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filósofo del
Renacimiento:
Giordano
Bruno
Luigi Fabbri
1
El último filósofo del
Renacimiento: Giordano
Bruno
Luigi Fabbri
3
El desprecio a todos los dogmas
Este espíritu de cristiandad, como toda imposición, nunca tuvo reposo; aquí y
allá las amenazas de regreso a la barbarie, de impurezas paganas en la túnica
resplandeciente de la doctrina, alimentaron imágenes y símbolos de guerra. En la
organización y terminología de órdenes religiosas y aún en espíritus libres como los de
Erasmo o Lutero, la fe y la daga fueron dos filos de la misma hoja. El manual del
militante cristiano (1503), escrito en latín, jugaba con el doble sentido del término
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enchiridion: manual y espada. Del mismo modo, la educación clásica para Lutero era la
“espada del espíritu” para enfrentar las tentaciones del demonio (A la nobleza cristiana
de la nación Alemana, 1520). Para el general de la Compañía de Jesús, Antonio
Possevino, “la elocuencia y la ciencia”, dirigidas por los religiosos, “son finalmente
como escudos y paveses para combatir a los enemigos que querrían asaltar a la Iglesia
de Dios” (1598). ¿Quién hubiera imaginado que estos cuerpos uniformados, unificados,
disciplinados, vigilantes, que este espíritu de partido, esta iglesia militante, inspiraría a
tantas organizaciones políticas en el transcurso de los siglos venideros?
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Dedicado casi exclusivamente a temas de especialización sociológica, Luigi Fabbri
sin apartarse totalmente de su intención social, traza en esta ocasión una semblanza de
Giordano Bruno, enfocando naturalmente en la obra realizada el sentido y la influencia
filosóficas.
IMAN
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El último filósofo del Renacimiento: Giordano Bruno
Casi tres siglos y medio han transcurrido desde que -el 17 de febrero de 1600- el gran
filósofo italiano Giordano Bruno fue quemado en Roma, en la plaza Campo de' Fiori.
No fue más que apariencia, no fue sino un eclipse transitorio, para nosotros que
podemos abarcar los acontecimientos históricos a distancia de tanto tiempo. Pero para
quienes vivieron en medio de ellos, en los breves límites de su vida mortal, debió
semejar el más triste y trágico tramonto de la civilización, no de otro modo que como
hoy a nosotros nos parece este creciente obscurecimiento de la civilización moderna,
bajo las nubes de terror y de muerte que se van adensando desde hace cerca de veinte
años sobre todas las colectividades humanas, con las más variadas formas de la reacción
política, económica y espiritual.
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La Revolución Rusa pareció contrarrestar este movimiento de regresión, y el
fermento que ella difundió en todo el mundo continúa siendo todavía un válido
elemento de resistencia civil. La sombra se va haciendo, no obstante, cada vez más
negra y oscurece el sol de la libertad en un radio cada vez más vasto. Ya ha caído sobre
Italia, Austria, Alemania, los países Balcánicos y Bálticos, España y más de un país
sudamericano. En los otros países la sombra se va extendiendo siempre más y las
supervivientes libertades populares y los derechos del pensamiento libre son siempre
más limitados y aleatorios.
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El mártir de la filosofía
Entre los mártires de la libertad del pensamiento, Giordano Bruno, es el que más
derecho tiene a tal nombre, porque su lucha y su martirio fueron determinados por
motivos exclusivamente intelectuales. Los perseguidores y los verdugos quisieron herir
en él únicamente al pensador independiente, su independencia espiritual. Otras razones
o pretextos para eliminarlo no los hubo, ni podía haberlos.
Como todos saben, innumerables fueron las víctimas del odio teológico de la
Iglesia, y no de la católica solamente. Pero casi siempre la verdadera razón por la que
fueron inmoladas no fue tanto su pensamiento en sí, cuanto la acción en que tal
pensamiento se traducía o, por lo menos, el miedo a la acción y a las consecuencias
prácticas que ese pensamiento podía determinar en el campo político eclesiástico. Basta
pensar, en efecto, en Arnaldo de Brescia o en Girolamo Savonarola, perseguidos y
mandados a la hoguera más como subversivos al dominio material de la Iglesia que
como pensadores. Asimismo los heréticos por luteranismo o calvinismo eran los
enemigos de la Iglesia militante, de una Iglesia, la católica, los desertores y los
superadores de toda fe trascendental. Arremetían contra el catolicismo y, por ello, la
Inquisición católica los hería sin piedad; mas quedaban en el mismo plano que los
católicos, esclavos espirituales de otros dogmas y de otras teologías.
Sólo después de tres siglos revivió su memoria. Lo que prueba que él vivió como
pensador fuera de su tiempo y se anticipó en dos siglos por lo menos al porvenir.
Y sin embargo, ¡qué espléndida llamarada intelectual fue la suya! ¡Con qué
arrojo desenvolvió su apostolado! En él al ardimiento y profundidad del pensamiento se
desposaba una de las más bellas y perseverantes energías que imaginar se pueda. Fue
una potente individualidad, rica de vida, que enteramente sentía la alegría del vivir en
armonía con el propio pensamiento y al unísono con el latido de todo un mundo en
gestación. No había en él ningún espíritu de renuncia; mas supo despreciar las miserias
de su tiempo, sus propias miserias y privaciones y, al fin la muerte. No quiso, eso es,
renunciar, para conservar una mezquina vida material, a las razones superiores de la
vida.
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cuando llegó el día, supo morir serenamente como filósofo, vigilándose hasta lo último,
aun entre las llamas de la hoguera, de modo de evitar toda palabra o acto que pudiera
parecer un doblegamiento o negación de sí mismo.
“Se lo dijo -narra Draper- que era sospechoso de herejía, porque había enseñado
que hay otros mundos en el universo, y se le pidió abjurara de su error. El respondió que
no podía negar lo que sabía ser verdad, de lo que quizá, como declaró a sus jueces,
estaban persuadidos los mismos acusadores. Qué contraste entre esta escena de viril
honor, de inquebrantable firmeza, de fidelidad inflexible a la verdad, y aquella otra
escena de diez y seis siglos antes, cerca del camino de la sala de los guardias, en casa
del gran sacerdote Caifás, cuando cantó el gallo y Pedro negó a Cristo”.
Lo vemos al comienzo, presa de las primeras dudas sobre las ideas tradicionales
del tiempo, ya sospechoso y perseguido, huir de Nápoles a Roma, luego a Génova,
Turín, Venecia; de aquí a Ginebra, Tolosa, París, Oxford, Londres. Luego de nuevo a
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París, Wittemberg, Praga, Francfort, y, cuando la traición lo atrae a Italia, a Venecia. Y
su último viaje lo hace, encadenado, presa de la Inquisición, hacia Roma, donde lo
esperan siete años de prisión coronados por la muerte más atroz.
La reacción, avanzó en toda Europa bajo las más variadas formas, acumula
amenazas tras sus pasos. No puede detenerse largamente en ningún lugar. Es
permanente el peligro de ser arrestado y entregado a la Inquisición. Algún raro amigo y
mecenas lo defiende, le asegura un poco de tranquilidad, pero por poco tiempo. Apenas
el escándalo de su predicación aumenta, los mismos amigos y mecenas le aconsejan
irse. Y él retoma el borbón del peregrino, hacia otra etapa, por una nueva cátedra, al
encuentro de otra disputas y renovados peligros.
El mismo hubo de decir cómo elaboró sus ideas: Studiose cupimus, incerti
querimus, clarissime invenimus. Queremos con estudio, inciertos buscamos,
encontramos con claridad, es decir, llegamos a la verdad evidente. Y esta verdad él la
proclama con una especie de exaltación dionisíaca, en latín y en italiano, en prosa y en
poesía. Más audaz y completo que Copérnico, ya precursor de Galileo, los
descubrimientos científicos, físicos y cosmológicos de su tiempo le sugieren toda una
filosofía del universo. Donde otros no veían más que una fría teoría matemática o
astronómica, él vio una ley universal de la materia y del cosmos. Fue la suya una
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verdadera revuelta contra la escolástica, contra la cual dio golpes de piqueta con furor
de iconoclasta.
“Bruno, -escribía hace casi 50 años Antonio Labriola,- en la segunda mitad del
siglo XVI recogió la herencia del Renacimiento, y como precursor de la ciencia o sea
como filósofo de la intuición copernicana, está en lucha contra los pedantes, los
misoneístas, los ortodoxos de toda especie...”
“Todo haré por mi tan amada madre filosofía, todo sufriré y sacrificaré por ella”.
Y todo lo hizo él, enteramente se dio a ella, todo lo sufrió y sacrificó. Era fatal, pues,
que su no largo apostolado científico, 15 o 16 años apenas -¡parece casi imposible que
en tan poco tiempo haya podido trabajar tanto, una treintena de obras, además de la
enseñanza oral!- tuviese por epílogo, en su siglo de estragos y de hogueras, el extremo
suplicio reservado por la Iglesia de Roma a todo pensador rebelde a sus órdenes.
Narra Jules Barni, en su libro sobre los mártires del libre pensamiento, que
cuando se supo que Bruno había vuelto a Italia, un estudioso, que había sido oyente
suyo en Germania, escribía desde Bolonia a un amigo de Padua: “Se dice que el Nolano
vive y enseña allí en este momento. ¿Es cierto? Pero ¿qué viene a hacer este hombre en
Italia, de donde debió huir? Estoy maravillado, estupefacto, y no puedo creer esa voz,
aunque haya sido difundida por personas dignas de fe”. Y tenía mucha razón. Poco
después la traición de un huésped infame y la aquiescencia innoble de la República
Veneciana entregaba a las garras de la Loba de Roma al heroico filósofo vagabundo.
Calló así la voz de éste que había querido ser el soliviantador de las almas
dormidas; así fue despedazada la pluma en la mano del autor de Spaccio della Bestia
trionfante. Y la Bestia de Roma pudo gozar, en el jubileo de 1600, entregando a las
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llamas un corazón y un cerebro que, rotos los vínculos teológicos, habían tan
fuertemente sentido y altamente pensado. Pero el triunfo de la Bestia, de la violencia
bruta sobre la carne mortal, no venció al espíritu de Bruno, que permaneció inmortal en
sus obras. Pues que, como él lo había dicho, “quién muere en un siglo vive en todos los
demás”.
Los labios del mártir, mientras en el instante de la muerte, entre las llamas, se
rehusaban despreciativos al frío beso de un crucifijo metálico, hubieran podido con
soberbia satánica murmurar los versos otra vez dictados:
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El fin del “Renacimiento”
Ese periodo de crisis social, política y espiritual, de los hechos exteriores más
trágicos, está comprendido entre el saqueo de Roma en 1527 y el suplicio de Bruno en
1600. Se puede decir, en efecto, que la célebre hoguera de Campo de' Fiori ha sido la
luz siniestra que iluminó con aterrador relámpago el cierre de una lucha entre la
civilización y la barbarie, con la más desoladora derrota de aquella y el triunfo más
cínico de ésta. Giordano Bruno fue uno de los héroes de aquella lucha, caído como en el
campo de batalla. La muerte violenta del último filósofo del renacimiento señalaba el
comienzo de un paréntesis de tinieblas, que debía durar más de otro siglo, en cuyo curso
sólo alguna luz solitaria y cauta de pensamiento anunciaba la subsiguiente aurora, que
debía ser caracterizada por un nuevo florecer de la filosofía y de la ciencia en el siglo
XVIII, brillante preludio del siglo sucesivo de las Revoluciones.
Iglesia e Imperio, los dos grandes rivales seculares, debieron asociarse para
vencer al enemigo común, surgido de los talleres de Guttemberg y hecho adulto en las
cien imprentas italianas. Nunca, como en febrero y marzo de 1530, mientras Carlos V y
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Clemente VII pasaban, de la mano, en procesión bajo las históricas torres de Bolonia,
hubieran podido ser dichos mas a propósito los versos que el poeta de la Italia civil del
siglo XIX escribió por Hugo Bassi:
1
S. Sismondi.- “Storia delle Repubbliche Italiane”- Vol. V. (Fin del capítulo 120).
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el despertar del libre espíritu científico que triunfó sobre el principio de autoridad, al
que la civilización medioeval había sometido todo acto de la vida intelectual”.2
Pero muchos de los que se han ocupado del Renacimiento descuidan el hecho,
de principal importancia, de que el esplendor del Cuatrocientos y del Quinientos no fue
sino el fruto magnífico de la resurrección de la vida popular de los dos siglos
precedentes. En efecto, no faltan escritores que hacen remontar el comienzo del
Renacimiento a los tiempos de Dante, a fines del Doscientos y principios del
Trescientos. Del Trescientos fueron Petrarca y Boccaccio: el primero humanista y
exaltador de la revolución romana del 1347 y de Cola de Rienzo; el segundo autor del
excomulgado Decameron, que proclamaba “obra santa y necesaria” utilizar toda arma
contra el príncipe que, como usurpador, se convierta en enemigo de la cosa pública.3
2
G. Zippel.- “Manuale di Storia Moderna d' Europa”, etc. Edit. G. P. Paravia, Turín. Pág. 113.
3
Ver: J. Burckardt. “La Civilitá del Rinascimento”, Edit. Sansoni, Florencia, pág. 75.
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sin embargo, perseguir de tanto en tanto a los libres pensadores, cuya propaganda
fascinadora amenaza extinguir las supersticiones de las masas populares”.4
Pero fue precisamente esta pasajera adhesión de los príncipes, papas y prelados a
las tendencias del Renacimiento -debida a un inconsciente espíritu de adaptación, para
no ser arrastrados por la marea- la que sofocó este movimiento renovador. Los
obstáculos, la necesidad de la lucha y las serias persecuciones no hubieran, por cierto,
logrado detener el torrente; a lo más hubieran impedido desabotonarse alguna flor más
delicada, necesitada de cuidados de invernáculo, para la que era preciso el aire cerrado
de las salas vaticanas y medicianas. Empero, el movimiento hubiera suscitado, en
cambio, casi ciertamente, una renovación política y social más profunda, una vida
espiritual más austera, un pensamiento más enérgico y viril; y la reacción subsiguiente
habríase evitado.
4
M. Bakounin en “El Imperio Knuto-germánico y la Revolución Social”, Oeuvres, T. II. Edit.
P.V. Stock, París, págs, 435-436.
18
peldaño más elevado de la escala del progreso, que fue, así conquistado por siempre por
la humanidad.
***
Mientras Italia no daba a estas ideas más que los escritos de sus ingenios y sus
fértiles llanuras para la devastación de los déspotas europeos que iban a combatirse en
ella para actuarlas, fuera de Italia, a través de las guerras que se sucedieron sin tregua en
ese infausto siglo XVI, la formación de los grandes estados era una realidad cada vez
más imponente, en España como en Francia, en Austria como en Inglaterra. Tanto los
privilegios de independencia de los nobles como los derechos a la autonomía de los
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municipios, las provincias y las regiones, desaparecían frente a los gobiernos centrales;
y en París como en Madrid, en Viena y en Londres el monarca pudo decir
arrogantemente a los castillos y a las comunas: ¿El Estado soy yo!
De este triunfo de la idea de Estado, Italia, -que sin embargo le había dado
escritores geniales, y precisamente en este tiempo enviaba a Francia a Catalina de
Médici, mujer política que encarnó esa idea, en provecho de la monarquía francesa, de
modo al par maravilloso y horrible.- Italia no obtenía sino desventura, degradación y
servidumbre. Nunca, desde los tiempos ya lejanos de los Godos y de los Longobardos,
había caído Italia en una más envilecedora servidumbre al extranjero, como lo estuvo,
abatida y sujeta, por cerca de dos siglos, tras la gran crisis que ocasionó el tramonto del
renacimiento en el siglo XVI. ¿Si hay una nación que debiera maldecir la concepción
estatal, esta es Italia!
Pedro Kropotkin examina muy bien la actuación de la idea estatal a través del
surgimiento de los grandes estados modernos, en su interesante estudio sobre la
“función histórica del Estado”; y constata sus funestos efectos: “En el decimosexto siglo
de los bárbaros modernos, La Triple alianza estatal del jefe militar, del juez romano y
del sacerdote, acabó de destruir toda la civilización surgida de las ciudades medievales...
Este siglo XVI de masacres y de guerras se resume enteramente en la lucha del Estado
naciente contra las ciudades libres; éstas son sitiadas, tomadas por asalto, entregadas al
saqueo, y sus habitantes diezmados o expulsados. El Estado obtiene la victoria en toda
la línea, y he aquí las consecuencias:
***
Toda Europa quedó aterrada ante tal estrago. Erasmo de Rotterdam llegaba a
afirmar: “En verdad, ésta no ha sido la ruina de la ciudad eterna, sino de todo el
mundo”. Y Geiger anota: “...Si el recuerdo de las escenas de sangre se desvaneció, el
espíritu destruido por tales hechos no se despertó más: graves complicaciones políticas
y la dominación extranjera en Italia impidieron el desenvolvimiento pacífico de la
cultura, y bien pronto se sumó a ello la reacción religiosa, que apagó el hálito de la
libertad, sin la que es imposible que la literatura florezca. Los enemigos externos habían
5
P. Kropotkin.- “La Science Moderne et l'Anarchie”- Edit. P. V. Stock, París – pág. 198, 209 y
210.
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reducido a escombros los espléndidos edificios de Roma; los enemigos internos, menos
visibles pero tanto más temibles, sacrificaron las nuevas ideas extraídas de las fuentes
de la antigüedad”.6
Por lo demás, piénsese que Europa, y sobre todo Italia, fue ensangrentada y
arruinada por guerras incesantes y desastrosas por más de 24 años, desde 1520 en
adelante. ¿Cómo podía, por ello, dejar de producirse el fenómeno de la libertad y el
bienestar de los pueblos, fenómeno que ha seguido siempre en la historia, como
consecuencia lógica, a toda gran guerra?
***
6
L. Geiger.- “Rinascimento e Umanesimo in Italia”- Soc. Editrice Libraria, Milán- pág. 421-2.
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Desde el saqueo de Roma, que lo hirió mortalmente, comenzó, pues, la agonía
del Renacimiento. Tres años después, en agosto de 1530, también la libertad florentina
era aplastada. Por segunda vez, en esos primeros treinta años del siglo, la antigua y
gloriosa república democrática era forzada por las armas nacionales y extranjeras a
curvarse bajo la tiranía de los Médici. La cual, fuerte con la ayuda imperial y papal,
dispersó con exilios y muertes los últimos restos del partido republicano; y de las
tradicionales libertades de la comuna florentina desaparecieron para siempre también las
formas exteriores y el nombre.
La gran alma de Miguel Ángel, toda conturbada por tanto desastre político,
social y espiritual, derramaba la amargura de su último en los conocidos versos que
hacía decir a su espléndida estatua de la “Notte”:
7
Abrevio y resumo de las págs. 91 y 92, Vol. II de “Storia della Letteratura Italiana” de Victorio
Rossi (Edit. Vallardi, Milán).
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La Curia romana y el Santo Oficio se encargaban de ello, extinguiendo con las
persecuciones, las prisiones y las hogueras lo que todavía quedaba de vital de toda la
magnífica germinación de los cien años precedentes: es decir, precisamente, lo que fue
llamado el “Renacimiento filosófico”, en cuanto se distinguió de todo lo restante del
Renacimiento no sólo por estar orientado exclusivamente a la filosofía, sino por haber
venido al final, como su última consecuencia y casi como para recoger su corona más
augusta a la luz del martirio.
No sin razón, pues, muy pronto Giordano Bruno, apenas sintió, en Nápoles y
Roma, por sus primeras audacias innovadoras, las primeras amenazas, tomó en 1576 la
vía del exilio. Sus peregrinaciones por Italia y a través de Europa, como sembrador de
ideas en los libros y desde la cátedra, son conocidas por nuestros lectores: conocida la
tradición que en 1592 en Venecia lo entregó a los sirvientes del Santo Oficio de Roma;
conocida su prisión de más de un septenio, el proceso y el suplicio en Campo de' Fiori,
donde ardió la hoguera en 1600, el año santo, en el que el papa Clemente VIII celebró el
jubileo, para el que no podía desear otra más ilustre víctima expiatoria.
Así se cerraba la última página del Renacimiento; así tenía término la larga
agonía de una edad que había brillado con tanto esplendor. Acababa dignamente,
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apelando por boca de sus mártires a la justicia más grande y más pura del porvenir. La
filosofía de todo el periodo histórico precedente había tenido en este último hijo del
Renacimiento su más genuino representante. “Giordano Bruno -escribía hace más de 25
años un escritor y estudioso que se ha deshonrado atando su suerte al carro de los
modernos opresores de Italia- es la conclusión lógica de todo el Renacimiento, que
justifica el arte contra las desconfianzas y las acusaciones platonizantes del Medio Evo
y renueva de hecho el culto antiguo de la forma en la independencia absoluta de toda
preocupación extraña a los fines propios del arte; del Renacimiento que, acogiendo la
nueva doctrina copernicana, trastorna la intuición cosmológica, que la tierra del hombre
contraponía a los cielos de Dios en un sistema cerrado de relaciones finitas; y levanta
también la tierra y el hombre a la dignidad de los cielos interminables”.8
8
Giovanni Gentile. - “Giordano Bruno e il pensiero del Rinascimento”- Edit. Vallecchi, Florencia-
Pág. 52.
26
1) Vida y muerte del filósofo
***
El nombre de bautismo de aquel que debía ser tan ilustre filósofo fue Felipe. El
nombre de Giordano él lo adoptó más tarde, cuando cerca de 15 años se hizo fraile,
vistiendo el hábito de los dominicanos. Conservó este segundo nombre, junto con el
apellido cambiado de Bruni en Bruno, aun cuando dejó de ser católico practicante.
Giordano Bruno fue su nombre de batalla hasta el día del martirio.
Es dudoso que tuviese, aun de joven, una verdadera vocación eclesiástica. Puede
que lo haya halagado el prestigio mundano de los dominicanos, cuya orden gozaba de
gran fama por su arte oratorio. Pero lo cierto es que él no permaneció mucho en la
ilusión de poder desarrollar libremente su inteligencia en la clausura del claustro.
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Desde novicio empezó a despertar sospechas en superiores. Uno de ellos quiso
en cierto momento denunciarlo al tribunal como penetrado de máximas heterodoxas. En
1572 el joven recibió las sacras órdenes pero cuatro años después, en 1576, debió
escapar de Nápoles, -donde estaba en el convento de San Domenico Maggiore,-
efectivamente procesado esta vez bajo la acusación de tendencias arrianas y de haber
expresado dudas sobre el misterio de la Trinidad. En este punto comenzó para Giordano
Bruno el incesante vagabundaje a través del mundo, que sólo la traición y la violencia
podían truncar un día.
Fue a Génova y de aquí a Noli. Ignorándolo todo, allí la autoridad local le confió
una escuela de niños. Pero pronto él atrajo la atención de las personas cultas del lugar, a
quienes comenzó a dar lecciones acerca de la “Sfera”, especie de cosmografía de ese
tiempo.
Se cree que en ese tiempo tenía ya escrita su primer obra, L'Arca di Noé, y la
comedia Il Candelaio, en la que pone al desnudo la corrupción de esos tiempos. Partió
luego de Noli para Savona, e ido a Turín y más tarde a Venecia, escribió aquí otro libro:
De' Segni dei Tempi. Va a Padua, luego a Bergamo, Brescia, Milán, luego de nuevo a
28
Turín, y de aquí a Chambery, en Saboya. Y al final llega a Ginebra, llamada “la Roma
protestante”.
Pronto dejó Ginebra por Lyon, y de Lyon fue a Tolosa, una de las ciudades más
doctas de aquellos tiempos, que contaba como profesores de su Universidad hombres de
gran cultura y cerca de diez mil estudiantes. Según el profesor R. Mondolfo, Bruno se
había ya doctorado en Roma, antes de 1576, en teología romana. En Tolosa consiguió el
título de doctor, “maestro de las artes”, en filosofía y obtuvo el cargo de “lector
ordinario”. Como tal dio un curso de lecciones sobre De Anima de Aristóteles y sobre
otros temas. Se remonta a aquel periodo de escritor Liber clavis magnae (El Libro de la
gran clave). Que, como el precedente L'Arca di Noé y otros, se perdió.
29
El, empero, no fue en París lo que hoy se diría profesor ordinario y entonces se
decía “lector”, porque, para serlo, era preciso ir a misa, y Bruno, excomulgado, no
frecuentaba la iglesia. Enseñaba como profesor libre. En París la Universidad de la
Sorbona era muy reaccionaria, tradicionalista, ortodoxa del catolicismo hasta el
extremo; y Bruno no podía dejar de sentirse en contraste con la enseñanza oficial. Pero
puesto que él se limitaba todavía a tratar temas no demasiado escabrosos o a enseñar
verdades ya consagradas, y sólo en alguna feliz cuan inadvertida divagación accesoria
hacía sentir tal cual vez la garra del león rebelde, fue en aquel periodo dejado
relativamente tranquilo. No le faltó siquiera, como hemos visto, el aplauso de los
poderosos. Conocedor de varias lenguas, había adquirido muchas simpatías, y hubiera
podido arreglarse cómodamente en un discreto bienestar, si su naturaleza de apóstol y
de caballero errante de la idea no hubiese predominado en él.
30
La Universidad de París es la roca fuerte de la doctrina aristotélica, y él le mueve
guerra precisamente en su roca a esta doctrina, escogiendo un arma aun más cortante
que la exposición teórica y que el libro: la disputa. Nolano desafía a discutir a los
teólogos de la Sorbona sobre ciento veinte tesis, deducidas de sus lecciones; y en
sesiones solemnes, frente a un público desbordante, contra los tumultos que los
adversarios tratan de suscitar, él afirma sus ideas y las defiende contra las ideas
adversarias: los principios de la física de Aristóteles pasan por la criba de su crítica y
salen demolidos. Esta discusión tuvo lugar durante las fiestas de Pentecostés de 1586.
Dos o tres libros salieron de su pluma en París en 1586, de los cuales uno de
carácter expositivo sobre Aristóteles y otro (publicado o republicado más tarde en
Germania) en el que G. Bruno expone particularizadamente las 120 tesis sobre la
Naturaleza y el Mundo que había sostenido en contradictorio con los “peripatéticos” de
la Sorbona.
9
E. Troilo.- “Giordano Bruno” - Profili, Nº 47 – Edit. A.F. Formiggini, Roma – pág. 44 y 45.
31
Copérnico, sosteniendo que de su física y su astronomía nueva se debía sacar los
elementos para una nueva filosofía.
Se detuvo en Wittemberg menos de dos años, y allí publicó algún otro escrito
suyo sobre Lulio, sobre la lógica, la controversia con los aristotélicos de París; al fin,
cuando partió, en 1588, -él, no más católico, ni siquiera protestante, debía sentirse a
disgusto en una ciudad que había sido teatro de la revuelta de Lutero y en ella que eran
muy fuertes las pasiones religiosas- dirigió una cálida expresión de saludo y de
agradecimiento a la ciudad y al senado “que habían permitido a un extranjero, a un
hombre lejano de su fe, enseñar públicamente según sus propias convicciones”.
Sobre todo las tres últimas son de valor capital. Ellas consisten en tres poemas,
que se continúan el uno al otro en orden lógico y racional. Bruno mismo expone sus
objetivos en una carta al joven príncipe Enrique Julio que lo había acogido muy bien en
Helmstaedt: “En la primera parte estudiosamente estudiamos la verdad, en la segunda
las palabras, en la tercera las cosas; la primera trata de lo que es innato en nosotros, la
segunda las palabras, en la tercera de lo que hemos encontrado nosotros mismos”. Lo
que él ha encontrado, lo que para él es verdad evidente, cierta, fortísima es la Unidad, la
Infinitud y la Naturalidad del Universo.
32
Fueron éstas las últimas cosas publicadas directamente por Giordano Bruno10.
En este punto la fatalidad y la maldad humana pusieron fin al trabajo de tan incansable
trabajador del pensamiento.
10
Otro escrito suyo apareció durante su prisión, en 1595, y otro doce años después de su muerte
(1612). Siete escritos inéditos sólo fueron publicados recientemente, en 1891, en Florencia, cuidados por
Felice Tocco. Se reconocen, además, los títulos de otras 11 obras de G. Bruno inéditas o desaparecidas, y
se tienen referencias de otros 5 o 6 escritos, probablemente inconclusos. Se cree que haya en los archivos
del Vaticano manuscritos inéditos de Bruno, secuestrados a éste en el momento de su arresto en Venecia.
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Era evidentemente una ficción para intentar salvarse. Esperaba, quizá, cediendo
de modo genérico sobre alguna cuestión secundaria o en cuanto a las formas, escapar de
la maquinación en que había caído, y poder retornar a Germania a reanudar su
apostolado. Pero fue en vano. Mientras estaba pendiente el proceso en Venecia, la
Inquisición de Roma lo avocó para sí y sin esperar más pidió al gobierno veneciano la
entrega de Giordano Bruno. Venecia rezongó un poco e intentó resistir, pero, el 7 de
enero de 1593, acabó por ceder con el pretexto de que Bruno no era ciudadano
veneciano. Y el filósofo fue conducido a Roma, donde ingresó en la cárcel del Santo
Oficio el 27 de febrero de 1593. Aquí se continuó el proceso, prolongado durante siete
años.
Lo que se sabe es que Bruno, que en Venecia pareció doblegarse por un instante,
en Roma se irguió contra sus acusadores y verdugos en toda su fiereza e intransigencia.
Lo que demuestra que su flexibilidad de arrepentido en Venecia, donde de todos modos
no había peligro de tortura o de muerte, fue en verdad una tentativa de engañar al
enemigo y nada más. Allá enfrentaba a satélites secundarios, con quienes podía ser
posible y proficuo obrar con astucia y tratar de aparecer transitoriamente distinto de lo
que era en realidad. ¡En Roma no!
En Roma, cara a cara al enemigo mayor, en su cueva y entre sus garras, ya sin
esperanza de huir de ellas, bajo los tormentos, y con el suplicio como amenaza suprema
contra su herejía, fue indómito e inflexible. Afirmó el derecho de su nuevo pensamiento,
lo proclamó verdadero, se negó a reconocerlo herético y no quiso abjurarlo. Escuchó
impasible la sentencia que lo condenaba a la hoguera y pronunció contra los jueces las
memorables palabras: Maiori forsan cun timore sententiam in me fertis, quam ego
accipiam (“Quizá tenéis más temor vosotros al darme la sentencia, que yo al recibirla”).
Con la sentencia, el Santo Oficio hizo también público la lista de las herejías de
Bruno: ser innumerables los mundos, pasar las almas de un cuerpo a otro y del uno al
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otro mundo, ser eterno el mundo, haber inventado Moisés mismo las leyes que dijo
haberle dado Dios, haber Moisés y Cristo producido milagros por magia, tener su origen
los hombres de progenitores creados antes que Adán, etc.
Nueve días duró la agonía; y el 17 de febrero, -el día en que el papa Clemente
VIII celebraba el jubileo- a guisa de espectáculo, como un número más de los festejos,
el nolano, vestido con la camisa llamada “San Benito”, sobre la que estaban pintados en
rojo los diablos que desgarran a los condenados al infierno, fue conducido a la plaza de
Campo de' Fiori, y atado al palo sobre la gran pila de leña, a la que se puso fuego.
Asistían y cuidaban del buen orden del espectáculo de muerte frailes y curas en
cantidad, y en torno el populacho en aplausos.
***
Muchos extranjeros deben haber asistido al horrible auto de fe, ya que en ese
momento, dice un historiador, había congregados en Roma tres millones de forasteros.
Se dice que entre ellos estaba uno que había sido discípulo del nolano, el conde de
Ventimiglia, a quien el mártir habría gritado que rehuyera los prejuicios y los errores.
Presenció también el suplicio un escritor alemán, Gaspar Schopp, ex protestante
convertido y católico ferviente, el que ese mismo día escribía, en una carta al rector de
la Universidad de Altorf: “… En la cárcel se trató asiduamente que (Bruno) quisiera
renegar de sus errores, pero en vano. Hoy, pues, fue conducido a la hoguera, y
habiéndosele, moribundo, aproximado la imagen del Salvador crucificado, la miró con
expresión sombría y volvió la cabeza...”
Una segunda nota agregaba: “El jueves a la mañana en Campo de Fiore fue
quemado vivo ese malvado fraile dominicano de Nola, de quien se escribió más arriba:
herético obstinadísimo y que, habiendo por su capricho formado diversos dogmas
contra la Santa Fe y en particular contra la Santísima Virgen y los Santos, quiso
obstinadamente morir en ellos, el malvado; y decía que moría mártir y con gusto, y que
ascendería su alma al paraíso con ese humo: pero ahora él advierte si decía la verdad”.
El célebre astrónomo Kepler escribía ocho años después al Dr. Bregg: “… Supe
por Wacherio que Bruno fue quemado en Roma y que soportó con firmeza el suplicio,
afirmando que todas las religiones son vanas y que Dios se identifica con el mundo, con
el círculo y con el punto...”
Luego se hizo sobre el mártir de la libre filosofía un silencio de tumba, que sólo
hacia la mitad del siglo XIX fue roto por el hallazgo y reedición de sus obras y de los
primeros estudios sobre ellas. Las obras italianas se recogieron y se editaron en Lipsia
por primera vez en 1830, las otras en latín en Stoccarda en 1834-36; y un primer estudio
biográfico, de C. Bartolmess, en París, en 1846-47. Una exposición completa de su vida
y de su doctrina, que ha quedado clásica, es la escrita en italiano por Domenico Berti, en
1868.
36
ideas propias de quien escribe- la promesa de contener en su breve espacio la síntesis
completa del pensamiento bruniano.
Pero el fin modesto de vulgarización que nos proponemos no nos impone ir tan
lejos. Apartemos, por lo tanto, el lado más propiamente escolástico de la filosofía
bruniana, su dialéctica formal, lo que interesa exclusivamente a los pedantes
catalogadores de sistemas y a los profesionales de la filosofía. Giordano Bruno que, sin
embargo, fue un hombre de cátedra, aborrecía de todos ellos y se decía precisamente
académico de ninguna academia, el “fastidiado”.
Para comprender a Bruno hay que situarlo en su tiempo. Los que pretendieron
hace una cuarentena de años hacer de él una especie de anticlerical y libre pensador en
lucha contra el Papado, según el figurín entonces de moda, nos parecen hoy un poco
bufos, como aquellos otros que entre 1860 y 1870 llevaban sus ingenuos entusiasmos
patrióticos hasta el punto de ver a Garibaldi en el simbólico “Veltro” (lebrel) del
Infierno de Dante.
37
ejemplos de ello lo hubo en el curso del Renacimiento que estaba tramontando, aun
cuando mucho mayores libertades habían sido toleradas al pensamiento; más explicable
y natural, pues, debía ser eso en aquel horrible declinar del quinientos, en pleno triunfo
de la Inquisición, cuando el fanatismo de las cortes y de las plebes y las persecuciones
eclesiásticas y estatales habían reducido el camino del saber a un peligroso laberinto
erizado de mortales insidias y acechanzas.
***
¿Qué es, pues, la religión, según Giordano Bruno? “La religión es la sombra de
la verdad, no lo contrario de la verdad”, responde en De Umbris idearum. No lo
contrario, está bien; pero tampoco lo mismo que la verdad, no la verdad verdadera. En
substancia, según Bruno, la religión dice verdades, pero las envuelve en misterios, que
son transacciones entre la fe y la razón para hacer accesible aquella al pueblo que no
sabe razonar. Ella es, pues, como un instrumento, un medio de educar a los débiles y a
los ignorantes, puesto que la verdad desnuda y cruda podría ser perniciosa no por ser
verdadera, sino por ser mal entendida,13 por malignidad o por incapacidad e ignorancia.
11
G. Bruno “Opere italiane”, Edit. Laterza, Bari, Vol. I,pág. 293.
12
F. De Sanctis; “Storia della Latteratura italiana”, Edit. Fr. Treves, Milán; vol II, pág. 193.
13
G. Bruno “Opere italiane”, Edit. Laterza, Bari, Vol. I, pág. 284.
39
Pero en este sentido todas las religiones son verdaderas, o pueden serlo; y, desde
el punto de vista de quien cree firmemente en una de ellas, eso es una blasfemia, ya que
equivale a decir que ninguna religión es en realidad la verdadera. La conclusión que se
saca más lógicamente es la irreligión (entendida ésta no como negación de todo
sentimiento religioso, sino como alejamiento de todas las iglesias) o por lo menos la
indiferencia.
También Juan Gentile, que nos parece que deduce errónea y arbitrariamente una
norma oportunista de la conducta, del valor práctico que el nolano reconocía a toda
religión, admite que en efecto la filosofía de Giordano Bruno “negaba teóricamente
todas las religiones particulares”15.
14
G. Bruno “Opere italiane”, Edit. Laterza, Bari, Vol. II, pág. 176-78.
15
G. Gentile; “Giordano Bruno e il pensiero del Rinascimento”, Edit. Valecchi, Florencia, pág. 33.
40
de sus distinciones entre teología y filosofía, y a pesar de todas las reverencias
convencionales a la primera, -con la cual, empero, rehuyó cuidadosamente todo
contacto.
“Bruno, es verdad, dice admitir una contemplación más alta que la filosofía;
pero a quien lo interroga: ¿por qué, pues, no haces al mismo tiempo el filósofo y el
teólogo? responde: porque para hacer el teólogo es preciso la fe, y yo no creo; es preciso
la luz sobrenatural, y yo no la tengo; sin esta fe y esta luz, la teología es imposible y
nula. Pero cree, entonces, y la harás posible y real.- La respuesta es siempre: no creo.
No creo es el non possumus de Bruno. Así la fe y, por ende, la teología son para Bruno
como algo que deja atrás en su camino: un caput mortuum que no le sirve para nada”.16
***
16
Bertrando Spaventa; “Saggi critici di Filosofía, Politica e Religione”; Edit. Tip. G. Bruno,
Roma, 1899, pág. 226.
41
divino, como es en todo espíritu contemplativo”17. Pero su religiosidad, cuyo carácter
universal y panteísta chocaba contra los dogmas de todas las iglesias, no tenía por
objeto la ultratumba ni lo sobrenatural, sino más bien la naturaleza viviente; y la
divinidad era para él la vitalidad misma del universo.
17
Francesco De Sanctis; “Storia della Letteratura italiana”, vol II, pág. 201.
18
G. Bruno; “Opere italiane”; vol. II, pág. 346.
19
De Sanctis; Ob cit. Vol II, pág. 200.
42
infinito mundo y de las infinitas cosas, sino dentro de éstas y en aquél... Es vano, pues,
pensar en el Dios bruniano como exterior al Universo... Giordano Bruno resuelve lo
divino en lo natural, y de la obscura envoltura de los elementos señalados extrae el
soberbio concepto nuevo de la Naturaleza, la cual, formándose casi de los viejos
despojos de la divinidad, suplanta a Dios, convirtiéndose ella misma en Dios. Natura
sive Deus: unidad, infinitud, autonomía, potencia intrínseca e intensiva y extensiva,
complejo de vicisitudes y de contrariedades que se resuelven en armonía, actuación de
una interior ley de ascensión y de progreso indefinido, uno y todo absoluto en la propia
naturalidad”20.
***
Según esta antigua concepción del mundo, sobre la cual se fundaban la teología
y la filosofía antes de Bruno, la tierra permanecía inmóvil y en el centro, y por encima
de ella los astros y el sol giraban como humildes siervos. Todo el universo se
concentraba en torno a la tierra, casi en dependencia suya, alrededor del planeta que
tenía el alto honor de hospedar al hombre, el rey de la naturaleza, la criatura predilecta
de Dios.
Copérnico derribó toda esta concepción infantil del Universo. Hoy, que para los
escolares de ocho años es una verdad común el movimiento de la tierra alrededor del sol
y la idea de la pluralidad de los mundos es comprendida por toda persona que tenga un
mínimo de cultura, le cuesta a nuestra mente darse cuenta de la enorme revolución
20
Erminio Troilo; “La Filosofía de G. Bruno”, Edit., Fr. Bocca, Turín, 1907; págs. 140-148.
21
Francesco Fiorentino; “Compendio di storia della filosofía”; Edit. Vallechi, Florencia, Pág. 244.
43
producida en las ideas por los descubrimientos astronómicos que van de Copérnico a
Galileo. Pero entonces fue como el desfajamiento de un mundo: una cantidad de
argumentos de la escolástica fueron destruidos y muchas tradiciones bíblicas se
desplomaron. No siendo ya la tierra sino un modesto planeta del sistema solar, el
hombre era arrojado del trono de “rey del universo”, y el mismo Dios hacía una pobre
figura...
La mente humana veía así abierta ante sí la puerta hacia las más audaces
hipótesis. Giordano Bruno se lanzó por ella con todo el ímpetu de su ardor meridional;
sobre la indicación copernicana, intuyó verdades científicas ulteriores y se dio cuenta de
eso a que el mismo Copérnico no había llegado porque éste (como el mismo Bruno
decía) “más estudioso de las matemáticas que de la naturaleza no ha podido profundizar
y penetrar hasta el punto de eliminar completamente las raíces de principios
inconvenientes y vanos”22. Copérnico, además, había sustituido el sistema geocéntrico
por el heliocéntrico (que hace del sol el centro del universo); Bruno, en cambio, sin más,
va más allá, e intuye, el primero, la verdadera constitución del mundo y expone
audazmente el concepto de la infinidad y de la eternidad del universo.
Los hechos ya verificados con Copérnico son para él como la indicación del
camino a seguir y le sugieren hipótesis, a las cuales Copérnico ni el mismo Galileo no
osaban llegar, sobre verdades científicas que después de él poco a poco han sido puestas
más claramente a la luz o que, como la habitabilidad de los mundos lejanos, están
todavía hoy en el estado de simples hipótesis.
En la obra principal en que trata estos temas -Del Infinito, Universo e Mondi- él
llama a las viejas ideas sobre el orden de los elementos y de los cuerpos sueños,
fantasías, quimeras y locuras y, en otro punto, sueño y vana fantasía que ni por la
naturaleza se verifica ni por la razón se prueba23. Afirma que “uno es el cielo, el espacio
inmenso, el seno, el continente universal, la etérea región, en la cual todo discurre y se
mueve. Allí innumerables estrellas, astros, globos, soles y tierras se ven sensiblemente,
e infinitos se intuyen racionalmente. El universo inmenso e infinito es el compuesto que
resulta de tal espacio y de tantos cuerpos suspendidos en él...24 Es un infinito campo y
espacio continente, el cual comprende y penetra el todo. En él hay infinitos cuerpos
22
“La Cena delle Ceneri”; G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 19.
23
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, págs. 346 y 355.
24
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 332.
44
semejantes a éste, de los cuales el uno no está más que el otro en el centro del universo,
porque éste es infinito y, por lo tanto, sin centro y sin margen... De manera que no es un
solo mundo, una sola tierra, un solo sol, sino tantos mundos cuantas lámparas luminosas
vemos en torno nuestro...”25
Esta concepción, con la que Bruno, desde el terreno científico, en el que había
tomado impulso, va elevándose cada vez más en el filosófico, es especialmente expuesta
en la otra obra De la Causa, Principio et Uno. En ella, la teoría de la unidad de la
substancia, resultante de su multiplicidad, es magnificada como el fruto de la verdadera
sapiencia: “Esos filósofos han encontrado de nuevo a su amiga Sofía27. Y han hallado
esta unidad... Quien ha encontrado este uno, digo la razón de esta unidad, han
encontrado la llave sin la cual es imposible la entrada a la verdadera contemplación de
la naturaleza”.28
25
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 356.
26
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 357.
27
Personificación de la Sabiduría, la cual en griego se dice precisamente “Sofía”.
28
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 243 y ss.
29
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 238 y 242.
45
variándose las formas, es siempre una misma materia la que persiste bajo ellas... no de
otro modo en la naturaleza, variándose al infinito y sucediendo una a otra las formas, es
siempre una materia misma... Lo que era simiente se hace hierba, y de lo que era hierba
se hace espiga, de espiga se hace pan, de pan quilo, de quilo sangre, de ésta semen, de
éste embrión, de éste hombre, de éste cadáver, de éste tierra, de éste piedra u otra cosa y
así más allá... Es preciso, pues que sea una misma cosa, que no es por sí piedra, ni tierra,
ni cadáver, ni hombre, ni embrión, ni sangre u otro...”30
De esto se puede concluir (prosigue más adelante) “que ninguna cosa se aniquila
ni pierde el ser, excepto la forma accidental exterior y material”.31 La unidad,
universalidad e indestructibilidad de la substancia y, por ende, su eternidad (él la llama
en otra parte32 “la eterna substancia corpórea”) hace surgir espontáneo el pensamiento
de la negación del dogma católico de la creación, y se comprende, entonces, también
desde este aspecto, por qué la iglesia de Roma gritó: ¡anatema sit!
30
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 201.
31
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 203.
32
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 8.
33
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 245-246.
34
En la “Favola del Cavallo Pegaseo”, diálogo II; G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 253-
257.
46
especialmente a las plantas, dice en substancia, en otra parte, que el intelecto universal
de dentro de la simiente o raíz manda y desarrolla el tallo; de dentro del tallo echa las
ramas; de dentro de las ramas las formadas hojas; de dentro de éstas despliega las
yemas; de dentro forma, figura y entreteje, como de nervios, las frondas, las flores, los
frutos…, no sin agregar símilmente en los animales, desenvolviendo su trabajo…”35
Elevándose de la consideración de las cosas y animales particulares de la tierra a la
comprensión de la substancia en su universalidad, Giordano Bruno vuelve a
desenvolver el concepto que ya había señalado en De Umbris idearum, que “las series
del mundo intelectual corresponden a las series del mundo natural, porque uno es el
principio del espíritu y de la naturaleza, uno es el pensamiento y el ser”.36 Así la unidad
de la substancia se enlaza a lo infinito del universo. “Porque en el Universo todo es uno;
y podemos seguramente afirmar que el universo es todo centro, o que el centro del
universo está en todas partes y que la circunferencia no está en ninguna, por cuanto es
diferente del centro; o sino que la circunferencia está en todas partes, mas el centro no
se encuentra en cuanto es diferente de aquella… Como todas las cosas están en el
universo, y el universo está en todas las cosas, nosotros en él, él en nosotros; y así todo
concurre en una perfecta unidad”.37
***
¿Cuál fue la actitud, aunque sólo sea espiritual, de G. Bruno frente a las
instituciones sociales y políticas de su tiempo?
35
E. Troilo.- “La filosofía de G. Bruno”, pág. 130 y 131.
36
F. De Sanctis; “Storia della Letteratura italiana”, Vol II, pág. 192.
37
G. Bruno “Opere italiane”, vol. I, pág. 241-3.
47
La gran institución social que había llenado de sí el medioevo y que en tiempos
de Bruno debía sostener una lucha mortal contra la reciente revolución protestante –la
Iglesia de Roma- tuvo indudablemente un enemigo en el nolano.
38
Arturo Labriola; “Giovani Bovio e Giordano Bruno”; Ed. Societá Partenopea, Nápoles; pág. 61.
48
Por eso, aunque Bruno no se haya preocupado de derivar un sistema político
cualquiera de su sistema filosófico, de lo poco que a propósito de ello incidentalmente
ha escrito, sin embargo, aquí y allá en varias de sus obras, mana un fuerte amor de
libertad y un odio vivo contra el despotismo. En cierto sentido, en el pensamiento
filosófico del nolano podía encuadrarse, con tres siglos de anticipación, lo que en el
ochocientos se llamó “liberalismo”, tomado, se entiende, en las grandes líneas de una
concepción general, y haciendo abstracción de las aplicaciones prácticas hechas de sus
derivaciones y desviaciones, de sus particularidades mezquinas y de las infinitas
degeneraciones y corrupciones a que ha dado lugar en sus últimos cincuenta años de
experimentación en los varios países de Europa y América, incluso el fin miserando que
le hemos visto hacer en Italia, Alemania y otras partes.
Pero no divaguemos...
39
B. Spaventa; “Saggi critici di Filosofía, Politica e Religione”; pág. 150.
49
reclamos de la idea, que acudían con tanta y tan cruel alegría a ver quemar a los
filósofos heréticos!
***
¡Oh, riqueza! Tú no nos dices lo verdadero más que lo falso; porque tú,
además, eres aquella por quien cojea el Juicio, la Ley calla, es pisoteada la
Sabiduría, la Prudencia es secuestrada y deprimida la Verdad; cuando te
acompañas de mentirosos e ignorantes, cuando favoreces con la protección
de la suerte la locura, cuando excitas y atraes los ánimos a los placeres,
50
cuando impulsas a la violencia, cuando resistes a la justicia; y a quien te
posee no aportas menos fastidio que jocundidad, deformidad que belleza,
fealdad que ornamento, y no eres quien da fin a los fastidios y miserias, sino
que los mudas y cambias en otra especia, así que en opinión eres buena, pero
en verdad eres más malvada; en apariencia eres grata, pero en existencia eres
vil; por fantasía eres útil, pero en efecto eres perniciosísima: visto que por tu
función, cuando invistes de ti a algún perverso -como de ordinario siempre te
veo en casa de malvados, raramente cerca de hombres de bien- has arrojado
la Verdad de las ciudades a los desiertos, has roto las piernas a la Prudencia,
has hecho avergonzar a la Sabiduría, has tapado la boca a la Ley, has vuelto
cobarde al Juicio, a todos has vuelto vilísimos.40
Pueden interesar del mismo modo las ideas de Bruno (que hoy se dirían
liberales) sobre cómo deben ser administradas las repúblicas;41alguna invectiva suya
contra la guerra que con su “flamígera espada comete tantos estupros, tantos adulterios,
tantos latrocinios, usurpaciones y asesinatos”42 y sobre todo, al final del diálogo
segundo, la referencia a la insurrección del pueblo napolitano en 1547 contra la
Inquisición (Gentile ve desde luego en ella un ensayo de interpretación materialista de
la historia), en cuya referencia Bruno observa ingeniosamente que “es cosa natural que
las ovejas, que tienen al lobo por gobernar, tengan por castigo el ser devoradas por él”.
40
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 92-93.
41
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 171.
42
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 122.
51
distinguió, y para propagar los vicios de una generación a otra; porque no
son así propagables las virtudes, excepto si queremos llamar virtudes y
bondades aquellas que, por cierto engaño y costumbre, son así llamadas y
creídas, aunque sus efectos y sus frutos sean condenados por todo sentido y
por toda natural razón, cuales son las abiertas bribonadas y estulticias y
malignidades de leyes usurpadoras y propietarias de lo mío y tuyo, y del más
justo, que fue más fuerte posesor, y de aquel más digno, que ha sido más
solícito y más industrioso y primer ocupante de los dones y partes de la
tierra, que la naturaleza y, en consecuencia, Dios, dan indiferentemente a
todos.43
La vida ociosa, en cambio, incluso aquella que cree ocupar útilmente el tiempo
entreteniéndose en “solas ociosas creencias y fantasías”, Giordano Bruno la desprecia
para exaltar el trabajo en el que él radica “toda la nobleza y perfección de la vida
humana”45.
43
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 139-140.
44
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 138.
45
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 152-154.
52
La importancia desde el punto de vista social de estas ideas de Giordano Bruno
es evidente, en relación a sus tiempos: su condena del ocio hería plenamente sobre todo
la vida ociosa y falsamente contemplativa de los conventos, como también la de cierta
nobleza españolesca, que tuvo tan grande parte en la decadencia en que se precipitó
especialmente la Italia meridional en el seiscientos. Pero podemos ver también en ella,
en germen, esa idea que aún espera su realización en un equilibrio futuro más justo y
humano: la idea de la combinación del trabajo material con el trabajo intelectual, con la
que el hombre de mañana sepa y pueda obtener de su organismo fisiológico el trabajo
del brazo y el del cerebro, que armonicen y se integren mutuamente46.
No podemos terminar esta divagación sobre las ideas sociales de Bruno sin
referirnos a su cosmopolitismo, que está, por lo demás, en íntima relación con su
46
Había escrito ya cuanto precede, cuando he visto confirmadas estas mis observaciones por el
prof. Camilo Berneri en su interesante artículo sobre “Il Rinascimento e il Lavoro”, de “L'Adunata dei
Refrattari”, de New York, del 24 de febrero de 1934. Cita, entre otras, estas palabras del nolano: “Ha
determinado la providencia que el hombre se ocupe en la acción por las manos, en la contemplación por
el intelecto, de modo que no contemple sin acción, ni obre sin contemplación”. Según Berneri, Bruno ha
precedido en dos siglos a Fourier en concebir la posibilidad de un trabajo espiritualizado y agradable y de
esa “fatiga sin fatiga” que D'Annunzio ha exhumando de una antigua expresión toscana.
47
Es bueno advertir que Tasso se refiere sólo a la libertad en amor, en sus versos citados por
Bruno; G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 141.
53
deificación del universo y que, desde Sócrates en adelante, ha sido siempre muy común
entre filósofos; pues, aun históricamente y en todos los tiempos, Giordano Bruno tenía
razón de afirmar que “para el verdadero filósofo toda tierra es patria”.48 Y en la epístola
explicativa de la obra Spaccio della Bestia Trionfante, Bruno se proclama altiva y
paganamente “ciudadano del mundo, hijo del padre Sol y de la Tierra madre”49.
***
Así, según Bruno, la forma y la materia coinciden hasta ser una sola substancia;
la una subentiende la otra. Tanto la forma desprendida de la materia, cuanto la materia
sin la forma, son puras abstracciones lógicas, no reales; mientras, en la naturaleza,
48
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 149.
49
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 5.
50
De este diálogo hablamos después de haber hablado difusamente del otro “Dell'Infinito,
Universo e Mondi”. Pero cronológica y lógicamente éste ha precedido a aquél, como advierte en su obra
varias veces citada E. Troilo, quien no aprueba el título de “metafísicos” que les antepuso G. Gentile en la
edición Laterza, de Bari, de las obras italianas de G. Bruno por él cuidada.
51
F. Fiorentino; “Soria della Filosofía”; Vol. I, pág. 341.
54
juntamente compenetradas son una realidad; “Lo siente lógicamente dividido en lo que
es y puede ser, físicamente es indiviso, indistinto y uno”52.
Vale decir que la separación entre potencia y acto, entre forma y materia, es una
distinción lógica de nuestro intelecto que estudia el todo en sus partes o
manifestaciones, no una realidad de hecho. Nuestro intelecto puede considerar, como si
fuesen dos substancias distintas, la forma y la materia, pero ellas no lo son en la realidad
natural. Esto contrasta victoriosamente la concepción de la escolástica aristotélica,
según la cual lo Absoluto, simple forma, el espíritu, Dios, puede existir de por sí,
separado y fuera de la materia.
52
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, “Proemiale-epistola”, pág. 137. Conciene advertir, en este
punto, que hay que tener presente el significado filosófico de la distinción entre forma y materia, algo
diverso del vulgar acostumbrado. Según Bruno, forma y materia son dos “substancias”, la forma que hace
y la materia de que se hace, los dos principios constitutivos de las cosas.
55
circunstancias, y la substancia permanece la misma, argumentaba Bruno, esto significa
que no hay verdadera muerte ni para los cuerpos ni para las almas, sino solamente
tránsito de una a otra forma contingente y exterior, como la simiente se hace hierba, y
luego espiga, pan, quilo, sangre, esperma, hombre, etc., permaneciendo una misma
substancia.
***
De todo esto Giordano Bruno deduce “la verdadera noticia de lo que es la vida y
de lo que es muerte”55. En palabras que siguen a continuación se conoce mejor aun
porqué él habla en varios puntos de sus escritos con tan vivo entusiasmo de su “tan
amada madre filosofía”, y porqué en ella ve esa filosofía que exalta los sentidos,
satisface el espíritu e indica al hombre la verdadera felicidad a que como hombre puede
53
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 133.
54
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 132-133.
55
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 133.
56
aspirar. Substrayéndolo a la preocupación de los placeres y al temor del dolor56: Es que
en su filosofía Giordano Bruno señala el esfuerzo humano de superar el dolor y la
muerte, de vencer tanto el temor del vivir cuanto el terror del morir: “extinguido del
todo el terror vano y pueril de la muerte, de vencer tanto el temor del vivir cuanto el
terror del morir: “extinguido del todo el terror vano y pueril de la muerte, se conoce una
parte de la felicidad que aporta nuestra contemplación, según los fundamentos de
nuestra filosofía”, en cuanto ésta quita a la muerte ese “fosco velo” de demente miedo
“por el que lo más dulce de nuestra vida nos es arrebatado y envenenado” 57.
56
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 150-273.
57
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol I, pág. 133 .
58
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 415.
59
Arturo Labriola ve en “Degli Eroici Furori” diseñados los fundamentos de una moral que
elimina la necesidad de una educación eclesiástica (“Giovani Bovio e Giordano Bruno”; pág. 66).
57
substancia, la suya es la moral de la acción, del esfuerzo, de la continua tensión, de la
auto-liberación contra la moral asnal de la resignación y la obediencia.
Asnos e ignorantes son los que reciben la luz de afuera, que conocen a Dios por mística
revelación, por sola fe y no “por ciencia y obras”; y ellos son, en parangón con aquellos
que ven la verdad por virtud propia, como el “asno que lleva los sacramentos”61 sin
tener en ello mérito alguno.
En suma, la verdad en todos sus grados debe ser para el hombre no un don de lo
alto, sino más bien una conquista del estudio y del trabajo, de la lucha y del sacrificio,
lograda a través de todo obstáculo sin cuidarse del favor de los poderosos ni del aplauso
de las multitudes. A este mandamiento moral de su conciencia Giordano Bruno quiso y
supo obedecer hasta lo último. Y su glorioso y horrible fin sobre la hoguera selló su fe
en la revuelta del pensamiento, en la tendencia del espíritu a superar el mundo
circundante y a vencer en sí mismo el dolor y la muerte.
60
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 7.
61
G. Bruno, “Opere italiane”, Vol II, pág. 333.
62
Palabras textuales con que se dio noticia del suplicio de Bruno en uno de los “Avvisi” de ese
tiempo y se conservó memoria en los registros de los Confortadores de los Moribundos.
58
me negará; lo que un vencedor podría poner: no haber temido la
muerte, con semblante firme no haber cedido a ninguno de mis
semejantes, haber preferido una muerte animosa a una cobarde
vida”63.
63
G. Bruno: De monade, cap. VII de “Opera” I, II, 425. (Citación y traducción del latín por G.
Gentile, en “Giordano Bruno ed el pensiero del Rinascimento”; pág. 49-50).
59