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Reanimando la mano mayéutica en nuestros tiempos: pensar nuestra educación en términos

socráticos
Texto: García Moriyón, F. (2012). Del rey filosofo al pez torpedo: metáforas sobre la
enseñanza de la filosofia. Cuestiones De Filosofía, (14). Recuperado de:
https://revistas.uptc.edu.co/revistas/index.php/cuestiones_filosofia/article/view/684/682

Emiliano Huerta Ortega

Didáctica de la filosofía

García Moriyón comienza el texto introduciéndonos al problema que incita el resto de la


argumentación. El problema en cuestión, cabe señalar, se sitúa en el contexto determinado
de la enseñanza de la filosofía en los niveles de secundaria y bachillerato en España. Nos es
recordada la constante amenaza de ser recortada de los planes de estudio a la que se somete
la filosofía, así como las manifestaciones de quienes abogan por su permanencia y que
sirven de contrapeso. En particular, se nos incita a no perder de vista que tal defensa es
montada sobre el pilar argumental que sostiene que nuestra disciplina es nada menos que
indispensable para la formación de una adecuada disposición crítica de las personas, desde
luego, junto al estudio de otros saberes identificados con las humanidades. Aquella es la
postura, por ejemplo, de personajes de la talla de Martha Nusbaum: la filosofía como forma
de desarrollar la empatía y la simpatía humanas.
A simple vista todo esto parece totalmente razonable. No obstante, hemos de ser
congruentes con aquel proclamado espíritu crítico y examinar más a fondo la fortaleza de
esa defensa. Para ello, dice García Moriyón, habremos de preguntarnos si nuestra
concepción de la enseñanza de la filosofía habilita la aceptación de esa tesis. Un
inconveniente es que no hay algo como una esencia intrínseca de la actividad filosófica, por
lo que no basta con una defensa genérica de la asignatura de filosofía. Si bien sus modelos
de enseñanza suelen ser susceptibles de capacitar ese enfoque crítico, lamentablemente es
también cierto que las prácticas que se llevan a cabo en la actualidad, casi siempre se

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quedan sólo en eso, en la susceptibilidad, no alcanzando emplear métodos que
efectivamente propicien el espíritu crítico y autónomo. Es en éste punto cuando el autor
propone dos maneras de analizar la situación de la enseñanza de la filosofía con intenciones
de formación de criterio: la primera sigue un modelo platónico, el del Rey Filósofo, y la
segunda uno socrático, el del pez torpedo.
Pero antes de profundizar en el abordaje de una y otra García Moriyón nos advierte que no
conviene pensar que la filosofía equivale totalmente a la enseñanza de la filosofía ni que
practicar la filosofía equivale, así mismo, a la formación del espíritu crítico. Así como las
humanidades y la filosofía pueden ayudar a ello, también es común que sean empleadas
para fundamentar dogmas. A ello agreguémosle que el mundo contemporáneo presenta una
tendencia a diversas crisis entre las que se encuentra la crisis de la especialización donde se
desarrolla un pensamiento fragmentado que deberemos combatir al sostener visiones más
generales del papel de las disciplinas en la educación, pues ninguna individualmente
considerada tiene garantía de producir ese aprendizaje (si bien se trata de una tarea que
tampoco debería dejarse en manos de todas las disciplinas a la vez).
Ahora, para introducirnos a las dos tendencias que se mencionaron anteriormente, el autor
pone ante nuestra atención la primacía que parece tener la noción de que la filosofía es, o la
cima de todo saber humano, o el fundamento último de éstos. Si nos enfocamos en la
segunda opción, vemos que, aunque no tenga las mismas pretensiones de “superioridad
ontológica”, sí presume de la labor filosófica como prioridad funcional del gran sistema del
resto de conocimientos, incluyendo los que rigen directamente la vida política. Rescatamos
eso último debido a que nos da la clave para saber por qué existe una fuerte resonancia de
la filosofía como “fundamento” en el modelo platónico del que hablábamos no hace mucho.
El Rey filósofo es una idea explorada en la República del fundador de la Academia;
encarna esa imperatividad de que, para que cualquier ciudad funcione óptimamente, debe
reinar alguien adentrado en la reflexión filosófica, que equivale a decir que los gobernantes
han de pertenecer a una minoría que ha pasado por un riguroso proceso educativo para
instruirse en el saber por excelencia.
Esa concepción, a la que se añade una proclamada igualdad de oportunidades, es la que en
buena medida determina nuestra educación actual. Para verter algo de luz sobre cómo es
que la noción de la primacía de la filosofía fue transformándose a través de la historia de

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Occidente hasta nuestros días, el autor inicia un repaso por la historia del pensamiento.
Aristóteles mantiene la postura platónica y es retomado por los pensadores cristianos
(teniendo el arquetipo del gobernante salomónico sabio) desde el Medioevo hasta el
Renacimiento. Descartes reconfigura esa primacía filosófica en la forma de la metáfora del
árbol del conocimiento humano, situando a la metafísica en las raíces. La Modernidad
mantendrá la misma tendencia, encarnándola, por ejemplo, en el despotismo ilustrado.
Hegel da un sentido último al desarrollo del estado prusiano: se trata se la reconciliación
del principio de subjetividad individual con la unidad del todo de la sociedad, proceso que
se da, desde luego, en la reflexión filosófica prusiana y europea.
No obstante, resultan interesantes los personajes que criticaron el papel de la filosofía como
saber, entre los que resalta Marx. Si bien claramente hegeliano es diversas cuestiones, el
alemán percibe esa reflexión filosófica más bien retraída como un factor alienante; en dado
caso los “reyes filósofos” serán los que componen la vanguardia consciente del proletariado
y transformen la realidad para su liberación. Se destacan también los casos de Hume y
Comte como negadores de toda metafísica, pero que ello no nos haga pensar que,
primordialmente el segundo, abandona por completo la concepción del rey filósofo y la
primacía de una disciplina científica capaz de guiar la vida política. En el caso español, es
el gobierno autoritario, dogmático y elitista de Franco el que introduce esa filosofía cargada
con la misma idea platónica a los planes de estudio del país, probando que el desarrollo de
espíritu crítico y el cultivo de la sociedad democrática no figuran entre sus cualidades
esenciales.
García Moriyón resalta en este punto la crítica que lleva a cabo Popper sobre la educación
filosófica platónicamente concebida, aseverando que es ella la culpable de dificultar el
establecimiento de una sociedad abierta y libre, además de asociar a Platón con el sistema
educativo obligatorio, encargado de seleccionar y preparar a los mejores, a los reyes
filósofos, para hacerse cargo del gobierno. El pensador austriaco, para el autor, nota además
algo particular en Sócrates que es de inmensa utilidad para repensar la enseñanza de la
filosofía: él sí mantiene la orientación igualitaria y democrática de la filosofía; la actividad
filosófica es aquí el reconocimiento de la ignorancia como punto de partida del proceso de
conocimiento. En eso último consiste el enfoque socrático que adelantábamos hace unas
páginas. El nombre de “pez torpedo” alude a la metáfora que propone el esclavo Menón, en

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su dialogo homónimo, para referirse a la manera que tuvo Sócrates para despertar la
reflexión en otros mientras él mismo reflexiona y hace que ambos se topen con su propia
ignorancia, a la manera en que el animal marino provoca afectos a sus contrincantes como
por arte de magia haciendo ambos aquel característico movimiento. Lo valioso de esa idea
reside en que no hay proceso de aprendizaje sin partir del reconocimiento de la propia
ignorancia, pero tampoco lo hay si no se atisba, ya sea desde el asombro, la curiosidad o la
perplejidad, que hay algo que permanece oculto y debe ser desvelado.
En el modelo del pez torpedo es más pertinente hablar de un proceso de aprendizaje que de
uno educativo; más pertinente hablar del papel del maestro como uno de acompañamiento
en el proceso de descubrimiento personal que como una transmisión de conocimiento y más
del profesor como un amante de la sabiduría, que no para de hacer preguntas, que como un
sabio. A la educación contemporánea le sería de gran provecho imitar algo de Sócrates,
quien se preocupaba seriamente por mejorar la capacidad de argumentación y razonamiento
de los seres humanos, ya que sostenía que el mayor bien para un hombre es tener
conversaciones acerca de la virtud y de otros temas, examinándose a uno mismo y a los
demás. García Moriyón nos muestra el otro lado de la historia del pensamiento occidental
donde fueron recuperadas aquellas nociones socráticas. Son mencionados los casos de
Pedro Abelardo, Tomás de Aquino, la faceta epistolar y dialógica de Descartes, el sapere
aude kantiano, las actualizaciones contemporáneas de Nelson y la filosofía para niños del
Lipman y Matthew.
Finalmente, el autor concluye reiterando el potencial que tiene ese modelo socrático de
enseñanza de la filosofía para fundamentar el argumento planteado al principio, que es el
que se suele usar comúnmente para defender la pertinencia de la filosofía en los planes de
estudio, en particular de educación secundaria y el bachillerato. Si se dice que la filosofía
sería pertinente en tanto que sea una de las principales disciplinas habilitadoras de
pensamiento crítico, autónomo, analítico y propositivo, deberíamos cuidar que el modelo de
enseñanza de la filosofía al que nos referimos sea uno en concordancia con tal misión, cosa
que, bajo ésta perspectiva, se logra no tanto buscando que el modelo del Rey Filósofo se
encarne en profesores, estudiantes y gobernantes, como optando por habilitar a los agentes
de la educación como peces torpedo, capaces de inspirar búsquedas, propuestas y

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cuestionamientos sobre las cosas a los educandos con la misma fuerza que los mueve a
ellos mismos.
Pensemos la propuesta de García Moriyón. Si bien la argumentación gira en torno al caso
español, se tocan puntos fácilmente relacionables al caso mexicano y latinoamericano, el
propio autor concederá que pertenecen una esfera de países en los que la situación de la
disputa por la permanencia de la filosofía en la secundaria y el bachillerato es muy similar;
por tanto, los frutos de su reflexión pueden nutrirnos. Incluso cuando el autor aborda la
defensa de la pertinencia de la enseñanza de filosofía a miras de cumplir con la lista de
ocho objetivos concretos de la legislación española (competencia en comunicación
lingüística, competencia matemática, competencia en el conocimiento y la interacción con
el mundo físico, tratamiento de la información y competencia digital, competencia social y
ciudadana, competencia cultural y artística, competencia para aprender a aprender y, lo más
importante, autonomía personal), podríamos notar que las instituciones equivalentes en
nuestra región siguen en buena parte lineamientos que abordan las mismas áreas. Lo que en
este caso inquieta y, según creo, pide atención es lo siguiente: García Moriyón busca
basarse en esos principios legislativos, que piden espíritu crítico, para advertir sobre ciertas
nociones dañinas establecidas alrededor de la superioridad de la filosofía para tal tarea
formativa, siendo que, irónicamente, el modelo del rey filósofo que sostiene esa primacía
acaba alejándola de la misión de autonomización. Pero no parece dispuesto, al menos
dentro de los límites del artículo, a analizar las consecuencias de las disciplinas críticas que
en algún punto deberían repensar y reconfigurar los principios legislativos mismos de los
que se ha hecho mano. Es decir, esos ocho principios y sus equivalentes en otras naciones,
así como lo que entienden por “competencia artística”, “competencia digital”,
“competencia social” o “autonomía”, en realidad emanaron de una concepción bastante
concreta de lo que un grupo relativamente cerrado de personas tiene por elementos de una
sociedad democrática y libre. Las propias ideas del texto deberían llevarnos a pensar que
incluso esos lineamientos, si bien provisionalmente nos ayudaron a idear soluciones para
una crisis actual específica de la filosofía, son dignos de ser eventualmente cuestionados,
precisados y reformados por ese nuevo ensamble de disciplinas que gravitan hacia el
modelo del pez torpedo. En ese caso la filosofía cumpliría con su parte en esta empresa al
aprovechar su capacidad de mover sus análisis a niveles de abstracción cada vez “mayores”

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y evitar que sean dogmatizados los principios que rigen su propia génesis educativa
contemporánea, por mucho que superficialmente promuevan la autonomía de pensamiento.
Hemos de ser críticos con qué entienden nuestras instituciones por “ser crítico”.

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