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TEXTO DE MI CUERPO ES UNA CELDA.

ANDRÉS CAICEDO,

La despertada es la peor hora para la nostalgia. En


esta semana me he acostado a dormir agradeciendo
que tengo un cuarto y una buena cama, pero en las
últimas dos noches me duermo con un poco de miedo
de lo que voy a sentir al otro día, cuando me despierte,
y vea que no estoy en casa y que a lo que he venido
aquí a esta tierra, a Los Ángeles, a vender un guión,
tal vez no sea posible realizarlo.... Este sábado había
planeado escribir la sinopsis de ambos guiones y
llevárselas a mostrar al cubano. Me eché en el sofá y
dormí unas dos horas, inquieto. Mejor no lo hubiera
hecho, porque me desperté en medio de un infierno.
¿Por qué es este sufrimiento? ¿Por qué esta falta que
me hace mi madre si sé que cuando regrese a Cali y la
vea, igual voy a seguir con la misma ausencia?
Entonces es sencillamente una organización de datos
para elaborar el sufrimiento, porque lo que pretendo,
no es una madre que vive en Cali, Colombia, a una
inmensa distancia de aquí, sino una madre que no
tendré nunca, una madre que sólo pudo trabajar bien
en su cuidado y su ternura cuando yo era un niño y
aún no tenía razones para oponerme, cuando no era
sino debilidad y necesidad y una cosa chiquita. Ahora
no soy más un niño. Soy una cosa grande con la
misma necesidad y peor debilidad.... Pero ya no tendré
más el cuidado de mi madre, ya una parte de mí, mi
razón, mi cordura, se opone a ella. Por eso es que me
ataca esta nostalgia de un estado imposible: desear no
haber crecido nunca y haberla seguido viendo sólo
como la persona que me cuidaba y me daba la única
compañía que me servía. He crecido tan duro y tan
malo y con tantas cucarachas en la cabeza. Y no se
pudo poner a una distancia correcta con mi
crecimiento, ¿por qué si me cuidaba cuando chiquito,
por qué no quiso cuidarme mi pensamiento
modificando su mismo pensamiento?  ¿Por qué no
saber que mi pensamiento no está a gusto con el de
los demás, con la gente fuera de su dominio, que no
estaría a gusto con ella? ¿Qué es lo que yo necesito
entonces? ¿Qué es lo que tengo que hacer?
—–
Me desperté esta tarde sintiéndome nada más que una
cosa sufriente y dolorosa y echando gotas. Es la
conciencia del fracaso la que no me deja en paz. Digo,
¿considero un fracaso haber venido acá y no haber
vendido nada? ¿Considero un fracaso no poder
regresar ya, ahora, cuando quiero estar allá y pienso
en lo que podré hacer allá, y resuelvo: me encerraría
en un cuarto, y esperar la hora de cada comida y ser
servido por la sirvienta, a la que detesto por servirme y
por gustarle servir, y conversar en la mesa con mis
padres o si no oírlos conversar de lo que para mí no
tiene ningún sentido, nosotros tres, los dos viejos y el
hijo hombre que nunca creció, nunca consiguió mujer y
envejeció antes de cumplir los 20 años. El hijo que
escribió el grueso de su producción cuando aún su
mente no estaba formada, ni tenía suficientes
referencias para que pudiera escribir lo que se dice
buena literatura. El grueso de su producción fue
compuesta entre los 15 y los 17 años. Dirigió cinco
obras de teatro, escribió seis. Trató de actuar y nunca
pudo porque hablar no puede, no sabe hablar, es
mudo como un niño. Ahora, buscando una nueva
posición para acomodar mejor su angustia, trató de
sacar la misma frase que venía pensando, a
martillazos, hasta que ya lo estaba enloqueciendo, era
la misma frase hace por lo menos diez minutos de
pena doliente, y sintiendo adentro un punzar y una
quebrazón de espejos exclamó: ¿qué es lo que ha sido
mi vida? Y se avergonzó ante lo ridículas que le
habían salido las palabras, como si alguien hubiera
estado presente para sentir incomodidad por ellas,
para censurarlo. Como aquella vez en la que tirado en
una mesa de arquitectura, inventé una historia llena de
verde, de campos verdes, delante de Luz Ángela, que
escuchaba, y hablando, como lo hice arriba, en tercera
persona, dije: “Por qué Andrés siempre está tan solo?”.
Lo dije para conmoverla y ella no dijo nada, jamás dijo
nunca nada. Ese hecho ha pasado a ser uno de los
que engrosa la bolsa negra, la bolsa de alquitrán en
donde guardo los sucesos insoportables de mi
vergüenza. Fue como si ella me estuviera escuchando,
sí, y yo cambié de posición, había dicho aquella frase
tirado en la alfombra y más bien me paré y me
acurruqué en el sofá pensando en mi regreso a Cali,
como digo, podría encerrarme en el cuarto y matar de
la pena a mi madre. Para que me digan, como me
dijeron: «Tienes que pensar en que nosotros ya
estamos viejos». Es decir, ya no tenemos por qué
presenciar las locuras de niño, anda y te buscas una
vida, sé como tus hermanas, cásate, procrea, sé útil a
la sociedad. Ellos nunca me han tomado en serio una
vez que fui creciendo y fui descubriendo los motivos
por los cuales tenía que rechazar su cuidado, ese que
ahora no digamos necesito, ese que ahora añoro
porque en él está la clave de cómo comencé a
perderme; nunca han tomado en serio mis escritos.

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