas del desierto, que otra vez fueron derrotados.

    Pese a todo, la presencia de estos pueblos se sentía cada vez con mayor
fuerza, pues a las continuas incursiones se añadía la aceptación de los
prisioneros dentro de las filas del ejército egipcio, incluso en puestos de
privilegio.

   

Sociedad

   

    El arte del Imperio Nuevo, y sobre todo, su arquitectura, es el mejor


conocido, gracias a la labor desarrollada en este campo por los faraones y los
grandes dignatarios. Fue en esta época cuando se fijó la estructura clásica del
templo egipcio, que se compone de tres partes principales: un patio porticado,
una sala hipóstila y los santuarios. Todo ello estaba precedido por los pilonos,
que forman la puerta monumental con dos torres en talud, dos obeliscos o
símbolos solares y la avenida de esfinges o carneros de Amón.

    Un elemento destacado es la progresiva eliminación de la luz, que termina


en la total oscuridad del santuario, traducción arquitectónica del misterio que va
creciendo a medida que uno se acerca al recinto de la divinidad. Los ejemplos
más conocidos de esta época están en la región de Tebas, con el templo de
Luxor y el gran complejo de Karnak.

    También destacan los templos rupestres, continuación de los existentes en


el Imperio Medio, en los que la sala hipóstila y el santuario están excavados en
la roca; el más célebre es, sin duda, el construido por Ramsés II en Abu
Simbel, en Nubia.

    Respecto a la arquitectura funeraria, los faraones del Imperio Nuevo


abandonaron las pirámides y utilizaron tumbas hipogeas, situadas en una
necrópolis próxima a Tebas, el Valle de los Reyes. El plano de las tumbas es
simple: consta de un largo corredor que desciende hasta una sala más amplia,
que sirve de cripta. Las reinas y los príncipes utilizaron un sistema similar y sus
tumbas se encuentran en el Valle de las Reinas, situado al sur del anterior.

    La escultura y la pintura de esta época siguen, en general, las tendencias del
Imperio Medio, y a veces es difícil distinguir estilísticamente entre uno y otro
período. Se observa la utilización de un canon mucho más alargado, que se
acompaña de la idealización del rostro. Sin embargo, el fuerte tradicionalismo
egipcio empobreció el arte oficial al imponer unos criterios excesivamente
rígidos. El apogeo de este arte se sitúa durante el reinado de Amenofis III, para
entrar en decadencia a partir de la XIX dinastía, en que se limitaban a copiar
modelos anteriores.

    Hay que mencionar la época ameniense, en la que se rompió con todos los
moldes tradicionales, incluidos los artísticos. En primer lugar, la arquitectura se
caracteriza por los espacios abiertos: el templo se compone de una sucesión
de patios y corredores descubiertos que terminan en la sala del santuario,
inundada por los rayos solares.

    La especial devoción en los egipcios por la literatura se prolongó durante el


Imperio Nuevo, con géneros muy variados. Las obras históricas, o de tendencia
histórica, se inician con la XVIII dinastía y alcanzan su punto culminante con los
Anales de Tutmosis III y la obra contenida en el papiro Harris 75, que narra los
disturbios que precedieron al advenimiento de Ramsés III.

    Entre los géneros poéticos sobresale el himno. Uno de los más conocidos es
el Himno a Atón, compuesto por Akhenaton para exponer su doctrina religiosa
y que inspiró indirectamente el Salmo 104 de la Biblia. También la poesía
elegíaca y, sobre todo, la de tema amoroso, gozó de gran predicamento: de
nuevo se hace necesaria la comparación con la Biblia, dada la estrecha
semejanza entre las composiciones egipcias y el Cantar de los Cantares.

    Finalmente, la literatura narrativa tiene su mejor exponente en los cuentos,


de gran tradición en Egipto. El cuento del príncipe predestinado tiene el mismo
motivo que el moderno La bella durmiente; otra narración de la época, El
cuento de los dos hermanos, sirvió de modelo para la historia bíblica de José y
la mujer de Putifar; en último lugar, El viaje de Wenamun, de las postrimerías
del Imperio Nuevo, retrata hechos históricos y proporciona un cuadro realista
de las condiciones de Egipto y Asia durante el reinado de Ramsés XI.

Imperio romano.

El Imperio romano (en latín: Imperium Romanum, Senatus Populusque


Romanus o Res publica populi romani) fue el tercer periodo de civilización
romana en la Antigüedad clásica, posterior a la República romana y
caracterizado por una forma de gobierno autocrática. El nacimiento del Imperio
viene precedido por la expansión de su capital, Roma, que extendió su control
en torno al mar Mediterráneo. Bajo la etapa imperial los dominios de Roma
siguieron aumentando hasta llegar a su máxima extensión durante el reinado
de Trajano, momento en que abarcaba desde el océano Atlántico al oeste
hasta las orillas del mar Caspio, el mar Rojo y el golfo Pérsico al este, y desde
el desierto del Sahara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los
ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia al norte. Su superficie máxima
estimada sería de unos 6,5 millones de km².
El término es la traducción de la expresión latina «Imperium Romanum», que
significa literalmente «El dominio de los romanos». Polibio fue uno de los
primeros hombres en documentar la expansión de Roma aún como República.
Durante los casi tres siglos anteriores al gobierno del primer emperador, César
Augusto, Roma había adquirido mediante numerosos conflictos bélicos grandes
extensiones de territorio que fueron divididas en provincias gobernadas
directamente por propretores y procónsules, elegidos anualmente por sorteo
entre los senadores que habían sido pretores o cónsules el año anterior.
Durante la etapa republicana de Roma su principal competidora fue la ciudad
púnica de Cartago, cuya expansión por la cuenca sur y oeste del Mediterráneo
occidental rivalizaba con la de Roma y que tras las tres guerras púnicas se
convirtió en la primera gran víctima de la República. Las guerras
púnicas llevaron a Roma a salir de sus fronteras naturales en la península
itálica y a adquirir poco a poco nuevos dominios que debía administrar,
como Sicilia, Cerdeña, Córcega, Hispania, Iliria, etc.
Los dominios de Roma se hicieron tan extensos que pronto fueron difícilmente
gobernables por un Senado incapaz de moverse de la capital ni de tomar
decisiones con rapidez. Asimismo, un ejército creciente reveló la importancia
que tenía poseer la autoridad sobre las tropas para obtener réditos políticos.
Así fue como surgieron personajes ambiciosos cuyo objetivo principal era el
poder. Este fue el caso de Julio César, quien no solo amplió los dominios de
Roma conquistando la Galia, sino que desafió la autoridad del Senado romano.
El Imperio romano como sistema político surgió tras las guerras civiles que
siguieron a la muerte de Julio César, en los momentos finales de la República
romana. Tras la guerra civil que lo enfrentó a Pompeyo y al Senado, César se
había erigido en mandatario absoluto de Roma y se había hecho
nombrar Dictator perpetuus (dictador vitalicio). Tal osadía no agradó a los
miembros más conservadores del Senado romano, que conspiraron contra él y
lo asesinaron durante los Idus de marzo dentro del propio Senado, lo que
suponía el restablecimiento de la República, cuyo retorno, sin embargo, sería
efímero. El precedente no pasó inadvertido para el joven hijo adoptivo de
César, Octavio, quien se convirtió años más tarde en el primer emperador de
Roma, tras derrotar en el campo de batalla, primero a los asesinos de César, y
más tarde a su antiguo aliado, Marco Antonio, unido a la reina Cleopatra VII de
Egipto en una ambiciosa alianza para conquistar Roma.
A su regreso triunfal de Egipto, convertido desde ese momento en provincia
romana, la implantación del sistema político imperial sobre los dominios de
Roma deviene imparable, aún manteniendo las formas
republicanas. Augusto aseguró el poder imperial con importantes reformas y
una unidad política y cultural (civilización grecorromana) centrada en los países
mediterráneos, que mantendrían su vigencia hasta la llegada de Diocleciano,
quien trató de salvar un Imperio que caía hacia el abismo. Fue este último
quien, por primera vez, dividió el vasto Imperio para facilitar su gestión. El
Imperio se volvió a unir y a separar en diversas ocasiones siguiendo el ritmo de
guerras civiles, usurpadores y repartos entre herederos al trono hasta que, a la
muerte de Teodosio I el Grande en el año 395, quedó definitivamente dividido.
En el inmenso territorio del Imperio Romano se fundaron muchas de las
grandes e importantes ciudades de la actual Europa Occidental, el norte de
África, Anatolia, el Levante. Ejemplos
son París (Lutecia), Estambul (Constantinopla), Vienna (Vindobona), Barcelona 
(Barcino), Zaragoza (Caesaraugusta), Mérida (Augusta
Emerita), Milán (Mediolanum), Londres,
(Londinium), Colchester (Camulodunum) o Lyon (Lugdunum) entre otros.
Finalmente, en 476 el hérulo Odoacro depuso al último emperador de
Occidente, Rómulo Augústulo. El Senado envió las insignias imperiales
a Constantinopla, la capital de Oriente, formalizándose así la capitulación del
Imperio de Occidente. El Imperio romano oriental proseguiría casi un milenio en
pie como el Imperio romano (aunque usualmente se use el moderno
nombre historiográfico de Imperio bizantino), hasta que
en 1453 Constantinopla cayó bajo el poder del Imperio otomano.
El legado de Roma fue inmenso; tanto es así que varios fueron los intentos de
restauración del Imperio, al menos en su denominación. Destaca el intento de
recuperar occidente de Justiniano I, por medio de sus
generales Narsés y Belisario, el de Carlomagno con el Imperio Carolingio o el
del Sacro Imperio Romano Germánico, sucesor de este último, pero ninguno
llegó jamás a reunificar todos los territorios del Mediterráneo como una vez
lograra la Roma de tiempos clásicos.
Con el colapso del Imperio romano de Occidente finaliza oficialmente la Edad
Antigua dando inicio la Edad Media.

Derecho Romano

El derecho romano (en latín, Ius Romanum) fue el ordenamiento jurídico que


rigió a los ciudadanos de la Antigua Roma. El derecho romano, por su gran
complejidad, aplicabilidad práctica y calidad técnica, aún hoy es la base
del derecho continental y de los códigos civiles contemporáneos, y se estudia
en las facultades de Derecho de la mayoría de países que emplean el Derecho
continental. Su importancia histórica e influencia en la ciencia del Derecho, que
se extiende también a los países de common law, se manifiesta en la
pervivencia de numerosas instituciones jurídicas latinas en la actualidad, como
la hipoteca o la teoría del contrato, y en la gran cantidad de expresiones
jurídicas latinas.
Su vigencia se extiende desde la fundación de Roma (según la tradición, el 21
de abril de 753 a. C.) hasta mediados del siglo VI d.C., época en la que tuvo
lugar la labor compiladora del emperador Justiniano I, que desde
el Renacimiento se conoció con el nombre de Corpus Iuris Civilis.
El Corpus destaca por su complejidad jurídica y por su profunda influencia en
la ciencia del derecho y suele considerarse el texto legal más influyente de
la historia de la humanidad. El derecho romano es la base de los países
con civil law y extiende su influencia a importantes aspectos del common law y
otros sistemas jurídicos.
El derecho romano se divide, a grandes rasgos, en derecho público y
en derecho privado, igual que el derecho contemporáneo. Asimismo, ramas del
derecho actual, como el derecho penal, el derecho tributario o el derecho
administrativo, existieron en la Antigua Roma. Se puede dividir en los
siguientes períodos:

 La monarquía, desde mediados del siglo VIII a.C. (fundación de Roma)


hasta la expulsión de Roma del rey Tarquinio el Soberbio el 509 a. C..
 La República romana, desde el 509 a.C. En los años 451 y 450 a. C. se
publicó la Ley de las XII Tablas, que constituyen la base del derecho romano
republicano. En esta época, el Estado se basa en el equilibrio de poderes: así,
los magistrados son elegidos democráticamente por los hombres libres en
las asambleas populares, que además aprueban las leyes; los magistrados
ejercitan las funciones que les son asignadas, mientras que el Senado se
encarga de dictar resoluciones, llamadas senadoconsultos, que en la práctica
tenían fuerza de ley. La crisis política que atraviesa Roma en el siglo I a.
C. finalmente termina con la degeneración total del sistema republicano, que
culmina con el otorgamiento, en la práctica, por el Senado del poder absoluto
del Estado romano a Octavio Augusto el 27 a. C..
 El Principado, desde el 27 a. C. hasta mediados del siglo II. En esta
época, el Estado era autoritario, sometido a la auctoritas del emperador o
Príncipe, de ahí su nombre. Algunos emperadores célebres son: Augusto (27 a.
C.-14 d. C.), Calígula (37-41), Nerón (54-68) o los hispanos Trajano (98-117)
y Adriano (117-138). Bajo estos últimos Roma alcanzó su máxima dimensión
territorial: 5 millones de km²., configurándose como una de las grandes
potencias mundiales de la época.
 El Dominado o Imperio absoluto, desde mediados del siglo II hasta el
476, año en el que desaparece el Imperio Romano de Occidente. En esta
época, el Emperador tiene el poder absoluto. El Emperador es quien dicta las
llamadas «constituciones imperiales» (no confundir con las
modernas Constituciones). En el 380, se produce la conversión del Imperio de
la antigua religión romana al cristianismo mediante el Edicto de Tesalónica,
bajo el gobierno de Teodosio I el Grande. Este emperador divide el
Imperio Occidental y Oriental y lo cede a sus hijos Honorio y Arcadio,
respectivamente. Las invasiones germánicas llevan al declive y desaparición
del Imperio Occidental, que separa la Antigüedad Tardía de la Alta Edad Media.
 Finalmente, el gobierno de Justiniano I (527-565) en el Imperio de
Oriente, época en la que se realiza la Compilación justinianea, cuya publicación
data del 549 d. C. La obra esta compuesta por el Código,
el Digesto o Pandectas, las Instituciones y las Novelas. La Compilación es la
base del derecho romano y gracias a ella textos jurídicos de juristas romanos
de gran técnica jurídica y valor histórico han logrado ser conservados. Los
textos del Corpus han sido trabajados por juristas desde su publicación y hasta
la actualidad. Con capital en Bizancio (luego Constantinopla y
actualmente Estambul), conquistó toda Italia, la costa del norte de África y el
sudeste de Hispania. Tras la muerte de Justiniano, paulatinamente el Estado
pierde gran parte de esos territorios y se le suele denominar con un término
distinto: Imperio bizantino; pues el Imperio pasa a transformarse en un Estado
propiamente medieval.
En la actualidad, el derecho romano es objeto de estudio de una disciplina
jurídica internacional, la romanística, cuya sede son las facultades de derecho
de todo el mundo. En virtud de este carácter internacional, el derecho romano
se cultiva en varios idiomas, principalmente italiano («lingua franca» de
la romanística), seguido por el alemán y el español. Hasta la mitad del siglo XX
hubo importantes contribuciones en francés, pero en la actualidad esta
situación ha variado a la baja; el inglés es un idioma de uso minoritario en el
cultivo de la disciplina, aunque se acepta como idioma científico en la mayoría
de las publicaciones. El español se consolidó como idioma científico en esta
disciplina a partir de la segunda mitad del siglo XX, gracias a la altura científica
que alcanzó la romanística española, comandada por Álvaro d'Ors y
continuada por sus discípulos.
La definición del derecho romano se comprende mejor si se construye a partir
de la comprensión de sus nociones fundamentales y de su sistema de fuentes.
Sin embargo, éstas no permanecen idénticas en el transcurso de la historia del
derecho romano, sino que varían tanto en su número, como en su valor dentro
del sistema de fuentes mismo. Es este sistema el que provee de nociones
claves para entender lo que en Roma se entiende por derecho. Con todo, es
posible adelantar que la expresión ius es la que se utiliza para señalar al
derecho. Esta expresión se opone a la de fas, que designa a la voluntad divina.
Esta clara delimitación entre derecho y religión es patente en testimonios que
datan desde el s. III a. C., pero ello no es válido para los primeros tiempos,
como se verá. A su vez, la expresión ius servirá para la identificación de
diversas categorías del mismo, tales como ius civile, ius naturale, ius
honorarium, o ius gentium, por nombrar algunas de las más relevantes.

S-ar putea să vă placă și