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CONSTELACIONES

Ana Rocío Jouli

Paula Moya

Julieta Novelli

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Jouli, Ana Rocío; Moya, Paula; Novelli, Julieta
Constelaciones / Ana Rocío Joulí, Paula Moya y Julieta Novelli; con prólogo de
Miguel Dalmaroni - 1° ed. - Ciudad de La Plata: Erizo Ediciones, 2016.
73 pgs.; 21x15 cm. -

ISBN 978-987-42-2416-3
Primera reimpresión diciembre 2018
CDD A861

Edición y corrección.
Diego Aristi y Valentina López Aranguren

Diseño integral.
Agustín Jáuregui Lorda y Lucía López Aranguren

Ilustración de tapa.
Ana Paula López Gutiérrez

facebook.com / erizoediciones

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CONSTELACIONES
Ana Rocío Jouli

Paula Moya

Julieta Novelli

Prólogo: Miguel Dalmaroni

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PRÓLOGO
Estrellas extremas
Jamás se me hubiese ocurrido que alguna vez necesitaría escribir un prólo-
go en segunda persona. Pero hoy es esa vez, como si el efecto de interpelación
o de captura de lo que leo aquí fuese tal que pidiese –que me pidiese– la se-
gunda persona con la fuerza de una evidencia: estás, vos que leés, ante un libro
extremo repleto de páginas, frases, versos, imágenes, tonos donde te espera
la experiencia única de una conmoción para la que no tenés ni tendrás nunca
“palabras de este mundo”. Lo anoto así porque hace unos tres años que vengo
siendo transido -puesto fuera de mí y llevado a un estado de gracia pagana,
física e innombrable-, por los escritos de Julieta Novelli, de Ana Rocío Jouli y
de Paula Moya. Pero es solo desde hace algunas semanas (cuando Erizo me
regaló el convite de prologar Constelaciones y entonces trato de escribir sobre
ese estado y sobre qué lo provoca) que con la relectura de estas tres autoras en
este raro libro he ido comprobando en aliento, sangre y carne propia –por de-
cir–, qué significa eso que procura decirnos Lacan cuando anota que lo real es
lo imposible. Las escrituras que reúne este libro están muy lejos, por supuesto,
de pretenderse predio o Palabra de lo imposible, porque saben bien que nunca
nadie habla en lenguas; que solo disponemos de la Lengua; pero también que
la poesía puede –desde el interior de la Lengua y contra sus pretensiones–
volver evidencia cegadora la turbulencia perturbada, la compulsión disidente
y el margen incurable de indeterminación que callan pero no duermen en las
mazmorras de la alienación, vigiladas por esos impostores que el amo llama
gramática, lógica, cultura, sentido común, comunicación.
La escritura de estas tres mujeres parece haber nacido experta, como si hu-
biesen superado hace varias edades la edad de los comienzos o, mejor, como
si nunca hubiesen comenzado y estuviesen allí –en cambio– desde siempre.

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“Allí” quiere decir ese borde insoportable, tan temido como deseado, donde
–en un goce demencial de lo inaudito– una subjetividad ya perdida de sí pero
hipersensible parece a punto de tocarse con el sitio extremo donde el lengua-
je se torna su propio silencio y, por tanto, con toda la multiplicidad mutante
del inhumano universo.Entonces: tres voces que –cada cual a su manera pero
siempre animadas por alguna forma de la furia, de la intensidad o del maxima-
lismo– barren todo eso que los sentidos y el sentido entregan como contratos
hereditarios y vitalicios entre las palabras y las cosas, los nombres y la farsa
de las identidades. Barren con lo dado, lo disponible, lo dicho, lo consensuado,
dejan siempre en estado de sospecha o inquietud la nobleza de lo edificante,
mientras montan, a la vez, artimañas radicales de la protesta bajo las formas
inventadas de un habla sin rédito, un habla que subvierte o ignora los impera-
tivos de las economías del yo (aquí, el habla poética retiene cuando el habla
mundana reclama el don, la entrega o el pase; y derrocha cuando se le dice que
ahorre, atesore y mezquine).
Como un derrumbe, una caída o un plano inclinado con orografía cortante,
de Jouli a Moya y de esta a Novelli, Constelaciones es un libro inculto que nos
lleva desde una poética novedosamente clásica que vacía todo salvoconducto
tratable, hasta un parloteo salvaje donde parece no haber siquiera rastro remo-
to del más remoto de los tabúes. El lenguaje queda mucho más que magullado
en un enchastre de sus propios humores y flujos.
La pequeña gran proeza de la escritura de Anita Jouli reside en un extre-
mismo de lo que llamo la desproporción: cada poema sale drástica (y a menu-
do dramáticamente) de todo mundo (siempre en cada poema se sale de una
parcela dañada, íntima, microscópica, escondida, sentida o rara de un mundo),
porque la belleza impecable, nítida y refinada de la sintaxis se entrega a la
composición concluida de una imagen inimaginable. La frase perfecta ham-
brea siempre la gula de la interpretación (todo exégeta será fastidiado), hace
parcialmente posible una miríada cautivante de sentidos fragmentados y de-

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masiado conjeturales, los desplaza tersa pero radicalmente para acapararnos
en una rítmica de la prosa que solo un oído afinadísimo en la música del idioma
podría componer… y sin embargo (o por todo eso mismo) nos sumerge en un
estado narcótico que se agencia y pone a resonar con tonos ignorados lo que
no recordábamos haber abandonado en el pozo más oscuro y roto de la vida.
Es notable cómo –sin narrar casi nada ni insinuar explicaciones– la voz de
estos poemas –a veces cuadros o escenas más o menos dramáticos, fatales,
ensoñados– nos interna (no nos hemos dado cuenta cómo ni cuándo) en las
casi impalpables pero potentes entretelas de la angustia, el malentendido, la
fatalidad, la pérdida sin que extrañemos nunca, no obstante, la presencia de su
voz como amparo, refugio, condolencia o compasión.
Paula Moya inventó una particular capacidad de la voz poética (de la pri-
mera persona) para la flexión filosófica que se inmiscuye con intermitencia casi
tan homeopática como eficaz en textos dedicados más bien a asediar todo el
espesor emocional –amenazante o dichoso- de la materia en apariencia banal
de las rutinas y los vínculos, los trabajos y los días. Una mirada que –tanto en
el decir como en lo que mira- maximiza el espesor de toda experiencia de lo
mínimo, aunque se trate de un mundo engañosamente reconocible que gana
ajenidad sin expulsarnos por completo de sus fronteras. Leerla es enterarse de
todo lo estúpidos o despistados que podemos ser en nuestro trato desganado
con la materia pura, silenciosa o confusa de las cosas que aquí, en cambio, la
voz no nos permite pasar por alto. La poesía de Paula nos va cruzando, a la vez,
con efectos de lecturas y lecciones ya filtradas, tamizadas, selectivas, no solo
de la que suele llamarse (con un criterio cronológico algo elástico) “poesía de
los noventa”, sino más en general, de la mejor poesía argentina de las últimas
dos décadas. Moya le sabe a lo coloquial todas las patrañas del coloquialismo,
a lo cotidiano las del cotidianismo, y encuentra una voz fuerte, tónica, muy
conmovedora (y de una sabiduría envidiable y nada complaciente, entrenada
en el manejo emocional de las velocidades de las cosas y los tiempos, como la

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de una maestra Shaolín sudaca).
Nadie como Novelli construyó nunca en castellano una contra-sintaxis cul-
tural e idiomática como la de sus prosas, de un modo tan remotamente ajeno
a lo punible, ni con semejantes efectos de alteración severa del lector, que
sufre –en algún punto o segmento de cada uno de sus textos- un sobresalto
irrepresentable que lo expulsa de las galaxias del sentido, a la vez que lo deja
enlazado a una afección sin nombre que volverá cada vez en el recuerdo de la
primera lectura. Como torpe aproximación, suelo decir que las prosas entre
opas, barrialongas y deslenguadas de Julieta mezclan algo de Niní Marshall y
de las mejores tradiciones del absurdo cómico argentino, algo de Puig (mejor,
de ciertos nietos de los personajes de Puig que parecen afectados por unas dis-
lexias raras), algo de Aurora Venturini, mucho de los arrabales indómitos de la
música y las éticas tribales urbanas del siglo XXI, y sin dudas una intermitencia
despareja de resonancias turbiamente cortazarianas. El mundo y sobre todo la
voz que inventa Novelli son únicos e ignoro si hay algo que –en su extremismo
abombado y obsceno, amorosa o puerilmente obsceno– se le parezca en la
literatura argentina.
Pero este libro no es una constelación de tres estrellas, sino de cuatro. La
cuarta es bicéfala o bifronte, porque quienes vieron la constelación (porque la
inventaron) y nos la han compuesto y dado, son Valentina López Aranguren y
Diego Aristi, los editores de Erizo. El resultado extraordinariamente feliz y po-
deroso de la reunión, del montaje y de la reveladora secuencia de estos textos
aquí, es un brote copioso y único de la creatividad lectora de Valentina y Diego
juntos, que se vuelve ahora libro y entonces posibilidad cierta de multiplicación
de lecturas, transformación de lectores, y acontecimiento editorial para los
mundos de la poesía y la literatura argentina.

Miguel Dalmaroni

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Nota editorial
Tres poetas. Tres miradas
La presente edición propone un recorrido, entre tantos posibles, por tres
poetas que construyen miradas alternativas sobre la experiencia vital. Tres
poéticas diferentes, que nos abren un mundo donde las relaciones interperso-
nales son vividas con extrema consciencia y extrañamiento, delatadas como
meras imposturas. Pero allí donde la voz señala, se produce una posibilidad:
la emergencia de algo auténtico en las resonancias de un yo. Un viaje en co-
lectivo, la maternidad en tiempos de dictadura o unas vacaciones en Mar del
Plata pueden ser puntos de fuga hacia posibilidades impensadas.
Advertir el juego con los discursos y roles cristalizados que atraviesan la
cotidianidad, el monólogo solapado siempre en diálogo con un otro, el minu-
cioso trabajo con los detalles, es tan solo una de las múltiples maneras de
recorrer a estas escritoras. Que, por múltiples, son inagotables.
En este libro, el lector encontrará un símbolo al inicio de cada poema que
pretende ayudar a distinguir la autoría correpondiente. Esta decisión recae en
el deseo de habilitar una lectura sin interrupciones que refuerce el diálogo, la
constelación, que aquí proponemos.

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ANA ROCÍO JOULI

PAULA MOYA

JULIETA NOVELLI

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Quiero escribir para que me quede
algo que no sea yo,
ni nadie.
Si sabemos que existen esos momentos
en que no somos más que una cita bizarra de las canciones, de las historias…
Todos una vez escupimos al suelo y dijimos “eso era tu cara”,
o no?
Mirarnos en fotos, en esa carpeta “verano 2009”
es que te tumba.
Mi pelo y yo, mis cejas que no podían más
yo podía decir que la luna tenía cara de gordito
y era una verdad.
Ahora, que ya no tengo una cocker, ni zapatillas de abuela,
no trato de que me gusten los fideos de verdura.
No quiero que me crezcan las tetas y lloro:
por bronca
o en todas las escenas con música de fondo.
Me gustan las noticias trágicas porque me siento viva
es comprobar que el mundo está ahí
y vos, que no sé dónde andarás,
también,
desde donde me viste escupir el piso,
decir que ojalá hubiese sido tu cara,
y reírnos, después,
de las líneas que me di.
Ojalá no nos hubiésemos babeado con los ojos más abiertos
ojalá hubiésemos quedado en esas risas de borrachera sin fin,
siempre.

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Ojalá siempre vivir a diez cuadras del coto,
para ir a robar aire con vos.
Y el día que me enoje, mirar fijo al cajero,
al policía, al que nos da el pan,
para decirte:
“ahora me voy a coger a todos”,
y reírnos,
los dos,
de las líneas que nos dimos.

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1. MURMULLO

Sueña con una ruta de noche. Mueve los ojos como si la persiguieran. El
primer viaje solos, la discusión. ¿Estaba contenta? ¿Sospechaba algo? Mira-
ba los autos en la llanura, extraños animales ¿No era Europa? Vos siempre
creyéndole. Pero mueve los ojos ¡como si oyera! Quiere que la dejen sola.
Hagan silencio. Todo brillo es patético, especialmente para los hijos, pero
las conspiraciones y la herencia son del orden del homenaje. Sigan así y la
van a despertar. No duerme, solo se ausenta ¿Desaparece? Sueña con otras
de su especie ¿Y si suena el teléfono? No atiendan ¿Aunque sean los otros?
Aunque sean.

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2. DIDASCALIA

No hay nombres de ciudades, ríos ni provincias. Su ausencia tiene un sen-


tido musical. Las referencias geográficas son falsas: se inventa lo que no se
recuerda. Una muchacha acostada en el suelo de una habitación de cemento.
Esto es cierto. Le han cortado el pelo tan cerca de la piel que aún se ven al-
gunas cicatrices. Antes una cabellera magnífica que el hijo acariciaba hasta
que. El primer disparo hace que baje la luz. El segundo la apaga. Esta obra
solo será representada en países extranjeros.

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VELOZ LUMINOSA

Soy una imagen en la retina de los conductores


¿por qué preocuparme?
un flash, una ráfaga de luz, una figura
pedaleando contra el viento.
Sigue siendo de día pero las luces rojas y blancas de los autos
trepan y brillan
contra la avenida.
Soy una silueta alguien
que pasa
quisiera ser así de liviana
como esas imágenes
que se recortan un momento en la retina
y en seguida se disuelven
hacen lugar a otras
que hacen lo mismo
y forman un paisaje.
Algunas son más nítidas
otras más claras
otras borrosas
a veces se vuelven tenues
densas
pesadas.
Por ir pensando así
confundo las luces
y cruzo en rojo
alguien me insulta desde lejos,

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yo pienso: ahí quedé más tiempo
después voy a mezclarme con todo lo otro
¿Qué forma tiene todo eso otro?
líneas, puntos, chispas, redes
esas lucecitas de navidad con distintas funciones
hay una en que las luces se prenden de golpe
y se van apagando muy despacio
como un fuego extinguiéndose
como una vela cuando queda sin oxígeno
como la tele de antes.
No quiero preocuparme por esas formas de luz intermitente
que soy
para los otros.

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