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Natalia Alonso-Alberca
Departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación. Facultad de Educación, Filosofía y
Antropología. Universidad del País Vasco.
Alberto Fernández-Angulo
Escuela de Doctorado. Facultad de Psicología. Universidad de Valencia.
Marta Fernández-Sánchez
Equipo de Orientación Educativa y Psicopedagógica Pozuelo. Consejería de Educación. Comunidad
Autónoma de Madrid.
Marta Giménez-Dasí
Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación. Facultad de Psicología. Universidad de Valencia.
Beatriz Lucas-Molina
Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación. Facultad de Psicología. Universidad de Valencia.
Harriet Tenenbaum
Departamento de Psicología. Facultad de Salud y Ciencias Sociales. Universidad de Surrey, Reino Unido.
Ana I. Vergara
Departamento de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación. Facultad de Educación, Filosofía y
Antropología. Universidad del País Vasco.
Prefacio
Créditos
Prefacio
Hace varios años que pensamos en editar este libro. Nuestro objetivo era recoger en castellano el
panorama actual sobre el desarrollo emocional en la primera infancia para que colegas y alumnos pudieran
acceder a esta información sin tener que pasar, necesariamente, por las ediciones anglosajonas. Siempre que
hablábamos de este proyecto, decíamos: «tenemos que hacer el libro». Al final nos referíamos a él como «el
libro», como si no hubiera otro en el mundo. Así pasaron varios años, hasta que en 2017 nos decidimos a
organizar dos simposios para poder vernos, contarnos y compartir parte de lo que llevamos años haciendo.
Compartir entre colegas la investigación que hacemos es una de las actividades más estimulantes que nos
quedan en el ámbito universitario. El libro ha sido la forma de conseguir que ese placer de compartir
conocimiento y reflexión no se pierda y pueda expandirse más allá de las salas de los simposios en las que
nos vimos en Santander y Oviedo en 2017.
La idea original era recoger los temas en los que cada uno trabaja, dándoles un marco más amplio que
nos permitiera salir de nuestra investigación concreta, y ligarlos a otros trabajos y teorías para poder
reflexionar sobre el estado de la cuestión. Así, organizamos varios bloques de temas. En el primero se
recogen cuestiones teóricas y metodológicas fundamentales. El capítulo de Laura Quintanilla constituye una
revisión crítica de las posturas teóricas que a lo largo de los años han intentado explicar qué es y cómo se
produce el conocimiento emocional. El panorama teórico es bastante complejo, y en muchas ocasiones
hemos sentido que no hay una teoría clara que explique cómo los niños 1 aprenden sobre emociones.
Aunque, evidentemente, no existe una única respuesta, el capítulo permite construir una visión clara sobre
el panorama teórico actual con sus luces y sus sombras. El capítulo de Natalia Alonso y Ana Vergara recoge
las herramientas de evaluación que se utilizan para acceder al conocimiento emocional en los primeros años
de vida y expone, con gran claridad, los importantes problemas metodológicos a los que debemos
enfrentarnos. El problema de la evaluación es muy complejo en cualquier ámbito de la psicología, pero
cuando se trata de la infancia temprana, la cuestión se complica mucho más. La creación de instrumentos
fiables de evaluación es una tarea fundamental que tiene muchos retos pendientes.
En el segundo bloque se exploran en detalle algunos componentes del conocimiento emocional y las
relaciones entre este y otros ámbitos estrechamente relacionados, como la teoría de la mente, la empatía o el
lenguaje. Los capítulos de Ariadna Peña, Inmaculada Montoya, Silvia Postigo y Laura Villena se centran en
componentes específicos del conocimiento emocional. Por una parte, Ariadna Peña explica cómo se
desarrolla el conocimiento emocional más sencillo, es decir, los componentes básicos que se refieren a la
capacidad para identificar las expresiones emocionales asociadas a las emociones básicas, la habilidad para
nombrar o etiquetar emociones y la capacidad para entender las causas o las situaciones que provocan las
emociones básicas. Como veremos, estos inicios de la comprensión emocional ya muestran importantes
relaciones con otras variables de ajuste psicológico. Por otra parte, Inmaculada Montoya, Silvia Postigo y
Laura Villena se centran en una de las habilidades más importantes y complejas del conocimiento
emocional: la regulación emocional. Esta capacidad, ligada a las funciones ejecutivas, tiene una especial
relevancia por el impacto directo que ejerce sobre la competencia social y emocional. Las autoras adoptan
un enfoque evolutivo y recorren los cambios que esta habilidad experimenta con la edad. Las relaciones
entre conocimiento emocional, teoría de la mente, lenguaje y empatía son enormemente complejas. En los
últimos años ha aumentado notablemente el número de investigaciones que intentan explicar estas
relaciones, pero quedan múltiples cuestiones sin responder. Renata Sarmento explora las relaciones o
influencias entre el conocimiento emocional y la teoría de la mente, sin olvidar el papel mediador que
parece tener el lenguaje. Este capítulo plantea, quizá, más preguntas que respuestas y destaca la dificultad
de comparar estudios que evalúan las habilidades de manera diferente. En este sentido, el enlace con los
problemas metodológicos que se tratan en el capítulo 2 es claro. Elisabet Serrat y Francesc Sidera
profundizan en las relaciones entre conocimiento emocional y lenguaje, una relación que ha salido a la luz
hace relativamente poco tiempo pero que ha abierto toda una línea de investigación a la que le queda mucho
recorrido. En este capítulo se plantear cuestiones ligadas a la conversación y el desarrollo emocional que
también trata Renata Sarmento y que se volverán a plantear cuando se aborde la influencia del género en el
desarrollo emocional. Además, se hace un interesante análisis sobre la influencia de las lenguas en el
desarrollo emocional desde un punto de vista cultural. Por último, en este bloque, Elena Gaviria realiza una
interesante revisión sobre la empatía, sus componentes y su relación con la inteligencia maquiavélica, el
conocimiento emocional y la conducta prosocial. Este capítulo se adentra, además, en cuestiones filo y
ontogenéticas de gran interés, ofreciendo así una perspectiva más amplia del fenómeno de la empatía.
El tercer bloque se dedica a explorar cómo influyen algunos contextos o variables presentes en contextos
en el desarrollo emocional (el género, los contextos de riesgo y la escuela). Harriet Tenenbaum y Ana
Aznar se adentran en las diferencias de género a la hora de expresar emociones y en cómo diferentes
variables, como la edad, la cultura o el interlocutor, afectan a esa expresión emocional siempre en función
del género. Este capítulo permite comprender cómo los roles y estereotipos de género afectan incluso a las
cuestiones más íntimas de cada persona —algo tan íntimo como la manera en la que cada uno expresa las
emociones— y cómo la cultura es un marco clave que moldea cómo pensamos, sentimos y nos
relacionamos. Alberto Fernández-Angulo revisa cómo los contextos familiares vulnerables o desajustados
influyen en el desarrollo emocional de los niños. Una de sus principales conclusiones es la importancia de
intervenir de forma temprana para compensar estos efectos y, sobre todo, la relevancia específica de la
regulación emocional. Para cerrar este bloque, y como enlace al siguiente, el capítulo de Mabel Encinas
recoge la interacción e influencia de las emociones en el aula, en el rendimiento académico y en las
interacciones entre iguales y entre alumnos y profesores dentro del contexto escolar. La observación
microgenética que se expone en este capítulo ofrece claves, que suelen pasar desapercibidas, sobre la
importancia y el impacto de la gestión emocional en el aprendizaje y en la propia actividad que se mantiene
dentro del aula.
Por último, el cuarto bloque aborda aspectos educativos o de intervención, revisando los programas de
intervención para la mejora y promoción de las competencias emocionales y sociales que existen en
Educación Infantil y sus efectos en los niños. Marta Fernández-Sánchez y Marta Giménez-Dasí ofrecen un
panorama completo y actualizado de las iniciativas de intervención validadas que en España y en contextos
anglosajones han mostrado ser eficaces. Como cierre final, se presenta una reflexión actualizada sobre el
acoso escolar, un fenómeno muy preocupante en el ámbito educativo, que revela las consecuencias —o al
menos una de las consecuencias— que puede tener un desarrollo emocional y social desajustado. Beatriz
Lucas-Molina revisa y reflexiona sobre el acoso escolar en el período de Educación Infantil y su relación
con la competencia emocional, poniendo de manifiesto la naturaleza contextual del fenómeno.
A pesar de que en estos capítulos se recoge el panorama investigador actual sobre cuestiones ligadas al
desarrollo emocional en los primeros años de vida y, probablemente, investigadores, doctorandos y alumnos
sean los lectores más interesados, creemos que los profesores de todos los niveles educativos e incluso los
padres podrían también interesarse por y beneficiarse de este conocimiento. Sin duda, los profesores de
Educación Infantil necesitan saber cómo se organiza y cambia el desarrollo emocional para poder trabajar
con niños de 0 a 6 años. Este desarrollo está en estrecha relación con las competencias sociales que se van
configurando en la etapa de Primaria y que tantas repercusiones tienen durante la Secundaria y, después, en
la vida adulta. Como muestra la investigación (véase Sánchez Puerta, Valerio y Gutiérrez Bernal, 2016,
para una revisión reciente en castellano), el impacto de las competencias emocionales y sociales en la vida
de las personas es enorme. Algunos estudios longitudinales, que siguen poblaciones amplias durante
muchos años, han encontrado una influencia muy significativa de estas competencias en el rendimiento
académico de los niños a lo largo de toda su escolaridad, además de una importante repercusión en las
decisiones que se toman sobre la trayectoria académica durante los años de escolarización. Como resultado
de esta influencia, la evidencia señala claramente que las competencias emocionales y sociales inciden en
algunos aspectos de la vida, como el tipo de trabajo que uno tiene, la remuneración que obtiene o la
posibilidad de sufrir momentos de inestabilidad laboral o desempleo.
Desde un punto de vista psicológico, las competencias emocionales y sociales son claves en la
adaptación del niño, es decir, en su ajuste conductual y psicológico. Muchos estudios muestran que los
niños con mayores competencias emocionales y sociales tienen menos problemas internalizantes (i.e.
depresión) y externalizantes (i.e. agresividad y ansiedad) y se muestran más prosociales, empáticos y
cooperativos con los demás. Estos rasgos revierten, lógicamente, en una mayor aceptación social, lo cual
incide en una mejor autoestima. Como sabemos, la autoestima es fundamental para el bienestar psicológico.
La valoración que hacemos de nosotros mismos condiciona la percepción de autoeficacia y, por tanto, las
expectativas ante los retos y metas que nos proponemos. Otra cuestión en la que las competencias
emocionales y sociales parecen incidir son las conductas de riesgo. Los niños y adolescentes con mayores
competencias emocionales y sociales se implican menos en conductas de riesgo y, por tanto, disfrutan de un
desarrollo más sano porque protegen su salud.
Todas estas cuestiones se encuentran muy relacionadas entre sí, pero si nos paramos a pensar en
términos más generales, podríamos afirmar que las competencias emocionales y sociales constituyen un
núcleo central de la persona que incide o repercute en muchos aspectos del desarrollo. Podemos resumir
toda esta investigación diciendo que las competencias emocionales y sociales tienen un efecto directo en
dos grandes áreas que afectan al desarrollo de las personas: la personalidad y la salud. Esta evidencia nos
permite atrevernos a afirmar, sin temor a equivocarnos, que cualquier persona que esté en contacto con
niños y adolescentes debe conocer cómo se produce el desarrollo emocional y social, qué impacto tiene en
la trayectoria vital de las personas y cómo se pueden mejorar o, en situaciones más desfavorecidas,
compensar y promover. Este es, quizá, nuestro último objetivo con este libro: extender el conocimiento que
hoy tenemos sobre cómo afectan estas competencias al desarrollo y promover entre todos los agentes
sociales un conocimiento científico y accesible para expandir el patente efecto positivo que el manejo de
estas competencias tiene para el desarrollo humano. Los retos a los que se enfrenta el mundo actual son
grandes y complejos, pero creemos de manera firme que intervenir en estas competencias desde la infancia
temprana contribuye al desarrollo sano, a la menor incidencia de los problemas de salud mental, a la mejora
de la calidad de vida de las personas, al aumento de la satisfacción vital y, en definitiva, a mejorar la
sociedad y el mundo en el que vivimos. En vista de la evidencia empírica actual, el principal objetivo de
nuestro trabajo es difundir este conocimiento entre el mayor número posible de agentes implicados en la
educación de niños y jóvenes.
NOTAS
1 A lo largo de todo el libro utilizamos el término «niño» en su acepción neutra, que incluye a los niños y a
las niñas.
PARTE PRIMERA
Teorías explicativas y aspectos
metodológicos
1
La relación entre emoción, cognición y conciencia en las
teorías del desarrollo emocional
LAURA QUINTANILLA
1. INTRODUCCIÓN
El objetivo de este capítulo es ofrecer una visión general de las teorías del desarrollo emocional en la
infancia. Estas teorías tratan de abordar distintos problemas del desarrollo: si las emociones son innatas o
adquiridas, qué función tienen en el proceso de adaptación al medio, cómo se relacionan la emoción y la
cognición o cómo las emociones, en tanto que experiencias subjetivas, se organizan y se relacionan con
otras áreas del desarrollo (i. e. desarrollo motor, cognitivo, social, adquisición de lenguaje y las habilidades
comunicativas). A su vez, esas propuestas teóricas del desarrollo emocional están franqueadas por
cuestiones más generales como la distinción entre emoción y sentimiento, el carácter de la emoción como
un experiencia subjetiva y consciente, la existencia de emociones básicas y no básicas, y los criterios o
requisitos para definirlas e identificarlas, la universalidad de las emociones básicas, las relaciones entre la
emoción y el cuerpo, los procesos fisiológicos y cerebrales o la relación entre la emoción y la cultura.
Ofrecer una panorámica de estas teorías es parecido, a primera vista, a observar un jardín que ha crecido
bajo el cuidado de diferentes criterios estéticos, esto es, anárquicamente.
En definitiva, adentrarse en la maraña de ideas que han ido tejiendo los estudiosos de las emociones en
la infancia puede resultar confuso; sin embargo, si a uno le gusta deleitarse, no sin cierta dosis de paciencia,
siguiendo el hilo para descubrir dónde está el nudo conceptual de las teorías, puede resultar una tarea
entretenida, como quien trata de desenredar una madeja de lana y se siente más que orgulloso por conseguir
deshacer el último nudo. No me propongo desenredar todos los nudos de la madeja. No obstante, es muy
posible que con este capítulo el lector pueda obtener información general sobre cuáles son las teorías del
desarrollo emocional, y con esto yo me daría por satisfecha, ya que significaría que he conseguido
sistematizar esta información. Aun así, no renuncio a la posibilidad de poder transmitir, aunque sea con
indicaciones generales, cuáles son los caminos que nos han guiado para llegar a esta diversidad de teorías
sobre las emociones e intentar atisbar alguna vía para la investigación futura. Presento las teorías abordando
dos cuestiones relacionadas: la emoción y la cognición y la emergencia de la conciencia.
TABLA 1.1
Fases de la evolución de las conductas socioemocionales en la primera infancia propuestas por
Trevarthen (adaptado de Trevarthen, 2005)
Volviendo a este interesante período de expansión de actividad del niño, tanto Reddy (2012) como
Trevarthen (2005) plantean que los bebés descubren que ciertas expresiones y actividades, como «hacer
gracias» (clowning), tienen la función de provocar que el otro se mueva, se ría o reaccione. Reddy (2012)
reflexiona sobre la importancia de ser movido y de mover a los demás 6 . Es el convencimiento de que los
pensamientos, acciones y uno mismo están conectados con los demás, plantea Reddy. Es un modo de
sentirse visto y conectado, como es el caso de la imitación. Los bebés son movidos por los adultos, son
imitados, y este proceso es una forma de conexión, de validación, de ser y sentirse afirmado. En cambio,
cuando esto no ocurre y aparece la privación social, las consecuencias producen un daño devastador y
profundo en todos los ámbitos del desarrollo social, emocional y cognitivo en los niños. Esto es lo que
muestran los estudios de Rutter, Keppner y O’Connor (2001), quienes analizaron los comportamientos de
los niños residentes en los orfanatos de Rumanía, donde las condiciones de privación y abandono eran
extremas. Los niños de estas instituciones mostraron comportamientos de autoestimulación, como mecerse,
tocarse a sí mismos, balancear la cabeza, rutinas y comportamientos muy parecidos a los que presentan
niños con trastorno autista. Esto es, la negación y el abandono o ser ignorado por el otro provocan el
profundo vacío del desconocimiento del yo. En este sentido, es pertinente mencionar también la aportación
de Cadwell (2006; véase también Zeedyk, 2006). Estos investigadores mostraron que los niños y adultos
con autismo aumentan sus intentos comunicativos cuando son imitados. En esta misma línea de
razonamiento, el procedimiento ideado por Tronick y su equipo (Tronick, Als, Adamson, Wise y Brazelton,
1978), el paradigma denominado still-face (cara inmóvil/inexpresiva), muestra la necesidad de ser visto,
notado, señalado y de estar conectado con el otro. El procedimiento consiste en que el adulto, después de un
período de comunicación fluida cara a cara con el niño, interrumpe esta comunicación mostrando una cara
inmóvil. La reacción inmediata del niño es intentar reenganchar la conexión perdida. Reddy propone que no
solo es la necesidad de ser visto y estar conectado, que el otro advierta tu presencia, sino también de mover
y emocionar a los demás. Los bebés, antes de un año de vida, descubren que, ejecutando ciertas acciones, y
con la adquisición de sus nuevas habilidades motrices, hacen alguna «gracia» que provoca una reacción
emocional en el adulto, de tal modo que empiezan a lucirse, intentan ser vistos, incluso bromear, buscando
emocionar y mover al otro (Reddy, 2012).
En definitiva, las teorías innatistas de Carroll Izard y Colwyn Trevarthen nos plantean dos modos de
entender las emociones. Aunque Izard reformuló su teoría a lo largo de los años, se reafirma en la idea de
que los bebés nacen con la capacidad de diferenciar emociones, aunque ya no las llame básicas, sino
esquemas emocionales. Su idea es que los humanos nacemos con patrones predispuestos genéticamente. Es
importante señalar que Izard no presenta una cronología de la aparición de las emociones, aunque sí indica
que la relación entre la cognición y la emoción es dinámica, y tal como las presenta en sus siete principios
de la teoría, no parece decantarse por una primacía entre la cognición y la emoción en su versión más
reciente de la TED 7 . Por el contrario, Colwyn Trevarthen ofrece una idea muy clara de la primacía de las
emociones en relación con la cognición y la conciencia. La intersubjetividad (relación con el otro) es un
vínculo social que sin mediación de las emociones es inviable en la posición de Trevarthen. Además, solo
es posible que la diferenciación entre el Yo y el Otro se produzca a partir de la interacción afectiva entre el
bebé y el adulto. Es evidente que, desde esta perspectiva, Trevarthen no divide las emociones en básicas y
no-básicas en una clara secuencia evolutiva. Más bien plantea la existencia de ciertas emociones como el
orgullo, la vergüenza o la timidez como emociones que mueven al bebé para implicarse socialmente. Desde
este espacio van emergiendo los primeros indicios de la autoconciencia.
Figura 1.1.—Representación esquemática de la progresión gradual del etiquetado emocional. Las flechas
indican el flujo de la diferenciación (adaptada del original de Widen, 2013).
En otros estudios Widen y Russell (2002, 2004) encuentran el llamado efecto de la superioridad de la
etiqueta y del comportamiento. En estos estudios, confrontan las predicciones de la teoría innatista, que
postula las expresiones faciales como claves potentes para el conocimiento emocional, con las defendidas
por la teoría de la construcción social, que plantea el lenguaje como un recurso más potente que las
consecuencias del comportamiento. Ambas tesis se oponen a la suya, la del comportamiento entendido
como un script —una narración de una conducta típica con reacciones fisiológicas a los escenarios
emocionales. Los estudios demostraron que, efectivamente, los niños muestran una mejor comprensión de
las emociones cuando se utilizan etiquetas y scripts que cuando se usan las expresiones faciales. Nosotras
(Giménez-Dasí, Quintanilla y Lucas-Molina, 2017), en un estudio reciente, evaluamos el conocimiento
emocional de la alegría, la tristeza, el miedo y el enfado. Utilizando entrevistas abiertas, pedíamos
definiciones de estas emociones a niños de 4 años de dos grupos culturales distintos, niños gitanos y
payos 11 . Las respuestas fueron clasificadas en función del tipo de descripción que los niños hacían: si
usaban la expresión facial (i.e., hacer el gesto cuando se le pregunta qué es estar alegre), la etiqueta
emocional (i.e. ¿qué es estar alegre?: contento, feliz, muy bien, etc.) o se referían a una situación causal (i.e.
«cuando estás jugando»). El efecto de la superioridad de la etiqueta la encontramos solamente en la alegría
en los niños payos, pero no en los gitanos. Estos utilizaron más situaciones causales (scripts) para definir la
emoción. Encontramos diferencias entre los grupos culturales al analizar las diferentes emociones: un grupo
usaba más la etiqueta y otro la expresión facial. Esto es, el uso de las etiquetas, scripts o expresiones
faciales variaba en términos del tipo de emoción que debían definir y del grupo cultural.
Es posible que las respuestas de los niños de los dos grupos culturales acerca de las definiciones estén
influidas por sus experiencias cotidianas en su entorno cultural. En efecto, esto es lo que mostró el análisis
de regresión, según el cual la pertenencia a uno u otro grupo étnico explicó el 35 por 100 de la varianza. Al
contrario, la contribución del lenguaje a la variabilidad entre los grupos, que también fue evaluada mediante
un test, no resultó significativa, a pesar de que los niños gitanos puntuaron más bajo que los payos.
Estos resultados advierten que las prácticas culturales y el entorno socioeconómico son determinantes en
la adquisición del conocimiento emocional. El uso del lenguaje o de la expresión facial o el script como
medio para expresar o definir lo que significa una emoción dependerá del tipo de emoción. Los niños
gitanos evaluados en este estudio procedían de una zona marginal y están más expuestos a ciertos riesgos y
peligros que los niños payos, quienes procedían de una clase media alta. Como vemos al comparar grupos
culturales diferenciados, la experiencia emocional y el conocimiento emocional no pueden estar fuera de la
experiencia social y cultural.
En resumen, la tesis construccionista de la diferenciación gradual de las emociones supone que: 1) los
humanos no nacemos con cierto conocimiento sobre las emociones básicas, y estas no están determinadas
biológicamente; 2) las expresiones faciales no son reconocidas por los bebés en términos de emociones
discretas, ni son el inicio del conocimiento emocional; 3) los niños pequeños de 2 a 3 años entienden las
emociones en función de la valencia emocional (positiva o negativa) y de activación, y 4) la progresiva
categorización de las emociones llamadas básicas es un punto de llegada que se produce a través de los
scripts o guiones para su comprensión y diferenciación.
NOTAS
2 Phineas Gage sufrió un grave accidente en el que una enorme barra de hierro le atravesó la mejilla y salió
por la parte superior de la cabeza. A pesar de la severidad del accidente, Gage tuvo una extraordinaria
recuperación. Sus funciones cognitivas y el lenguaje quedaron intactos. Sin embargo, su comportamiento
cambió totalmente. Se volvió bastante rudo, descuidando las normas mínimas de convivencia hacia los
demás, y algunas de las decisiones que tomó después de su recuperación lo llevaron a perder a su familia y
amistades. El lector puede encontrar una descripción más detallada en el libro de Damasio (2006).
4 Son las siglas en inglés del sistema de codificación de la acción facial, Facial Action Coding System,
elaborado por Ekman y Friessen (1976). Actualmente existe una versión de lectura automatizada de
codificación facial (Lewinski, Uyl y Butler, 2014).
5 Este concepto en inglés, relatedness, tiene varios significados. Puede indicar algo así como parentesco,
relación con otro o afiliación, pero lo hemos traducido como el vínculo, como una propiedad de los
humanos para relacionarnos con los demás.
6 Esta reflexión se encuadra dentro de la discusión sobre la emoción y el movimiento del cuerpo como una
parte fundamental de la relación entre las emociones y las expresiones.
7 Aunque Izard (1978) planteaba la primacía de las emociones como un soporte para la cognición y la
conciencia, esta concepción ha ido derivando a posiciones distintas, más parecidas a las que plantea Lewis
sobre la necesidad de la cognición para experimentar emociones.
8 El problema con el significado individual supone un dilema importante, porque, si esto es así, cada
individuo tendría la tarea de reinventarse nuevamente la interpretación de las cosas (el significado), y
supone además que los significados están en la cabeza del individuo. Desde una perspectiva más
constructivista, el significado no está en la cabeza, sino que los significados se van construyendo en la
relación con el otro. El adulto, que es un individuo ya socializado, conoce muchos significados, y en la
interacción con los niños estos van construyendo lo que significa la realidad que comparten.
9 La emoción del showing off no tiene una traducción en español como emoción, sino que es más bien una
acción de lucimiento, una especie de exhibicionismo causado al haber conseguido algo. En el adulto es más
parecido a mostrarse orgulloso. Un ejemplo es cuando el bebé trata de abrir un bote y, no sin cierta
dificultad, lo consigue, mientras el adulto lo observa y el niño mira al adulto con expresión de satisfacción,
tratando de llamar la atención sobre su logro. Finalmente, el adulto le halaga por el logro conseguido.
10 Las tesis constructivistas y construccionistas comparten algunos principios, como que la concepción de
la realidad es una construcción. La diferencia entre ellas es que el constructivismo plantea una relación
entre sujeto y objeto que conoce, mientras que los construccionistas sociales hacen énfasis en la relación
social que media en el proceso de conocimiento. La interacción con el objeto de conocimiento requiere de
la relación con los otros.
11 Este es el nombre que los gitanos asignan a los que no son de su etnia.
12 Siguiendo la propia lógica de Harris, uno se siente feliz cuando el deseo se ha satisfecho, no antes. En la
historia, ver el bote de leche no es una condición que satisfaga el deseo de A. Creer que hay leche en el bote
no significa tampoco que se quiera la leche (Arias, 2008). Probablemente para resolver la tarea de la
predicción de emoción basada en la creencia falsa hay que realizar una suerte de inferencias, como que A se
acerca al bote de leche y, por tanto, es probable que quiera leche, y que se la quiera tomar. Y si cree que hay
leche, entonces se sentirá contento.
2
¿Cómo se evalúa la competencia emocional? Aspectos
metodológicos
NATALIA ALONSO-ALBERCA
ANA I. VERGARA
1. INTRODUCCIÓN
Las emociones se experimentan y perciben desde el inicio de la vida. En el transcurso de los primeros
años comienzan a desarrollarse y afianzarse las habilidades para captar la información que estas aportan y
para operar con ellas (Lewis, 2008). Esos primeros años constituyen una etapa fundamental porque en ellos
se dan abundantes e intensas vivencias emocionales, valiosas oportunidades para configurar los cimientos
de la competencia emocional futura (Denham, 1998; Greenspan y Thorndike, 1997). Así, esta etapa inicial
de la vida es fundamental para aprender a manifestar las emociones propias, captar las de otras personas y
responder adecuadamente ante ellas, habilidades que van a redundar en el bienestar y en la salud del niño
(Heras, Cepa y Lara, 2016).
En las últimas décadas, se ha abordado esta cuestión desde diferentes perspectivas y modelos, dando
lugar a abundante evidencia científica. A la hora de hacer referencia a las habilidades para procesar las
emociones y a las estrategias que se ponen en marcha derivadas de dicho procesamiento, existe una variada
terminología. Así, para estudiar esta cuestión, nos encontramos con términos como «habilidades
emocionales», «inteligencia emocional», «competencia emocional», «conocimiento emocional», entre otros
(Mayer, Roberts y Barsade, 2008; Ordóñez y González, 2014). De entre esta variada terminología,
destacamos el constructo competencia emocional, la cual se define como la capacidad funcional de la
persona para alcanzar sus metas tras una situación de activación emocional (Saarni, 1999). Así, la
competencia emocional hace referencia a la efectiva puesta en marcha de un conjunto de habilidades
dirigidas a captar y procesar la información emocional, así como a generar respuestas ante dichas
situaciones. Las habilidades emocionales que emergen en las primeras etapas del desarrollo son la expresión
y la percepción de emociones básicas, para las cuales los niños muestran una temprana e innata capacidad,
lo que nos aporta evidencia de la predisposición a la comunicación a través de las emociones.
Siguiendo con el desarrollo, antes de los 2 años se pone en marcha la habilidad de comprensión
emocional, gracias a la cual el niño capta las causas y las consecuencias de las emociones, tanto de las
propias como de las de otras personas. También comienza a etiquetar, a poner nombre a estas emociones
que observa o siente.
En la cima de las habilidades emocionales se halla la regulación emocional; antes de llegar al tercer año
de vida los niños ponen en marcha la habilidad para regular las emociones, es decir, toman iniciativas
dirigidas a modificar la reacción emocional, en relación tanto con su expresión como con su intensidad o
con su duración, adecuándola de este modo para alcanzar sus objetivos personales (Gross y Thompson,
2007).
En el período comprendido entre los 3 y los 6 años, la mayoría de los niños experimentan grandes
progresos en sus habilidades emocionales, lo que les permite entender y gestionar mejor una vida emocional
que se va tornando más compleja y variada, y así ajustarse paulatinamente a los diferentes entornos en los
que se desenvuelven. En esta etapa del desarrollo, se establece una sólida base de conocimiento de la vida
emocional, que se evidencia en la creciente capacidad para reconocer y etiquetar emociones, para hablar
sobre las causas de las emociones y para poner en marcha acciones que sirvan para regular el estado
emocional propio y el de otras personas (Zeidner, Matthews, Roberts y MacCann, 2003). A ello contribuye
el incremento significativo de las experiencias sociales en las que el niño se ve implicado, así como su
creciente autonomía y la mayor determinación de su identidad (Saarni, 1999). Su puesta en marcha va a
depender, en cierto grado, del contexto en que se encuentre, de la emoción concreta de la que se trate o de la
intensidad emocional con la que viva la situación.
En este sentido, como profesionales implicados en el desarrollo y el bienestar infantil, debemos ser
conscientes de la relevancia que tiene forjar una base sólida de habilidades emocionales desde los primeros
años de la vida, y de la importancia que tendrá nuestra implicación activa dirigida a favorecer la
consolidación de dichas habilidades emocionales, tanto detectando fortalezas y limitaciones como
generando propuestas para potenciar el ajuste del niño, promoviendo estas habilidades.
No cabe duda de que para lograr estos objetivos hemos de contar con recursos que nos ayuden a
constatar el avance en la adquisición de las habilidades emocionales. En este sentido, en múltiples ocasiones
será necesario determinar el nivel de desempeño del niño en ellas y detectar las posibles dificultades que
surjan en su adquisición, todo ello dirigido a poder realizar una evaluación del proceso que permita
identificar los aspectos concretos a los que prestar especial atención o sobre los que sea conveniente
intervenir. Para ello es imprescindible contar con herramientas y estrategias de evaluación válidas y fiables
que permitan realizar el diagnóstico de la situación y su seguimiento.
Así, en este capítulo se justifica la importancia de evaluar la competencia emocional, y se aportan una
serie de criterios que han de guiar esta práctica, así como pautas y recomendaciones para una aplicación
rigurosa que garantice la fiabilidad de los resultados. A continuación se ofrece una revisión de las
herramientas de evaluación disponibles que pueden ser de utilidad para profundizar en la competencia
emocional en la primera infancia, y se plantean una serie de retos a alcanzar en el ámbito de la evaluación.
Con ello se pretende prestar orientación a los profesionales que, tanto en el ámbito de la investigación como
en el ámbito aplicado, tengan como objetivo evaluar las habilidades emocionales de los niños en los
primeros años de la infancia.
TABLA 2.1
Instrumentos de medida empleados en la evaluación de las habilidades emocionales en población infantil
Habilidad evaluada
Rango
Herramienta Informante
de edad Expresión Percepción Comprensión
AKT 30 Niño/a x x
meses-
5 años
Lab-TAB 6 Niño/a x
meses-
5 años
TIEFBI 30 Niño/a x x
meses-
11
años
6. CONCLUSIONES Y RETOS PARA AVANZAR EN LA EVALUACIÓN
DE LAS HABILIDADES EMOCIONALES EN LA INFANCIA
La revisión presentada en este capítulo pretende dotar a los profesionales que trabajan con niños de la
primera infancia de una panorámica acerca de los recursos disponibles para la evaluación de las habilidades
emocionales a esta edad, así como de un conjunto de propuestas que constituyen lo que podríamos
denominar buenas prácticas a la hora de llevar a cabo dicha evaluación.
Por supuesto, partimos de la premisa de que la intervención debe ir acompañada de la evaluación de su
impacto, ya que es la única forma de avanzar en el conocimiento de este ámbito en el que la investigación
está aún en los primeros pasos de su desarrollo. Y esto se debe, en gran medida, a la complejidad que tiene
la recogida de datos con niños de tan corta edad. A pesar de ello, y como se ha evidenciado en las páginas
precedentes, en los últimos años se están haciendo importantes esfuerzos en nuestro país para poder contar
con herramientas válidas y fiables en esta franja de edad.
A modo de conclusión, ha quedado evidenciada la necesidad de que la intervención y evaluación de las
competencias emocionales sea abordada desde equipos multidisciplinares en los que se combinen los
conocimientos del ámbito educativo, de los currículums escolares en los que deben incluirse las
intervenciones, de la psicología evolutiva, de la metodología de investigación y de la psicometría, entre
otros. Así, consideramos necesario sensibilizar a los responsables del ámbito educativo sobre la necesidad
de configurar equipos multidisciplinares en los que educadores, padres y madres, psicólogos y pedagogos
aporten sus conocimientos especializados en cada área.
Asimismo, se ha puesto de manifiesto que la evaluación de las habilidades emocionales debe contemplar
otras variables concomitantes que tienen un alto valor predictivo en estos estudios, como son la edad, el
sexo, la competencia verbal, dimensiones del contexto familiar, etc., así como variables criterio tales como
las habilidades sociales, los problemas conductuales, los problemas internalizantes o externalizantes, la
adaptación al entorno escolar o el rendimiento académico.
Centrándonos en las herramientas de medida, es clave seguir avanzando en la adaptación y/o creación de
instrumentos que permitan una evaluación válida y fiable de las habilidades emocionales en esta edad. Para
ello es necesario que los psicólogos elaboren y/o adapten herramientas y que, a la hora de publicar estos
instrumentos, incluyan un manual de evaluación en el que se expongan con detalle y claridad los elementos
descriptivos básicos, los objetivos que se pretende abordar, las habilidades objeto de medición y las edades
para las que dicho instrumento es adecuado. Asimismo, es necesario que en dichos manuales se aporten
evidencias de los distintos tipos de validez (constructo, convergente, discriminante, etc.), así como los
índices de fiabilidad y otras propiedades psicométricas, como la estructura factorial del instrumento. Por
último, consideramos de suma importancia que en dichos manuales se incluyan las especificaciones y
orientaciones necesarias para que los profesionales que vayan a utilizar la herramienta puedan aplicar la
medida con seguridad y garantías respecto a su aplicación y corrección. Asimismo, es necesario incluir los
posibles problemas o incidencias que el evaluador deberá afrontar teniendo en cuenta la población objeto de
estudio. En este sentido, no debería descartarse la posibilidad de publicar protocolos de entrenamiento para
la aplicación de las medidas.
Una vez realizada la evaluación, será necesario contar con expertos en el tratamiento y análisis de los
datos, aunque también los manuales aludidos podrían incluir algunas pautas básicas para la realización de
análisis estadísticos básicos que guíen en la interpretación de los resultados obtenidos y que permitan la
extracción de conclusiones.
En definitiva, es necesario avanzar en la adaptación y/o elaboración de herramientas, tarea en la que un
reto a afrontar es la elaboración de una herramienta única en la que se integre la medición de todas las
competencias emocionales.
Es imperativo para el bienestar a largo plazo de los niños y el éxito académico tener herramientas de
evaluación que ayuden a identificar las fortalezas y debilidades en las habilidades emocionales (Denham,
2006), que permitan evaluar la efectividad de las intervenciones e iniciativas para promover la competencia
emocional.
En conclusión, pensamos que las habilidades emocionales desempeñan un papel clave en el ajuste desde
los primeros años, ya que tienen implicaciones tanto a corto como a largo plazo, promueven la adaptación y
previenen la aparición de problemas sociales y emocionales. Las habilidades emocionales se pueden
enseñar para proteger a los niños y las niñas de problemas y dificultades y para mejorar su vida. Estas
habilidades deben nutrirse de manera continua o, de lo contrario, pueden perderse.
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PARTE SEGUNDA
El desarrollo emocional en detalle
3
La comprensión de los componentes básicos del
conocimiento emocional: identificación, expresión y
causalidad
ARIADNA PEÑA MEDINA
1. INTRODUCCIÓN
En este capítulo se describen algunos de los estudios realizados sobre el conocimiento emocional en
niños desde el primer año de vida hasta la pubertad, aunque nos centraremos en los primeros años de vida.
De forma específica, nos referiremos al conocimiento de los denominados «componentes básicos» del
conocimiento emocional. Este conocimiento se relaciona con la capacidad para identificar y entender las
expresiones faciales asociadas a emociones, la capacidad lingüística para nombrar las emociones y la
comprensión de las situaciones que causan unas emociones u otras. Este conjunto de conocimientos sobre
las emociones se ha denominado «básico» porque, según algunos autores, constituye las primeras
dimensiones del conocimiento emocional que el niño adquiere. Como hemos visto en el primer capítulo, no
todos los trabajos apoyan esta visión y no todos los autores defienden esta idea de componentes básicos. Sin
embargo, existe todo un cuerpo de estudios empíricos que han abordado cómo los niños pequeños van
adquiriendo estos conocimientos referidos, principalmente, a las emociones básicas. La relación entre los
propios componentes, la relación entre los componentes y las distintas emociones básicas, la pauta
evolutiva y la relación con otras variables son aspectos recogidos por este tipo de trabajos. Esta es la
información que intentaremos presentar de forma ordenada en este capítulo.
2. IDENTIFICACIÓN DE EMOCIONES
Podría considerarse que la comunicación emocional no verbal constituye la base y el primer contacto
comunicativo entre el bebé y el adulto. Así, durante el primer año de vida los bebés comienzan a reconocer
emociones en las expresiones faciales o el tono de voz de los otros, lo que se conoce como «conocimiento
emocional receptivo» (Morgan, Izard y King, 2010). En la interacción con el adulto, los bebés expresan
diferentes estados emocionales (de alegría, enfado, tristeza y miedo) que son interpretados por el cuidador
y, al mismo tiempo, observan diferentes estados emocionales en sus expresiones faciales. Haviland y
Lelwica (1987) detectaron que bebés de 5 meses aumentaron el interés y la manifestación de alegría al ver a
sus madres mostrando alegría. En cambio, cuando sus madres manifestaban enfado, los bebés mostraron
enfado, pero no interés, y raramente expresaron tristeza, ni siquiera cuando esta era la emoción que
expresaban sus madres.
Para saber si los bebés detectan el cambio de la expresión emocional, algunos experimentos realizados
con bebés menores de 10 meses han utilizado el procedimiento de habituación como un artefacto
experimental. Durante el proceso de habituación, una expresión emocional es mostrada a los niños hasta
que pierden el interés. Seguidamente esta expresión facial se sustituye por una diferente. En consecuencia,
los neonatos miran más tiempo la nueva expresión facial indicando que han detectado el cambio. Widen y
Russell (2008) afirman que la interpretación más adecuada de esas observaciones es que los bebés
discriminan entre rasgos o patrones de rasgos, pero que esto no implica la demostración del reconocimiento
de emociones discretas como la alegría o el enfado. Sostienen, no obstante, que es posible que los niños
comiencen a detectar diferentes rasgos básicos, como la forma del ceño, la apertura de los ojos y la
curvatura de la boca, y posteriormente distingan expresiones faciales a partir de la combinación de estos
rasgos llegando a formar una categoría, como la sonrisa. Sin embargo, esto tampoco implicaría que los
niños comprendiesen el significado del patrón identificado.
En un estudio realizado por Kahana-Kalman y Walker-Andrews (2001) se pone de manifiesto no solo la
capacidad de los bebés para identificar rasgos faciales de expresiones emocionales que dependen del input
visual sino que, además, reconocen las emociones a través de la voz de la madre. Esto es, establecen una
correspondencia entre ambas modalidades perceptivas. En este estudio mostraron a bebés de 3,5 meses de
edad dos vídeos en dos pantallas adyacentes de manera simultánea, representando dos expresiones faciales
diferentes, en una la alegría y en la otra la tristeza. Uno de los dos vídeos incluía la voz correspondiente a la
expresión facial. Se formaron tres grupos de niños, que vieron los vídeos en tres condiciones: 1) con sus
madres, donde la expresión facial (movimiento de labios) y la voz estaban sincronizados; 2) igual que en la
anterior condición, pero la voz y la imagen no estaban sincronizadas, y 3) la presentación de una mujer
desconocida. Los resultados concluyeron que todos los niños miraron más tiempo los vídeos que mostraban
la expresión facial de alegría que la de tristeza. A su vez, cuando las expresiones emocionales fueron
representadas por las propias madres, los niños detectaron la correspondencia intermodal entre la voz y la
imagen mirando durante más tiempo el vídeo del sonido específico. Los niños percibieron la expresión
facial y voz de la alegría y la tristeza como una expresión multimodal unificada, incluso cuando estos
estímulos no estuvieron sincronizados. Por el contrario, cuando los vídeos fueron representados por mujeres
no familiares, los niños no supieron detectar la correspondencia entre la voz y la expresión facial sobre estas
mismas emociones. Esto muestra la importancia del adulto cuidador (o de la madre) en el reconocimiento y
aprendizaje de las emociones desde el nacimiento, así como la temprana sensibilidad de los bebés hacia las
expresiones emocionales de sus madres. Walker-Andrews (2008) pone de manifiesto que los bebés
experimentan procesos intermodales. Desde su nacimiento, están expuestos a una experiencia afectiva
emocional multimodal: en la interacción con sus cuidadores no solo ven sus caras u oyen su voz, sino que
perciben un conjunto de reacciones emocionales que acompañan a las sensaciones propioceptivas y
cinésicas.
Dentro de este período de edad, otros estudios han estado dirigidos a estudiar la comunicación emocional
entre las madres y sus bebés. Izard et al. (1995) realizaron varios estudios longitudinales con el objetivo de
observar la estabilidad de las expresiones faciales de la emoción, producidas por los bebés de 2,5 a 9 meses
de edad, como respuesta ante las diferentes expresiones emocionales por parte de sus madres. El objetivo
era comprobar si las expresiones de interés, alegría, enfado y tristeza se mantenían estables durante este
período de desarrollo, y si los niños respondían de forma diferente a las expresiones de enfado y tristeza de
sus madres. Las emociones que más frecuentemente expresaron los bebés durante los primeros 9 meses de
vida (medidas a los 2,5, 3, 4,5, 6 y 9 meses) fueron el interés, seguido de la alegría, el enfado y, por último,
la tristeza. En cuanto al patrón diferencial de respuesta de los bebés ante la expresión de la madre, los
resultados indicaron que, con independencia de la expresión facial de la emoción de la madre, tristeza o
enfado, los bebés de tres meses reaccionaban con otras emociones —interés, alegría y enfado— y en menor
medida tristeza. A los 6 meses de edad los bebés mostraron el mismo patrón diferencial de respuesta ante
las expresiones faciales de emoción de la madre. Según estos autores, la respuesta emocional más positiva
de los bebés a la edad de 3 meses puede interpretarse como una conducta adaptativa protectora del niño a
fin de evitar la emergencia de emociones negativas y favorecer la expresión de emociones positivas en sus
madres. Sin embargo, otra explicación podría ser que a los 3 meses de edad los niños apenas están
aprendiendo a distinguir los patrones de los rasgos en las expresiones emocionales de sus madres, por lo
que sus respuestas a una emoción negativa, como la tristeza, son mayormente respuestas de valencia
emocional diferente, como el interés y la alegría. Por el contrario, a los 6 meses de edad el aprendizaje
producido a través del vínculo y los intercambios con sus madres permitiría una respuesta emocional de la
misma valencia. Así, ante una emoción negativa el bebé de 6 meses responde con más probabilidad con otra
emoción negativa.
Veamos ahora lo que ocurre con el comportamiento y las decisiones que los niños toman ante las
expresiones emocionales faciales de sus madres. Hacia el final del primer año y durante el segundo año de
vida, los niños intentan descubrir o dar significado a las situaciones a través de la información obtenida de
las expresiones emocionales y las voces de sus cuidadores, para regular sus acciones y predecir las de los
demás (Widen y Russell, 2008). Una prueba de esto es el estudio clásico de Sorce, Emde, Campos y
Klinnert (1985) que mostró que los niños de un año expuestos al dispositivo del abismo visual decidían
cruzar o no el abismo dependiendo de las expresiones faciales de la emoción que mostraba la madre en el
lado opuesto del dispositivo. En el primer estudio, las emociones mostradas por la madre fueron la alegría
vs. el miedo; en el segundo, el interés vs. el enfado, y en el tercero, la tristeza. Así pues, cuando las madres
expresaron miedo, ninguno de los niños cruzó el abismo, mientras que el 74 por 100 lo hicieron al ver la
cara de alegría en sus madres. En el segundo estudio, cuando las madres mostraron interés, el 73 por 100
cruzaron el abismo, mientras que solo lo hizo el 11 por 100 cuando sus madres mostraron enfado. En el
tercer estudio, el 33 por 100 atravesaron el abismo cuando sus madres exhibieron tristeza. Se halló una
diferencia significativa entre la reacción de los niños ante las expresiones de tristeza y miedo, pero no entre
la tristeza y el enfado, ni entre este y el miedo. Los investigadores que enfatizan el papel de la referencia
social en el desarrollo emocional suponen que estos resultados indican que los niños atribuyen un
significado a las expresiones emocionales de los adultos y esto les ayuda a interpretar el entorno. Sin
embargo, para Widen y Russell (2008) una interpretación alternativa podría ser que las emociones
expresadas por los adultos causan un estado emocional particular en los niños (bienestar o malestar) que
influye en su predisposición a atravesar o no el abismo visual. Aun aceptando esta explicación, cabe señalar
que los resultados muestran una considerable diferencia en el comportamiento de los niños ante la expresión
emocional de sus madres. Cuando estas muestran emociones positivas, como la alegría o el interés, la
mayoría de los niños (entre el 73 y 74 por 100) son capaces de atravesar el abismo visual a pesar de la
aversión que pudiese provocar la percepción de la profundidad a esta edad, mientras que cuando ellas
muestran emociones negativas, el porcentaje de niños que lo atraviesan desciende notablemente, e incluso
llega a 0 cuando la expresión implicada es el miedo.
3. ETIQUETADO EMOCIONAL 13
Entre los 24 y los 36 meses de vida, y con la adquisición del lenguaje, los niños comienzan a nombrar
los objetos de su entorno y aparecen las primeras palabras referentes a las emociones básicas, como la
alegría, la tristeza, el enfado y el miedo (Ridgeway, Waters y Kuczaj, 1985; Widen y Russell, 2008). Se
adquiere así un importante componente del conocimiento emocional, denominado conocimiento emocional
expresivo, que permite tanto la comunicación y la expresión como la comprensión. En los estudios
realizados a partir de conversaciones espontáneas de niños, se ha observado que estos utilizan algunas
etiquetas emocionales más que otras. El orden de frecuencia de estas palabras fue, en primer lugar, la
alegría, seguida de tristeza, enfado, miedo, sorpresa y, por último, asco. Según Widen y Russell (2008), a
medida que los niños crecen, van incorporando más etiquetas emocionales de forma espontánea, desde
ninguna a los 30 meses hasta cinco a los 62 meses. Debido a que la mayoría de investigaciones sobre el
etiquetado emocional incluyen otros componentes como la identificación y el conocimiento causal,
continuaremos describiendo este aspecto de forma conjunta.
5. CONCLUSIONES
Las investigaciones llevadas a cabo con niños desde los primeros años de vida hasta la pubertad
permiten suponer que, si bien el conocimiento emocional puede tener cierta base biológica, se desarrolla
ampliamente durante la infancia. El desarrollo del conocimiento emocional parece estar influido por
factores interpersonales y sociales (experiencias de interacción emocional con personas afectivamente
significativas para el niño) y factores intrapersonales, como el desarrollo cognitivo y del lenguaje y la edad.
A su vez, un desarrollo emocional desajustado podría estar relacionado con algunas dificultades, como
problemas de conducta, agresividad, ansiedad y depresión.
Desde una perspectiva del desarrollo, las diferencias en los resultados encontrados sobre el orden en el
que los niños reconocen las distintas emociones básicas (alegría, enfado, miedo y tristeza, a las que algunos
autores agregan interés y asco) plantean nuevos interrogantes y abren líneas de trabajo novedosas. Por un
lado, son necesarias más investigaciones en las cuales el método (número de participantes, rango de edad y
agrupamientos, procedimiento y pruebas) sea similar para hacer comparables sus resultados. Por otro lado,
es preciso estudiar la adquisición del conocimiento de las emociones básicas en cada uno de los
componentes del conocimiento emocional, ya que cada uno de ellos podría estar implicando procesos
cognitivos diferentes (percepción, memoria, pensamiento, lenguaje, etc.).
La investigación muestra que el conocimiento más básico que se adquiere sería la identificación de
emociones en las expresiones faciales. La adquisición del lenguaje constituye un hito en el desarrollo del
niño y posibilita tanto el aprendizaje del lenguaje emocional (etiquetado) como la producción del diálogo
emocional, contribuyendo así a mejorar su comprensión. Tal como comenta Harris (2008), el lenguaje
permite que los niños comiencen a hablar de sus propios sentimientos y de los de otros y a proyectar
sentimientos en los objetos con los que juegan. Esto permite que los niños generen teorías sobre las
emociones y sus causas, revisen experiencias emocionales pasadas, suscitando la reactivación de la emoción
sentida, y puedan pensar en el futuro comenzando a anticipar conductas y manifestaciones emocionales en
sí mismos y los demás. Asimismo, otros componentes del conocimiento emocional, como los deseos,
creencias y expectativas, influyen en la atribución que los niños hacen de las emociones que pueden
provocar determinadas situaciones. La clave está en la valoración de la situación y en la capacidad para
adoptar diferentes perspectivas, algo que también se va adquiriendo con el desarrollo. Por último, la
capacidad para comprender el carácter mixto y ambivalente que pueden tener las emociones, así como las
emociones morales (la culpa y el orgullo), parece ser, junto con la regulación emocional cognitiva, el último
logro de la etapa infantil al llegar a la pubertad.
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NOTAS
13 No nos extenderemos en este apartado, pues en el capítulo 6 se aborda con más profundidad la relación
entre lenguaje y conocimiento emocional.
4
La regulación de las emociones
INMACULADA MONTOYA-CASTILLO
SILVIA POSTIGO ZEGARRA
LAURA VILLENA GUIRAO
1. INTRODUCCIÓN
La regulación emocional es una habilidad compleja que influye decisivamente en nuestro ajuste con la
vida, pues, en última instancia, nos permite dirigir los impulsos, operar sobre las emociones menos
agradables, manejar la frustración y ser pacientes (Renom, 2007). Más concretamente, dependiendo del
modo en que regulamos nuestras emociones, estas pueden afectar a nuestras relaciones, al nivel de bienestar
y al grado de estrés percibido (Extremera, Fernández-Berrocal y Durán, 2003; Gross, 2002; Gross, Richards
y John, 2006; John y Gross, 2004; Lieble y Snell, 2004; Salovey, 2006). No todas las personas disponen de
las mismas estrategias para regular sus emociones, pues estas se aprenden durante el desarrollo, y dicho
aprendizaje está modulado por variables personales y sociales (Mayer y Salovey, 1997; Salovey y Mayer,
1990). En este sentido, los niños que tienen dificultades tempranas en la regulación fisiológica de su
emoción es probable que experimenten dificultades en el desarrollo de habilidades de autorregulación de
orden superior. No obstante, hay que señalar que los estudios sugieren que estas habilidades pueden ser
desarrolladas y fomentadas en ambientes de apoyo (Whitebread y Basilio, 2012).
Algunas de las variables más estudiadas en relación con la emergencia de la regulación emocional son el
control del esfuerzo (effortful control) y el desarrollo de las funciones ejecutivas, que son muy importantes
en la primera adaptación escolar de los niños (Bierman, Nix, Greenberg, Blair y Domitrovich, 2008).
Ambas están relacionadas, de modo que el desarrollo a una edad temprana del control del esfuerzo, la
función ejecutiva y las habilidades de regulación emocional tiene influencia en las habilidades académicas,
sociales y emocionales del niño (Eisenberg, Spinrad y Eggum, 2010). En este sentido, algunos estudios
muestran que los niños con diagnóstico de trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) —
que se caracteriza por déficits asociados a la función ejecutiva— parecen tener baja capacidad de regulación
de emociones, escasa competencia social y altos niveles de desinhibición del comportamiento (Özyurt,
Öztürk y Akay, 2017; Kats-Gold y Priel, 2009). Además, la regulación emocional parece influir en todo
tipo de procesos motivacionales, encontrándose relación entre las habilidades de regulación emocional, la
motivación y la perseverancia en niños con problemas de conducta (Beauchaine, Gatze-Kopp y Mead,
2007).
El desarrollo de las habilidades de regulación emocional en los niños es un área que suscita mucho
interés, ya que se ha relacionado con un mayor grado de competencia social y de empatía y con el
mantenimiento de relaciones positivas con los pares en distintas etapas de la infancia (Cole, Martin y
Dennis, 2004; Denham y Burton, 2003; Fabes et al., 2003; Hastings, Zahn-Waxler, Robinson, Usher y
Bridges, 2000). La empatía es una variable que influye en el desarrollo de la regulación emocional
(Eisenberg, Fabes, Nyman, Bernzweig y Pinuelas, 1994), observándose que los niños con problemas
clínicos de comportamiento tienen niveles más bajos de preocupación por otros (según lo informado por las
madres, los maestros y los propios niños) en relación con otros grupos (Hastings et al., 2000). Asimismo, se
considera que una de las funciones fundamentales de la emoción es la comunicación, por lo que tiene un
objetivo social propio y es muy importante en el desarrollo de habilidades sociales (Spinrad et al., 2006).
Promover el desarrollo de la regulación emocional puede tener un impacto crucial, sobre todo en la vida de
los que están socialmente más desfavorecidos (Bierman et al., 2008).
En el ámbito académico, se ha observado que los niños que muestran comportamientos disruptivos en
clase y hacia sus compañeros parecen tener habilidades de regulación emocional más pobres en
comparación con otros niños de su misma edad (Cole, Zahn-Waxler, Fox, Usher y Welsh, 1996). En
cambio, los niños más moderados en la intensidad emocional son considerados por sus profesores como
más fáciles de enseñar y alcanzan niveles académicos más altos (Graziano, Reavis, Keane y Calkins, 2006;
Rimm-Kaufman, Pianta y Cox, 2000). Por otra parte, las habilidades tempranas de regulación emocional —
que miden propiamente la capacidad de un niño pequeño para seguir instrucciones, centrar la atención y
cooperar con los maestros y compañeros— tienen relación con las habilidades académicas tempranas
(Rubin, Coplan, Nelson, Cheah y Lagace-Seguin, 1999), pudiendo predecir las habilidades matemáticas y
de lectura (Blair y Razza, 2007; Graziano, Reavis, Keane y Calkins, 2006).
Dados los beneficios de desarrollar un buen nivel de regulación emocional, cabe promover el
aprendizaje de estas habilidades en el aula, teniendo en cuenta que la dinámica de la clase y el diálogo del
maestro ejercen una importante influencia en el desarrollo de la regulación emocional y actúan modelando
esta habilidad (Whitebread y Basilio, 2012). A continuación, se explica en detalle el concepto para
comprender de qué hablamos cuando hacemos referencia a regulación emocional.
1. Habilidad para estar abiertos a los sentimientos, tanto los placenteros como los displacenteros
(aceptación de las emociones).
2. Habilidad para atraer o distanciarse reflexivamente de una emoción dependiendo de su información o
utilidad juzgada (autodistanciamiento). Esta habilidad estaría integrada en el plano de la regulación
interpersonal, ya que incluye la posibilidad de decidir mostrar las emociones mejor ajustadas
socialmente. Esto permite a los niños sentir una emoción pero mostrar otra.
3. Habilidad para monitorizar reflexivamente las emociones en relación con uno mismo y con los otros,
por ejemplo reconocer cómo de claros, típicos, influyentes o razonables son las conductas y
pensamientos asociados a dichas emociones (autocontrol).
4. Habilidad para regular las emociones en uno mismo y en otros, mitigando las emociones negativas e
intensificando las placenteras, sin reprimir o exagerar la información que transmiten
(autorregulación).
TABLA 4.1
Tipologías de la regulación emocional
TABLA 4.2
Desarrollo de la regulación emocional
4. Conclusiones
La investigación sobre la regulación emocional ha ido adquiriendo más importancia en la medida en que
las emociones y las habilidades asociadas a ellas se han mostrado relevantes en el desarrollo psicológico,
comportamental, social, académico y motivacional. Por ello, actualmente se enfatiza la importancia y la
necesidad de elaborar recursos que ayuden a los niños a realizar un adecuado desarrollo emocional, dados
los beneficios presentes y futuros que conlleva. Sin embargo, la regulación emocional es una habilidad
compleja, y el marco teórico o la tipología elegida para comprenderla delimitará las actuaciones e
intervenciones a realizar. Así, si consideramos el dominio donde se produce la regulación emocional, no es
lo mismo centrarse en el área neurofisiológica-bioquímica que en la cognitiva o conductual. Si tenemos en
cuenta el plano, pueden realizarse intervenciones desde la regulación inconsciente hacia la consciente o
centrarse solo en la consciente. O, si se parte de una perspectiva procesual, se necesitará empezar por
competencias básicas previas, que no se contemplarán si no se toma en cuenta esta perspectiva.
Pensamos que la mejor manera de avanzar en el desarrollo de recursos y herramientas para la enseñanza-
aprendizaje de la regulación emocional es utilizar una definición amplia y no restrictiva. En este sentido,
recordamos las definiciones de Sabatier et al. (2017) y Mayer y Salovey (1997, 2007), que consideran la
regulación emocional reflexiva una serie de procesos complejos, intrapersonales e interpersonales,
conscientes e inconscientes, voluntarios e involuntarios, responsables de evaluar y modificar las respuestas
emocionales en sus procesos fisiológicos, cognitivos y comportamentales, utilizando estrategias eficaces y
adaptativas, focalizadas tanto en el antecedente como en la respuesta, y que promueven el crecimiento
emocional e intelectual. Sólo partiendo de una definición que abarque todos los aspectos de la regulación
emocional, podemos valorar la eficacia de una intervención y evaluar si el desarrollo de un niño es
saludable o no. En la medida en que conocemos cómo se desarrolla la regulación emocional en cada etapa
evolutiva, mejor se podrán orientar las intervenciones ajustándose a la edad de los niños. Por ejemplo, para
la mayoría de los niños de 6 años va a ser difícil centrarse de una forma autónoma en el antecedente de la
emoción y realizar acciones que hagan más positiva su experiencia emocional, como hacer una actividad
tranquila antes de ir a dormir o dejar de jugar para ir a cenar, dado que en esa etapa sus estrategias están
focalizadas en la respuesta y son estas las que podemos afianzar.
Así, una posible línea de investigación futura sería concretar qué permite el desarrollo de la regulación
emocional en cada etapa evolutiva, qué podemos enseñar en cada edad y cómo ayudar a los niños a pasar a
la siguiente etapa en su desarrollo emocional, tanto en población general como en poblaciones que
presentan problemas comportamentales, emocionales o psicológicos. En este sentido, se plantean varias
cuestiones: ¿qué factores influyen en el adecuado desarrollo de la regulación emocional en cada etapa?,
¿qué competencias se deterioran o se quedan estancadas según el trastorno psicológico que pueda presentar
un niño?, ¿los niños con temperamentos más difíciles aprenden con las mismas estrategias que otros? y,
cuando se ha producido un mal aprendizaje de estrategias, ¿cómo podemos desaprender y enseñar
estrategias eficaces?
Consideramos que la regulación emocional es una competencia que se puede adquirir a lo largo de toda
la vida, pero sabemos también por el trabajo clínico con adultos que los aspectos emocionales que se han
consolidado en la infancia requieren, en ocasiones, de un gran trabajo emocional para deshacer, modificar y
reconstruir estrategias más adaptativas a su realidad actual. En este sentido, surge la cuestión de si existe un
período crítico o sensible de consolidación de la regulación emocional a partir del cual puede volverse más
complejo el aprendizaje de nuevas estrategias. Por este motivo, podemos preguntarnos si existe un período
crítico o sensible para realizar las intervenciones sobre el desarrollo de la inteligencia emocional o si, por el
contrario, bastaría con ajustar al ciclo evolutivo las estrategias y habilidades que se enseñan. Un análisis en
profundidad de los programas de intervención existentes en regulación emocional nos permitiría conocer si
han tenido en cuenta la capacidad del niño para aprender las estrategias y competencias que pretenden
desarrollar. Algunos programas pueden ser, por ejemplo, muy eficaces para niños de 6-7 años y
absolutamente ineficaces para niños de 2 o de 11 años. Esta cuestión abre otra línea de investigación
importante: evaluar la eficacia de los programas de intervención respecto a la edad, en el sentido de poder
señalar concretamente qué habilidades han permitido desarrollar en determinadas edades y qué habilidades
no han mejorado tras la intervención.
Finalmente, cuando hablamos de regulación emocional, se suele pensar primero en los estados
displacenteros, lo cual tiene mucho sentido porque son los que se viven con malestar, pero también es
necesario aprender a regular los estados placenteros, como la euforia, cuando no es adecuada al contexto
(Gratz y Roemer, 2004). Por ejemplo, la euforia y la alegría de aprobar un examen deberían regularse para
ajustarse socialmente si el resto de los iguales no ha aprobado (Hervas y Vázquez, 2006). La cuestión que
se plantea aquí es: ¿las mismas estrategias que son eficaces para regular los estados displacenteros son
eficaces para regular los placenteros? O, como la experiencia emocional y las consecuencias son diferentes,
¿debemos enseñar a los niños otras habilidades de regulación específicas para estados placenteros?
En resumen, la investigación en emociones y, más concretamente, en regulación emocional es un campo
muy interesante y amplio que está siendo cada vez más estudiado. Pero, cuanto más se avanza, más
preguntas surgen, abriendo nuevas líneas de investigación. No obstante, el objetivo siempre será crear las
condiciones necesarias, suficientes e idóneas para favorecer un desarrollo saludable, un buen nivel de
bienestar psicológico, la construcción de ajustes creativos y el crecimiento emocional que permita a los
niños y adolescentes desarrollar un proyecto de vida ético y con sentido.
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5
Las relaciones entre la comprensión emocional y la teoría
de la mente
RENATA SARMENTO HENRÍQUEZ
1. INTRODUCCIÓN
Comprender las emociones y estados mentales propios y ajenos es un aspecto de especial importancia
para el funcionamiento socioemocional del individuo. La comprensión de las emociones nos permite
conocer la naturaleza, las causas y las expresiones de las emociones, así como entender que estas se pueden
regular. Por otro lado, la adquisición de las habilidades mentalistas nos permite inferir y predecir el
comportamiento de los demás a partir de sus estados mentales: deseos, creencias, intenciones, conocimiento
y emociones dirigen la conducta de las personas. La emergencia y el desarrollo de estas habilidades en los
niños se han estudiado tradicionalmente de forma separada; sin embargo, en los últimos años algunos
trabajos han abordado el estudio de las relaciones que existen entre ellos. A pesar de estos intentos, las
relaciones entre la comprensión emocional (CE) y la teoría de la mente (TM) no están nada claras. En este
capítulo intentaremos abordar algunas cuestiones que siguen todavía abiertas, como por ejemplo: ¿Existe
simplemente una relación de precedencia temporal de un elemento sobre el otro? ¿Se trata más bien de una
relación causal en la que uno funciona como prerrequisito o soporte del otro? ¿Podemos decir que son dos
aspectos separados del conocimiento y que no tienen relación entre sí?
En primer lugar, parece relevante aclarar qué entendemos por comprensión emocional. La comprensión
emocional cobra especial relevancia en los años preescolares. En este momento es cuando los niños
empiezan a identificar y reconocer sus propias emociones y las de los demás, inferir causas y consecuencias
de las emociones propias y ajenas, utilizar el lenguaje para describir su propia experiencia emocional,
percibir que las emociones se pueden regular, entender que se puede sentir más de una emoción de forma
simultánea y comprender emociones complejas (Denham, 1998). Asimismo, Pons, Harris y De Rosnay
(2004) establecen que la comprensión emocional está conformada por nueve componentes organizados
jerárquicamente que se desarrollan entre los 3 y los 11 años.
En el mismo sentido, definir a qué nos referimos cuando hablamos de teoría de la mente se hace también
necesario. En línea con Astington (2000), la TM se puede definir como la «habilidad para atribuir creencias,
deseos, intenciones y emociones a sí mismo y a los otros para explicar y predecir la conducta» (p. 270).
Wellman y Liu (2004) establecen que la comprensión de los deseos precede a la comprensión de las
creencias; en particular, los niños perciben que dos personas pueden tener deseos diferentes por el mismo
objeto antes de darse cuenta de que dos personas pueden tener diferentes creencias sobre el mismo objeto.
El siguiente paso en la comprensión de la TM es la capacidad de los niños para identificar que ellos y otra
persona pueden tener creencias diferentes sobre la misma situación (cuando el niño no sabe qué creencia es
verdadera y cuál es falsa). Posteriormente son capaces de percibir que alguien puede tener una creencia
falsa sobre una situación (el niño sabe qué creencia es verdadera y cuál es falsa). La diferenciación entre la
emoción real y aparente aparece más tarde en los preescolares. En los niños con desarrollo típico, este
proceso tiene lugar entre los 3 y los 5 años de edad (Wellman y Liu, 2004), con un punto crítico alrededor
de los 4-5 años, cuando empiezan a comprender la creencia falsa (Wellman, Cross y Watson, 2001;
Wimmer y Perner, 1983).
Diversos autores han señalado la importancia de la CE y la TM para el desarrollo sociognitivo del
individuo (Dunn, 1995; Jenkins y Astington, 2000; Weimer y Guajardo, 2005). Entender cómo se establece
la relación entre estos dos dominios nos ayudará a comprender mejor el desarrollo socioemocional infantil.
Comprender cómo se da la relación entre CE y TM en el período que va desde los 3 hasta los 6 años cobra
relevancia por el momento evolutivo en que el niño se encuentra. Como se ha mencionado anteriormente,
los niños alrededor de los 4 años dominan la relación entre deseos y emoción, y están en un proceso en el
que empiezan a dominar la creencia falsa para aplicarla a la predicción del comportamiento. Se trata, pues,
de ver cómo se relaciona la comprensión emocional en este período de transición en el que comienzan a
comprender la creencia falsa. Además de muchas cuestiones prácticas de cara a una mejor intervención,
aclarar la relación entre CE y TM nos ayudará a entender mejor el debate (no resuelto) sobre la relación
entre emoción y cognición.
Algunos autores proponen que la comprensión emocional precede a la comprensión mentalista (Dunn,
2000; Hughes y Dunn, 1998; O’Brien et al., 2011). Para otros, los niños necesitan primero de la
comprensión de los estados mentales. Esta comprensión les permite entender después las emociones ajenas
(De Rosnay, Pons, Harris y Morrell, 2004; Weimer, Sallquist y Bolnick, 2012). Por último, otros autores
entienden la CE y la TM como dos elementos que se desarrollan de forma paralela, es decir, de manera
independiente, aproximadamente en el mismo espacio de tiempo, pero sin relación causal entre ambas
(Cutting y Dunn, 1999).
Además de las posibles relaciones que puedan darse entre ambas habilidades, numerosos estudios han
señalado la importancia que el desarrollo lingüístico tiene tanto en el desarrollo de la TM (Astington y
Jenkins, 1999; Astington y Baird, 2005; P. de Villiers, 2005; Peterson y Siegal, 1995, 1999; 2000; Woolfe,
Want y Siegal, 2002) como en el desarrollo de la CE (Cutting y Dunn, 1999; De Rosnay y Harris, 2002;
Hughes, White y Ensor, 2014; Pons, Lawson, Harris y De Rosnay, 2003).
En este capítulo revisamos el panorama que ofrece la investigación sobre la relación entre comprensión
emocional y teoría de la mente. En primer lugar, expondremos los trabajos que evidencian la precedencia
temporal y causal de la CE sobre la TM. En segundo lugar, nos detendremos en aquellos estudios que, por
otro lado, muestran la necesidad del desarrollo de las habilidades mentalistas para que luego tenga lugar el
desarrollo de la CE. A continuación nos centraremos en los trabajos que ponen de manifiesto que estos dos
constructos comparten un desarrollo temporal, pero lo hacen de forma paralela sin que haya una relación de
causalidad ni precedencia de uno sobre el otro. Por último, revisamos de qué forma el lenguaje influye en la
relación entre CE y TM. Esta reflexión nos permitirá analizar qué son y cómo se relacionan ambos
dominios para poder plantear algunas hipótesis finales.
6. CONCLUSIONES
A lo largo de este capítulo hemos ido analizando las distintas posturas teóricas acerca de la relación entre
la comprensión emocional y la teoría de la mente, haciendo hincapié en el papel que desempeña el
desarrollo lingüístico en dicha relación.
Como hemos podido comprobar, hay un cuerpo teórico que defiende que la comprensión emocional es la
que precede al desarrollo mentalista, entendiendo que el niño nace ya predispuesto a conectar con el adulto
y necesita a la vez de este para comprender el mundo social. A través del proceso de socialización, el niño
va aprendiendo a interpretar el mundo mental del otro. Por otro lado, otros autores sugieren que a partir de
las habilidades mentalistas los niños van teniendo un mayor entendimiento de la comprensión emocional.
Es posible, pues, que los niños necesiten reconocer primero que los demás tienen creencias y deseos que
son diferentes a los propios antes de comprender las emociones. Y, como una tercera posibilidad, defendida
por algunos autores y que muestra poca evidencia, se sugiere una separación entre los dos constructos.
Llegados a este punto, podemos retomar las preguntas planteadas en la introducción. ¿Existe
simplemente una relación de precedencia temporal de un elemento sobre el otro? ¿Se trata más bien de una
relación causal en la que uno funciona como prerrequisito o soporte del otro? ¿Podemos decir que son dos
aspectos separados del conocimiento y que no tienen relación entre sí? Es difícil simplificar el desarrollo
infantil y, por tanto, tan solo contestar sí o no a cualquiera de estas preguntas. Las relaciones existentes
entre nuestras distintas capacidades están lejos de ser explicadas de una manera sencilla, más que nada
porque el ser humano es un ser complejo y en nuestro funcionamiento cerebral no hay compartimentos que
digan esto pertenece a la CE o esto pertenece a la TM. En el desarrollo todo está mucho más
interrelacionado, no existen separaciones tan claras. Parece difícil negar la importancia que tienen en el
desarrollo temprano la comunicación y los intercambios afectivos. Varios autores sostienen que a partir de
la intersubjetividad primaria y la capacidad para conectar con el otro (capacidad de la que depende la vida
en los primeros momentos) el bebé va construyendo su mundo mental a la vez que el adulto le va dando las
claves para interpretar el mundo mental del otro (Rochat, 2004; Trevarthen, 1986). Durante los primeros
años, en este contexto, el lenguaje tendrá un papel primordial a la hora de dotar de herramientas al niño para
que sea capaz de relacionar esta comprensión emocional, las habilidades mentalistas y otras funciones
cognitivas más avanzadas (Saarni, 1999). Sabemos que el desarrollo de la TM se da entre los 3 y los 6 años
con un punto crítico alrededor de los 4-5 años, cuando el niño pasa a comprender la creencia falsa (Bartsch
y Wellman, 1995; Doherty, 2009; Wellman, 2011). Sin embargo, es importante no perder de vista que,
cuando el niño emprenda este viaje que desembocará en la comprensión de la TM, llevará ya un bagaje de
CE a sus espaldas. Por tanto, este recorrido es el que le va a permitir percibir que las emociones se basan en
las creencias alrededor de los 5 o 6 años. Esta capacidad para comprender que nuestras emociones, así como
nuestras acciones, se basan en nuestras creencias y deseos es crucial para el desarrollo socioemocional
posterior.
Nos parece importante volver a señalar las complicaciones metodológicas y conceptuales que tiene tratar
de aclarar la relación entre CE y TM. Por un lado, los estudios nos aportan distintas definiciones de ambas
capacidades. En función de esta definición, se determinan las medidas que habrán de ser tomadas, que en la
mayoría de las ocasiones es una medida «reduccionista», es decir, reduce la CE a etiquetado y expresión
emocional, y la TM a comprensión de la creencia falsa. Además, muy relacionado con la medida está el
momento evolutivo en el que se toma dicha medida. En este sentido, hay que tener mucha cautela con la
interpretación de los trabajos que presentan exclusivamente datos transversales. Asimismo, estrictamente
desde el punto de vista metodológico, el análisis de covariables (ANCOVA) que no sean independientes de
las variables medidas puede generar confusión en la interpretación de los datos (Miller y Chapman, 2001).
La inmensa mayoría de los trabajos revisados utilizan esta metodología para el análisis de sus datos. Las
variables tratadas, como hemos podido observar, están muy entrelazadas (lenguaje, TM, CE, edad) y, por
tanto, se vuelve muy complejo separar el efecto que tiene una u otra utilizando esta metodología. A pesar de
estas dificultades metodológicas y conceptuales, parece plausible pensar que la CE y la TM son habilidades
que están relacionadas. Posiblemente, y en línea con los estudios de Dunn et al. (1991), Hughes y Dunn
(1998), O’Brien et al. (2011) y otros, la CE precede en el tiempo y servirá de base para el desarrollo de la
TM. En la medida en que el niño se va desarrollando, muy probablemente estas dos capacidades van
sirviendo de base la una a la otra para dar forma al mundo socioemocional del individuo. Las alteraciones
que se dan en el desarrollo emocional y de las habilidades mentalistas en los niños con autismo, los estudios
que demuestran las dificultades de comprensión emocional y en tareas de TM en niños signantes tardíos o
bien los estudios que sugieren un desarrollo emocional y una comprensión de la TM alterados en niños
víctimas de malos tratos ponen de manifiesto la estrecha relación que mantienen estos dos constructos. Sin
embargo, la evidencia empírica todavía no nos permite asegurar cuál de las dos variables es la que aparece
primero en esta relación y cuándo. No nos podemos olvidar que en la investigación sobre el desarrollo nos
movemos sobre algo en construcción, en movimiento; por tanto, es muy probable que esta relación vaya
sufriendo cambios a lo largo del tiempo. Los estudios longitudinales que incluyan medidas de ambas
variables a lo largo del desarrollo serán los que nos aporten, quizá, más claridad al campo.
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NOTAS
14 Posteriormente, Izard (2011) matiza parte de su teoría y reconoce la necesidad de algunos mecanismos
cognitivos muy básicos, como por ejemplo la percepción del contorno de la cara del adulto por parte de los
bebés. Sin embargo, no obvia la importancia de las emociones básicas para el desarrollo social.
15 El programa Head Start está dirigido a niños en edad preescolar pertenecientes a familias con bajos
ingresos. Tiene como objetivo fomentar el desarrollo a través de apoyo en el aprendizaje temprano, salud y
bienestar familiar.
16 En este sentido, cabe matizar que no es la discapacidad auditiva en sí la que retrasa la adquisición del
lenguaje, sino la experiencia lingüística atípica. Los niños con discapacidad auditiva cuyos padres son
signantes no muestran este tipo de retraso (Spencer, 2011).
6
Conocimiento emocional y lenguaje
ELISABET SERRAT
FRANCESC SIDERA
1. INTRODUCCIÓN
En este capítulo se abordará la relación entre el conocimiento emocional y el lenguaje durante la infancia
a partir de la dimensión funcional del lenguaje, que puede dividirse en dos funciones principales: la
comunicativa y la representacional. A continuación se presentará cada una de ellas por separado en relación
con el conocimiento emocional. Por una parte, se tratará la comunicación de emociones a través de recursos
lingüísticos y, por otra, la conceptualización y representación emocional humana, que, siguiendo propuestas
recientes, sería posible fundamentalmente a través del lenguaje. En cuanto a este último planteamiento, nos
centraremos en algunos estudios sobre desarrollo de la comprensión emocional que ilustran la importancia
del lenguaje para el desarrollo del conocimiento emocional. Finalmente, se planteará si la variación cultural,
expresada en las diferentes lenguas del mundo, produce variaciones en la comprensión y expresión de
emociones.
2. VERBALIZANDO EMOCIONES
Es indudable que comunicamos emociones lingüísticamente. Pero ¿de qué manera las expresamos? ¿Con
qué aspectos de la estructura lingüística podemos o solemos expresarlas? En este apartado vamos a tratar
brevemente estas cuestiones para luego aportar algunos datos sobre el desarrollo lingüístico y la expresión
de emociones.
En primer lugar, conviene destacar que para comprender o expresar emociones lingüísticamente
combinamos información verbal y no verbal. Esto nos permite aclarar el significado de las palabras o
enunciados. Así por ejemplo, en una expresión como «está loco» la información lingüística (palabras,
estructura oracional) y la paralingüística (tono, volumen, etc.), así como otra información no verbal
(expresión facial, gestos), permitirán desambiguar el sentido del enunciado para comprender cuál es el
significado real: «está haciendo tonterías», o bien «está perturbado».
La comunicación de emociones se realiza ampliamente a través de mecanismos no verbales, ya sean
paralingüísticos o no verbales, que son muy relevantes pero que no constituyen el foco de este capítulo. En
este apartado presentaremos fundamentalmente la comunicación verbal de emociones como comunicación
intencional, consciente o voluntaria de las emociones. Ahora bien, aunque no trataremos de manera amplia
sobre la comunicación no verbal de las emociones, sí vamos a comentar concisamente un aspecto de la
comunicación no verbal estrechamente relacionado con el habla: los indicadores o marcadores
paralingüísticos.
Recursos paralingüísticos
Según Poyatos (1994, p. 28), el paralenguaje se define como «las cualidades no verbales de la voz y sus
modificadores, las emisiones independientes cuasiléxicas y los silencios momentáneos, que utilizamos
consciente o inconscientemente para apoyar o contradecir los signos verbales, kinésicos, proxémicos, etc.,
simultáneamente o alternando con ellos, tanto en la interacción como en la no-interacción».
En esta línea, en Cestero (2006) se detalla cuáles son los aspectos paralingüísticos. En el cuadro 6.1 se
recogen algunos ejemplos en relación con la comunicación de emociones.
CUADRO 6.1
Aspectos paralingüísticos relacionados con la comunicación de emociones
— Cualidades y modificadores fónicos: timbre, resonancia, volumen, registros, campo entonativo, etc., y
todos los distintos tipos de voz.
— Sonidos fisiológicos y emocionales: el llanto, la risa, el suspiro, el jadeo, la tos, el bostezo, el
carraspeo, el eructo, etc.
— Elementos cuasi-léxicos: la mayoría de las interjecciones, las onomatopeyas, sonidos que cuentan con
nombre propio (chistar, sisear, lamer, gruñir…) y otros sonidos que no llevan asociados un signo
lingüístico concreto pero que tienen un importante valor comunicativo (uff, hum, ouu…).
— Pausas y silencios.
Los marcadores paralingüísticos son importantes en la comprensión y expresión emocionales. Así, por
ejemplo, imaginemos que nos dicen con una entonación determinada en un contexto de relación amorosa
«¡Qué tonto eres!». Y ahora imaginemos que la misma expresión se dice en medio de una discusión, por
supuesto, con otro tipo de entonación. Se expresa una emoción absolutamente diferente, en el primer caso
positiva, de cariño; en el segundo caso, de ira o enfado.
Diversos trabajos se han centrado en la expresión de emociones a partir de mecanismos no verbales
(Ekman y Davidson, 1994; Russell y Fernández-Dols, 1997). Se trata de recursos importantes; no obstante,
en este capítulo asumimos que estos canales paralingüísticos y no verbales son importantes pero
insuficientes para expresar de forma definida el amplio margen de las experiencias emocionales humanas.
Por diversos motivos, primero, porque aunque las claves no verbales indican en general la emoción que una
persona siente, no suelen proporcionar información detallada sobre dicha emoción, quizá sí para
reconocerla, pero no tanto para comprenderla suficientemente. Por otra parte, la comprensión de los
marcadores paralingüísticos en la primera infancia es secundaria. En el estudio de Morton y Trehub (2001)
se muestra que los niños disponen de una comprensión limitada de los recursos paralingüísticos como
marcadores afectivos. Así, para desambiguar enunciados (una situación alegre que se describía con una
prosodia triste), los niños, a pesar de ser capaces de reconocer las emociones por separado, se basaban
principalmente en el contenido del mensaje, mientras que los adultos se basaban principalmente en los
indicadores paralingüísticos.
Recursos lingüísticos
Si vemos a alguien quejándose o llorando, podemos asumir que se ha hecho daño o que está triste, y
quizá por el nivel de llanto podremos deducir su intensidad. Pero la información no verbal que nos aportan
las lágrimas no nos indica de qué experiencia de dolor o de tristeza se trata: en un sentido más corporal (se
ha golpeado con algo), más cognitivo (le han insultado, está solo) o sobre las circunstancias que han llevado
a este estado (ha perdido el trabajo, se ha muerto su mascota). Sin embargo, la comunicación verbal de los
estados emocionales puede proporcionar información, aunque no perfecta, sí bastante precisa sobre la forma
específica de una emoción como la tristeza, la depresión o la alegría, su origen o motivo. De este modo, los
niños a lo largo del desarrollo aprenden a expresar emociones, a describirlas y a comprenderlas
explícitamente gracias al lenguaje.
En efecto, al comunicar con palabras las emociones, no solo se hace referencia a la descripción de
emociones externas, sino que la expresión lingüística de emociones a menudo se halla impregnada
subjetivamente de sentimiento y, de hecho, las funciones comunicativas referencial y emotiva del lenguaje
se desarrollan conjuntamente (Wilce, 2009).
Esta expresión de emociones a través del lenguaje se puede hallar en todos los niveles o componentes
lingüísticos.
Ahora bien, ¿cómo aprendemos estos recursos? ¿A qué edades emergen y se adquieren? ¿Con qué
orden?
Actualmente, tan solo hemos comenzado a responder a estas preguntas. En un primer momento, la gran
mayoría de estudios se centraron en la aparición del léxico emocional básico recogido a partir de informes
parentales. Otros estudios se han centrado en la identificación y denominación de expresiones faciales.
Además, también podemos referir estudios experimentales y obtener evidencia a partir de bases de datos de
inventarios comunicativos.
2.1. Desarrollo del vocabulario sobre emociones
Se acepta comúnmente que el inicio de la comunicación verbal de emociones se da entre los 18 meses y
los 2 años de edad (Bretherton y Beeghly, 1982; Ridgeway, Waters y Kuczaj, 1985). Estos estudios,
basados en informes parentales, concluyen que palabras como «contento», «triste», «enfadado» y «miedo»
o «susto» aparecen con cierta frecuencia entre los 2 y los 2 años y medio. En esta línea, en el estudio de
Bretherton, McNew y Beeghly-Smith (1981) se observó que los niños de 28 meses utilizaban diversidad de
palabras para referirse tanto a emociones negativas como positivas. Sin embargo, a estas edades los niños
tienden a usar los términos de estados mentales más a menudo para referirse a sí mismos que para referirse
a las otras personas (Bretherton y Beeghly, 1992). También Wellman, Harris, Banerjee y Sinclair (1995), a
partir de registros de habla espontánea, hallan que ya desde los 2 años de edad los niños utilizan términos o
expresiones para referirse a estados emocionales positivos y negativos. Los términos positivos como
«feliz», «reír», «amor», «sentirse bien» son frecuentes a los 2 años de edad, mientras que «sorpresa»
aparece hacia los 4 años. Igualmente, los términos negativos «llorar» o derivados aparecen con frecuencia a
los 2 años, así como otros términos relacionados con el miedo, la tristeza y el enfado.
Por su parte, Bretherton, Fritz, Zahn-Waxler y Ridgeway (1986) concluyen que los niños de 18 a 36
meses progresan rápidamente en su dominio del lenguaje de las emociones. Según estos autores, los niños
de estas edades utilizan términos o expresiones emocionales para comentar o explicar sus estados
emocionales y también los de los demás. Además, hacia el tercer año de vida son capaces, aunque sea de
forma rudimentaria, de utilizar el lenguaje emocional en situaciones de simulación, como en el juego
simbólico, y para propósitos manipulativos o de engaño.
En definitiva, a partir de los 3 años se hace evidente la habilidad de los niños para reflejar verbalmente
situaciones relacionadas con la emoción, de manera que progresivamente pueden expresar y comprender las
emociones propias y de los demás de forma más precisa, compleja y clara.
Widen y Russell (2003) hallan que los niños cometen errores en la denominación de expresiones
prototípicas de emociones y que estos no son aleatorios, sino sistemáticos. Encuentran que es más probable
que se equivoquen en una expresión con una etiqueta de una categoría emocional parecida, por ejemplo es
más probable que se equivoquen entre enfado y miedo que entre felicidad y enfado, puesto que el enfado y
el miedo comparten valencia negativa. También observan que las etiquetas para expresiones emocionales
emergen para la mayoría de los niños en un orden determinado y no otro, tal y como se ha esquematizado
en la figura 6.1.
La extensión semántica de las categorías emocionales en un principio es muy amplia, pero a medida que
los niños se hacen mayores estas etiquetas se van concretando y perfilando gradualmente. Así, inicialmente
utilizan de manera general la palabra «contento» indistintamente para una expresión facial de alegría o de
sorpresa; sin embargo, los niños mayores ya usan «contento» y «sorprendido» para las expresiones faciales
correspondientes (Widen y Russell, 2008). En concreto, Widen (2013) propone que inicialmente los niños
tienen solo dos categorías emocionales, que se van perfilando lentamente hasta llegar al sistema adulto de
categorías discretas. De acuerdo con esta autora, este desarrollo conceptual no puede ser atribuido solo al
vocabulario, ya que antes de los 3 años ya tienen etiquetas para las emociones básicas. En efecto, puede
considerarse que las palabras referidas a expresiones faciales son mucho más que esto, ya que contienen
información sobre expresiones vocales, comportamientos y causas asociadas a esta etiqueta. Siguiendo a
esta autora, la comprensión de emociones específicas no empieza a través de las expresiones faciales, sino
del establecimiento de relaciones con otros componentes de la comprensión emocional, como entender los
antecedentes y consecuentes comportamentales de estas emociones. No obstante, cómo ocurre exactamente
este proceso es aún un tema de investigación. De hecho, Fernández-Sánchez, Giménez-Dasí y Quintanilla
(2014) hallan que los niños menores de 3 años en primer lugar identifican la expresión emocional facial,
luego incorporan la comprensión de la causalidad típica y tras ello muestran que pueden etiquetar
correctamente expresiones faciales. Por tanto, parece que los datos de unos y otros estudios nos mostrarían
que los niños adquieren el vocabulario emocional básico tempranamente, primero en su vertiente de
comprensión lingüística, para luego ser capaces de producir o denominar las emociones en las expresiones
faciales.
Así pues, los resultados obtenidos en los estudios sobre denominación de emociones en expresiones
faciales nos muestran la aparición del vocabulario emocional en una situación determinada y
fundamentalmente a partir de los 3 años. Ahora bien, hemos comentado otro tipo de estudios que, en
situaciones observacionales espontáneas, exponen que los niños comienzan a utilizar el léxico emocional
antes de su segundo aniversario. Por tanto, queda por perfilar el encaje de los datos de unos y otros estudios.
Para resolver esta aparente contradicción, probablemente haya que profundizar en cuál es el significado que
los niños atribuyen a los términos para emociones a tan corta edad.
Según estos datos, antes de los 3 años gran parte de los niños utilizan y comprenden el vocabulario para
los estados emocionales básicos; sin embargo, hay que tener en cuenta que entre la mitad y un tercio de los
niños no dispondrían en su vocabulario expresivo de las palabras para describir estados de enfado, alegría y
tristeza: «enojado», «contento» y «triste».
Estos datos, aun siendo generales, nos sirven para poner de manifiesto dos ideas principales:
— El vocabulario emocional básico aparece muy pronto en el habla infantil, tal y como se ha observado
en los estudios obtenidos con registros de habla espontánea, a diferencia de los resultados que arrojan
los estudios sobre denominación libre de expresiones faciales. Por tanto, de nuevo, los datos nos
llevan a la necesidad de investigar el significado que atribuyen los niños a estas palabras.
— No todos los niños utilizan este vocabulario y, por tanto, existen diferencias individuales muy
notables en el desarrollo de la expresión lingüística de las emociones. A pesar de mostrar un inicio
temprano del vocabulario sobre emociones, un porcentaje importante de niños no dispone en su
vocabulario expresivo a los 2 años y medio de los términos para las emociones básicas. ¿A qué puede
ser debido? En el siguiente subapartado, algunos estudios nos han de permitir entrever una posible
respuesta.
El habla figurativa
Más allá del lenguaje literal o de los mecanismos paralingüísticos, diversos autores sostienen que para
comunicar emociones es fundamental el lenguaje figurativo. De hecho, el habla figurativa se usa a menudo
en relación con las emociones.
Consideremos las dos expresiones siguientes:
«Estoy apenado» en comparación con «Tengo el corazón en un puño» o «Estoy irritada» comparada con
«¡Me hierve la sangre!».
Estas expresiones no vehiculan el mismo significado, no las entendemos del mismo modo si las
manifestamos de manera figurada o literal. Parece ser que es con las expresiones no literales, en ocasiones
con términos soeces, con las que más frecuentemente manifestamos emociones y sentimientos. Se ha
argumentado que esto es así porque las emociones son «abstractas» y es difícil hablar de ellas sin metáforas
o metonimias. Las emociones pertenecen a la clase de referentes no neutrales, sobre los cuales a menudo
hablamos de una manera implícita (Foolen, 2012). El habla figurativa contribuye a ello, la expresión
figurada nos permite evocar o vivenciar una experiencia física. Cuando se buscan efectos emocionales, se
utiliza el habla figurativa en mayor frecuencia (publicidad, literatura, etc.), a diferencia del uso literal, que
se da en contextos más racionales, como en este capítulo de libro. En definitiva, el uso del habla figurativa
nos ayuda a expresar el lenguaje afectivo de manera más importante de lo que suele considerarse (Fussell y
Moss, 1998).
Aunque los niños no van a comenzar a utilizar expresiones de este tipo probablemente hasta la infancia
media, es importante remarcar que se trata de recursos muy importantes y habituales para la expresión de
emociones y sobre los cuales carecemos de estudios que aporten evidencia acerca de su desarrollo.
2.2. Cuestiones pendientes
El estudio sobre el desarrollo de la comprensión y expresión lingüísticas de las emociones nos ofrece
resultados interesantes pero todavía preliminares. Los niños comienzan muy pronto de forma espontánea a
utilizar léxico emocional, pero en situaciones determinadas su uso se observa menos frecuente y con
errores. Los estudios sobre habla espontánea no analizan el uso real de estos términos, su extensión
semántica. Por tanto, queda por investigar el alcance real de este uso del vocabulario en situaciones
cotidianas y, sobre todo, en cuanto a su comprensión. Otros aspectos del desarrollo lingüístico en relación
con las emociones, como las construcciones sintácticas, los recursos paralingüísticos, otros recursos
pragmáticos, etc., se han investigado escasamente en edades tempranas.
Por otra parte, las diferentes culturas pueden variar en el uso del lenguaje para las emociones y vehicular
de modo distinto el modo de referirse a las emociones. La mayoría de estudios sobre el uso y desarrollo del
léxico emocional se han realizado en lengua inglesa. Por ejemplo, el término inglés disgust, que se
considera que describe una emoción básica, es de traducción difícil al español. A pesar de que hemos
ofrecido datos del corpus del CDI-I y CDI-II para el español de México, se trata de datos muy limitados, y
en otras variantes del español podrían hallarse resultados diferenciados, sobre todo si se incluyen otros
términos emocionales.
Además, el desarrollo del lenguaje emocional abarca mucho más que el dominio y uso apropiado de los
términos o expresiones que describen felicidad, disgusto, miedo, tristeza, etc. Más relevante puede ser
investigar cómo se desarrolla el dominio de otros recursos lingüísticos, o cuándo y de qué manera el
lenguaje permite a los niños marcar la incongruencia entre la expresión emocional y la experiencia, o qué
repercusiones tiene esto en el comportamiento expresivo.
Igualmente, desconocemos cómo se da el desarrollo (a nivel expresivo y comprensivo) de las
expresiones emocionales figurativas, que, aparte de que también son propias de cada lengua, desempeñan
un papel primordial en la comprensión y expresión de las emociones en la edad adulta.
3. CONCEPTUALIZANDO EMOCIONES
Como hemos introducido anteriormente, se ha propuesto que el lenguaje va más allá de la comunicación
emocional y no solamente denomina o comunica estados emocionales ya generados. Algunos autores
proponen que también permite conceptualizar las emociones al de dar coherencia a las sensaciones en la
percepción de estados emocionales. Esta posibilidad que nos brinda el lenguaje se predice con detalle a
partir de un marco construccionista que sugiere que el lenguaje desempeña un papel en la emoción porque
fundamenta el conocimiento conceptual utilizado para dar significado a las sensaciones corporales en un
contexto determinado (Lindquist, Satpute y Gendron, 2015). Para profundizar en esta cuestión, primero
revisaremos sucintamente las posturas principales al respecto, centrándonos en la perspectiva
construccionista, para posteriormente presentar estudios que ponen de relieve la importancia del lenguaje,
tanto en el desarrollo normal como en el caso de dificultades del desarrollo.
De modo general, y en aras de la necesaria síntesis en este capítulo, los estudios sobre la relación entre el
lenguaje y la representación de emociones se podrían encajar en dos posturas opuestas. Por una parte, la de
los autores que consideran que el lenguaje tiene un papel poco relevante en la representación de emociones,
de manera que meramente comunica o etiqueta los estados emocionales (Ekman y Cordaro, 2011; Wood y
Niedenthal, 2015), a la que llamaremos perspectiva comunicativa. Por otra parte, la de los autores que
sostienen que el lenguaje tiene un papel fundamental en la conceptualización de emociones (Barrett,
Lindquist y Gendron, 2007; Lieberman et al., 2007; Lindquist, Satpute y Gendron, 2015), ya sea porque
actúa como guía de la conceptualización de emociones o porque actúa de etiquetaje de la experiencia
emocional y, a partir de ahí, interviene en la representación emocional (Ogarkova, 2013). El punto de vista
que se adopta en este apartado sigue a los autores de la segunda perspectiva, asumiendo que el lenguaje
tiene un papel importante en la formación de categorías sobre emociones y, por tanto, un papel fundamental
en el desarrollo del conocimiento emocional. Denominaremos a este punto de vista perspectiva
representacional.
Los autores que se enmarcan dentro de la perspectiva comunicativa otorgan poco papel al lenguaje, pero
no niegan que a partir de él se pueden describir las emociones que experimentan las personas y que lo que
otras personas nos dicen puede afectar a nuestras emociones. Por consiguiente, el papel que conceden al
lenguaje se situaría en la dimensión comunicativa que hemos comentado al inicio de este capítulo. Sin
embargo, no asumirían que el lenguaje desempeña un papel también en la conceptualización o
representación de emociones, negando así la función representacional del lenguaje en relación con el ámbito
emocional.
Los autores que se enmarcan dentro de la perspectiva representacional sostienen que el lenguaje
desempeña un papel fundamental en la conceptualización emocional. En este caso sí que admiten una doble
importancia del lenguaje en relación con las emociones, tanto en la vertiente comunicativa como en la
vertiente conceptual o representacional. Estos autores ponen el énfasis en que el lenguaje tiene un papel
crucial en la formación de los conceptos o categorías sobre emociones. Las distintas categorías para las
emociones emergen gracias a las palabras usadas con referencia a ciertos eventos psicológicos que son
vagamente similares. Esta perspectiva, llevada al extremo, conecta con concepciones de raíz whorfiana,
puesto que las palabras para emociones no solamente reflejan las emociones sino que guían e incluso
determinan la percepción, el reconocimiento y la conceptualización de la experiencia. En esta misma línea,
otros autores enfatizan el papel de la cultura: es la arquitectura cultural de una comunidad lingüística (reglas
emocionales, valores, normas, conceptos salientes) la que guía la lexicalización y tiene un impacto
cuantitativo y cualitativo en los recursos léxicos de una lengua. Desde este punto de vista, la elaboración de
una emoción como focal o, alternativamente, como «silenciada» fundamenta la lexicalización de algunos
conceptos emocionales, como «vergüenza» en chino. O, de manera inversa, la escasa lexicalización de
otros, como «tristeza» y «culpa», entre los tahitianos, entre otros ejemplos. De este modo, el vocabulario
relacionado con el foco de una cultura se asume que es directamente proporcional a su relevancia en ella.
Aunque en este caso se focaliza en un aspecto diferente, poniendo el acento en la cultura como fuente
previa a la lexicalización, también se asume que las representaciones lingüísticas son indicadores fiables de
categorías conceptuales (Ogarkova, 2013). En definitiva, estas aproximaciones defienden la existencia de
una relación causal entre el lenguaje y la conceptualización de las emociones. Retomaremos esta idea con
más profundidad más adelante en el apartado siguiente.
Esta línea teórica está generando variedad de estudios y revisiones para describir y explicar cómo se
concreta la influencia del lenguaje en la emoción, incluso a nivel neuronal. Es el caso del metaanálisis de
Brooks et al. (2017), que demuestra que las palabras emocionales tienen un impacto en la representación
neuronal de la emoción. En este metaanálisis los resultados muestran que las tareas que implican palabras
emocionales provocan recuperación semántica y uso del conocimiento conceptual emocional relevante
durante la experiencia y percepción de emociones. Por otra parte, los autores constatan que cuando el
estudio no implica lenguaje emocional, se observa actividad en la amígdala. Estos resultados son
consistentes con un papel de la amígdala que señala incertidumbre sobre el significado de sensaciones
afectivas cuando el conocimiento conceptual no es fácilmente accesible. Por tanto, son consistentes con un
punto de vista según el cual la incertidumbre sobre el significado de los estímulos afectivos se resuelve
cuando el conocimiento conceptual sobre la emoción se hace más accesible y se usa para categorizar el
significado de las sensaciones afectivas. Según los autores, esto sería así porque las palabras referidas a
conceptos emocionales ayudan a refinar el significado de estados afectivos que de otro modo resultarían
ambiguos.
Otros estudios muestran que el hecho de no poder acceder al significado de las palabras emocionales
afecta a la habilidad para percibir emociones en el rostro. Sin acceso al significado de las palabras
emocionales como «miedo» o «tristeza», las personas perciben esas expresiones emocionales faciales como
simplemente desagradables (Lindquist, Gendron, Barrett y Dickerson, 2014). Estos resultados sugieren que
el acceso al significado de una palabra emocional (y a los conceptos que representa) es un componente
esencial en la comprensión de los significados discretos de las emociones faciales. Por otra parte, otros
estudios sugieren que poner palabras a las emociones también puede cambiar la experiencia emocional
(Lindquist, Gendron y Satpute, 2016). Una vez que una persona categoriza un afecto desagradable como
«miedo», entonces sabe lo que este estado afectivo significa, qué hacer con ello e incluso como regularlo
implícitamente. También la evidencia proveniente de la investigación transcultural es consistente con la
idea de que el lenguaje desempeña un rol constitutivo en la emoción (por ejemplo, Gendron, Roberson, Van
der Vyver y Barrett, 2014).
En conjunto, la idea de una relación importante entre lenguaje y emoción cobra fuerza a la luz de
estudios y metaanálisis como los mencionados; sin embargo, la investigación ha de continuar aportando
resultados en esta línea para completar la explicación dentro de la perspectiva representacional. Veamos con
mayor detalle la propuesta teórica más elaborada al respecto: la Conceptual Act Theory o CAT (Barrett,
2006; Lindquist, MacCormack y Shablack, 2015).
Figura 6.3.—Perspectiva comunicativa sobre el papel del lenguaje en la emoción. Elaborada a partir de
Lindquist, Satpute y Gendron (2015).
Figura 6.4.—Perspectiva representacional sobre el papel del lenguaje en la emoción. Elaborada a partir
de Lindquist, Satpute y Gendron (2015).
Las sensaciones internas, como representación de estados internos, pueden ser experimentadas como el
nivel de valencia y activación, y permitirían al organismo comprender si los objetos del mundo son buenos
o nocivos, evitables o aproximables. Se trata de una combinación de información interoceptiva y del
sistema neuroquímico/hormonal. Por su parte, las sensaciones exteroceptivas proporcionan a un organismo
representaciones de información del mundo externo. En este sentido, también proveen de información sobre
las emociones de otras personas. La CAT predice que ambos tipos de sensaciones se dotan de significado a
partir de ejemplos de experiencias emocionales o percepciones utilizando conocimiento conceptual sobre
categorías emocionales.
El conocimiento conceptual se refiere al conjunto de instancias que conforman lo que alguien sabe sobre
diferentes categorías. Una vez adquirido, el conocimiento conceptual sirve como información a priori para
dar forma a predicciones sobre nuevas sensaciones internas y exteroceptivas, ayudando al cerebro a
comprender el significado de sensaciones y actuar sobre ellas. En el caso de la emoción, significa que el
conocimiento conceptual se usa para ayudar a hacer significativas instancias/ejemplos de emociones
específicas, que de otro modo serían vagas y potencialmente ambiguas sensaciones corporales internas y
externas. La emoción resultante es, pues, un estado emergente que es a la vez afectivo y conceptual.
Lindquist, MacCormack y Shablack (2015) presentan evidencia sobre el papel constitutivo del
conocimiento conceptual y el lenguaje en las emociones. Estos autores revisan diversas líneas de estudio
que sugieren que el lenguaje desempeña este importante papel en la emoción, pero quedan aún por conocer
los mecanismos precisos mediante los cuales se realiza. En definitiva, el CAT sostiene que el lenguaje
ayuda a la adquisición y uso de conocimiento conceptual sobre emoción, pero poco trabajo de investigación
se ha realizado que atienda a esta hipótesis hasta el momento.
Si se admite la formación de conceptos emocionales a través del lenguaje, es primordial conocer cómo
se forman estos conceptos o representaciones sobre emociones durante el desarrollo, puesto que para la
formación de dichas conceptualizaciones ha de darse una relación estrecha entre el desarrollo del lenguaje y
el desarrollo emocional, aspecto que trataremos seguidamente.
a) A pesar de las diferencias en el tamaño del vocabulario emocional, la mayoría de lenguas que se han
estudiado tienen palabras o expresiones específicas para denominar lo que podríamos etiquetar como
«estados emocionales».
b) Las lenguas tienen palabras para sadness y para shame/guilty (Hupka, Lenton y Hutchison, 1999) y
también palabras que vehiculan significados similares a angry, ashamed y afraid (Wierzbicka, 1999).
c) En la mayoría de las lenguas las emociones se manifiestan con expresiones sobre sensaciones
somáticas y metáforas somáticas, es decir, con expresiones que hacen referencia a partes del interior
del cuerpo o con el cuerpo, ya sea de manera literal o imaginaria (por ejemplo, en inglés she blushed,
his hair stood on his head o his heart sank). Estas expresiones se hallan en una amplia variedad de
lenguas de familias lingüísticas diversas, tanto modernas como antiguas (latín, griego antiguo), hecho
que se ha utilizado como prueba de una universalidad de la emoción.
d) Los términos emocionales son similares en cuanto a la dimensionalidad. Comparables, pero no
idénticos, en una amplia variedad de lenguas (Galati, Sini, Tinti y Testa, 2008).
e) En términos de la aproximación prototípica, las categorías emocionales se hallan en el nivel básico de
categorización en lenguas tipológicamente distantes.
A pesar de estas similitudes, conviene destacar que se han estudiado relativamente pocas lenguas en
relación con la cantidad real de lenguas existentes, y además en cada estudio se comparan pocas lenguas.
Con todo, desde la perspectiva universalista, se considera que, aunque las palabras referidas a emociones
puedan diferir de unas lenguas a otras, los conceptos emocionales podrían ser similares en todos los
idiomas. Por tanto, es solo una cuestión de hasta qué punto unas lenguas u otras especifican
lingüísticamente determinados conceptos emocionales (véase Harris, 1995a). Los hablantes de distintas
lenguas podrían llegar a conclusiones parecidas sobre el estado emocional de las personas usando la
información contextual que tienen sobre cada situación (Harris, 1995a).
TABLA 6.1
Cantidad de categorías para denominar emociones
N.º de términos/
Estudio Lengua
uso habitual
Averill (1975) Inglés 558
También se ha cuestionado que el término «emoción» mismo sea universal (Russell, 1991; Wierzbicka,
1995). Por una parte, se ha observado que en algunas lenguas no existe un término como «emoción» para
las experiencias emocionales (por ejemplo, samoano, tahitiano o chewong). Por otra parte, cuando existe el
término, el campo semántico que abarca no se corresponde con el del inglés, lengua en la que se realizan la
mayoría de estudios y con la que se comparan otras lenguas. Por ejemplo, en japonés jodo se refiere a las
emociones en un sentido similar al español, pero también incluye categorías que no abarca el término
español «emoción», como considerado, afortunado o calculador. Así, por ejemplo, en otras lenguas el
término aproximado a «emoción» se incluye en una categoría para estados somáticos como el hambre o la
sed, o bien se utiliza más de un término no sinónimo para expresar «emoción». Al no haber esta
correspondencia para la palabra «emoción» en diferentes lenguas, tampoco podemos suponerla entre las
palabras específicas para referirse a emociones. En efecto, algunas palabras no tienen equivalencia en otras
lenguas, o bien tienen significados más restringidos o más amplios. Algunos ejemplos pueden hallarse en el
cuadro 6.2.
CUADRO 6.2
Ejemplos de diferencias translingüísticas en el vocabulario emocional
En tahitiano se contabilizan 46 términos diferenciados para el enfado, mientras que en inglés pueden
contabilizarse menos de diez; además, en tahitiano no hay un concepto para tristeza.
En ifaluk o en malayo no existe una palabra para la sorpresa, considerada una emoción básica. En ifaluk
se distingue entre dos tipos de sorpresa según si se trata de una sorpresa agradable (ker) o no (rus). En
esa lengua tampoco existe un vocablo para la culpa, a la que se hace referencia con el término metagu,
cuyo significado sería miedo o ansiedad.
En samoano la palabra lotomaualalo no tiene equivalente en lenguas occidentales. Se refiere a una
emoción agradable en la que hay ausencia de malicia, tristeza o resentimiento, en situaciones de conflicto
potencial en las que esas emociones podrían esperarse.
Dentro de las lenguas indoeuropeas también hallamos ejemplos de términos que no tienen
correspondencia en otros idiomas. Por ejemplo, la palabra Schadenfreude, que se refiere al placer
derivado del displacer de otros, no tiene equivalente en inglés o español.
Una de las emociones consideradas básicas en muchos estudios, disgust en inglés, traducida como
«asco» en español, no tiene equivalente en polaco.
Por otra parte, si antes referíamos que las distintas lenguas representan las emociones mediante
expresiones somáticas, se han hallado diferencias en la manera en que ello se realiza o con la parte del
cuerpo con la que se asocian determinadas emociones. Por ejemplo, en las culturas occidentales las
emociones se consideran a menudo provenientes del corazón, pero en otras culturas se asocian al hígado o a
los intestinos (Parkinson, Fisher y Manstead, 2005). Ante la descripción de las diferencias entre lenguas en
cuanto al vocabulario sobre emociones, Russell (1991) apunta la posibilidad de que se manifieste la
emoción mediante otro tipo de expresiones verbales, como frases o sentencias metafóricas. Wierzbicka
(1999), por su parte, considera posible utilizar términos lingüísticos básicos que están presentes en todas las
lenguas, como pensar o saber. Esta misma estrategia se ha propuesto y utilizado con niños pequeños que
aún no han desarrollado un término emocional específico (Quintanilla y Sarriá, 2009). Aun así, según el
modelo construccionista psicológico de la emoción, el lenguaje no solo «traduce» los sentimientos a
palabras, sino que puede llegar a cambiar la naturaleza de estos sentimientos. De este modo, las palabras
referidas a emociones ayudan a crear las experiencias que sentimos y percibimos en los demás (Lindquist et
al., 2016), de modo que algunas experiencias emocionales pueden ser difíciles de comprender si no existen
semejanzas culturales sobre los comportamientos y actividades a los cuales esas emociones se refieren.
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7
Conocimiento emocional, empatía y conducta prosocial
ELENA GAVIRIA
1. INTRODUCCIÓN
Definida de forma simple y general, la empatía es la capacidad para entender los estados afectivos de
otros y reaccionar emocionalmente ante ellos. Eso incluye cualquier estado afectivo (alegría, tristeza,
miedo, ira, vergüenza, culpa, etc.). Este capítulo aborda la relación entre la empatía y el comportamiento
prosocial; por ello, nos centraremos en emociones que supongan malestar psicológico para analizar cómo
las personas, en concreto los niños, reaccionan ante ese malestar emocional ajeno.
Hablar, o escribir, sobre empatía y su relación con el comportamiento prosocial parece una tarea
relativamente fácil. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe lo que es la empatía y, además, es casi de sentido
común que cuanto más empáticos somos, más ayudamos a los demás. Sin embargo, algo que para el lego es
tan obvio ha sido y sigue siendo objeto de controversia entre los investigadores que trabajan en esta área de
estudio, en gran parte como consecuencia de la particular forma de entender la empatía según cada uno. En
este capítulo vamos a intentar plasmar esa controversia acerca de la relación entre la empatía, sea lo que
sea, y el comportamiento prosocial.
Antes de entrar de lleno a analizar esta cuestión, revisaremos algunos aspectos que nos servirán para
introducir el contenido que vendrá después. En concreto, abordaremos la importancia de la empatía para el
funcionamiento social y daremos unas pinceladas sobre el origen filogenético y el desarrollo ontogenético
de esta capacidad, analizando después sus componentes para poder tener una visión más clara del
fenómeno.
Empatía emocional
Según indica la evidencia empírica basada en datos conductuales, los seres humanos nacemos con la
capacidad de enviar y recibir señales afectivas y de distinguir los estados emocionales de otras personas.
Algunas muestras de esta evidencia son las manifestaciones de inquietud de los recién nacidos ante el llanto
de otro, pero no ante el sonido de su propio llanto (Dondi, Simion y Caltran, 1999; Sagi y Hoffman, 1976),
la respuesta diferenciada y la imitación de los bebés ante distintas expresiones faciales de su madre a las 10
semanas (Haviland y Lelwica, 1987) o las expresiones de preocupación, faciales, vocales y posturales, ante
el malestar de su madre desde los 8 meses (Roth-Hanania, Davidov y Zahn-Waxler, 2011). Los estudios que
emplean técnicas de neuroimagen también encuentran evidencia del funcionamiento de mecanismos de
percepción-acción en edades muy tempranas (Marshall y Meltzoff, 2014).
Por otra parte, y en contra de lo que tradicionalmente se ha sostenido, se han encontrado desde muy
pronto precursores de un sentido de autoconsciencia y agencia en el que se basa la capacidad para
diferenciar entre el yo y el otro en las experiencias empáticas. Entre los 2 y los 6 meses los bebés
desarrollan un sentido del yo como agente social y aprenden que su conducta puede afectar a la respuesta
emocional del otro (Neisser, 1991). De todas formas, hasta el segundo año los niños no empiezan a
reconocerse a sí mismos y a los demás como agentes intencionales cuyas acciones vienen causadas por
estados mentales subyacentes, como emociones, creencias y deseos.
Empatía cognitiva
La adopción de la perspectiva del otro permite al observador centrar su atención en los estados
emocionales de la otra persona y también hacer inferencias sobre esos estados emocionales cuando no
existen claves externas que los identifiquen. Esta capacidad sigue un curso de desarrollo bastante más lento
que la empatía emocional. Hasta los 3 o 4 años los niños no empiezan a entender que los demás pueden
tener pensamientos, deseos o emociones distintos de los propios. No obstante, algunos estudios han
encontrado signos de atribución de emociones en niños mucho más pequeños. Mientras que a los 14 meses
dan muestras de egocentrismo ofreciendo a otros lo que a ellos mismos les gusta, a los 18 meses son
capaces de inferir correctamente los deseos de otro a partir de su expresión emocional (Repacholi y Gopnik,
1997), e incluso de mostrar preocupación ante el malestar de otro en ausencia de expresiones faciales de
malestar (Vaish, Carpenter y Tomasello, 2009).
5. CONCLUSIONES
Cualquier intento de revisión de la investigación sobre empatía, incluso restringiéndola a los estudios
con niños, se enfrenta a dos serios problemas, como denuncian todos los que acometen esta tarea: por un
lado, la falta de consenso acerca de qué es exactamente la empatía; por otro, y como consecuencia, la
diversidad de formas en que se ha operativizado para medirla.
Cuando nos acercamos a la literatura especializada, encontramos un buen número de términos que,
dependiendo de los distintos investigadores, se refieren a procesos sutilmente diferentes. La distinción más
clásica es la que se establece entre empatía afectiva o emocional y empatía cognitiva. Pero aparecen otros,
como simpatía, preocupación empática, teoría de la mente, toma de perspectiva afectiva o inteligencia
emocional. El propio Batson (2009) denuncia esta situación en un trabajo en el que distingue hasta ocho
usos distintos del término empatía. Esta disparidad terminológica y conceptual dificulta enormemente la
comparación entre estudios.
Por otra parte, la diversidad de medidas empleadas en los distintos estudios tampoco contribuye a
facilitar las cosas. Veamos un ejemplo. Distintos paradigmas experimentales que han utilizado viñetas han
medido la empatía afectiva como una convergencia exacta entre la emoción del personaje y la del niño, o
como una convergencia entre emociones distintas, pero con la misma valencia (por ejemplo, si el personaje
expresa tristeza y el niño dice sentir ira o miedo). Algo parecido ocurre con la empatía cognitiva. Las
medidas empleadas se refieren al reconocimiento de la emoción expresada por un personaje, o a la
comprensión de la causa de la emoción expresada por un personaje, o a una inferencia de la emoción que un
personaje debería sentir a partir de un escenario.
Aparte de estos problemas, en general esta área de estudio adolece de falta de investigación naturalista y
longitudinal que permita explorar la empatía en situaciones más reales para los niños y establecer el patrón
de desarrollo de los distintos procesos implicados. Aunque existe bastante acuerdo entre los investigadores
en este sentido, esto puede no ser más que un desiderátum, dados la dificultad, el coste y el escaso rédito
académico a corto plazo de este tipo de metodología.
A pesar de estas dificultades, podemos extraer dos conclusiones de lo visto en este capítulo, una más
general y la otra más relacionada con el objeto central de la presente revisión. La primera es que el carácter
multifacético (cognitivo-emocional) de la empatía la convierte en ejemplo paradigmático de la relación
entre la emoción y la cognición social, una relación que se pone de manifiesto no solo a nivel de procesos
sino también en cuanto a sus bases neurológicas (Adolphs, 1999).
La segunda se refiere a la función de la empatía. En este capítulo nos hemos centrado en una cuestión
que ha generado bastante debate entre los investigadores: la relación del conocimiento emocional que
proporciona la capacidad empática con la conducta prosocial y con la persecución de las propias metas, o,
dicho en otros términos, con el comportamiento altruista y el egoísta. Para ello hemos partido del
planteamiento evolucionista, que considera la empatía como una capacidad versátil, que promueve el
cuidado de los demás y la cooperación entre los miembros del grupo y, al mismo tiempo, el engaño y la
manipulación de otros en beneficio propio. Frente a una visión excluyente que sostiene que una de las dos
funciones tiene más peso que la otra, hemos defendido la coexistencia de ambas, mucho más coherente con
el enfoque evolucionista y su énfasis en la flexibilidad necesaria para una mejor adaptación a distintos
contextos. En este sentido, la empatía sería una capacidad neutra, y la saliencia de una u otra función en un
momento dado dependería de variables personales, como las metas, las experiencias previas o la capacidad
de regulación del individuo, y de factores contextuales, como el grado de relación con la otra persona o las
normas que rigen en esa situación concreta.
Coincidimos con Dale Hay (2009) cuando afirma que, probablemente, uno de los mayores logros del
desarrollo infantil sea la adquisición de la capacidad para equilibrar las tendencias prosociales con las
necesidades individuales, y para discriminar cuándo es apropiado compartir, simpatizar y ayudar a otros y
cuándo es prioritario centrarse en los intereses propios. La empatía es una herramienta más para facilitar el
comportamiento social, y no viene de fábrica con una direccionalidad predeterminada.
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NOTAS
17 Galeano, E. (2008). Espejos. Una historia casi universal (p. 4). Madrid: Siglo XXI.
PARTE TERCERA
El desarrollo emocional en contexto
8
Diferencias de género en la expresión emocional en la
infancia
HARRIET R. TENENBAUM
ANA AZNAR
1. INTRODUCCIÓN
El género es una representación cultural formada por normas, valores, prejuicios, prohibiciones y reglas
que influye en la manera de comportarse y expresarse de hombres y mujeres. Durante décadas, el género se
consideró un rasgo estable; sin embargo, en los últimos años ha pasado a considerarse un componente de la
identidad personal que se desarrolla y evoluciona a lo largo de la vida. Desde esta perspectiva, la
investigación en esta área ha pasado de describir las diferencias entre hombres y mujeres a intentar
establecer por qué y cómo las diferencias de género aparecen y se desarrollan. El género también influye en
cómo hombres y mujeres expresan sus emociones. La expresión emocional es una habilidad fundamental
porque nos permite comunicar nuestros sentimientos a aquellos que están a nuestro alrededor. Sin embargo,
numerosas investigaciones demuestran que desde la más temprana infancia hay diferencias de género en la
expresión emocional (Chaplin y Aldao, 2013). A lo largo de este capítulo revisaremos la literatura sobre
diferencias de género en la expresión emocional en la infancia y las razones que explican estas diferencias.
3. LA EXPRESIÓN EMOCIONAL
La expresión emocional es la capacidad de comunicar las emociones de una manera apropiada y
efectiva, de manera que los demás puedan entenderlas (Denham et al., 2003). Las emociones pueden
comunicarse a traves de diversos canales: expresiones faciales, vocalizaciones (p. ej., llanto), posturas (p.
ej., cerrar los puños), o a través de conversaciones explícitas sobre emociones (Chaplin, 2015).
Desde el nacimiento, los niños expresan sus emociones para guiar los cuidados de sus padres. A medida
que los niños crecen, aprenden a expresar verbal y no verbalmente sus emociones, a la vez que asimilan
también las reglas sobre expresión emocional, es decir, aprenden cuándo, cómo y con quién deben expresar
sus emociones (Chaplin y Aldao, 2013). Es importante desarrollar la capacidad de expresar las emociones
de manera efectiva porque diversas investigaciones demuestran que está unida a la capacidad de establecer
relaciones sociales de éxito (Halberstadt et al., 2001). Por ejemplo, los niños en edad preescolar que
mencionan un mayor número de emociones tienden a ser más populares entre sus compañeros que los que
mencionan menos emociones (Fabes, Eisenberg, Hanish y Spinrad, 2001). También los niños cuyas familias
expresan afecto positivo frecuentemente demuestran un elevado comportamiento prosocial (Denham y
Grout, 1993), mientras que los niños cuyas familias expresan más frecuentemente afecto negativo
manifiestan mayores niveles de agresividad (Denham, Renwick-DeBardi y Hewes, 1994). Por último, los
niños que no expresan sus emociones de manera efectiva corren mayor riesgo de sufrir psicopatologías que
aquellos que tienen mejor expresividad emocional (Chaplin y Cole, 2005).
5.1. Edad
La edad es uno de los factores que influyen en las diferencias de género en la expresión emocional
(Chaplin, 2015; Chaplin y Aldao, 2013; Kring y Gordon, 1998; Simon y Nath, 2004). Como ya hemos
mencionado, la investigación con adultos demuestra que, tanto verbal como no verbalmente, las mujeres
son más emocionales que los hombres (Ashmore, 1990; Brody y Hall, 1993; Kring y Gordon, 1998). Las
mujeres tienden a expresar más frecuentemente emociones positivas y emociones internalizantes (p. ej.,
tristeza), a sonreír más y, con la excepción de enfado, a manifestar más frecuentemente emociones
negativas que los hombres (Brody, 1985). Sin embargo, es importante destacar que algunos estudios no han
encontrado diferencias de género en expresión emocional en adultos (p. ej., Cupchick y Poulos, 1984; Kring
y Gordon, 1998; Lanzetta, Cartwright-Smioth y Kleck, 1976; Wagner, 1990). Por tanto, a la luz de esta
información, lo que nos tenemos que preguntar es: ¿cuándo aparecen las diferencias en expresión emocional
entre hombres y mujeres? ¿Están presentes desde el nacimiento o se desarrollan a lo largo del crecimiento?
Los estudios con bebés y niños y niñas obtienen resultados contradictorios, lo que hace difícil establecer
una pauta de desarrollo (Cossette, Pomerleau, Malcuit y Kaczorowski, 1996). La mayoría de estudios
observacionales con recién nacidos y bebés no han encontrado diferencias (Cossette et al., 1996). Cuando
aparecen diferencias, los bebés varones son más irritables (con una muestra española, Boatella-Costa,
Costas-Moragas, Botet-Mussons, Fornieles-Deu y De Cáceres-Zurita, 2007), lloran más (Feldman, Brody y
Miller, 1980) y son más expresivos emocionalmente que las niñas.
En niños y niñas en edad preescolar, también aparecen diferencias de género en expresión emocional
(Chaplin, Cole y Zahn-Waxler, 2005). Las niñas tienden a ser más expresivas que los niños. Observaciones
naturales han encontrado que niños y niñas en edad preescolar mencionan un número de palabras sobre
emociones parecidas (Fabes et al., 2001). Sin embargo, al final de la edad preescolar las niñas usan más
palabras sobre emociones y una mayor variedad que los niños (Kuebli et al., 1995). A los 24 meses de edad,
las niñas hablan más que los niños sobre emociones en conversación con sus madres (Cervantes y Callanan,
1998; Dunn, Bretherton y Munn, 1987). También, cuando los niños y niñas juegan con sus compañeros, las
niñas de 4, 5 y 6 años tienden a expresar más emociones que los niños de la misma edad (Garner, Robertson
y Smith, 1997; Tenenbaum, Ford y Alkhedairy, 2011).
Además de examinar la frecuencia con la que los preescolares hablan sobre emociones, hay diversas
investigaciones que han examinado la calidad y el estilo de esas conversaciones. Por ejemplo, los
preescolares de 40 a 45 meses hablan más sobre las causas de las emociones con sus madres que con sus
padres, y las niñas usan un mayor número de emociones cuando hablan con sus padres sobre hechos que les
dan miedo que los niños de la misma edad (Fivush et al., 2000). Leaper y Smith (2004) encontraron que en
diversas edades las niñas usan un lenguaje más afiliativo que los niños, mientras que estos emplean un
lenguaje más asertivo. Finalmente, las niñas tienden a expresar más tristeza que los niños, mientras que
estos tienden a demostrar más enfado que aquellas (Brody, 1999; Saarni, 1984).
Las investigaciones con adolescentes, aunque más escasas, continúan demostrando diferencias de género
en expresión emocional. Cuando hablan con sus padres, las adolescentes son más emocionales que los
adolescentes de la misma edad (Aldrich y Tenenbaum, 2006). En relación con la calidad de las
conversaciones sobre emociones, las adolescentes declaran expresar más tristeza y afecto, mientras que los
adolescentes tienden a expresar más enfado (Brody y Hall, 1993; Safyer y Hauser, 1994).
En resumen, y de acuerdo con los estereotipos culturales, las diferencias de género en expresividad
emocional se incrementan con la edad, y tanto verbal como no verbalmente las niñas y las mujeres son más
expresivas emocionalmente que los hombres y los niños.
5.2. Interlocutor
Cuando hablamos sobre nuestras emociones, es de sentido común asumir que la persona con la que
estamos hablando influye en cómo y cuánto hablamos sobre nuestras emociones. En general, tendemos a
hablar sobre nuestras emociones más frecuentemente cuando estamos con familiares que cuando estamos
con personas poco conocidas o con colegas de trabajo (Matsumoto, Takeuchi, Andayani, Kouznetsova y
Krupp, 1998). Numerosas investigaciones sugieren que las emociones positivas se expresan más libremente
cuando estamos con familiares (Buck, Losow, Murphy y Costanzo, 1992; Kring, Raniere y Eberhardt,
1995), mientras que evitamos comunicar las emociones negativas en presencia de personas poco conocidas,
pero no con interlocutores conocidos (Buck et al., 1992; Kring et al., 1995; Chaplin y Aldao, 2013). Pautas
parecidas aparecen cuando se compara a niños y niñas en conversación con sus padres o con sus
compañeros. Por ejemplo, niños de 7 y 11 años expresan sus emociones negativas más frecuentemente con
sus padres que con sus compañeros, probablemente porque es más normal que los padres acepten estas
emociones negativas, mientras que sus compañeros podrían ridiculizarles (Zeman y Garber, 1996). De
manera parecida, niños y niñas en educación primaria dicen demostrar más emociones con miembros de su
familia que con sus amigos (Zeman y Garber, 1996).
El sexo del interlocutor también desempeña un papel en la manera de expresar emociones de niños y
adultos. Por ejemplo, en su metaanálisis, Chaplin y Aldao (2013) no detectaron diferencias de género en la
expresión verbal y no verbal de emociones cuando niños y niñas de entre 0 y 17 años hablaban con uno de
sus padres, pero sí descubrieron pequeñas diferencias cuando hablaban con adultos que eran menos
conocidos para ellos. Si examinamos diferencias de género en la expresión verbal de emociones en la
infancia, debemos considerar la gran cantidad de estudios que examinan las conversaciones sobre
emociones entre padres e hijos. Cervantes y Callanan (1998) encontraron que a los 2 años las niñas
hablaban más sobre emociones que los niños mientras jugaban con sus madres; sin embargo, no registraron
diferencias en niños y niñas de 3 y 4 años. Resultados parecidos han sido encontrados en niños al final de la
edad preescolar en Estados Unidos, donde las niñas usaban más términos emocionales y más variados que
los niños cuando hablaban sobre el pasado con sus madres (Kuebli et al., 1995). Sin embargo, Melzi y
Fernández (2004) no encontraron diferencias de género en la frecuencia de las emociones mencionadas por
preescolares en Perú cuando hablaban sobre el pasado con sus madres. Finalmente, Aldrich y Tenenbaum
(2006) encontraron que las adolescentes en Estados Unidos mencionaban más emociones que los
adolescentes cuando discutían dilemas morales con sus padres varones.
En resumen, el interlocutor influye en la manera en la que niños y niñas hablan sobre emociones, pero
este efecto no es claro. Cuando hay diferencias, las niñas mencionan más emociones que los niños al
dialogar con sus madres. Estos estudios apoyan la teoría del modelo contextual de género (Brody y Hall,
2008; Deaux y Major, 1987; Fischer y Evers, 2011; LaFrance, Hecht y Paluck, 2003), y sugieren que el
género de la persona que habla y el de su interlocutor desempeñan un papel en la expresión emocional en la
infancia.
5.3. Cultura
Cada cultura dicta cómo, cuándo y con quién es o no aceptable expresar las emociones (Brody y Hall,
2000; Matsumoto, 1990; McCarty et al., 1999). A traves de las prácticas de socialización transmitidas
principalmente por los padres y por otros adultos de la sociedad (Rogoff, 1990), los niños y niñas aprenden
estas reglas, incluidas las referidas al género, sobre cómo las emociones pueden y deben ser expresadas
(Fivush y Buckner, 2000). Ciertamente, los estereotipos de género que existen en cada cultura están
relacionados con lo que significa ser mujer u hombre (Williams y Best, 1990). Por ejemplo, en la cultura
china, las emociones (especialmente las negativas) son consideradas destructivas y peligrosas para las
relaciones sociales y por ello deben mantenerse bajo un estricto control (Wang, 2013). Al contrario, en la
cultura occidental, la estadounidense o la europea, por ejemplo, la expresión emocional se promueve porque
se considera la expresión de uno mismo (Markus y Kitayama, 1991).
La gran mayoría de investigaciones sobre la expresión emocional están realizadas en Estados Unidos y
en algunos países de Europa (p. ej., España, Reino Unido, Italia) con niños de clase media y media-alta
(Brody y Hall, 1993; Chaplin y Aldao, 2013; Manstead, 1992). Por ello todavía no está claro si los
resultados de estas investigaciones se pueden extrapolar a otras culturas. Sin embargo, hay algunos
ejemplos de investigaciones en otras culturas. Si examinamos conversaciones sobre emociones entre padres
e hijos, los padres asiáticos tienden a elaborar menos sus relatos cuando hablan con sus hijos (Wang, 2001)
que los padres europeos y estadounidenses (Wang y Fivush, 2005). Schroder, Keller y Kleis (2013)
examinaron a padres y madres de Costa Rica, México y Alemania hablando sobre emociones con sus hijos
de 3 años. Los resultados sugieren que mientras que las familias de las tres culturas eran comparables en
elaboración, los padres y madres alemanes eran los menos «socialmente» orientados de los tres. Es decir,
las familias alemanas hablaban menos sobre otras personas (p. ej., «¿estaba tu primo con nosotros?») y se
referían más frecuentemente a objetos, números, comida o animales (p. ej., «¿de qué color era el coche?»)
que las familias de México o Costa Rica.
Algunas investigaciones analizan las diferencias de género en expresión emocional en distintas culturas
durante las conversaciones sobre el pasado entre padres e hijos. Estudios con participantes hispanohablantes
sugieren que las madres mexicanas (Eisenberg, 1999) y españolas (Aznar y Tenenbaum, 2015) mencionan
más palabras sobre emociones cuando hablan con sus hijas que con sus hijos. Sin embargo, las madres
peruanas hablan más sobre emociones con sus hijos que con sus hijas (Melzi y Fernández, 2004). Otras
investigaciones han examinado el estilo de las conversaciones sobre emociones entre padres e hijos en
diferentes culturas. Los padres y madres en Europa y América elaboran más sus relatos cuando hablan sobre
el pasado con sus hijas que con sus hijos (p. ej., Fivush, Berlin, McDermott Sales, Mennuti-Washburn y
Cassidy, 2003; Reese y Fivush, 1993). Sin embargo, hay investigaciones que sugieren que no hay
diferencias en el nivel de elaboración de madres y padres cuando hablan sobre emociones con sus hijos e
hijas (con una muestra china, Fivush y Wang, 2005; con una muestra peruana, Melzi, Schick y Kennedy,
2011). Finalmente, en un estudio que comparó muestras de madres chinas y americanas, las madres
mencionaron más explicaciones con sus hijas que con sus hijos.
Por el contrario, muy pocas investigaciones abordan la manera en la que los niños y las niñas hablan
sobre emociones cuando conversan sobre el pasado con sus madres. Por ejemplo, Wang y Fivush (2005)
encontraron que en China los niños y las niñas de 40 meses de edad se atribuyen más emociones a sí
mismos que los niños en Estados Unidos de la misma edad. También los niños y niñas en Estados Unidos
hablan más sobre las causas de sus emociones que los niños y niñas chinos de la misma edad. Wang y
Fivush (2005) detectaron que el modo en que los niños hablan sobre emociones tiende a reflejar la manera
en que sus madres hablan sobre emociones, lo que significa que a través de las conversaciones las madres
transmiten los valores culturales a sus hijos. Además, estos resultados cuestionan por qué aparecen las
diferencias entre culturas y específicamente sobre por qué la cultura occidental promueve las diferencias de
género en la expresividad de emociones. En resumen, parece que el efecto de la cultura en la expresión
emocional de los niños y las niñas no demuestra una pauta clara y que son necesarios más estudios para
determinar el papel que desempeña la cultura en la expresión emocional.
7. CONCLUSIONES
En resumen, el campo de la psicología ha dedicado mucha atención al estudio de las diferencias de
género en el comportamiento humano. Durante décadas, los psicólogos estuvieron divididos en el estudio
del género. Algunos consideraban que el género es un rasgo estable, mientras que otros no lo consideraban
estable. Más recientemente, los investigadores en este campo han adoptado una perspectiva contextual que
mantiene que las diferencias de género en el comportamiento humano dependen de factores contextuales
como la cultura o la edad. En el caso específico del estudio de diferencias de género en la expresión
emocional durante la infancia, un gran número de investigaciones sugiere que cuando hay diferencias, las
niñas y mujeres son más expresivas emocionalmente que los niños y los hombres (Deaux y Major, 1987).
Estas diferencias aparecen en la infancia y continúan durante la adolescencia y la edad adulta. El estudio de
las diferencias de género en la expresión emocional es importante porque nos ayuda a mejorar la
comunicación entre hombres y mujeres, lo que a su vez puede contribuir a reducir la desigualdad entre
hombres y mujeres.
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9
El desarrollo emocional en contextos de riesgo
ALBERTO FERNÁNDEZ ANGULO
1. INTRODUCCIÓN
A nadie sorprende ya que la inteligencia emocional se considere uno de los principales responsables del
bienestar y el ajuste psicológico de las personas. Tanto es así que los desajustes emocionales pueden afectar
a la salud mental y derivar en trastornos psicológicos, tal y como se ha evidenciado en la literatura reciente
(Martins, Ramalho y Morin, 2010).
Como hemos visto en capítulos anteriores, el desarrollo de las competencias emocionales es un proceso
que se empieza a gestar desde las primeras etapas de la vida, y cualquier déficit en el transcurso del mismo
parece estar asociado a mayores problemas escolares, además de dificultades sociales y psicológicas en
etapas vitales posteriores (Ortega-Navas, 2010).
De los distintos componentes emocionales, se ha prestado una especial atención a la capacidad para
regular emociones negativas. Si el niño crece sin aprender a utilizar de una forma apropiada este
mecanismo, es más probable que esté predispuesto a futuros problemas conductuales (Block, Gjerde y
Block, 1991). Estudios longitudinales han relacionado los déficits en regulación de emociones con
conductas disruptivas en la adolescencia, mayor riesgo de sufrir bullying e incluso propensión a la ideación
suicida (Hessler y Fainsilber, 2010; Lomas, Stough, Hansen y Downey, 2012; Valois, Zullig y Hunter,
2013).
Se han estudiado con especial interés los factores que facilitan el desarrollo emocional del niño,
prestando una atención particular al contexto social, dado que es donde tiene lugar su primer contacto con el
mundo que le rodea, y se ha llegado a alguna conclusión interesante. Aunque es posible vivir en un contexto
que cubra las necesidades primarias (biológicas) del niño, este ambiente por sí solo no garantiza un
desarrollo emocional óptimo; constituye además un entorno de vulnerabilidad social que hará a la persona
más predispuesta a mostrar déficits y desajustes emocionales.
A lo largo del presente capítulo haremos un recorrido por algunos de los contextos de riesgo social cuya
exposición en la infancia temprana puede dar lugar a desajustes en el desarrollo de las competencias
emocionales. Revisaremos los ambientes de bajos ingresos y sus múltiples riesgos, así como otros que no
están específicamente relacionados con la escasez de recursos económicos. También se mencionarán
algunos de los factores que habitualmente se han mostrado como protectores o moduladores del desajuste,
puesto que pueden sugerirnos formas preventivas de actuación para un mejor ajuste del menor expuesto a
estas circunstancias.
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10
El papel de las emociones en el aula: una aproximación
histórico-cultural
MABEL ENCINAS
1. INTRODUCCIÓN 18
Si bien el estudio de las emociones ha dejado de centrarse en el individuo y sus reacciones gracias al
desarrollo de diversos paradigmas sociales, la posibilidad de ofrecer una visión integral de los procesos
emocionales está lejos de ser una realidad. Las emociones o son estudiadas neurológicamente (Damasio,
1994, 1999, 2003), y quizá son universales e innatas (como en el caso del «interés»; Izard, 2013), o son
fenómenos mentales de carácter individual al margen de mundo social y vinculados con la evolución
humana (Ekman, 1982; Ekman y Oster, 1979; Ekman y Rosenberg, 2005; Panksepp, 2005; Turner y Stets,
2006), o bien las emociones son socialmente construidas (Belli, 2009; Lutz y While, 1986), ya sea por
influencia de la cultura más inmediata ligada al grupo (Frijda, 2006; Frijda y Mesquita, 1994; Lazarus,
1991), ya sea por una determinación sociocultural más amplia (Kitayama, Markus y Kurokawa, 2000). En
algunos casos, las emociones son consideradas reacciones irracionales (Haselton y Ketelaar, 2006) que
necesitan ser controladas; en otros, un elemento funcional en relación con la especie (Keltner, 1999), un
elemento fundamental en la toma de decisiones (Damasio, 1994, 1999, 2003; Nussbaum, 2004), un motor
de búsqueda de cambios sociales (Jasper, 1998; Roeser, 2012) y una fuente de sabiduría (Haselton y
Ketelaar, 2006). A veces, las emociones son estudiadas como fenómenos discursivos vinculados a la
comunicación (Oatley y Jenkins, 1992), y en otras ocasiones son fenómenos performativos (Buttler, 1997).
Con todo este mosaico de perspectivas, parece que el proyecto de una visión unitaria que integre todos los
aspectos que tienen que ver con las emociones es una misión imposible, y en general ha dejado de estar
sobre la mesa en la psicología contemporánea: cada paradigma construye sus propias premisas y mira de
manera sesgada a las demás.
En este capítulo voy a intentar ofrecer la perspectiva de la psicología histórico-cultural, y en concreto de
la perspectiva que ofrece Vygotski. En principio, asumo que el contexto social es un elemento central para
entender las emociones en general y, en particular, las emociones en el aula (Encinas, 2008). Para
mostrarlo, analizo la microhistoria de las emociones en ese contexto. Es decir, estudio cómo las emociones
emergen, se transforman y modifican el contexto, mediante el análisis de los cambios que suceden en el
aula durante breves períodos de tiempo, que llamo microsituaciones.
Para construir la perspectiva que utilizo para estudiar las emociones, comienzo por mostrar la síntesis
que ofrece Vygotski. Como explicaré, esta síntesis considera las emociones un fenómeno individual y social
simultáneamente. Termino esta primera sección desarrollando los elementos necesarios para pensar las
emociones microhistóricamente. Después, presento la metodología utilizada en mi estudio, basada en el
análisis de vídeos de interacciones en clases, que son extractos a los que llamo microsituaciones. Enseguida,
y a través de un ejemplo, discuto las consecuencias de pensar las emociones en una perspectiva histórico-
cultural. Concluyo este capítulo con las implicaciones que esta perspectiva puede tener tanto para pensar las
prácticas escolares y la formación docente como para considerar las posibles vertientes de investigación con
esta vía.
2. UNA VISIÓN HISTÓRICO-CULTURAL DE LAS EMOCIONES
Dos son las contribuciones centrales de Vygotski al estudio de los fenómenos psicológicos: la necesidad
de estudiarlos como fenómenos unitarios y la necesidad de comprenderlos como fenómenos históricos. La
unidad de un fenómeno implica comprenderlo considerando todos los posibles aspectos o elementos que lo
integran, más que separarlos por niveles, aspectos o perspectivas psicológicas (Vygotski, 1997 y 1999). En
el estudio de las emociones esto significa no separarlas a priori como fenómenos individuales y sociales, o
en términos fisiológicos y culturales, o en estados conscientes e inconscientes. Esta unidad implica tomar
como punto de partida la construcción de una unidad de la psicología. Por supuesto, no significa agregar
una visión a la siguiente y así sucesivamente. Por el contrario, significa construir los cimientos para la
unidad y mirar las aportaciones de las diferentes perspectivas psicológicas a la luz de ese principio
unificador más amplio. En la actualidad, las diversas perspectivas psicológicas conviven sin la intención de
contribuir a un proyecto común.
El segundo aspecto que Vygotski presenta es la historicidad de las emociones, el cual implica entender
que las emociones se transforman de manera situada y al mismo tiempo transforman el contexto (Vygotski,
1999). Esto es, que las emociones, a veces, son el resultado del contexto en el que emergen, pero también se
convierten en detonadores de cambios en dicho contexto. Es decir, la función de las emociones no está
predeterminada, sino que se transforma a través del tiempo. Si bien es cierto que las emociones emergen en
un individuo, sus causas, sus efectos y sus significados se definen en el contexto en el que emergen. Por
tanto, son simultáneamente sociales, como mostraré más adelante. La unidad y la historicidad, que explico
en las siguientes secciones, constituyen las premisas fundamentales de la perspectiva vygotskiana de los
fenómenos psicológicos, y en particular de las emociones.
El crecimiento del niño normal en el seno de la civilización usualmente involucra la fusión entre los
procesos orgánicos de maduración. Ambos planos de desarrollo —el natural y el cultural— coinciden y
se funden uno con el otro. Las dos líneas de cambio se interpenetran mutuamente y forman lo que es
esencialmente una sola línea de formación sociobiológica de la personalidad del niño. Esto ocurre en tal
grado que el desarrollo tiene lugar en el medio cultural, y se transforma en un proceso biológico
históricamente condicionado (1978, p. 47).
De esta manera las emociones ocurren en el medio cultural y se transforman en un proceso biológico-
cultural al mismo tiempo.
es más probable que los psicólogos enfaticen los conflictos intergeneracionales, cambios tanto en el
comportamiento como en la personalidad del joven en desarrollo que los adultos perciben como
destructivos (p. ej., altos niveles de conducta considerados criminales o inmorales, altas tasas de
suicidio) (Cole y Gajdamashko, 2009, p. 136).
En las culturas occidentales, la creación cultural y el cuestionamiento de los adolescentes a las reglas
establecidas son actividades prominentes; sin embargo, estas actividades darán lugar a nuevos productos
culturales, que buscan disminuir o extinguir lo antiguo (Cole y Gajdamashko, 2009). Así, se desvela que el
desarrollo no siempre es funcional y coincidente con las intenciones y objetivos de las generaciones previas
(Engestrom, 1996). En efecto, la transformación que los adolescentes ofrecen sea en forma de resistencia,
rebelión o incluso «negatividad» contra lo establecido genera algo nuevo, lo cual puede resultar
sorprendente para los adultos. En relación con esta idea, la investigación ha señalado que, por sus
características innovadoras y transformadoras, los adolescentes son quienes frecuentemente inician
movimientos sociales (Sherrod, Flanagan, Kassimir y Syvertsen, 2006).
Emociones y microhistoria
Vygotski (1978) estudió el desarrollo infantil a partir de la génesis de los procesos psicológicos y utilizó
el concepto de microgénesis para identificar un momento de cambio, el punto en que emerge una nueva
estructura de pensamiento-acción. La microgénesis se define como «el tiempo crítico en que una reacción
aparece y cuando sus vínculos funcionales son establecidos y ajustados» (Vygotski, 1978, p. 68). Por tanto,
este concepto es usado para estudiar el desarrollo infantil, ya que, como afirma Werstch (1985), Vygotski
realiza observaciones repetidas de manera longitudinal en un corto período de tiempo para entender cómo y
cuándo emergen ciertas funciones psicológicas. Por ejemplo, la formación de conceptos científicos.
Asimismo, Vygotski usa la «microgénesis» para referirse al «desdoblamiento de un acto perceptivo o
conceptual, a menudo en un período de milisegundos» (Werstch, 1985, p. 55). En ese caso, él estaba
interesado en captar transformaciones específicas, como por ejemplo el movimiento del pensamiento a la
expresión verbal (Werstch, 1985), en cuyo caso el lapso es extremadamente corto. El concepto de
microgénesis resulta útil para estudiar las emociones de manera situada, ya que el propósito es comprender
cómo «están siendo» las emociones en el contexto del aula. En este ambiente, los procesos estudiados no
son ni tan breves, como la segunda acepción usada por Vygotski, ni tan duraderos (como los estudios
longitudinales) para revelar el desarrollo emocional de los participantes. Para comprender las emociones
«en acción», de manera situada, propongo llevar a cabo un estudio microhistórico.
El tiempo tiene diferentes ritmos según la escala que se utilice. Introduzco el concepto de microhistoria
para dar cuenta de la historia que tiene lugar en pequeños períodos de tiempo, en el análisis de
microsituaciones. Estas microsituaciones pueden durar varios segundos o algunos minutos, y sus puntos de
inicio y final están definidos por lo que ocurre en el contexto de las tareas del aula. En las microsituaciones,
las interacciones humanas ocurren como parte de una actividad (Cole, 1996, siguiendo a Leontiev, 1974)
mientras se desarrolla el tiempo presente. Una actividad constituye un sistema de acciones y operaciones
que tiene un propósito, un motivo que les da sentido (Leontiev, 1974; Engestrom, 1987). Una mirada
microhistórica abre la posibilidad de captar el carácter situado de las emociones, constituido y constituyente
del contexto y de la actividad en la que emergen. El análisis microhistórico permite estudiar, pues, lo que
sucede con las emociones en el contexto de la actividad y tiene el potencial de captar las transformaciones
tanto individual como socialmente.
Al estudiar un fenómeno históricamente, es importante no plantearlo solo en términos lineales como el
resultado de un desdoblamiento del pasado sobre el presente, únicamente como el resultado de las
condiciones que le anteceden. En este nivel, también el futuro está presente. Por ejemplo, el enojo de una
maestra por algo que considera irrespetuoso tiene un sentido diferente cuando está dentro de su clase que
cuando está discutiendo con su hermana. En el segundo contexto, su enojo cobraría distintas direcciones,
puesto que, en relación con su hermana, se entremezclan diferentes historias: la cultura social en que viven,
la cultura familiar y la historia de su relación, vinculado además con las expectativas previstas de su
relación. Pues en este caso la relación entre hermanas podría preverse con más continuidad y necesidad de
establecer acuerdos. En el primer contexto, todas estas historias se entremezclan también, pero con un
motivo y una razón distintos en relación con su participación como educadora, cuya función es formar a los
estudiantes y con un futuro quizá no tan a largo plazo como en la relación familiar. En ambos contextos,
además, la conciencia, o no, del enojo puede tener implicaciones distintas.
El estudio microhistórico de los acontecimientos que ocurren en el día a día tiene el potencial de
identificar que tanto las intenciones y posibles futuros como las circunstancias particulares del presente
contribuyen a abrir un espacio de indeterminación, creando un sistema abierto en el que participan, en este
caso, maestra y alumnos, y del que emergen y toman forma las emociones.
3. LAS PREGUNTAS
Son tres las preguntas que guían el trabajo en análisis que se presenta en este capítulo en relación con la
microhistoria. La primera es: ¿es posible identificar en las microsituaciones patrones en la manera en que
las emociones surgen y se transforman a través del tiempo? La segunda pregunta es: ¿Pueden la
«negatividad» y la rebeldía adolescente afectar a las emociones en clase y viceversa? La tercera pregunta
es: ¿Cuál puede ser la consecuencia del clima emocional creado durante las clases?
3. Sofía, además de reír, dice «sí», y lleva a cabo movimientos amplios, de magnitud similar a la de sus
alumnos. En realidad, el ambiente que existe en el aula es muy «familiar», y da un poco la sensación de
«estar en casa». Ciertos rasgos pueden ser observados en distintos momentos de este extracto. Por ejemplo:
Sofía se rasca la espalda por debajo de la ropa, le da una pequeña palmada en el brazo a un alumno o se toca
el cuello mientras habla.
6. DISCUSIÓN: MICROHISTORIA
La risa que observamos en la sección anterior ocurre en el contexto del aula, y parece ligada a ese
contexto. Pero es importante ver cómo podemos entender la relación de la risa y el contexto del que forma
parte. Esa risa no es una pasión etérea del alma individual de Felipe o Joaquín, está vinculada a las otras
personas que comparten la participación en la tarea en la que se encuentran inmersos. Las emociones tienen
un contenido, y ocurren mientras las personas hacen algo juntas, en el contexto de una práctica social
particular.
7. CONCLUSIONES
En este capítulo he argumentado que el presente no es simplemente un despliegue lineal procedente del
pasado, sino también un impulso hacia el futuro, implícito en el motivo de estar en un aula, que a su vez se
traduce en los planes y metas propuestos por el docente. Para apoyar este argumento, presenté un extracto a
través de un análisis microhistórico de las emociones. He discutido el papel de las emociones no solo de
manera descriptiva, sino también en relación con los roles que desempeñan en situaciones emergentes de
sorpresa para los planes del docente, además del papel que desempeñan en el desarrollo individual y
colectivo. Al abordar esta cuestión, he argumentado que el estudio de la microhistoria ayuda a identificar
patrones en relación con la emergencia y transformación de las emociones, así como las contradicciones en
las relaciones sociales que están asociadas con el proceso de desarrollo tanto de los adolescentes,
particularmente en relación con su «negatividad» y rebeldía, como de los docentes que participan en ellas.
Las sorpresas de los estudiantes entonces tienen también un impacto en la configuración de las emociones,
cuestionando la posibilidad de definirlas como causas de una manera simplista. En el conjunto mostré
algunos elementos de aprendizaje individual y colectivo, de participación y diversidad y de posibilidades en
la resolución de conflictos entre las metas de la maestra y las de sus alumnos.
La atracción hacia el futuro que define el contexto del aula implica la intención de apoyar el aprendizaje
de los estudiantes, y esto se negocia con las sorpresas planteadas por los alumnos, que ofrecen un camino
para que las emociones particulares surjan, cambien y se desvanezcan. Finalmente, argumenté que las
negociaciones entre los estudiantes y sus profesores ofrecen diferentes caminos de transformaciones
colectivas en aulas particulares, lo que puede conducir a diferentes maneras de hacer juntos y colaborar.
Con el estudio de la secuencia de eventos que la microhistoria favorece he analizado las contradicciones
en las relaciones sociales asociadas con el proceso de desarrollo tanto de los adolescentes como de los
docentes que participan en las prácticas sociales. Esto ha permitido identificar patrones en la transformación
de las emociones, asociados con las tensiones entre el peso del pasado, la situación presente y los posibles
futuros. Finalmente, discutí el papel de las emociones en la transformación colectiva del aula y el impacto
del clima o el ambiente en las posibilidades para el futuro. Con todo ello, mi intención ha sido desarrollar
una manera de entender la ambiciosa agenda de Vygotski con la idea de integrar una mirada de la
psicología donde lo individual y lo social no se separen, a partir de una concepción de los fenómenos
humanos como una unidad y como procesos históricos. Quedan muchas preguntas para posibles
investigaciones futuras, pero, en relación con las prácticas educativas en el aula, este tipo de análisis sugiere
que los maestros enseñan de forma sutil qué hacer con las emociones, y que lo que se hace en el aula con las
emociones puede apoyar el aprendizaje escolar.
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Wundt, W. (1921). Elements of folk psychology. Londres: Allen and Unwin.
NOTAS
18 Agradezco a la Universidad Pedagógica Nacional y al Programa Nacional de Superación del Personal
Académico, de México, su apoyo para la realización de esta investigación.
19 El Libro Vaquero es un cómic que tuvo su punto de tirada cumbre en la década de los ochenta, al
imprimir hasta 78 millones de ejemplares al año (López Parra, s.f.); actualmente tiene una presencia
importante en los cómics mexicanos. La característica principal de El Libro Vaquero es el elemento
romántico y erótico de sus historietas.
PARTE CUARTA
Intervención y desajustes del desarrollo
emocional
11
Programas de intervención educativa para niños de 0 a 2
años
MARTA FERNÁNDEZ SÁNCHEZ
MARTA GIMÉNEZ-DASÍ
1. INTRODUCCIÓN
A lo largo de este capítulo se van a revisar los programas para mejorar la competencia socioemocional
(CSE) en niños en los primeros años, desde el nacimiento hasta los 2 años. El objeto de la revisión es
ambicioso y complejo a la vez por varios motivos. Por un lado, porque la intervención educativa en edades
tan tempranas se organiza de manera muy variable en función de cada país 20 . Esta situación nos dibuja un
panorama donde la mayoría de países inician la escolarización a los 3 o 4 años, y como consecuencia
también las intervenciones dirigidas a habilidades socioemocionales. En los países donde no existe una
educación reglada antes de los 2 o 3 años las actuaciones con edades tan tempranas se canalizan a través de
servicios médicos, de atención primaria, entidades privadas o servicios sociales para compensar situaciones
de desventaja socioeconómica. Se perfila así un panorama y ámbitos de actuación tan amplios como
borrosos. Por otro lado, aunque se ha señalado la relevancia que tiene la mejora de la competencia social y
emocional en las directrices de los programas educativos en los últimos años, ha habido un desarrollo poco
homogéneo de propuestas de educación emocional, pues se han elaborado menos en las edades más
tempranas que en las edades posteriores.
Por ello, nos hemos planteado los siguientes criterios a la hora de seleccionar programas o propuestas de
intervención que mejoren competencias sociales y/o emocionales en niños de 0 a 2 años.
— Que abarquen las edades entre los 0 y 2 años de edad, bien en la totalidad de su propuesta o bien en
alguna parte de ella.
— Que mejoren bien la competencia emocional, la competencia social o ambas, tratando varias o
algunas de las habilidades que las conforman.
— Que se configuren como una propuesta secuenciada y planificada en la intervención, con objetivos,
actividades y/o materiales organizados y accesibles.
— Que sean programas evaluados y probados en distintos estudios o investigaciones.
— Que sean universales (para toda la población) o dirigidos a población en situación de riesgo o
desventaja, pero no a población con trastornos o alteraciones en su conducta o desarrollo.
Siguiendo estos criterios, nos hemos encontrado con numerosos programas centrados en el ámbito
familiar y escasísimas propuestas centradas en el ámbito escolar. Nuestra revisión se ha organizado
separando los programas desarrollados en el extranjero y los programas diseñados en nuestro país, en el que
además nos hemos encontrado con un enorme y significativo vacío de propuestas. Para ambos se han
revisado primero los programas dirigidos al ámbito familiar y posteriormente los centrados en el ámbito
escolar que cumplen los criterios ya mencionados. Para cada programa hemos tratado de abordar sus
objetivos, principios metodológicos, actividades y materiales, así como los estudios e investigaciones que
los avalan.
2. PROGRAMAS EN EL EXTRANJERO
La revisión de programas que mejoren la CSE en niños de 0 a 2 años nos dibuja un curioso escenario,
donde predominan las propuestas de intervención dirigidas al ámbito familiar frente a escasas propuestas
planificadas y validadas para el ámbito escolar. Dentro del ámbito familiar las propuestas toman dos
posibles vertientes: lo que en la mayoría de programas se considera parenting (formación o trabajo con
padres) o bien home visiting (trabajo directo en el ámbito familiar); este último suele darse en mayor
medida cuando la población se encuentra en situación de riesgo o desventaja.
Los resultados sobre la validez y eficacia de este programa son por el momento limitados. Algunos
autores han encontrado efectos positivos en cuanto a la sensibilidad materna en la interacción con los bebés
en poblaciones con situaciones de desventaja (Hedd Jones, 2013). Sin embargo, otros autores sugieren que
los resultados no resultan significativos cuando se aplica de manera universal y no solo en contextos
desfavorecidos (Pontoppidan, Klest y Sandoy, 2016).
Toddler Basic Program (IYTBP). Programa de formación con padres (parenting) de niños entre 1 y 3
años que pretende enseñar a los padres cómo apoyar el desarrollo positivo de sus hijos, haciéndoles sentir
seguros y animando su desarrollo social, emocional y lingüístico. Para ello se enseña a los padres a
establecer unas rutinas claras y predecibles, a manejar las separaciones y los encuentros adecuadamente y a
regular la conducta de los niños positivamente.
Se desarrolla a través de ocho bloques de contenido para la formación a los padres, con ejemplos, vídeos
y tutoriales. Estos bloques trabajan la regulación emocional, la autoestima, las separaciones y las normas a
través del juego y del lenguaje. Para ello cuenta con los siguientes materiales: manual para padres,
actividades para casa, seis DVD, pegatinas, pósteres y una caja de herramientas.
El programa ha sido evaluado dentro de un amplio proyecto de implementación e investigación
promovido por la Universidad de Bangor, en Gales (Gran Bretaña), y en colaboración con autoridades
locales. Los resultados del estudio sugieren que la aplicación del programa de formación a padres (IYTBP)
mejora la competencia familiar y el bienestar de familias en situación de riesgo (Griffith, 2011; Griffith,
Hutchings, Jones, y Williams, 2011; Griffith, Jones, Hutchings y Bywater, 2010; Hutchings, Griffith
Bywater, Gridley y Whitaker, 2012).
— PALS Infant (5-18 meses). Consiste en diez sesiones, con frecuencia semanal, de 90 minutos de
duración.
— PALS Toddlers (18 meses-3 años). Consiste en 12 sesiones, con frecuencia semanal, de 90 minutos.
El programa ha sido desarrollo y evaluado por el Children Learning Institute (CLI). Fue iniciado en el
estado de Texas (EE.UU.) y después fue extendiéndose hasta por 30 estados diferentes. Requiere formación
previa que se puede realizar a través del CLI. El programa PALS incluye un manual, juguetes y materiales
complementarios.
Cuenta con estudios e investigaciones que demuestran su eficacia en la mejora de habilidades sociales y
comunicativas tempranas (conductas cooperativas, de implicación social y afecto positivo con las figuras
maternas) en población de riesgo (Landry, Smith, Swank y Guttentag, 2008; Landry, Smith y Swank, 2006).
El programa cumple los criterios para los programas de intervención domiciliaria validados en primera
infancia establecidos por el Departamento de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos.
1. Visitas en el hogar, dirigidas por padres-educadores que desarrollan distintos programas en función de
la edad. Para estas vistitas PATs cuenta con dos programas: Foundational Curriculum, de 0 a 3
años, y Foundational 2 Curriculum, de 3 a 6 años. En ambas propuestas se incluyen contenidos para
las sesiones en el hogar relacionados con el desarrollo evolutivo de los niños, las estrategias positivas
de interacción padres-hijos, la salud y bienestar de los niños, el juego, el desarrollo del lenguaje, la
solución de conflictos, etc.
2. Sesiones mensuales en grupo.
3. Seguimientos sobre el desarrollo y la salud de los niños.
4. Relaciones entre las familias para compartir recursos.
Cuenta con numerosos estudios e investigaciones que avalan su eficacia en distintos aspectos, como la
preparación para la escuela, las habilidades de crianza, la detección de dificultades en el desarrollo y la
prevención de abusos. Más concretamente, mejora el desarrollo social, el bienestar emocional, las
habilidades cognitivas y de lenguaje, la persistencia en la tarea y habilidades sociales y de interacción
(O’Brien, Garnett y Proctor, 2002; Pfannenstiel, Seitz y Zigler, 2002; Pfannenstiel y Zigler, 2007). El
programa cumple también los criterios para los programas de intervención domiciliaria validados en la
primera infancia y establecidos por el Departamento de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos.
The Stories of Ciro and Beba: cómo fomentar conversaciones emocionales con niños pequeños
(Ornaghi, Agliati y Gazzani, 2014)
La reciente propuesta de estas autoras italianas toma como marco de referencia una intervención basada
en el diálogo emocional y las conversaciones sobre emociones para mejorar la comprensión emocional, las
conductas prosociales y la comprensión de estados mentales.
Consiste en un conjunto de ocho cuentos sobre dos conejitos: Ciro y Beba. Las pequeñas historias se irán
leyendo con los niños siguiendo el guion o secuencia que proponen las autoras: introducción, lectura,
conversación sobre emociones a partir de la lectura y resumen o cierre. Las autoras aportan un guion para
dinamizar la conversación con los niños de manera que se aborden los principales elementos de la
comprensión emocional (identificación de emociones, comprensión de emociones y su causalidad,
regulación de emociones y conductas de ayuda y cooperación) con cada cuento. Por ejemplo, tras la lectura
del cuento «Beba se enfada en la playa», se proponen las siguientes preguntas para dinamizar la
conversación:
— Identificación de emociones: ¿Qué cara pones cuando estas enfadado? ¿Qué dices cuando te enfadas?
— Causalidad: ¿Por qué se ha enfadado Beba? ¿Vosotros también os enfadáis si os quitan los juguetes?
¿Hay algo más que os haga enfadar?
— Regulación emocional: Cuando estas enfadado, ¿qué haces para sentirte mejor? ¿Haces algo para no
enfadarte?
— Conductas prosociales: ¿Viste qué amable fue Ciro? ¿Qué puedes hacer para ayudar a tu amigo a
calmarse?
El punto fuerte de la propuesta es su reciente evaluación con una muestra de 105 niños entre 21 y 36
meses en un centro de educación infantil (Grazzani, Ornaghi, Agliati y Brazzelli, 2016). Profesores del
centro, previa formación, aplicaron el programa en pequeños grupos, en sesiones diarias durante dos meses.
Los resultados de su estudio apoyan la eficacia de su propuesta de intervención para mejorar la
comprensión emocional de los niños, así como ciertas dimensiones de la empatía.
3. PROGRAMAS EN NUESTRO PAÍS
El análisis de la realidad en nuestro país en cuanto a los programas de intervención para mejorar CE y
CS en los niños nos ofrece un panorama significativamente más reducido que en los países extranjeros.
En la revisión llevada a cabo no se han encontrado programas dirigidos a niños desde el nacimiento
hasta los 2 años que mejoren en alguna medida las habilidades sociales y/o emocionales y cuyos efectos
hayan sido evaluados y probados empíricamente. Este panorama prácticamente desértico se produce tanto
en las propuestas dirigidas al ámbito familiar como en las centradas en el ámbito escolar.
Fruto de este enorme vacío y dentro del marco de un proyecto de investigación dirigido por Marta
Giménez-Dasí, se plantea el diseño y validación de un programa para mejorar la competencia emocional y
social en niños de educación infantil, desde los 2 hasta los 5 años, Pensando las emociones (Giménez-Dasí,
Fernández y Daniel, 2013).
4. CONCLUSIONES
La revisión de los distintos programas para mejorar competencias sociales y emocionales en niños hasta
los 2 años arroja a nuestro entender conclusiones interesantes.
En primer lugar, que la mayoría de programas para estas edades están dirigidos al trabajo en el ámbito
familiar, tanto en formato de parenting como en home visiting, y son muy escasos los centrados en el
ámbito escolar, a diferencia de lo que ocurre a partir de los 3 años, como se verá en el siguiente capítulo.
En segundo lugar, destacamos el carácter preventivo y sobre todo compensador que tienen la mayoría de
estos programas. Como hemos podido apreciar, muchos de ellos se dirigen a población en situación de
desventaja social, económica o cultural. Con estos programas se pretende mejorar las habilidades de crianza
y educación de familias en situación de riesgo o desventaja, mejorando como consecuencia el bienestar y
las habilidades socioemocionales en los niños. Y aquí encontramos otra interesante conclusión de nuestra
revisión. La mayoría de los programas que se han encontrado abordaban la mejora de competencias
socioemocionales, entre otros muchos aspectos, como el desarrollo cognitivo, las pautas y hábitos de salud
y crianza responsables, los hábitos de alimentación etc. Es decir, la mejora de la CSE no era un eje único o
central de los programas, ni en los contenidos ni tampoco en los instrumentos empleados a la hora de
evaluar sus efectos o resultados. Su objetivo claramente preventivo y compensador busca una incidencia
más global, de manera que mejorando el contexto familiar se mejoren las competencias y el desarrollo
futuro de los niños en un sentido amplio. Sin embargo, a pesar de esta situación, en que las CSE están más
difuminadas, la mayoría de estos programas han demostrado su eficacia y validez a largo plazo con estudios
longitudinales que constatan mejoras significativas en cuanto al abandono escolar, el éxito académico o los
ingresos personales de los sujetos.
TABLA 11.1
Componentes y ejemplos de actividades realizadas en el aula
Por último, estos programas dirigidos al ámbito familiar resultan muy frecuentes en países anglosajones,
pero prácticamente inexistentes en nuestro país, al menos hasta donde llega nuestra revisión. Pensamos que
se abre una línea de actuación muy interesante para poder iniciar programas de intervención en edades muy
tempranas dirigidos al ámbito familiar, tanto preventivos y compensadores como de carácter universal. Las
experiencias y antecedentes de otros países sugieren su gran eficacia en el desarrollo posterior de los niños
y las familias, en la adecuada preparación para la escolarización, en los mejores índices de éxito escolar y
en la disminución del abandono escolar.
Finalmente, centrándonos en el análisis de las escasas propuestas dirigidas al ámbito escolar,
encontramos interesantes conclusiones que pueden arrojar cierta luz sobre qué funciona y qué no en la
intervención educativa en edades tan tempranas. The Stories of Ciro and Beba (Ornaghi et al., 2014) y
Pensando las emociones (Giménez-Dasí et al., 2013) son dos programas dirigidos al ámbito escolar que
cuentan con numerosos elementos en común, que podemos entender como factores que sí funcionan
respecto a la intervención:
Ambos son programas estructurados y planificados y que han sido llevados a cabo por los propios
profesores del centro educativo previa formación y no por personal externo al aula.
La metodología de los dos programas se basa, total o parcialmente, en el diálogo, la conversación sobre
emociones y estados mentales y el lenguaje emocional. Aunque este enfoque resulte poco común para
edades tan tempranas, muestra su eficacia en ambos casos y confirma numerosas líneas de investigación
sobre el desarrollo emocional temprano y su relación con el diálogo y la conversación emocional (De
Rosnay y Hudges, 2006; Ornaghi, Grazzani, Cherubin, Conte y Piralli, 2015; Pons, Doudin, Harris y De
Rosnay, 2006; Raikes y Thompson, 2008; Tenenbaum, Alfieri, Brooks y Dunne, 2008).
Los efectos positivos encontrados en ambos programas en la mejora de competencias emocionales y
sociales en niños de 2 años nos indican la importancia de iniciar la intervención lo antes posible, incluyendo
este tipo de actuaciones de manera permanente y regular dentro de las aulas y desde los primeros
momentos.
Por otra parte, junto a las luces que arrojan estos programas, también encontramos ciertas limitaciones.
Por un lado, en los efectos obtenidos sobre algunos componentes de la comprensión emocional o de la
competencia social. En el programa Pensando las emociones no se obtienen resultados concluyentes en
cuanto a la mejora de la regulación emocional desde un punto de vista cuantitativo, aunque sí
cualitativamente en la valoración del profesorado. Por su parte, Las historias de Ciro y Beba no derivan en
mejoras significativas en conductas prosociales y de ayuda en los niños tras su aplicación que sí se observan
tras la aplicación del programa español. Estas limitaciones, en algunos casos como apuntan las autoras, se
podrían deber a los instrumentos de medida empleados para evaluar la regulación social o las conductas
prosociales. Sería interesante para futuros estudios emplear distintos instrumentos para evaluar elementos
de la competencia social y la regulación emocional con el fin de tratar de arrojar resultados más
concluyentes en estos aspectos.
Por otro lado, hay una ausencia de estudios longitudinales que nos permitan observar los efectos más
duraderos y a largo plazo de estas intervenciones en el desarrollo posterior de los niños. Esta circunstancia
resultaría fundamental de cara a comprobar la posible eficacia de este tipo de programas como herramientas
para prevenir el conflicto en las aulas, mejorando la convivencia escolar y disminuyendo situaciones de
abuso o acoso escolar por parte de iguales.
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NOTAS
20 En Estados Unidos el sistema educativo se inicia en Pre Kindergarden, que abarca desde los 3 hasta los
5 años. En Gran Bretaña empiezan con 4 años en el Foundational Stage. En Italia, Francia y Alemania
comienzan a los 3 años. En España, al igual que en Dinamarca, el sistema educativo propone una Educación
Infantil no obligatoria desde los 0 hasta los 6 años, que se divide en 0-3 años y 3-6 años.
12
Programas de intervención educativa para niños de 3 a 5
años
MARTA GIMÉNEZ-DASÍ
MARTA FERNÁNDEZ SÁNCHEZ
1. INTRODUCCIÓN
Como acabamos de ver en el capítulo anterior, los programas dirigidos a la infancia temprana son muy
escasos en nuestro país. Desde nuestro punto de vista, esta es una gran asignatura pendiente que debemos
afrontar para fomentar el desarrollo socioemocional sano desde los inicios de la vida. En esta misma línea,
la formación en competencias socioemocionales es uno de los mayores retos a los que el sistema educativo
español tendrá que enfrentarse en los próximos años. No obstante, no partimos de la nada. Como veremos
en este capítulo, hay muchos programas dirigidos al siguiente período en el que se estructura nuestro
sistema educativo, el que va de los 3 a los 6 años, que han mostrado ser eficaces. Sin embargo, al igual que
ocurre entre el nacimiento y los 2 años, las iniciativas desarrolladas en nuestro país son mucho menores que
las llevadas a cabo en el mundo anglosajón.
Este capítulo se estructura de la misma forma que el anterior para poder realizar comparaciones
fácilmente. Así, separamos los programas en función de dónde se ha realizado el diseño y, dentro de estos,
en función del entorno al que van dirigidos. Como veremos, al contrario de lo que sucede en la etapa
anterior, para estas edades prácticamente no existen iniciativas dirigidas al ámbito familiar y los programas
extranjeros son todos anglosajones. Así, dado que la mayor parte de los niños entre 3 y 5 años ya están
escolarizados, las propuestas se concentran en el ámbito escolar. Por otra parte, los criterios que hemos
seguido para seleccionar los programas son los mismos que los enunciados en el capítulo anterior.
Social Skills in Pictures, Stories and Song (Serna, Nielsen y Forness, 2007)
Este programa ha sido fruto de un proyecto de seis años de estudio conducidos por Serna et al. (2007)
para diseñar una herramienta que mejore las competencias sociales y emocionales en niños pequeños. Se
fundamenta en los principios de la autodeterminación. Su objetivo principal es ayudar a los niños a aprender
habilidades sociales y emocionales necesarias para la preparación al colegio. Está dirigido a niños a partir
de 3 años.
El programa consiste en 22 lecciones que se pueden presentar de manera flexible. Al implementarlo en
estudios empíricos, las sesiones se realizaban semanalmente, con una duración entre 2 y 3 horas a lo largo
de 12 a 14 semanas. Se desarrolla con la clase completa y lo llevan a cabo los profesores del aula. Entre los
contenidos que aborda encontramos habilidades de autorregulación, solución de problemas y conductas
prosociales. La metodología se basa en actividades que faciliten el desarrollo y aprendizaje de estas
habilidades a través de cuentos, role-palying, juegos con marionetas, apoyos visuales, canciones y reglas
mnemotécnicas.
El programa ha sido evaluado con niños del programa Head Start y niños en riesgo de alteraciones
socioemocionales, mostrando fiabilidad en el tratamiento. Se han observado mejorías en las conductas
adaptativas y de interacción, así como un incremento en las habilidades sociales. Por otra parte, también han
disminuido problemas de conducta y falta de atención (Serna, Nielsen, Lambros y Forness, 2000; Serna,
Lambros, Nielsen y Fornes, 2002; Serna, Nielsen Mattern y Fornes, 2003).
Programa Pensando las emociones con atención plena (Giménez-Dasí et al., 2013, 2017)
Por último, el programa que nuestro grupo de investigación ha elaborado ha ido obteniendo evidencia
acerca de sus beneficios en los últimos años. En este último epígrafe realizamos una extensa revisión de los
diferentes resultados que hemos recopilado en diversos trabajos con niños de edad preescolar.
La idea de diseñar un programa de intervención para mejorar las competencias emocionales y sociales en
niños pequeños surge, precisamente, al constatar el vacío que existe en nuestro país en cuanto a programas
con evidencia empírica. Por otra parte, la revisión de la evidencia anglosajona también nos hizo tomar
conciencia de que trabajar con niños de forma principalmente conductual no era siempre todo lo eficaz que
se esperaba y que, en algunas ocasiones, los efectos no se mantenían a largo plazo o no se generalizaban a
contextos naturales (Grossman y Hughes, 1992; Kam, Greenberg y Kusché, 2004; Palardy, 1992). Estos son
dos de los problemas más importantes que la intervención psicológica debe afrontar para convertirse en una
forma eficaz de mejorar la calidad de vida de las personas. En este sentido, una de nuestras principales
preocupaciones fue encontrar una forma de trabajo que dejara huellas más profundas en la mente del niño
que el modelado o las autoinstrucciones. Otro elemento decisivo fue diseñar un programa que abordara las
bases de conocimiento emocional lo antes posible. A partir de la evidencia sobre la plasticidad del
desarrollo cerebral y la desconfiguración inicial del cerebro humano, pensamos que ofrecer al niño lo antes
posible las bases del conocimiento emocional contribuiría a instaurar también las bases del desarrollo
socioemocional sano (Karmiloff-Smith, 2012). Como muchos autores señalan, la intervención primaria
debe iniciarse en las primeras etapas de la vida (Nelson, 2003). Por último, otro de nuestros principales
objetivos fue elaborar un material claro, explícito y completo para que cualquier profesor de educación
infantil pudiera contribuir a mejorar las competencias emocionales y sociales de sus alumnos. Uno de los
principales problemas que siempre nos encontramos en este ámbito es que los autores que proponen las
intervenciones no suelen explicitar las actividades que realizan y, por tanto, se limitan a propuestas muy
vagas que el profesor no sabe cómo poner en práctica en su aula. Aunque existen algunas excepciones,
como el programa Aulas Felices, nos hemos encontrado en muchas ocasiones con profesores que no
disponen de información concreta para trabajar estas competencias y que, sobre todo, no tienen ninguna
formación previa para poder abordarlas de forma autónoma. Esta situación contribuye, sin duda, a que el
trabajo en clase sea esporádico, desconectado de otros ámbitos y sin planificación previa. Como ya hemos
señalado en el capítulo anterior y veremos en la conclusión, las intervenciones que se realizan en estas
circunstancias suelen ser poco eficaces. Desde nuestro punto de vista, es fundamental que los profesores de
educación infantil tomen conciencia de la enorme contribución que pueden realizar al desarrollo sano y del
importante papel que las competencias socioemocionales tienen en ese desarrollo sano. Esta toma de
conciencia pasa, necesariamente, por una formación exigente y de calidad que los futuros maestros deberían
recibir y no tienen. En este sentido, podemos decir que nuestro objetivo al diseñar un programa completo y
claro era cubrir el vacío en la formación de los maestros y la ausencia de propuestas estructuradas y
explícitas.
Una de nuestras principales preocupaciones a la hora de diseñar el programa fue encontrar un tipo de
intervención que lograra resultados profundos y duraderos. Como acabamos de señalar, algunas variables
son muy relevantes a la hora de diseñar intervenciones eficaces, entre ellas el uso de una metodología
secuenciada, explícita y activa. Partiendo de esta base, elaboramos un programa dialógico, basado en la
filosofía para niños de Mathew Lipman, y adaptamos los contenidos de las discusiones filosóficas a
cuestiones sociales y emocionales (Lipman, Sharp y Oscayan, 1980). De forma muy complementaria y más
cercana a nuestro ámbito, adoptamos el marco teórico elaborado por Karmiloff-Smith (1992), cuya idea
central sobre cómo llegamos a conocer el mundo consiste en un proceso en el que los conocimientos
pragmáticos e implícitos (el saber cómo) se transforman en procesos más explícitos (el saber qué). De esta
forma, gracias a la redescripción de las representaciones en formato explícito, nos volvemos conscientes del
conocimiento, de las reglas que rigen los procesos de pensamiento y, en nuestro caso, de las reglas que
rigen las emociones y la interacción social. Desde este marco entendemos que uno de los principales
problemas para lograr ser social y emocionalmente competente es que esta información permanece implícita
porque no existe un discurso elaborado —una instrucción formal— que la aborde. Este es el principal
problema de estas competencias incluso en la edad adulta: la mayor parte de las personas no saben qué hay
que hacer para ser emocional y socialmente competentes, y parece que aquellas que lo consiguen
simplemente tienen un don especial. Sin embargo, cuando nos proponemos estudiar de cerca una
competencia concreta, podemos identificar los elementos que la componen, cuándo aparece en el desarrollo
y cómo fomentarla. Nuestra comprensión del desarrollo temprano nos permitió abordar después el diseño de
un programa de intervención.
Dado que el programa se inicia con niños de 2 años que no han desarrollado sus habilidades lingüísticas,
diseñamos una secuencia de contenidos basada en la pauta evolutiva típica del conocimiento emocional y
social en la que el protagonismo del lenguaje va aumentando progresivamente. Así, para los niños de 2 años
se abordan los componentes básicos de identificación, expresión, causalidad y regulación emocional a
través de actividades visuales y lúdicas. A partir de los 3 años se introducen contenidos algo más elaborados
(i. e. empatía y competencia social) y se revisan los componentes básicos de forma más compleja. Para los
niños de 4 y 5 años muchas de las actividades se plantean en forma de diálogos que les hagan reflexionar
sobre cuestiones emocionales y sociales. A partir del diálogo, que recoge los intereses del niño y le obliga a
explicitar conocimiento emocional y social, se intercambia y se crea conocimiento entre iguales.
La implementación del programa Pensando las emociones (Giménez-Dasí, Fernández-Sánchez y Daniel,
2013) con niños de 2, 4 y 5 años ha mostrado mejoras significativas en conocimiento emocional, conducta
prosocial, conocimiento de estrategias para resolver conflictos con iguales, clima de aula y estatus
sociométrico en los grupos experimentales frente a los controles (Fernández-Sánchez, Quintanilla y
Giménez-Dasí, 2015; Giménez-Dasí, Fernández-Sánchez y Quintanilla, 2015; Giménez-Dasí, Quintanilla y
Daniel, 2013). Otra intervención realizada con niños pertenecientes a entornos sociales vulnerables y en
riesgo de exclusión también mostró mejoras significativas en conocimiento emocional y competencia social
en los grupos experimentales frente a los controles (Giménez-Dasí, Quintanilla, Ojeda y Lucas-Molina,
2017; Giménez-Dasí, Quintanilla y Lucas-Molina, en revisión). Estas intervenciones se han realizado
durante siete meses, en sesiones semanales de una hora, siguiendo un estricto control de fidelidad en la
aplicación del programa y con profesores experimentados y previamente formados. Además, el currículo
socioemocional se integró a la vida cotidiana del aula.
En un trabajo posterior realizamos una intervención longitudinal de tres cursos de duración con el mismo
grupo de niños (iniciando en primero de segundo ciclo de EI y finalizando en tercero, es decir, de 3 a 5
años). A lo largo de esos años evaluamos diferentes variables en seis momentos temporales. En este caso la
implicación de los profesores fue mucho menor. Los primeros resultados analizados muestran que los niños
del grupo experimental incorporaron rápidamente estrategias conductuales y mejoraron de forma
significativa en regulación emocional y conducta prosocial frente a los controles. Esta mejora se produjo
desde los 3 años, siguió aumentando y se mantuvo significativa a lo largo de los 3 años de intervención
(Giménez-Dasí, Sarmento, Lucas-Molina y Quintanilla, 2017). Sin embargo, aunque los niños del grupo
experimental mejoraron más que los controles en conocimiento emocional y mentalista, estas diferencias no
resultaron significativas. Este resultado pone de manifiesto que la implicación del profesorado y la
incorporación de estas competencias a la vida cotidiana del aula son elementos esenciales en la adquisición
del conocimiento explícito. Otro resultado relevante de cara a la evaluación de las competencias es la
diferencia encontrada entre la percepción de los profesores, comparada con la de los padres, a la hora de
valorar los avances de los niños a lo largo del tiempo (Sarmento, Lucas-Molina, Quintanilla y Giménez-
Dasí, 2017).
Por último, recientemente realizamos una revisión de programas para el ciclo de primaria (Pons,
Giménez-Dasí, Sala, Molina, Tornare y Andersen, 2015) y diseñamos la continuación lógica del programa
para este ciclo. Para primaria se presentan tres programas diferentes estructurados por ciclo (6-7, 8-9 y 10-
11 años) en los que se trabajan contenidos cada vez más complejos. Así, por ejemplo, se abordan algunas
emociones complejas o sociales (como el orgullo, la vergüenza y la envidia), el impacto de las emociones
sobre el aprendizaje, competencias sociales complejas y un amplio apartado sobre regulación emocional
(Giménez-Dasí, Quintanilla y Arias, 2016). Además de las actividades dialógicas, este programa incorpora
actividades de atención plena.
Las técnicas de atención plena o mindfulness están recibiendo gran atención en los últimos años.
Aunque hay todavía poca evidencia con niños, algunas revisiones muestran beneficios significativos en
bienestar emocional, aprendizaje y salud mental (Burke, 2009; Harnett y Dawe, 2011). Otros trabajos
muestran mejoras en las competencias socioemocionales, la conducta prosocial, las emociones positivas y el
optimismo y descensos de conductas agresivas y oposicionistas (Flook, Goldberg, Pinger y Davidson, 2015;
Napoli, Krech y Holley, 2005; Polehlmann-Tynan et al., 2016; Ramler, Tennison, Lynch y Murphy, 2016;
Schonert-Reichl y Lawlor, 2012). Desde la psicología clínica y educativa, los trabajos de Richard Davidson
han encontrado que el uso combinado de técnicas cognitivas y de atención plena produce mejoras
significativas e incluso modificaciones en los correlatos neurológicos (Davidson, Kabat-Zinn et al., 2003).
Ante estos resultados, los países anglosajones están desarrollando programas de atención plena para aplicar
de forma integrada en el contexto escolar (véase, por ejemplo, el programa «.b» o el Mindfulness In School
Project).
Esta evidencia nos ha llevado a diseñar un programa para primaria en el que el diálogo y la atención
plena se combinan, introduciendo también actividades de atención plena para el programa original de
educación infantil (Giménez-Dasí, Fernández-Sánchez, Daniel y Arias, 2017). Igual que las técnicas
cognitivas y la atención plena se completan y su uso conjunto es eficaz, el diálogo y la atención plena, tal y
como se plantean en este programa, constituyen dos formas complementarias de trabajar las mismas
competencias. El diálogo supone la apropiación por parte del niño del conocimiento social (de fuera hacia
dentro) a través de la reflexión sobre las normas que rigen la vida socioemocional y la forma de regular las
emociones. La atención plena ayuda a tomar conciencia y regular los estados emocionales (de dentro hacia
fuera).
Los tres estudios piloto que hemos realizado para comprobar la eficacia de este uso conjunto de técnicas
han mostrado resultados positivos en contextos y edades diferentes. El programa de primaria se probó con
un grupo de niños de 8 años que viven en contextos de riesgo de exclusión social. La intervención mostró
mejoras significativas en variables como regulación emocional, adaptación social e inestabilidad emocional
(Fernández-Angulo, Quintanilla y Giménez-Dasí, 2016).
El programa para EI se probó con dos grupos muy diferentes de niños de educación infantil. En primer
lugar, se realizó una intervención durante tres meses con un grupo de 21 niños de 3 años con desarrollo
típico. La intervención se llevó a cabo en 12 sesiones de 30-40 minutos de duración dentro del centro
escolar por el psicólogo municipal que atiende el colegio. Además, se seleccionó una muestra equivalente
de niños dentro del mismo centro educativo para comparar con un grupo control (N = 25). Los padres y el
tutor de los niños evaluaron las habilidades de autorregulación antes y después de la intervención a través
del BRIEF-P (Isquith, Crawford, Espy y Gioia, 2005). En segundo lugar, se intervino con un grupo de
cinco niños de 5 años con problemas de autorregulación. En este caso el psicólogo de un centro privado que
atiende las necesidades psicológicas y educativas de estos niños fue quien realizó la intervención
estructurada en ocho semanas. Los niños realizaban cuatro sesiones semanales de 30 minutos de duración.
En este caso, dadas las características de la muestra, no pudimos contar con grupo control. Los padres de los
niños evaluaron las habilidades de autorregulación antes y después de la intervención a través del BRIEF-P
y la Escala de regulación emocional (Shields y Cicchetti, 1997).
Los resultados del estudio con niños de 3 años de desarrollo típico mostraron mejoras significativas en el
grupo experimental en todas las escalas (inhibición, flexibilidad, control emocional, memoria de trabajo y
planificación y organización) e índices (autocontrol inhibitorio, flexibilidad metacognición emergente y
función ejecutiva global) del BRIEF-P evaluados por los padres. Al contrario, para el grupo control no
hubo en ningún caso diferencias significativas entre las medidas pre y post. Los resultados fueron casi
similares en el caso de la evaluación del profesor: el grupo experimental mostró diferencias significativas en
todas las escalas (excepto la de flexibilidad) e índices y el grupo control no registró diferencias
significativas en ninguna de ellas. En el caso de los niños con problemas de conducta, se encontraron
exactamente los mismos resultados al analizar el BRIEF-P. Los niños mejoran de forma significativa en
todas las escalas, excepto flexibilidad, e índices globales. Además, también mostraron mejoras
significativas en regulación emocional y labilidad emocional (Giménez-Dasí y Edo, 2017; Villena,
Fernández-Angulo y Giménez-Dasí, 2017).
En 2004 la Fundación Marcelino Botín, creada en 1964 como institución con finalidades asistenciales,
educativas, culturales y científicas, se embarca junto con la FAD (Fundación de Ayuda contra la
Drogadicción) en un proyecto de educación responsable. Parten del programa Prevenir para vivir que la
FAD estaba desarrollando en 41 colegios de Cantabria y que promovía el desarrollo de factores de
prevención en niños de 3 a 12 años. Así, a partir de este programa, diseñan el proyecto de educación
responsable con el fin de promover el desarrollo integral de los niños, fomentando su crecimiento positivo y
su bienestar personal y social, y no solo de incidir en factores de riesgo.
El proyecto Educación responsable está dirigido a niños entre 3 y 12 años y se está llevando a cabo en 83
centros educativos de la Comunidad de Cantabria. El proyecto cuenta con cuatro líneas estratégicas de
intervención: las actuaciones extensivas, las actuaciones intensivas, el desarrollo de medios y recursos y la
investigación.
En las actuaciones extensivas, se trabaja con un elevado número de participantes, pero con una menor
intensidad. El programa consiste en una o dos sesiones semanales desarrolladas en el aula a través de
actividades. Estas actividades se encuentran recogidas en un «Banco de herramientas audiovisuales para la
promoción de competencias personales y sociales» creado específicamente para esta experiencia gracias a
las propuestas de los docentes. Las actividades están ajustadas a las características evolutivas de los niños.
Paralelamente al trabajo con los alumnos, se desarrollan actuaciones intensivas de formación del
profesorado y orientación a familias. Con el profesorado se han desarrollado seminarios y grupos de
formación a través de sesiones periódicas. Por su parte, para familias se ha elaborado una sencilla Guía
sobre educación responsable con orientaciones de especial relevancia en el ámbito familiar: la importancia
de las normas, de las relaciones afectivas, de la comunicación y del ocio y tiempo libre. Esta guía pretende
informar, formar y apoyar a las familias para complementar y reforzar todo el trabajo realizado en la
escuela, para que lo aprendido en el aula pueda ser transferido al ámbito familiar.
El proyecto ha sido evaluado en 2007, con la participación de 73 centros, 590 docentes y 12.128
alumnos, mediante un cuestionario aplicado a los profesores (Fernández Berrocal, 2008). Los resultados
arrojan una percepción de cambio y mejora por parte del profesorado. A nuestro entender, el estudio
muestra importantes limitaciones porque basa sus resultados tan solo en las valoraciones de los profesores a
través de un cuestionario y no obtiene ni evaluaciones proporcionadas por los niños ni desde la percepción
de los padres.
Por su parte, en las actuaciones intensivas se implican pocos centros, pero de alta intensidad. Este
proyecto, denominado VyVE (Vida y valores en la educación), está dirigido a niños de 3 a 18 años y se está
llevando a cabo en tres centros educativos de Cantabria. El proyecto pretende fomentar de manera más
intensiva el desarrollo de competencias socioemocionales a través de las áreas curriculares. Para ello
propone una serie de actividades que fomenten la competencia socioemocional secuenciadas para
incorporar de manera transversal a las áreas curriculares.
Entre las actuaciones que se llevan a cabo con el alumnado nos centraremos en las desarrolladas en
educación infantil, con alumnos de 3 a 5 años:
Paralelamente a las actuaciones con los alumnos se han realizado actuaciones de formación del
profesorado, tanto para el proyecto global como para cada programa y herramienta a aplicar.
Actualmente se desconocen los posibles datos sobre la evaluación y resultados de este proyecto de
actuación intensiva en alumnado de segundo ciclo de infantil. Sin embargo, en alumnos de primaria y
secundaria se ha llevado a cabo un estudio longitudinal sobre sus efectos y beneficios (Melero y Palomera,
2011), realizando un amplio diseño con grupos experimental y control y medidas pretest y postest, que
arroja resultados positivos.
Educación emocional. Programa para 3 a 6 años (López Cassá, 2003)
El programa de Educación emocional diseñado por Elia López Cassá se enmarca en las actuaciones del
GROP para el desarrollo y fomento de la educación socioemocional. Este programa consiste en una
propuesta para trabajar las competencias sociales y emocionales en niños de segundo ciclo de educación
infantil, entre los 3 y los 6 años.
El programa cuenta con cinco grandes bloques de contenidos que se desarrollan a través de numerosas
actividades de carácter lúdico. Estos bloques son: conciencia emocional, regulación emocional, autoestima,
habilidades socioemocionales y habilidades de vida. El programa realiza un planteamiento abierto en cuanto
a la secuencia y temporalización de los bloques para cada grupo de edad, permitiendo al profesorado ajustar
en función de cada grupo-clase. Se propone desarrollarlo conjuntamente con el grupo para los niños más
mayores, mientras que en las primeras edades sugiere la posibilidad de pequeños grupos de trabajo para
cada actividad.
A nuestro juicio, las propuestas y actividades de López Cassá resultan interesantes como un conjunto de
actividades y juegos, con un carácter muy lúdico y creativo a la hora de abordar actividades en edades
tempranas. Sin embargo, la falta de estudios que evalúen su puesta en práctica y eficacia, así como su
configuración como un conjunto de propuestas no secuenciadas por edades, nos dibuja un programa con
importantes carencias.
Sentir y pensar. Programa de inteligencia emocional para niños y niñas de 3 a 5 años (Ibarrola, 2004)
El programa Sentir y pensar de inteligencia emocional para niños de 3 a 5 años desarrollado por Ibarrola
(2004) forma parte del programa Sentir y pensar, proyecto más amplio diseñado por Moreno (2001) para
trabajar la IE con alumnos de educación primaria.
Su objetivo principal es ayudar a los niños a ser personas emocionalmente sanas, personas con una
actitud positiva ante la vida, que sepan expresar y controlar sus sentimientos, que conecten con las
emociones de otras personas, que tengan autonomía y capacidad para tomar decisiones adecuadas y puedan
superar las dificultades y conflictos que inevitablemente surgen en la vida.
El programa consta de nueve módulos, en cada uno de los cuales se proponen diferentes dinámicas y
actividades: autoconocimiento, autoestima, autonomía, comunicación, habilidades sociales, escucha,
solución de conflictos, pensamiento positivo y asertividad. La metodología se basa en el uso de cuentos
sobre emociones y fichas y actividades para trabajarlos, que se acompañan con el programa. Hasta el
momento, no se han encontrado estudios que avalen su puesta en práctica y eficacia.
Programa SICLE (Siendo inteligentes con las emociones) (Vallés Arándiga, 1999)
Este programa va dirigido a alumnado desde infantil hasta secundaria y ofrece a cada grupo de edad
actividades y contenidos específicos adaptados al grupo. El programa tiene como objetivo principal enseñar
a los alumnos habilidades emocionales que les permitan enfrentarse a las dificultades de la vida diaria que
se dan en el ámbito escolar, pero además también pretende desarrollar las capacidades emocionales de los
alumnos mediante el aprendizaje de la identificación y expresión de las propias emociones, los
sentimientos, la empatía y las habilidades de comunicación interpersonal.
Entre las habilidades que incluye el programa SICLE se encuentran conocerse a sí mismo, solucionar los
problemas con los compañeros, reconocer y regular las propias emociones, respetar, ser optimista, expresar
adecuadamente las emociones, descubrir emociones en los demás, expresar opiniones, comunicarse bien
con los demás y saber qué comportamientos son adecuados e inadecuados.
El programa consta de un cuadernillo en el que se incluye vocabulario que hace referencia a conceptos
emocionales (emoción, sentimiento, enfado, ira, rabia, alegría, empatía, etc.). El profesor puede ampliar este
vocabulario introduciendo otras palabras aportadas por los alumnos y referidas a la identificación de estados
de ánimo. Además, en este cuadernillo también se plantean actividades, juegos, situaciones personales, etc.
Para llevar a cabo el programa, la metodología parte de un enfoque práctico y vivencial que incluye
técnicas como la del juego de roles o ensayo de conducta, teatro, música, observación, etc., a través de las
cuales los alumnos dramatizarán o escenificarán las situaciones interpersonales que se presentan en las
páginas del cuaderno y otras situaciones que el profesor estime de interés. En estas escenificaciones se
tendrán en cuenta la expresión y la identificación de los componentes no verbales de la comunicación
interpersonal (gestos e indicadores faciales de estados de ánimo), con el objetivo de capacitar a los alumnos
en la interpretación de los mensajes emocionales de los demás. A pesar de que se trata de una propuesta
interesante, tampoco hemos encontrado ningún estudio que evalúe su eficacia en niños de educación
infantil.
4. CONCLUSIONES
Como hemos visto a lo largo de estos dos capítulos, el panorama de la intervención en los primeros años
de vida para mejorar las competencias emocionales y sociales desde el ámbito escolar es muy distinto en
función de las edades y del país. De forma resumida, podemos decir que en el mundo anglosajón existen
muchas propuestas validadas que se centran en el ámbito familiar para el ciclo 0-2 y en el escolar para el
ciclo 3-5. En nuestro país, por el contrario, el panorama es muy distinto. Para el ciclo 0-2 las propuestas
validadas para el ámbito familiar son inexistentes, y escasísimas para el entorno escolar. Para el ciclo 3-5
las propuestas validadas para el entorno escolar siguen siendo escasísimas. Este panorama pone claramente
de manifiesto el desfase que existe entre nuestro país y los entornos anglosajones. Así pues, una primera
conclusión es que es necesario invertir esfuerzo y recursos para que este campo pueda avanzar.
Por otra parte, gracias a los trabajos que se han realizado en los últimos años en España y fuera de
España y a las revisiones y metaanálisis que se han llevado a cabo, cada vez tenemos más claro qué
requisitos debe cumplir una intervención de este tipo para ser eficaz. Un reciente y exhaustivo informe de
revisión y análisis publicado por el Banco Mundial señala que hay determinadas variables que contribuyen
al éxito de estas intervenciones (Sánchez Puerta, Valerio y Gutiérrez Bernal, 2016). Estas variables se
pueden resumir en las siguientes claves: a) las intervenciones que se realizan durante la infancia son más
eficaces que las que se aplican después de la adolescencia; b) las intervenciones intensivas, de al menos dos
años de duración, obtienen mejores resultados; c) las intervenciones que se plantean de forma integrada al
currículum y no como actividades sueltas que se realizan de vez en cuando logran mayores beneficios; d) la
experiencia y la trayectoria del profesor inciden en el éxito de la intervención: los profesores con más
experiencia obtienen mejores resultados; e) las intervenciones que cuentan con pruebas de fidelidad son
más eficaces; f) la forma en la que se plantee la intervención incide en su eficacia: cuando las competencias
se trabajan de forma secuenciada, planificada y explícita, dedicándoles un tiempo específico y con una
participación activa por parte del niño, los beneficios son mayores; g) las intervenciones que promueven la
participación de los padres son más eficaces. Así, los futuros programas de intervención que puedan ir
apareciendo en el panorama español y las intervenciones que sigamos realizando deben cumplir estos
requisitos para aumentar su eficacia.
Por último, una de las cuestiones de mayor importancia a nuestro juicio tiene que ver con la implicación
y la formación del profesorado. Mientras los profesores de todos los niveles educativos no tomen
conciencia de la importancia de estas competencias y de las enormes consecuencias que tienen en la vida de
las personas, los avances serán escasos. En el mismo informe del Banco Mundial que acabamos de
mencionar se realiza una revisión de los efectos a corto, medio y largo plazo que las competencias
emocionales y sociales tienen a nivel psicológico y social. Sin querer ser exhaustivos, este tipo de
intervención tiene efectos duraderos a largo plazo que impactan en aspectos sociales tan importantes como
la salud, las oportunidades laborales, el nivel retributivo o el rendimiento académico. Desde un punto de
vista psicológico, se observan mejoras conductuales y de personalidad evaluadas a través de variables como
el locus de control, los problemas externalizantes e internalizantes, la conducta prosocial o las dimensiones
de los Cinco Grandes (véase Sánchez Puerta et al., 2016, para una revisión). Sin duda, para que los actuales
y futuros profesores puedan entender la trascendencia de la cuestión necesitan recibir una formación
adecuada en la que se muestre toda esta evidencia y se les ofrezcan los recursos necesarios para realizar las
intervenciones rigurosas y sistemáticas que sabemos que son eficaces. La implicación de los centros
educativos y los profesores en esta tarea y, sobre todo, la formación que las universidades ofrecen son la
llave para lograr que los niños del futuro sean social y emocionalmente competentes y, por tanto, más
felices y más sanos.
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Wingspan L. L. C. (1999). Al’s pals: Kids making healthy choices. Richmond, VA: Author.
NOTAS
21 Head Start es un programa federal de Estados Unidos que promueve la preparación para la
escolarización de los niños de 0 a 5 años, procedentes de familias con pocos recursos, fomentando su
desarrollo cognitivo, social y emocional a través de distintos servicios en función de las necesidades de cada
comunidad (escuelas donde acuden los niños media jornada o jornada completa, hogares de acogida o
servicios de apoyo familiar).
13
Desarrollo emocional desajustado: el acoso escolar
BEATRIZ LUCAS-MOLINA
1. INTRODUCCIÓN
El acoso escolar es uno de los problemas más graves que afectan al sistema escolar del mundo
desarrollado. Por desgracia, es raro encontrar hoy en día a alguien que no haya tenido una experiencia más
o menos directa con este fenómeno, ya sea a través de los medios de comunicación o por la vivencia de
algún conocido o familiar. En este capítulo vamos a ver algunas cuestiones sobre este tipo de violencia
entre iguales. Empezaremos con algunos aspectos sobre el acoso que suponemos no sorprenderán en exceso
(definición, prevalencia, etc.), para pasar a adentrarnos en un terreno más desconocido y arenoso: el acoso
en preescolar, intentando dar respuesta primeramente a la siguiente pregunta: ¿podemos hablar de «acoso
preescolar»? Una vez puestos sobre la mesa los retos a los que se enfrenta el estudio del acoso en
preescolar, presentaremos algunas evidencias científicas sobre el fenómeno en esta etapa educativa,
prestando especial atención al carácter grupal y contextual del fenómeno. En un tercer momento, pasaremos
a explorar la relación existente entre acoso y competencia emocional. Si bien, como refleja el título del
presente capítulo, parece que el acoso escolar podría ser el resultado de un desajuste emocional, hay pocos
estudios que hayan examinado de forma directa esta relación, especialmente en infantil. Por otra parte, ¿el
desajuste emocional lo presentaría el alumno que participa en el acoso o el contexto en el que este se
produce? En este tercer apartado intentaremos reflexionar sobre estas cuestiones, buscando poner el acento
en la naturaleza contextual de ambos constructos: el acoso y la competencia emocional. Por último,
finalizaremos con algunas conclusiones, así como con posibles líneas de investigación futura. Esperemos
que la lectura de este capítulo despierte la curiosidad del lector por saber más sobre estos complejos
fenómenos y su relación.
Agresores preescolares
Los estudios ponen de manifiesto que los agresores preescolares están bien integrados en su grupo de
iguales y no tienen menos amigos que los niños no implicados en las situaciones de acoso (Vlachou et al.,
2011), si bien algunos trabajos señalan que pueden ser más rechazados que sus iguales no implicados
(Camodeca, Caravita y Coppola, 2015). Además, a estas edades los agresores suelen pertenecer a grandes
grupos sociales (Perren y Alsaker, 2006). Por otra parte, tienden a afiliarse con otros niños agresores, al
igual que ocurre en primaria (Eivers, Brendgen, Vitaro y Borge, 2012), hecho que retroalimentaría sus
conductas agresivas. No obstante, existen diferencias de género, ya que las niñas agresoras suelen
encontrarse más aisladas que sus compañeros agresores, y aunque no sean rechazadas de forma sistemática,
ellas no tienen a nadie con quien jugar (Perren y Alsaker, 2006). Esto podría implicar que la aceptación de
la agresión es distinta según el género de quien la ejerza. Como se ha tratado en otro capítulo, la expresión
de las emociones está ligada al género y a la cultura. En el caso de las niñas, la expresión de la agresividad
es menos frecuente y está peor vista que la de otras emociones como la tristeza o el miedo. En la etapa
escolar se ha visto que el acoso podría tener funciones distintas para niñas y niños. Mientras que para los
niños es una forma de ejercer poder y dominación social, para las niñas está más relacionado con patrones
de afiliación y exclusión (Isaacs, Voeten y Salmivalli, 2013; Lucas-Molina, Pérez-Albéniz, Fonseca-
Pedrero y Giménez-Dasí, 2017b). Quedaría por examinar si esto también es así para los niños en edad
preescolar.
Víctimas preescolares
Los pocos estudios realizados en preescolar han puesto de manifiesto que la falta de amigos de los niños
víctimas puede situarlos en una posición de mayor vulnerabilidad psicológica y social que les lleva a su vez
a sufrir mayor victimización, iniciando con ello una espiral de riesgo psicosocial de la que difícilmente
pueden salir por sus propios medios, debido a la inmadurez propia de esta etapa del desarrollo (Perren y
Alsaker, 2006). Al igual que en etapas escolares, hay evidencia empírica en infantil que indica que los niños
víctimas son más rechazados (Camodeca et al., 2015) y tienen menos amistades recíprocas que aquellos
niños no implicados (Eivers et al., 2012). Por consiguiente, no tener amigos puede ser también un factor de
riesgo de victimización en el contexto preescolar. Por otra parte, tal y como ocurre en primaria y
secundaria, ser víctima puede conducir asimismo a la pérdida de amistades y relaciones con los iguales.
Relacionarse con un niño víctima puede ser un factor de riesgo, ya que puede suponer tanto la pérdida de
estatus dentro del grupo como la exposición a situaciones de victimización (Espelage y Holt, 2001). Por el
contrario, tener un buen amigo es un potente factor de protección ante el acoso en la etapa escolar
(Kendrick, Jutengren y Stattin, 2012).
Defensores preescolares
En los últimos años se ha incrementado notablemente el número de investigaciones dirigidas a conocer
las características de los niños que intervienen en las situaciones de acoso para defender a la víctima y
ofrecerle apoyo y consuelo. De hecho, los resultados de estos trabajos están generando nuevas perspectivas
teóricas dirigidas a comprender y explicar las conductas de defensa en situaciones de acoso (Meter y Card,
2015).
En este sentido, diversos estudios han puesto de manifiesto que los alumnos que defienden rara vez son
agresivos, poseen más actitudes tanto a favor de la víctima como contrarias a la violencia, tienen buena
teoría de la mente, baja desconexión moral, alta empatía, amistades de calidad y un buen estatus social
dentro de su grupo (p. ej., Caravita, Di Blasio y Salmivalli, 2010; Gini, Pozzoli y Bussey, 2015; Pöyhönen,
Juvonen y Salmivalli, 2010). Además, por lo general suelen ser chicas y de cursos inferiores (Thonberg y
Jungert, 2014).
Los escasos estudios realizados en preescolar han registrado resultados similares. Los defensores de
preescolar obtenían mejores puntuaciones en tareas de teoría de la mente y planificación, aunque estas
diferencias no eran significativas (Monks et al., 2003), mostraban una mayor competencia social y
preferencia social en el grupo (Camodeca et al., 2015), así como mayores niveles de empatía y una mejor
comprensión emocional (Belacchi y Farina, 2010, 2012; Camodeca y Coppola, 2016). Este último resultado
lo trataremos más detenidamente en el siguiente apartado sobre la competencia emocional. Asimismo, las
niñas de preescolar adoptaron el rol de defensoras en mayor medida que sus iguales chicos (Belacchi y
Farina, 2010; Monks et al., 2003, 2011), aunque esta diferencia podría depender del tipo de medida
utilizada (Camodeca et al., 2015). Resulta de vital importancia realizar más investigaciones sobre estas
conductas en preescolar para poder fomentarlas, así como conocer la estabilidad del rol defensor a lo largo
del tiempo, especialmente si tenemos en cuenta que las características de este rol en infantil son casi
idénticas a las que presenta en primaria y secundaria.
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