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Las páginas que siguen no intentan formular una teoría, ni tampoco un modelo teórico. Son
más bien un estímulo para la reflexión sobre algunos problemas surgidos de la práctica clínica
con adolescentes que buscaban asesoramiento para resolver problemas de vocación.
Nadie pone en duda ahora que si existe algo llamado vocación, no sería en absoluto algo
innato, sino más bien, adquirido. Nadie considera hoy que la naturaleza humana es de índole
exclusivamente constitucional. Se atribuye más importancia al aprendizaje que a lo cogénito.
Al mismo tiempo, nadie vacilaría en afirmar que existe una complejidad social mayor que ha
permitido que las posibilidades, los campos de trabajo y las tareas profesionales estén mucho
más diversificadas y que aparezcan nuevos roles.
Por más que se haya desplazado el énfasis de una naturaleza biológica a una cultural, se sigue
pensando que la gente está por algún motivo, más preparada para ciertas tareas que para
otras.
Además, un supuesto semejante subyace en el hecho de estimarse que el ajuste social puede
establecerse si se pone al hombre correcto en el lugar correcto; lo que constituye un planteo
psicologísta y por lo tanto parcial y falaz, en el análisis de los ajustes y desajustes sociales.
Por otra parte, y esto constituye el tercer supuesto, es que si se observan diferencias entre las
personas, es preciso aconsejarles que se ocupen de tareas diferentes.
En este enfoque cabe todo un cambio de óptica, principalmente porque incorpora a la tarea de
orientación vocacional una dimensión ética. La ética surge del hecho de que, al considerar al
hombre sujeto de elecciones, consideramos que la elección del futuro es algo que le pertenece
y que ningún profesional, por capacitado que esté tiene derecho a expropiar.
Me doy cuenta de que este enfoque tiene implicaciones filosóficas, ideológicas y científicas.
Filosóficas porque supone toda una concepción del hombre que va más allá de la ciencia, una
valoración del hombre y no solamente una concepción científica del mismo. Ideológica porque
al decir: “posibilidad de elección”, “derecho de opinión”, estoy pensando en la vida real y
concreta de los seres humanos y el análisis de la libertad y de sus causales y las formas de
conquista exceden el marco de la ciencia y no se agotan, ni mucho menos, en el contexto de la
explicación psicológica. Es una cuestión de ideología. Científicas y técnicas porque este planteo
modifica los conceptos básicos de la orientación vocacional, en sus aspectos teóricos y
técnicos, para satisfacer distintos supuestos o puntos de partida.
Si realmente tuviéramos en claro cuán poco es lo que sabemos acerca de los diferentes tipos
de inteligencia y actitud, las diferencias entre tipos de interés, etc., requeridas para una
profesión determinada, caeríamos menos veces en el error de convertir el número en un
fetiche y podríamos restituirle su simple y “humilde” valor instrumental.
Un joven que concurre a orientación vocacional demuestra estar preocupado por su persona
en relación con su futuro. Concurre a un orientador para buscar ayuda, lo cual indica que en
ese vínculo con el futuro está comprometiendo a otro.
Lo que pase en su proceso de orientación vocacional tendrá que ver básicamente con la
interacción de estos tres factores (futuro, persona, otro). “Lo que pase” significara algo, estará
expresando relaciones directas o indirectas respecto del futuro del consultante, pero además
será un emergente de un contexto social más amplio.
El contexto social puede ser analizado en términos de órdenes y esferas institucionales. Por
órdenes estos autores entienden el conjunto de instituciones que persiguen una misma
finalidad. Hablan de cinco órdenes institucionales: religioso, político, militar, familiar y de la
producción. En lo que concierne a la orientación vocacional, integran de manera más directa
las relaciones de la persona que elige con dos de ellos: el orden institucional de la producción y
del orden institucional familiar.
En el esquema, las fechas van y vienen para subrayar el hecho de que la persona no es
solamente “moldeada” dentro de estas instituciones sino que al mismo tiempo, por su propia
presencia, las moldea; o sea que las conductas, son expresión del contexto más amplio, pero
en función de una relación dialéctica y no lineal. El adolescente no está determinado
pasivamente por la escuela, ni por la familia, ni por el trabajo.
El polo futuro también tiene relación con el orden institucional de la educación, en la medida
en que muchas veces se pide asesoramiento acerca de qué carreras seguir. Para el
adolescente, el futuro es una carrera, una universidad, profesores, compañeros, etc. No es un
futuro abstracto sino personificado y al mismo tiempo desconocido. El futuro es también para
él una familia y su inclusión en el sistema productivo de la sociedad en que vive.
El futuro tiene una importancia actual activa en tanto proyecto para el adolescente, y forma
parte de su estructura de personalidad en ese momento. No hay nadie que esté en el futuro;
aunque para la fantasía del adolescente el psicólogo si lo esté y represente la imagen de él
mismo dentro de una cantidad de años. Sería necesario también incluir la dimensión temporal
en un modelo de los problemas vocacionales. No sólo cambiará el adolescente, sino también y
al mismo tiempo su contexto, en una forma quizás imposible de prever.
El sistema de valores imperantes en una comunidad dada acerca del destino de la gente y del
peso que tiene la educación en la posición social de sus miembros determinará el sentido y
hasta la existencia del campo de la orientación vocacional. Basta pensar cuán poco sentido
tendría la orientación vocacional en una estructura de castas donde las actividades de los hijos
están determinadas de antemano según la posición social de sus padres, o cómo puede variar
la orientación vocacional, según que se la aplique en una sociedad con economía planificada o
no planificada.
El contexto social también influye en cuanto a los sistemas de gratificación. En términos muy
generales, estos tienen que ver no sólo con el nivel de ingresos de los distintos profesionales
sino con otras formas de gratificación que la gente pueda encontrar en su tarea.
Son muy pocos los afortunados que pueden obtener las gratificaciones que “depositan” en el
hobby y en el trabajo integradas en una misma tarea. En una sociedad alienada esto es
prácticamente imposible: de ahí que un modelo de los problemas de orientación vocacional
debe incluir variables sociológicas, económicas e históricas. Baste como ejemplo señalar la
influencia que tiene la educación en la determinación de la clase social. En una sociedad
llamada de clases abiertas, el ejercicio de una profesión puede determinar la movilidad social
ascendente y a muchos adolescentes les preocupa la idea de no seguir ningún estudio por el
desprestigio que eso podría implicar.
Al fin y al cabo la educación es un medio para acceder a un rol ocupacional adulto. Recibir la
instrucción, formación y enriquecimiento necesarios para ejercer una tarea productiva dentro
de la comunidad y dejar de ocupar un papel fundamental receptivo es la función primordial de
la educación sistemática.
Será preciso analizar los vínculos con el “otro”. Me refiero no sólo al psicólogo, sino al hecho
de que la elección siempre tiene que ver con los otros (reales y fantaseados). El futuro nunca
es pensado en abstracto: nunca se piensa en una carrera o en una facultad despersonificadas.
Siempre será esa carrera o esa facultad o ese trabajo que cristaliza relaciones interpersonales
pasadas, presentes y futuras. Habrá que examinar las relaciones con aquellos otros con los
cuales se establecen relaciones primarias (miembros de la familia, parte o de otro tipo, por
ejemplo, pareja) y esos otros con los cuales se mantienen una relación de naturaleza
secundaria (fundamentalmente profesores, psicólogos, técnicos)
Para un adolescente definir el futuro no es sólo definir qué hacer sino fundamentalmente
definir quién ser y, al mismo tiempo, definir quien no ser. Cuando el adolescente se preocupa
sólo por el qué hacer, el psicólogo debería restituirle la parte de la realidad que esté
escamoteada. Tendrá que mostrarle qué forma de ser elige o quiere elegir. Y cuando se
preocupa sólo por el qué cosa ser, tendrá que mostrarle qué relación tiene el quehacer
concreto con ese modo de ser que se propone asumir.
En el vínculo que el adolescente establece con el futuro tendremos que diferenciar aspectos
manifiestos y no manifiestos. Estos últimos no son necesariamente latentes, en el sentido de
inconsciente o reprimidos. Entre vínculos manifiestos y no manifiestos podrá producirse
correlación, oposición, contradicción, disociación, etc. Los vínculos no manifiestos son tan
“reales” como los manifiestos, y los manifiestos también comprenden fantasías (conscientes e
inconscientes).
Los vínculos pueden ser actuales, pasados y potenciales. Los primeros son siempre los
aspectos manifiestos y no manifiestos de la relación con el profesional. Condensan y expresan
vínculos pasados (de la historia del sujeto) y potenciales (con objetos del futuro en términos de
proyectos). El psicólogo centrado en los vínculos actuales diagnostica los vínculos pasados y
opera sobre los potenciales.
La pregunta no debería ser ¿por qué este adolescente no puede elegir? Sino ¿por qué este
adolescente, en un momento tal como aquel en que se encuentra, puede no obstante llevar a
cabo una elección?
Una de las áreas en que ese ajuste habrá de realizarse se refiere precisamente al estudio y el
trabajo, entendidos como medios y forma de acceder a roles sociales adultos. Cuando se
realiza ese ajuste en el plano psicológico, decimos que el sujeto ha alcanzado su identidad
ocupacional.
La identidad ocupacional será considerada por lo tanto no como algo dado, sino como un
momento de un proceso que se halla sometido a las mismas leyes y dificultades que aquel que
conduce al logro de la identidad personal. Este planteo descarta de plano la idea de que la
vocación es algo dado, un llamado o destino preestablecido que hay que descubrir.
El carácter concreto está dado por el hecho de que la ocupación es el nombre que recibe la
síntesis de expectativas de rol en un contexto histórico social determinado.
Por rol entendido una secuencia pautada de acciones aprendidas, ejecutadas por una persona
en situación de interacción.
Muchas veces podemos conocer cuál es la resultante de una identificación, pero no qué es lo
que determina esa identificación. Sabemos que el adolescente que camina como el papá, lo
hace porque se ha identificado con él. Si el padre de un adolescente es abogado y el hijo quiere
estudiar derecho, podemos suponer entre otras cosas, que se ha identificado con el padre,
pero tal suposición no basta para comprender para qué y por qué se ha identificado con el
padre y por qué se ha identificado con ese aspecto del padre que es la ocupación y no con
otros.
Puede haber elegido la misma carrera que el padre, sin que ello se diera específicamente a una
identificación, así como puede haber elegido una carrera completamente distinta y eso sí
deberse a una identificación con su progenitor. Cuando hablo de identificación me refiero a su
función defensiva; tiene sentido si la ubicamos como una forma de superar un conflicto o una
contradicción. En cambio hablaré de identidad cuando las identificaciones pierden el carácter
defensivo original. Es decir, cuando hay una autonomía funcional de las identificaciones. Con
esto estoy anticipando que una elección basada sobre identificaciones no es por fuera una
mala elección. Puede ser una buena elección si se hace con autonomía de los motivos
originales que dieron lugar a la identificación con determinado ejecutor de un rol ocupacional.