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DEMANDA
ANTE EL La demandante lo apeló ante el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Neiva, corporación
TRIBUNAL que lo revocó en integridad y, en su defecto, declaró que “existió lesión enorme en el contrato
celebrado…” por las partes, el cual, por ende, rescindió; brindó al demandado la opción de
restituir a la actora el inmueble materia de la negociación, previa devolución “de los dineros
cancelados aumentado en una décima parte”, o de “completar el justo precio con deducción
de una décima parte, conforme a los valores determinados en la parte motiva”; e impuso las
costas del litigio al sujeto pasivo de la relación procesal, proveído contra el que este interpuso
el recurso extraordinario de casación que se examina.
El juzgador se ocupó de establecer “si es pertinente la lesión enorme en la figura de la dación
en pago”. La Corte Suprema de Justicia y corroborado recientemente por la Corte
Constitucional, en consecuencia considera que el Juzgado, al negar la lesión enorme en este
caso concreto, es decir por tratarse de dación en pago, viola por interpretación errónea los
artículos 1946, 1947 del código civil y por falta de aplicación el artículo 8º de la Ley 153 de
1887, por lo que debe revocarse la providencia objeto de alzada y por consiguiente se entra a
estudiar si en el sub lite se cumplen los requisitos para decretar la lesión enorme deprecada
en el libelo introductorio”.
En tal orden de ideas, el ad quem fijó su atención en el artículo 1946 del Código Civil y en la
sentencia de la Sala adiada el 14 de octubre de 1976, luego de lo cual indicó que los
elementos que configuran la acción de rescisión por lesión enorme, son los siguientes:
a- Que verse sobre inmuebles y que la venta no se haya hecho por ministerio de la ley
b- Que el engaño sea enorme
Tras recordar que el artículo 1627 del Código Civil, el acreedor no puede ser compelido a
recibir cosa distinta a la debida, así la ofrecida tenga un mayor valor, afirmó el recurrente que
si la recibe, “aquel [el deudor] no puede alegar que dio algo de mayor valor a lo, acorde con el
título, debido”, lo que al tiempo traduce que “el solvens no puede exigir
del accipienscreditoris que le reembolse el exceso que lo otro dado tiene en relación con lo
debido, como tampoco demandar la rescisión, a pretexto de ser de (…) mayor valor y haber
‘sufrido’ lesión enorme”, como quiera que su propósito, el del deudor, no fue el de enajenar un
bien sino el de “solventar” o extinguir la deuda preexistente, comportamiento que
indiscutiblemente debe considerarse realizado de “buena fe y con inequívoco alcance:
solucionar la obligación”.
Así las cosas, en torno del significado de la comentada regla del inciso 2º del artículo 1627
del Código Civil, el casacionista apuntó que ella concierne, en primer lugar, con “el respeto al
principio de identidad de la prestación” y, en segundo término, con “el acatamiento pleno a la
autonomía de la voluntad, efecto primordial de obligarse: el contrato es una ley para las
partes (C.C., 1602)”, de forma que “si el acreedor acepta la propuesta y oferta de su deudor,
que pretende extinguir la obligación con otra cosa a la debida, que de mayor valor aquella es,
este asume, por razón y causa de su interés de liberarse del débito, lo que de oneroso tiene
pagar aliud pro alio. Entonces, el pago le resulta, objetivamente, más oneroso, pero se libera,
de manera definitiva, de la obligación, en tanto que así la extingue”.
Luego de contemplar la hipótesis contraria, en la que el valor de la cosa dada en pago sea
inferior en más de la mitad al del crédito, y de precisar que en este supuesto “el deudor
tendrá, a su favor —a semejanza de la exceptio doli del derecho romano— la excepción de
pago: extinción de la obligatio ope exceptionis”, el impugnante concluyó que la correcta
interpretación del precitado inciso 2º del artículo 1627 del Código Civil, en concordancia con
el artículo 1626 de la misma obra, “es inferir que la datio solutum (sic) no da lugar a la
rescisión por lesión enorme, por cuanto, además de ser un modo autónomo y, de suyo,
sustantivo de extinguir la obligación, el mayor valor de la cosa alium (sic) pro alio pertenece al
acreedor que ve su pretensión de modo anormal satisfecha, en tanto el pago no fue efectivo
(1626)”.
f) Para establecer la trascendencia del yerro denunciado, el censor señaló que la indebida
aplicación del artículo 8º de la Ley 153 de 1887 devino de la incorrecta identidad o semejanza
que el ad quem encontró entre la dación en pago y la compraventa; que a la utilización de
dichas teorías no hubiese podido llegar, si no hubiere considerado la primera de tales figuras
como contrato, lo que, al tiempo, lo condujo al equívoco de haber hecho actuar en el sub
lite los artículos 1946 a 1948 del Código Civil; que ese mismo error tiene su fuente en haber
desconocido el carácter excepcional y sancionatorio de la lesión enorme;
En definitiva, el recurrente solicitó casar la sentencia del Tribunal y, en sede de instancia,
confirmar el fallo del primer grado.
CONSIDERAC
El carácter sancionatorio de la lesión enorme, “encuentra su razón de ser no sólo en los
orígenes que históricamente inspiraron la figura, como se refirió en precedencia, sino también
en su naturaleza jurídico-sancionatoria - cabalmente entendida-, que hace su campo o radio
de acción restringido y que, per se, excluye toda aplicación extensiva o analógica”, naturaleza
que no se desvanece o desdibuja por “la opción o remedio equilibrante y justiciero que se
brinda al contratante beneficiado con el desequilibrio de impedir su materialización,
completando o devolviendo, según fuere el caso, el justo precio”.
“Es deber de los jueces respetar -inicialmente- la libertad de configuración que tiene el
legislador para establecer en qué casos es conducente la lesión”, puesto que “es a él a quien
le corresponde precisar el alcance y proyección de esa institución; si aplicable a toda clase de
negociaciones, o sólo a algunas de ellas, como sucede en tratándose del derecho nacional
vigente”.
“Es ese, por tanto, el marco legal atendible para definir, en el ámbito nacional, la cuestión
aquí discutida. Soslayarlo, ni más ni menos, implicaría derruir la plataforma preceptiva
existente, por más argumentos y raciocinios que en la esfera de la conveniencia se hicieren, o
por más ingeniosos planteamientos que se esbozaren, a pretexto de una aplicación extensiva,
analógica, amplificada o, en fin, irradiadora de los efectos –ex lege- asignados a la
compraventa, todo en nombre de la ‘justicia contractual’, tan en boga”.
“En materia contractual, hay que decirlo desde ya, es la regla la prevalencia -y preeminencia-
del principio de la autonomía privada -autorregulación de intereses, obviamente, en el marco
de ciertos límites-, del que, a la vez, se desprenden otros, entre los cuales brilla por su
significación, el de la obligatoriedad de los contratos legalmente celebrados para quienes son
parte en ellos -postulado de la normatividad de los actos jurídicos-, principios estos que
constituyen la base fundamental del propósito legislativo de brindar seguridad jurídica al
tráfico de bienes y servicios y que, al tiempo, se erigen en pilares que soportan el sistema de
la propiedad privada, claro está, interpretados en la época presente, de conformidad con los
principios y valores del Estado Social de Derecho”.
“En ese contexto se ubica, sin duda, la rescisión por lesión enorme, forma ésta de privación
de efectos negociales propia de los contratos conmutativos, es decir, de aquellos en que
“cada una de las partes se obliga a dar o hacer una cosa que se mira como equivalente a lo
que la otra parte debe dar o hacer a su vez”, según el concepto que de ellos expresa el
artículo 1498 del Código Civil, y que, precisamente, tiene lugar cuando se rompe o desvirtúa
notoriamente -en más de la mitad- la reciprocidad de las prestaciones surgidas con ocasión
de la respectiva convención”.
“En contraste, a la dación en pago le corresponde una función distinta. Sus celebrantes no
buscan con ella comercializar bienes, sino extinguir una obligación preexistente entre ellos -
función solutoria-. El deudor persigue liberarse del deber a su cargo, aunque con un objeto
distinto al convenido. El acreedor, al consentirla, permite que su derecho de crédito finalice,
mediante la
aceptación de una prestación diversa a la primigeniamente acordada”.
DECISION CASA la sentencia de 17 de febrero de 2006.
CONFIRMA la que en ese mismo asunto dictó, el 11 de marzo de 2004.