Sunteți pe pagina 1din 2

Literatura y lectura

Guillermo Samperio

Carl Gustav Jung escribió que la literatura es un sueño dirigido y despierto; Octavio Paz expuso
que la poesía es el punto de encuentro del lector con el poema. No es aventurado decir que la lectura
es un sueño consciente, acto creativo, aventura espiritual, experiencia del mundo: el sueño de
algunos hombres que ha despertado a la humanidad.
Sin lectores no hay literatura. “Poema –dice Octavio Paz– es un organismo verbal que contiene,
suscita o emite poesía”. La lectura de un poema nos revela con mayor certeza, que la investigación
historiográfica o filológica, lo que es la poesía. El texto literario obliga a los lectores a tomar parte en
la composición del sentido de la obra. El lector implícito integra tanto la preestructuración del sentido
potencial del texto, como la actuación de su potencia a través del proceso de lectura.
La obra literaria tiene dos polos, el artístico y el estético, que Paz llama poema y poesía; el
primero se refiere al texto creado por el autor, el segundo a la realización cumplida por el lector. De
ahí que haya una distinción entre texto y obra literaria: mientras que el poema se refiere a la relación
entre el autor y el producto (siendo el lector solo una potencia), la obra literaria es el resultado del
producto de ese texto y una participación real del lector. La lectura es placentera sólo cuando el lector
es activo, creativo, permeado por una apertura lúdica.
La música es el silencio que hay entre las notas. Para Gastón Bachelard, la poesía es el primer
fenómeno del silencio: el poema deja vivo, bajo las imágenes, el silencio. Una obra literaria tiene
omisiones deliberadas, partes no escritas, huecos que serán llenados por la imaginación del lector.
“Los pájaros cesan su canto para escuchar la melodía del silencio”, escribió Bocángel.
El riesgo de la mala interpretación, en este sentido, es alto: muchas veces el entusiasmo y la
deformación profesional (psicoanalítica, filológica, biográfica, política, etcétera), han llevado a
exageraciones inadmisibles. Sin embargo, el texto mismo establece sus reglas de juego y entre ellas
los límites de la interpretación.
María Zambrano sugiere que en el acto de la escritura se va configurando ya el posible lector
del texto que va apareciendo.
En el décimo primer siglo de la fe cristiana, el retórico y gramático árabe Abdalqahir al Jurjani
dividió los tropos en dos tipos: los del intelecto, aquellos cuyo sentido se interpreta inmediatamente
y con certeza, por ejemplo: “vi un león”, refiriéndose a un hombre valiente; y los tropos de la
imaginación, aquellos cuyos sentidos son infinitos, requieren un proceso largo y difícil para ser
interpretados por aproximación: el objeto de “las riendas de la mañana” no es fácil de definir,
todo parece indicar que sólo es posible expresar aquello que se cree que es.
Según Roman Ingarden, quien ha desarrollado una visión inmanente en la obra literaria, el
mundo presentado en la obra no es reflejo del mundo exterior, sino un resultado de la relación de
frases. Jorge Luis Borges postuló dos arquetipos de escritor: el primero “se limita a registrar una
realidad, no a representarla”; el segundo, prefiere lo sugerido y lo expresivo. Uno es razonador,
piensa por conceptos y abstracciones; el otro, imaginativo, piensa por imágenes.
No leemos de la misma manera a Camilo José Cela y a Kafka: la forma del texto indica cómo
debe ser leído.
Según Wolfgang Iser, “este mundo —el literario— pasa delante de los ojos del lector como un
filme. Las frases son partes componentes en cuanto ellas hacen afirmaciones con reclamos u
observaciones; de este modo ofrecen perspectivas variadas del texto”. Es decir, las imágenes de la
lectura son más próximas al cómic que al cine. Gracias a que la lectura incita la imaginación del
lector, formular y relacionar frases produce una expectativa de lectura.
La lectura va creando perspectiva hacia el futuro y cambios hacia el pasado, proceso de continua
modificación, cada frase abre un horizonte particular (lo mismo ocurre con los sueños). Mientras
estas expectativas incrementan el interés por lo que vendrá, la modificación siguiente también tendrá
un efecto retrospectivo sobre lo que ya se leyó. De modo tal que lo ya leído puede adquirir un
significado diferente que el que tuvo en el momento su primera lectura. El poema, en cuanto a
entidad, es transformado, vivificado, soñado por el lector.
De esta manera, el lector obliga al poema a revelar su potencial de multiplicidad de conexiones.
Estas conexiones son el producto de la mente del lector operando sobre el texto. Por eso el poema
es inagotable y variado.
La función interna del lector implícito en el poema se completa por el lector real y su respuesta
mediante la lectura, convirtiéndola en una experiencia comparable con lo que comúnmente se
entiende como experiencia de vida.
La intensidad con que el lector percibe el poema refleja su propia disposición; a este respecto el
poema actúa como un espejo. Sin embargo, la realidad que ese proceso ayuda a crear es diferente
a la suya propia: descubre aspectos de sí mismo que le eran desconocidos.
La realidad del poema, aunque se alimente de hechos de algún modo conocidos y utilice códigos
más o menos familiares, es otra. Todo poema es una invitación a una aventura espiritual, a nuestra
identificación con personajes, hechos y experiencias.
La poesía no surge del poema sino del encuentro entre el poema y la mente del lector, con su
propia y particular historia, experiencia, conciencia y punto de vista.
El proceso de lectura es una metáfora de la experiencia vital, pero a la vez forma parte de ella,
ya que nuestra experiencia de vida incluye la experiencia de la lectura. Lo que sucede en el lector es
siempre, en mayor o menor medida, una transformación, ya que su experiencia es la de absorber,
dialécticamente, ese mundo ajeno, diferente al suyo, mediante una participación activa donde se
conjuga para obtener un resultado diferente. Cuando al despertar recordamos un sueño, lo
transfiguramos, ficcionamos y pasa a formar parte de nuestras experiencias, lo mismo ocurre con la
lectura. Abre un libro para soñar.

Guillermo Samperio (México)

Nació en 1948, es cuentista, novelista, ensayista, editor, coordinador de talleres literarios, entre otras
actividades. Ganó el Premio Casa de las Américas 1978 en la rama de cuento, La Habana, Cuba, con el libro
Miedo ambiente. Con el cuento "¿Mentirme?" obtuvo el Premio Instituto Cervantes de París, dentro del
concurso Juan Rulfo Internacional 2000 de Francia. Entre más de una decena de libros, ha publicado
Ventriloquía inalámbrica (novela), Océano-México, 1998; La cochinilla y otras ficciones breves (cuentos),
UNAM, 1999; Los franchutes desde México (ensayos), editorial Aldus, 2000; La Gioconda en bicicleta
(cuentos), Océano-México, 2001. Próximamente publicará Y después apareció una nave.
Recetas para nuevos cuentistas, Alfaguara, México. También en breve aparecerá su segundo libro en francés,
Gente de la Ciudad. Sus cuentos han sido antologados en castellano y otros idiomas.

S-ar putea să vă placă și